Tuesday, February 24, 2015

El PODEMOS español y la escoria latinoamericana/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escoria no en sentido figurado. Esta acepción literal de basura ocupa las sillas presidenciales de muchos países de América Latina hoy, con castas (según la definición de Pablo Iglesias) que se están convirtiendo en dinastías, y en billones de dólares, bajo la ironía de la defensa de los pobres.

Saliendo del trabajo, porque trabajo, no hago política ni me gano la vida embaucando a los demás, sintonicé Democracy Now, programa de Amy Goodman. Entrevistaban a Pablo Iglesias, líder de la agrupación PODEMOS, nueva vedette del cabildeo ibérico ya que las meretrices viejas, PP y PSOE, no se cambiaron las bragas. Su rutilante estrella no me llama la atención a no ser como muestra de la estulticia general, que herida una y mil veces por antiguo fraude, volverá a caer bajo el melifluo susurro de una banda de cagaleches ambiciosos, faena para la que estos se prepararon de visita en los anales del latrocinio mayor de la América Latina bajo cualquier sigla, ese que inauguró el delincuente Hugo Chávez Frías y su 21 século y que siguieron con júbilo el marica de Correa, la actriz dramática tipo B de la Argentina, el indio aymara que soñó con ser Borbón, y una larga lista de rateros amalgamados en discurso igualitario y con carisma que compra la limosna.

Decía el tipo un puñado de sandeces, que la gente milita en los medios de comunicación no en los partidos, que se es militante del New York Times, etc. Justo ese día escuché (se recordaba otro aniversario de su asesinato) el discurso de Malcolm X The Ballot or the Bullet, el voto o la bala, y no pude dejar de comparar. Estaba el gran hombre, cualquiera fuese su idea, no discurseando consignas vanas ni componiendo tontas canciones de amor, sino analizando la historia y previendo el futuro con solidez e inteligencia mientras recordaba la angustia. Luego, Iglesias resultó un espumarajo, un individuo de los del montón con programa de enriquecimiento ilícito, porque ilícito es engañar la desesperación de los caídos. Otro, siguiendo la línea de Kirchner y de Morales, con avidez de avaro y bocota de sapo, el bocaisapo, tremenda flor…

Dice, ¡vaya descubrimiento!, que hay que cobrar impuestos a los ricos, gravar la fortuna. ¿Solo a los ricos de antaño?, pregunto, y ¿qué de los nuevos ricos? ¿Si idolatra el “modelo” masista boliviano creerá que al fin se debe imponer cobros a los desalmados y opulentos cocaleros del trópico, a la carísima ropa de la mal llamada primera dama, hija de Evo Morales, a los millonarios del gobierno, al capitalista García L.? ¿Y qué del narco? Que lo afirme en prensa entonces, a no ser que mienta. Que dé su opinión sobre la fortuna K, de los patagónicos escudados tras una momia de cera, la de Eva Duarte, y de un cornudo Perón que no era tan varón como mentaban.

La Goodman preguntó sobre Ucrania. Iglesias respondió que Europa tenía que mirar a Rusia, no hacia el gobierno títere y golpista de Kiev. Supongo que querría a Yanukovych de regreso, con lavamanos de oro. Lo dicho, este muchacho tiene el dinero entre ceja y ceja; solo necesita de unos millones de imbéciles para lograrlo. Durruti no es, como su maestro Chávez, excomandante y hoy trinante avecilla, no era Bolívar.

Siguió su perorata en descalificable inglés. Afirmó que Israel tenía que volver a las fronteras de 1948. Ha creído que balbuceando generalidades que hacen sospechar endeble maderamen basta para la gloria. Al menos en ello está cierto. Poco se necesita para encandilar indignados y peor hambrientos.

Y ahora, para colmo, está lo de su socio Monedero, no parte de los monederos falsos de Gide sino del establishment con ribetes rojillos. Al menos es coherente con el gremio de aprendices de ricos. Resuena el gran negro X, que si no el voto, la bala… y la voz de tenor de Pablo Iglesias replica: voto, voto, poto, coto… melindroso estafador.
23/02/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 24/02/2015

Imagen: Goya/Duendecitos  

Friday, February 20, 2015

Roberto Navia Gabriel, otra vez premiado

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya no hay zozobra, en el caso de Roberto, de si va o no a ganar un premio. La pregunta es cuál y cuándo. Recuerdo a un insigne borrico cochabambino hablando despectivamente de los “premiados”. La angustia de estos personajes es que cuando se pone sus nombres en google, aparece a lo sumo uno de esos asnos salvajes del desierto israelita y nada más. Supongo que basta para agriar la ínfima materia gris de sus abultadas cabezas. Pero, bueno, eso, para que no salga nadie a cuestionar ni a criticar el Premio Rey de España a un notable periodista boliviano.

Navia resume cuatro aspectos que devienen en una buena crónica: talento, olfato, honradez y valor. Su talento se muestra en el estilo con que presenta sus trabajos, rico pero no retórico; su olfato en que siempre está presente en el tema que ha de interesar, que ha de convertir cualquier historia trivial (dramática o no, como la trivialidad de la muerte violenta en Bolivia) en asunto colectivo (he ahí el cronista); la honradez porque no parte del hito de la fama, o de lo que podría traérsela; y el valor, no de soldado porque no carga “escuadra” (armas), que lo lanza en medio de la debacle a rebuscar el reportaje, sea en Ciudad Juárez o en el trópico chapareño -ambos lugares de probada ignominia- con casi instinto suicida.

Si le resultará este hombre incómodo al poder está por verse. Seguro que sí, porque a nadie le gusta ver su miseria expuesta. Felizmente los premios internacionales, ya varios y muy bien ganados, lo vacunan contra las acechanzas. Otra duda es si periodista de semejante calibre podrá quedarse dentro de un entorno mezquino como el nuestro, o si su destino brillante pasará a enriquecer otro acervo sin olvidar sus raíces. Es que refiriéndonos al nuevo premio Rey de España, debemos preguntarnos: ¿cómo hemos de conservarlo entre nosotros?

Mientras tanto que pululen los aplausos porque Tribus de la inquisición, la crónica ganadora de Roberto Navia, es una magnífica y brutal obra de arte.

09/02/15

Thursday, February 19, 2015

Paraísos artificiales/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Despierto con noticias de otro acto aberrante del Estado Islámico, ISIS, esta vez en Libia, con la decapitación de 21 cristianos coptos filmada en video. ¿El pecado? La infidelidad al sangriento profeta de esta religión maligna. Las víctimas eran egipcios de extracción humilde que se habían trasladado al vecino país en busca de trabajo. La ultraderecha islamista los secuestró en diciembre y acaba de ejecutarlos. Días atrás paseaban en un pueblo iraquí a presos kurdos enjaulados con la promesa de quemarlos vivos. Todo ante la inercia de Occidente que teme intervenir y que cuando lo haga quizá sea tarde. El cáncer crece.

Me pregunto por qué ISIS no ataca también rivales de Rusia o de China, sobre todo de este último cuyo gobierno mal llamado comunista tiene sojuzgado por décadas al pueblo uighur, a orillas del Takamaklán, el peor desierto del mundo, y más cerca de sus hermanos en religión en Asia Central que de Beijing. Porque bien saben que la reacción de aquellas dictaduras sería tremenda, sin consideraciones humanitarias como las de Occidente. ¿Por qué no atacar a Israel, el enemigo favorito? Israel con lo ocurrido en Gaza ha mostrado que se defenderá a muerte: me matan tres, les mato dos mil. Riesgoso. Se ceban entonces en rehenes, prisioneros, mujeres, niños y minorías. El profeta es cauteloso. Y cobarde.

Turquía, supuesto aliado, juega un papel ambiguo en el conflicto ya entre civilización y barbarie (dejemos la letra chica de lado, y los antecedentes históricos que presentan el origen de esta reacción). Ankara es un poderoso elemento en la zona y aunque se la critica no se la quiere molestar. Por eso se es negligente con los kurdos y su pedido de armas. Kurdistán se ha ganado el derecho a la autodeterminación con sangre, cosa que no satisface al eterno enemigo turco. A pesar del olvido a que se somete la cruenta lucha de esta etnia contra las huestes del califa, Kobani ha sido liberada por combatientes mujeres y ahora los peshmergas se arremolinan en torno a Mosul. Su triunfo cambia la geopolítica regional y en macabra lógica (para Turquía) se cree que tal vez ISIS es mejor que un asunto que resultará irreversible y duradero.

Las medias tintas de Barack Obama suelen dorarse de combatividad. Pero desde un inicio ha sido displicente en atacar a islamistas furibundos, o a Assad y en su momento a Kadhafi. Boko Haram ha convertido el África Central en un feudo de sangre; lo hace ISIS en el Oriente Medio. Cuando al fin se eliminó la lacra de bin Laden ni siquiera se mostró su cadáver, por “respeto” al Islam, y se lo despidió bajo estrictas reglas musulmanas respecto de los muertos. No se actúa así con un asesino vil que debía haber sido expuesto en su miseria de pingajo y luego tirado a los tiburones sin rito alguno. Que se molesten los que quieran, porque de todos modos, la yihad islámica está en marcha y todos somos objetivos.

Esta guerra, con la calidad que tiene, no se ha de ganar con remilgos. El califa y sus seguidores han puesto las bases y debe actuarse igual. No hay prisioneros, o no debe haberlos. Un combatiente de ISIS es o enemigo vivo en combate o enemigo muerto. Hoy Dinamarca aprende su lección de reacoger en su sociedad a los yihadistas que regresan de Siria. Aquí no hay redención, ni puede haberla. O se actúa sin piedad o se asumen las consecuencias. El juicio histórico vendrá después, pero es mejor ser juzgado encima de cadáveres que tenerlos como parte del público.

Sé que me pongo en posición parecida a la que ataco. No importa. Cada día se justifica el extremo. Luego vendrá tiempo de análisis y de contrición; por ahora, dentelladas de perro.
16/02/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/02/2015

Sunday, February 15, 2015

Dupont Circle/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Centro de la capital. Restaurantes, mujeres, homosexuales. Las vitrinas son excepcionales muestras de creatividad, arte vivo y efímero. Innovaciones técnicas y diseños contemporáneos; el "american way".

Para mí la zona es el refugio de mi juventud. Salir un sábado del trabajo con unos cientos en el bolsillo, pago de fin de semana... Entrar en la vieja pizzería griega y pedir porciones con cerveza en vasos refrigerados. Beber el fin de la mañana, tan fresco como los cuellos de las muchachas elegantes, afuera, a través del ventanal. Después caminar por calles de sombra, mirar libros, comprar algún extraño disco, un poster de Schiele. Pasteles para la casa. Cine y la noche. Lentas gradas de subterráneo. Las ventanas del dormitorio. Los ojos cerrados.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 05/03/1992


Imagen: Sitzende Frau mit gebeugtem Knie, 1917, Gouache, Aquarell und schwarze Kreide auf Papier, 29x45 cm (Prag National Narodni Galerie)

Tuesday, February 10, 2015

De diablos y otras herencias/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pesada la controversia de delimitar fronteras para dioses y diablos. Si fuésemos ortodoxos tendríamos que liberarnos de tantas cosas ajenas en nuestra cultura que quedaríamos desnudos; la vestimenta en primer lugar, aparte de músicas, instrumentos, etc, como escribió Oscar García Guzmán en su Libro de rastros (3600 Editores).

Viene el tema de la diablada, que sirve de cubierta además de un precioso libro de Isherwood escrito hace mucho y recientemente publicado en México en español. No se puede prohibir a peruanos y chilenos, o franceses e indostanos, practicar este único y asombroso baile del altiplano boliviano. Único de por sí, sin necesidad de pregonar a los vientos su pertenencia exclusiva. La diablada es otra herencia colonial, y eso le restaría espacio si jugamos a ser fundamentales. Lo que pasa es que los oligarcas de la cultura son bizcos o miopes, o, lo más probable, simples malintencionados que se apropian de las cosas con sentido de rapiña, monetaria y política. Inútil, innecesaria la pelea de si nació allá o acá, porque en primer lugar tenemos una discusión local aún no resuelta: de si es orureña o nace en Aullagas de Bolivia, Potosí. Sabemos que la historia del espectáculo viene de antiguo entre nosotros. Que se la imite “afuera”, se la reproduzca con fidelidad y hasta con aditamentos, no está al alcance de nuestras prohibiciones. Imagínense si los burdos castellanos, o los todavía porqueros de Extremadura nos vetaran utilizar su magnífica y maldita lengua… Quedaríamos mudos porque no aprendimos la de los ancestros, y estos son tan difusos, tan entremezclados, que la hipotética herencia devendría en chamusquina con olor de incendio. Aceptémonos y aceptemos que a cualquiera le asiste el derecho de cantar, bailar, zapatear o copular en la forma que le parezca, porque si nos ponemos egoístas y queremos lo propio solo para nosotros, mejor encerrarse como el mago de Bashevis Singer, el de Lublín, y pecar como Onán, que las pajas son secretas y aunque se sospechan, no se ven.

Ahora viene el tirano con sus extravagancias de meretriz, otra más, y arroja la imagen del Diablódromo a un pueblo ávido de reconocimiento e identidad. Los huérfanos son gente deleznable. Allá él, con una pelota de fútbol madeinusa en lugar de cabeza. Ha perdido estrado, se ve por la poca difusión de la bufonada de Tiwanacu. Tiene que inventar. Su marica asesor rebusca entre los vericuetos de la palabra e idea asuntos que parecen ser surreales aunque son, simple y llano, cojudos. Eso nos debiera preocupar más, que el semidiós desee relacionar lo nuestro, el conjunto de lo que llamamos nuestro, como suyo, que sin él no hay Bolivia, ni diablada, ni costa pacífica, ni puquina ni Amazonas. Ese implica un riesgo mayor a que los cuzqueños bailen una también interesante diablada, que de cierta manera es suya por los añadidos, sobre los escombros del Coricancha.

He visto retratos de diablos en la Hungría que de espectros, brucolacos y vampiros sabe demasiado. En el sombrerote que le pusieron a Juan Hus para quemarlo había pintadas imágenes demoníacas que vendrían del folclor. Los demonios andinos, bien parecidos a los japoneses, se mezclaron con las fobias del conquistador para dar lugar al carnaval orureño. Patrimonio de todos, sin excepción.

Hace años, en el Museo de las Américas, en Denver, en lo que hoy se conoce como el Distrito de las Artes de la avenida Santa Fe, apareció en escena un Satanás de capa azul. Alto, con botas rojas como las que usaba George Foreman. Se agitaron los llameros y porqueros de mis sangres y salté en medio de la aterrada concurrencia gringa para ejercitar pasos de diablo mayor. Cuando llegó la policía alegué euforia cultural, orígenes, herencias, pero no me creyeron. Era un mexicano más con aficiones adictas y conducta antisocial.
09/02/15


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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/02/15

Monday, February 9, 2015

Entre la ausencia y la muerte/ Lectura de Apuntes para dos soledades de Claudio Ferrufino-Coqueugniot


ELENA FERRUFINO COQUEUGNIOT

Claudio Ferrufino irrumpe, desde temprana edad, en el ámbito de la poesía y las letras bolivianas, con una expresión nueva y de “nervios exquisitos”, como señala Juan Quirós, “transporta la realidad a su imaginación y, allí, la macera y convierte en arcilla del alma”. Su obra es un grito que se debate entre la angustia y la esperanza. Con un estilo depurado, nos transporta a un mundo donde las pasiones profundas pujan por liberarse y donde las obsesiones delimitan un camino de dolor y de muerte. Claudio Ferrufino-Coqueugniot marca, indudablemente, una revolución poética en nuestro medio. Se trata, como lo afirma él mismo, de un “artesano de la imagen”, un poeta en busca de un lenguaje nuevo, de un acento propio que, sin llegar a ser una innovación total como la de Vallejo, va más allá de nuestras experiencias conocidas. Se trata de un lenguaje abrupto, preciso, devastador. La expresión de Ferrufino tiene la fuerza de un quejido, un grito unas veces sensual, al estilo baudeleriano, y otras profundamente amargo como el de Villon.

Apuntes para dos soledades es un diario en el que el poeta, más que describir lugares o situaciones, da rienda suelta a sus obsesiones: la mujer, la agonía entre el tiempo, la ausencia y la muerte, la orfandad y el desamparo del hombre, el hogar lejano, la madre.

El texto nos sitúa, desde el primer momento, en el marco ambivalente del recuerdo y la realidad, del pasado y el presente, de la compañía y del desamparo. “De pronto recordé algo tuyo: un abrazo”. La mujer se transforma en el hilo conductor de una existencia que, por ella, lo subyuga en el recuerdo de un pasado feliz, caluroso, y lo abruma con la realidad de un presente oscuro, solo. El ser femenino adquiere proporciones divinas, barajando a su antojo el destino del hombre, del Poeta: “Amor, ten las yemas de mis dedos un momento. Sóplales tu aliento”. Ferrufino-Coqueugniot está encerrado en el recuerdo y revive el pasado, el hogar feliz y unitario, y todo el pasado viene a abismarse en el presente como un hueco que eternamente se llena de ausencia asediante de todo lo muerto y lo no nato: “Faltas. Mis manos se cuecen de silencio”.

Esta angustia se refleja en un estilo exquisito, directo, punzante. Frases breves, sustantivos mordaces, imágenes que se convierten en símbolos de la obsesión del vacío y de la muerte: “La bruma se va apoderando del espacio. Pronto el planeta que me rodea será un lienzo blanco ¿Dónde estará el pintor que ponga la vida otra vez y dónde el carpintero que enmarque el sueño con los dones de la cordura?”

Apuntes para dos soledades es la angustia ante el universo y, más aún, la angustia del tiempo. El tiempo en su girar nos trae siempre al mismo momento del presente, el mismo peso del pasado que nos agobiará, siempre el mismo, en el futuro: “El tiempo en su largo viaje nómada, dejó acá su ropaje otoñal, tanto que no ha vuelto a buscarlo”. Porvenir y pretérito se fundan en la indiferenciación, pues lo único que hay es el vasto y desierto presente que se repite, que está ahí: “Nada es visible. El portero de la mañana se olvidó de descorrer el velo del sol. Yacemos como fusilados que esperan el tiro de gracia… sin alrededor. Con luces artificiales tratamos de aprehender los secretos de la niebla”. El espacio se resume en los laberintos de su espíritu, que lo hacen un ser extraordinario, diferente del resto, otro voyant, como Rimbaud: “No hay bahía ni vecinos. Las escaleras del segundo piso, solitarias, son una invitación a la locura. Elevarse, sin temor y lindar con las estrellas”. El Poeta es el único ser que tiene acceso a la locura, estado privilegiado que lo coloca por encima de los demás hombres y lo acerca a la divinidad.

En el mismo instante, y como en contraposición a ese estatismo, el texto nos presenta otra visión del tiempo; la simbología de aviones, trenes y barcos, es la del viaje eterno, del continuo adiós, del vagar sin fin; marcando, asimismo, la sensación de desamparo, de alejamiento de la tierra y del hogar: “El viento se distrae con las nubes. Su movimiento hipnotiza a las gaviotas. Los nimbos se enroscan cual pesadillas. Y sobre el trozo de cielo gris se recorta la figura de un barco fantasma: el Holandés errante continúa su viaje sin fin”. El mundo fantasmagórico del más allá inunda todo el ámbito del recuerdo: “Bosques, bosques de Alemania, donde besé el fantasma de mis ilusiones ¡Oh, miseria!” Se agiganta el abismo entre un espacio ideal y la realidad imperfecta y limitada, y la angustia y el sentimiento del absurdo se hacen más y más punzantes: “Es raro que lo antiguo hermoso pueda ser triste un día. Entonces nos preguntamos si no somos parte de un absurdo, meras notas de una armónica desafinada”.

Pero el tiempo, que es la trama misma de la vida, mata, y la muerte que en un momento dado nos arroja de él y nos quita la vida, está, sin embargo, en ella, la nutre y se nutre a sí misma de sustancia humana. La muerte es presencia en cada página del texto y se plasma en él como una obsesión progresiva que va desde el anhelo del suicidio, hasta la propia visión del fin del poeta. El papel de la mujer es preponderante, pues ella es la que determina este sendero abrupto, que no admite otro destino: “Amiga mía, de diez escalones que llevaban a ti, nueve se han roto; el otro es una invitación a la cuerda, utensilio propicio para la muerte…”. Mas este “lacónico suceso”, como diría Vallejo, está rodeado de un aliento dulce y de una sensación de paz infinita: “Amar a Conrad es amar la dulzura de lo efímero, el minuto en que la soga estrecha el cuello y te ahorca, hermanándote con el olvido”. El Poeta, sumido en la angustia de las horas y de la ausencia se hermana con otros tantos -Nerval, Pascin, Morrison…- que como él prefirieron el “encanto” del más allá a la sórdida realidad; relatando la manera en que los turistas que visitaban el cementerio Père Lachaise, “gozaban desgajando con flashes las tumbas de los grandes. Atropellados, restaron a la muerte su encanto…”.

Pasado este primer momento de alucinaciones suicidas, Ferrufino-Coqueugniot añora el fin, pero esta vez, acompañado. La muerte es vista como la posibilidad de unión amorosa universal: “Te hubiese llevado de la mano, amor, entre las almas y los muros grises…”. Buena parte del texto está dedicada al recuerdo de la visita al cementerio parisién, subrayando así el carácter obsesivo y necromaniaco del poeta, que se transforma, a su vez, en un recinto mortuorio: “Hoy mi espíritu es polígamo y amo sin excepción todos los nichos de mi mausoleo”. Esta transformación, sin embargo, no se detiene ahí, el autor-mausoleo pasa a ser el cadáver devorado por las “larvas de tristeza que (lo) perforan”.

Este sino trágico que marca su existencia está también presente en la sensación de destierro: “He de salir de mi encierro. Tengo ánimos de ver las hojas multicolores luego de la lluvia. Es algo que allá, en Bolivia, practicaba con asiduidad. Claro que aquella era mi tierra y ésta aún no se me ha ofrendado”. Claudio Ferrufino-Coqueugniot está huérfano, lejos de su patria, del hogar, de la madre: “… mi madre se hizo ausente hasta la desesperación”. El Poeta se identifica, así, con la voz del niño que fue, habla desde aquel niño, aboliendo la distancia entre el entonces y el ahora, cancelando el paso del reloj: “…aquí retomé el hogar, el olor a comida casera…”. La mujer cede paso a la madre, único asidero indeleble del poeta: “Ha llegado una carta de mi madre. Abriré su voz a mis oídos. Por ahora renuncio a continuar. Amor, es un poco renunciar a ti a la vez…”.

Como ayer en el hogar, con la madre y los hermanos. Como mañana, después de la revolución o del apocalipsis, en el nuevo hogar protegido por la nueva madre. Entre ayer y ese mañana son los tiempos de penuria: el tiempo…

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Revista Nispa Ninku, Universidad Mayor de San Simón, 01/05/1988

Imagen: Masahisa Fukase/La soledad de los cuervos, 1977


Onir

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Subí el entarimado de troncos. Llegando, un par de calaveras pintadas, aztecas o totonacas, supuse, descansaban sobre un verde huipil. Luego se desmoronó. Caí, rebotando, hasta enterrarme de cabeza en el lodo. Podía mirar mis brazos también metidos en tierra, como puntales de alguna iglesia gótica en la memoria.

Después estaba de pie en una ciudad sin luces, de luces apagadas porque había faroles y edificios de ventanales. Esa oscuridad que te permite ver todo y que sin embargo es superior a la penumbra y menor que la noche. Giré el cuello adolorido hacia la izquierda. Por una avenida que llegaba hasta mí avanzaba un gran bus negro, negro o de reflectores muertos. El piso brillaba como Buenos Aires llovido, como París llovido y el desasosiego era íntimo, perteneciente a nada externo.

Desperté y Ligia preguntó qué sería aquello, lo del bus moviéndose con lentitud pero con obviedad de recogerme. Era la muerte, dije, que me llevaba sin pasaje ni reserva. Pero desperté y la noche de Aurora no tenía ruido, ni brisa, ni ladrones.
2015

Monday, February 2, 2015

París

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un tango. El húmedo callejón y la lluvia. La barranca cubierta de plantas lleva las vías del tren en su fondo. Un hilo azul denuncia el paso de los vagones; es el vapor huyendo del frío.

Transito el sector 15 de París, al sur. El límite está en la Porte de Vanves. Barrio antiguo con calles arboladas y baldosas negras. Cerca, la Ciudad Universitaria, con muchos y variados edificios. Jardines que en aquel agosto tenían árboles de troncos rojos, como los de Vlaminck, pensaba. Me recuerda a Hervé en el quinto piso: Montaigne, Bach, The Kinks; dos mujeres, una en Lille, la otra en Radolfzell. El automóvil corriendo por los cafés; una cerveza en copa; un desayuno. El bulevar Brune con su correo. Cartas de queja y de amor. Estampillas de Giacometti y de André Masson. Septiembre.

¿Es Baudelaire, su estatua, en el Luxemburgo? Sí. Y el busto de Sainte Beuve. Tres de la tarde en los jardines. Gente. Una mujer de negro, como Goya, como España. Una estudiante norteamericana mirando la gran fuente al lado del palacio. El sol es extraño. O extraña la sensación de estar aquí, buscando originales de Petrus Borel, bebiendo en la barra, quizá esperando un alma sola. París de Víctor Hugo. Busco el lugar de las barricadas de 1832, por donde era el mercado. Hoy son callejas bohemias, de adormecidos tenderos. No vive ya Gavroche ni corre. Miro pasar la gente y me mantengo en mi sueño. La sombra de la Bastilla se levanta ante mí, aunque solo quede una parte de sus basamentos dentro de una estación de subterráneo.

En el Jardin des Plantes los esqueletos de los animales más altos asoman por las ventanas. Jirafas y elefantes, sin ojos, con las cabezas dirigidas a los bancos y flores del parque. En una cima el kiosco donde solía sentarse Levy-Strauss. Es lugar melancólico, de plantas como petróleo verde. Senilidad alrededor... La Gare D'Austerlitz, toda pena, con los trenes que se van.

Asocio el nombre de la Salpetriere, el hospital, con la demencia. No sé bien por qué. Hay literatura y guías muy viejas de la ciudad que tienen relación con ello. Es grande como un castillo, toda piedra, toda blanca de sábanas y delantales, toda muerte.

Voy por el Marais. En una noche del Sena, la serpiente Sena, un libro de Panizza se me va de las manos. El destinatario es un fantasma, un hombre que ha perdido el rostro ¿o es mujer? Si hembra, es la ciudad, y el brillo de las aguas me estremece, como miedo.

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Publicado en Pueblo y Cultura (Opinión/Cochabamba), 17/10/1991

Foto: Brassai