Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Se sabe, en la mitología popular boliviana, de la existencia de extrañas
figuras que pueblan la noche. En los tejidos indios de la región de Jalq'a,
Sucre, como en la de Potolo, los aksus y otras vestiduras presentan criaturas
estrafalarias, sin parangón en el mundo real, en posiciones diversas, negras
sobre fondo rojo o viceversa, que bien pueden representar los chullpas, seres
anteriores al alba del planeta, al nacimiento del sol sobre la tierra,
habitantes de perpetua oscuridad. No es ajeno al humano de cualquier cultura el
miedo a lo desconocido y la invención de universos paralelos nacidos del temor.
Tampoco que a partir de experiencias reales, dadas ciertas condiciones, se transforme lo concreto en fantástico o se deforme de tal manera lo real que adquiera identidad propia y se desarrolle fuera del germen que lo produjo. Quizá así crece la leyenda del k'arisiri o la sombra que extrae grasa del cuerpo de indefensos caminantes, de los que en soledad trashuman la planicie. Si nos apoyamos en las crónicas de los conquistadores, por ejemplo en la conquista de la Florida por Hernando de Soto, veremos que no resultaba extraordinario usar la grasa de los vencidos para prácticas curativas, lumbre o más. Se asocia el espectro con la imagen de un monje. En la Colonia quien podía ejercer su dominio y poder sobre otros era el español o criollo, de espada o sotana, para quien el indio significaba una herramienta de trabajo, animal de carga y, por qué no, en última instancia, proveedor de elementos de su humanidad para satisfacer las necesidades del invasor. El mito se engendra en el dolor, en la impotencia, en el horror.
La Salamanca es un aquelarre del norte argentino. O varios. Hay salamancas por todo lado. Dicen haberse encontrado en el Tafí de Tucumán, en los valles calchaquíes. Fiesta del macho cabrío, a quien se debe besar los cuartos traseros para ingresar; se alumbra con candiles de grasa humana, detalle que nos remonta a Bolivia y sus k'arisiris, palabra que en lengua aymara significa mentiroso (dando lugar a conjeturas de dónde se halla el borde que separa lo irreal de lo tangible).
K'arisiris y Salamancas se emparentan en el mal. Sin embargo, la música norteña argentina, con el pretexto quizá de que el arte es por lo general expresión de rebeldía y cambio, ha dado a sus Salamancas cierta dosis de poética. Un baile de brujas, animales, condenados y demonios es suelo fértil para el cantor. Alrededor del diablo se agitan mujeres y alcohol, alegría en oposición a la adustez cristiana, juerga contra el aburrimiento. Cuando Atahualpa Yupanqui quiere perderse en el monte buscando la Salamanca, implica que debe alejarse de la sobria estupidez cotidiana, de las embusteras prédicas de curas y monjas, de sufrientes sangrantes ídolos para vivir al fin. Al ingresar en la guarida del mal éste se desmitifica. No en Bolivia donde la solitud india o es inmune o carece de las veleidades occidentales de búsqueda.
16/12/03
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2003
Imagen: Una representación de la Salamanca
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