SANDRO VELARDE
“Si te fijas en la selva tienes a especies que
matan a otras. La nuestra está matando a las demás, incluida la selva, pero la
llamamos “industria”, no asesinato”.
Mickey Knok (Tarantino)
Mickey Knok (Tarantino)
En la
película Asesinos por naturaleza, dirigida por Oliver Stone, con
guión de Quentin Tarantino, el periodista de crónica roja Wayne Gale (Robert
Downey Jr.), director del programa Maniáticos Americanos, pregunta
a Mickey Knok (Woody Harrelson): ¿tiene algún remordimiento de haber matado
tanta gente?
El asesino nato
le responde: “todos tenemos un demonio interior, el demonio vive dentro. Se
alimenta de tu odio. Corta, mata, viola' usa tus debilidades, tus miedos,
pienso que todos tienen algo en su pasado, algún pecado, alguna cosa horrible,
secreta. Mucha de la gente que ves caminando, ya está muerta. Sólo necesitan
que alguien termine con su miseria. Ahí es donde entro yo”.
De la misma forma
el personaje desquiciado de Diario secreto (Premio Nacional de
Novela 2011), de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, deja entreverar su mundo,
mezcla de migrante y sicótico subdesarrollado, que recicla en varias voces su
naturaleza oscura y perturbada; un mundo narrado en lenguaje tortuoso
entrecortado, frío.
Desde muy
pequeño, el protagonista va reforzando esa inclinación abyecta, soterrada,
inconforme con la vida “normal” de los hombres de “bien”; convencionalidades
que el mundo y los valores que la sociedad ha impuesto como requisito al
paraíso eterno y puro.
Macabro como un
fantasma sin nombre, sin identidad, este espectro se resiste a no ser otra cosa
que lo que su hábitat le ha deparado; un depredador misógino y racista que
lleva una vida de crueldad.
Afina con la descripción
que hacen los psiquiatras de los psicópatas. Ferrufino nos introduce en la vida
de un frenético que se satisface con el dolor, se solaza con sus víctimas en
las que proyecta sus más grandes perversiones y degeneraciones, que incluye el
disfrute de los olores repugnantes que emanan de los cuerpos de sus víctimas.
“El olor del sexo se eleva por encima de las frituras en alguna cocina del
conventillo”.
Se deleita desde
muy temprana edad con el vértigo de la crueldad y el racismo, mezcla de placer
y poder. “En el clan se incluyó al hijo de la sirvienta que, por razones
jerárquicas, ocupó el puesto de su vida real: al fondo”.
Destripador
“exquisito” de ratones, tritura sus cráneos con un combo de herrero dentro de
una bolsa nailon para evitar mancharse de sangre la ropa, sintiéndose eminente
frente a los más desvalidos, “la pobreza es cabrona y sin gusto”.
Su madre le
socapa todo, al igual que en la historia del “zambo salvito”, aunque las
mordidas no le propina a su progenitora, sino a sus amantes. Ella lo declara
inmortal, le marca el hombro izquierdo con un punto, como en las epopeyas de
Sigfrido, cuando el príncipe se baña en la sangre del dragón y una hoja marca
la vulnerabilidad en los Nibelungos; de esta forma, el maniático asume una
condición inmortal que sólo los desquiciados creen poseer.
La madre se niega
a creer las perversiones y el desequilibrio de su vástago cuando dice: “se
refugió en mí, que garanticé, además, su inocencia, su falta de culpabilidad”
(') “Me horrorizaba, pero igual lo tomaba en mis brazos y lo arrullaba”.
El personaje de
la madre se convierte en el único ser que venera y respeta el enajenado, ya que
ella, al igual que él, vive un mundo soterrado, sin llegar a percibir
racionalmente un mutuo y presente desequilibrio madre-hijo.
Sin embargo,
dentro de la esquizofrenia del personaje, Ferrufino alterna la prosa directa y
corta, con elucubraciones delirantes, convirtiendo el relato, a momentos, en
una sinfonía del terror, de terror poético.
“Pensé que si le
metía el pulgar derecho, de uña larga, en el cuello, la podría matar. Con tanta
fuerza, que al romper la piel y la carne, un chorro de sangre bañaría las
paredes. Escarbar, escarbar con los dedos el cuerpo ya inerte. Estirar por el
hueco lo que se podía sacar de adentro, músculos, venas, rastrojos de piel y
más. Decorar aquel cuarto de amor toda la noche y escabullirme al amanecer”.
En sus 42
capítulos cortos, como reseñas de un itinerario de vida bestial, Diario
secreto entrelaza historias, complementa relatos y entrega pistas que
permiten acercarnos al delirante universo mental de su personaje.
Alternado con
voces de sus más allegados familiares y amigos (de su subconsciente quizá), el
autor resume el “diario secreto” de su protagonista, el diario íntimo, macabro
de un “no-ser” que trata de comprobar y demostrarse a sí mismo, desde su
obnubilada inteligencia y soberbia ególatra de saberse científico, empírico de
facto.
Percibe a sus
“conejillos de indias” simples mortales dando cuenta del misterio de la vida y
de la muerte. “En mis estudios sobre biología aprendí mucho sobre la vida en el
planeta. La cercanía de la muerte es donde aflora en su esplendor. Deduje,
entonces, que la única forma de hallar conocimiento del proceso de vivir
radicaba en la contemplación del perecer”.
Ávido lector y
refinado en sus gustos por la literatura, loco intelectual que admira a Paul
Valéry, ensañándose con el poeta chileno el “pajero Neruda”, según sus propias
palabras, o con Paolo (con o) Coelho y su Guerreiro da Luz, y de
paso homenajea, quizá, al desaparecido escritor paceño Víctor Hugo Viscarra,
cuando recrea en su mente Las sin cuenta mil perversiones de don Guido,
mientras se faja a una de sus víctimas.
Pero más allá de
reflejar “el otro yo” de la humanidad, Ferrufino nos interpela con una buena
lectura, dura, fea por la temática pero contagiosa y llevadera por la forma en
que nos atrapa. Diario secreto es una excelente novela que trastoca
las temáticas tradicionales de la literatura boliviana.
__
Publicado en IDEAS
(Página Siete/La Paz), 20/05/2012
No comments:
Post a Comment