Wednesday, May 9, 2012

Denver y Aurora/MIRANDO DE ARRIBA


Lo que se llamaría el Gran Denver, ciudad que abarca un hato de ciudades menores, Aurora entre ellas. Denver fue la Meca del oeste durante la invasión y el expolio del nativo americano. Rutilante joya de la plata, mineral que ocasionó ya desde antiguo la aparición de nombres como Potosí en minas argentíferas de los cerros de Colorado. Acá está enterrado el perfecto aventurero: Buffalo Bill, y los viejos -elegantes todavía- hoteles del downtown cobijaron a gente como George Armstrong Custer, o al asesino de Sand Creek, el coronel Chivington.

En Denver hay un par de gigantescas esculturas de Botero por el centro. Y un museo de arte de los más modernos existentes, en la línea del Gugenheim de Bilbao. Ciudad que  en domingo perece. Los días hábiles no hay gente por las calles, interminable marea de automóviles con un pasajero cada uno. En domingo subimos por la avenida Colorado y bajamos por la Colfax, hasta el meollo de la villa. La arquitectura de fines del ochocientos se nutre de palidez invernal de un cielo con mayor abandono.

Aurora es un apéndice por lo general feo, a momentos desagradable. Buscando se hallan refugios de árboles y vida animal. Aurora va convirtiéndose en un pequeño barrio latino; México avasalla: carteles de "miscelánea", peluquería", "taquería" y caracterizaciones de una cultura distinta abundan. La actividad se centra en gigantescos espacios de consumo; también se acunan pequeños cafés donde pasar un agradable instante con un libro. Como en cada lugar del mundo. Pero ante esta cadencia de desidia, de aburrimiento, de rutina tonta que tienen las ciudades nuevas del centro y del oeste norteamericano, crece el color en tonalidades locales: peruanas, vietnamitas, y de a poco transforman las calles antes ajenas en barriadas donde apreciar la vida en otra perspectiva, otro color, distinto sabor.

Se traza un laberinto de calles que con la costumbre toman forma de línea recta, las rutas de mi trabajo, de la, o las, escuelas, de las tiendas de antigüedades, de alguna librería, parque natural con venados y mapaches. Sendas que se hacen además de útiles y necesarias, familiares.

¿Entonces una ciudad se transforma en hogar?, me pregunto, y la  respuesta la da la vida con sus cambiantes secuelas de clima, de lluvia, de nieve, de hielo, fenómenos que como a las hormigas nos ciegan porque esfuman los caminos a seguir.  

De la ventana miro una Aurora de 11 años y crece la niebla del parque enfrente como hierba mala. No se ve dónde quedó el carro, y solo el ladrido del perro de  las hijas muestra que no es un sueño, o una pesadilla, que se anuncia tormenta. 
4/2/08

Publicado en Opinión (Cochabamba), 02/2008

Foto: Camión abandonado en la pradera de East Aurora, Colorado

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