Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Materialmente
incómodos, escritos sobre una cama, sentado de costado en el colchón como dama
en caballo. En el piso, echado, de cuclillas, espalda apoyada en la pared:
labor de jóvenes, de articulaciones engrasadas, de pistones arriba abajo, de
locomotoras bala.
Así, en la
incomodidad de un cuarto pequeño, un aeropuerto atestado, un automóvil, poco
puede el intelecto nutrir la página si está distraído en que no se caiga la
maquinaria. No todos podemos ser como el cacique al que le amarran los zapatos,
al que la Fuerza Armada le hace carambolas y baila como meretriz empistolada.
Entonces
necesitas lidiar con la incomodidad mientras al mismo tiempo lanzas estocadas a
apus, yatiris, dEregentes, generales, sargentos, misses, ganaderos,
industriales y toda la corte del rey Momo, que es variada y sudorosa, hedionda
y perfumada, con Rodríguez Veltzé empanadeando con algún feroz cocalero, con
aristocráticas señoritas remangando las bragas igual a insutiles sirvientas al
llamado del pollino en celo. ¿Cuál? Lo sabemos.
Mirar que
el conteo de las palabras no crece, querer engañarte y añadir algunos apartes,
puntos suspensivos, oraciones breves que conforman en sí un párrafo, toda la
intención y la pericia de los escribas para la labor fundamental que es llenar
sin decir, cumplir sin mucho sostén y apenas argamasa.
Ya se me
congeló la pierna izquierda; enderezarme ha de costar una rodilla. La nalga
adormecida, pinchada por una posición tediosa. Recurro entonces a imágenes del
glorioso ejército correteador. Estos, en las guerras, corren mejor que
tarahumaras en la sierra, ni se preocupan de cargar con las pistolas de
reglamento, las abandonan en las escalinatas, es una banda de Cenicientos, y
eso que no los persigue ningún príncipe azul. Tuvieron su tiempo de amos, eran
pavos reales con ametralladoras y aire de perdonavidas. Les duró décadas.
Oprobio, violación, tortura, muerte. Eran demonios parlanchines, supuestamente
ejecutores de alto vuelo. Hoy son la comparsa del Evo, y le bailan al ritmo que
ponga él: saya y cumbia, y si les pasa polleras, de polleras andan los
generalotes, milicos de pelo en nalga, porque en el pecho lampiños.
Si los
habré odiado y odio, que 20 de mis mejores años andaban de mamelucos; no se
podía hablar, ni gritar. Al Chino le metieron en La Paz una manguera al culo. Y
a Suecia tuvo que ir a olvidarla. Ahora de pronto es la primera línea de la
revolución, que en su caso vale por la primera de escape. A la vista de la
gendarmería chilena irían a enterrarse en sal allí en Uyuni. Topos, ratas.
Ya intenté
todo el Kama Sutra de los escritores, y otros sutras. Nada, ni qué hacer,
tendré que soportar la ciática en aras del libre albedrío, del derecho a la
palabra. Sin tapujos, que veo colegas que hacen como que atacan, que amagan y
golpean elementos secundarios, pero que intentan dejar incólume y limpio al
esputo mayor. Necesitarán trabajo. Yo también, pero emigré, y trabajo encuentro
sin besar trasero.
Por la
mañana me escribe una hermosa mujer de acento que sé y no digo y apenas puedo
contestar por los mismos impedimentos. Triste el amor que se arremete en
pequeño espacio cuando los años veinte se han ido, y hasta los cuarenta, y casi
los cincuenta para el gentil acomodo de los huesos para el sexo en un
Volkswagen.
Y escribir
es como copular; hay coitos y coitos, extendidos y cortos, extasiados,
interrumpidos. Para cada uno hay situaciones des o favorables. Así también a
ratos y por más esfuerzo realizado, la página no tiene orgasmo. Duele, por
supuesto, te hace sentir inútil, sucio, descompuesto. Mejor, entonces, me
compro una mesa y acuesto allí a mi computadora y le abro las piernas para un
texto indecente pero válido.
19/11/18
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Publicado
en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 20/11/2018
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