Ground Control to
Major Tom
Ground Control to Major Tom
Take your protein pills and put your helmet on
Ground Control to Major Tom (ten, nine, eight, seven, six)
Commencing countdown, engines on (five, four, three)
Check ignition and may God's love be with you (two, one, liftoff)
Take your protein pills and put your helmet on
Ground Control to Major Tom (ten, nine, eight, seven, six)
Commencing countdown, engines on (five, four, three)
Check ignition and may God's love be with you (two, one, liftoff)
Esta noche los
zorros lloran. Donde empieza el campo, pastos y quinuas salvajes, gritos. Igual
a los de niño, de mujer. Lloran los zorros y hiela el alma. David Bowie. Subo
la vista a las estrellas, arriba de las luces de neón y cerveza. Vuela el mayor
Tom, perdido el ground control. Luego me absorben las casamatas.
Penetro la llave
en la cerradura. Tenue a la izquierda. Silencio de máscaras negras, de
marionetas indonesias. Zorros del Chaco decapitados en el estante superior;
hormigueros, tucanes de bosque seco. Enciendo la luz. Tres y un foco quemado.
En la tarde hablé con un eritreo. ¿Sabes de dónde vengo?, pregunta. Y camino
por el Djibouti hacia el norte, saliendo de Somalia. Sé que en Nueva York, en
restaurante de ricos, pagan las sambusas a muchos dólares. Yo las compro en mi
mercado etíope, a dos cuadras de casa, a dólar la pieza, quizá con pisadas de
cucaracha. Sambusa de lenteja, cuando la conocí supo como novia de calzones
negros y sostenes caídos hasta la oscuridad del pezón. Empanadas somalíes, me
dicen. Pregunto a solas, sin abrir la boca ni mostrar los dientes, si todavía
queda comida en Somalia. Finalmente, si no la hubiera, y solo harina, se podría
rellenar sambusas con gente, con carne humana si otros animales somos, peores y
malditos.
Estoy con
obsesión de salsas y les voy poniendo nombres. De una versión que mi hija Emily
trajo de Quetzaltenango, llamo a una Xela, nombre maya de la dicha villa. Y ya
que me sobra cilantro, culantro en Cochabamba, decido un experimento somalí.
Eritrea, Somalia francesa, Somalia, Etiopía.
Bizbaz es el
nombre y se hace con yogurt sin sabor. Ajo remojado en jugo de lima, lo que en
nosotros es limón verde porque la lima nuestra no la conocen y creo que crece
en el Líbano. Ajo aplastado y locotos serranos. Se puede probar con habaneros
si se quiere jugar con fuego. Cilantro a discreción; el verde combinará el
blanco del yogurt y dará un verde claro, casi de musgo. Algo de azúcar, sal y
pimienta negra. Licuar, convertir en puré y el bizbaz va bien con verduras y
carnes. Y, sí, en Somalia, todavía preparan delicias. Y más en Nueva York.
Somalíes abundan por las calles de Denver, y eritreos, y etíopes. Un food truck
pasa por la avenida Iliff y se detiene en un fumadero árabe, uno que en cierta
esquina de la calle funciona hasta el amanecer de narguiles.
Otra noche. Las
mismas estrellas. No las cambiaron. Una lucecita atraviesa el cielo. Supongo
que es Tom, el mayor Tom buscando una esposa en el espacio. ¿Somalia es como el
espacio? Creo que sí. Detengo el Honda a treinta metros. Decido entrar al
fumadero. Hookah llaman al narguile, en derivado del hindu-urdu. Pero a los
diez pasos doy vuelta atrás. Otro mundo ante mis ojos, película de aliens donde
el cabezón sería yo. Hookahs por todo lado, en la avenida Havana, en la
Sheridan, en la Illif y la Leetsdale. A eso de las dos ya hay lío. No sé,
siendo musulmanes, si hay alcohol, pero el narguile acepta cannabis y otras
hierbas. A las dos llega la policía, la fuerza “chota”, y pesquisan entre
morenos de ojos grandes y brillantes.
Tuvimos una
guerra fea con Etiopía me dice el eritreo mientras me alcanza una botella de
vino. ¿Sabes de dónde vengo? Sí, y de los italianos también. Italia -mira al
vacío- lindas mujeres. Italia muerte; soy eritreo, ¿sabes de dónde soy? Las
italianas no nos quieren, olor a ajo. Aioli.
Italia de ojos
negros. Somalia también.
La última vez que
comí sambusas un grupo de cucarachas paseaba por el brillo de la fritura. Las
espanté, rasqué con la uña el excremento, di un mordisco, puse bizbaz en cada
una; resaltaba el color claro con la oscuridad lenteja, con el café oscuro
sambusa.
Luego, a la
salida, y a instancias del dueño, cogí una bolsa de arroz jazmín, que no me
gusta. Para mi mujer, me disculpo. Y un billete de lotería expedido de manera
automática para ganar los seiscientos millones de dólares que nunca podría
gastar.
31/08/17
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Publicado en PUÑO Y LETRA (CORREO DEL SUR/Chuquisaca), 04/09/2017
Fotografía: Reuters
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