Monday, November 14, 2011
La Troya de Homero y la de Hollywood/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles (...) Así comienza el poeta ciego, Homero, su Ilíada, crónica de la expedición griega a la amurallada Ilión. Aquiles, en el último año de los diez de guerra, decide dejar de pelear, iracundo porque Agamenón, rey de Micenas y patrón de las fuerzas aqueas, le roba la esclava Briseida, la misma que Aquiles tomara en Lirneso durante el saqueo de la Tebas helénica y no como presenta "Troy", el filme de Wolfgang Petersen, en un templo dárdano durante los primeros días de la invasión de rescate de Helena, esposa del rubio Menelao, rey de Esparta, hermano de Agamenón e hijo de Atreo, secuestrada por Paris Priámida, príncipe de Troya.
El énfasis en mencionar los ancestros viene de Homero y el valor de la genealogía en la mitología griega. Cada alusión familiar o lugar de origen se extiende hasta tejer un entramado de parentescos e historia común que enlazan este mundo antiguo y reducido.
El poema homérico no tiene par por su doble belleza lírica y épica. Calcarlo en una cinta cinematográfica sería labor casi imposible. Petersen y los productores sin duda quisieron hacer una obra accesible a la multitud, ajena y desinteresada por las fuentes iniciales que no sólo incluyen a Homero sino a Virgilio, Esquilo, Sófocles, Eurípides... Para un amorfo mundo actual la secuela de nombres y detalles que parece ilimitada en la Ilíada, y que es parte esencial del contexto, debe resultar aburrida. Por ello los cineastas crearon un relato de amor, el de Aquiles y Briseida. Cierto que Briseida es causa del furor que mantiene a Aquiles inactivo en las "cóncavas naves", ira que transforma el devenir del conflicto. Idealmente, aunque Homero no lo diga, aquella poco mencionada (en el libro) esclava suplanta en importancia a Helena, porque de la espada de Aquiles, rey de los mirmidones, depende el triunfo, según ya lo han dispuesto los dioses que a pesar del destino programado actúan como humanos e intervienen con emociones en el campo de batalla.
A momentos la película toma fielmente extractos del drama griego para después reformarlos y destruirlos. El combate singular de Alejandro (Paris) y Menelao, que supuestamente decidiría la guerra, existe en Homero pero el guión hace que termine con la muerte del rey espartano a manos de Héctor "matador de hombres", desvirtuando la cronología original. También el mismo Héctor, "de tremolante casco", atraviesa con su espada a Ayax Telamonio, el segundo más esforzado de los argivos después de Aquiles, obviando la memoria de aquel tiempo mítico retratado en vasijas rojinegras que muestran al gigante Ayax cometiendo suicidio por haber perdido en un juego de dados contra Ulises la armadura de Aquiles.
Luego, en otra afrenta -no histórica porque no se puede reclamar validez tal al poema homérico-, Agamenón es muerto por Briseida, dentro de los muros de Ilión, como si ello no implicara arrollar la belleza de las letras de Esquilo en la tragedia de Agamenón y Clitemnestra. Hay más detalles que argumentar: la muerte de Aquiles, la fugaz aparición de un joven Eneas condicionado por Paris y una espada imaginaria a preservar la memoria de Troya, como dando espacio a otra producción millonaria que comience con la fuga del guerrero teucro y de su padre Anquises hacia otra mítica región: Roma
Hay que conceder, y para eso me remito a Marguerite Yourcenar en su inigualable "Memoria de Adriano", que un artista puede crear e inventar dentro de un contexto real o seudo histórico. Pero en Yourcenar hay explicación de la importancia del por qué. En "Troy", de Wolfgang Petersen, parece existir sólo ánimo de vender un drama más a un público ignorante.
Alejandro el Grande cuando pisa tierra de Asia reclama ser la reencarnación de Aquiles. Paradójicamente lleva el nombre de su matador: Alejandro (Paris). El macedonio encenderá, como los aqueos de entonces, la guerra total. En defensa de Troya, muy menor en número de combatientes que los dánaos, acudirían tracios de la hoy Bulgaria, lidios y frigios de Anatolia, paflagones e incluso pelasgos. Homero propone un universo de etnias y geografías, de mitos y dioses.
Como espectador rescato algunas escenas de "Troy"; contemplo "en carne y hueso" los guerreros de mi infancia. Como lector del quizá más hermoso libro me enoja que se prive con esta fatídica sintetización la posibilidad de ingresar a la poética de Homero como lo hiciera yo, en 1969, cuando mis jóvenes padres me presentaron de regalo de cumpleaños la octava edición (Austral) de la Ilíada, texto irremplazable.
17/01/05
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2005
Imagen: Escena de Troy
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