Tren subterráneo.
Septiembre.
En una estación
suben dos personas, y otra, solo mitad, en silla de ruedas. Esta última viste
traje y gorra de soldado, con medallas. Piernas y brazos plásticos. Le queda el
tronco.
Lleva insignia de
Vietnam. Sus viejos padres lo guían. El hombre parece muerto, no habla ni gira
la cabeza. En sus brazos ortopédicos, en las muñecas, tiene adheridas ciertas
cosas útiles: un cepillo de dientes y un tenedor, en una; una cuchara y un
lapicero en la otra. Los ancianos lucen orgullosos. El hijo, con la cabeza
quemada, sonríe. No es ejemplo de valor.
Descienden.
Silencio. Nada vale un precio así.
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Publicado en
OPINIÓN (Cochabamba), 14/02/1992Imagen: George Grosz/El héroe, 1936
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