Friday, November 4, 2011
Decorar la casa/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
¿Qué diferencia hay entre cerámicas Omereque y Mizque? Parecen lo mismo, similar espacio geográfico, y sin embargo dicen ésta una y ésta otra. La figuración del color y el algo anárquico diseño, no muy simétrico, hablan de culturas agrarias sin exceso de sofisticación, pero ávidas de vida según denuncia su mayor trabajo del barro. Al lado de estas vasijas, dos (una decorada con sapos en los bordes y la siguiente "con carita", significando con rostro humano, sin llegar a ser un huaco-retrato), otra, de estilo tiawanacota, de colores intensos y cierta simetría, kero, tal vez ceremonial o casero. Eso en antigua cerámica andina sobre la repisa de casa que intenta lograr multiplicidad étnica, internacionalismo que acerque lo distante y lo distinto al alcance de las manos. Un sapo oaxaqueño, por ejemplo, en madera, pintado de azul con una flor roja creciendo sobre el lomo donde hay pintas y un decorado vegetal verde de -supongo- hojas descansa encima del computador, justo arriba de una cerveza belga, Judas, que mis hermanas trajeran de Bruselas para homenajear mi carácter.
Observo algunas fotos de la villa italiana del escritor Gore Vidal. Su estudio, con libros por supuesto, máquina de escribir anticuada, espejos de marco dorado, globo terráqueo en madera, lleno que no completo, con los detalles que un autor como él puede haber recolectado en sus largos años. Cada objeto tendrá un recuerdo; Gore Vidal, a quien conocí joven en los Diarios de Anaïs Nin, parece tener el delirio que también me aqueja de intentar resumir en "su" espacio la extensión del orbe. La sala del pétreo hogar que codicia el próximo mar de Amalfi, cuenta con un gran mosaico de pared, del tiempo de Adriano, con un ser que presume un hipocampo; cerca un león asirio ¿hitita?, más un guepardo de metal que mira hacia afuera.
Mi esposa Ligia ha puesto en el piso de abajo, hermanados, una urna funeraria china, de la dinastía Qing -manchú-, que nos llegó en inmensa caja desde Shanghai rodeada de pelotitas de plastoformo, con restos aún de polvo de muertos, quién sabe quién, quién sabe cuándo; una bota escandinava de madera tallada, un avestruz construido en fierro y fruta de coco, regalo de mi hija Alicia, un busto etíope, un alce canadiense y un encantador de serpientes zuñi.
Difícil combinar tan diverso material. Se ha clavado un cinturón Potolo en un breve espacio, casi pegado a siete máscaras guaraníes del Chaco boliviano, en tallado vegetal liviano, que retratan animales del desierto: zorros, águilas, quizá una onza y pájaros que no estoy seguro si tucanes hay allí.
Subiendo la escalera, pinturas serias de mis hijas, mientras en el costado llaves coloniales, de Tarata, Anzaldo, Tiraque y Arani, parecen encadenar el presente al pasado.
Apenas se abre la puerta de calle se muestra enfrente un batik indonesio, en carbón sobre papel encerado, de bailarinas balinesas y en el mueble que lo soporta una estatuilla negra en apariencia también bailarina si no supiera que viene de India y que creo ser Shiva, dios-diosa de la complicada mitología hindú.
Finalmente, porque el espacio del papel no debe exceder al mundo, una serie de tres elefantes asiáticos, de sin duda orígenes separados, uno pequeño y café, el dos, negro mitad madera mitad hierro, y tercero y lujoso, uno con armadura detallada en hueso que posible es marfil con incrustaciones doradas y filigranas.
Viendo la casa de Gore Vidal, reparé en los detalles de la mía y, aunque no así de cara, así de rica...
26/08/04
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 29/08/2004
Publicado en FONDO NEGRO (La Paz), 05/09/2004
Imagen; Shiva
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