Con Leonard Cohen
mueren otra vez mis muertos: Fernando Vargas, en Virginia; Lorca; Janis…
Dos décadas más
la mitad en que en un viejo e inmenso Cadillac encaramos a gran velocidad la
avenida Constitución del Distrito de Columbia. Era septiembre u octubre, al
amanecer. Habíamos devorado las botellas, Rolling Rocks, Budweisers, Michelobs;
entonces no existía la moda de las Coronas mexicanas. Eso vino después. Y Guinness,
oscura como sangre de negro. En la casetera: So long, Marianne… Íbamos a por
putas o por muerte. Salud, Leonard Cohen, éramos jóvenes contigo y aquel otoño
no agobiaba como este: las hojas eran rojas y ahora están caídas, raídas,
marrones.
Mi hija Aly (Alicia, como su abuela) escribió anoche: “Thank
you for being the soundtrack to my most important moments. You will always be
my man (…).” Miré las matrioskas que detallan a Lenin, Stalin, Gorbachev,
Yeltsin y Putin. Los libros detrás.
Me preparaba para salir a la media noche; lo hago cada día. Y cargué con dos
discos igual a si cargara revólveres: unos kaluyos de panteón y Leonard Cohen.
Pensé en el poder, en la Norteamérica del día y recordé la tibieza triste y
fina de Cohen confesando a Janis Joplin lo bien que se sentía, él, un hombre
feo, de tener su amor. Dentro del Chelsea no amanece. Los difuntos no buscan
luz: escriben poemas, versos y canciones. Y besan. O matan.
Entonces fuimos
cuatro: Ronald, Mirella, Fernando y yo. Entre otras cosas y vodkas. La capital
sonaba a Cohen y la almohada olía a mujer. Su cabello rubio extendido sobre la
almohada como una estrella, o algo así.
Este texto
cuesta, es empinado. Empedrado. Camino vecinal. Pesa enterrarse en el polvo.
Tanto para decir y la garganta de los dedos se ha secado.
Pasaron ciudades,
amigos, trabajos, matrimonios. Leonard Cohen permaneció fiel. Florecieron los
cerezos de Washington. La nieve llegaba hasta la rodilla en Denver. La almohada
pasó de blonda a pelirroja, la tarde a noche. Suzanne takes you down to
her place near the river. Y no quise
enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al
río. Ya estás con Lorca, poeta. Take this waltz.
Para los sin dios,
como yo, no vale la fábula de la vida eterna. Excepto en días aciagos, como hoy,
porque aquellos grandes que siempre te acompañaron no pueden dejarte huérfano.
Entonces, en forzada e hipócrita retórica les inventamos a Dios, un paraíso,
arroyos y laureles, helechos, manzanos, porque no queremos que se vayan.
Demando el Edén para los que no están y he amado, que del infierno me apropio
yo; lo pido y me lo quedo.
Tres discos
restan en casa, tres de Leonard Cohen. Todavía no los ha raspado ni distorsionado
el tiempo. Son recuerdos de mi juventud en Washington DC, esa que bordeaba los
treinta y se acostaba con pechos en sube y baja imitando pequeños corazones.
Almorzaba con cerveza en los canales de Georgetown, mirando regatas. Descargaba
cebollas con negros que antecedieron al rap y que tarareaban el futuro en
retazos de blues y motherfuckers. Karen trepa al auto y lo enciende. Le
extiendo un casette de Lou Reed. Terminamos observando a oscuras el cielo raso
no estrellado. De fondo, una voz ronca recita: First we take Manhattan, then we
take Berlin… Me acuerdo.
Cuando nos
visitan amigos, ponemos de costumbre canciones de Cohen. Tenemos favoritas,
claro. Que se calle el mariachi y no llore la Sandunga, porque canta el
canadiense. Escuchen. Si quieres un boxeador, subiré al ring para ti. Por ti. Que
se callen la Sandunga y la Llorona que el poeta viste calzones de peleador, y
botas rojas estilo Muhamad Alí. Formas y colores del amor, igual a las palabras.
Apareceré desnudo con botas rojas, sin botas, sin pies ni brazos. Igual he de
abrazarte y cantarte y decirte que el frío en Takoma Park pasea con rastro de
fantasma. La vecina observa tus pies elevados por sobre mis hombros desde la
ventana. Y sueña.
Quise hacer un
homenaje y me salen memorias de escupitajos multicolores, globos de carnaval,
redondos y alargados. No veo mejor manera de recordarte sino en las escalinatas
de un hotel neoyorquino al lado de una mujer de melancólicos párpados. Sé que
te gustaría así, sin apego a la norma y con un vaso de por medio.
Quizá no puedo
recitar de memoria ninguna canción tuya completa, pero me las sé todas. Tarareo
mal y peor canto. No importa. Decirte que duraste más que la conjunción de mis
amores. Eso ya es prueba de fe, porque, además, a diferencia de ellas, o de
algunas de ellas, te irás conmigo en la muerte, te llevaré en el fuego. Poseo
dos cosas: mis recuerdos y olvido. Ahí perteneces y alrededor danza un festín
de mujeres.
Hoy he retornado
en las horas hasta veintisiete años atrás. Volver a los veintisiete, y
encontrarme ajeno a la simple idea de que mucho después vas a morir. No
imaginamos el tiempo pero está, toca, toca las líneas del reloj.
Un Cadillac corre
por Constitución vacía en domingo. Lo maneja un esqueleto. Adiós, Marianne,
adiós. Hasta luego, Leonard. Letra de tango: en la tarde que en sombras se
moría…
Recurro a mi hija
buscando el acertijo de la esperanza. Aly habla con Leonard Cohen y le
dice: You will always be my man… Luces
de bengala.
11/11/16
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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 13/11/2016
Foto de portada: Aix-en-Provence, 1970
Descubrí a Leonard Cohen por casualidad, en una olvidable película donde un jovencísimo Christian Slater encarnaba a un tímido colegial que sin embargo se explayaba como locutor en una FM pirata. Entre sus rabiosas peroratas siempre ponía un vinilo para el descanso. Quedé inmediatamente hechizado por aquella voz cavernosa y susurrante interpretando el “Everybody knows”. Eran tiempos en que el internet apenas llegaba a nuestro país, Youtube no había nacido aun, y ni cómo conseguir siquiera un disco o casete del bardo canadiense. Así que ya casi llegando a la treintena, recién me pude hacer con algunas de sus canciones. Algo tendrán sus melancólicas melodías que, inexplicablemente, me sacan de la modorra y de la pesadez de vivir. Es asombroso, verlo así tan viejo recitando sus versos con tanta pasión: inigualable su “buuuurning violin” que su voz quebrada deja escapar (de lejos, mi tema favorito). Nos hará mucha falta aunque nos sobrevivan sus canciones. Saludos.
ReplyDeletehttps://www.youtube.com/watch?v=Ki9xcDs9jRk&list=RDKi9xcDs9jRk#t=52
De joven escuché Suzanne, en Bolivia, no sé de cómo, en la radio. Luego, apenas llegado a Estados Unidos, entré de lleno en su música (y un mundo que hasta podría decirse imité). Al envejecer no se calló, como otros. Sus actuaciones en vivo de los últimos diez años, Londres por ejemplo, fueron soberbias. Ahora que apareció Trump, decidió irse. No lo culpo. Saludos y gracias.
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