Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Me dicen
-critican subrepticiamente- que no es posible que siga escribiendo lo que
escribo acerca del gobierno Morales, que eso es hacerle el juego a la
derecha. Siento darme cuenta de la soberbia ignorancia de la historia
de quienes “aconsejan” tal. Los ejemplos en donde falacia semejante
se esfuma sola, hasta convertirse en la basura que es, son, aparte de inauditos
–inadmisibles quisiera decir-, vastos: la Guerra Civil en Iberia, Rusia en
el 17, México a partir de 1910, Bolivia el 52, etc.
Quienes propugnan
esa mentira, la de callar para que el enemigo no aproveche, son incluso
peores enemigos que la temida derecha. No hay que hacerle el juego a
la derecha, ni tampoco hacerle el juego a Evo Morales, adalid de
las imprecisiones de la historia, o a Linera, revolucionario de
opereta. Esa debe ser la norma a regir el destino de nuestras
vidas… y el de nuestras letras.
Hay en Bolivia la
falsa postura de hacer creer que cambio significa aceptar sin remilgos
todo lo referente a lo indigenal. De pronto un lugar caracterizado
por atavismos racistas durante cada temporada de la
existencia republicana, se convierte en indigenista, defensor de
los valores culturales, morales, tradicionales, de pueblos siempre
considerados inferiores, sucios, pervertidos, indecentes, animales, y
todas las adjetivaciones que se permitan aumentar. Tengo el derecho
de la duda, y el derecho de la queja ante las actitudes simuladas de
los jerarcas de hoy, y de su grey infausta que loa hoy, como loaba a
Jesucristo hasta hace poco, a los achachilas y huacas, a la chicha y a la
imprecisamente definida “justicia comunitaria”. Los petimetres del
corso se disputan el orgullo de vocinglear por encima de otros las
ventajas del quehacer actual, la dilecta capacidad administrativa y
estadista de don Evo Morales. Esconden sus botellas de whisky,
remanentes del imperio, y se ufanan por aprender los recovecos del alcohol
popular, aunque no saben los detalles que dan color a la chicha, las
variedades de su tonalidad y sabor, los aditamentos de airampo o ramas de
molle joven. No saben lo que es la aloja y estoy seguro que sus
fecundos blancos vientres no son hechos para aguantar el trago letal que
corre entre los cosechadores de papa de Pocona. Pobrecitos.
“Hacerle el juego
a la derecha” es cursileria de politólogos provincianos. No se
producen cambios con verborrea rebelde. Observo a los marxistas
ortodoxos de entonces, afanosos de comprarse la chuspa de moda
para agradar al jefe. Supongo que hasta en sus
legajos revolucionarios el rostro judaico y serio de Carlos Marx se
transforma. Su extensa barba se afeita para dar lugar al rostro
imberbe y rudo del hombre andino. Estos, los que chaquetean al ritmo
de sirenas, los que van de un extremo a otro para congraciarse con todos,
los que roban y en el fondo siguen despreciando al indio, aunque
lucren con su imagen, ellos son los enemigos del pueblo, no quien escribe
lo que cree correcto, de frente, sin disfraz y sin participar de una
mascarada de traicionero olor.
24/03/08
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 03/2008
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