Un desaforado
seguidor de Donald Trump aullaba en un mítin del individuo este lo siguiente: imitando
el grito de “U-S-A”, “U-S-A”, se desgañitaba con un “Jew-S-A”, “Jew-S-A”,
tratando de decir que los Estados Unidos de ahora, no los posibles, y ansiados
por muchos, con su caudillo, eran, igual a los de la Alemania de los 30, una
conspiración judía.
Es solo uno de
los horrendos detalles que este megalómano de escasa instrucción política trae
consigo: las armas en manos del caprichoso millonario acostumbrado a seguir su
parecer y a obtener lo que quiera… de cualquier modo.
Comenzó febril
con el muro separador con México. De acuerdo a la tradición hitleriana, apuntó
a los olvidados, fracasados, desocupados; prometió una gloria que ellos ni
habían visto. Igual a los populistas latinoamericanos, achacó al Otro los males
del país y juró revancha, despertando odios y reavivando ilusiones perdidas de
pureza de raza y “América” para los americanos, esa sin negros ni marrones.
Olvida el señor
Trump, llamado “Trompeta” entre los cubanos de Miami, cuánto esos negros y
marrones han hecho por la grandeza del país. A la fuerza, a golpes, mal pagos y
descastados, casi siempre. Tomó muchas muertes, la del doctor King la inmensa y
la más triste, para, un poco, mitigar los efectos del racismo y la
discriminación. Entonces sí se pudo llamar a EUA un gran país, con
instituciones fuertes y la posibilidad colectiva de tener derechos y hacerlos
respetar.
The Donald atenta
contra eso. Su fantástico mundo de rubios y analfabetos tatuados no podría con
el peso de manejar algo tan complejo como el hervidero multiétnico en que se ha
convertido esta tierra. No, en primer lugar, porque Estados Unidos no es
Bolivia, donde un tipejo peludo y descabellado (paradojas) hace y dice lo que
le viene en gana. Repito, hay instituciones sólidas, separación de poderes, y
el veto a que cualquier individuo, incluido el presidente, decrete sin
consultar. Su peluca podrá impresionar a los necesitados de mesías, a los que
creen que por arte de magia se llenarán los bolsillos. Hay que trabajar como
nosotros los inmigrantes para lograrlo. La apariencia no les concede gracia,
señores; compréndanlo de una vez. Fuera de eso, y muy pronto, el ídolo de barro
se desarmaría ante la imposibilidad de acometer lo prometido sin convertir al
país en otra bestia nazi.
Nada asegura su
triunfo.
Pero nada asegura
su derrota.
La presidencia de
Barack Obama, fuera de sus éxitos y sus desaciertos en política interior y
externa, fue un ejemplo para el mundo y un durísimo golpe al conservadurismo.
Que un negro llegara a la presidencia estaba lejos incluso de la
ciencia-ficción. Y sucedió, dos veces. Muchos no lo perdonan y quieren borrar
la supuesta mácula entronizando al opuesto: blanco, rico, ignorante, amante de
las armas de fuego y de estándares obsoletos de americanismo radical. Ese
retorno al ideal supuesto bien podría significar un suicidio. Ya presidente no
sé cuán posible sería para él destrozar lo conseguido a costa de tremendo
sufrimiento sin desbaratar el sistema de justicia y considerarse dictador.
Diría, conociendo el país, de la imposibilidad de hacerlo. Pero nunca se sabe.
El problema está
que hasta perdiendo el fenómeno Trump excederá incluso a su creador. Es el
retorno de la ultraderecha, del supremacismo blanco, del odio racial, de la
xenofobia y la misoginia. Ha retornado y para quedarse, a la usanza de sus
pares europeos que alcanzan posiciones de gobierno con el mismo discurso. Si
ahora no es posible, quizá lo sea más tarde, aunque la variante conformación
étnica de los Estados Unidos, con más del 50 por ciento de la población
perteneciente a minorías en un par de décadas, lo haga difícil.
No es que Trump
sea un mal sueño. Era previsible cuando crece una población frustrada ante las
victorias del Otro en su propia casa. Para conservar los privilegios hay que
trabajar duro. Algo que muchos norteamericanos olvidaron entre la gloria y el
mimo.
31/10/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 01/11/2016
La alusión de trompeta me hace recuerdo a una anécdota que vi hace muchos años en un informativo, cuando Banzer gobernaba en su segundo periodo, en una de las frecuentes marchas de protesta una anciana campesina le espetó ante el micrófono, a modo de amenaza inofensiva: “¡vas a ver, enano trompeta!”, situación que provocó la diversión de un tío mayor, movimientista de toda la vida. Respecto al payaso Trompeta, o la política a trompadas, como he leído en alguna parte, concuerdo con la apreciación de que el bufón ya ha ganado, independientemente del resultado, pues ya se nota el recrudecimiento de la intolerancia, la exaltación del racismo y xenofobia y otros álgidos problemas no resueltos en la adormilada sociedad norteamericana. “América” ya no parece ser la tierra de las oportunidades para ningún extranjero, y si Clinton llega a la presidencia tendrá que endurecer las políticas de inmigración ante la tremenda presión interna de los trumpistas que no se van a quedar quietos. Hay preocupantes signos de que Trump no es un fenómeno pasajero, algún émulo podría tomar el relevo y seguir agitando la olla de grillos. Saludos.
ReplyDeleteAsí sucede y así va a perdurar. Hoy el periódico del Klu Klux Klan puso el slogan de Trump en su primera página. Era de esperarse. Los anacrónicos sueñan con el retorno del algodón y el látigo, con campos de concentración. Peligroso. Saludos.
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