Thursday, November 17, 2011

Llamada desde Tarata/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me avisan que Omar me telefoneaba ayer desde la plaza de Tarata, sin suerte. Aunque las líneas provinciales debieran ser igual a todas y la tecnología no diferencia villa de urbe, talvez me equivoque. De todos modos el hecho importante radica en el intento sólo para contar al lejano que había sol en provincia, que el jamillo cuelga como siempre del árbol de enfrente y que la calavera de Melgarejo se habrá enroscado en su celda para oír o desoír las letanías a Wojtila, papa muerto.

Ha llovido en el valle -hablo de memoria como de última información- y tanto Tarata como Arbieto reverdecen. Imaginariamente vuelco el carro para enfilar en camino contrario. Cruzar la plaza donde abundan vendedores de tostado, residentes, pero también diletantes citadinos que intentan sacar de su blanca piel un poco de oscuro que los asuma como un tercio indios, un cuarto, un décimo, un diezmo, lo que sea para congraciarse en esta época de notables cambios aparentes con la "indiada" (para unos bien y otros mal) redentora.

Pero eso es política se dice en general; mejor abocarse a presenciar el paisaje. Con el eucaliptal al flanco derecho hasta la encrucijada que nos siniestra, nos lleva hacia la izquierda -aclaro- camino de Santiváñez. Todavía en el pedregal con un alto en las ruinas, seamos honestos, del "balneario" de Cayacayani, donde también se embotellaba agua mineral y uno remojaba las nalgas -en aguas tibias- fastidiadas por el trayecto. Nada queda, como si el hálito de la bolivianidad tuviese la especial característica de destruir lo que toca, como la antigua hacienda del Convento que podría haber sido fuente de divisas en turismo y que ni sombra parece.

Conversaba acerca de una llamada perdida y me pongo a pregonar, posiblemente porque en mí, siendo lo que soy, habita otra característica nacional: la verborrea. Fértil país donde todos son poetas, todos genios, políticos, soluciones, salvadores de la patria y agoreros. Cuando lo único sólido, lo bello en extremo, lo inigualable, está en estos pueblos de casas apeñuscadas, las retamas que ojalá sigan creciendo cerca del seco río de Tarata, el jamillo y la tara, el molle y el hornero, la magia desértica del bosque de algarrobos allí por Cliza, Mizque o Arani vistos desde arriba.

Sólo por mencionar Cochabamba donde aun sin poder me muevo. Una llamada así, cortada o inexistente, tiene don de fantasía. Sigamos con el paseo hoy que es domingo de tarde.
03/04/05

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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril, 2005

Imagen: Calle de Tarata

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