Es en la sátira
política donde se deben buscar los entretelones de la historia de un país. No
en los decretos ni la retórica.
Navegando, sin
bote, sin remos, sin mar siquiera en este enclaustramiento montañés de
Colorado, encuentro una caricatura de alguien que se llama a sí mismo -bien
escogido el nombre-, “belicoso”. Muestra a tres miembros del gobierno
plurinacional en una terraza desde donde contemplan un incendio alrededor. Uno,
el de la lira, referencia cabal ya que el presidente fue en el tiempo en que no
era amo, músico, ejecuta acordes que no oímos, donde seguro canta a la belleza
de creerse dueño del mundo, tan dueño que, y de ahí la referencia neroniana,
goza de su capacidad de quemar su propiedad cuando le place. La Paz no es Roma,
ni la colina palatina el cerro Laikakota, que no existe porque los fascistas de
derecha (para diferenciarlos de los de izquierda) lo hicieron tabla rasa con
ánimo de evitar un estratégico lugar desde donde el pueblo se defendiera (1971),
pero el fuego es siempre el mismo, aquí y acullá. Y los emperadores también.
Los otros
personajes de Belicoso son un alienígena, a no dudarlo el ministro del
Interior, de pie y atento, observando más lejos que nadie, como Linceo de los
Argonautas en busca del vellocino de oro (con la diferencia de que estos nautas
locales ya lo encontraron), y un tercero ¿tercera?, que aparenta ser la
presidenta de senadores o una geisha andrógina de actitud pasiva, aunque no
distraida, detrás del lírico y el ojoso. Pero no sé, no estoy seguro, porque la
he visto en fotos, en el estrado del poder, con la jeta levantada hacia el
cielo, mas parecida a las lobas de Machecoul que a dulcísima japonesita.
Que el país se incendia,
basta verlo. Milagro que no queden ya solo cenizas del entretenido desmadre. El
bardo en cuestión avienta coplas que rezan: ¡Fría, tienes el alma tan fría!,
dedicándolas -pienso- al gentío que lo elevó del anonimato. Pero, sutil
satirista, en realidad se las dice a sí mismo. Tal vez, ya que es Dios redivivo
(eso implicaría que alguna vez Dios ha muerto), considera que sus límites
sobrepasan los de cualquier humano, y que la milluda que le concedieron los
narcoamautas lo blinda para la eternidad. De deseos vanos similares están llenos
los nichos, en el modesto cementerio cochabambino y en la Chacarita. Vamos, a
qué jugar, que la vida nos viene y se nos va a todos, y que el de polvo eres al
polvo has de volver implica más que una metáfora. Si no, hasta da pena decirlo,
y eso que mucha pena no le tengo, miren al imperator de Caracas constreñido a
una silla de ruedas, con pañales de infante ¿Dónde quedaron las charreteras y
la gloria? Que alguien me responda.
Observo, sin
embargo, que Evo Morales no llora mientras tañe el arpa. De Nerón sabemos que
sí. Pero, bueno, Nerón viene de la dramática Italia, y Evo de la adusta pampa
donde no hay lágrimas, donde cualquier agua se seca de inmediato o se convierte
en hielo. Y comprendo al fin a Belicoso, en sus líneas que hablan de
frialdad/crueldad y en la ausencia de lagrimones: que estamos en manos de un
individuo que no apuesta un carajo por el futuro, por el nuestro, y para quien
las edificaciones y los hombres resultan lo mismo, leños a los que se quema sin
distinción. Las letras de un huayño se elevan desde el incendio, desde los que
sufren, los del fondo. Arriba, en los olimpos de los dioses, vive y suena, con
estereo, el carnavalito.
06/05/12
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 08/05/2012
Imagen: Cocalero con corona de hojas de coca/Foto Reuters
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