Thursday, March 25, 2010

Sobre "Invierno", de Christian J. Kanahuaty


Tal vez la mujer sea, en Christian Jiménez Kanahuaty, la novela. O la novela la mujer. Tal vez un pretexto, no ambiguo sin embargo, como en Borges, para la creación del texto literario. En "Invierno" pareciera que el autor se busca a sí mismo, pero la búsqueda pasa por un segundo ¿un tercero? que viene a ser el amor en la dualidad del sexo y la literatura.
Nadie está tan solo como cuando escribe, así las páginas que produce tengan un público, supuesto las más de las veces, que, en teoría, acompaña al escritor.
"El sueño es esquivo y equívoco", afirma el autor. Se podría calcar la definición refiriéndonos al femenino y al literario. Las piernas tanto como las letras son esquivas y equívocas, pero bellas a pesar de que en el trashumar en pos de ellas, la carencia de fortaleza anímica voceara desastre, cuando en realidad la voz que expele es de grande y terrible satisfacción.
aurora, 4 de febrero 2010

Contratapa de la novela "Invierno", de Christian Jiménez Kanahuaty, Editorial Correveidile, Bolivia, 2010

Imagen: Cubierta de "invierno"

Estados Unidos hacia la derecha/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hablaba en La Habana con una mujer que pertenecía, quizá indirectamente, a la élite gobernante. A sus preguntas acerca de cómo Obama habría de caminar, le respondía diciendo que aun hoy mis propios pasos son balbuceos de pierna y que poco podría avizorar el futuro de otros. Especular sí.

La noche habanera del Vedado se tamizaba en unos magníficos veintidós grados de temperatura. Las casonas millonarias sobre la colina en que se eleva el otrora exclusivo barrio no semejaban fantasmas. Lucían, en la escasa iluminación de la isla, y a pesar del desmantelamiento del tiempo, alegres y locuaces, como el gentío que puebla la noche y el día de Cuba, lleno de necesidades y sin embargo tan vivo.

Decía con convicción y no suficiente análisis que los Estados Unidos girarían a la derecha en su siguiente administración, aunque izquierda tampoco se llamaría la actual. Comentaron acerca de Manuel Zelaya y callé mis desconfianzas de gente que ha lidiado a la mala en la derecha y que de pronto conviértese a la lucha popular.

Pero eso fue Cuba, y retornamos eludiendo rastros de nuestra presencia allí para evitar la patética interrogación de los analfabetos que imperan en el sistema de seguridad norteamericano: el canon del músculo y la imbecilidad.

Barack Obama enfrenta a un sistema prácticamente sin más armas que su intelecto y algunas buenas intenciones. Ante él la muralla casi insalvable de la asnería desenvuelta, rica, numerosa. Contrariamente a la creencia general, este país, entre muchas de sus contradicciones, acuna en su vientre la recua mayor de ciudadanos ignorantes, aquellos para quienes incluso el servicio de transporte huele a comunismo. ¿Cómo es posible tener colectivos si "América" se caracteriza por la gran libertad de tener cada uno al menos un automóvil?

Origen de grandes escritores, pensadores, artistas, etc., los Estados Unidos de avanzada se ven arrollados por la masa inmunda de votantes que creen que la opinión de Thomas Jefferson de separar iglesia de estado lo descalifica por y para siempre de los textos de estudio escolares (por lo menos en Texas, donde relincha George W. Bush).

Un agudo caricaturista del Times muestra al señor Jesúscristo retornando a la vida como si fuera Glenn Beck, afamado locutor de talk-show, que cautiva las grandes masas con bravuconadas, generalidades, exabruptos, racismo, sexismo, religiosidad y vainas anexas. Jesús-Beck dice en tres imágenes que curar a los enfermos es socialismo (referencia a la reforma de salud propuesta por Obama); acoger a los indigentes, comunismo; alimentar a los hambrientos, nazismo. Toda propuesta social un insulto a la americanidad...

Tiempo habrá para los Estados Unidos de expiar desmanes semejantes. Sucede que estos lacayos de la religión, y adoradores del becerro de oro al mismo tiempo, creen en su lugar preeminente como destino sellado en los cielos y sin más arbitrio que lo celestial y lo divino. Lo siguen creyendo mientras nosotros, latinoamericanos, les vamos llenando de hijos las calles, de tortillas los mercados, de horchatas por coca colas y chingaderas por fucks.

Hay que prepararse, ya regresa el oscurantismo de Reagan, con mayor tecnología ahora. Y nada raro que compren de nuevo militares para imponer su "destino manifiesto" de poder, que compren plurinacionales de bota y whippala...
22/03/2010

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 23/03/2010

Imagen: Jasper Johns/Flags II, 1970

Monday, March 22, 2010

La experiencia literaria


 Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Alfonso Reyes dice que la escritura inicia la experiencia literaria. De acuerdo, pero deseo hacer un texto sobre la lectura y las impresiones de un lector de cómo, cuándo y con quién este fenómeno que en casos se hace indispensable sucede.

Nada mejor este otoño que semeja invierno para extrañar, desentrañar, hacer memoria de los libros y autores que se han leído, que pasaron por la vida como amantes cuyo recuerdo perdura en ocasiones y a veces se olvida. De lo olvidado mejor ni hablar ya que la economía ha trascendido incluso a las palabras y los límites se fijan no sólo en el cuadriculado de una página sino en el tiempo y la vida misma.

William Ospina relata en su paradisíaco deambular desde los Andes ecuatorianos bajando por la Gran Serpiente (el Amazonas) y retornando a la sal del mar -que implica ansioso volver a lo civilizado- un instante mágico que introduce a lo que significa la escritura, lo literario por extensión. Francisco de Orellana, el tuerto pertinaz que excede la soberbia de los Pizarro y se erige por sí solo en sitial de renombre, pierde en un temporal el grafito con el que describe el viaje;  pérdida que según el autor, puesto en el personaje a través de un narrador ignoto, es tanto o más grande que la pérdida del bergantín. Intenta reemplazarlo, cortando plumas para soparlas en tinta, quemando maderas extrañas en vano intento de carbones inútiles, iletrados. Cambia la escritura por el ejercicio de la memoria. De ahí en pronto la historia deberá ser conservada, ejercitada (valga la redundancia), en la mente del marino, del intrigante que afirma conocer todas las lenguas nativas y que crea un mito sólido, vivencial, sobrenatural y superviviente durante el extenso trayecto.

Vuelvo al invierno, porque cada frío de este brutal Colorado me invade del fantasma de De Quincey y su cottage inglés, donde los aires de té y el abrigo de la leña chimeneal se oponen al extremismo externo. Ese calor de hogar hace de Thomas De Quincey literato. Tal vez afuera la intemperie lo convertiría en leñador. Para mí, ya con dos días consecutivos de hielo que cae del cielo, vale esta paz interior. No se puede decir que sea el estadio ideal de escritura, mas aburguesar no los sentidos pero sí los medios suele dar frutos también. Me sumo en el café y deleito el martirio febril del chocolate. Sorbo en un Merlot oscuro los vicios dulces del amor y novelo, cuento, poemo y memorio las letras que eslabonadas producen conjuro.

Me pregunto a quienes he recurrido en mi vida indagando qué leer. La escuela lastimosamente no se cuenta entre ellos. Y no por hablar mal de maestros que no podían ser más de lo que eran, ni por geografía ni por circunstancia, pero para reconocer que por allí no pasó mi afición ni tampoco mi arte.

Los primeros consejeros los hallé en casa, en mis padres tan distintos y tan parecidos, en dos vertientes humanas y culturales que ayudaron mi deambular por la diversidad y la ecléctica. Si pienso en mi madre la asocio a Borges, a Güiraldes, a Horacio Quiroga, José Eustasio Rivera, Rilke, Antonio Machado, Bécquer, Dumas padre, a Lugones, Steinbeck, García Márquez y Oscar Wilde. De mi padre me viene la afición por la historia, la política, biografía, memorias, Barbusse, Enszensberger, Hugh Thomas, Upton Sinclair, Julio Verne, Salgari, los rusos, Victor Hugo, George Bernard Shaw, Hemingway, Dos Passos, Faulkner, Jack London y Papini.

Dos escritores influyeron notablemente con pléyades de autores: Ilya Ehrenburg y Jorge Luis Borges. Y, por casual afición de relacionar las cosas, fui hilvanando unos con otros: Gogol, me llevó a Sologub, y Paul Theroux a Bruce Chatwin. Pasé horas agradables con don Augusto Guzmán, en su casa de la calle Oquendo, a raíz de una introducción que él escribía sobre mis primeros auspicios literarios. Charlamos de los autores rusos que incluyó en su último libro. Sorprendido escuché su versión de los encuentros con aquellos enigmáticos nihilistas del frío. E intercambiamos opiniones de Dostoievski y Andreyev, los dos Tolstoi. El laconismo de Isaak Babel y la maestría de escribir, mientras "Guerra y Paz" permanecía como icono del manejo y la estructura.

Prometeo robó el saber, y Epimeteo abrió la caja de su esposa Pandora de donde salieron todos los males. Piedras fundamentales de todo arte. Leer es apoderarse del arma de los dioses; escribir, utilizarla. 


Siempre creo que el primer influjo es decisivo en la vida de un lector. Amor iniciático que marcará los pasos futuros. En el mío fue Homero, no el trashumante de Odiseo sino el épico de Héctor -o Aquiles, duda que todavía no he resuelto-. La Ilíada en mitin de ruidos y truenos, de héroes que sobrepasaban deidades, de ríos voraces como el Escamandro, de sensualidad con tintes sexuales en la voluptuosidad de Juno seduciendo a Júpiter. En Homero se conjugan drama y épica, romance, solidaridad, la maravilla, lo real, lo abstracto, la ficción de raíz mítica y la historia en invención... el poema. Pero, si he de ser cierto, no sólo en el clasicismo hallé los gérmenes que me harían ávido lector y luego escriba. Hubo literatura popular, la del comic, las revistas de entonces, que aparte de alimentar engendraron ilusiones creativas. Desde las usuales de caricaturas y animales parlantes, hasta la tradición infinita de Argentina en publicaciones largas de enumerar, con escritores y dibujantes de nivel superior; baste citar a Robin Wood, padre de Nippur de Lagash, Jackaroe, el Cosaco, los soldados de la Legión Extranjera francesa, John Savarese, personajes que Mandrafina delineó inolvidables y que la escritora cruceña Giovanna Rivero resucitó en un bellísimo artículo que me hubiese gustado escribir.

Desde la ágil y sin embargo no tan simple literatura del comic, hasta los descendientes de Homero: Eurípides, Sófocles y Esquilo. Muestra que las vertientes de aguas que en apariencia no se mezclan, enriquecen. Crecí con la idea de que había que leer "todo", hasta los recetarios médicos. Ahora, casi a los cincuenta, decidí lo que la juventud desdeña: selección. Apenas abro un libro, o veo las imágenes iniciales de un filme, sé si hallaré algo, o nada, en cuyo caso cierro páginas y televisor- porque el afán reduccionista de las horas limita mis capacidades de extenderme tanto como solía.

La dinámica literaria, que es febril, ya es limitante de por sí. Deseo muchas veces alcanzar a mis hijas en sus lecturas y se me torna imposible. A pesar de que los clásicos son un punto de convergencia, cada vez lo son menos. Hay tanto que se publica, y tantos intereses nuevos, que las generaciones de hoy ya no miran hacia atrás. Las vicisitudes del Quijote, esmirriado caballero preso en ética irrefutable, ceden paso a la ficción relacionada con una nueva era tecnológica, con interminables guerras de religión y la decadencia de ancianos prejuicios. Emily y Alicia leen sobre las mujeres en Afganistán, acerca del movimiento gay, temas que siempre existieron se dirá, pero cuyas perspectivas, o ángulos de esas perspectivas, han cambiado.

Retomando lo de presente y pasado hay, sin embargo, un hecho paradójico. Toda una corriente literaria -y fílmica, que es el arte más cercano a la literatura- adquiere sus fantasías del tiempo ido. Se nutre del medioevo, de las mitologías, para crear híbridos que habitan en el siglo treinta y que semejan guerreros de la tradición germánica, dioses escandinavos, hechiceras celtas. En revoltijo tal pienso a ratos que sólo giramos sobre temáticas fundamentales y reducidas, y que, como afirmaba un astrólogo de la Sorbona, la síntesis de la literatura se centra en poquísimos nombres:  Cervantes, Shakespeare, Goethe, Milton. Aún así, fuese eso cierto, fracaso en encontrar la senda que me lleve a solucionar la dicotomía de las épocas: por más que lea a pasos acelerados, aún no he superado las tres o cuatro primeras décadas del siglo XX, eso si los sumerios del Gilgamesh no me retroceden casi cinco mil años, o si Ana Ajmátova no aparece en negra noche de miseria hermosa y me acomoda en el diván verde de casa una semana entera.

Para hablar de la experiencia literaria también hay que referirse a países, regiones, grupos étnicos, razas, porque aunque ésta sea una, es tan variable en sus expresiones que parece un universo. Y eso que aún no contamos con futuras expresiones de pueblos que despiertan a su desarrollo: aymaras, antiguos uighurs que desempolvan la larga dominación china y comunismo. Me refiero a cierta masificación en la producción de arte, porque los yorubas tuvieron en la década del cincuenta a Amos Tutuola, y los quechuas se embellecieron en José María Arguedas, sin poder afirmarse que ellos eran -o son- las literaturas yoruba y quechua.

Ni mencionar la temática, de inexistentes límites, en la que, a pesar de las infinitas gama y matiz, los autores toman y retoman asuntos para darles distinta tonalidad de la que encontraron en el original. Pierre Mac Orlan reedita a Marcel Schwob; y Dylan Thomas sigue al magnífico judío francés de nuevo; Aldous Huxley ensaya el tema de los endemoniados de Loudun, que ya aparecen en forma novelada en las páginas del "Cinq Mars" de Alfred de Vigny; o Enguerrando de Marigny que si mal no recuerdo surge en dos versiones entre Dumas y Hugo.

Lo literario ocupó tal vez las mismas horas que el sueño. Y, a veces, leer se convirtió en enemigo de escribir. Ahí ya el asunto es de opciones. La magnitud de lo por leer suele abrumar aquella más difícil de lo por escribir. ¿Debe un escritor dedicar su tiempo a la lectura? ¿O su tarea es rescatar de la nada las imágenes de lo insoluto, lo invisible? ¿Es uno escritor o lector, o se pueden conjugar estas dos difíciles artes en un individuo? ¿Debo, ahora a las ocho de la noche, en un gélido día de octubre, terminar este texto o dejarme seducir por el libro de la mesa de noche que reza el nombre de George Orwell?  Sé que leyendo a Orwell encontraré pretextos para nuevas páginas, pero también me pregunto cuántas novelas mías me arrebataron Bruno Schulz, Kafka, Ramuz, Lautréamont.

Perdí o gané viene a ser la pregunta entre trágica y feliz. Y no existe, al menos en mi caso, respuesta. Me digo que de todos modos no pariría trillizos en un año, ni una obra por temporada, porque me gusta medir tanto vertiente como profundidad, pero que sí puedo aprehender mundos que jamás alcanzaría siguiendo las letras de los grandes. Adueñarme de Polonia en Wislawa Szymborska, Bashevis Singer o Czeslaw Milosz; de Perú y Ecuador en Ciro Alegría y Jorge Icaza; de Francia en Villon y Anatole France; de los Estados Unidos en Henry Miller y Sherwood Anderson. Deduzco que jamás hubiese penetrado en el mundo extraño de la pampa sin los versos del Martín Fierro, ni en las verduras impenetrables del monte sin Horacio Quiroga. Son detalles que creo no tocarían mis propias letras. Ilusiono, como Borges, en el sueño, sobre poetas menores de Hungría e islandeses literatos mientras intento conjugar la bonhomía de Odín con la sagacidad de Loki.

Y luego de trashumar por el mundo a través de los escritos, deambulo con la mirada por mi propia tierra que se alejó, y que sostiene su presencia como una novela en sí, una novela en busca de un autor. Escucho el viento barriendo las calles de un Uyuni que en la perentoreidad del contrabando se presentaba horrible y fría, y que cambia y anuda un misterio cuando la retrata Du Rels. Me pregunto dónde están los artistas que remuevan los secretos de Suipacha y Tumusla, de toda aquella región del sur que brilla como tesoro escondido. Hay que ver Cotagaita y sentir que los cerros tienen vida, que el polvo no es polvo sino sangre.

Por donde se mire, un diamante en bruto, sobre cuyas aristas se podría trabajar en cualquier estilo y que adolece de orfandad endémica. Suele ser que leer y escribir es penetrar en silencios tales, ajenos a los destinos que se les presta. Abrir o entintar una página de hombres nos convierte en nigromantes, mejores o peores no sé y en realidad no importa.
30/octubre/2009

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 14/03/10 y 21/03/10
Publicado en La Jiribilla #464 (La Habana/Cuba) 27/03 a 2/04, 2010
Publicado en Revista Lápiz-Cero (Guadalajara, México), enero-marzo 2010

Imagen 1: Escena del Orlando furioso de Ludovico Ariosto (El hechicero Altante raptando a la mujer de Pinabello), por Nicolás Poussin
Imagen 2: Figura del Códice Borgia

Monday, March 15, 2010

Patria o Muerte/MIRANDO DE ARRIBA


La estadía de Evo Morales en el Uruguay, durante la promoción de José Mujica a presidente, lo habrá impactado al ver banderas con el juramento diremos artiguista de Patria o Muerte. Tal vez era una rememoración del martirologio uruguayo, del que participaron los tupamaros, de su inteligente percepción pero también de su soberbia.
El Pepe Mujica, aquel que atraparon en bicicleta, con ametralladora al hombro, y que es vilipendiado en Facebook por un ignoto, aunque evidente miembro de las fuerzas de seguridad de entonces, instó al Uruguay a un proceso que sin ser el ideal aspira a la ampliación de la base social del país, al fin de la pobreza, a la reflexión y la autocrítica, sin atentar -creo- contra los grandes sueños que el ideario revolucionario produjo en la América Latina, a pesar de su infantilismo y notables errores. Mujica lo dijo claro, en franca oposición a Chávez y a Morales: "La historia no empieza ni termina con nosotros, a no ser que seamos unos bichos vanidosos". El ex guerrillero se da cuenta que no hay lugar ya para caudillismos de tal índole, y que su aproximación a un mundo muy distinto es la correcta.
Vanidad y no ideología representa el peligro de los gobernantes nombrados. Morales da muestras impenitentes al respecto. Aparece ataviado como danzante toba, haciendo creer a gringos, a ignorantes y a imbéciles una representación cultural a todas luces falsa. De Chávez ni hablar. Al pobre le basta el rostro para desenmascarar lo que esconde: nada, o nada más que fanfarronadas de cuartel, golpes de mano que no son los de los anarquistas catalanes sino los del sargento Fulgencio Batista, de Noriega...
Obnubilado por un ambiente muy ajeno a él, Evo salió del Uruguay con otra de sus usuales y "traviesas" ideas, esta vez la de obligar a los milicos nacionales a cambiar su emblemático lema (¿?) por el de Patria o Muerte, venceremos. No es que uno sea mejor que el otro, porque el contexto en que se lo recrea hoy no es aunque se lo pregone el de revolución social. Me gusta, sin embargo, que se muestre al pueblo cómo la institución armada sigue siendo, luego de tantos años de febril y fallida "democracia', elemento sujeto al mejor postor. No hay abyección mayor que la de ser comprado. Las palabras -o lemas- pueden ser vahos de aire que acarician la historia, pero el hecho ultrajante de formar parte de la oferta y la demanda es vergonzoso. Que la CIA pagara antes y hoy pague (quién sabe quién) el plurinacionalismo, no hace más que confirmar el papel de esta ominosa fraternidad de gente armada de fusiles y muy poco armada de talento y de coraje.
Sugiero como extensión de la propuesta que se instruya la disponibilidad de retratos y bustos del comandante Ernesto Ché Guevara en los cuarteles. Que el ejército expíe su culpa de asesinar al Ché y a los demás, incluidos los de Teoponte, con públicas disculpas. Que en Cochabamba se derribe, al sur de la ciudad, el monumento al lacayo Barrientos y se incluya el de Guevara o el de Inti Peredo en su lugar, con el consiguiente cambio de nombre de la avenida. Esa será una lección inolvidable para unas fuerzas que perdieron el territorio nacional y sólo vencieron a un puñado de hambrientos soñadores.
Pero no hay que tener, a la mejor manera norteamericana, dobles estándares. Si es Patria o Muerte, venceremos, las fuerzas armadas deberán abrir sus archivos secretos y permitir a los familiares de desaparecidos saber sobre sus queridos. Eso debe incluirse en el sueldo.
15/3/2010

Publicado en Opinión (Cochabamba), 16/3/2010

Imagen: Patria o muerte/Arte popular mexicano

Tuesday, March 9, 2010

Ultimas noticias/MIRANDO DE ARRIBA


Prefiero a ETA que a Zapatero. y a Zapatero que a Chávez. Lo terrible es que cohabitamos con tránsfugas de la política, y sólo se puede creer en muy pocos. Estas en mí -aparentes- contradicciones son nada ante la manipulación de los de arriba que se mean en el criterio de los demás, los de abajo, nosotros.
Primero España pide explicaciones a Chávez acerca de vínculos del monigote con bandas armadas. Ahora, y aunque el zambo impertinente se burlara de la "real" justicia ibérica, se dan de a besos en comunicados que van y vienen como coitos sanguinolentos entre mañosos vejestorios. Uno y otro están en contra de los insurrectos, y no vacilarían un ápice en sacrificarlos en aras del negocio, que no de la concordia. Lo mismo hace el curaca boliviano, desdeñando el dolor de la familia Quiroga Santa Cruz y muchas más en beneficio de los milicos que lo que regaron de sangre lo maceraron en oro.
No extraña; es actividad normal y anunciada entre quienes idolatran el poder. Soltar documentos secretos después de haber hecho desaparecer lo principal no sirve; es tan inocuo como repartir bonos y bonos para ganar el consenso de los pobres cuya humanidad siempre está en venta.
Este entramado, solícito en quienes no quieren ver, interesado las más de las veces, se llamen España o Lula los beneficiarios, aparenta recobrar estabilidad. El espaldarazo de la "Madre Patria" le da aliento al exangüe mandatario en Caracas, incluso a costa de sus aliadas FARC, cuya supervivencia oscila entre la desesperación y el desarme, mientras la clepsidra arroja sus granos de arena imperceptibles e irrevocables en el tazón de la historia. La misma, cabe aclararlo, que se encargará incluso de los triunfadores a su debido tiempo.
Escucho, cuando viajo en transporte público, las voces del miedo. La gente no se da cuenta que el peligro no radica en los devaneos de la tierra que se mueve porque vive, en los terremotos, tsunamis o tornados. El peligro subyace en el jopo abyecto de los García Linera, la sonrisa oblícua de Dick Cheney, los arranques racistas de Geert Wilders en Amsterdam o la "inocencia" defensiva de Karadzic, en todos aquellos que abusan del poder, sean soviéticos o fascistas, o demócratas del cuño de George Bush y Evo Morales. Un sismo es tragedia lógica, inevitable, pero los otros no son solamente prescindibles, viven de los demás aunque sean su propia creación. Dejen los maremotos para que los llore esa pobre mujer de Chile, de grandes recursos y escaso entendimiento: Bachelet. Ubiquen de manera inequívoca al enemigo. La tierra cobrará su monto porque así sucede, pero ellos no tienen que cobrar nada a no ser castigo. Se puede ayudar al proceso histórico; existe una dinámica que lo puede acelerar o entorpecer. Allí radica la razón y no el miedo, que no hay mal que dure cien años, y Franco ya se pudrió, como envejece la Thatcher y Stalin se cagó en los pantalones. El rodillo va lento, pero muerde.
A veces, en los noticieros mexicanos, en medio del matadero de la droga y el aluvión del secuestro, muestran imágenes del Popocatepl o del Pico de Orizaba. Remansos de calma en la locura cotidiana. Cuando se acentúa el fuego del horror y del desprecio de lo que pasa, recuerdo imágenes de Suticollo cuando era sólo un río turbio entre colinas con pencas intocadas, en el olor de los eucaliptos de Anocaraire antes de que llegaran los narcos. Y parece que estos relatos de caminar en paz por la floresta serán para mis nietos cuentos de hadas, casi imposibles de creer. Qué lástima.
8/3/2010

Publicado en Opinión (Cochabamba), 9/3/2010
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 19/3/2010

Imagen: Gustavo Doré/Ilustración para Paradise Lost (de John Milton), 1866

Friday, March 5, 2010

Sirvientas asesinas/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Jean-Pierre Denis/Francia, 2000

El affaire de las hermanas Christine y Léa Papin, sirvientas que en 1932 asesinaron a su patrona y su hija, ha sido motivo de mucha literatura y cine. Jean-Pierre Denis centra su filme sobre el tema en sí; no, como se acostumbró, para adaptarlo.

La historia de este asesinato que conmovió a Francia es fácil de conseguir en línea, así como la controversia que suscitó entre el conservadurismo recalcitrante: patrones, curas, el status quo, por un lado, y la intelligentsia que defendía la acción como resultado del proceso agudo de la lucha de clases.

Las opiniones políticas del director no se concretizan, o, al menos, no intentan guiar al espectador a conclusiones premeditadas. Su arte se basa en un juego admirable de la psicología de los caracteres, sobre todo de Christine que se situaría como el personaje principal. Paradójico, si consideramos que esta supuesta intelectual del delito, acentuaba más y más una paranoia venida de una infancia y adolescencia desdichadas, de una familia deshecha por la infidelidad de la madre, el alcoholismo del padre, el incesto, imágenes asociadas, en cualquier lado, a condiciones de miseria.

Obligadas por la madre a trabajar como sirvientas desde temprano, las hermanas Papin encontraron refugio personal en el amor incestuoso entre ambas. En la solitud de su dormitorio eran amas y señoras de su destino; afuera el mundo transcurría con lasitud tenebrosa. Los pormenores de la lucha social que agita a Francia son paralelos a un universo ajeno y enfermo donde la hermana mayor, Christine, cobija a Léa e intenta protegerla -cree- de ese exterior sombrío. En algún instante en que Léa sale a entregar un dinero a su madre y verla, Christine parece enloquecer. La pasión desquiciada de las hermanas va creando un círculo impenetrable donde todo lo demás anuncia peligro. Hay una separación entre realidad y ficción que conlleva en su interior violencia pronta a desatarse.

"Les blessures assassines", nombre francés de la película, es un intenso drama psicológico. La riqueza del argumento crece con la soberbia actuación de Sylvie Testud, como Christine. La paulatina disociación de su carácter es tan veraz que en apariencia la pesada casa donde las Papin sirven como fámulas ejemplares, penetra en la vida del espectador con fuerte carga emocional.

No hablamos de un crimen común. La institución de la servidumbre es una de las más denigrantes. La retórica de que al menos da "trabajo" es pretexto vano para esconder las diferencias sociales y económicas de la sociedad que produce el fenómeno. No interesa si las patronas, madame y mademoiselle Lancelin, que serán asesinadas en aquella tarde de Mans en 1932, fuesen quizá buenas y comprensivas con sus empleadas. El hecho de casi pertenecer, en cuerpo y alma, a otra persona linda lo antinatural. El salario no alcanza a cubrir el hecho básico de la pérdida de la libertad. Si asociamos lo dicho a una psiquis convulsionada, poco queda sino esperar una desmesurada explosión de ira. No otra cosa, en magnitud mayor, sucede en una revolución.

Las circunstancias atenuantes de posible demencia poco hicieron para un juicio comprensivo. La sociedad actúa de manera implacable. Christine Papin recibirá la pena de muerte (le será conmutada por trabajo forzado de por vida). Muere en una clínica para alienados pocos años después. Léa cumplirá una condena de diez años y continúa viva al tiempo que Jean-Pierre Denis produce su película. Léa muere el 2001 no lejos del centro de su crimen.

La agitada Francia de los 30, el Frente Popular, Léon Blum, Marcel Cachin, etc. son conocidos por la historia. Las hermanas Papin se desvanecen en los legajos de los anales del crimen. Representan sin embargo aquellos momentos convulsos de entreguerra en Europa, el paso -que se hará expedito ya con la Segunda Guerra Mundial- de una forma de vida a otra. Forzando la figura, las Papin están en el epicentro de la transformación. Cuando asesinan, lo hacen de la mejor manera en que se mata a un conejo o una liebre, según el dogma culinario, incluida la extracción de ojos y cuarteamiento de las extremidades a golpes de cuchillo. Christine y Léa Papin "prepararán" a sus víctimas de acuerdo a un ritual de cocina antiguo y sofisticado, según la tradición.

Premio César del cine francés a mejor director y mejor filme, y premio también del Festival de Mar del Plata (2001).
23/01/08

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero 2008

Imagen: Afiche francés

El pájaro de arcilla, Tareque Masud/Bangladesh, 2002/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES


Pocos son los filmes de Bangladesh que han alcanzado reconocimiento mundial. Tareque Masud lo logra con uno de gran belleza visual y alto sentido humanista.

Sito en los albores de la guerra independentista bengalí de fines de los años 60, el director, usando una técnica prestada del cineasta indio Satyajit Ray, presenta en "El pájaro de arcilla" (Matir moina) una serie de personajes -actores no profesionales- cuya vida se relata de manera pausada y singular con muy leves altibajos de melodrama.

Historia de una familia con un eje que gira alrededor del hijo menor Anu, cuyo padre, un apotecario convertido al fundamentalismo, lo envía a estudiar en una madrasa, escuela islámica, donde aprenderá los basamentos del credo musulmán.
La importancia del texto de esta obra tiene un carácter actual inevitable, retoma el discurso del agresivo fundamentalismo islámico de la época, a la vez que le opone uno más tenue donde se presenta a la religión de Mahoma como una filosofía de comprensión amplia; la antigua y todavía muy moderna controversia entre el sufismo, doctrina que atañe a la religión como contemplación y homenaje a la naturaleza y la belleza, y el conservadurismo de los mullahs que proclaman la preeminencia del Islam aún a través de una Guerra Santa si fuese necesario. No en vano en el Irán de hoy el gobierno ataca y detiene a los seguidores sufistas incluso como disidentes.

En el Bangladesh de entonces, Pakistán occidental, que invadiera Pakistán oriental para frenar los impulsos de independencia y diezmar las filas de los secesionistas, representa la línea dura musulmana; no en vano el ejército regular se nutrió de grupos "defensores" de la fe para mantener la unidad de un país que trataba con discriminación abisal al sector situado hacia el oriente, casi envuelto por los brazos de la India que se sumó al conflicto decretando la derrota pakistaní y el surgimiento de Bangladesh como nación soberana.

"El pájaro de arcilla" muestra una versión local de aquellos acontecimientos, traslada el espectro nacional mayor hasta un bucólico poblado, señalando así la repercusión popular que tuvo el llamado a la independencia de Bangladesh, donde hasta el más humilde habitante se sumó a la masiva insurrección que terminó con el régimen de Lahore.

En otro nivel fuera del histórico-político, el filme es en cierta medida autobiográfico. Masud pasó años de su infancia estudiando en una institución similar a la de su personaje. Y de ahí proviene uno de los logros fundamentales de la cinta, de la memoria que transforma el espacio físico en un lugar de idílicos paisajes y magnífica arquitectura, de portentosos ríos y sabiduría de gente común.

Denuncia la soberana estupidez de la ortodoxia doctrinaria, que no permite la atención de una niña paciente por un médico de profesión, o el castigo insano de un niño con problemas de salud en la madrasa. El "Alá proveerá" con que los ortodoxos desean solucionar todo es el freno del progreso, el peligro de la intransigencia. Aboga Masud en esta narrativa fílmica por un universo de amplitud y comprensión, de preservar lo bello en esencia. Recurre, muy al contrario de muchísimos filmes sudasiáticos y particularmente hindúes, a músicas magníficas en las voces de artistas populares. Me llenó una en particular, durante un viaje por río, en la cual el cantor relata la historia de Fátima, hija de Mahoma, con un sentimiento y un ritmo inolvidables. Por lo común el cine comercial indio y regional atiborran su escenario con canciones "mainstream" de pésimo gusto y tocadas en "playback", lo que les presta artificialidad. No "El pájaro de arcilla", de Tareque Masud, que sin ser una obra maestra resulta una plática sobria, sencilla, hermosa.
9/1/08

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero 2008

Imagen: Afiche norteamericano del filme

Eleni/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Theo Angelopoulos/Grecia, 2004


Como es característico en su obra, Theo Angelopoulos abarca en este filme una extensa cronología. Comienza con los refugiados griegos llegados de Odessa en 1919, huyendo del ímpetu bolchevique que aquel año alcanzó la ciudad y donde la familia que encarnará el núcleo principal de personajes se afinca en tierras del norte de Grecia, en el Golfo de Salónica, con un hijo y una niña recogida en las calles de la Odessa desaparecida en una "nube de humo". Termina en la guerra civil de 1949, tiempo de muerte, represión, el país oscilando cerca de la revolución social.

Levantan un pueblo en las orillas del gran río. El ambiente se plaga de humedad. Llueve a mares, a diario. Más que de melancolía el aire se enrarece de tristeza. La música, elemento narrativo vital del director, sólo realza el aura de desgracia que de principio a fin domina la pantalla.


Eleni se llama la huérfana que traen de las orillas del Mar Negro. Niña aún pare mellizos para su hermanastro apenas mayor que ella. Lo hace en la oscuridad de la ciudad de Salónica, a escondidas del pater familias (Spyro) y de la villa. Sus hijos le son arrebatados. Alexis, padre y hermano, es acordeonista notable. Trashuma acompañado de su acordeón con un ímpetu que arrolla el fracaso. Una inorgánica banda de musicantes desocupados intenta ganarse el pan, Alexis entre ellos, mientras Grecia continúa su historia enmarcada en cielos grises, bodegas abandonadas, y agua, agua por todos lados como en Macondo, sin la exuberancia de Colombia, con pena y lasitud.


Muerta la madrastra, que padecía ya de enfermedad, Eleni se matrimonia con el padrastro y huye de la iglesia con su hermano/amante antes de la consumación. Angelopoulos retorna al mito de Edipo donde el hijo mata al padre (Spyro muere de un ataque al corazón luego de intensa búsqueda de su esposa Eleni, al finalmente encontrarla y recibir su desdén). A pesar del título en español ("Eleni") dudo en afirmar que la narrativa se centra en ella. "Eleni" es una historia de hombres, y de hombres músicos. El eterno femenino, con cierta dosis de idiotez o intrascendencia en mi opinión, es causa y furor del desastre. Sólo al final, cuando la tragedia se consuma,abandonada por su amor en viaje por América y esclavizado por las circunstancias que le impiden retornar a ella o traerla consigo (con los hijos, que en un oscuro desarrollo del tema retornan con excesiva facilidad a ellos), Eleni adquiere papel protagónico parcial.


Lo que Angelopoulos consigue es nutrir los ciento setenta minutos de la cinta con admirable poética. Es autor de tomas largas, alargue de perspectivas, de dotar al momento con pesada nostalgia: un músico que toca un antiguo vals criollo argentino de frente a un turbulento mar, a cielos presagiosos, grises. En su avasallante fílmica casi diríamos que los seres humanos pierden su preeminencia y el ambiente toma característica central. Opuesto a lo que un director como Kusturica hace, donde el detalle humano, el diálogo, se torna imprescindible. Conflicto entre prosa y poema tal vez. En Angelopoulos no se pierde el discurso, pero hay largos momentos en que lo único que tenemos son imágenes, elocuentes tomas que dicen o anuncian tanto o más que cualquier verbo. Y la música como detalle adherido al aire, etérea.


Juego maestro de sensaciones. Allí no hay necesidad de personajes notables, el todo llena el espacio. En inglés la película lleva el título de "The Weeping Meadow"; se refiere a un deseo permanente de Eleni y Alexis de caminar hasta los orígenes del gran río, a orillas del cual crece la villa, gracias al cual desaparece en una bíblica inundación. El río nace supuestamente en aquel prado lloroso, donde la multitud de las gotas de rocío asentadas sobre la vegetación forman las aguas.

02/01/08

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), enero 2008

Imagen: Escena del filme

Marooned in Iraq, Bahman Ghobadi/Irán, 2002/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ganadora del Premio François Chalais en Cannes, del Festival de Chicago y del de São Paulo, esta obra del cineasta kurdo-iraní Bahman Ghobadi es una reflexión sobre la persistencia del pueblo kurdo.
"Marooned" se podría traducir como "abandonado", "varado", hasta "perdido" si exigimos la acepción. De ahí resulta "Perdidos en Iraq", que si bien se refiere a algunos de los personajes del filme, se puede comprender como la desdicha de los kurdos en Iraq bajo Saddam Hussein.

El argumento explica el viaje de un famoso músico, y sus dos hijos -músicos también- desde el Kurdistán iraní hacia Iraq, en busca de la esposa del primero (que lo abandonó años atrás para irse con uno de sus cantantes),viviendo supuestamente en algún refugio de la frontera luego de que sus pueblos fuesen asolados por las bombas del dictador.

Pese a lo dramático del tema, Ghobadi logra un espíritu jovial a lo largo de la cinta. Hay situaciones jocosas, como el robo de la motocicleta del hijo mayor que es el vehículo de transporte para los tres, además de la pérdida de sus dientes de oro frontales a manos de los mismos desconocidos delincuentes -que no hablan la lengua regional- en la desolada y en extremo hermosa región.

Explosiones de color y de canto; la vida continúa aún escuchándose en la lejanía las bombas que recuerdan el desastre. Con el trasfondo permanente del ruido de aviones caza-bombarderos, los kurdos hacen piruetas con los panderos (tambores de marco, daf en Oriente Medio) e inflexiones de voz. En los villorrios la multitud se ubica sobre los tejados para contemplar el espectáculo.

Es una historia de amor en un ambiente de denuncia. Mirza, el viejo personaje principal a quien conocen todos, incluidos los niños del Kurdistán (zona, vale decirlo, para ellos sin fronteras), implícitamente perdona la traición de su mujer (Hanareh) y desea encontrarla porque sabe que lo necesita. Audeh, uno de los hijos es obligado a acompañarlos dejando a sus siete mujeres y a sus once hijas detrás. Ya que va, tiene el objetivo de hallar en la empresa otra esposa que pueda al fin darle el vástago varón que preserve su nombre. Barat, el otro hijo, reconocido artista y dueño de la magnífica belleza de una motocicleta, soltero, cavila sobre su situación y comienza el flirteo con una fugaz mujer de voz única que ha perdido a su hermano y lo llora. Mirza le sugiere que ese es el momento preciso para el amor, el del dolor.

Mirza encuentra, luego de largo peregrinar y deleitosa paisajística para el espectador -y de rabia ante un inconcebible genocidio-, el lugar donde Hanareh ha de estar. Allí sobreviven víctimas de los ataques químicos. Conoce a una mujer (se sugiere que es su esposa), de rostro oculto detrás del velo, deformada por los ataques, y casi sin voz, que afirma saber que Hanareh no está ya allí, queda su marido muerto, y una hija de los dos que Mirza debe llevar consigo. La película termina con el anciano cargando en medio de la nieve a la pequeña niña, de retorno a los menos peligrosos poblados kurdos dentro de Irán. Un himno a la alegría incluso ante la muerte.

La zona siempre ha sido tormentosa. Armenios, kurdos, turcomanos, asirios, persas, azeris la reclaman como suya. Los bordes sufrieron constantes transformaciones, génesis de frenética violencia a lo largo de los siglos. En la Carte D'Asie (1723), soberbio mapa de Guillaume Delisle que por feliz azar poseo, "Curdistán" limita con el imperio persa en una franja vertical que parte desde el lago de Van, hoy en Turquía y emblemático para Armenia, hacia el sur, volcado sobre las aguas del Tigris. Viktor Shklovsky ha descrito el lugar con trágica belleza y son también memorables sus imágenes en los textos filosófico-autobiográficos de Gurdjieff. En cine, Peter Brook, con base en las memorias justamente de George Ivanovich Gurdjieff, retrata las montañas que van desde el Cáucaso hasta el Turquestán con pincel inolvidable.
19/12/07

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre 2007

Imagen: Afiche del filme en Norteamérica

Tuesday, March 2, 2010

De traducciones y traductores/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo en el New Yorker un precioso (no utilizo delicioso por su connotación culinaria) artículo de David Remnick sobre las "guerras de traducción" (The Translation Wars). Trata de las traducciones inglesas de libros rusos mientras deambula, erudito, en anécdotas y estilos de aquella gran literatura. La obstinada ignorancia acerca de otras lenguas impide un acercamiento estrecho a la obra de autores extranjeros; pone al lector en manos de traductores que pueden no ceñirse a los escritos originales y rendir adaptaciones quizá lejanas. Pero es un riesgo urgente de tomar si queremos ampliar los horizontes literarios de nuestra ansia. Dudo que un día decida, yo, por ejemplo, dedicar mi tiempo al estudio del serbocroata para leer a Ivo Andric. Hay que conformarse con lo que las editoras ofrecen y, en el caso suyo, no me han hasta ahora decepcionado.

Remnick señala a cierta Mrs. Constance Garnett, devota y victoriana ama de casa británica, aficionada al ruso y que se convirtió en la mayor traductora de libros de esa lengua al inglés: setenta volúmenes en total que incluyen todo Dostoievsky, cientos de relatos de Chejov, Tolstoi, su preferido Turgueniev, así como textos de Herzen, Goncharov y Ostrovsky.

Al parecer, según Nabokov y Joseph Brodsky, la señora Garnett destruyó la esencia de tales autores, hasta un punto que como anota Remnick, la dificultad para un lector en inglés de diferenciar a Tolstoi de Dostoievsky, se debe a ella. Nabokov, iracundo y presumido como fue, se dedicó en sus clases de literatura a vilipendiar las traducciones de Garnett, para a su vez ser ferozmente atacado por su amigo Edmund Wilson por su traducción de "Eugenio Onegin" de Pushkin.

El artículo continúa con la odisea de una pareja de traductores, Richard Pevear y su esposa Larissa Volokhonsky, dedicados a la traducción de "Los hermanos Karamazov" y su subsecuente éxito, artístico y monetario por el espaldarazo dado por Oprah Winfrey a su traducción de "Ana Karenina", de la que se vendieron casi un millón de ejemplares. Desde su modesto y abrupto comienzo traduciendo los Karamazov, Pevear y Volokhonsky han continuado, en la tranquilidad de su estancia borgoñona, con Dostoievski y actualmente trabajan en "Guerra y Paz" de Tolstoi, con proyectos futuros que incluyen a Leskov.

Sucede lo mismo en español. A no olvidar que García Márquez reclama una herencia de las "malas traducciones de Faulkner", como lo hace Hemingway de las traducciones rusas de Garnett. Una traducción difiere de otra, y no necesariamente implica un mayor conocimiento del lenguaje sino consustanciarse con el ambiente narrativo. La traducción de Gregory Rabassa al inglés de "Cien años de soledad" no tiene par y sin embargo se encuentran burdos errores de interpretación.

Si me dan a elegir entre la traducción de Julio Cortázar de los cuentos de Edgar Allan Poe y la similar de Ernesto Sábato, me quedo con la primera. Feliz episodio el de contar con dos versiones notables. Entre los libros más hermosos que conservo a mi lado está la "Caballería roja" de Babel. La leí en dos ediciones y la traducción de José María Güell es superior, en laconismo y poética, aunque parezcan éstos irreconciliables enemigos, a la de José Laín Entralgo que sin ser mala no tiene igual sustancia.

Hay traducciones de traducciones y eso, en primera instancia, equivaldría a desmerecer una obra; mas no es así: otro de los iconos literarios que me acompañan es el "Viaje sentimental" de Viktor Shklovski, traducida del italiano por Carmen Artal, siendo la obra original en ruso.

No se puede dejar de lado la monumental obra traductora de Jorge Luis Borges, desde Snorri Sturlusson a Lord Dunsany, pasando por su magnífico "Un bárbaro en Asia" de Henri Michaux.

David Remnick superpone en su artículo los aspectos de arte y financieros del oficio de traducir. No toma partido aunque observa. Se limita a detallar esta nueva explosión de lectura de los autores rusos en el caso, con ventas que sobrepasan a veces veinte mil ejemplares para Dostoievsky. Beneficios, pero también artimañas de la sociedad de consumo, que ayudan a eternizar las grandes letras. Muestra un Nabokov que en su vasta inteligencia critica a todos y a todo, a Thomas Mann y a Pasternak. Recuerdo que Babel (de acuerdo a Ehrenburg) decía de él, en los tempranos años, que Nabokov-Sirin escribía bien pero no sabía sobre qué escribir.

Sobre la mesa de noche, al lado de un Don César de metal y espada, descansa la "Antología negra" de Blaise Cendrars, en traducción de Manuel Azaña.
16/11/05

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), noviembre del 2005
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 2005

Imagen: Escriba maya. Detalle de la estela 63 de Copán (dibujo de Linda Schele)

Virginia revisitada/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La intempestiva llegada de mi primo Waldo (por Waldo Frank) Ferrufino a Aurora trae recuerdos consigo. Waldo fue uno de los primeros que me recibió, a la salida del metropolitano en Virginia Square, y mantuvo una solidez solidaria por el tiempo que viví allí; él y su hermana, Carmen.

Había olvidado historias, sin quererlo; tal vez eran demasiadas, juntas, para un cochabambino que veía en Virginia más que una posibilidad de hacer dinero y comprarse un auto -también-. Desde el largo trayecto en bus desde Miami hacia el norte, los nombres traían referencias inevitables en aquella mente joven y llena de la caducidad de la memoria. En Savannah creyó ver bambolear los cuerpos de piratas ahorcados. Herencia de Schwob y Stevenson que flotaba en las aguas atlánticas. En Raleigh, mientras el vehículo cercenaba el horizonte, quiso oír la fanfarria del sur cuando la prestancia de Robert E. Lee pareció haberse encaramado sobre los despojos del ejército de la Unión. Eso por considerar sólo dos ciudades y algo de personajes.

La geografía prestó su encanto, la extensa miasma de los estados sureños, las casonas estilo Georgia en la perspectiva del crepúsculo. Menos Miami, de espíritu prostituido en el peor sentido, sin bohemia, sin soltura, simple mixtura de burdo mestizaje.

Arreciaba el invierno de 1989, más frío mientras menos trabajo había. Triste y pronto despertar a la mendicidad espiritual de tanto boliviano que, creyéndose en un paraíso para alardear ante los nuevos, inventaba Dorados y tesoros de nunca existir. Estratificación indebida y absurda de quienes de una manera u otra representaban una fuerza de trabajo barata y nada más.

En Virginia vivía Ronald Arandia, quien desapareciera en una chichera noche de la calle Antezana, en Cochabamba, para volvernos a encontrar en medio de bailes tropicales y mujeres ágiles aunque carnosas en el bar que regentaba en la capital, Distrito de Columbia. Fernando Vargas, poeta de la urbe, washingtoniano por adopción y de Bolivia cúmulo de narraciones. Y Julio Dueri, llegado de Filadelfia, ducho en artes de alcohol y mujerío. Otros, desagradables algunos, desdeñosos, idiotas, interesantes, arribistas que deseaban por sobre todas las cosas lavar la raza y emblanquecer.

Desde la ventana en la calle North Monroe bajaban veranos e inviernos. Caminar con la nieve en las rodillas, los mapaches corriendo sus oscuras sombras a esconder; parecía un texto de Jack London, sin caballos a quienes abrir el vientre para calentarse adentro. La musiquilla del viento en los colgantes de metal de los porches, con el siseo del viento, sin faroles, avanza que avanza empujando aquel peso blanco cuya intención es detener. Llegar a la puerta de alguien que supuestamente habría de llevarte al trabajo porque tú no tienes auto, ni bicicleta tienes, y arañar en vano los nudillos para una respuesta de silencio. La noche entonces, lóbrega como nunca, cargados los árboles de desesperanza, los copos que se derraman y no aplacan la ira del desventurado. Primera Virginia que sin embargo recibía con un modesto té y masitas dulces en la casa falta de muebles, como para reírse de las tormentas.

La vida se adecuó con la experiencia y Virginia mostró faz nueva de prosperidad y sol. Se desnudaron los museos, hasta cardenales rojos piaban en el patio de atrás, el que daba al bosque. Viajes con Mirella Suárez, hija del poeta, al Shenandoah; miradas retrospectivas a los ancianos frentes de batalla. Fueran vodka o ron, o Michelob y Miller, con Ronald, a puertas cerradas tomando y cantando los rojos sones de Carlos Puebla. Un par de fotografías con Gauguin y Raúl Boulocq en la Galería Nacional. 

Exhibiciones de Rembrandt, Malevich y Matisse en Marruecos.

Elegir libros en la plenitud del domingo: la trilogía de Galeano para regalar, los discursos de St. Just en la Convención, los que llevaban directo a la guillotina...

Una visita que más que retrospectiva trae emoción, la de aquel que incursiona en lo desconocido, sin haberlo buscado, en un golpe de dados cuya combinación numérica determina que siga, después de dieciséis años aquí...
09/11/05

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), noviembre del 2005

Imagen: Neblina en la floresta del Shenandoah


Bolivia, un filme de Adrián Caetano/ ECLECTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Navegando en la red, en busca de nuevo cine latinoamericano, tropiezo con una película altamente premiada (Cannes, Rotterdam, San Sebastián, Londres, Huelva) que lleva el nombre "Bolivia". El director: Adrián Caetano. Un argumento interesante: un inmigrante ilegal boliviano en Buenos Aires que trabaja en un café, restaurant, bar en el que transcurre casi toda la cinta.

Fernando Martín Peña, de la revista Rolling Stone la califica como "el más importante filme argentino de los últimos veinte años". Afirmación tal vez exagerada considerando que las décadas mencionadas, ya terminada la dictadura militar, han sido prolíficas en el renacimiento del cine de ese país, con realizadores y realizaciones importantes. Ello no desmerece el trabajo de "Bolivia" que con pequeñas falencias de actuación y cierto inmediatismo falto de desenlace sigue siendo excelente. No significa que Caetano deja la historia a medias, hay un fin -tal vez no imprevisto- que podría haberse desarrollado más. Suele ser que situaciones semejantes se deban más a ausencia de presupuesto que a limitaciones de guión. Algo con que el cine de América Latina debe lidiar a diario. "Bolivia" dura 75minutos, casi un corto metraje, rodada de manera cortada en tres años, con base en un relato de Romina Lafranchini, esposa del cineasta. Caetano tuvo que "prestarse" el local de manera discontinua, lo que quizá le da ese muy sutil destiempo.

Cómo justificar entonces los premios. Porque aparte de las dificultades que implican un mérito en sí, "Bolivia" tiene trasfondo social. Habla del drama de la emigración, de la injusticia, la explotación, el racismo, pero también de la solidaridad. La compañera de trabajo del protagonista -Freddy (Freddy Flores)-, Rosa (Rosa Sánchez), de origen paraguayo, le concede amistad, algo de amor también, elementos claves para sobrevivir en un universo hostil donde los infames policías argentinos tienen el derecho de detener a uno en la calle, revisarlo y humillarlo, más si se es un "bolita", o "negro", o "peruano", "paraguayo", ajeno y distinto a unos supuestamente superiores euroamericanos.

"Bolivia" representa en parte el mundo de Washington Cucurto, el gran escritor negro dominicano-argentino. Cucurto se desenvuelve entre inmigrantes y su jerga extrae buena parte de su léxico del guaraní. Combina la suma de todos los desheredados que en la miseria se hacen uno. Claro que en Cucurto los personajes son desenfadados, atrevidos, sexuales y explosivos mientras que los de Caetano son más bien tristes.

La universalidad del mensaje del filme es esa: la existencia del abuso tanto como de la impunidad. 

Algunos de nosotros, inmigrantes, quemamos las naves no con ánimo de romper con el pasado sino con el de alcanzar la posibilidad de construir otras, nuevas y mejores, como las edificaciones de las que hablaba Durruti, refiriéndose a que los obreros tenían la posibilidad de siempre construir otra vez, mejor, así la burguesía hiciera saltar su mundo antiguo. Muestra el caso de Freddy y, por lo general, de la emigración boliviana, que raramente rompe los vínculos con su nacimiento.Y ahí radica el poder del pobre, así como el sujeto del odio y la envidia racistas que sospechan que aquel que hoy está en el fondo podrá levantarse incluso encima de ellos por su pujanza y sus afectos.

Argentina, como los Estados Unidos, Rusia, Francia, la misma España, sufren el destino de toda nación vieja. Sus tierras son el ámbito por donde habrán de expandirse las naciones jóvenes, se llamen Bolivia, Paraguay, Senegal, México o Uzbekistán. No es siquiera geopolítica, es historia y hay en ella inevitabilidad. Se ve en "La ciénaga", película de Lucrecia Martel, donde la inercia de las otrora clases pudientes y blancas va minando su supervivencia. Una de las protagonistas de Martel, Graciela Borges, sentencia que todo es culpa de los "coyas", como culpa es de los mexicanos en el norte y de los marroquíes en Francia.

"Bolivia" se filmó en el 2001, y jamás la habría conocido sin el azar. Seguro que despertará o despertaría tontos nacionalismos entre connacionales que creerán el filme atentatorio a la "dignidad nacional". Caetano ha hablado de algo de lo que debíamos haber conversado nosotros, hace mucho.
02/11/05

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), noviembre del 2005

Imagen: Escena de "Bolivia", de Adrián Caetano

En la Escuela de Teología/ ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mayor interés no tengo en esta disciplina que aparenta hablar con ¿Dios? Pero soy un fanático de archivos y letra impresa y estos divinos verbalistas, usualmente pudientes y bien acomodados, disponen de colecciones de textos antiguos y raros que me fascinan.

Entro en la Iliff School of Theology gracias al arbitrio de amigos mexicanos y peruanos que limpian el centro cuando ya los guardias de seguridad pakistanos y vietnameses han dejado el lugar.

Es un complejo de tres edificaciones interconectadas, un lobby inmenso con aulas y oficinas, la biblioteca de dos niveles más un sótano y una suerte de torre de al menos cien años, donde existe una capilla, salas de conferencias y más oficinas para catedráticos. De las ventanas de esta torre se ven las construcciones de tipo inglés, bellas y lóbregas, de la Universidad de Denver, cuyo mérito -dicen- es haber cobijado en sus clases a Condoleezza Rice, mano derecha del iluminado presidente Bush.

Hay cierto olor a carroña entre las paredes. Habrá ratas muertas en las centenarias cañerías, y maderas corroídas. Del órgano ubicado en el rezatorio escapa un roedor, despierto por la noche para vagar en la marea de papelerío; rompe con ello la santidad de la alfombra roja, del claustro que preside un magnífico mármol que aunque no lo expresa creo que representa a Isaac antes de ser fallidamente martirizado por su padre, el patriarca Abraham. Esta escultura merecería su sitio en museo, no en la orfandad de un recinto donde sólo la ven, si es que lo hacen, las manadas de aprendices de cura. No es únicamente Isaac el huérfano: recorro con la vista manuscritos ancianos enmarcados y expuestos en los muros,parafernalia religiosa con piezas admirables. En los salones de los profesores cientos de libros duermen en anaqueles, sillas, pisos, en una maraña donde los limpiadores latinoamericanos apenas pueden caminar. Hay mugre, y mucha. Suele ser quizá que estos hombres y mujeres gastan demasiadas horas en sus comunicaciones extraterrestres y que no les queda espacio para una pizca de sentido común, para saber que ese poco de higiene diaria del medio alrededor puede en algo diferenciarnos de los cerdos.

Pero no. Las togas colgadas de percheros -parecen seres fantasmales en la oscuridad- cobijan cuerpos reñidos con la limpieza. Hojeo sus libros. Crónicas de Israel, los derechos civiles y la religión. Me acomodo en el sillón de la profesora Eidenbaum y leo acerca de la supervivencia de los indigentes en el París medieval. Me quita de la abstracción el "permiso, permiso", y el ronronear de la aspiradora que derriba una pila de obras dedicadas al santoral católico.

Una observación detenida de los prolíficos basureros muestra la afección de estos santones a comer chocolate. Los químicos del cacao tendrán directa relación con el contacto extrasensorial. Hablando de basureros, los hay grandes, en el recibidor por donde pasan alumnos y maestros, amén de visitas. Da a pensar si en esta organización se estudia o se come. Me dicen que a diario es así, que los botes de basura no dan abasto a los desechos. Hay al menos tres cocinas en el lugar, con sus cafeterías y no sé si las delicias se proveen gratis o se cobran, sólo que pregonan vientres muy activos.

Juan me introduce a la biblioteca donde está el origen de mi interés. Primero a un depósito. En medio de telarañas y un asiento roto, anaqueles con tomos de al menos trescientos años. Textos que carecen de espacio en el receptáculo mayor del recinto. Páginas que ya no se abren y que por el polvo alrededor, ni se tocan. No limpiamos este cuarto -escucho.

Una mágica llave abre la puerta de Colecciones Especiales. Allí, en la primera mesa cerca de la entrada, una docena de volúmenes sin protección alguna. Con una cámara de teléfono celular los fotografiamos. Valen sin duda miles de dólares al ser ediciones originales. Reseño: Encomium moriae (Desiderio Erasmo), de 1509, pero en impresión de 1629; los textos de Teresa de Ávila; Passiones animae, 1650, de Renato Descartes, dedicado a la reina Cristina de Suecia; Assertio omnium articulorum, de Lutero,1521...

Excursión nocturna que vale el sacrificio de no dormir. Otra vez, siento lástima por la seclusión de libros así, que se debieran al público. Encerrados en un sótano poco sirven, porque los teólogos, noveles y viejos, tergiversan, malintencionadamente como siempre, la vida...
25/10/05

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), octubre del 2005

Imagen: Acuarela del edificio principal de la Iliff Escuela de Teología, en Denver, Colorado

Borges y México/ECLECTICA


Vanamente he intentado encontrar visos del México popular en las líneas de y sobre Borges de la compilación "Borges y México", Plaza y Janés 1999. Los autores, mexicanos y otros, que hablan del escritor porteño, discurren acerca de su gran amistad con Alfonso Reyes, de las cualidades urbanas de la literatura argentina, de la geografía borgiana y su universo de sueños y reflejos. Obvian las posibilidades concretas de la obra de Borges de acercarse al "pueblo", el mexicano específicamente en este intento de texto.

Tenemos la imagen de Borges como un hombre que elude el roce de la muchedumbre, esa masa alocada y bestial que se mueve sin ton ni son. Sin embargo, Jorge Luis Borges recibe la herencia, violenta y épica, de la literatura gauchesca; imagina al gaucho, y a su descendiente urbano, el compadrito -siempre de apellido español- y lo recrea como el antecesor valiente y mítico de una Argentina transformada por la inmigración, cuya dualidad angustiosa se cebaba sobre él mismo. Hay características similares en los hombres de la vasta extensión territorial mexicana; el gaucho Martín Fierro pervive en México, presente y vital, con sus rasgos propios hasta muy entrado el siglo XX.

Quizá su dinámica y su modo de sobrevivir le quitan esos jaspes románticos y misteriosos que tienen los seres muertos, los cuchilleros de Palermo, por ejemplificar algunos... para que el poeta de Buenos Aires los observe. Es que Borges se insume en otra rica e interesante penumbra de olvido donde abundan espectros foráneos y el vaho caliente que exudan las aguas, porque por un río se van o cruzan las almas muertas, forma un vaporoso instante de ensueño.

El joven Borges paseaba al conflictivo Pierre Drieu La Rochelle, ya muy atrás, por el bajo de su ciudad. En toda urbe, lo marginal, las barriadas extremas, los prostíbulos, el canto y la pelea son el nexo ¿el último? entre el campo y la ciudad, entre lo agrario y lo urbano. Tal vez, siendo tan amplio su imaginario, no tuvo tiempo Borges de indagar y nutrirse con el de un México más cercano a él de lo que pensaba. Existe en aquel país un dejo ibérico más profundo -o más intenso- que el de Buenos Aires y las milongas o tangos que recitara el argentino podrían ser más que un eco en los barrios orilleros de Ciudad de México para hacerse un sólo y único vocablo. Pero hay senderos que se bifurcan y caminos que se separan, sin desmerecer el valor de ninguno.

El tocadiscos insiste con "Camino de Guanajuato", de José Alfredo Jiménez. Sencillo, pienso, para un boliviano acercarse a su lírica. Cuando el cantor dice que detrás de la loma se ve Dolores Hidalgo, parece nombrar las vueltas nuestras del Valle Alto. ¿Sangres comunes? Un sinfín de explicaciones que hermanan los pueblos nativos. No para el prosador platense con sus mixturas hebreas, germánicas y escandinavas, donde los únicos indios vivos son los indios muertos.

Se lee mucho a Borges en México y México todavía espera encontrar la sombra del poeta ajeno que lo descubra.
23/3/04

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), marzo del 2004

Imagen: Jorge Luis Borges