Monday, November 28, 2011

Madre Rusia/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La Biblioteca Pública de Nueva York inaugura una exhibición acerca de Rusia y su relación con el mundo entre 1453 y 1825. 1453 señala en la historia una variante decisiva: la conquista de Constantinopla por los turcos. Turquía había siempre sido motivo de guerra y disputa, pero en ese año avanzaba un extremo de su poder hacia Europa; sobre Rusia recaería el papel que alguna vez fuera de Bizancio. La otra fecha, ya muerto Alejandro I, marca la rebelión decembrista (por diciembre) de oficiales zaristas que buscaban una monarquía constitucional y la abolición de la servidumbre. Se los ejecutó. Quiero recordar, sin precisión, en alguna penumbrosa imagen moscovita, a los todavía adolescentes Herzen y Ogarev juramentándose por la liberación de la patria debajo de los oscilantes ahorcados.

Rusia ha sido, lo es, un país complicado, una amalgama de culturas y naciones subyugadas por un poder central. Se adhirió a la iglesia ortodoxa porque veía en ella ventajas inmediatas. Dicen que incluso se consideró tomar el Islam como religión oficial, pero que el gran príncipe Vladimir rehusó porque los mahometanos no bebían alcohol y no se podía prohibir a nadie, menos al pueblo ruso, el placer de las bebidas fuertes.

Iván el Terrible sugirió matrimoniarse con Isabel de Inglaterra, la reina virgen. Nada hubiese sido más extraño que la unión entre el tempestuoso Iván, filicida y demonial, con el esperpento blanco de la isla cuyo único favor era inteligencia plagada de mal.

Eisenstein, judío, pero el director ruso por excelencia, plasmó inolvidables imágenes de Rusia. El acorazado Potiomkin, Octubre, retratan los días revolucionarios, pero recurrió, en momentos en que la madre, madrecita, se veía amenazada, a la historia anciana para afirmar la persistencia nacional. De allí las películas Aleksandr Nevski e Iván el Terrible. Comenta el periodista Richard Lourie, que cubre la exhibición, que Eisenstein filmó las escenas de Aleksandr Nevski, de la batalla en el hielo, basado en el texto de Milton sobre el paraíso perdido. Caballeros teutones hundiéndose con pesadas armaduras en el lago congelado. Hielo como antítesis del fuego que utilizaban los germánicos para sacrificar a sus víctimas.

Los rusos vencieron a Napoleón. El viejo mariscal Kutuzov se encaramó sobre los hombros del pequeño corso. Pronto los cosacos del Don asolarían París. Admirados ante los monumentos de la capital levantaron, al regresar, sus propios Arc de Triomphe y Place de l'Etoile en Novocherkassk. Jinetes calmucos, chechenes y uzbekos desfilaron por los bulevares de Francia.

Aleksandr Herzen, el poeta Nikolai Ogarev y el tumultuoso Mijail Bakunin, se instalaron en Londres para desde el vientre de Europa civilizada bramar la angustia rusa.

Los tártaros abandonaron la tierra de Rusia después de trescientos años; de legado dejaron, entre tantas cosas, a Chejov.
7/10/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2003

Imagen: Símbolo de Tierra y Libertad (Zemlya i Volya)

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