Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Se preocupa Atahualpa Yupanqui que en un futuro los niños argentinos no conozcan más la Zamba de Vargas. Parece cuestión trivial. ¿Qué importancia puede tener que los jóvenes no sepan una canción? Aparte de ser la música esencia del patrimonio cultural, esta zamba tiene un vital trasfondo histórico. Trata de la formación misma de la nacionalidad argentina en los duros períodos de la prolongada guerra civil, antes y después de Rosas.
En 1867 el caudillo Felipe Varela, de quien se rumora que en el exilio en Bolivia entretenía al tirano Melgarejo con esplendorosos churrascos, asolaba el norte con lanzas riojanas. Al mando de las fuerzas de Santiago del Estero, tierra de los Espeche, antepasados de mi madre, lo esperaba otro caudillo, Antonio Taboada, con menores fuerzas que su oponente. Este Taboada había servido con Lavalle en la campaña de Entre Ríos y cayó prisionero de los federales en Quebracho Herrado. Luego fugó a Chile y de retorno en su región mantuvo un perfil bajo hasta el fin del Restaurador. Más tarde tuvo algunos éxitos militares y en 1856 guió a la expedición norteamericana de Thomas J. Page a través del Chaco y en la exploración del río Salado.
Taboada aguardó a Varela en Pozo de Vargas, en la actual La Rioja. La zamba dice "forman los riojanos en Pozo de Vargas, los manda Varela, firme en batalla. Contra los santiagueños con gran denuedo van a pelear...". La letra es por supuesto posterior al hecho. La famosa zamba carecía entonces de palabras y no se nombraba "de Vargas". Taboada vio su ejército perdido y apeló al postrer y amado recurso de la tradición: pidió a los músicos la ancestral zamba. En medio de la muerte se alzaron las notas de ayes antiguos. La música logró el conjuro de trastrocar el destino y Santiago eludió la derrota. Pensar la escena, los interpretantes sudorosos, piafar caballuno, ruido de metales que chocan y destellan, forma parte de un posible imaginario criollo borgiano (a él que tanto le gustaban estos entreveros de macho), o de las mejores páginas de Manuel Gálvez, tan inmerso en aquel sanguinario siglo argentino.
Tiene razón en preocuparse Yupanqui, ahora que envejece Falú, que mueren él y Cafrune, que los ajados Fronterizos terminan tocando en bares de Washington D.C., sin la amplitud de masas que los idolatró, en que la esposa del compositor de La Nochera ahonda sus días en una villa de Virginia, lejos del vino y el quebracho, donde las guitarras no son nocheras sino objetos de canto, alcanzando apenas nostálgicas conversaciones con la hija del poeta Jorge Suárez.
Los eruditos aseveran que del Perú, por Bolivia, entró al norte argentino la zamacueca, la zambacueca, la zamba-africana, bantú, negra zamba según algunos... zambra marroquí para Lugones-. Hubo un tren que de Bolivia partía al sur, por Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago, cortando el ritmo de la zamba con su traqueteo. En el tren iba mi padre que aún se estremece con Paisaje de Catamarca. De vuelta vino mi madre y con ella las zambas que nos cantaba para dormir.
27/1/04
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2004
Imagen: Vista de Catamarca
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