Tuesday, January 13, 2015

Las víctimas del terror/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Supuestamente se atacaba a un sistema. Cuando al amanecer del 11 de septiembre de 2001, primero por radio y luego en la pantalla, vi estrellarse aviones en las torres de Nueva York, y estas colapsar luego, la primera reacción fue de alegría, de que Estados Unidos recibía algo bien merecido. Eso dio paso a la reflexión, apenas viendo que lo sucedido habría de cambiar para siempre nuestro modo de vida, economía, libertades. Entonces, y a pesar de lo que Chomsky dijera, supe que el fundamentalismo quería terminar con todos, amaestrarnos, doblegarnos, enseñarnos a vivir a su manera y a no pensar. Ambos, la vigente teocracia republicana en USA, y los fatídicos musulmanes del más allá.

Incluso algo tan cotidiano que para nosotros siendo extranjeros significa viajar y recibir amigos o parientes, se terminó. El viaje dejó de ser sinónimo de placer. Se militarizó la vacación, se nos expuso a cacheo, a rayos equis, a no dejarnos entrar hasta la sala de espera y ver a los familiares salir por la puerta del avión. Ahora se nos amontonaba en un gran recinto; tal vez entre la muchedumbre llegada de cualquier lado lográbamos avistar un rostro sonriente y conocido. El ataque de aquellos analfabetos habíase convertido en cuestión personal. Ya no importaba que Bush bombardease el Oriente Medio, o que se reforzara el apoyo de Israel; estábamos tocados en nuestra intimidad, en nuestro bolsillo. A nombre de qué, de un ficticio Alá, se condenaba a los trabajadores a sufrir recortes en la paga, a desviar dineros destinados para educación y salud hacia las armas. Nada mejor le podía haber ocurrido a mister George Bush, tenía la justificación precisa para encasillar a un redil, el propio, acostumbrado a un óptimo nivel de vida en los dos períodos Clinton, y cambiar la discusión acerca de los derechos civiles para el lado de una guerra, ya eterna, contra el terror.

Si alguna vez había sentido simpatía a las causas musulmanas, no por el lado religioso, ellas murieron el 2001, porque se me atacaba personalmente, se amenazaba vida y futuro de mis hijas, se las condenaba a habitar un país que nunca más sería el mismo, a modelar su existencia según lo quisieran los terroristas del gobierno o los otros. Eso no iba a permitir.

Lo que el grupo de sauditas hizo ese septiembre fue acabar con la esperanza de millones de personas, de nacionalidad, credo, convicción política diversa. Allí estaba su misma gente, inmigrantes musulmanes venidos en busca de porvenir. La grandiosidad entre comillas de la idea resultaba basura. Para quienes sabemos que en la sombra de la muerte no hay ni once mil vírgenes ni once mil vergas, poco podrían importarnos las fatwas ni la mano que usan los islámicos para determinada actividad. Que Mahoma fuese puro o impuro, que dijese esto y no aquello, cualquier cosa. Nosotros vivimos de nuestro trabajo y el sacrificio no está destinado a la infatuación de ridículos iconos. Pero así fue, terminamos envueltos en una cruzada entre rufianes, con la nunca más presente realidad de cuán mínimos éramos, peor mientras más autoritario fuese el régimen que gobernara.
Hoy, 2015, ya estamos en abierta guerra de religión. Parece absurdo observando cuánto ha avanzado el hombre en el aspecto tecnológico. Casi como que no podemos evadir las sombras de un atávico primitivismo. Y el tiempo de los hipócritas también. El llamado califa del estado islámico vive en comodidad occidental, rodeado de inventos occidentales, cristianos si se quiere, en lugar de habitar el desierto y comer lagartijas. Los fundamentalistas aymaras de Bolivia mucho ekeko, mucha illa, pero bienvenido el filet mignon, y el etiqueta azul, para no hablar de la Coca Cola que bebe el cacique y que no parece afectarle el inconmovible peinado.

Somos individuos y tenemos que ser libres por encima de los dogmas. Un profeta no vale la alegría de un café conversado en casa. Un dios, menos.
12/01/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 13/01/2015 

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