Sunday, December 31, 2017

Pictures of you

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De nada cuentan, ni sirven, los números del calendario. El tiempo se nota en lo frágiles que se ponen los huesos ante el frío; en no querer, más que poder, iniciar el día a la intemperie con una sensación térmica de -25.

Quise una foto tuya, una, la única que desdijera que esto se decanta ya sin obstáculos. No la enviaste. Es fin de año y las nubes de correos se cancelaron hasta de aquí a dos días. Me digo, para mentirme. Mientras tanto, una botella intocada de gin se acerca a su destino de muerte. Un vaso y una botella de gin. Nada de hielo que demasiado hay ya afuera.

Recurro al archivo y te encuentro con la boca entreabierta, dios qué blanca tu piel contra la mía. Combate de colores y de aproximaciones tan distintas al afecto. Soy indio y lloro. Y subo sobre mis túmulos insondables para recordarte, idolatrar el instante de tu dominio y mi placer. Me conquistaste, embriagaste con tu piel. Desde entonces no soy; los túmulos se hundieron, la historia con ellos. Quedé solo un halo evaporado de lo que fuera sólido, duro, guerrero…


Y extraño, porque ya no está, ese dejo sensual de un portugués absorto en amar.

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Imagen: Giorgione/Venus dormida

Friday, December 29, 2017

El Exilio Voluntario - Claudio Ferrufino-Coqueugniot

JORGE ISURY CRUZ

Aquí estoy solo y nadie me regala nada y si he de devorar devoro, y matar mato y el mutismo de mi rostro refleja un cansancio moral. Sin embargo estoy feliz. Hay algo nuevo en este dramatismo laboral, aprendo

Esta frase lapidaria reza la contraportada de El exilio voluntario del escritor Claudio Ferrufino-Coqueugniot(Cochabamba-Bolivia 1960), que le valió el premio Casa de las Américas de novela (2009), después de haber obtenido una mención honorífica con su novela del año 2003 El señor don Rómulo. Entre sus demás libros se encuentran Virginianos(1991), el poemario Años de mujer (1989), una colección de columnas Ejercicios de memoria (1989), Diario en cinco y epílogo (1989) El exilio voluntario (2009) publicado en España el 2011, Diario secreto (2011), que le valió el Premio Nacional de Novela de Bolivia, y en 2015 publica junto a Pablo Cerezal (Madrid, 1972) Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), con gran éxito tanto en Bolivia como en España (Ed. Lupercalia).

En esta novela de 2009, el escritor cochabambino, que radica en Estados Unidos, el mismo lugar donde se ambienta la novela, aborda temas, que desafortunadamente están a la orden del día: la inmigración y el choque cultural hispano en el país norteamericano, entre otros. El libro como un sueño americano que se convierte en pesadilla, pero que con el transcurso de los días, y el ir y venir en numerosos trabajos, el encuentro con gente y amigos con su misma suerte, hacen que el protagonista, Carlos Flores, no quiera despertar de esta pesadilla, dándose cuenta de que aquellos golpes no son solo enviados para él, sino que tiene a más gente con la que poder soportarlos con la frente en alto. Desde la perspectiva de un marginado social, Carlos Flores muestra y cuestiona la realidad social, una realidad que se concreta en Estados Unidos, de su propio exilio voluntario, elegido por él mismo. Aunque la nostalgia no cabe en la realidad de la vida de los inmigrantes y sí lo marginal abrazado a lo circunstancial.

Ferrufino-Coqueugniot hace un ejercicio de retórica y elocuencia, jugando libremente con el lenguaje y la escritura, empezando con la numeración de los capítulos que conforman el libro, numerados con números romanos y terminando con un juego de números, escritos en inglés, español, entre escritura-números, pasando por nombres de personas, lugares, letras juntas y/o separadas (XXVII, Treinta y 7, XXX y 8, Trenta-Five, 6 y tres). Con un toque de ironía y a veces de humor, va eliminando la percepción de un lenguaje y patria común, América Latina, e inventando un lenguaje que baila entre el castellano y el inglés, y que tienen que hablar los millones de hispanos que viven al otro lado del río Grande o río Bravo, según de dónde se mire (yunóu, zenkiu, sanamabich), pero que hacen, como en Europa, una interrelación de culturas dispares. Saltos temporales, y diferentes planos se perciben a lo largo de la novela, como si de una película de cine se tratara, el enlace del tiempo y el espacio se entremezclan en una misma página. El autor y el personaje demuestran el gran bagaje cultural que tienen sobre la política, cine, literatura, historia, experiencia. Casi 30 años transcurren por las casi 240 páginas del libro, donde el personaje bebe de los recuerdos de su infancia en el corazón de Bolivia, sus calles, sus olores y sabores, las chicherías donde pasaba horas y horas bebiendo con amigos, sus primeras experiencias vitales, la juventud (¿años felices?), y que ahora trata de compaginarlos o quizás reconstruirlos en el país norteamericano.

Todo el libro es una provocación novedosa, revolucionaria y experimental en lo literario y en lo lingüístico, desde el lenguaje cercano y a veces desgarrador, los personajes, los trabajos de Carlos, alter ego de Claudio, pierde y aprende, reflexiona y denuncia crudamente a la sociedad norteamericana, a sus ciudadanos, artistas, políticos, costumbres, haciendo un examen de su propia vida, un ejercicio de memoria. Carlos Flores se mueve por lo marginal por abajo, donde se acumula soledad, se archivan voces, se corta a los amigos de raíz, esto es la vida del inmigrante solitario, porque la soledad es como cargar con dos bolsas de cemento a la vez, dice el protagonista.

Este libro visceral y desgarrador, y otros que conforman la bibliografía de Claudio Ferrufino-Coqueugniot lo convierten en uno de los exponentes más novedosos, aunque con una amplia trayectoria, situándolo en un puesto privilegiado dentro de las letras bolivianas e internacionales. Solo me queda recomendar este libro, publicado en España por la editorial Alberdania el 2011, y que ya va a cumplir los 10 años desde que Claudio tomó la pluma y escribió “El viaje de un inmigrantes hombre consiste de tres cosas: hambre, sexo y trabajo“.

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De NAVAJA DE PAPEL (blog del autor), 29/12/2017

Imagen: Portada de El exilio voluntario (ALBERDANIA, Irún, 2011)


Thursday, December 28, 2017

Volver a Krefeld/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En memoria de Heinrich Campendonk, pintor.

Recuerdo la cama. Más recuerdo los árboles.

Me acuerdo de la madre. De las paletas cubiertas de pintura seca.

He pensado en Franz Marc, en la visita a Baviera. Incubaban sus ojos tigres, venados y zorros de color. El cielo era de azul. Franz se durmió. Lo veo así y siento en mis dedos amor. Murió durante la guerra y sobre el frente de batalla se atormentó la tierra. Llovía. Tanta era su vida que, dormido, el crepúsculo le dibujaba el rostro de verde y por su nariz una gota naranja de sudor atrapaba el sol. Mas eso era Baviera… Krefeld tenía las calles arenosas, las casas bajas y las muchachas. La cerveza olía (mi brazo lleva el frío del jarrón). En Holanda me he visto caminando con mi holgura de viejo por Krefeld, otra vez. Pero este miedo de ciego, de no ver más lo que había, me obliga a quedarme, a no volver, a pensar que, en Krefeld, Helga no terminó aún de cocinar los panecillos. Y es tarde para mí.

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Publicado en VIRGINIANOS (LOS AMIGOS DEL LIBRO, Cochabamba, 1991)

Imagen: Heinrich Campendonk/Pierrot con serpiente, 1923

Wednesday, December 27, 2017

In Trump We Trust/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Roger Cohen escribía en el New York Times preguntándose si esta “América” de Trump era la de siempre, si no estábamos hablando de Turkmenistán.

Los congresistas republicanos adulan al Gran Líder. Dice Cohen que jamás se vio a un vicepresidente (el sombrío Pence) lambisconear con cumplidos a su amo “cada 12 segundos”. Hay, en su texto, en esta parte precisa, una mención a Mussolini. Il Duce rosado.

Existe fuerte oposición; gente muy capaz se desvive por introducir en el monumento al ego trumpista, una ruptura que eventualmente lleve a su caída. Lo de Rusia –no olvidemos que Donald “pertenece a Vladimir” en términos reales- avanza y muestra fuera de dudas la dependencia y la traición. No se contaba, sin embargo, que esta, la traición, había estado tan extendida en un país que vocifera patriotismo de manera estridente, que mata, invade, humilla a los demás en nombre de una patria que dista de ser sólida y leal consigo misma. A cuál más, los diputados y senadores del partido que tuvo a Lincoln entre los suyos, bregan por mostrarse adictos al régimen y aceptar de manera tácita que están en la boleta de pagos rusa. Así, a simple vista, es el fin de los Estados Unidos. Quizá en 20 años sea Turkmenistán. A eso apunta.

La economía florece. Trump se apropia del crédito de un proceso de recuperación que tuvo a Obama como su iniciador. El riesgo, de mantenerse esto así, es que el Supremo Líder sea reelegido por la masa estúpida y viciosa que lo encaramó; hasta por la “clase obrera”, dicen, recordando a Hitler. Una segunda presidencia sería devastadora: debacle para ser claros. Le daría opción a un plazo no muy largo de cambiar la constitución y crear otra dinastía de gente tarada como en su tiempo fueron los Borbones. Eso, hace unos años, era impensable incluso de debatirlo, pero no se descarta. Cuenta con jauría de Judas, felones, conspiradores dispuestos a todo, hasta a entregar hijas y esposas a la sevicia de iluminados que aboguen por armas de fuego, la probidad de Putin y el destino manifiesto de la raza blanca de regir el mundo. ¿Pedofilia, embuste, traición? Todo vale en la doctrina Trump, que es la de Sodoma y Gomorra aunque con aparente apoyo divino.

El televisor muestra los pinos de Cazorla. Había un poema, Lorca quizá, donde habitaba Cazorla. Un zorro rojo corre en medio de las marismas. Desde un lecho afiebrado leo notas del principio y fin del mundo. Cerezal derrocha dolida esperanza. Julio y Pablo Mendieta Paz suenan músicas dispares y bellas; Jorge Muzam me abraza desde el inhóspito sur. Ellos, y cada uno de tantos, no mortificados por no ser nombrados porque saben que están, desdicen esta conjura de ricos, el mal sueño que se cierne con sombra amenazante de crepúsculo.

Podría decir que en mis casi treinta años de inmigrante intocado, nunca domesticado, tuve amplia experiencia de los Estados Unidos. Mentiría si lo positivo no inclinase la balanza hacia el bien. Crecí dos hijas, mitad mías y mitad suyas, y de solo verlas y oírlas sé que el juego de dados no se define hoy, y que siendo esta tierra su tierra, y más por la extensión de las razas viejas que corren por mi sangre y nos dan pertenencia y territorio, sé –hay certeza- de que no permitirán el arbitrio de imbéciles jugando a monarcas, de milicos y leguleyos corruptos, cobardes. Puede Vladimir, el zar, arrojar sobre ellas, y hasta sobre nosotros, el poder de su peso inmenso para instalar títeres. Vladimir está lejos, y hoy, más que nunca, recordar que alrededor pasea la sombra de Henry David Thoreau, aporta por encima de la simple esperanza un dejo inconfundible de libertad. Eso no lo sabe el Supremo Ignorante, porque nunca aprendió a leer.
25/12/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 27/12/2017

Tuesday, December 26, 2017

La literatura boliviana que no me dice nada

ALEXIS ARGÜELLO SANDOVAL

“No me dice nada”, esas son las palabras con las que rechazo por lo general manuscritos no solicitados que llegan a mí por diferentes canales. Lo mismo cuando me dejan un impreso a la espera de una opinión que no encuentra potencial alguno en trabajos que solamente pueden ser mejorables con un esfuerzo agotador. No vale la pena que tales páginas rellenadas vean la luz. Y sí. Claro que hay mucho de subjetivo en mi rechazo, pero no por eso se puede reducir mi reacción al mero uso o abuso de dicha palabra, puesto que sí hay manuales de escritura en los que se señala lo mínimo que debe reunir un relato o una novela. Un lector atento siempre encontrará coincidencias entre quienes con talento innato o mucha práctica lograron escribir o novela o relato. 

Pero mejor retroceder. No para desdecirme. Al menos no del todo, espero.
 
“No me dice nada”, son quizá no las palabras, pero sí la sensación que deja más de la mitad de lo publicado en Bolivia en lo que llevamos de siglo. Más de dos tercios de lo publicado quizá. Porcentajes alegres, yo sé. Pero hay lectores, que a la vez son escritores, que estarán de acuerdo, no conmigo, pero sí con dicha sensación por más que muchas reseñas y muchos prólogos, siempre mejor escritos que los libros prologados, digan lo contrario. Más que ilegibilidad, más que lenguaje abstracto, más que hermetismo, lo que yo encuentro es la ambigüedad o tibieza que no me dice nada y que a veces puede ser edificante, pero luego agota porque incluso entre nuestros escritores contemporáneos, cada vez más reconocidos, tal tibieza está presente. No escriben mal, cierto, pero cómo no desconfiar después de todo este tiempo del tufillo a taller de escritura, de la escritura de manual. 

Si no hay conflicto en mí o en el argumento y en la relación entre personajes o la relación de tales personajes consigo mismos, me refiero al monólogo interior y al subtexto, si no encuentro tal conflicto en la narrativa, aquella ni dice ni puede decirme nada. Menos mal, eso sí, hay libros escritos retóricos o no con la intención de decir nada pero que contrariamente, vaya casualidad, dicen mucho. Esto quizá se deba a la renuncia del escritor a decir lo que siente que tiene qué decir, a que la contemplación ha causado efecto en él y ha revelado, también en él, parte de aquello a lo que mal o bien llamamos Verdad. El conflicto es inevitable, incluso para quienes sin intenciones de narrar algo en específico lo hacen, narran desde el conflicto interior o exterior.

La tibieza reflejada en nuestra narrativa casi por dos siglos, principalmente la escrita en Los Andes, ha dado en su momento por resultado a malos intentos de radiografías sociológicas. Podría decirse que había marcado una… ¿tradición? Quizá por eso escritores como Saenz reniegan de aquella y fundan otra que ha sido confundida con la de la apología del alcohol, la noche y la vida callejera diurna o nocturna. Y vino el desplazamiento seguido del emplazamiento de quienes, confundidos, han escrito y siguen escribiendo como Saenz, incluso como Viscarra, remedos todos, pues en la repetición, aquellos, los autodenominados discípulos, se hicieron parte del discurso mayoritario de quienes continúan y continuarán escribiendo así, confundiendo intenciones con resultados, pues una cosa es “escribir cómo” y otra cosa es escribir partiendo de inquietudes similares, de conflictos compartidos. Cómodos, todos ellos, nuevamente, y parte de un discurso que nuevamente también se hace tibio y ambiguo. Y lo mismo en la mayoría de los denominados intimistas, “la nueva ola”, con sus excepciones, claro, escritoras consolidables no nacidas en La Paz.

Pero no es que lo ya visto signifique todo y que todo haya sido hecho. Me alegro, cómo no hacerlo, cuando veo algo más dentro de aquello que superficialmente puede parecerse a algo, pero que más bien amplía el estereotipo. Genera otros conflictos. Eso es lo que busco. Luchar contra los estereotipos es imposible, lo sé, máximo pueden ser ampliados, máximo pueden ser incluidos otros, más estereotipos. Queda, entonces, agitar la base de quienes malacostumbrados ya se han establecido, quienes autocomplacientes, mejor dicho, se han estancado guiados por fines particulares, al punto de no dialogar con la otredad. La renovación es fundamental y para que tal se produzca, yo al menos, no hallo mejor camino que aproximarse al Otro, dejar de ser uno mismo a la hora de escribir, salir de la zona de confort, convertirse en un tercero que ni es uno mismo ni es aquel a quien se ha observado con detenimiento: hacerse permeable para permear. Eso es lo que quiero proponer acá. Debo intentarlo, al menos, dado que a ratos yo también me siento y hasta me sé absorbido. 

Pero no he venido a victimizarme. Al menos no esta vez. Así que, vamos, continuemos.

Toda esta incapacidad de decir o hacer decir se ha repetido incluso en la crítica, si es que tal existe aquí, donde incluso faltan reseñistas, pues se aplaude lo que se considera leíble y no se hace análisis fundamentado sobre lo que se sabe realmente mal escrito y peor publicado, apenas adjetivos, citas tomadas de citas, apenas nombres de escritores extranjeros o películas o series y, cómo no, comparativas simples con lo nacional, ninguna intención de debate prolongado y… de la autocrítica ya para qué hablar. Un triste desperdicio de tiempo, papel y tinta, dicen. Opiniones sin argumentos. La crítica debería ser implacable en Bolivia, las condiciones están servidas para que así sea, pero no. Unos y otros, respetando turnos, se soban las espaldas o se las escupen con muy poca saliva. Se leen los mismos de siempre. Se sigue una moda, la que le ha servido al más exitoso, su estilo se repite sin mayor aporte. Más que de escritores, entonces, quizá de lo que hablo es de una manera de convivir, ya no solo entre ellos, sino entre todos los habitantes de un país junto a los no nacidos aquí. Los momentos de conflicto, como en la política partidaria, se superan pactando o absorbiendo al remedo de antagonista.

La estabilidad vuelve y, ahora vuelvo a hablar de los escritores intimistas, no me sorprende que muchos se hayan sumado a la literatura del Yo, la moda del ahora, exponiendo cada quien sus miserias, miserias de clase media, publicando catarsis, haciéndolo en busca de la empatía de los pocos lectores, ya no buscando al Otro en uno mismo, ya no patrones universales ni epifanías… yo, mírenme, quiéranme, no me basta hablar de mí mismo en internet, ¡ámenme, por favor! Delfina, personaje de Catre de fierro de Alison Spedding, encuentro en ella palabras que no he sabido hallar en mí: “Ni tú ni yo hemos nacido en esta familia, pero parece que nos han hecho parte de ella y no nos queda más que seguir. Así que más nos vale que hagamos causa común ¿no?” Así es. Pareciera que más que escritores hay gente que quiere seguir siendo parte de algo con sus beneficios lánguidos. Ganan apenas, mal, miserias, unos cuantos lo hacen, perdemos todos. Pierde la literatura boliviana, si es que hay tal. Más que de literatura boliviana, entonces, deberíamos hablar de manifestaciones de la literatura boliviana. Todo es muy sintomático para todos, pero hasta ahora no se ha dado nombre al problema. Sigamos, entonces, identificando síntomas al menos, señalándolos, poniéndolos en escena, manifestando lo que vemos, citándolo. Digámoslo de nuevo. Las implicancias generacionales son, siempre han sido, evidentes. Una continuidad que aburre, o, mejor decirlo así de una vez, un estancamiento. ¿Herederos de una forma de escribir? No. Ya ni siquiera de una tradición. Herederos apenas de una actitud manifiesta en la tibieza y en la ambigüedad puesto que ya no se mira, apenas se busca lo colectivo en lo individual blanco o blanqueado, casi nunca cobrizo. Se teme al conflicto. Hoy, además, se escribe siguiendo manuales.

La necesidad diaria de sobrevivir agota a quienes teniendo potencial no escriben con regularidad y entonces se limitan a publicar todo lo que escriben, lástima. La falta de contemplación se nota. Contemplar, lastimosamente, se ha convertido en un privilegio de quienes gozan de largos periodos de descanso mientras otros trabajan y sostienen a quienes contemplan. Hay oficios que permiten tal acto, pero son los menos, como son los menos los escritores que limitados por oficios paralelos, siempre mejor remunerados, miran más allá de sí mismos y no sé ya si por agotamiento ni se documentan. Todos demandamos amor, pero quien escribe buscando únicamente recibir amor, cómo no, se equivoca. Así también, obviedad o no, contemplar solamente es cosa de actores pasivos que inconscientes, por lo general, reafirman sistemas consolidados. Se aspira a lo bello. ¿Puede haber algo más Occidental que lo Bello? Se confunde lo “universal” con lo bello, occidentalmente bello. Se aspira a lo bello, pero no es precisamente lo bello lo que consume mayoritariamente la población, es más bien lo popular-mediático. Urge que nuestra literatura se apropie del conflicto por ser el conflicto cosa de todos los días en todos los estratos sociales y colores de piel. El conflicto es un espacio de intercambio, contrario a lo que otros piensan. María Galindo, en su ejercicio lleno de aciertos y desaciertos, crea espacios de conflicto y hasta ha llegado a teorizar al respecto.

Hay, claro, peligro en todo esto para los privilegiados generacionalmente o quienes gozan de privilegios nimios dentro de lo ahora establecido. Sensación de invasión. En palabras de George Bernard Shaw: “Convertir al salvaje al cristianismo equivale a convertir al salvajismo en cristianismo”.

¿Pero qué hay de quienes escriben desde el conflicto? Identifico entre los escritores vivos y con trayectoria a cuatro, cuatro que resaltan entre decenas pues encuentro en ellos, en algunas de sus novelas o libros de cuentos, ese conflicto que reclamo al resto, presente en los cuatro, ya sea en el argumento, la voz del narrador o el diálogo entre personajes, y hasta la arquitectura: Alison Spedding, Claudio Ferrufino, Wilmer Urrelo y Maximilano Barrientos. Sigo a la espera de más mientras, pienso ahora, contradictoriamente a lo desarrollado hasta aquí, que lo malo de la literatura boliviana está solamente en sus efectos, no en sus intenciones. No faltará quien diga que, oportunista, lo que yo únicamente espero es más bien alternancia.

Librero y editor - alexis.arguello@gmail.com

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De RAMONA (OPINIÓN/Cochabamba), 24/12/2017

Imagen: Detalle de un cuadro del Bronzino

Tuesday, December 19, 2017

Los dos Papas, Bergoglio y Morales/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya ni jocoso resulta ver a los líderes “comunistas” reptar la escalinata vaticana para recibir la bendición de una mano no tan sancta. Bergoglio, “el papa peronista”, parece afectado por la misma enfermedad de los realistas (monárquicos) del siglo XXI. No se trata de mal cálculo: sabe bien que la única propuesta salvadora para la iglesia está en volcarse al sabor populista, pero, a pesar de que la carta ya sea defenestradora o eternizante de un gobierno se encuentra en la economía y no en la política, la base otrora sólida de estos individuos hábiles en lucrar con el dolor de los pueblos se ha modificado y tiembla. El Cristo redivivo, según muestra con claridad la copia del rancho del presidente como pesebre navideño, concuerda con su público de feroces escribidores y doncellas mal habidas, en que nada queda enfrente suyo aparte de eternidad. Me pregunto que habrá comentado Francisco al respecto. Quizá preguntó quiénes eran los reyes magos (o las reyas, para seguir la aberración lingüista del socialismo bastardo), y si María era la señora Ayma de Orinoca y si José… bueno, ahí hay un conflicto conyugal mítico en la Biblia que mejor ni tocar.

Cuentan que el tema fue Chile, el fatídico mar que se desea con fervor como vía de escape ilegal para las producciones oscuras de Bolivia; por eso los cárteles del mundo entero avalan y apoyan esta justa demanda que de acuerdo a los intereses particulares en juego resulta falaz. El beneficio del pueblo, para quienes pudieran pagarse el viaje, estaría en remojar las carnes en aguas bastante frías, no otro. Las grandes movidas históricas siempre se hacen -y han sido- para los poderosos, estén estos ya tiznados de rojo o de azul, no importa. Hay ricos y hay pobres; el discurso cae por su propio peso. O se gobierna de manera colectiva, sin líderes endiosados, o siempre estaremos bregando con desigualdades y humillante justicia. O se toma el poder y se lo rige de manera realmente popular, juiciosa, responsable y equilibrada, o tenemos a estos monstruos que quieren apoltronarse en la silla para siempre. Para eso, por supuesto y con gran antecedente histórico, también hay solución.

Francisco I, el papa y no el riguroso y excéntrico rey de aquella Francia opulenta, se caracteriza por ser calculador. Dice lo que le conviene. Se codea con la hez gobernante del planeta y, de cuando en cuando, aporta con palabrejas que se divulgan como memes por las redes sociales con cierto sentido profético. No tendría a este, ni en fotografía, en la pared de la cocina. Mejor una desnuda recortada de un periódico mostrando elementos físicos reales, tangibles quizá, pero no ostentosos y embusteros como los de los papas, reyes, princesas, divas y cabareteras aquí expuestos.

El aliciente del déspota Donald Trump ha revitalizado a estos tiranos menores. Si arriba, en la cumbre de la pirámide, lo hacen, por qué no hacerlo debajo, con poblaciones más expuestas a la burla y el engaño. La cháchara democrática, que pareciera va a convertirse en objeto obsoleto, veta de conversar acerca de lo que realmente consiste el derecho de los pueblos hacia sus líderes, las opciones que se tienen, se deben y se pueden, de tomar la sartén por el mango. Si a un gobernante le asiste el derecho “humano” de ser dios, a otros les asiste el suyo de ser iconoclastas, rebeldes y hasta subversivos. Si el tirano remueve la baraja para confundir figuras y palos, el otro bien puede quemarla y tirarla a la basura, que en el juego de la vida hay barajas y barajas en gran número, no definiciones ni entelequias.

Mientras tanto, que dios y los achachilas los bendigan, que aquí estamos ocupados en contar plata.
18/12/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 19/12/2017 

Foto: AP

Monday, December 18, 2017

Ferrobús

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Cuáles eran las estaciones del ferrobús Cochabamba-Oruro? En Orcoma se me perdió un culo. Lo lloré, no podía menos; me había estrenado en un muladar que se decía alojamiento, de sábanas amarillentas y cortinas de plástico. La cama chirriaba mientras el amante sudaba la inexperiencia que es como hielo febril.

La luz de la tarde calentaba el plástico floreado que impedía que nos vieran. Segundo piso. Tomaron los carnets de identidad y los retuvieron para los paseos diarios de la policía en busca de coima. Total, desnudos, no necesitaríamos otra identidad que los sexos. Abierto el tuyo, renegro, brilloso como estopa; duro y estilizado para colgarle una bandera patria, el mío. Ahí nos encontramos. Y claro, nombre tenías, y lindo, y te quería, cómo no, no solo por las grandes tetas más blancas que yo sino porque sonreías y acusabas este lecho inesperado a la anarquía.

Orcoma. Dice el poeta Homero Carvalho que en el ferrobús se comía y bebía. De lujo, coche comedor. Eucaliptos que señalara un explorador francés, de verde oscuro, de petróleo, alargadas hojas y aroma por kilómetros. Ríos pedregosos. Aguascalientes. Arque. Te me perdiste en Orcoma. Tenían tus padres tierras por ahí que se escurrieron a la reforma agraria. Te llamo culo porque no podría llamarte amor, pero culo es palabra igual de bella, dulce, apretada como tango antiguo, con calzas negras, y hasta verdes recordando al gran Tirso. Calzas y nada más. La hacienda en ruinas de Orcoma conservaba un machihembrado donde bailabas con medias dices que eran inglesas siendo chinas pero no importa.

Mi culo, mi amor; en Bataille te diría que te amo en la tormenta pero aquí no llueve y tengo que conformarme en bañarnos en el esmirriado arroyo rodeados de cerros rojos. Te hago el amor, tenemos sexo con un preservativo a medio poner porque hasta para eso se necesita habilidad. Déjalo, que si un hijo de ti viene lo llamaré Orcoma y aunque desaparezcas, Orcoma. En ese lugar descendías del tren para comprar mote tostado.

Ya no te vi. Ni comí tostado. Gritó el guarda que nos íbamos y no tuve huevos para bajar. Ni siquiera mediodía. Los indios siguen taciturnos hacia el cultivo. Entre tanto eucalipto, un sauce llorón, dos molles. Fatídico: árboles, aguas, tardes, Oruro que asoma y escupe tristeza de api morado. Hotel con pulgas, voceros del tren: Villazón, Villazón… Al sur, Argentina. Salgo. Ordeno café bien negro, un trozo de queso de cabra, el pan que de diámetro tiene diez centímetros y manchas de horno de adobe.

Fácil sería contar que me alejé, que en la estiba, en el dolor del cuerpo, olvidé. No, no hubo épica. Un retorno indecente, cobarde, vencido, a refugiarme en las sábanas limpias de casa y llorar en chicha el oprobio de sentirme insultado. De qué, si no supe conservar esos pezones rosa que reemplazaban mis pupilas. Te fuiste en Orcoma porque conocías el pueblo, abundaban comadres, humeaban humintas de chala con semillas de anís y las parras se llenaban de polvo blanco.

Para ofrecer, aparte de retórica, nada. Banderas negras que se arrastraron sin gloria. Podría decir tu nombre, hasta el número del C.I. conservo. No, en Orcoma perdí un culo, el culo amado que no es cualquiera, reverenciado, hecho hostia religiosa, sacerdote, fraile, virgen, Urkupiña, dolorosa. Escondido en calzones que flotaban en el viento del valle.

Aq'allantus.

Nostalgia que asoma en tango. En el día del pavo en una Norteamérica ruidosa. Un merlot pinta las tres, un shiraz lo hará a las cuatro. Entonces contaré mis dedos que no alcanzarán para enumerar las pérdidas. Una, sí, la única en Orcoma.
23/11/17

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Publicado en PUÑO Y LETRA (CORREO DEL SUR/Sucre), 18/12/2017

Imagen: Leonor Fini, 1938-39

Saturday, December 16, 2017

El sótano de Denver/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Verticales en el cielo, mayores y menores los edificios de Denver. Chimeneas de talleres subterráneos, elevadas en la llanura, iguales a rectangulares hembras sin piernas ni abrazos.

Oscuridad de sótano; luz sobre las mesas. Es Denver pálido conmigo en el sillón, yo y las películas nuevas. El sol brilla arriba, más alto que el primer piso, pero no salgo. Prefiero el silencio, la tenue lámpara y los filmes rentados la noche anterior, más oscura que mi sótano.

De donde estoy no se ven las montañas. De lo alto de los cerros luce Denver, abajo, como aluminio y vidrio aplastado…

No conozco la ciudad. Apenas este hueco que se convierte en guarida de arte, de pintura y cine, de una soledad quebrada por los fulgurantes peces del acuario de Frank, suavemente.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 20/05/1992


Wednesday, December 13, 2017

MADRID-COCHABAMBA, en viajes de idas y vuelta

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Thomas Bernhard sostenía que su ciudad natal, Salzburgo, era una enfermedad mortal. Al menos lo fue para él, que vivió con ella y sus habitantes enfrentados, en la vida y en la literatura, y la utilizó como piedra de amolar para su ingenio vitriólico y su encono inextinguible. Las relaciones del escritor con la ciudad en la que vive o en la que ha nacido y lleva como una carga en la memoria, son raras, no siempre, no por fuerza felices, salvo que engañe y se engañe de paso para mejorar el trago. Aquellas en la que ha ido a parar de grado o por fuerza, lo mismo.
               
La ciudad como espejo de la propia vida y de una aventura en la que debatirse a brazo partido. Ciudades natales o al paso, vividas de la mejor y la peor manera posibles, refugios de expatriación o del nuevo arraigo en las que llevar vidas fáciles o vidas azacaneadas. Tarde o temprano todas son para el escritor escenarios de la remembranza esteticista, de la memoria helada o del alegato de la revancha legítima, más o menos bienhumorado. Los personajes que en una y otra aparecen son muy distintos, los colores y perfiles también. Las primeras suelen tener por objeto contentar a los paisanos y, si son exóticas, a los lectores; en ellas la estampa se impone al recuento de la propia vida que así se escamotea. Solemnes baboserías, de mucho rédito.

En Madrid-Cochabamba, de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, veo poco de remembranza esteticista y a cambio encuentro memoria descarnada tanto festiva como dolorosa –«Allí donde toques la memoria, duele», escribía el griego Seferis–, celebración de la vida vivida y compartida, con sana melancolía que invita al trago y a compartir mesa y trago, con humor burlesco y poco sentido del salir a escena con empaque del romántico para quien todo lo relacionado con las ciudades es «mágico» o «misterioso», o no es.


A veces una carta es un mapa, una invitación a recorrer constelaciones, escribía yo hace treinta años. Y quien dice carta, dice novela, crónica, fotografía, película de madrugada... Espuelas del alma. Esto es lo que me ha sugerido Madrid-Cochabamba, escrito a cuatro manos desde lugares bien distintos, extraterritoriales ambos para sus autores. Cerezal, que estaba en Cochabamba lo hizo de su Madrid lejano, escenario de vilezas y de una vida cada día más difícil para quien no forma en las filas de los privilegiados, que tal vez le puso en el camino de Bolivia, entre otros, y el que está en los Estados Unidos, bien lejos, lo hace con tanta nostalgia como furia de su Cochabamba natal, desde su cotidianeidad de una vida dichosa por intensa, entre libros, platos cocinados con placer y mimo, música, tragos. Ambos escriben como forzados de vidas propias y ajenas, sin darse tregua, en el combate con la época que les ha tocado vivir o consigo mismos.

No hay lector que no tenga su Madrid y su Cochabamba, su Aurora y su Vallecas, aunque no se llamen así. Y habrá madrileños y cochabambinos que no reconozcan en estas páginas su ciudad, mientras que otros estoy seguro de que la van a conocer un poco mejor. Ese es para mí el valor de esta crónica de la memoria y de dos ciudades muy distintas que en ella une el poder de la escritura a caño abierto, sin contemplaciones. Escritura sin amo esta.

Lo cierto es que Madrid-Cochabamba invita al viaje de ida y vuelta, al viaje en la geografía y al de la memoria.

«La memoria semeja también un viaje al fin del mundo», escribe Claudio, porque el suyo lo es y tú te ves en escena exclamando: «¡No regresaré más!». Apagan las luces, sales del teatro, en la taquilla te informan de que la entrada ha sido algo menos que regular, y te dices que darías cualquier cosa por estar allí, en otra parte, en Madrid, en Cochabamba, en el camino. Es cierto que siempre tiene que haber gente en movimiento para pervertir a los que están en reposo, pero estos dos furtivos de la escritura, lo hacen a parado.
               
Pablo Cerezal es de Madrid, Claudio de Cochabamba y vive expatriado en Aurora Colorado, USA. Ni Madrid ni Cochabamba son mis ciudades, pero  las conozco por haberlas vivido y pateado durante temporadas más o menos largas. Ciudades algo más que de paso. A Madrid caí porque no sé qué limpiabotas senequista y prestamista de gorrones decía que era el rompeolas de todas las Españas. Bueeeno... Ahora mismo la doy como una ciudad perdida, por no decir enemiga, por mucho que me guste y haya gustado patear sus calles de noche y de día. Le dediqué un libro titulado Peatón de Madrid. Me quedé corto. Mi Madrid no es el mismo que el de Pablo Cerezal. Por fuerza. El mío puede que llevase la fecha de caducidad entre sus líneas. El de Cerezal no. Envidia cochina la mía. Madrid tiene muchos Madrid dentro, depende de dónde vivas y de la fortuna de la que goces. El de Pablo Cerezal es un Madrid poco castizo, poco de estampita, que es lo que se lleva. Es bronco y a la vez resulta familiar, no solo para habituales de la cama del diablo de la que hablaba Waits, sino para los burlados, los pícaros y los del coge la puerta y corre, corre.  Y es que Madrid es una buena prueba de que las ciudades solo son gratas si no tienes que entrar en ellas a punta de navaja.

Leyéndolos en su juego de pie forzado y réplica viva me doy cuenta de no es que haya muchos mundos que están en este, que también, claro, no le vamos a llevar la contraria al poeta de fama, que para eso la tiene, sino que una ciudad encierra otras ciudades, no todas invisibles como dicen los exquisitos morandos, basta con asomarse a ellas y en lugar de adornarse con Gymnopedias, de Satie, hacerlo con Mark Knopfler en su Última salida para Brooklyn.

En Cochabamba caí antes de conocer a Claudio Ferrufino. Me sedujo no solo porque tiene cielos que dan ganas de zambullirse en ellos, decía el Ramón Rocha, sino por sus mercados –«¡¿Pero en qué sitios te metes!?» y sus picanterías. A Claudio lo conocí de una manera pintoresca de veras. No en Cochabamba, sino en un hotel de Santa Cruz. Él sentado en una mesa y yo en otra, y sin hablarnos. Él escribía en una mesa, yo en otra. Nos mirábamos y bajábamos la cabeza. Perdimos una oportunidad gloriosa de conocernos. Luego le escuché una soberbia conferencia sobre esta literatura o escritura del desarraigo y la expatriación del nómada forzoso que se nos viene encima y va a ventilar los aires de tufo hediondo de una literatura que si no huele a muerto, sí cuando menos a cerrado. Esto lo sabe muy bien Cerezal que tiene ojos de pájaro y oídos de cazador furtivo, así lo he visto en las terrazas de Cochabamba con su libro de crónicas marroquís en la mano, las del viajero por sueños y memorias, por los laberintos de las ciudades y por los papeles: es un hábil perseguidor de huellas literarias ajenas porque marca las propias.

Vuelvo a Claudio y a Cocha. En otro viaje, después de haber leído su soberbio El exilio voluntario, nos conocimos en una noche de acullico furioso, tragos, guitarreo, más el charango del Danger, y unas cuecas finales, hermosas en la poca luz; noche de trueno aquella, en compañía del Julio y el inolvidable Chino, entre taxis y cervezas y un rotundo «¡Abrés la reja o te la echo abajo a patadas!» que dijo uno, no me acuerdo quién, lo juro, pero sí que fue un ábrete sésamo que nos permitió entrar en un antro, que me parece anda por estas páginas, en el que hubo mucha conversación entre gente que dormía tirada debajo de las mesas. Nos tomaron en varios sitios por maleantes de profesión u oficio, que le dicen, y sin duda lo somos. La mala reputación de Brassens: no hay mejor fe de vida para un escritor que no lambisconee.
               
Pablo sabe de Cochabamba por haber vivido en  ella y haberse dejado el pellejo en algunas de sus calles junto a esos que llaman «los más desfavorecidos», que son tantos que al final ni los vemos. Conoce su lado menos amable, el de las colas de inmigración. Un país no lo conoces hasta que haces una de esas filas. Al final, Cerezal sabe que una cosa es viajar por cuenta del gobierno o haciendo turismo organizado, o a la caza del documento humano, es decir de la tragedia hecha espectáculo, al que sacarle tajada europea –un pingüe negocio a estas alturas–,  y otra, bien distinta, padecer a los gobiernos, a todos. Pablo no es de estos, pese a haber conocido esa cara menos amable que por fuerza tiene Bolivia, como la tienen los Estados Unidos que Claudio exorcizó en El exilio voluntario, y como la tiene España ese país de todos los demonios cuya historia es triste porque termina mal.

Parecida perspectiva es la de Claudio desde lejos. Entre tanto literatura, escritura con la vida por delante o a la espalda como acicate bravo de este concierto de comidas, bebidas, puticas sin fortuna, burdeles, bicicletas, canciones, muertes, vidas, alcoholes venenosos o para aquietar el alma, como decía Montaigne... A lo dicho, hay páginas que son mapas, invitaciones al viaje, estas, carajo, estas, aunque solo vayamos a la vuelta de la esquina para regresar de seguido que ese parece ser el sentido de todo viaje, aunque no sepas a donde, aunque no encuentres otro lugar que tu memoria... «¡Y ya nos vamos yendo!», exclama el postillón que maneja, con mano firme y mucha noche en los ojos, las riendas de este tiro de caballos locos.



                                                                                Arraiotz, diciembre de 2014.


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Prólogo a las dos ediciones de MADRID-COCHABAMBA (La Paz, 2015-Madrid, 2016)

Tuesday, December 12, 2017

Bolivia monocorde/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

11:28 p.m. Grata sorpresa: Enrique Bunbury canta la vieja Chacarera del triste. Y Ánimas, de México. En su estilo, que no quita belleza al original.

Cruzo la línea entre Aurora y Centennial. El frío apenas arriba de la congelación. Pienso, escuchándolo, en la diversidad y aunque el entorno no tiene nada que ver con el sujeto, recuerdo Bolivia.

Se hace medianoche. Bajó un punto el termómetro y el auto rompe charcos de cristal en el piso. Único ruido. Y el motor.

Bolivia. País multifacético, colorido, controversial, misterioso, nunca sobrio. ¿A qué se redujo? A la imagen de un reyezuelo asiático, africano, preocupado por la permanente que lleva y porque lo bañen en agua de azahar. Al menos Roma tenía sueños de conquista, aprendía técnicas de guerra de los galos, crecía plantas, escribía historia. Evo Morales no pasa de triste esperpento lleno de oro; Midas aborigen sin otra razón de ser que el poder y la riqueza.

Así perdimos todo. Piezas de nuestro pasado. A nadie, o a muy pocos, en posición de gobierno, le interesa permanecer como ente histórico, recuperar detalles, destapar lo escondido, estudiarlo. Trashumar por las mentadas 36 etnias para darnos cuenta que no alcanzaría la vida, ni muchas, para penetrar en los arcanos de cada una, en lo visto y en lo innombrable. La práctica, su retórica de poder, sumadas al verbo insulso e insultante de doctos jumentos que se festejan como intelectuales los caracterizan. Lo indígena es utilitario, por ahora. Nadie ha hecho más que ellos, masistas, para destruir la cultura ancestral. Nadie ha vendido como ellos, transado en favor propio, con lo que queda de una saqueada herencia autóctona. Venden al mejor postor todo lo que nos liga de atrás hacia el futuro. Alrededor del oro, hay que repetirlo igual a martillo hasta el cansancio. El dinero como creador de actividad pero no de trascendencia. Atacan, muerden, cobras escupidoras sin temor de regalar a sus madres por migajas.

¿A qué la relación de esto con la música de Bunbury? El artista navega en un mundo que le es desconocido en su mayoría, unido a él por un vértice, fuerte pero no demasiado extenso: el de España. Gratis porque dudo que ganara mucho rescatando músicas viejas de un continente perdido. Quizá porque algo de él se perdió también allá, en la pampa argentina que no tiene fin, en los manglares del Caribe o en el aire férreo mexicano, de sol de muerte. Es Pedro Páramo en blanco y negro, en un espacio en que el silencio es más sonoro que el ruido. Buscar, así de infructuoso sea, buscar siempre con un hálito de alma del que carecen los comerciantes del Palacio Quemado.

Hay poética en una vendedora de tomates del mercado. Solo asco en el burdel plurinacional que resalta entre la desesperanza ignominia e ignorancia.

Recorro con los dedos un aksu de Salinas de Garci Mendoza. Flores entre figuras romboides y los que deben ser flujos de agua, a un lado de extensa pampa de marrón oscuro. En ese mínimo encuadre está guardado el universo andino: las inflorescencias de la quinua, un pato y un aguilucho solitario. Eso es viajar a la esencia de lo que somos. Pero, dice Evo Morales, mientras se le llena la boca de indios (sin despeinarse) para embaucar a la gringada, la que lo subió al trono en su real intento colonialista cubierto de “corrección política”, que vamos en triunfo hacia la identidad y territorio. Quien menos comprende lo que significa el indio, lo que fue y devino luego de Castilla, el futuro que aguarda e intentar salvar lo poco que quedó, es Evo Morales, sirviente mayor del capital, empresario desmedido, injusto, esclavizador. Fabulador. Sátrapa. Pongo millonario de Wall Street.
11/12/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/12/2017 

Fotografía: Getty Images

Monday, December 11, 2017

Fanáticos salvajes

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El 2001, los monumentales Budas de Bamiyán, Afganistán, fueron destruidos con dinamita y disparos de tanques por considerarlos los talibanes, entonces en el auge de su poder, ídolos que contravenían el Corán. Se perdió con ellos un invalorable patrimonio de la humanidad. Estulticia armada.

Hoy, hace unos días, Donald Trump, compulsivo metemano y amo de los Estados Unidos (algo injusto decirlo porque hay una fuerte y razonada oposición, aunque a eso apunta), quitó el 85 % del territorio al Monumento Nacional Bears Ears, Utah, cediendo a presiones petroleras y mineras, amén de a su base votante, blanca e iletrada, campesina, que desea usufructuar esa tierra en beneficio propio. Bears Ears cuenta con al menos 100.000 sitios arqueológicos de las naciones indias. Ejemplo son las fabulosas pictografías en los muros de la montaña del parque, lastimosamente dañadas por disparos de cowboys ansiosos de destruir la historia y reinventar otra de estupro, alcoholismo y drogadicción.

Tanques disparaban en Bamiyán. Armas de largo calibre en el oeste “americano”. El blanco: historia, cultura, diversidad, minorías étnicas. Por ahí, en las redes, alguien alegaba acerca de las diferencias entre el hitlerismo y el trumpismo. Aterrador pensar que están más cerca uno de otro de lo que asemeja. Cada movimiento en su entorno singular, claro, pero con acercamientos peligrosos en el amplio panorama, el de las decisiones colectivas que son las que traen genocidio y campos de exterminio.

Luego de una corta primavera, el mundo parece de nuevo inclinarse hacia los fanatismos. La globalización ha traído de consecuencia que lo que pasa en Sudán afecta en Europa, y que la tragedia siria va delineando otra Turquía, por citar un par. Ante esa perspectiva, Trump, hoy, y los talibanes ayer, trata de bloquear el desarrollo histórico, aislarse como en hospital y purgar los lunares internos que podrían significar obstáculo para su retórica… y caos. Equivocado uno como lo estuvieron los otros. Por supuesto que se puede forzar -temporalmente- cualquier cosa. Se ha visto a menudo y en demasía. A la larga todo se reestructura de manera dinámica y encuentra equilibrio, así sea engañoso y también parcial.

Hay cosas como la supervivencia de Israel, que tendrá éxito solo si se mezcla con y permite participar en el proceso nacional a la población palestina. De no hacerlo, lo que les cuesta entender, perecerá; igualmente, Estados Unidos no puede -menos debe- volcar la cara al sur. Allí está su permanencia y su poder. La fuerza de trabajo latina, en constante renovación, es la que permite que todavía se sigan pagando jubilaciones. La mano de obra, incluida la indocumentada, alimenta el sistema, lo reanima, impulsa y desarrolla. Sin ella, en el idílico universo blanco de sectarios armados de ultraderecha, inminente sería la catástrofe.

Austria, Hungría, Polonia, se inclinan al nacionalismo recalcitrante. Steve Bannon, el ideólogo del trumpismo, sueña con Auschwitz en el desierto de Arizona. Para eso, mantener viva la llama de la esperanza blanca, tiene que recurrir hasta al apoyo de renombrados pedófilos. Construir, entonces, la nueva “América” con cualquier elemento de parecido color y contextura. Nada más endeble que el vicio y el odio como entes asociadores. Terminarán devorándose entre sí y siendo numéricamente avasallados desde el sur.

Violentos fanáticos. Salvajes. Dementes e ignorantes. Tuertos, ciegos, discapacitados y desarreglados. Bienvenidos al mundo del guiñol en fase oscura.

Los talibanes van camino de retomar Afganistán. Se adueñaron de más de la mitad del territorio. Trump, a pesar de la investigación de sus tratos sucios con Rusia, puede por ahora saberse intocable para su reelección a un nuevo término. Evo Morales, en Bolivia, ha puesto en la Plaza Murillo un pesebre (su pesebre) que indica a la multitud que el Cristo redivivo es él. Igual de profeta se creyó Saleh, en Yemén, y tiraron su cuerpo a la carrocería de una camioneta con menos respeto que se tira un gangocho con papas.  
07/12/17

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Publicado en INMEDIACIONES, 08/12/2017

Fotografía: Monumento Nacional Bears Ears, Utah 

Friday, December 8, 2017

3 MICROCUENTOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

AMSTERDAM…

Bordas. Tulipanes, otros como floripondios. En tenue rosa, crema. Las amarylis guardan jaspes de apagado carmesí. Te graduaste en los cursos especiales del Rijksmuseum, en textiles antiguos. Gobelinos. Pero no veo unicornios. Mataron los árabes al último, apenas bajaron de las naves. Fue el día en que degollaron a Theo. Cruzaron el Ponto, en sentido opuesto a los aqueos, en venganza de los aqueos. Pero, dices, esos eran persas, y lidios y paflagones. Hoy sirios y afganos que ni árabes son. Los mismos, le digo, mientras cierro el chaleco cargado de bombas y ajusto una bandana negra sobre la frente que reza a morir en contra de infieles.

¿No te veré otra vez, no? En el cielo, en el harén de las niñas. Ella agacha la cabeza y borda. Un tulipán de ébano esta vez, al lado de una estatuilla de gordo y pálido querubín. Para recordar.




AMSTERDAM 2…

Flora me llamo, y recojo con cucharilla los restos de mi amado. Ha desaparecido, como el unicornio, y creo que la pañoleta que cubría su frente ocultaba el marfil del cuerno que brilla. La policía me expulsa; estoy contaminando las pruebas… Guardo un pingajo apresurado en el bolsillo del jean. Apenas entra. Cuando retorno a casa una mancha señala lo poco que quedó de él. Lo nada que quedó de ti.

Lavo las manos. Beso tu sangre que se va disuelta. En un botellón de alcohol, demasiado amplio para tu poca carne, te dejo, al lado de la lámpara, cerca de la ventana. Así por la mañana te da el sol.




NEGRO TULIPÁN

Exhibo los tejidos, los vendo todos menos uno, el de metro y medio por tres cuartos, que es pálido como el querubín a pesar de ser gordo. En el llano claro resalta una flor negra, un tulipán de Holanda, de los Países Bajos que para mí se hundieron ya desde que no está. Imagino que rema con los otros, hermanos y primos, y desembarcan en Grecia, en Bulgaria, en Dalmacia y Nápoles. Vienen, suben, nortean. Aguardaré su llegada; sobre mi pecho, cortado ya el tapiz queda solo la flor de sombra. Por ella me reconocerás, por ese color airado que para todos implica muerte y besos, solo besos, para mí.
  

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Publicados en ANTOLOGÍA IBEROAMERICANA DE MICROCUENTO (Compilador: Homero Carvalho, TORRE DE PAPEL, 2017)

Wednesday, December 6, 2017

Deleznables criaturas/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Difícil mantener la mesura. No estamos con un café a mano viendo pasar el desfile. Hay el asunto de la censura, la autocensura, la prohibición. Álvaro García, frenético, amenaza con encerrar a “cualquier cachafaz”, sin darse cuenta de la acepción de “simpático sinvergüenza” que tiene esa palabra, y menos de la historia del gran bailarín de tango, El Cachafaz, “feo como la noche” pero de ágiles piernas y rodillas. El señor utiliza el lenguaje como fregona el trapeador.

Casualmente, porque Andrés Oppenheimer no es individuo de mi predilección, veo la entrevista que le hace a la presidente de diputados de Bolivia. De no creer cómo el lenguaje en manos de gente inadecuada se convierte en desecho de muladar. Pobre Cervantes viendo a este rebaño martizirar el verbo. La señora en cuestión, que Dios me libre de proferir las inmundicias que me vienen en mente y callarme y mantener el control, o usa una monumental cantidad de maquillaje o simplemente no tiene sangre en las venas. Uno que se ha movido en el bajo mundo de distintas ciudades y visto, oído y hecho lo que no debiera, todavía guarda alguna vergüenza. Por eso prefiero a los malandras que a los políticos. Hay algo muy humano en robar o matar, y muy poco en mentir con tal descaro.

Leo a mi amigo Wim en sesudo análisis de las elecciones judiciales y del panorama en general y en perspectiva. Me alegro que los analistas desglosen los asuntos y comenten lo particular para referirse a lo extenso, pero eso no es lo mío. Yo estoy en la ira. Y a pesar de que opinan que es mala consejera, seguro estoy de que existen ocasiones donde la razón debe dejarle paso y permitir el vendaval que trae con las consecuencias que tenga. Al fin, uno solo tiene que reportarse a sí mismo y justificarse ídem.

Lo que ocurre en el país no es que sea innombrable: tiene nombre. Uno, arriba, seguro, un capullo después, y larga lista de orcos siguiendo (para dar crédito a Tolkien en retratar la fealdad y la bajeza). ¿Qué hacer al respecto? He leído incluso que algunos se han encomendado a los cielos. En santería estarán perforando figurines de líderes con todo objeto punzante y cortante, mas la pregunta sigue: ¿Qué hacer?

Habrá que retornar a lecturas del medioevo, porque en esas estamos, y por supuesto hacer énfasis en los aspectos económicos y sociales que marcaron con especificidad de lugar aquellas vidas. Pero, sobre todo, en cómo lidiar con la omnipotencia, la impunidad, el desprecio por la ley y el colectivo. Tal vez en los arcanos profundos y penumbrales del pasado encontremos respuestas.

Tal vez en los violentos.

Maestros del retruécano. Sin que implique destreza de bien en la lengua, riqueza en la retórica, avidez en la metáfora.

Duro de creerlo pero en la América que fue asolada por el terror por siglos vemos levantarse la monarquía absoluta con visos de divinidad. No solo se puede culpar a los ejecutores sino a quienes lo permiten, a esa mayoría indígena que aparte de berrinches y coloridos emblemas sabe y siente que nada nuevo esté ocurriendo. Revive el masismo la triste tradición de patrones y pongos. A los intelectuales (muchos también que ahora se declaran oposición) seducidos por laureles y vanidad sin límites. Debe ser extrema sensación asumirse como parte de la historia sin darse cuenta de que la historia no se escribe hoy en Bolivia con perspectiva de futuro y de estudio. Es tan simple como decir que aquí y hoy se activa y se pinta el descarado latrocinio exento de legado positivo.

La diputada, de cuyo execrable nombre no quiero acordarme, puede continuar su idilio. El poder, como el amor, de los que participa, suele caracterizarse por lo efímero. Lo lascivo no le quita lo mortal.
04/12/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/12/2017 

Imagen: Faustino Bocchi/La fertilidad del huevo

Friday, December 1, 2017

Queda la palabra

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Recurro a Blas de Otero: (…)si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra(…). Seguiremos segando las sombras, más espesas y profundas hoy en Bolivia. Había un presidente de turno (digamos) y el turno se ha convertido en posición vitalicia. Evo Morales, junto a su segundón, lo ha decidido. No importa el voto del 2019, ni ningún otro. Lo hecho, dicho está: es, de hoy en futuro, presidente eterno, hasta que la economía lo derrote, la muerte (le ocurrió al “divino” Chávez, el llorón), o avatares que no faltan en un país en apariencia de rebaño pero en lo interno rebelde, sino imposible.

Lo ideológico no cuenta, para nada. Por aquí ni revolución ni Cristo pasaron. Es un negocio, imperios familiares, feudos. La meta, el sol rojo al supuesto fin del camino, no son la hoz ni el martillo, instrumentos que nos arrebataron a los trabajadores, sino Miami. La Meca está en la sociedad de consumo, en el dispendio de lo robado, la compra de estatus como los porqueros compraban títulos nobiliarios (hasta en mi familia paterna hay en Ayopaya un Marqués de Montemira que posiblemente ni escribir sabía).

Pues, ya está, Evo Primero coronado. El trono de hojas de coca esconde oro y sabemos más. El saquito con motivos tiwanacotas supone una burla de la cultura ancestral, no porque no se pueda usar los motivos indígenas en moda u arte moderno, pero en la idea de que sirve de parafernalia de atroz mentira. El “indio” no es tal. Ni Orinoca el principio del mundo. Aquí lo que cuenta y suena son dólares, bien “americanos”, bien gringos, en el idilio que tienen Morales tanto como García, y el montón de bueyes alrededor, incluyendo los milicos que hasta pueden disfrazarse de papayas si les pagan, con el “imperio”. Sueñan con el imperio, con pasearse en NY por la Quinta Avenida y airear sus andinos traseros, o no tan andinos, incluidos cambas, y decorarlos para que no parezcan tan burdos ni tan hediondos. Escatología plurinacional.

Seguiremos, entonces, segando maleza. La hoz sigue vigente cuando se usa en lo que debe, en cortar la testa de la hidra. Y el martillo, por supuesto, combo mejor por ser mayor. Aparte de eso, de las herramientas que son nuestras y no de los jerarcas, también tenemos un arma de destrucción masiva: pensamos, hablamos, escribimos. Mucho más que las minucias comerciales de estos gamonales ignorantes y presumidos, puro dinero y vanidad, a nosotros nos queda la palabra.

2017

Tuesday, November 28, 2017

Las fotos del presidente

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Toda una polémica. Una ministro(a) desgañitándose en tinta para defender a su… presidente. Las tomas en cuestión que muestran la realidad de un individuo regordete, sin duda cansado porque el poder, adulación, “postrecitos” a la manera de la guerrilla colombiana (y el paramilitarismo) y otros etcéteras deben cansar, y un periodista que hace lo suyo, Samy Schwartz, que desde la épica de la VIII marcha indígena por el TIPNIS y con inocultable confrontación con el gobierno de derechas de Evo Morales, colonialista, imperialista, con dengues nazis en medio de una retórica seudo-indigenista va persiguiéndolos con imágenes.

Veamos en detalle: el tipo retratado, con saco de decoración india pero evidentemente con ínfulas de riquillo mandamás; camisa de la misma laya, de mangas largas que sobresalen para darle el necesario tono de elegancia; un edecán-sirviente del servicio doméstico de traje militar, y un rostro abotargado por la excesiva alimentación, trago fastuoso y secretos que por ahora no sabemos pero se sabrán. Podría ser el rosado Trump, que a veces se pone púrpura; el amarillo coreano que cambia a naranja; y el aymara que de marrón oscuro tiende a morado. No es cuestión de razas sino de colores, del tono exacto para componer el retrato, que dadas las características de estos tres, y del local, en particular, no pueden resultar en Mona Lisas o Venuses desnudas. Por ahí sonríe Goya desde la inmensidad, el irreverente que calcó a los Borbones tal como eran, manga de rastreras aves, y que conmocionó como Schwartz ahora al séquito lambiscón.

Veamos: ¿por qué la ministro acusó al fotógrafo de ser racista? ¿Qué quería que mostrara? Evo Morales no es Brad Pitt (sabemos que lo desea). La racista es ella que ve en el reflejo preciso del cacique aquello que detesta: la indiada que tiene rasgos de vía crucis para los bolivianos, algo que se arrastra de por vida y de por vida se quiere eliminar y disimular. El drama de Bolivia, por sobre el resto de problemas y conflictos, es la herencia india, esa que se quiere descalificar, soslayar, esconder, mimetizar. Morales se declara indio y allí salta la jauría a tratar de desmantelar la realidad. En lugar de decir: ese es nuestro presidente y nos sentimos orgullosos de él, salen a los gritos, brincan como ranas y meten las cabezas bajo tierra, avestruces que son. Lo que debiera avergonzarlos es tenerlo tan acicalado, tan a lo Rafael Leónidas Trujillo, posiblemente con cremas blanqueadoras, inciensos de lavanda y sales de baño, amén de calzoncillos Gucci que cumplen igual labor que cualquier otro, la de ocultar el supuesto pecado.

Ahora, y creo que no se ha mencionado el tema, Evo Morales aparece en esta serie esperpéntica no con aires de héroe troyano o de cazador de leones. Cierto que nunca fue muy varonil pero ese es pecado venial en comparación con sus acciones de gobierno. Si necesitan un presidente que dé la imagen de un macho alfa, de preservador de la especie, ténganlo como lo que es, un rústico campesino de duros rasgos, que no hay vergüenza. Si de nacimiento, de por sí, el señor no da la impresión falsamente necesaria de ser un brutal y desenfadado macho, pues no lo decoren tanto que no es arbolito de Navidad. Déjenlo molle o, ya que viene del altiplano, paja brava. Mejor así.  Por supuesto que en esto tropezamos con las inseguridades y deseos insatisfechos del déspota. Allí no se puede ganar. O se es lo que se es o no, bien simple. O se gobierna o se menea como bailarina. Se es estadista o diva. Y las carreras en el estrellato acaban pronto. O, como Mugabe, de títere de una arribista que aparte de ponerle cuernos al anciano necesita el cetro. Patético.

Si quiere salir mejor, señor Evo Morales, vístase de civil y agarre una picota para cavar papas.
27/11/17

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Publicado en INMEDIACIONES, 28/11/2017

Fotografía: Samy Schwartz 

Friday, November 24, 2017

¿NAUFRAGAMOS?

ELENA FERRUFINO-COQUEUGNIOT

Haciendo mía la metáfora de Michel Freitag , considero importante referirme a lo que yo percibo como los signos más contundentes del inminente naufragio de nuestra Institución.

Para comenzar por algún lado, como ya es de conocimiento público, la Convocatoria a elecciones de Vicerrector(a) está viciada de nulidad. Más allá de lo que establece nuestra normativa y, más allá de lo que ha reiterado la Sentencia del Tribunal Constitucional, se ha incluido en la Convocatoria un requerimiento que no está –ni nunca ha estado- contemplado en nuestro Estatuto.

Aceptar los términos de la Convocatoria constituiría, entonces, no solo un acto de validación de una flagrante transgresión a nuestras normas, sino un acto de complicidad con lo que estamos todos tratando de destruir: un modo de existencia viciado, una enfermiza y mezquina necesidad de ostentar el poder, una ciega vanidad que intenta cubrir el desorden, la prepotencia, el atentado contra los derechos fundamentales de las personas, la falta de respeto, el terror…

No es posible, pues, legitimar lo ilegal. No se trata, y nunca fue el espíritu de mi candidatura, de ser Vicerrectora a toda costa. No es cuestión de entrar en guerra por un “botín”; por un cargo que, en los hechos, no debería implicar más que trabajo, responsabilidad y cumplimiento de la norma. Mi postulación ha desatado, sin embargo, tal psicosis y tal parafernalia, que la Institución ha vuelto a indisponerse y a enfermarse como en las peores circunstancias de nuestra historia universitaria.

¿No es acaso un signo del naufragio el despliegue irracional de lienzos a lo largo y ancho del campus, como si de fiesta se tratara? ¿No sentimos todos la náusea de caer hacia el abismo cuando leemos libelos y memes elucubrados por los mismos colegas que trabajan con nosotros? ¿O cuando tenemos que suspender las clases para dejar pasar una banda –promisoria de tiempos mejores- en pleno duelo institucional?

La nave zozobra, amigos. Y nosotros con ella. No se comprende el sinsentido, la desesperación por cerrar toda puerta de acceso al “tesoro”. Se inventa resoluciones, se trama artículos, se confunden los roles, se fuerza circunstancias, se ordena reuniones de asistencia obligatoria para conocer a un candidato… En fin, el navío está encallando.

Por responsabilidad, sin embargo, me corresponde comunicar a la comunidad universitaria que mi candidatura no se ha caído. Es más, cuento con toda la documentación prevista en el Reglamento Electoral. Sigo en camino; no he saltado del barco. Y no lo haré. Soy candidata, pero no a la fuerza. No a costa de una Convocatoria ilegítima y viciada de nulidad. No como una imposición. No. La universidad que sueño –con ustedes- es un espacio de libertad, de trabajo y compromiso. De respeto por las leyes y por las personas. Donde “no haya necesidad de instancias superiores de autoridad y de poder…” Donde se haga academia y se desarrolle el conocimiento; donde se pueda pensar críticamente, donde nadie sea dueño de nada y donde todos podamos confluir, salvarnos del naufragio y construir la universidad que queremos.


ELENA FERRUFINO COQUEUGNIOT
CANDIDATA A VICERRECTORA

Dos peruanos/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Conversando con mi madre recordé a dos poetas peruanos. Hacía mucho que había olvidado a José María Eguren (1882-1942) y a José Santos Chocano (1875-1934). La memoria tiene esa horrorosa facultad de olvido.

Escritor exquisito de la América, Eguren representó al simbolismo peruano con un pulido vocabulario. A ratos inalcanzable, deriva solo -como debe ser- por el limbo de las iluminaciones: corona el verso con nubes en medio de gran solitud. No podría anotar un verso suyo aquí; me da miedo tergiversar su dulzura en desmemoria. Ya está el nombre, búsquenlo…

Santos Chocano y la ira… No me complace su poética sino en contadas ocasiones, pero me deleita su hombría. Apasionado, rebelde, americanista… muchos son los adjetivos que rodean su persona. El más acertado lo dio él mismo. Durante la revolución mexicana escribe un poema a Pancho Villa, se lo dedica en los siguientes términos: “A Francisco Villa, el flamígero”. Flamígero es Chocano, tanto como Villa. Esa es su mejor clasificación. Por ella serán asesinados.

Me gusta recordarlos, con todas sus contraposiciones. Lamentablemente la memoria es un acto fallido. He de ponerme a pensar en aquellos en quienes ya no pienso. Por suerte quedan cinco horas hasta el amanecer.

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Publicado en TEXTOS PARA NADA (OPINIÓN/Cochabamba), 29/10/1987

Tuesday, November 21, 2017

Helter Skelter/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ha muerto Charles Manson pero no una época. Todo se ha movido mas nada se ha transformado. El sueño de Martin Luther King fue eso: dream. Pareció que no, que el pasado había enterradose en su sacrificio; tomó un abusivo ignorante como Donald J. Trump para recordar que la vida mejora a ratos, semeja cambiada, apacible, liberal, democrática, aunque al fondo sigue sucia, abyecta, racista, violadora.

Todavía venden esclavos en explanadas nocturnas en Libia, hombres negros atrapados en intento de huida hacia occidente; ni siquiera hacia la opulencia sino la satisfacción del hambre. Ni hablar de las mujeres, que aparte de duro trabajo aguantan  festín de oprobio de los captores. Cuatrocientos dólares vale un ser humano.

Helter Skelter fue otro sueño (no ilusión, deseo), dream del hombre blanco dispuesto a destruir lo suyo propio en pos de reconstruir un sistema opresivo en su beneficio. Helter Skelter: guerra racista, apocalíptica, en que el hombre negro, ya acostumbrado desde la Era del Amor a poseer carnalmente a la mujer blanca, al verse privado de pronto de esta pasión que excedía los límites, violentaría la sociedad y se alzaría como raza en contra del otro. El hombre blanco, dividido en dos facciones de acuerdo a su relación con el hombre de color, pelearía entre sí hasta eliminarse de la tierra. Los elegidos, Manson y la Familia, saldrían de sus cuevas de topo en el Valle de la Muerte californiano como los únicos blancos sobrevivientes. Los triunfantes negros lo aceptarían. Entonces Manson palmearía a los victoriosos, acariciaría su ensortijada cabellera, y los mandaría a recolectar algodón como los buenos niggers que debían ser. Quedaría establecido el imperio de la raza superior.

Donald Trump es Helter Skelter. Sueña como Manson. Igual al asesino de Sharon Tate y de otras personas, lleva estampada en la frente la svástica. Si bien no tiene los ojillos vivaces del profeta, lo excede en sus aspiraciones. Es también profeta del infierno. Y palmea a los subordinados, los confunde con paradas de matón o con meliflua voz, antes de enviarlos a la recolección. La figura colorida del negro se ha extendido al marrón y al rojo; no tanto a los asiáticos que ejercen fascinación en la sociedad norteamericana. Oscuros rivales del sueño trumpista, de la sociedad blanca armada hasta los dientes, drogada, endógama, tarada en su endogamia y vil, que deben ser eliminados en su mayoría y esclavizados en su descendencia.

Manson ejecutó a sus víctimas para inducir al negro a rebelarse. La sangre sería el catalizador que mostraría el camino. La saña apuntaba a eso, a disparar fobias dormidas, odios que en el fondo tenían alto contenido sexual. Lo mismo en Trump y la ansiada guerra de razas, en la retórica que intenta ser tan puntiaguda como el pene. El fascismo descansa sobre eso, sobre una triste masculinidad incomprendida, abrumadora testosterona privativa de seres superiores y pálidos.

La canción, incluida en el Álbum Blanco, quedaría hasta como algo anecdótico. La interpretación de Charles Manson le dio visos que dudo tenía la lírica beatle. Si pensamos en el mensaje pacífico de Lennon, de la revolución con laureles, no podríamos siquiera imaginar la obsesiva y sangrienta secuela que trajo. Beatles y el libro de las Revelaciones como aditivos de la megalomanía, como Donald Trump cantando My Way en un asqueroso entorno de millonarios apuntalando su supuesta cuasi divinidad.

Helter Skelter. Entonces parecía posible: el enfrentamiento de las razas. Helter Skelter hoy, más cerca, tanto en la forma de un dedo que ajustará el botón nuclear no para eliminar un enemigo ideológico sino un macho en competencia, como el desajuste racial que la nueva presidencia norteamericana trajo consigo, la desconfianza en el pasado firme que se hizo endeble de pronto, en un futuro que oscureció. En la esperanza que muere. Y eso que parecía inmortal.
20/11/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 21/11/2017