JORGE MUZAM
El mundo es tan
vasto y ajeno. Intento caminar sin tanta prisa. Meter la ansiedad en una bolsa
de cemento. Las metas consensuadas no me importaron mucho y el resto es un
círculo vicioso de noches y días. Mi única meta, la novela del tiempo, es
algo difusa. Es decir, puede y no puede escribirse. Quizá ya está lista y sólo
hay que pegar el mosaico. No soy un bebedor solitario, o no lo era hasta hace
tres días. Pero el sol primaveral sobre el huerto parece incitar al descorche
de un Concha y Toro. Mozart en los audífonos, cerezas que maduran, letras de
Ferrufino y Nabokov, un perro hinchapelotas que me muerde la pantorrilla,
vendedores de verduras por el camino, el celular que vibra incansable, un
chorlito ladrón espantado por un escopetazo.
Soy lento para leer.
Fácilmente me desvío hacia tangentes extraliterarias. A veces me quedo en la
ventana de Potocki y no vuelvo a lo que estaba haciendo. Cada frase de un buen
autor me conduce a reflexiones anexas o a puertas mohosas de la memoria. Mi
mente es pródiga en fabricar ucronías, en dramatizar sobre un tablero de cedro
los eventos insolucionables de la historia. Boludear, diría una mujer
práctica.
Imagen: Karl Schmidt-Rottluff
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 17/09/2017
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