Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Quisiera por un momento alejarme del Gólgota boliviano, aspirar el aroma de los
olivos y no el de la crucifixión, hablar del gusto que me embarga por el Premio
Reina Sofía al poeta Ernesto Cardenal. Pero es difícil. El tema tiene la
recurrencia del cáncer.
Cardenal siempre
fue un magnífico poeta. Me tocó de manera especial un libro que no he visto
más: El estrecho dudoso, ingreso mítico, brumoso, al pasado
mesoamericano. Todavía suenan los tambores del Gran Cú, en mi memoria,
escuchados desde el campamento de Cortés en la Noche Triste. La idea de unir
los mares, Caribe y Pacífico, a través del istmo nica, como se había previsto,
tema tratado por más de un autor y con características casi surreales.
El escritor
combatiente, aislado, isleño, en isla, desde su reducto de Solentiname. Voz de
denuncia, versos de lucha. En la juventud, la nuestra, por arte de contactos
habíamos conseguido un casete con grabaciones sandinistas, donde con ritmo
tropical detallaban cómo armar y desarmar un ametrallador. Los tiros formaban
parte de la música. Esa violencia se bailaba porque era violencia
enternecedora. El 19 de julio de 1979 fue día de fiesta, cayó Managua. El hijo
del inspector de urinarios, Tachito, hijo de Tacho, Somoza, veía derrumbarse su
dinastía de oprobio y crimen. Pronto, aunque tarde para un pecado que merecía
inmediatez, Anastasio Somoza Debayle sería convertido en papilla por un
bazookazo según cuenta Jorge Massetti en El Furor y el Delirio.
Poca muerte para tremendo cabrón.
Pero la historia
da vueltas, y la soledad del poeta se hace cada vez más evidente. Igual a
muchos, vio desvirtuadas la epopeya y tragedia de su pueblo. Volvió a ser
contestatario. De acuerdo a las características que ha ido tomando la
“revolución” latinoamericana de convertirse en monarquía hereditaria, en eterna
presidencia, Nicaragua contempla hoy una suerte de somocismo reeditado. Por
todo el continente que se anegó en sangre por la libertad, los nuevos amos
pululan y con ellos sus crías: mujeres, vástagos, hermanos, allegados que por
gracia divina suponen justo heredar el poder y la opulencia. El pueblo, en la
tierra de Cardenal, habla de la “piñata sandinista”, que cree que apaleando al
país se le va a sacar hasta el jugo, mientras los ávidos padres de la patria se
engolosinan con los haberes que caen del bulto.
Cardenal está
solo. Le han quedado sus versos. Y guardamos la imagen de algo que proponía
convertirse si no en paraíso, al menos en algo bueno. También estamos solos.
Por donde se vea los buitres devoran el cadáver de sus naciones, lloriqueando
como el tonto de Correa, en Ecuador, o con rictus de novelón en Cristinita I,
reina, que prepara a su bien cebado delfín, Máximo I, por los siglos de los
siglos.
Me alegra,
Ernesto Cardenal, este premio, como me alegra tu honradez que no compraron los
otros. Quería hablar de poesía pero no puedo eludir los fuegos fatuos de
nuestra triste realidad.
21/05/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 22/05/2012
Foto: Ernesto
Cardenal con el escritor panameño Justo Arroyo, Solentiname, 1974
entre admiración, bronca y ganas de vomitar, un texto muy bien escrito Claudio, que habla de los sueños traicionados y los buitres encaramados en el poder hoy
ReplyDeleteCebadas, estas aves, muy particularmente en Cardenal en la Nicaragua somoza-orteguista.
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