Hay una hermosa zamba, "A qué volver", interpretada por Los Chalchaleros, que habla de si vale la pena retornar al hogar. A medida que los años pasan las cosas se decantan, muchas se desintegran, desaparecen. La geografía jamás es la misma, ni el agua la misma si hemos de referirnos a Heráclito. El lado positivo radicaría en la dinámica de la vida, que supuestamente va hacia adelante, aunque, a veces, y también es válido no sólo para las personas sino los gobiernos, retrocede, recula.
Una casa se
levanta con esfuerzo; mientras más pobre se es, aquella energía debe ser
igualmente mayor. La construcción
de las sociedades, que no es otra cosa que la conjunción de cada una de esas
entidades particulares, se fundamenta en la labor de hormiga de todos y cada
uno de los ignotos trabajadores.
Cuando, y es el caso de la crisis de bienes raíces en los Estados
Unidos, algunos se aprovechan -con el heads up dado por el gobierno de turno- y
lucran con precios y bonanzas ficticios, se pierde la confianza y se
resquebraja el solar donde se asientan las naciones. Cuando de propietario se pasa a desheredado, este síntoma no
representa únicamente un desequilibrio; es, por mejor decirlo, el comienzo de una grieta que tarde o temprano ha
de engullir al resto.
Saltar de la
zamba argentina a la economía suele parecer extravagante. Lo que sucede es que cualquier fenómeno,
sea la música o el mercadeo, es realizado por seres humanos. Gente que aparte de sentir el peso concreto
de las cosas en el bolsillo o en la canasta familiar, lo siente en el alma, si
es que existe este dudoso elemento. Y perder una casa es igual a perder un amor, un hijo, alguna
amistad. Las consecuencias, aún si
fueren temporales, son
dañinas y cuestionan la existencia misma de la comunidad, de la pareja, de la
solidaridad, la bonhomía. Quien lo
hace, dudosamente se enfrascará en otra empresa similar. Mejor vivir en "tiempo de guerra",
con un catre de campaña, una mesa, una silla, botella de agua y pan.
Construir es
llenarse de cosas innecesarias. Cuando el edificio se ha caído, lo que uno fue acumulando a través de
los años pesa como carga. El tan
mentado "hogar, dulce hogar" se convierte en ridiculeza de púlpito, porque
detrás de él hay una sarta de convenciones religiosas y sociales que nos
obligan a una gregariedad que estaba bien para el hombre primitivo, y que es
obsoleta para el individuo. Retornar al hogar ya ni interesa.
El músico que
escribiera "¿A qué volver?" soñaba todavía con el pueblito de Tilcara,
en la quebrada colorida del Jujuy. Tilcara, que es quechua, significa "estrella fugaz". Y este texto de fugacidad trata. De nada más.
25/02/08
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