Tuesday, June 30, 2015

El acullico del Papa/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pésima noticia. El señor Bergoglio debiera quedarse callado al respecto, porque aunque a él le gusta jugar a ser el adalid de los pobres, masticar coca en su llegada a Bolivia muestra lo contrario. El juego se lo hará a jerarcas, a oscuras fuerzas bastante visibles en la tierra de la coca. Por supuesto, aparte de un sopor en las encías no sentirá nada. Tendrá que declarar que la hoja no es droga, y quizá acceder a declararla sagrada. Morales, que despotrica contra reyes pero se agacha con gran servilismo ante ellos, habrá obtenido otra victoria gracias al emperador espiritual de los cristianos, una que el país no necesita cuando cocaleros y oportunistas quieren lanzarse como bestias contra parques protegidos y tierras indias, por el progreso según…

Habría que proponer al Vaticano que ya que el pontífice ha pedido acullicar, también le dieran un pitillo de pasta base y algo de clorhidrato de cocaína, porque el objetivo expreso de la expansión de la coca es el narcotráfico y no puede un advenedizo de sus características desmentirlo con una tonta movida política. Supongo que los servicios secretos del papado, ilustrados con siglos de práctica, habrán informado a Francisco que “el presidente indio” no existe, que el individuo en el trono, así tenga otro color de piel y cabello de cepillo, no representa a los desposeídos sino a una burocracia corrupta de “deregentes” y cosas mucho peores. Que juega a originario cuando es un cúmulo de ambiciones que emulan más a los financistas de la Bolsa que al campesino todavía olvidado de Bolivia, aquel cuya pobreza le impide participar en la repartija del crimen o que debe someterse como pongo en la reedición de esta monarquía 
asiática o africana que nos toca vivir.

Debiera pedir, ya que va a hacerlo, masticar coca chapareña. Tal vez amargándose la boca piense que las delicias sagradas de esta cosa no deben ser tales si su sabor es insufrible. Digresiones que no impedirán que los poderosos hagan lo que les dé la gana y obtengan beneficio, que a por ello van.

Recuerdo una magnífica película uruguaya, “El baño del Papa” (César Charlone & Enrique Fernández, 2007). Melo, ciudad fronteriza con Brasil, se prepara para recibir la visita de Juan Pablo II. Se dice que asomarán cincuenta mil visitantes, multitud que tendrá que gastar, comer y cagar. Un bagayero, contrabandista local, tiene la idea de construir un baño público para la ocasión y cobrar por su uso; con tal objeto se mete en gastos y problemas que son el argumento del filme. Al final nada resulta: el papa cruza Melo y la multitud se desvanece. Los vecinos se quedan con empanadas, choripanes, papel higiénico, barridos por el polvo. Nuestro personaje, con una desazón que lo hace dudar de su espíritu cristiano. La visita del fraile polaco queda como mala anécdota, una tromba que en lugar de producir ha deshecho.

No arguyo que suceda lo mismo ahora en Bolivia. Otras las características. Lo que será igual es que al ciudadano de a pie, el que vive de esperanzas y carece de poder, le daría lo mismo que el argentino pase o no pase por allí. Quienes lucran con eventos semejantes viven arriba y los besos que el prelado mande solo se guardarán como anécdotas.

Nada mejor para “el presidente Evo”, como lo llama embelesado el segundo del escalafón, que tamaña presencia en su terreno. Su quid está en mostrarse en cualquier lugar que lo promocione. Si la FIFA cae en conflicto, ahí está con su sapiencia futbolera, su habilidad con la rodilla en condiciones de ventaja. Habrá que admitir que tienen razón los nuevos sociólogos cuando comparan todo con el fútbol. Esta visita del de pronto acullicador Bergoglio suena a goleada. Pero detrás, ya que estamos en el oficio, Bolivia arrastra un bolsón con diez goles que les metieron sus peores enemigos en la última Copa América. Lo que se ve es, no es, o tal vez sea, o no. Al vozarrón de las tribunas se lo lleva el viento. En Melo, los choripanes terminaron en las fauces de perros vagabundos. Veremos entonces.
29/06/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/06/2015

Imagen: Francisco de Goya/Están calientes (detalle)

Tuesday, June 23, 2015

Literatura.../MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pasa el domingo como velo de novia, como mortaja. Algo se desintegra dentro mío, algo que se va a pedazos, igual a mis intensas lecturas, entrecortadas, sanguinolientas y salpicadas. Barcazas de Zeeland aguardan para intervenir en el desenlace de su enfrentamiento con la Armada Invencible, los mástiles inmensos del duque de Medina Sidonia, el emboscamiento del otro duque, el de Parma, para doblegar a Inglaterra y a su fea reina virgen, y a Holanda, ese trozo de mar, de tierra anegada, tozuda como mujer, dura de acero.

El cuerpo se rompe. Pensé que era roca y terminó como cristal barato, de esos que al quebrarse no producen tintineo de campanas, solo ruido. Las culebrinas estallan, penetran los dormitorios de los capitanes. El agua se tiñe de negro, la sangre mezclada con pólvora, azúcar, melaza y ron se torna oscura. El vino tiene color de muerte.

Leo, no queda otra. Cuando llueve dejo los pies remojando mientras artefactos de verbo se adentran en Nebraska, en líneas de Willa Cather, con polvo, simunes de arena, viejas películas de Hollywood, Oklahoma y la diáspora de los pobres. También en Dunquerque, en un filme de Cédric Klapisch que narra la compra y venta de la vida, que es la de la muerte, en las frías, inmunes y presumidas oficinas de las finanzas internacionales, las que adora el apu mallku, Evo Morales, lacayo y puta del gran capital.

A tientas recurro al celular que es la linterna de estos tiempos y tropiezo con una lámpara que enciendo luego. Veinticinco años que no duermo y no he tenido el aura romántica de convertirme en vampiro. Negras capas, caninos fieros, mujeres que mueren como si se durmieran, no encontré en veintiseis largos años de trabajo. Ni fantasmas, ni dios ni nada. La noche siempre fue, apenas alterada por insignificantes sombras y hechos de los humanos, nada especial, nada importante, menos vampiros que poblaban las páginas pero cuyo vuelo se había perdido entre las sombras, o no estuvo.

Mi esposa me muestra un artículo en Facebook sobre la inmundicia plurinacional de Bolivia. Un par de amos, ineptos y descalificados, juegan con un pueblo niño, por decirlo suave, con una masa desesperada, alcohólica y febril en su supervivencia. No son la aspirina sino el veneno que los extinguirá… a los que creen o tienen imperio de creer. Pasan esas imágenes como flashback; ya lo he visto y degustado; amargo el sabor. Black is the color of my true love’s hair…

Comienza el lunes. Las horas se devoraron a izquierda y derecha, de espalda y de ombligo, abrigando al homúnculo que acecha en el vientre y espera su tiempo para salir. Hace calor. El termómetro del ordenador (¡!) marca 80 grados Fahrenheit. No hay brisa, estamos atrapados entre los sargazos del mar no visto, en la pasarela de naves que no tomamos, en la antesala de un vuelo a Marte que hubiésemos querido y que acabó imposible. Las voces cercanas hablan de St. Croix, de Cochabamba, de Oslo. Otras un poco lejos anotan Millumarka, Managua mientras las milanesas se cocinan a fuego rápido y se quema la miga. Perejil italiano, perejil chino, perejil mexicano; estamos llenos de opciones, todas equivocadas, todas sabrosas. La vida como carne cruda a la que le arrojan especias y tintes. Se hace asado en olla, mankakanka, ravioles al pesto y pierde para siempre la exactitud de su rostro, tanto que hasta la desconocemos y solo la percibimos cuando se va.

Por cada libro que leo consigo cinco. Es lucha desigual e interminable. Parecida a la absurda de los montoneros en la Córdoba del 75, con carteles colgando de las ventanas con una simple operación aritmética dibujada: 5 X 1. Me matas uno, te mato cinco. Esa lógica.

Texto confuso. Ni me lo digan que tampoco entiendo.
22/06/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 23/06/2015

Imagen: Wilfredo Lam/Satán, 1942

Wednesday, June 17, 2015

Un paseo por La Pampa/MIRANDO DE ARRIBA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Veinte años atrás, en la esquina de las calles Lanza y Punata, había un inmenso basural donde se reunían decenas de perros vagabundos para comer. Se los veía a la luz de las candelas de las vendedoras de alcohol, a escasos metros de los gruñidos y constantes peleas de estos animales. Allí comenzaba La Pampa, la parte del mercado dedicada al comercio de papas y frutas del trópico. En sus pasadizos techados dormían, ya terminado el día, toda suerte de marginales, acostados en largas líneas de frazadas o phullus compartidos. Bajaban las carboneras del primer repliegue cerril; los ladrones volvían de sus incursiones con radios, ropas, algunos muebles. Los policías golpeaban a indefensos alcohólicos con brutalidad ante la impavidez de los sonámbulos.

Al amanecer el ruido de los camiones cargados de naranjas del Chapare anunciaba otra jornada de desesperanza. Hoy se sigue vendiendo papa en cantidad, variedades ajenas como la holandesa, usuales como la runa o imilla, extrañas pero originarias como la phureqa, de carne amailla y algo alargada en forma de oca. Siguen llegando limas, pomelos y naranjas; se ha adjuntado una sección de plátanos apenas saliendo del Thanta Qhatu donde todavía se trafican productos robados, sin ya conseguirse los libros antiguos que se podía en el pasado. 


Hay en las callejas sucias diversidad de universos, líneas de casetas con carpinteros, hojalateros, vendedores de loros y cardenales; una multicolor sección de especias; carnes: de conejo, res, pollo, vísceras, sábalos y puercos. La tecnología trajo tiendas de sagaz piratería andina, películas de Almodóvar y Paolo Agazzi, de dudosa procedencia y peor calidad. En conjunto, una inmensa biblioteca de música popular, rescates inverosímiles de la antigua tradición cochabambina junto a la compleja música de Frank Zappa.


Parece a la distancia un aquelarre indio pero ya en su interior tiene la magia, y quizá también el olor, del Oriente. Así sería Shiraz cuando la visitó Pierre Loti, o Herat en tiempos de Marco Polo.


El mercado de La Pampa es un viejo e insondable conocido. Me sugiere Daniel Abud que sus características guardan más peligro que Brooklyn. Miro las paredes cursileras del Alojamiento Argentino y creo en las voces que afirman que dentro hay un caldero de cuchillos y droga adulterada. Abajo se vende fresca alfalfa. Cochabamba continúa con su ambiguo sopor de siempre.


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Publicado en Opinión (Cochabamba), 09/08/2005

Tuesday, June 16, 2015

Confucio vence a Mao/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo en un New Yorker de hace un año (Evan Osnos/Confucius Comes Home) cómo luego de haber sufrido los embates de la Revolución Cultural, que no solo descabezó una intelligentsia pasiva sino literalmente decapitó obras de arte de cientos y miles de años, destruyó edificaciones y quemó manuscritos, Confucio renace para edificarse, guiado por el Partido, en la fortaleza moral de la nueva China. La palabra clave es armonía. La elite comunista recurre al filósofo para dar un toque clásico y tradicional a un gobierno que antes que revolucionario es práctico, y antes que igualitario, vertical. Confucio, enemigo igual que todo pretérito para el fanatismo de estudiantes rojos azuzados por burócratas, implica la mejor opción por su ética de obediencia, que no eludía sin embargo la crítica y tratar de enmendar los caminos errados de los gobernantes mediante el consejo.

En un momento en que el capitalismo desaforado de los llamados revolucionarios, que hace que sean los Estados Unidos y no China en realidad una república de trabajadores (por beneficios sociales, derecho a huelga, a asociación, libertad de palabra y de acción de acuerdo a los límites del derecho colectivo), Confucio se presta a cubrir de neblina la fatídica y falsa retórica de Partido. La lucha de clases es ya obsoleta, solo queda en su lugar la eterna explotación de unos sobre otros, la ambición de poder, la inamovilidad, el enriquecimiento ilícito, la formación de nuevas oligarquías y de familias dinásticas. El sueño chino pasa por dotar de Ferraris a los hijos de la Nomenklatura y etcéteras; una más de las consabidas imágenes del marxismo trasnochado que no ha erigido paraísos sociales sino fortunas personales, abismales diferencias de clase. No extraña que de la épica angoleña, incluso con su fuerza cubana de apoyo, y los hermosos versos de Agostinho Neto, lo único que sobrevivió fuesen diamantes y la hija del “camarada” Dos Santos (que sucedió al poeta Neto), como la mujer más rica de Africa. Como para creer que incluso que el demencial y delincuente Jonas Savimbi tenía razón…

Hay algo esperanzador en la reaparición del filósofo chino en imágenes reemplazando las del adusto Mao, que también escribió poemas, sangrantes, con millones de muertos abonándolos. Esperanza de que la lujuria que se ha apoderado del escaso comité que vela por la salud pública de incontables chinos llegue en su momento a desbalancearse con una retórica dictatorial. Por ahora se mantiene firme y, parece mentira, ejemplificador para los capitalistas de occidente que ven en su contraparte asiática la manera de lucrar sin preocuparse de protestas sociales o del bienestar de los trabajadores. “Trabajar como chino”, con bajo salario, de sol a sol, castigado por el mínimo detalle, expulsado, torturado, muerto, aislado o asilado, pesa como nunca en esa sociedad de flamantes mandarines, quizá peores que los de atrás.

Es algo usual, esto de recurrir a tablas de salvación en los desvanes de la historia. Lo utiliza el mismo jesuita Francisco, hoy Papa, para resarcir a la Iglesia por las grandes pérdidas en su hastiada grey: por corrupción, abuso, pederastia.., asociando su imagen a la del pobre de Asís. Lo hizo Stalin cuando descartó la prédica internacionalista y resucitó a Kutuzov (se enfrentó en Borodino a Napoleón) para darle aire nacional a la lucha por sobrevivir. La URSS volvió a ser Rusia y reavivó a su grandes muertos: los príncipes Bagration y Suvorov…

Confucio como apertura a un mundo global y dinámico que en teoría discrepa con la conducta tiránica. Hoy para darle al comunismo un matiz de tradición antigua, acomodándolo en el seno de lo que quiso destruir, amamantándose de sus víctimas. Un paso en un campo incierto. ¿Podrá China alivianarse de peso semejante, soñar con un futuro no digitado? Tal vez. Confucio sobrevivió dos mil años, que dudo alcance el presidente Mao…
15/06/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 16/06/2015

Imagen: Sheng Qi/Mao Fuck You, 2006

Tuesday, June 9, 2015

Marraquetas.../MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Quizá porque era domingo y se alternaban sol y lluvia. O porque se cocinaba un puerco con reminiscencias de fricasé. Puede ser. Lo cierto es que pensé en la marraqueta. La había visto tanto durante mi vida, a diario, que la costumbre me hizo obviarla hasta un día en que mis hijas, en Denver, nacidas en Norteamérica de madre norteamericana, y hablando sobre sus visitas a Bolivia, recordaban las marraquetas del desayuno de la abuela. Ahí presté atención a este acorazado de masa, demasiado duro para mi gusto, pero sabroso.

Se pasaba el cremoso Roquefort encima, o la mantequilla PIL, o la mermelada de guindas que es única del país (que no hay cereza o baya  en este hemisferio que se le iguale). En Cochabamba, además, ajenos e irreverentes a la hoy condición paceña del pan, parte de su manifiesto histórico.

He visto en Chile marraquetas similares. Iquique puede como La Paz reclamarlas parte de su patrimonio cultural. Pero el sabor no coincidía, no sé si en la sal, si en el agua del Ande opuesta a las subterráneas del desierto o qué. En dudas tales comienza a formarse el mito. Si a eso se suma la infancia, los años que corren fatídicos, la pérdida precisa de la memoria en cuanto a sabor y aroma, ya está: la marraqueta se ha convertido en mítica, con características que le dan dote de chamán alimenticio. Pan de pobres, sobre todo, pero también atesorado por los ricos. Como el Carnaval, revolución social.

Recibo por email, desde esa hoyada entre infame e inolvidable, una tarjeta de réquiem por el fallecimiento de este tipo de pan. No se invita a asistir porque no se entierra lo grande e intangible. Invita a la pena, pero la tristeza tiene facetas más mundanas y dramáticas que la ilusión y nos envuelve en la marisma inmunda de la política, donde hay gobernantes disfrazados queriendo crear escuela de moda y sudorosos panaderos de espaldas brillosas y salitrosas. En medio de la brega entre ellos, la marraqueta elude su rol amistoso y tórnase en ficha de un juego macabro de poder y oro, un juego esperado y por qué no, lógico.

Cuarenta centavos, cincuenta centavos, semejan cantidades irrisorias. No en una tierra en que 80 por ciento de sus pobladores viven del trueque en un intercambio que con lucidez compara un periodista boliviano al Manchester del XIX, en el caldo natal de un sistema que se fortalece más aunque ya lo difuntearon pensadores de mucha talla y maricas locales. La marraqueta, entre tantas otras cosas, representa ese capitalismo pujante y desalmado que impera en la mal llamada patria socialista, donde reclutas pelones y mugrientos y gordos oficiales de escaso movimiento y menos batallas, no alcanzarán jamás la maestría en la confección de esta masa de harina de cualquier empresario independiente. Hay sabores con características propias, singulares, que la masificación no iguala. La pequeña empresa privada suele ser el espinazo de las naciones y, tal vez, puntal de un sistema democrático. Por eso se la ataca tanto, aunque en el caso boliviano, a diferencia del norteamericano, ella depende en parte o en mucho de las decisiones y/o subsidios estatales, lo que no la hace por completo independiente.

Un domingo, la opinión “extranjera” de los más cercanos, el desbrozar recuerdos hasta hallar rescoldos de placer, la imagen de la larga mesa, de padre y madre en cabecera, de un desayuno y una mañana, con un sol que no se repite, con dosis de nostalgia y asco por la debacle boliviana, con tangos que pasaba por radio un tanguero oriundo. Al medio, en paneros de mimbre, tortillas y marraquetas; a veces tocos y ch’amillos.

Hoy los panaderos sitian la capital, con la avidez de cóndores de Isherwood. La cercan de ausencia: la marraqueta no está. Y el terror de desaparecer lo que siempre estuvo tiene augurios de catástrofe nuclear.
08/06/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 09/06/2015

Monday, June 8, 2015

Pablo Cerezal: “Una ciudad es un desastre en cuanto comienzas a amarla”

MIJAIL MIRANDA ZAPATA

Pablo Cerezal (Madrid, 1972), español, licenciado en Derecho, dedicó los primeros años de su vida laboral a las actividades financieras. Pero el tiempo y la vena literaria lo condujeron hacia otros destinos, menos seguros, quizás, pero infinitamente necesarios e inevitables. El madrileño se convirtió en un escritor errante, un recolector de historias y verdades, navegando ciudades tan entrañables como inhabitables. Prueba de ello es el primer título de su bibliografía, Cuadernos del Hafa (Carena, 2012), una brutal radiografía de Marruecos. No hace mucho, este intrépido viajero compartía con nosotros este espacio geográfico, el de Cochabamba. Ahora mismo, por culpa de las oficinas de Migración y su burocracia, Cerezal está lejos, como exiliado. Al igual que Claudio Ferrufino-Coqueugniot, conocido nuestro, que habita el exilio por voluntad propia. Y precisamente, desde esa lejanía, es que ambos narradores cruzan sus plumas para ofrecernos Madrid-Cochabamba. Cartografía del desastre (Editorial 3600).

Escrito a cuatro manos, el libro cuenta con un excepcional prólogo del escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz, y promete guardar entre sus páginas esa prosa poética dura que caracteriza a ambos narradores. Miradas oscuras, excesos y furia, estarán esperando por nosotros en esta lectura. Al referirse a los relatos contenidos en esta obra y sus autores, el chileno Jorge Muzam, en su blog Cuadernos de la ira, dice: “Periféricos, resentidos, brutalmente sinceros, han llegado a la cúspide literaria con los pantalones indemnes, aunque con el alma adolorida, las llagas ardiendo y el pecho inflamado de tantas victorias pírricas”. 

De la relación con Cochabamba, su natal Madrid y la admiración mutua con Ferrufino-Coqueugniot, conversamos a continuación:

-Madrid-Cochabamba es un trabajo que aborda el recuerdo y sus implicaciones. Una de estas, de las fundamentales, es la distancia. Es, entonces, un libro sobre la distancia, hecho a distancia. 

Te agradezco sinceramente tan acertada apreciación. El libro, de hecho, ha crecido en la distancia. Tanto Claudio como yo estábamos lejos de nuestras respectivas ciudades natales, las que recorremos en las páginas del libro, lejos el uno del otro, y alejados de la vida vivida que ya no volverá y que da forma a este volumen. Así que la distancia ha sido caldo de cultivo. Sí, hay mucha distancia en Madrid-Cochabamba, pero no es en absoluto una obra distante. No lo es para los autores, y no va a serlo para los lectores, que encontrarán en estas páginas reflejos de sus propios recuerdos y vivencias, independientemente de cual sea su ciudad de origen.

-Más allá de la cercanía estilística, temática y vivencial que tiene con Claudio Ferrufino-Coqueugniot, ¿cómo es que nace la idea de escribir Madrid-Cochabamba a cuatro manos?

La idea nace como lo hacen el amor o los orgasmos: de manera necesaria, natural y espontánea. Todo indica que el simple hecho de que Claudio y yo nos conociésemos fue producto de la casualidad. Pero tiendo a pensar que lo fue de la causalidad. Tarde o temprano teníamos que encontrarnos. Respecto a esta obra a cuatro manos, pienso que nos gustaba tanto leernos el uno al otro, que esta era la manera más fácil de lograr hacerlo de manera habitual y sostenida. Has de comprender que recibir textos de Claudio con asiduidad es una oferta que no se puede rechazar. Degustar su prosa es lo más parecido al nirvana que puede experimentar cualquier lector occidental.

-Imagino que hubo un proceso de lectura cruzada y elección de los textos a publicarse. ¿Cuáles fueron las dificultades que atravesaron en este proceso?

Imagino que sonará a frase hecha, pero tiendo a decir siempre la verdad, así que… lo diré: el proceso no ha tenido ninguna dificultad, más allá de la de vernos obligados a poner punto final. De hecho, ya andamos pergeñando la idea de añadir nuevos textos para la edición española del libro. Hemos disfrutado mucho del proceso creativo. Se ha convertido en una especie de droga para nosotros, esta escritura a cuatro manos. Recomiendo a todo creador el proceso colaborativo. Eso del ego del autor es un concepto caduco.

-El subtítulo del libro es de un pesimismo contundente: “Cartografía del desastre”. ¿Están impregnados los relatos de ese gusto agrio y adquirido?

Una ciudad es un desastre en cuanto comienzas a amarla. Todo amor es un desastre si es verdadero. Y hemos escrito sobre ciudades que amamos y amores que sí lo son. Es natural que estas páginas destilen un cierto regusto amargo.

-“Allí donde toques la memoria, duele”, decía Yorgos Seferis, citado por Miguel Sánchez-Ostiz en el prólogo del libro. ¿Qué tan doloroso fue este ejercicio de evocación madrileña para usted?

Certifico la frase de Seferis que tan acertadamente ha dispuesto Miguel en ese prólogo que es un verdadero regalo, especialmente para el lector. Para mí ha sido doloroso habituarme a habitar, de nuevo, ciertas estancias del recuerdo, y una ciudad que ya ni es ni volverá a ser. Mi literatura (como la de Claudio) es básicamente autobiográfica, y más en el caso de Madrid-Cochabamba. Así que ese tipo de dolor me acompaña siempre durante el proceso creativo. Afortunadamente, el poder compartir este viaje con Claudio ha sido un bálsamo.

-¿Tienen planificada la presentación en Cochabamba?

Aún no puedo confirmarlo, pero es muy probable que Claudio sí haga una presentación. Me consta que va a intentarlo. Por mi parte, me encantaría poder acompañarle, pero ciertas cuestiones de perversidad y desidia burocrática de las autoridades bolivianas me impiden, de momento, reingresar al país. 

elmijakalashnikov.blogspot.com

@mijail_kbx

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Publicado en LA RAMONA (Opinión/Cochabamba), 07/06/2015

Foto: Pablo Cerezal

Thursday, June 4, 2015

Las 800 balas de Alex de la Iglesia

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Acabo de mirar 800 balas, de Alex de la Iglesia, el niño terrible del cine español. No quise perder tiempo para anotar algunas impresiones sobre este director que ha destronado a Pedro Almodóvar como el gran irreverente.

La complejidad de la película, usual en él, le quita la posibilidad de ser arte trivialmente insultativo. Exabruptos, desnudez, vicio, forman parte de un conglomerado que no intenta dejar moraleja pero que sí lleva mensaje.

Como Sade y su violento entorno, o Panizza afrentando la religión, el realizador anota, brutal y sutil al mismo tiempo, que lejos estamos de ser un mundo de solidaridad y confianza, de decencia, comunidad y civilidad.

Ante la falsedad social, producto de la cháchara de políticos y frailes, ayudados por la chabacanería y beatería de los imbéciles, el mundo de Alex de la Iglesia se nos muestra tal como es: inmundo. Queda el hombre en su condición individual, a veces, como única opción válida ante el despojo al que nos ha sometido la sociedad. Condición que, en 800 balas, se presenta como épica de rebelión, inútil según lo ha corroborado la historia siempre, pero alentadora.

Tres son los filmes del cineasta español que conozco: Perdita Durango (1997), La comunidad (2000) y 800 balas (2002); otro, que aseguran los sobrinos Omar, Diego, Armando y Daniel, es su obra maestra: El día de la Bestia (1995), no ha llegado a mis manos. Comprendo el gusto de los jóvenes por alguien como Alex de la Iglesia. A pesar de sus cuarenta años, su visión anárquica de la realidad, su desmentir las convenciones sociales,, su no adscribirse al flujo de la masa, lo emparentan con el estado de ánimo de muchachos que han entrado al siglo veintiuno sin mayor esperanza que ser engullidos por Leviatán.

Almodóvar ocupaba el "trono" rebelde del cine contemporáneo. Quizá por un cambio de sentido, senilidad, claudicación o simplemente por experimentación de estilo, se "suavizó" en Todo sobre mi madre; incluso más en Hable con ella, filme que no parecía suyo, que se había adueñado de un sentimentalismo pésimo que podría nacer de los lloriqueos mexicanos de Luis Buñuel. Allí decae Almodóvar y crece Alex de la Iglesia como genuina expresión de rebeldía, creando un cine que de acuerdo a sus palabras intenta llegar al público y excitarlo hasta el punto de participar emocionalmente de los personajes. A la manera de Scorcese, sugiere, a quien admira junto a Coppola y Lynch entre los norteamericanos.

De la Iglesia rechaza una mentada superioridad "cultural" del cine europeo en contraste con el cine "industrial" de los Estados Unidos. La gran mentira, de Cannes y Venecia, de Berlín o San Sebastián, está en la supuesta "misión" de hacer trabajar el intelecto del espectador. Todos están (los directores) -dice- por el dinero, quiéranlo o no. Ocultarlo bajo aura de intelectualidad apesta.

Esta aversión hacia lo falso le hace decir que "la familia o la comunidad, todo ese tipo de estamentos, pues son como bases de una manera de pensar que me gustaría destruir". Su película La comunidad lo ejemplifica, cuando un vecindario que habita un edificio se destroza como perros y gatos por una fortuna escondida en el apartamento de uno de los inquilinos ya fallecido. Tal vez por ello Alex de la Iglesia no goza de popularidad en los Estados Unidos, un país que se desespera por formar -y demostrar- una comunidad: en el barrio, en la escuela, el supermercado, etc. sin darse cuenta de su carencia intrínseca de lo que se necesita para vivir comunalmente.

Esos mismos "comunarios" llegan a casa y se emborrachan, alistan las armas de fuego por si sobreviene algún ataque (¿?), miran televisión y sodomizan a sus hijos.

La Navidad expone estos contrasentidos; donde en apariencia hay calma y bondad, la gente no deja de golpearse en las calles y se compran cuchillos para matar. Una guerra total que descubre el director vasco no con ánimo de alistar las multitudes en lucha sin cuartel pero para lidiar con la verdad.

Las escenas iniciales de Perdita Durango son emblemáticas. Está esta mujer mexicana, Perdita, en el aeropuerto, y se le acerca un gringo con ánimos de seducción, con la proverbial estupidez del macho que quiere encamar a la hembra utilizando los pobres recursos de su encanto. Perdita es clara: "quieres que te acompañe a Houston y te mantenga la verga bien parada por varios días?" para eso hay que ponerse (pagar)... El seductor se aleja, roto el intento, hundido el romance en su fango. Como propuesta distinta, aparece ante Perdita un soberbio Javier Bardem personalizando a un latino mixturado en la subcultura fronteriza, medio shamán, medio forajido, pleno de sexualidad, reverberante de energía, irrespetuoso de la muerte y de la vida, tirano, antropófago, criminal y también extrañamente dulce. Ese hombre-vampiro seducirá a Perdita, porque no tiene nada que inventar sobre sí, porque no puede ser diferente de como es.

800 balas diríamos que es más tenue que sus otros filmes. No en el lenguaje, sin embargo, que abunda en expresiones directas, lo que no es ajeno al cine español post-Franco y tampoco a la manera de ser de los habitantes de España. Hay cierta ternura, nostalgia embebida en decadencia. Resulta complicado resumir un argumento difícil en un artículo de periódico; se cae en el riesgo de obviar cosas, de olvidar detalles que pueden encerrar el contexto. 

Injusto sería decir: muerto Almodóvar, viva de la Iglesia, porque no sabemos lo que el astuto Pedro lleva en la manga. Variados son los ejemplos de su perspicacia, como el producir la primera película importante de Alex de la Iglesia o, hace poco (hoy está en pantalla), la nueva obra de Lucrecia Martel. Tampoco sabemos cuán lejos llegará de la Iglesia en su destrucción de ídolos de barro, de piedra y yeso también. Tiene en mente nuevas producciones y ya se estrenó su Crimen Ferpecto que en el título lo dice todo: subvertir el orden de las cosas, o las letras, y no dejar nada en pie.

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Publicado en LECTURAS (Los Tiempos/Cochabamba), 29/05/2005

Imagen: Afiche del filme

Tuesday, June 2, 2015

Cuán seria es la lucha contra el narcotráfico/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La lucha contra las drogas es una burla, le dice a Robert Kaplan una periodista de Nogales, Arizona. El suroeste de Estados Unidos y México todo dependen del tráfico para mantener sus economías. Salinas de Gortari afirmaba la caída de México si se cortaba este ingreso. Lo mismo podría decirse de Bolivia.

Ahora último se publica que se investigará a Diosdado Cabello, el todopoderoso teniente venezolano. Este, como Noriega en su momento, se excedió de los límites permitidos por el imperio global y cayó en desgracia. El narcoestado boliviano no ha llegado a ese punto; mantiene, a pesar de la retórica antinorteamericana, un perfil bajo que hace que el beneficio de las drogas fortalezca el universo capitalista sin gran alharaca, que se beneficien banqueros, multinacionales y una elite local enriquecida a gran velocidad. El pueblo recibe migajas. Para quien no tuvo nada, poco significa mucho, y ahí la esencia del triunfo del populismo, el crear un espejismo que mientras dure permita a los amos crecer y huir sin dificultad cuando se desmorone el castillo de naipes.

Para ello se inventa toda una parafernalia de sueños y necedades, de deseos históricos y de bufonadas de circo. El elegido para arrear al Estado y a sus congéneres en esta caravana es el mejor que jamás Bolivia tuyo, quien lo representa, en todas sus clases, con los atributos (más bien taras) que implica la idiosincracia nacional o plurinacional, no importa. Evo Morales y los Kjarkas son la cumbre del pensamiento andino de esta región del mundo. Aceptado y adulado por vecinos y foráneos, porque es bueno siempre conceder un aplauso al folclor y a los míseros que balbucean en el mundo de los poderosos. Nada mejor que alabarles su cacique porque con él, y así, permanecen en el ostracismo ignorante para el que se nos considera perfectos. Si a los negros se les permite jugar basquetbol y boxear, a nosotros danzar y acullicar. No somos peligro mientras nos arreen como asnos. Dale, dale, caballito…

En el caso del tráfico, los jerarcas plurinacionales han colmado sus ambiciones. Ahora aspiran a más, a eternidad. Creen estar por encima de lo que son y con ello despiertan la alerta de los amos. Cuando la vanidad desborda la realidad, cuando el asalariado, sea presidente o bioquímico, se asume como divinidad, comienzan los problemas. A partir del instante es cuestión de tiempo, porque los narcos si bien permiten veleidades, no aceptan metafísica. Esto es un negocio; quien lo entienda de otra manera tendrá que salir, con los pies por delante, o por detrás da lo mismo. Las mafias del narcotráfico, que no manejan unos pintorescos charros mexicanos, ni el Chapo ni el Señor de los cielos, se digitan desde los centros sofisticados del poder, esos que huelen a perfume de lavanda, a corbatas y trajes impecables. Los lacayos, aun ricos, eso son: sirvientes, aunque se les conceda la mofa de nombrarlos jefes de estado. Por eso tambalea Diosdado; el bocón se ha hecho innecesario.

El capitalismo está desatado como un caballo salvaje. Quienes anunciaban su fin se esconden como ratas en la alcantarilla. La tecnología le ha dado un impulso que durará cien años, y el petróleo no se acaba, ni el carbón. Lo que sí, es el aguante de la tierra, no el puterío falso indígena de la pachamama y vainas utilitarias, nombres que sostienen ideologias tan malignas y materialistas como las otras. La Tierra, en mayúscula, tiene su límite. Y para sobrevir tendrá que destruir, convertirse en páramo, alivianarse del peso de tanto cabrón de corbata y de abarca. Que así sea. Mejor un responso que lo que acontece.
01/06/15

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Publicado en El Día, 02/06/2015

Imagen: George Grosz/Ecilpse de sol, 1928