Thursday, January 29, 2015

La delicia de saberse efímero; la pesadilla de sentirse eterno. Respuestas a Fadrique Iglesias Mendizábal


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cuando escribiste el Exilio, y probablemente Virginianos, te refieres a DC como un lugar hosco, peligroso, ciudad de putas y pendenciera. ¿Cómo era esa convivencia a pocas cuadras de la Casa Blanca?

Viví dos DC. Por un lado, de noche, trabajaba en el mercado de abasto descargando camiones, en medio de negros, salvadoreños escapados de la guerra civil, coreanos empresarios y mafiosos, verduras y frutas de todo el mundo, sexo y droga. Un panal de abejas, aquello, y nido de víboras. Y de día, o en mi noche libre, la de sábado, andaba por el Smithsonian, en Hispania Books, Common Grounds, que era una cafetería chic con libros y café, de las primeras en Dupont Circle. Y salía, por un tiempo, con una mujer que entonces era presidente de la asociación de antropólogos norteamericanos, PhD con tesis en Teresina, Brasil. Nada más dispar, pero que me permitía un amplio espectro de aprendizaje, sufrimiento y gozo. Era joven, fuerte, casi no dormía, y lleno de interrogantes acerca de un mundo nuevo, en extremo diverso.

¿Cómo veías la movida cultural de la ciudad? Hoy en día yo la veo dividida entre la cultura afroamericana, los hispanos emergentes, los yuppies burócratas y algunos virginianos blancos y conservadores que viven por aquí. ¿Cuál es tu impresión?

Era riquísima. Conciertos del surgente rock alternativo, mezclados con asistencias a ver Rubén Blades y Son del solar. Impresionantes exhibiciones de arte: Malevich, Matisse, Rembrandt, entre las que más recuerdo. Salía solo, llevando una vida de completa independencia. Veía a amigos bolivianos, pero no tanto como querían ellos. La cultura de ghetto nunca me interesó, la de asociarte con los “tuyos”. Yo entraba al mundo de los “otros” y me desenvolvía con soltura. Mientras mis amigos jugaban fútbol los sábados, con las consabidas cervezas nuestras que vienen detrás, yo andaba en el Mall, el centro de los museos de la ciudad, flirteando con hermosas muchachas anglosajonas y escribiendo mis Virginianos en papelitos, debajo de fotos de Lee Miller o de Man Ray. Culturalmente fue para mí un mundo insólito y exuberante. Lo recuerdo bien, dichoso.

Por otro lado, en el mundo paralelo, visitaba las casas de mis amigos negros en el North East y South East, un mundo prohibido para blancos o gente como yo (nunca nos han considerado blancos, ni siquiera a los españoles). Fumaderos de crack, muchachas negras que abrían las piernas con facilidad; deliciosas y viciosas. Sexo en autos, borrachera en las calles, recostados contra la pared, bebiendo Cisco, un licor de variadas frutas y colores que luego sacaron de circulación por ser letal. 

Detestábamos la cerveza normal; bebíamos licor malteado, con mayor grado de alcohol: Colt 45 y otros. Iba de ayudante de los choferes negros en los camiones de la empresa. Repartíamos productos a los hoteles y restaurantes de DC, Virginia y Maryland. Al terminar el día, antes de regresar al warehouse, alcohol y droga, sexo y droga. E historias inverosímiles que me contaban como a un hermano. He sido afortunado en oírlas y recordarlas. Y en sobrevivir también.

Viviste en la década siguiente a los 70, explosión psicotrópica. ¿Circulaba mucha mandanga por el underground? ¿Había drogas por el mundo en el que te movías?

Mucha, excesiva, demasiada. Esta empresa de produce en la que trabajaba era la mayor del mercado, dirigida por tres hermanos de origen irlandés. El mundo de ellos era la marihuana, que compartían en los gigantescos refrigeradores con algunos cargadores negros, que eran, a su vez, proveedores. Crack, hachís con profusión. La labor nocturna era febril, con camiones de 21 metros trayendo cosas desde California, México, cangrejos vivos desde Maine, frambuesas y moras desde Chile. Cualquier instante de descanso: droga. Dos, diez veces por noche. Cuando el día terminaba, ya casi a mediodía, los managers se encerraban en uno de los autos y… droga. Sin parar, seis días por semana. Yo no era afecto a ella, pero no evitaba compartirla de cuando en cuando. Me sorprendía que tipos muy ricos, duros trabajadores tengo que reconocer, no deseaban volver a sus mansiones, a sus hermosas mujeres que a veces visitaban el warehouse y deslumbraban a los miserables estibadores. Preferían quedarse a hablar mierda, con las ventanas cerradas, en el mundillo de la droga. Los imagino llegando al hogar, tirándose en la cama, recuperando unas horas para volver a aquel frenesí. No tenían más de 30 años y confesaban que tenían sexo con sus mujeres una o dos veces al mes. White boys, decían los negros con desprecio.

Pregunta típica: ¿Qué guion de cine te hubiese gustado escribir? ¿Y qué actriz hubieses sugerido para el papel protagónico?

Vivía como filmando, a decir verdad. Y como fotógrafo. Imaginaba exhibiciones de fotografías sobre el universo de las frutas y las verduras. Increíbles colores, escenas, depósitos llenos de naranjas de distintos tonos, el contraste entre las papas de Idaho y las verdes paltas, aguacates californianos. Los tomates ni qué decir, que eran la élite de los productos, con una sección especial de empaque por tamaños y colores. En esa gran bodega de DC, de noche, negros borrachos y perdidos, algún turco, algún latino, manipulaban lo que se serviría en las reuniones de embajadores, del jet set, de la CIA en Langley, a donde llevábamos cargamentos sin que jamás nos pidiesen identificación. Eran otros tiempos. ¿Qué filme? Uno de David Lynch, algo similar. ¿Actriz? Alguna de las de Fassbinder al que idolatraba entonces (y hoy, pero en un escenario ya lleno de muchos otros).

¿Eres de cafés o lo haces en el comedor? ¿Eres más de hacerlo por la noche o por el día? Me refiero a escribir. En qué contextos te sientes más a gusto.

Siempre escribí, y todavía lo hago, cuando podía y dónde podía. Nunca han sido importantes las condiciones externas, el ambiente, para sentarme a escribir. A solas, claro, prefiero, pero lo puedo hacer con música fuerte, una fiesta al lado, el televisor encendido, etcétera. Las flores amarillas necesarias para Gabo, o cosas así, me parecen pajas que les sirven a unos. No a mí.

¿Cómo llevas, en un país en el que el comercio es la base de la cultura, el saber que tu oficio de escritor muy probablemente no te de fortuna?

Jamás he pensado hacer dinero con lo que escribo. Es más, como columnista, nunca he cobrado ni demandado un centavo. Puedo, con orgullo –y tal vez con estupidez- decir que mis textos no fueron vendidos. Malo, porque en un mundo estupidizado por el consumo y el comercio, eso va en contra tuya; suelen no tomarte con seriedad. No me interesa. Con el par de premios que gané tuve viajes y una veintena de miles de dólares extra que no cayeron mal, pero vivo de mi trabajo, de mis manos u otras condiciones, pero no de la literatura.

¿Acudes al alcohol para que te ayude a inspirarte en la escritura, como lo dicta el mito del poeta maldito boliviano? ¿Cuál es tu relación con el alcohol?

Nunca. Las “ayudas” no me parecen urgentes, ni inventarte un mundo ficticio, falso quizá. La maldición de algunos poetas está en su escritura y no en sus catalizadores. Maurice Utrillo, el pintor, importa por sus colores de París más que por sus tragedias de beodo. Hacer de algo así el punto de partida de una leyenda, tu leyenda, a no ser que suceda inevitable por las circunstancias, es un paso en falso.

¿Cómo ha sido tu adaptación al american way of life? ¿Sales con gringos? ¿Eres un tipo de noche?

Casi no salgo. Y en realidad no salí mucho a bares ni en mi juventud acá. Soy más casero y bastante privado. Bebía en las calles con mis amigos negros, pero ninguno de ellos supo jamás dónde y con quién vivía. Lo mismo las mujeres. De pronto, en algún momento, retornaba a la caverna y desaparecía sin rastro. Simple.

Tengo amigos gringos y latinos de varios orígenes. Amigos rusos bastantes. En casa, una vez cada dos o tres meses, hacemos una comilona con bebida abundante para una veintena de ellos. Bailamos cumbia y escuchamos kaluyos antiguos. O canciones revolucionarias del Ejército Republicano Irlandés, clásicos rusos: Kalinka, Ojos negros; tangos y corridos norteños y rancheras. En casa se come y se bebe bien. Eso casi diría que te impide salir.

Pregunta topiquísima: ¿qué piensas de la reforma migratoria?

Me parece tan estúpido que los gringos pierdan el potencial de los hijos de inmigrantes latinos e importen trabajadores calificados de Pakistán, India, China, sobre todo. A unos les impiden proseguir sus estudios, mientras que a otros, que se irán de vuelta a sus países con la tecnología aprendida, les abren las puertas. Ceguera, mucha, sabiendo que es irreversible la latinización de este país. Los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos son estadounidenses. Este es su país y un porcentaje ínfimo quisiera ir a un México que desconoce, con la propaganda de violencia y pobreza que lo precede. Es negarle ciudadanía a un hijo tuyo. Obligar a esos jóvenes a prostituirse en míseros trabajos es como dispararse en el propio pie. Leo sus razones, pero no entiendo su estupidez.

¿Te identificas más con los republicanos o demócratas? ¿Eres más anarcocapitalista, anarquista a secas o liberal?

Soy un librepensador que bebió en fuentes como Bakunin, Kropotkin y Malatesta. Pero detesto ser orgánico o gregario. Soy demasiado individualista para pertenecer a ningún núcleo, social, político, literario… No podría asociarme con los republicanos, ni siquiera en simpatía. Con muchos peros, prefiero a los demócratas.

¿Me puedes citar algún político gringo que respetes intelectualmente?

Me gusta, o gustaba Kucinich. Pero siempre ha sido minoritario, una voz perdida en el tumulto. Un  par de senadoras mujeres de California. Pocos.

¿Qué opinas de la academia norteamericana? ¿Es márketing o es nomás cierto que de las 100 mejores universidades del mundo, 60 estarán acá?

Las dos cosas. Mucho marketing pero también notables individualidades. Creo que es normal para un espectro cultural, académico, tan amplio. He conocido profesores universitarios gloriosos, que eran a su vez personas muy simples y normales. Eso es algo que admiro de los académicos gringos, creo que sin generalizar, su modestia. Debe haber pavos reales, pero a diferencia de Latinoamérica, no son mayoría.

¿Cuando llegaste a EEUU, imagino que no pensabas quedarte. Casi 30 años después, qué piensas?

Al salir le dije a mi padre: vuelvo en un año. Han pasado veinticuatro. Me he casado dos veces, tengo dos hermosas hijas, Emily y Aly, que resumen el crisol de culturas de EUA. Sé, lo pienso mucho, que terminaré mi vida en Bolivia, espero que en Cochabamba, pero ni es ni fue motivo de sufrimiento. Mi capacidad de añorar no es del tipo quejumbroso. Vivo feliz en dónde esté. No implica que no putee en mil idiomas contra aquí y contra allá. Por ahora seguimos en Colorado. En unos años no sé. Mis hijas ya crecieron, son casi independientes, y ese es un nexo que no se ha cortado pero sí relajado. La responsabilidad de estar presente, sí o sí, ya no existe.

¿Me puedes precisar la fecha en la que llegaste a EEUU? ¿He leído la crónica del taxista de Miami, ¿me puedes contar cuál era tu plan? Entraste con visa de turista… ¿cómo te hiciste residente? ¿Eres ciudadano gringo?

Me gustaba entonces viajar. Ya no. Y Estados Unidos fue una posibilidad que se me abrió por azar. No vine a ganar dinero, o porque ya no podía estar en Bolivia. No había esa necesidad. La pasaba muy bien allí, demasiado bien. Pero o me construía a mí mismo como hombre o me quedaba en un estadio de desarrollo inútil. Obtuve mi residencia un año después de casarme. A instancias de mi mujer nuyorquina. No fue el motivo para hacerlo. No me importaba. Pero ya ante el hecho concreto, lo tomé.

¿He leído por ahí en una crónica tuya que abriste un boliche, el New West Café y que acabaste a las piñas con el socio? ¿Me puedes contar un poco más acerca de ese despute? ¿Era de buena lid el tipo o te denunció por partirle el hocico?

Creo que por su lado la marihuana lo desquició. El tipo no vivía en el mundo real sino en un éxtasis que no era ni siquiera feliz sino nervioso. Chocó con la férrea voluntad y responsabilidad que con los años desarrollé en USA. Discrepábamos en tantas cosas. Y exploté porque a pesar de la mesura que uno adquiere sigo siendo un individuo belicoso. Estaba todo tendido para el escenario que vino después: la ruptura, la pérdida, la detención, dormir entre rejas, asegurar a la sociedad que te comportarías acorde con las reglas. El estado policial y sus recursos.

¿Cómo fue que abriste el boliche ese? ¿Había comida boliviana? ¿Tus clientes cowboys pedían platos raros para ellos como el chupe de maní? Cuenta un poquito más acerca de tu relación con esos cowboys… ¿hablaban el mismo “idioma”?

Sabes, y eso es algo que he encontrado en los gringos y todavía me sorprende. Pueden ser reaccionarios, conservadores, racistas, pero si logras penetrar en su mundo, conversar en términos iguales con ellos, todo lo anterior se pierde. En ese pueblito de las montañas de Colorado, ya te imaginarás todavía en el siglo XIX, los cowboys andaban en los saloons, igualitos a los de las películas, con pistola al cinto. Un mexicano, como nos califican a todos, en un ambiente así, huele a víctima. Pero me senté con ellos y, a partir de sus apellidos, hablamos de sus orígenes: alemán, irlandés, galés, etc., abriendo un espacio que podíamos compartir. La mayoría era de tipos rudos, ignorantes, no con un esquema ideológico sólido, llenos de lugares comunes, maleables. Terminaban abrazándote y secando vaso tras vaso de cerveza contigo. ¿Don de gentes que tengo? Tal vez, pero ha sido mi experiencia.

En ese café hacía, en 1992, sopa de quinua, chaque o como se escriba, y ají de fideos, fideos uchu, y los vendía a más no poder. El uchu estaba listado como Latinamerican stew, y gustaba.

Tu literatura, y sobre todo tus artículos son broncos, provocas. ¿Eras así en el colegio? ¿Te has piñao muchas veces de chango? ¿De mayor? ¿Fuiste a colegio público o ¿privado? ¿En Cocha?

Mi hermano Armando y yo fuimos muy peleadores en  la escuela. “Nos vemos a la salida” fue parte de nuestro crecimiento. Dimos palizas y nos las dieron. Muchas, muchísimas. Eso paró luego de los tres primeros años aquí. Volvemos al estado policial. Aquí no se podía hacer lo mismo y lo acepté. Aunque de boca todavía me peleo mucho cuando conduzco.

Hay que provocar cuando se debe provocar, como es el caso ahora con el gobierno Morales, como fue el caso con el gobierno de “W” Bush. Un hombre tiene que decir lo que piensa, le duela a quien le duela. Y si es contra el poder, mejor.

Fui a colegio privado, en Cochabamba.

Me dice Miguel Sánchez-Ostiz que comparte contigo afición por escritores como Pierre Mac Orlan por ejemplo...Céline, London, Stevenson, Cendrars. ¿Qué ves en esos autores?

Hemos hablado, las pocas veces que hemos estado juntos con Miguel, de ellos. Se los lee poco ahora, creo. Gran literatura, distintos unos de otros, pero evocando un mundo de aventura, de rebelión, de huevos, sin ánimo machista.

¿Qué literatura les recomiendas a tus hijas? ¿cómo es tu relación con ellas? ¿con tu mujer o exmujer?

A mis hijas les recomendé mis lecturas. Pero ellas hicieron sus propias elecciones. Hay una diferencia abismal entre el acceso que yo tenía a los libros en mi niñez y el de ellas. Nosotros apenas conseguíamos algunos en el mísero mercado boliviano. Estábamos destinados a los grandes nombres: Dostoievski, Dickens… Mis hijas crecieron con una literatura mundial, y en particular norteamericana, de miles de nombres y corrientes. Es difícil leer a los clásicos en un medio de un gran dinamismo social, cultural. Hay tanto para leer y tantos autores que elegir se torna complicado, y volver a las fuentes, más aún.

Nuestra relación es muy estrecha. Con mi primera esposa, distante, pero no enemistosa. Y con mi mujer actual, me parece atractiva, interesante, pausada.

¿Tienes referentes literarios hispanos?

Borges, César Vallejo, Carpentier, Güiraldes, Arlt, Rulfo. Leí de niño a Ciro Alegría, de joven a Manuel Scorza y a José María Arguedas. ¿Referentes? No. Gustos. Placeres.

¿Cómo se construye tu identidad a partir de tus raíces criollas, mestizas, de familiares inmigrantes de Argentina y Francia?, y si a ello le sumas los viajes que hiciste más lo que has leído en tu vida, ¿cómo queda esa mezcolanza?

Todo híbrido es rico. Y creo que he sabido aprovechar mi hibridez para enriquecer el conocimiento. Participar de la mayor cantidad de universo posibles, no puede ser malo, muy por el contrario. No me siento francés, soy muy boliviano, pero participo de la cultura argentina, o de la vasca o de la indígena con  fervor. Todas las sangres. Eso vale.

-El rock está construido alrededor de la testosterona y el grito de cambio adolescente, creo yo, por eso me chirría un poco ver a Paul Macca o a Jagger todavía cantando. ¿Cómo te ves tú a los 70 años, cuando se te vaya acabando la testosterona?

Si sucede, como algo natural. También me molesta ver a Mick Jagger o a Bob Dylan todavía cantando. Pero creo que lo que en el caso de los músicos es hasta lamentable, no lo es en el de los escritores. El decantamiento, en literatura, suele ser más productivo que el de los cantantes de rock. No asociamos al escritor, como en el caso de Elvis, a un movimiento de pelvis.

-Por ahí he leído que lees pocas novedades del mundo literario. ¿Es eso cierto? Si fuera así, ¿por qué?

Hay tanto para leer que es muy difícil abarcar todo. Todavía estoy en los años cincuenta, si no en el siglo XIX. Claro que de cuando en cuando leo otra cosa. No voy detrás de la moda de un Murakami o cualquier otro. Cuando los lea podré opinar. Pero si me dan a elegir entre Bolaño y Cendrars, escogeré a Cendrars. Cuestión de gustos y de libertad de elección. No me gusta, y no lo digo disminuyendo a nadie, que el mercado dicte mis pasos. Pasa con los libros, pasa con el cine, con la comida y la vestimenta.

-Por último, me gustaría saber un poco más sobre tu idea de Bolivia. No te imagino como el más optimista. ¿Crees que somos un pueblo enfermo? ¿Ves a Bolivia en 2040 fuera de la pobreza? ¿Crees que es un asunto de falta de evolución?

No comparto ese lugar común del pueblo enfermo. Que somos uno llorón y malacostumbrado sí. Es más sencillo dejarse guiar que decidirse por un camino. Y a eso apuntan los populistas, a hacerte confortable en su medida la existencia, coartar tu capacidad de reacción, de crítica. Doran la píldora como el retorno a los orígenes y huevadas similares. Manipulación de mentes y conciencias, revitalizar el espíritu de recua del ser humano. Inconcebible, por ejemplo, que el pueblo argentino no pueda deshacerse de esa lacra del peronismo. No se puede con los regímenes que nos tocan. No hay énfasis en la libertad individual, en la capacidad individual. Así no se avanza.

-Te he leído textos tuyos muy feroces “los jerarcas se orinaban a puertas cerradas… reminiscencias de los imberbes caudillos aymaras de quienes es muy difícil, a simple vista, encontrar el género por falta de vello y de contornos diferenciales… sus caciques, de abarca y poncho, o pantalón y aretes, no dejan de ser pedigüeños que no miran más allá de la jeta, rastreros, corruptos, ladrones, malandrines, marxistas de tres por cuatro, medios hombres, payasos, bufones, eterna corte de Milagros… Y si hay sangre, que corra sangre…”

Feroces y ciertos. Y no los escribo desde una perspectiva racista o elitista sino a partir de lo que soy, de mi sangre. Me entiendo y comprendo a mi gente y sé bien cómo de pelotudos y cobardes somos, y cómo de sufridos y valientes también. Y al poder, a los jerarcas de cualquier tendencia o color, no les hago el juego, nunca. No orino delgado por el poder ni las charreteras; seguro que no.

Textos que inclusive te han costado el cuello en periódicos como Página Siete. ¿Reafirmas lo que exponías en ese texto específicamente?

¿Por qué no? Pero hay lecturas sesgadas, a propósito. No van al meollo, se quedan en la ferocidad de las palabras. Con este texto en cuestión, el tipejo, viceministro que me acusó, nunca tuvo argumentos para debatir al respecto conmigo, de quién era racista y quién no, como propuse en una entrevista televisiva que me hizo Sandro Velarde entonces. Mi vida y mis escritos muestran quién soy y cómo pienso. Que boludos de tres por cuatro quieran interpretarlos de otro modo, allá ellos. Vale también para cobardes como los de Página Siete y otros, lambiscones del caudillo a pesar de aparentar disidencias, o de maricas como Stefanoni y un lameculo, Fortún, que chillaron como primerizas, sin motivo, porque la verga no se la metí a ellos.

¿A propósito de ello, cómo ves la prensa boliviana? ¿Y dónde ves las mentes más creativas en Bolivia en 2025, en El Alto, Santa Cruz quizás?

Dos polos con gran capacidad y mejor potencial. Tanto en El Alto como en Santa Cruz, la movida cultural es muy interesante. Habrá que esperar unos años para que se asiente como una base sólida. Sobre la prensa, hay tanta gente valiente, talentosa, que no me canso de leer los diarios del país cada día, apenas regreso a casa del trabajo nocturno. Y, creo que es normal, están los otros, los que viven de agachar la cerviz. Pero esa es su condición particular, privada, cada cual decide lo que va a hacer o decir. No me meto con ellos ni trato de inculcar mis ideas a nadie. Opino porque es mi derecho, y que me lea quien quiera.

Si tuvieras que volver a Bolivia, ¿dónde vivirías?

Supongo que en Cochabamba. Me siento en casa como en ningún otro lado.

Me dicen que estuviste en el psiquiátrico de Sumumpaya compartiendo habitación con el Ojo de Vidrio… ¿qué hay de cierto en eso?

Siempre nos acordamos de eso con Ramón. Un día o dos, alcoholes y sentimentalismos. No jugábamos a la “maldición privilegiada”, no. Sucedió porque creo que ambos somos apasionados con lo nuestro. Yo tenía una hermosa chica inglesa entonces, que me visitó una tarde, y Ramón, al verla, puso lo mejor que tenía de su acento inglés para flirtear con ella. Divertidas memorias hoy. Tristes entonces.

¿Cada cuánto vuelves de vacaciones a Bolivia?

Todos los años. Si puedo un par de veces, mejor.

Cuando alguien te pregunta por Bolivia, un extranjero, ¿a qué obra/película/novela/grupo musical recurres para ilustrarle?

Hablo de la gente, de lo amistosos que somos los bolivianos, de la calidez humana, de la comida, de la fiesta. No recomiendo autores, cineastas. Cuento del país como yo lo recuerdo, de su historia. Cuando alguien desconoce un lugar lo asocia a lo más propagandístico que tiene. Ahora es Evo Morales, pero reducir el país a un personaje es tremendo. Allí me pongo a hablar de la herencia india, del mestizaje, de la diversidad y ambigüedad que encantó a mi madre, extranjera, por ejemplo, de los tejidos andinos, que colecciono y que muestran un mundo mucho más profundo que un par de nombres.

¿Cuál es tu opinión de los “bohemios” y “culturetas” (así  los llaman en España)? ¿Cómo te desenvuelves en el mundillo literario boliviano?

Nunca he pertenecido a él. Mis amigos cercanos nada tienen que ver con la literatura. Hay gente que quiero y respeto en ese gremio, pero no comparto sesiones ni acontecimientos, de ser posible. No los juzgo tampoco.

¿Cómo llevas los ataques de los simpatizantes del Gobierno?

Como de quien vienen.

Tu literatura es violenta… ¿qué te obsesiona de la violencia? ¿Te consideras un tipo violento?

Le pregunté a Ligia, mi esposa, ¿crees que soy un tipo violento? Respondió con una carcajada. Habrá que analizarlo. Al meterme en un mundo que por nacimiento no me pertenecía, en Bolivia, en Argentina, en España, en Francia, en Estados Unidos, observé y compartí la peor violencia que existe, que es la de ser pobre. Una violencia que se dirige y esgrime desde arriba con saña contra los de abajo. Eso me irrita y me hace reaccionar con mayor violencia. Por eso soy vehemente y feroz cuando escribo de asuntos sociales o políticos. Sin aliento y sin concesiones.

Tratas la muerte en varios de tus textos... ¿Cómo la afrontas? ¿Qué te inspira la muerte? ¿Cómo te enfrentas a ella?

La muerte es un hermoso destino. Siendo así, querida y cercana, la tomo como es, presente. Ahora, hay muertes y muertes. Me refiero en esto a la delicia de saberse efímero, en contraposición a la pesadilla de sentirse eterno.
2014

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A partir de estas preguntas Fadrique Iglesias Mendizábal escribió una crónica para Frontera D (Gallo de hierro, gallo bronco. Claudio Ferrufino, narrador boliviano). 

Tuesday, January 27, 2015

En Argentina asesinamos fiscales/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Capitanich, jefe de gabinete, dice que en Argentina hay libertad de prensa y de todo… el paraíso social, donde la familia reinante se queda con la parte del león y al resto le tiran migajas.

Hoy, volviendo del trabajo nocturno, me dije que no iba a perder mi tiempo escribiendo sobre populistas, robolucionarios, rojo-rojitos, incas, extraterrestres, milenarios aymaras. Mientras manejaba, repasaba en la cabeza temas de los más diversos, no necesariamente alegres, pero…

Ahí está el fiscal Nisman muerto. La “nueva Evita”, que en mi opinión es un insulto, no se animó a decir en vivo las sandeces que redactó al respecto. Y a Dios gracias, porque es insufrible con ese tono de novelón que tiene y sus lágrimas de puta falsamente triste.
A Nisman lo mataron, ellos. Con los iranios, con una élite de ayatolas y milicos, con el invitado especial de Evo Morales hace un par de años, como para aclarar en qué lado del panorama se ubican, en el de la ultraderecha recalcitrante y delincuente; nada más ajeno a la izquierda como fue concebida en la historia que ellos.

Lástima, ya me solté. Un escribidor paceño, con alas de cronista deportivo y de poeta, alguna vez puso en las redes sociales que Claudio F-C escribe “vómitos”. Cómo no, por supuesto, les vomito encima porque no puedo revolcarlos a tiros. Tan simple como eso.

Por higiene mental me negué a observar el circo de Tiwanaku. Morales emulando burdo la ya parodia de Bokassa y de Kadafi. Se interpreta lo que digo de manera literal. Por ejemplo, cuando en una columna anterior comentaba que los aymaras nunca llegarían a la luna, implicaba que en circunstancias como estas, jamás. Cetros de oro y sahumerios fraudulentos no se asocian al pensamiento científico. El fundamentalismo es el enemigo a destruir porque impide el avance de nuestra voluntad como humanos. Los pueblos originarios no necesitan que se reanimen las lacras que los humillaron por siglos. La mejor profilaxis para el colectivo es deshacerse, por cualquier medio, de los tiranos. No hay que olvidar el pasado ni desvalorar el origen, pero tampoco estancarse en ello a riesgo de hundirse en la dinámica del momento.

Hay cháchara multitudinaria acerca de las dotes intelectuales de García, el segundo. Pero ver la toma de juramento en la posesión del semidiós, desmiente una mínima capacidad intelectual. El sujeto se desenvolvió como pez en el agua en un texto inmundo que seguro su brillante mente produjo. Melodrama y cursilerías acordes con la época. A poco hemos llegado los bolivianos si este individuo representa lo selecto. Beodos de postín.

Volviendo a la Argentina, que está en la misma cuerda floja que el tonto de Venezuela, da vergüenza ver cómo representantes del gobierno tratan de desmerecer, empequeñecer, humillar a un hombre que ya no puede defenderse. Eso es poco si consideramos la alta tendencia delictiva del kirchnerismo, o de la patota llamada La Cámpora, donde priman nabos y zanahorias, amén de desempeñar al mismo tiempo avidez de tremendos rateros. La culpa es nuestra porque a partir de la revolución cubana inventamos un mito, algo que no era, menos ahora, verdad, de la mano de la perorata incansable de un cobarde como Fidel Castro, otro de los contrarrevolucionarios que usaron a favor suyo la tragedia popular.

Capitanich, Timerman, Kiciloff, Fernández, pueden decir lo que quieran. Con lo de Nisman se les fue la mano. Impunes hasta ahora, creyeron que amedrentarían y resultó lo opuesto. Hay que sacar esmeriles para afilar las guillotinas, que la hora de Charlot, el verdugo de la revolución francesa, no Chaplin, ha retornado.
26/01/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 27/01/2015

Ilustración: Hermenegildo Sabat

Monday, January 26, 2015

El escultor Ossip Zadkine/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En el Museo de Arte Moderno de París hay un par de esculturas en madera pertenecientes a Ossip Zadkine (1890-1967), escultor ruso afincado en la capital de Francia. Las obras son de los años veinte según recuerdo. Representan figuras retorcidas, aparentemente de influencia cubista. Se ubican en medio de la sala, entre Picassos y Fujitas.

Zadkine es uno más de los artistas rusos que engrosaron la vida cultural francesa durante décadas: Chagall, Soutine... Era habitué de la intelligentzia afincada en París.

Vivía con su esposa en un amplio taller de dos habitaciones. Habitaban una y en la otra acumulaban sus trabajos. Anais Nin, autora de un monumental Diario y amiga de Henry Miller y Artaud, lo visitó cuando Zadkine trabajaba en madera. En un párrafo muy bello dice que la casa del escultor semejaba un bosque pletórico de figuras. Las tierras cubiertas de abedules de su Rusia natal se habían trasladado a su taller. Los duendes de los cuentos eslavos con él.

La imaginación de Zadkine solía ser grotesca. Además de su clara orientación cubista, deformaba deliberadamente sus trabajos. En alarde de originalidad presentaba al público tallas inverosímiles. La época lo aceptó, lo reconoció como hijo suyo, y el escultor se hizo célebre.

A la entrada del puerto de Rotterdam se yergue una gran escultura en bronce de Zadkine. Recuerda la destrucción de la ciudad.

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Publicado en TEXTOS PARA NADA, Opinión (Cochabamba), 21/04/1988

Foto: Zadkine en Roterdam

Tuesday, January 20, 2015

Venezuela: la conquista del pan/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No me refiero a aquel libro clásico del pensamiento ácrata (Kropotkin), sino a una mirada triste y asqueada a lo que sucede en Venezuela. Podría, ya que se acerca la fecha “histórica”, hablar del tercer mandato de Morales en Bolivia, pero no vale la pena; este fantoche carece de cualidad especial que lo distinga de otros tiranos. Dejemos que los precios de las materias primas lo acaben, aunque, no sé, tal vez incentive el crecimiento de la materia prima que lo caracteriza y lo alimenta… sabemos cual.

Correa y Maduro (García Linera en Nueva York) anduvieron de mendigos por China y alrededores. En primera instancia, el negocio. Usufructuar hasta el límite las posibilidades de sacar provecho de las arcas públicas, luego limosnear. Menear a sus cónyuges, revolucionarias según, en ámbitos de aristocracia monetaria. Circo en pleno, o burdel. Mientras tanto en casa, exceptuando las dirigencias de los mal llamados movimientos sociales (asociaciones de bandidos), pobreza. Hambre no en Bolivia donde no podríamos calificar a su pueblo de frugal, porque come y defeca como el mayor en el mundo, sin complejos ni vergüenzas. Lo cierto es que la cháchara del cambio no funciona en ningún lado, tal vez algo en Uruguay donde trajina la presidencia un individuo al que llaman el Pepe (Mujica), que, revisando archivos, y a pesar de que portaba una subametralladora en el momento, se rindió a las fuerzas de seguridad bien fácil: “soy el Pepe”.

Cuando vivía el bocón (el coronel Chávez), se decía que Venezuela iba camino no del Primer Mundo sino del cielo. El tipo se comparaba con Bolívar, y los acólitos le mojaban las nalgas con viscosa baba. Pereció, felizmente, y fracasó hasta en el intento de ser momia. Los rusos no tienen la calidad de los egipcios para preservar a los muertos. Incluso el calvo Lenin dice que está devorado por dentro por un tipo de comején. Resultado: no pudo ser Bolívar, ni Lenin, ni siquiera Evita. Muerto ya, sus crías hembras se cobijaron en palacio dejando al presidente elegido, el actual, el chofer, viviendo afuera. Día va, día viene, parece que las circunstancias cambiaron. Las crías del bocón, millonarias, ya ni hieden. Como a su padre, se las olvidó. El peor castigo para un vanidoso es el olvido. Aquel que se creyó eterno, y que le discursearon eternidad con esmero, quedó como un clown desarmado que se desvanecerá luego de una generación o antes. Su legado, el del hambre y la abrumadora desigualdad social entre los de arriba y los de abajo, va a sepultarlo para siempre. ¡Pobre! Ni como cantor de boleros servía, y, cuando entonaba rancheras, más que charro parecía heladero.

Hablar de revolución social se ha convertido en América Latina en el negocio del siglo. A más muertos en la conquista de esta ficción, más beneficios. Cristinita emperatriz cuenta con treinta mil imbéciles (lo siento por los mártires) para apuntalar el robo; Morales no tiene personalmente un historial de izquierdista comprometido. Hoy mismo las fuerzas armadas le producen delicioso escozor. A falta de sacrificados ha reunido un hato indígena que clama por reivindicación… sin embargo, da la impresión, la reivindicación pasa por imitar amos, por emular patrones, por revivir colonialistas y reanimar conquistadores; poco, muy poco, de cambio en serio.

Maduro, en Caracas, sufre el insomnio de los tontos. Se cree, incluso más que el comandante redivivo en pajarito, bajo la protección del halo santo. Las manillas del reloj giran ajenas a la vanidad. Amenaza tiempo de tormenta, de cuchillo. Los hambrientos carecen de otra ideología que no sea el dolor de tripas y van a cobrarse. No me importa quien llegue mientras estos caigan. Cambiar constituciones suele ser utilitario, pero también son utilitarios guillotina y paredón. Morales cree que cuando termine su mandato, cien años de acá, o doscientos, o quinientos y hasta cinco mil, los aymaras habrán llegado a la luna, cosa que no va a suceder.
19/01/15


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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/01/2015

Imagen: Detalle de Los campesinos de Louis Le Nain

Monday, January 19, 2015

Carta a Nikos Kazantzakis/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

París, algún día.

He cerrado la última página de tu Carta al Greco. Y como tú no he encontrado a Dios; sí hermosos hombres, divinos y desdichados.

No sabes cuánto he amado y leído a Panaït Istrati, y lo que dices de él me afirma más. El vagabundo de Braila me acompaña en la oscuridad de la ciudad sin luz. Me he sentado con él, contigo y Máximo Gorki, en Moscú...

A veces, de joven, Nietzsche dormía a mi cabecera. Eran libros extraordinarios los suyos pero no los acababa nunca. Lo admiré mas no lo necesitaba. Todo estaba ya en mis ojeras. Tú, en cambio, inocente poeta griego, notaste en tus huesos su influjo. Y amar a Nietzsche es hacer como hago yo: amar la noche extrema.

Quiero un día subir a las montañas de Creta y ver azul, ver mar, y leer tus líneas en el cielo.

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De VIRGINIANOS, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 13/10/1990

Ilustración: Nikos Kazantzakis por Stavros Damos

Tuesday, January 13, 2015

Las víctimas del terror/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Supuestamente se atacaba a un sistema. Cuando al amanecer del 11 de septiembre de 2001, primero por radio y luego en la pantalla, vi estrellarse aviones en las torres de Nueva York, y estas colapsar luego, la primera reacción fue de alegría, de que Estados Unidos recibía algo bien merecido. Eso dio paso a la reflexión, apenas viendo que lo sucedido habría de cambiar para siempre nuestro modo de vida, economía, libertades. Entonces, y a pesar de lo que Chomsky dijera, supe que el fundamentalismo quería terminar con todos, amaestrarnos, doblegarnos, enseñarnos a vivir a su manera y a no pensar. Ambos, la vigente teocracia republicana en USA, y los fatídicos musulmanes del más allá.

Incluso algo tan cotidiano que para nosotros siendo extranjeros significa viajar y recibir amigos o parientes, se terminó. El viaje dejó de ser sinónimo de placer. Se militarizó la vacación, se nos expuso a cacheo, a rayos equis, a no dejarnos entrar hasta la sala de espera y ver a los familiares salir por la puerta del avión. Ahora se nos amontonaba en un gran recinto; tal vez entre la muchedumbre llegada de cualquier lado lográbamos avistar un rostro sonriente y conocido. El ataque de aquellos analfabetos habíase convertido en cuestión personal. Ya no importaba que Bush bombardease el Oriente Medio, o que se reforzara el apoyo de Israel; estábamos tocados en nuestra intimidad, en nuestro bolsillo. A nombre de qué, de un ficticio Alá, se condenaba a los trabajadores a sufrir recortes en la paga, a desviar dineros destinados para educación y salud hacia las armas. Nada mejor le podía haber ocurrido a mister George Bush, tenía la justificación precisa para encasillar a un redil, el propio, acostumbrado a un óptimo nivel de vida en los dos períodos Clinton, y cambiar la discusión acerca de los derechos civiles para el lado de una guerra, ya eterna, contra el terror.

Si alguna vez había sentido simpatía a las causas musulmanas, no por el lado religioso, ellas murieron el 2001, porque se me atacaba personalmente, se amenazaba vida y futuro de mis hijas, se las condenaba a habitar un país que nunca más sería el mismo, a modelar su existencia según lo quisieran los terroristas del gobierno o los otros. Eso no iba a permitir.

Lo que el grupo de sauditas hizo ese septiembre fue acabar con la esperanza de millones de personas, de nacionalidad, credo, convicción política diversa. Allí estaba su misma gente, inmigrantes musulmanes venidos en busca de porvenir. La grandiosidad entre comillas de la idea resultaba basura. Para quienes sabemos que en la sombra de la muerte no hay ni once mil vírgenes ni once mil vergas, poco podrían importarnos las fatwas ni la mano que usan los islámicos para determinada actividad. Que Mahoma fuese puro o impuro, que dijese esto y no aquello, cualquier cosa. Nosotros vivimos de nuestro trabajo y el sacrificio no está destinado a la infatuación de ridículos iconos. Pero así fue, terminamos envueltos en una cruzada entre rufianes, con la nunca más presente realidad de cuán mínimos éramos, peor mientras más autoritario fuese el régimen que gobernara.
Hoy, 2015, ya estamos en abierta guerra de religión. Parece absurdo observando cuánto ha avanzado el hombre en el aspecto tecnológico. Casi como que no podemos evadir las sombras de un atávico primitivismo. Y el tiempo de los hipócritas también. El llamado califa del estado islámico vive en comodidad occidental, rodeado de inventos occidentales, cristianos si se quiere, en lugar de habitar el desierto y comer lagartijas. Los fundamentalistas aymaras de Bolivia mucho ekeko, mucha illa, pero bienvenido el filet mignon, y el etiqueta azul, para no hablar de la Coca Cola que bebe el cacique y que no parece afectarle el inconmovible peinado.

Somos individuos y tenemos que ser libres por encima de los dogmas. Un profeta no vale la alegría de un café conversado en casa. Un dios, menos.
12/01/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 13/01/2015 

El Danger


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

“Qué bonito es lo bonito” dice la letra de El bejuquito, canción de la Huasteca veracruzana. Pero no todo es bonito. Menos esta historia, no toda.

Danger ha muerto. Mi padre lo tildaba de asesino cuando lo veía en la calle. Se enfurecía con su apariencia “hippie” y acongojada. Sería diez o quince años mayor que yo; de lejos lo mirábamos como a una leyenda negra, aterrados cuando los hermanos Alarcón frenaban nuestro impulso colegial de ver Nazareno Cruz y el lobo, de Favio, en el Cine Víctor.

Hace poco más de un mes, exactamente el miércoles 22 de octubre, cruzó la calle desde su sempiterno banco en el Casablanca para saludarme. No sé por qué en realidad, era muy amable conmigo, hasta cariñoso. Con los años de encuentros casuales en lo que era el Village cochabambino entonces, los cafés de la Ecuador, logramos conocernos mejor. ¿Amigos? Me quedan dos amigos... Pero algo, sí, por qué no. Aunque nunca lo hablamos, y me arrepiento, sabía lo que se decía de él. En lógica y tal vez para algunos, decencia, no cabía que le hablase, pero lo hacía y disfrutaba de su música de charango. El 22 acordamos reunirnos en el Fragmentos al día siguiente.

Lo esperé mientras matizábamos unas cervezas con César, príncipe cochabambino de las Jawa, esas motos checas pesadas y ruidosas que recordaban el armamento bélico en cuya producción había trabajado su creador, Janacek. El Danger llegó con dos charangos, a cual más pequeño, dos piezas pulidas que contrastaban con su dejada indumentaria. El walaycho era su joya preciada y susurró que tocaría en él para mí. Momentos en que la historia se borra, no necesariamente para convertir a los actores en ángeles, pero ya en otra dimensión.

Le ofrecí un trago; teníamos cerveza y caipirinha. Alegó que ya no bebía, pero que por mí iría gastándose el vaso a sorbos. César diseccionaba la subcultura de las motocicletas, los temidos bikers de USA, los motoqueros de Bolivia. Danger parecía ajeno. No le interesaban las máquinas. Creo que Miguel Sánchez-Ostiz, que lo conoció, acierta al decir: “era lo que era, su charango y su coquita y no creo que pidiera más…” Leo en el Facebook que lo homenajean unos y vilipendian otros. Difícil despegarse de la tiniebla, pero común en Bolivia. Incompresible pensar que allí, de donde somos, el alcohol tiene el don de la fraternidad, de juntar a víctimas y a victimarios en la misma mesa. Poca solidez ideológica, desmemoria, síndrome de Estocolmo, lo que se quiera. Pero cuántas veces me he roto la cara en la calle con alguien y hemos terminado abrazados, borrachos… y amigos. Extraño pueblo.

Me contaron una historia: del Danger arrojando a la calle a alguien desde un piso superior en la calle España. Dicen que la confirmaron. Yo vi al damnificado, años después, en silla de ruedas. Esa imagen terrible, la suya que de niño guardaba de él, aunque su faz se me hace borrosa y en el recuerdo adquiere un grandísimo tamaño que en vida no tenía, una altura y corpulencia que se asocian a héroes y antihéroes, difería de esta presencia humilde de hoy y hace pocos años. Este Danger solícito, con los ojos cerrados rasgando su walaycho, no lo relacionaba con el otro, el sombrío. Y a decir verdad ya ni pensaba en ello. Las pesadillas de veinte años de dictadura se me escondieron para bien. No he perdido el juicio crítico y también, a veces, me cuestiono, si algo como esta amistad era posible. Esa época tocó mi intelecto pero no mi físico, y ahí tal vez la diferencia. Cuando a Armando, mi hermano mayor, en Córdoba, lo buscó la Triple A sin encontrarlo, escuché a mi padre con voz de bajo profundo afirmar que si algo le hubiese pasado a su hijo no habría dejado vivos ni a los perros de la Misión Militar argentina. Digo lo mismo.

Tócame (tocame, en cochabambino) Caripuyo torrecita, Danger, le pido, y en la noche del Fragmentos, ya solos César, Danger, y yo en el patio, navegamos por nuestra pesada sangre india que nos agita pero no nos asusta. Huayños… De pronto acaricia las cuerdas y le entra a un taquirari sin duda muy antiguo de sublime belleza. Impresionante. En su ritmo y letra quizá doscientos años de locura. Pregunto, porque jamás lo había escuchado, dónde lo aprendió. En mis viajes por los pueblos, responde; en un trashumar por la esencia de lo que llaman patria y es solo tierra, rescatando tontas canciones de amor que el tiempo ha convertido en monumentos. Esa pieza, en singular, sé que con su muerte se ha perdido. Nunca más nadie ha de escucharla. Fue un fugaz y bello desatino al otro lado del espejo.

Yo que tengo dedos grandes y burdos de estibador me conmuevo ante el arte de las manos en los instrumentistas. Y mira dónde ha quedado todo, en la despedida de un músico de las sombras, en el brillo de dos diminutos charangos, en un cariño salido de no sé dónde, en la soltura del desarraigo.

Lo que Danger, el Danger, fuera o no fuera ya ni importa. Cuando la noche acabó, porque también la noche termina, me dijo que quería hacerme un “regalito”. Sacó del bolsillo derecho un ch´ullu que le pertenecía y me lo dio. Lo traje junto a un poncho de Potosí y a un cinto de Tarabuco. Está frente a mí, sobre un libro de cronistas de guerra con Hemingway en la portada. Sabía tal vez que se moría y me lo legó.

Retomo a Sánchez-Ostiz: "Había compuesto música para charango, una especie de "fantasía andina" que nos dejó boquiabiertos, no era manguero, aceptaba lo que le dabas sin pedir nada a cambio, bajo manga, se le iluminaban los ojos con la coquita y la lejía de regaliz, se notaba mucho cuando se daba cuenta de que caía bien en la mesa a la que se arrimara y era admitido, no sé qué habría detrás, un pozo insondable de espanto... a mí me tuvo mucho afecto... No sé qué decir, me deja perplejo el pensar que he tenido un trato afectuoso con alguien a quien se atribuyen atrocidades".
05/12/14

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), 13/01/2015  

Thursday, January 8, 2015

Mensaje del Subcomandante/BAZAAR

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No sé quién es Marcos, encapuchado zapatista. Lo pienso en la lluviosa selva lacandona, creando diálogos con Durito, ese imaginario que lo acompaña.

Hace poco, Marcos saludó a los delegados del Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo, en La Realidad, Chiapas. Ese mensaje es uno de los textos más hermosos salidos de un luchador; me hace pensar en la carta del jefe Seattle al presidente de Estados Unidos. Desglosa en él nuestra larga historia de miseria, el papel imperial, el ejército, la libertad. Lo hace en un tono como quien fuese repitiendo un poema de tristeza y de esperanza; no hay ira.

Habla de sus maestros, mucho de Ernesto Ché, pero no lo menciona como un guía ideológico; Ché podía dejar de ser marxista para ser solamente hombre, "un pequeño condotiero del siglo XX". Marcos discurre: "He ido de Pablo Neruda a Julio Cortázar a Walt Whitman a Juan Rulfo. Fue inútil, una y otra vez la imagen del Ché soñando en la escuela de La Higuera reclamaba su lugar entre mis manos. Desde Bolivia llegan esos ojos entrecerrados y esa sonrisa irónica diciendo lo que pasó y prometiendo lo que pasaría".

Dice por supuesto de Emiliano Zapata y la guerra agraria. Y cuenta de su muerte y la de todos aquellos a quienes el pueblo ama. Zapata soñaba la vida. "El poder entonces soñaba su destrucción".

Recuerda a Enrique y Ricardo Flores Magón. Ellos dos, junto a Bolívar, Manuela Sáenz, Zapata y Guevara, trashuman la historia con la ilusión de sus pasos. Qué importan los años, de 180 a 30, igual siguen abiertos los ojos, no se los pudieron cerrar al Ché...

"El gran poder mundial no ha encontrado aún el arma para destruir los sueños". Lo dicen unos campesinos de cubierto rostro desde las montañas del sureste mexicano. Y hay que creerlo.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 16/07/1996

Tuesday, January 6, 2015

Agentes de la CIA/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Qué se infiltraron para desencajar al grupo de rejuntados y pillos que se hace llamar partido? Seguro. ¿Qué quieren derrocar al Inca? Lo dudo. Es bien sintomático que, por ejemplo, CNN en español mime descaradamente el folklorismo y los supuestos logros del señor Morales Ayma. ¿No será que la CIA le ha dicho que rebuzne y que el verdadero agente de la CIA en el continente sea él mismo? ¿Infiltrarlo para espiar regímenes como el venezolano y el argentino que sí pesan, no la triste pesadilla de Bolivia y sus velorios de linchados? Los caminos de la Agencia son interminables e incomprensibles. Todo es posible, sabiendo que a los blancos a ser reclutados les encanta el dinero y el poder. Tendrían el candidato perfecto, mejor hoy en que las monedas se le van a ir por el desagüe con la baja del precio de las materias primas y que la repartija de las ganancias del tráfico y el contrabando tienen que dividirse con las mafias. Bolivia no puede aún sustentarse solo con la droga (el sueño pachamámico); necesita vender lo que tiene en el subsuelo, porque arriba no hay nada más que fiesta y borrachera. Noriega, el que amenazaba a los gringos con machete, era agente de la CIA, y este, que no es mejor, también podría serlo. Desde la capitulación de La Habana se nos vienen los “socialistas” en desbandada, cambiando el acullico por el notoriamente imperialista chicle, la chicha por whisky, y las tostadas y robustas mujeres del pueblo por modelos de exposición, blanquitas como la Nivea. Cabrones, eso son, ellos y los de la central de inteligencia gringa.

Mientras tanto el país explota en su calidad surreal. Lo de Cusi, el Sida, ministros y magistrados excede cualquier imaginación. Decía mi padre con sorna y asco que en el altiplano la primera hombría se ejercitaba con llamas, y con cerdos en el trópico. No extraña, desde la mítica cópula de Zeus convertido en cisne con Leda, y que dio nacimiento a Helena, punto clave y dramático de la insalvable diferencia entre Oriente y Occidente, hasta la orgía aquelárrica de los masistas en el gobierno, narraciones de un poderoso plenipotenciario en el extranjero, en metedura con hombres y mujeres. El porno en su peor expresión, la corte de Heliogábalo.

Cuando hay convicción política, estructura ideológica, programa, sólido partido, las cosas se presentan de diferente manera. Con los masistas, repito: rejuntados del delito, las cosas cambian, no porque se viva un proceso de cambio sino porque el ansia de medrar, de lucrar a como venga es tan común y se ha visto tanto que el único logro de Morales y compañía ha sido ponerlos en montón y a la desesperada de robar sin mesura. ¿Agentes de la CIA? Carajo, rateros, eso es lo que tiene entre su grey; maleantes, no otra cosa.

Entrevistaban al vice en Nueva York, más preocupado de cómo luce que de elucubrar “teoría”. ¿Es usted comunista? Totalmente comunista. ¿Y qué hace aquí, en el corazón del imperio, pidiendo plata? Oiga, escuche, Lenin, en los primeros tiempos de la revolución rusa, entró en tratos con capitalistas norteamericanos. Triste respuesta de un cojudo, poniendo como excusa el puterío leninista de venderse a quien pagara, sin importar nada, porque se estaban muriendo de hambre. Con respuestas viles y tontas como esta justifican la narcoguerrilla, las plantaciones de coca, la afabilidad con que en los primeros tiempos de Sierra Maestra Fidel se congraciaba con los cultivadores de marihuana, y lo que vino después, el oscuro caso Ochoa entre otros.

Siempre dije que al masismo lo iba a derrotar la economía. Se acostumbró el curaca a disparar cañonazos de cincuenta mil pesos (rememorando a Obregón, en México). Ahora se le va a acabar la pólvora, y veremos si él aguanta un cañonazo de aquellos en persona, aunque para su alcurnia cincuenta mil son pocos. Pero que tiene precio, lo tiene. Aquí no hay política ni revolución. Prostitución sí, y hasta rima…
05/01/15


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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 06/01/2015

Saturday, January 3, 2015

Madrid-Cochabamba


PABLO CEREZAL

2014 me descubría asomado a las azoteas de miedo y escarnio de una Cochabamba caníbal. Hasta allí llegué, dos años antes, con la intención de colaborar al futuro de aquellos niños a quienes más desfavorecía su voracidad ciudadana. Y al tiempo que descubría que la solidaridad, en muchos casos, es nuevo disfraz con que ocultar antiguas apetencias, me llegaba la ventolera de verbo exacto y puñal sensible de Claudio Ferrufino-Coqueugniot: el Maestro de las letras bolivianas osaba enredarme en una aventura literaria que pudiese describir las calles de nuestras ciudades como si de un mapa de catástrofes se tratase. Una aventura literaria que, para un servidor, fue vital, por restituirle la fe en que la solidaridad aún existe. Comenzamos e escribir, al unísono, este Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre) que verá la luz en 2015 de la mano de 3.600. Claudio me inoculó el veneno de su prosa obligándome a rectificar en exceso los excesos de la mía, para hablar de mi Madrid natal, por entonces tan lejana. Mientras, rediseñaba, con mordiscos de tinta, su Cochabamba, tan lejana también para él.
Una ciudad lo es por el latido de los perdedores que bosquejan su cartografía, más que por el acuciante trasegar de la civilización y las monedas. Y estoy seguro de que el lector sabrá perder el rumbo en esta metrópoli bifronte que hemos sufrido/gozado reconstruyendo para ustedes en un puñado de páginas en que desarmamos coitos, extenuamos licores, resignamos decesos, despedazamos bulimias, acordonamos acordes, prostituimos excesos y amamos mujeres que tienen nombre de ciudad. Una se llama Madrid, la otra Cochabamba. Ambas son, tal vez, las siamesas de navajazo y miel con quien siempre soñamos yacer, Claudio y un servidor, en el lecho vespertino de La Belleza. ¡Va por ustedes!

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Un fragmento de este texto fue publicado en Letra Siete (Página Siete/La Paz), 03/01/2015

Fotografía: Ioana Cristina Moldovan