Friday, July 29, 2011

Vatel, o el gusto por la libertad/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Vatel, el gusto del rey (Francia/Gran Bretaña, 2000) es una película difícil. Aunque la guía de cine de Penguin Books, a través de uno de sus críticos, afirma que para ser un filme que trata de comida, sensualidad y pasión está "altamente subalimentado" -querrá decir famélico- no comparto esa opinión. Difícil en el sentido de que la puesta en escena, por la cantidad de elementos que la conforman, tiene que ser perfecta. Nada de raquítico en la exuberancia barroca que se presenta por 117 minutos que parecen muy cortos y están muy bien logrados.

Dirigida por Roland Joffé -que realizó la admirable Killing Fields acerca del régimen camboyano de Pol Pot, The Mission y The Scarlett Letter sobre el famoso texto de Hawthorne-, Vatel, el gusto del rey ratifica la pasión de Joffé por la historia como también su ubicuidad que lo hace ir de las misiones jesuíticas del Paraguay a los arrozales del sudeste asiático para detenerse, hoy, en la Francia del Rey Sol, Luis XIV, Borbón presumido, acicalado rector de un reino que florecía gracias a la inteligencia de su ministro Colbert. Época que relató Alejandro Dumas con multifacéticos personajes y hartazgo de información y a quien sin duda le hubiera gustado inventar, o descubrir en los archivos, la atrayente figura -no físicamente- de François Vatel de quien trata la cinta.

Se cierne sobre Francia la posibilidad de guerra con Holanda y el monarca necesita un general para encararla. No hay mejor que el príncipe de Condé hacia quien el rey guarda resentimiento por su actuación durante las pasadas guerras civiles. Condé, en bancarrota, tiene que ganar otra vez el favor del rey para resarcir su economía. Invita a Luis XIV a un agasajo en su honor que durará tres días. La calidad del espectáculo a ofrecer decidirá la posición del soberano. Condé cuenta para los preparativos con Vatel, su mayordomo, cocinero exquisito, perfeccionista, creativo y eficiente. Por un instante, según comenta uno de los personajes, la vida de Francia estará en las manos de un pastelero y no en las del poderoso Colbert. Ironías de la historia.

En medio de una multitud de flores, frutas almibaradas, esculturas en hielo y azúcar, escenarios que se levantan y deshacen, ocas asadas, conciertos de flautas dulces detrás de cortinas rojas, eunucos, angelitos volantes, ballenas de utilería e intrigas cortesanas se enhebra una historia de amor, entre una de las favoritas del rey, el mismo Luis XIV y Vatel, más un añadido zalamero y afeminado marqués, vocero de la corte y afanado seductor. El triángulo amoroso abarca un breve espacio de tiempo. El desenlace tiene trazos de pasión perdida y de la pureza del amor en un mundo imperfecto de cazadores y presas, donde Vatel representa lo puro y Luis lo demás. Pero lo sustancial está en el suicidio de Vatel al saber que Condé lo cede al soberano en un juego de cartas para que en su infinita vanidad el hombre que afirmara "el Estado soy Yo" disfrutara el talento del mayordomo en Versalles. Vatel no quiere dejar su entorno y su muerte señala que por encima del gusto del rey -y del amor- está el gusto del hombre por su libertad de decidir.
14/10/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2003
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), octubre, 2003

Imagen: Gérard Depardieu como François Vatel, en una escena del filme (con el príncipe de Condé)

Thursday, July 28, 2011

El hacedor/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El hacedor, con minúscula porque el otro es de Borges.

George Bush ve esfumarse día a día el poder que le concedió un aún brumoso y controvertido ataque terrorista en los Estados Unidos. Las guerras de Afganistán e Irak resultaron un fiasco. Dejando de lado las obvias razones económicas de Richard Cheney y la empresa Halliburton, que entre otras cosas aprovechan más que nadie del desastre causado, la administración Bush no ha sabido llevar adelante ningún proyecto que tuviera asomo de reconstrucción o de cambio. Para los que conocemos de adentro no es extraño saber de la ineficiencia norteamericana. Contrariamente a la ilusión mundial de una sociedad perfecta, ordenada y eficiente, los Estados Unidos sobreviven, comenzando en la presidencia y terminando en los mercados de verduras, gracias a un inmenso poder económico acumulado y el constante expolio de las naciones pobres y no debido a su extraordinario funcionamiento. El día que este soporte ceda, no habrá en esta sociedad manera de evitar la debacle. El país se disgregará en pequeñas entidades semiautónomas y tercermundistas por la ausencia de material humano idóneo que lo sostenga.

El presidente actual con su sórdido entorno contribuye a acelerar un proceso de disgregación nacional ya comenzado. Pero eso a quién interesa. No a él, por supuesto, ni a Condolezza Rice (de ofídica mirada), menos ya al pronto defenestrado orate Rumsfeld. El gobierno continúa intentando salidas a su próxima caída. La última, diseñar una política de instauración de la "democracia" en Cuba, quizá pensando que ya se han sentado las fundaciones para ello con la increíblemente democrática base militar norteamericana de Guantánamo donde los presos entran al interrogatorio de pie y salen en camilla.

El hacedor de países, profeta bíblico al que le faltan la barba y los grandes ojos iracundos de la judería antigua, quiere pasar a la historia como el nuevo gran geógrafo del siglo XXI, el que cambia mapas e idea naciones. Olvida que para delinear fronteras hace falta perspectiva. Seguramente Fidel Castro le responderá mejor con una diatriba de seis o siete horas que hará dormir al incomprendido y poco entendedor republicano de Texas.

El peligro consiste en que la presidencia actual, que no será reelegida, arrastre a todos en su descenso. Es gente que por unos votos incendiaría de nuevo Alejandría. Lo de Cuba es un ejemplo.
12/10/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre, 2003

Imagen: Caricatura de George Bush y la campaña iraquí

Wednesday, July 27, 2011

La llegada del otoño/MIRANDO DE ARRIBA


De improviso, cuando anochece, hay que cerrar las ventanas. Los árboles agitan sus hojas, las cosas vivas que van a perecer con la llegada del frío tiemblan. Aves negras, cientos, o miles, amanecen con los repartidores de periódicos mojándose en el rocío, de viaje al sur. Los gansos canadienses casi no se ven; la mayoría emigró en las últimas semanas. Y las atareadas ardillas ahorran comida para esconderse. Privilegio de contemplar desde el tercer piso de casa esta fauna salvaje. Un par se zorros atraviesa el parque y un coyote, cabeza pendular, busca en el pastizal roedores para darles muerte.

A la luz de los focos, en medio de la avenida, se detiene una completa familias de asustados y enmascarados mapaches. Y las mofetas como ufanas damas de la sombra pasean levemente en las aceras para finalmente meterse entre los arbustos.

De improviso el álamo que era verde amarilló. Otras especies del hemisferio ejecutan un pincel multicolor sobre el horizonte. No se compara, cierto, al otoño de la costa este, Virginia, Pennsylvania o Nueva Inglaterra, porque allí hay más variedad de árboles de hoja caduca mientras que en esta región montañosa priman las coníferas que nunca se desvisten ni para invierno ni por amor.

La lluvia, si viene por la noche, cubre las cosas con suave escarcha. No hay hielo, no se enfría demasiado el ambiente pero el humo de las chimeneas de las casas de madera traza espirales y arabescos en la aurora.

El otoño norteamericano implica una taza de café mirando el jardín de atrás. Caminar por el frescor del crepúsculo mientras las hojas que se han hecho claras penden del aire fantasmales y las copas de los árboles parecen nubes que se arrastran muy cerca del piso.

Premonición del invierno que si obvia sus tormentas es sólo una placidez blanca iluminada. A veces nieva, en septiembre u octubre, pero cae nieve de copos blandos que se diluyen en la superficie y dejan trazos de agua. Otoño es tiempo de multitudinarias aves. Bandadas atraviesan por encima del techo. Inmensos cuervos con sacerdotales sotanas gritan sobre las
peladas ramas del álamo. Lo extraño, al ver estos supuestos bichos de mal agüero, es que dan impresión de eternidad y vida.

Volvemos a lo de la muerte. En el invierno se muere y el otoño lo anticipa. Mas es muerte con resurrección y mis cuervos, a pesar de que alguna vez fueron, no son más el de Poe que chilla y chilla "nunca más".
28/9/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), septiembre, 2003

Imagen: Raven/Grabado de Marina Terauds, 2005

Tuesday, July 26, 2011

Far West/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No se trata de vaqueros, pistoleros, apaches, prostitutas y garimpeiros en una determinada, y alejada, región sin ley. Hablamos de un estado, plurinacional, nacional, chuto, irregular; una situación que abarca hasta el último rincón de la geografía, donde la ilegalidad permitida, y fomentada, comparte características con aquella altamente ficcionalizada y dramática conquista del oeste norteamericano.

Allí, con aberraciones e injusticias, se fue moldeando un país, en desmedro de unos y favor de otros, en principio, con irrecuperables pérdidas. Hasta alcanzar el hoy, que sin ser perfecto, al menos ofrece garantías básicas para vivir, educarse. El imperio del deseo personal fue sometido a las reglas, casi siempre de manera brutal, y el individuo tuvo que regirse a normas colectivas que terminaron con la matanza y el abuso. En líneas generales, repito, con varias consideraciones.

En Bolivia, país singular, se acata las decisiones del amo de turno, con paciencia y servilismo asiáticos, por un lado. Por otro, cada quien ejerce su propia ley, por encima de los demás, de acuerdo al rango o poder: armado, administrativo, real o nominal. Cada quien es patrón y sirviente a la vez. Abusa cuando las circunstancias lo permiten o se convierte en faldero y lambiscón cuando le son adversas. Peligrosas dualidades; en parte causa del común retrato del boliviano como cobarde y traidor, mitómano y deificador.

Mientras los sicarios del lejano oeste fueron cediendo espacio a profesionales, colonos, agricultores, hacia una supuesta mejora, crecieron las ciudades y fueron puliéndose los roles. Implicó genocidio, falta de justicia, doblez, y tantas otras cosas que de entrada descalificarían el proceso, pero se hizo, y así están, mejor que ayer, a no dudarlo, con las salvedades que todo accionar histórico posee, y que no se pueden ya transformar. De algún modo se avanzó, contrariamente a nuestro territorio donde los pasos son inversos, y el progreso, considerado sólo en términos materiales, es cada vez más venido de la delincuencia y el crimen.

En Norteamérica se dio lugar a un acelerado desarrollo, industrial y agrícola, que creó excedentes suficientes para impulsar la economía a una expansión mayor, ávida de nuevos territorios y exploradora de la ciencia a su servicio. En Bolivia corremos de manera espantosa a depender de un monocultivo, la coca, cuyas implicaciones parecen no ser vistas y menos analizadas: la transformación de la tierra en yermo, un futuro que en una década nos arrojará al destino famélico de Somalia.

Se continúa perorando acerca de la democracia, sin darse cuenta que el asunto perdió ya trascendencia, que no es cuestión, no más, de derrotar en las urnas políticas contrarias, en un marco de discusión productiva o sanas diferencias de puntos de vista. No es el caso. Estamos ante un gobierno que lleva por objetivo la absoluta destrucción, que en ánimo ignorante, vanidoso, rencoroso, se ha convertido en letal para la supervivencia de la entidad Bolivia. De seguir en esta senda frenética, no doy diez años más a nuestra existencia; asesinatos, secuestros, mutilaciones, son pequeños detalles de lo que se asoma: desierto, falta de agua, desastres climáticos, hambre. La muerte de la esperanza.
25/7/11

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 26/07/2011

Imagen: Käthe Kollwitz/Hambre, 1925

Monday, July 25, 2011

Egon Schiele y Adolf Hitler/MIRANDO DE ARRIBA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Si existen referencias, libros, alusiones, historias, acerca de alguna relación entre estos dos personajes, ambos pintores, que habitaron la Viena de preguerra y que posiblemente no se conocieron, no las he visto ni oído. Lo que sigue viene a ser simple curiosidad mía de imaginar una ciudad donde convivían estos seres tan disímiles.

Hitler vendía tarjetas postales que pintaba él mismo. Lo que se ha recuperado de su arte muestra a un artista decidido a no romper los marcos esquemáticos de la pintura tradicional. No es que su obra carezca de alguna belleza pero no luce en ella el genio que la haría eternizar. Schiele, por el contrario, y en similares condiciones de precariedad que su contemporáneo, destella por su talento. Refleja la decadencia de una Europa angustiada y antigua que perecía, la misma que Hitler parece querer conservar al calcar del natural.

La Viena agonizante, como todo aquello condenado a desaparecer, se iluminó con artistas exquisitos como Klimt y la Secesión vienesa a quienes se acercó Schiele para luego desarrollar un dramático expresionismo personal. Sus mujeres, principalmente, y el conjunto de sus modelos, o agonizan como sus calles o tienen el rostro con un intenso dejo nostálgico. La visión nazi del arte se opuso a esta supuesta decadencia y, al menos en teoría, al vicio que parecía adherirse a sus representaciones. La grandiosidad de la pintura y arquitectura hitlerianas intentará mostrar la perfección de la forma pura y dejará para la humanidad un tufo de farmacia.

Difícil creer que Adolf Hitler no estuviera al tanto del quehacer artístico de entonces, considerándose él mismo pintor. Schiele era judío y talvez en la mente mediocre del austríaco se acunaron o acentuaron fobias raciales que provenían de su incapacidad de brillar. En general los regímenes militares, o de los civiles travestidos en oficialidad, repudian, condenan y atacan las manifestaciones culturales. La famosa "cuando oigo la palabra cultura saco la pistola", de Goering y que el cineasta húngaro Szabó pone en boca de su carácter principal en Mefisto (1981) es explícita. Egon Schiele, si sobrevivía a la epidemia de influenza que lo mató el año 18, habría terminado en los campos de exterminio. Recuerdo un libro tenebroso en el que un oficial alemán se preciaba, en Auschwitz, de haber mandado "por la chimenea" -de cremación- a la mismísima hermana de Freud.

En nuestra pared, encima del acuario y al lado de Medea de Jean Anouilh, piensa sobre su rodilla una pelirroja de Schiele, 1917.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003

Imagen: Egon Schiele/Weibliches Modell, Sitzend, farbig, 1917

Historia del perdón/MIRANDO DE ARRIBA


Difícil creer que alguien pueda perdonar la muerte de sus más cercanos. Peor ver que aquellos que se encargaron de torturar y eliminar a los suyos pasean por las calles.

Concuerdo en que a los militares argentinos culpables de genocidio debiera juzgárselos en Argentina, y no, como se pide, y quizá se realice, extraditarlos a España y Francia donde cumplirán condenas en cómodas prisiones. Pero estamos en América Latina y el concepto de justicia, más su práctica, casi se desconoce. Los gobiernos civiles no hacen nada por cumplir la ley. Corrupción o miedo, o ambos, el caso es que los dictadores de esta región la pagaron liviana. Algunos, al menos, se asaron en justo infierno como les correspondía -Somoza- pero Stroessner, Pinochet y Videla parece que morirán de viejos cuando lo que debieran tener es juicio sumarísimo y colgar como higos de la soga, porque fusilar sólo se fusila a los hombres y estos cobardes ni hombres son.

Nombres como Astiz, Serpico, confortablemente instalado en una cárcel española hoy, decoran la institución militar argentina. Sus delitos debieran ser bastantes para clausurar el ejército, colegios militares, institutos y poner a los insectos a cavar zanjas y hacer caminos. Demasiado bueno para creerlo. El día que pasen de generales a peones y ganen su pan como lo ganamos todos, se habrá logrado un cambio decisivo. Soñar no cuesta mucho.

El pequeño (por enano y por escaso) tirano Bánzer murió casi en olor de santidad, sin crímenes Al envejecer se hacen venerables y luego se beatifican. Pero yo viví los años banzeristas y escuché sus historias de horror. Cuando se entregó al guerrillero argentino Luis Stamponi a los sicarios del sur dicen que lloraba suplicando quedarse. No le sirvió. Otra argentina, Silvia Spaltro, permanece enterrada en el incógnito del campo de Sacaba; su cuerpo violado y sin pechos no obtendrá el mismo descanso que su asesino. En América Latina se olvida pronto y no se castiga. Se debiera expropiar todo lo mal habido, investigar y sentenciar. Si son doscientos o quinientos que cometieron genocido pues hay que comenzar a cavar una larga fosa común para desecharlos allí. Alegarán que es actuar como lo hicieron ellos. O eso, o mirarles sus tibias caras creyentes rezando en la iglesia, sabiendo que aquellos a los que asesinaron no vuelven más. Dejemos las gilipolladas de juicios en Latinoamérica porque nunca se harán. ¿La justicia divina? Sodoma y Gomorra son metáforas inválidas.
31/8/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto 2003

Imagen: Cartel alusivo a la desaparición de personas

Digresiones sobre arte, misterio y épica


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La Wikipedia, enciclopedia libre, menciona la Zamba de Vargas como la zamba más antigua de la que se tenga registro. Y alude a que quizá representa el momento en que la zamacueca afroperuana, convertida en cueca chilena, se transforma en este género musical, muy popular en la Argentina. Como si la globalización fuese cuestión novedosa, la cuna de la marinera, cueca boliviana, chilena, y zamba argentina es la misma.


La Zamba de Vargas recuerda un hecho de importancia fundamental en la historia de las Provincias Unidas del Sur: el enfrentamiento de las fuerzas federales del guerrillero Felipe Varela, con las del gobierno bajo el mando del general Antonio Taboada, en las afueras de La Rioja, en Pozo de Vargas (10 de abril, 1867). Para los detalles, de profunda implicancia política en la posterior estructuración de la República Argentina, sugiero leer algo más que las páginas de la Red; su entramado vasto y complejo se extiende fuera de las fronteras de aquel país.


Me llama en particular la atención la poética de esta batalla en relación con la música. Por ideario e intelecto me pondría de lado del caudillo Varela, y por origen con los santiagueños de Taboada, disyuntiva felizmente irrealizable. La poética -digo-, porque según se narra, en el momento de desfallecer las fuerzas gubernamentales ante el embate de las montoneras, Taboada instruye a la banda tocar “la vieja zamba”. Sobre el estruendo de la guerra se levantan sus acordes, y por arte de música se renueva el ímpetu de los de Santiago del Estero que quedan con la victoria. Instante que excede la realidad y que ahonda en subjetividades humanas.


Muchas referencias hay en el mundo acerca de canciones o tonadas que tuvieron, y tienen, una presencia mayor a su simple existencia artística. La feble memoria las conjuga en un magma difuso y ecléctico, desde los tambores cosacos saliendo de la Sitch a invadir Polonia, en aquel mítico 1648 que los ucranianos festejan como fecha nacional y los polacos como la venida del Anticristo, hasta los huayños combativos de los indios del Mantaro que admiraba el niño Ernesto de Los ríos profundos.


De joven, en la explosión de fortaleza de la edad, y sobresaturado por las rancheras mexicanas, de olvido y desgracia, más las anécdotas villistas, zapatistas, personajes como Benjamín Argumedo y Felipe Ángeles, cuando me preguntaban qué canción pediría tocar en el día de mi muerte (¡!), no dubitaba: que me toquen La Sandunga. Bello tema, cuyas versiones en boca de grandes intérpretes rancheros guardaban un secreto, la apropiación por parte del mariachi, sito geográficamente en Jalisco, y en Cocula en particular, de un ritmo que venía del sur, del istmo de Tehuantepec, Oaxaca, con una tradición impensable por extensa, y el mismo fragor épico que encontramos en la Zamba de Vargas.


Venida, de acuerdo a los expertos, del jaleo andaluz, y zapateado, se convierte alrededor de 1850 en música tehuana y, a partir de entonces, representativa del pueblo istmeño, como lo fue La llorona -tal vez de raíces más antiguas que se pierden en la mitología histórica-. Con letra y música de Máximo Ramón Ortiz, él mismo de confusa cronología y de dramático final.


Sandunga, voz gitana que quiere decir donaire, para algunos, y palabra zapoteca cuyo significado va desde música honda hasta mujer hermosa, se convirtió en el canto de guerra de los tehuanos en sus combates contra chiapanecos y juchitanos. Con el tiempo, a la letra de Máximo Ramón Ortiz, le añadieron parte de su leyenda personal, su llegada tardía a la muerte de su madre, sobre cuyo cuerpo se arrojó llorando y diciendo “Ay, mamá, por Dios”, que forma parte de las versiones más conocidas: “Sandunga, mamá, por Dios”.


El misterio que envuelve la música popular va siendo más y más denso. Contrariamente a lo que se creería, el avance tecnológico recupera mucho de lo que se estaba perdiendo, pero al mismo tiempo va haciendo más deleznables las ligazones de ella con los pueblos, en un rodillo fatal, ingenuo y discriminador. Aunque uno supone que todo está registrado en la red, no es cierto. Sucede con el kaluyo, vieja música tradicional boliviana, de la que casi nada se puede encontrar en línea y cuya fisonomía se irá haciendo con el tiempo impalpable, hasta perderse, como se esfumaron los caminantes del valle y del Ande, arrieros, muleros, que para matizar su soledad entonaban tristes kaluyos.


Importa tanto, entonces, el rescate que se haga de la tradición oral y musical, aunque para ello se tenga que penetrar espacios que a veces se tornan de tan peligrosos imposibles. Cómo llegar hoy a las justas musicales del Cáucaso y el Turquestán que retratara Peter Brook, filmando sobre Gurdjieff. En esas gargantas montañosas ya no se escuchan cuerdas ni flautas. Ciro Guerra, de Colombia, en su filme Los viajes del viento (2009) sigue un fantástico recorrido de su patria con un músico que intenta devolver un acordeón, que alguna vez perteneció al demonio, a su maestro. En el transcurso se revela la riquísima tradición musical del país. Los hermanos Pablo y Alejandro Burgos Bernal, colombianos también, trashuman los recovecos de otra tradición, la de la gaita, en un documental (Son de gaita, 2008) que buscando la gaita negra descubre universos de arte en una región de conflicto.


América sigue siendo, a pesar de las modas que intentan desembarazarse de esa “carga”, desmitificarla, o desmerecerla, la tierra de lo mágico-real, y eso porque conviven tan diversas etapas de desarrollo humano dentro de ella, y tan variados antecedentes, que difícilmente podríamos llegar al paraíso inocuo del progreso, que tampoco es inmune al hechizo de lo plural.


Ahora que estuve inmerso, con Rosario Castellanos, en la alucinación de Chiapas, sólo confirmo lo dicho. Leo que hoy en San Juan Chamula, donde transcurre Oficio de tinieblas (1962), en la iglesia, hay santos buenos y santos malos, de un lado y de otro, bien vestidos unos, pobremente los demás, sin manos éstos, porque los pobladores se las cortaron hace cien años cuando no pudieron defender a los tzotziles ni a su iglesia.

19/07/2011

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 24/07/2011
Publicado en Semanario Uno #420 (Santa Cruz de la Sierra), 29/07/2011

Imagen: Narval/Grabado de Antonio Alvarez Gordillo, 2007

Tuesday, July 19, 2011

Destruir el bosque/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

“Los indígenas del TIPNIS alistan flechas para defender su territorio”. En el simbolismo de esta noticia se resume el drama todo del que fue -quizá malamente- un país.

Me dijeron que eran marxistas, y les respondí: sólo rateros; me aseguraron ser indigenistas, y les respondí: ladrones. Uno puede tragarse el cuento del apóstol que vino del pueblo por un par de semanas, nada más. La fraudulencia de la opción Evo Morales se hizo obvia de inmediato. Pero entró en juego un esquema gigantesco de corrupción y de prebendas, al que se asoció la izquierda cobarde, derrotada y ávida de lucro, y la farsa logró mantenerse por espacio de seis años, con la complicidad altisonante, y también tácita, de los intelectuales del país, engendros de larga tradición lambiscona.

Narcotráfico, una coyuntura excepcional de precios de materias primas, sumados a la que no había sido fraterna ayuda del bufón de Venezuela, parecieron solidificar el principado de los célibes, y su Corte variada y surreal, digna de los grandes retratistas de esperpentos: Callot, Goya, Daumier, Grosz y Ensor, para quienes el parlamento plurinacional hubiese resultado un magno y provechoso zoológico, mayor a la concentración de animales exóticos que admiró Bernal Díaz del Castillo en la magia de Tenochtitlán. Al menos a alguna grandeza llegamos, a la fábula por cierto, donde zorras y borricos hablan, y lo hacen de más.

Ya diseccionarán los cientistas -cuentistas me corrige el ordenador- la asombrosa biodiversidad que pulula alrededor del Palacio Quemado: narcos con patas de ganso, generales con pequeñas crestas de gallina, presidentes con brillo de trucha moteada y vices con pico de garza real (ni el Bosco lo hubiese soñado). Dejémosles el trabajo, que arduo y largo ha de ser.

Se lloró por el bosque, por los pobres, los desheredados, el agua, la madre tierra (madre que los parió…), tanto que hasta el embajador Solón perdió su virginidad al respecto, pontificando en Cancún acerca de la prístina eficiencia del jefazo en asuntos ambientales. Mentiras, fueron mentiras canta algún ingenuo romántico en la radio… hoy que Morales quiere dar carta blanca a sus cocaleros, narcóticos, al crimen, a la desertificación, al expolio del gran capital que decía detestar. Ya no hay discurso de protección de poblaciones nativas, de culturas ancestrales. La angurria por eternizarse en el poder, por sobrevivir en él, venció las falsas posturas del régimen.

Necesita dinero, alista un segundo e inevitable gasolinazo, desea encumbrar en la judicatura algunos jumentos de carga y más. A los “hermanos y hermanas” indios del trópico les asegura un futuro de oprobio, destrozando sus antes sagradas tierras de origen, exterminando especies animales y contaminando los ríos con los desechos de droga que es lo único sagrado para él. Por eso yuracarés, chimanes, mojeños, otros grupos del bosque amenazado alistan sus flechas para la invasión cocalera. De algún modo, hasta con la pluma, hay que ponerse del lado correcto, en defensa de la tierra contra Evo Morales y sus narcos, contra Álvaro García Linera y sus masiexistencialistas. Con piedra, con flecha, con bala, con dinamita, con canciones y versos. Como sea, contra ellos.
17/07/11

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/07/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 22/07/2011

Imagen: Santa Rosa de Isiboro, Parque Nacional Isiboro-Sécure

Saturday, July 16, 2011

De Chaco y Parapetí/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El escritor David Acebey cuenta de viajes a caballo por tres días. Sugiere que en el siglo veintiuno hay todavía lugares tan alejados de Dios que cuesta tres noches de sueño y dos mañanas de calor alcanzarlos. Me alegra.

En la intimidad de mi pensamiento mixto, mixturado mas no confuso, se entreveran historias de la guerra del Chaco, el hambre guerrillera de Guevara en el monte, vislumbres de Cuevo, anchos pantalones de cuero, Bolivia, Argentina y Paraguay, reyezuelos chiriguanos, petróleo, la siesta en Villamontes...

Cruzamos en bote, como cuarto siglo de recuerdo, Delia, mamá y yo, las ondas del Bermejo hacia Aguas Blancas, creo, Agua Blanca quizá, del otro lado. Y mil veces deambulamos por Güemes, Embarcación, Pocitos, Tartagal, sacándole un gusto al Chaco que jamás se me quitó.

Tuve un amigo chaqueño: Simón Vides, y su amigo, y la amiga de su amigo que cantaba de amanecida canciones de Ramona Galarza trayendo un poco de mistol y quebracho al desolado sur cochabambino, pleno de espectros de cementerio y un arroyo negro, la Serpiente Negra, que orillaba las chicherías cerca de las vías del tren.

En la cueva de la casa, aire acondicionado para engañar al sol, las Voces de Orán cantan "el que toca nunca baila". Si tocas, bombo, fuelle y violín, no puedes bailar. Hombres y mujeres para ti, cantor, sólo sombras que se mueven en tu voz. Pienso y aseguro que nunca vi pies al chaqueño Yalo Cuéllar porque escondía el cuerpo en el polvo de su tierra que evocaba. "El que toca nunca baila, me dijo el Payo Solá".

David Acebey nació a orillas del Parapetí. Yo nací en la clínica San algo. Promete, en las doce de mediodía, en una plaza que nos reúne parcialmente, un viaje junto al gran río. En meandros y esteros buscaré el alma aventurera que nos niega mi situación.

Compro un libro expedicionario, tanto que gusto de Richard Burton y de viajes al extremo del mundo; me deleitan, lo confieso, las películas de Simbad de la década del cuarenta. El libro, expedición francesa al Chaco -1883/1887- ayuda con los sueños.

Preferiría, yo que monté una sola vez un potro en Tiquipaya para impresionar a unas señoras alemanas y logré paspar la entrepierna, esos tres días de caballo en romería al agua. Pocas cosas cambiaría por mi comodidad, y una de ellas, sin duda, un viaje al Parapetí.

Chaco, país en sí, distinto al adusto Ande y al obsceno trópico, con Yacuiba y extremos en Salta y Asunción.
17/08/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003

Imagen: El Parapetí

Thursday, July 14, 2011

Tabaco y ron/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Jaime Luis, luego de contarme de Cristos nuevos, preste y misachico, el Gran Poder, la cárcel de Palmasola, pavimentar la cancha de juegos del penal del Abra, solidaridad con los privados de libertad y más, enciende cohetes metálicos, acomoda las mechas como para dinamitar el universo, y revienta la noche para despertar a los achachilas del frío que nieva en el Tunari. Luz que sube vertical hacia el silencio, explosión y de nuevo el silencio; parece, si los hay, que los espíritus de la montaña, del aire o de la lluvia no dejaron de soñar. Al ruido le sucede sólo humo. Me gusta, dice el cine de Coppola, el olor de pólvora en la mañana.

Jaime Luis persiste en su imaginación del sonido. Narra de un pronto septiembre, donde nacerá su Cristo, y los bronces de las bandas, cuatro bronces ya, en estruendo de carnaval, anunciarán el nuevo mesías que trashuma las calles libre de clavos y madero, flotando en una cruz irreal, surreal, que igual a Magritte tiene connotaciones de ventana, por donde -quizá- escapa la muerte. Sutil alegoría para una campaña que busca dignidad para los presos.

Continúa con Tiraque, el impiadoso estruendo de la fiesta que rememoro en "El señor don Rómulo". Quiero, asegura, el día por venir, un festín igual al de tu libro, el ambiente plagado de ritmo, sudor, polvo, primaria afición de vida. Otro cohete en la noche. Luz vertical. Luz estrellar (estelar).

Cochabamba siempre la misma y cada vez diferente. Adentro, casa de Magda, la cueca se materializa en acordeón y piano. Jorge Zabala, espejohumo, lustra en mitad del baile sus zapatos para respetar el son. Alguien, que cumple cuarenta, rememora a Dostoievski, la inmoralidad de vivir cuatro décadas seguidas; vivirlas, una de vez en cuando, no sería malo, y hasta se podría hacerlo eternamente, pero juntas, con el dolor de mujer, de tantas únicas, y el doler en general, no sirve. Sino que lo diga Huáscar cuyo rostro se amiga con la lágrima cuando lo tenaz de la nostalgia le atraviesa las pupilas. Chino Néstor Murillo y Franz, su hermano, se han convertido en guerrilleros del recuerdo, tu silla contra mi silla y la voz de las memorias que flagela pero enternece.

Noche de sábado de Cochabamba de despedida de te extraño y te escribo de te leo y no me lees, de Proust, Evo Morales, socialismo y caderas que echan el humo de los cigarros de un lado a otro mientras tres botellas de ron se evaporan en los cuerpos.
10/08/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003

Wednesday, July 13, 2011

El lugar más allá del mundo/MIRANDO DE ARRIBA


Rudyard Kipling, nacido en la India, aunque con las manías de un inglés, exploró la mitología y el folklore de esa tierra. Su literatura se desarrolla casi exclusivamente en un ambiente no europeo. El hecho de que los personajes, por decir principales, sean británicos aclara el hecho de una situación histórica determinada, pero no resta la magnitud del entorno que le da vitalidad y color. El Libro de la Selva, relatos de mangostas contados por aves, la cavernosa voz de las cobras, la inteligencia, valor o temor de otros animales, el maligno tigre, el oso, el lobo, seres casi humanos, nos sumergen en una región donde hay dioses elefantes y se idolatra a las vacas. Pero más allá de India, cruzando el paso Khyber, alzándose por el Hindu-Kush, el poder de Inglaterra se desvanece, domina el ambiente el eco de la historia en amalgama con el mito, la cronología como representación del humo. Cerca de Tibet, el Pamir, a izquierda o derecha, habitan las riquezas innombrables de Kafiristán, el oro de los siglos, las gargantas y ventisqueros que guardan tesoros.

Kipling convierte a dos aventureros ingleses en santones afganos que viajan a las montañas donde no penetran los blancos. El autor mismo se representa como el testigo del contrato de estos dos, siendo corresponsal de su majestad. No cree en su fantasía pero no deja de proveerlos con lo necesario para intentar lo irreal, germen contundente del espíritu inglés que perece con la misma parsimonia batallando a los zulúes, o cabalgando en imposible ataque, cuesta arriba, contra los rusos en Crimea.

Sólo la perspicacia de Kipling puede narrar de manera magnífica y detallada excursión semejante. La idea es llegar y apoderarse de joyas que dejaron helenos, mongoles, iranios en algún ignoto punto de la cadena montañosa. Mas el resultado excede sus expectativas. Descubierta la blanquedad de su piel, en medio ya de Kafiristán, un hecho afortunado, una flecha que se dobla en una pieza de metal escondida en el pecho de uno de ellos, convierte a éste en reencarnación de Alejandro Magno, rey y esperado dios.

Cuento que termina mal. El rey de Kafiristán es obligado a saltar al vacío y expiar su mentira de no ser Alejandro. El otro sobrevive el tormento y alcanza a llegar hasta Kipling con el relato de lo sucedido. Ante el descreído periodista deja la constante de una corona de oro, la del griego, que llevó su amigo. Kafiristán, en el noreste de Afganistán, bordeando Cachemira, conserva, en el siglo XXI, el mismo rostro impenetrable. Hay nuevo rey pero también leyenda.
27/7/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2003

Imagen: Foto actual de Kafiristán

Tuesday, July 12, 2011

Más de lo mismo/MIRANDO DE ABAJO


Estos manifestantes que se han vuelto populares ¿quiénes son? Los mismos que andaban en palacio, y, en eso y nada más, estoy de acuerdo con Evo Morales, en que su distintivo reza: ex-llunkus. Y como tales deben ser tratados.

Los nombres son de sobra conocidos, y dizque “transparentes y honestos”. Esas son definiciones que saldrán después de un proceso justo, en el que se analizará su accionar en la gran traición al país que ha representado, y representa, el gobierno delincuente. Si los juicios deciden su inocencia, ya que no su anonimato, tal vez se pueda considerar su voz que por ahora no tiene asidero moral alguno.

No incluyo, más por ignorancia que por certeza, a Rafael Quispe, cuya presencia dentro de un grupo de excelsos y ensimismados pensadores y hábiles burócratas ¡paradojas! está en su condición de originario, el rostro y el origen perfecto para una Bolivia que -y felizmente, aunque tome décadas- ha cambiado, y cuya imagen necesitan los señoritos para darse visos de igualitarios, fraternos y libertos.

Desconfía de aquel que lame la mano del amo y después la muerde, diría algún adagio hebreo, y peor del que tarde se da cuenta de sus errores ya cuando lo echaron. Me pregunto que cómo es posible que yo escriba hace seis años contra esta bufonada, y que quienes estando adentro no veían nada, a pesar de toda la discusión interna que pudiesen haber tenido y que tipejos como Arce y Romero sugieren debió ser el paso a tomar. Ni para decir que mi perspicacia es sobrenatural y que como Linceo veo más allá de mis narices. Se cantó de entrada, en las mentiras folkloristas y el desvergonzado despojo.

¿Por qué tendríamos que creerles buena voluntad? Lo seguro está en que ya se acostumbraron a la mamadera de la pachamama y forman parte de esa nueva casta que mi padre tiene a bien llamar los pachamamones, niñitos bien, o alucinados fundamentalistas como “el” Choquehuanca que en sus últimas declaraciones parece haberse fumado un porro, o un toco, mayor que la Akapana revocada con concreto.

Los ocasionales manifestantes parten de una premisa correcta, que esto es Bolivia y viva el carnaval, con un presidentillo que viaja a cada partido de su también fallida selección, sin control fiscal, en ignotos aviones hércules cargados de ida (¿?), y retornados cargados, en este caso, de goles. Ahí están bien, porque es el país de nunca jamás, el que reeligió al dictador (Bánzer), mantiene a un cocalero en palacio, etc. Entonces, claro, por qué no, nada raro en que se incline por una banda de astutos rejuntados que con algunos esputos de leguleyo impacta a la masa estúpida e idiotizada desde hace quinientos años, mil tal vez, cinco mil cuatrocientos o qué… ya se me van los números con la antigüedad del desmadre.

Me guardo la opinión sobre lo que se necesita acá para enderezarlo. Tengo que autoanalizarme y sopesar la brutalidad e inconveniencia de mis pensamientos. Mientras tanto me preparo un café y tomo asiento para ver pasar la comparsa. En este momento performa la de los interlinguales masistas críticos, que aún llevan tatuada la imagen del jefazo en el prepucio.
11/07/11

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 12/07/11
Publicado en Semanario Uno #418 (Santa Cruz de la Sierra), 15/07/2011

Imagen: Hendrik (I) Hondius/Drei Narren, 1642

Monday, July 11, 2011

Emily/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De su nacimiento, una larga memoria de Washington DC, más larga la lluvia que caía en Cochabamba, el tiempo se apresuró para mí, dejó espacios ya insalvables de la infancia de mi hija. Miramos por la ventana, el álamo parece el mismo hace siete años, y al interior de la casa todo crece, crecen las paredes, se ensanchan los cuadros de Kazimir Malevich, Emily estira el lápiz que marca su estatura en el vano de la puerta. Por más que intente bajar la regla, su cabeza va hacia arriba, sus pupilas se agrandan.

La hija mayor se acerca, arreglamos la videoteca juntos, escogemos el arte de la noche. Emily me alcanza una caja, La sombra del emperador, película que historia al primer emperador chino, el que se hizo enterrar con ejércitos de arcilla, cuya tumba conforma una montaña, todavía inviolada. En su interior ocultó una reproducción precisa de su imperio, en bóveda excavada en roca. Un cielo de gemas, que imita las estrellas, relampaguea a la luz de candiles eternos ardiendo bajo tierra gracias a un intrincado laberinto de aceites. Al medio del nicho yace el monarca cubierto de armadura de jade, lo que le garantiza eternidad. Emily quiere que la veamos juntos. Le digo que es sangrienta, que las cabezas chinas ruedan por miles como cosecha de ciruelas moradas. Me responde que sabe y que no le importa, que hace mucho que no cree que el rey y la reina se van a casar. Le gusta el Nosferatu de Herzog, finalmente es un relato romántico, pero su atracción no va hacia la jerga gimiente del amor, se acomoda en los campos húmedos, en verde oscuro, de las estribaciones de los Cárpatos, en el raterío inundante de Delft y sus canales de hermosa arboleda. Vampiros de F.W. Murnau, íncubus y súcubus contemporáneos de Anne Rice.

La observo con sus audífonos, mientras viajamos en coche. La mirada fija; a veces sonríe. ¿Qué escuchas, Emily? -pregunto. Montsegur, responde. Los acordes poderosos, entre alegres y tristes, quizá esperanzados, de la tragedia cátara. Siglo trece. Quizá oye a Cat Stevens sobre quien me pide escribir, o a U2. Con U2 se engendró, con los árboles de Virginia sobre los que corría el viento sibilantesilbantesilabante del frío y la música.

A los cinco años marchaba con la banda de guardias escoceses de la reina. Su marcha favorita era la que tocan en Barry Lyndon, cuando los soldados de azul luchan con los soldados de rojo; los hombres caminan, bayoneta gacha, hacia la muerte segura; los de atrás pisan a los de adelante y el suelo se hace alfombra de carne. Todo al ritmo de tambores.

Aprendió a bailar irlandés, y en filme la tengo de blusa blanca y falda verde, saltando cuando pasan los gaiteros de San Patricio. Hoy ha crecido, e Irlanda, que viene a ser un octavo de su sangre, la llena. Se compró un disco compacto, Rifles of the IRA, con una fotografía de los revolucionarios de la pascua del año 16. En la poética simple, violenta, cargada de presagios del Ejército Republicano Irlandés, Emily, la mirada perdida donde la atmósfera se hace historia, sueña.
22/07/03

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Publicado en Lecturas (Cochabamba), julio, 2003

Imagen: Estudio sobre Emily/Aly Ferrufino-Coqueugniot

The Prodigal Son/MIRANDO DE ARRIBA


El hijo pródigo.

George W. Bush declaró meses atrás la muerte en vida de las Naciones Unidas. Amenazó que la negativa de ir como cola de la brutalidad norteamericana significaría el fin del ente internacional. Complicado imaginar, en su estrechez vaquera, que existan razonamientos válidos para evitar salir echando tiros y matando a quien se atraviese. No todos comparten el vicio de las armas que tienen Estados Unidos y los estadounidenses; eso sin contar los intereses privados cuya ambición manipula el absurdo patrioterismo de la gente. Se critica que Mussolini creció en Italia por el espíritu de cantante de ópera del pueblo italiano, adicto al melodrama y la epopeya. Los alemanes serían animales que responden al silbido del pastor o al ladrido del perro. En esos términos, Estados Unidos representaría una agrupación de ignorantes adiestrados que sigue, como el toro al rojo en el ruedo, los sacros colores de la bandera.

Comunidad temerosa de Dios y afecta al dinero.

Hoy que las cosas no se han dado como debían, el gobierno Bush se ve acorralado. Cabe decir, en mérito de los Estados Unidos, que así sea el presidente, ninguna persona está libre de ser atacada y removida de su cargo si cae en error, contrariamente a la omnipotencia de los mandones criollos de América Latina. Bien pueden los acontecimientos actuales decretar el fin político de muchos. Así como teme la ira de la divinidad, el norteamericano medio tiene pánico de la falsía, y aunque parezca generalidad, la historia del país muestra que no hay base sólida que aguante a un pueblo a punto de desconfiar.

Qué le queda a Bush para tratar de alivianar el peso de sus desmanes: mirar a las Naciones Unidas; quizá a través de ellas el costo humano y económico se reduzca. Aunque difícilmente los conquistadores cedan sus posiciones de privilegio. India, al ser requeridas sus tropas en Irak se niega a enviarlas sin un mandato específico de la ONU. Lo mismo otros. Cuatro billones de dólares mensuales es una suma en exceso elevada para los contribuyentes, monto que no incluye nada de la mentada reconstrucción del país árabe. Se supone que los dividendos del petróleo se encargarán de hacerlo. Mientras tanto, no hay perspectivas de mejora y la única solución a mano es rearmar a una policía y a un ejército iraquíes a quienes se desarmó. Significa volver sobre los pasos, al redil, disculpándose.
20/7/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2003

Imagen: Bagdad: caída de una estatua de Saddam Hussein

dice que no dice/MIRANDO DE ARRIBA


La administración Bush da nuevamente que hablar. Resulta que la tan propagandizada compra de uranio por Irak en Níger no era más que una invención ya desenmascarada diez meses antes por un enviado especial de la inteligencia norteamericana al Africa. Hoy entrevistaban a Condolezza Rice, souvenir negro de un gobierno derechista, y más derechista ella que sus amos blancos. Rice alegaba que las falsedades dichas por el presidente en su mensaje anual a la nación eran sólo dieciséis palabras con peso mínimo dentro de las razones que su gobierno había presentado para derrocar a Saddam Hussein: las armas químicas utilizadas contra Irán, y bendecidas por los Estados Unidos cabe decirlo, entre otras. Olvida Rice, quizá de escasa memoria, que tanto Saddam como Osama aparecen en la historia, o crecen en ella, a instancias del Departamento de Estado. Que los hijos se
vuelquen contra los padres es ya problema doméstico.

Sorprendía el desenfado de esta mujer para acumular mentiras, esconder, nublar, opacar, los males premeditados de este gobierno. Una columnista del New York Times escribe que hay intereses mayores que necesitaban la inclusión de las diez y seis frágiles palabras en el discurso presidencial. Querían asegurarse, ante un público amaestrado, temeroso e ignorante, que los dados se jugaran bien. Mas no son magos estos ocultos dueños del planeta; el azar tiene más de dos caras, como seis tiene un dado con conjugaciones infinitas; no disponen de la capacidad de guiar completa o permanentemente los destinos de las naciones, incluida ésta que con su cada vez mayor multiplicidad cambia, para bien o para mal.

Condolezza Rice culpa al jefe de la CIA. Este, como buen chico norteamericano, asume el error, igual a George Washington ante su madre en el paradigmático relato del árbol cortado y su culpabilidad. Rice afirma que ni ella ni el presidente ni nadie sabían del informe del enviado especial a Níger. Se pasan la pelota de un lado a otro. Un patriota no cuestiona, obedece, y en esta milenaria guerra contra el terror (recuérdese el Reich de los "mil años") las preguntas sobran. Que Bush habla cosas de más -y de menos también- es indudable. Sin embargo no es su limitada verborrea la que preocupa sino la ambición de otros que en apariencia van detrás pero que mandan. No puede un país rico, interesante, y con todavía grandes posibilidades como éste, terminar controlado por avariciosos delincuentes.
13/7/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2003

Imagen: Afiche francés, alusivo a la guerra

Sunday, July 10, 2011

Recordando a River Plate


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El descenso del Club Atlético River Plate a la B, segunda división, ha no solo causado daños materiales al entorno barrial de su estadio, sino que representa un golpe aún no bien mesurado a la psiquis de sus hinchas y de la Argentina.

River Plate, como Boca Juniors, o Racing, se incorpora desde ya mucho a las leyendas del país, iconos similares a lo que serían Borges o Arlt en literatura, Guillermo Vilas en tenis, Alberto Demiddi en remo. Su gloria alcanza inmensidad tal que deja de pertenecer a un reducido grupo de fanáticos y se convierte en suerte de emblema nacional. Quizá fácil decirlo para un extranjero, o medio-extranjero en mi caso, porque desdeño la intimidad de las pasiones locales y no sé bien de lo que hablo. La ignorancia no nos quita derecho; además, y según he visto en la Bolivia de hoy, el asunto ha despertado gran interés, e intelectuales del medio se manifestaron ampliamente con inusual énfasis.

Significa que la magnitud de este club, desbordada ya de sus límites naturales, sustenta visos de asunto continental, donde autores como Darwin Pinto Cascán, Sergio de la Zerda, y Gabriela Ichaso acometen contra los millonarios de capa caída con vehemencia y satisfacción de boquenses viejos. A pesar de que el término de “boquense” no sería privativo de la camiseta azul y banda amarilla, sino también de la blanca y banda roja que construyó su primer estadio en terrenos de la Boca, lo que los haría vecinos, primos, primos hermanos, como Palestina e Israel (Boca árabe y River judía, imagino).

El fútbol argentino ha sido una de mis preferencias. El gran periodista deportivo Juvenal (Julio César Pasquato), a quien todavía tuve la dicha de leer en El Gráfico que papá traía cada semana a casa, hablando de Marco Denevi y su sapiencia futbolística, contaba que él se consideraba “hincha” (mientras que Denevi “simpatizante”) y que su pasión por el fútbol le venía de purrete, y que aceptaba tal vez la opinión del escritor de que en la Argentina, en el gol, se liberaba un gran complejo de inferioridad, que Juvenal asume como disfrute de su “incurable infantilismo”.

La ida a la plaza 14 de septiembre, en Cochabamba, los domingos por la mañana, en busca de las dos revistas futboleras: El Gráfico y Goles, es uno de mis preciosos recuerdos de infancia, como lo fueron la matinal y las salteñas. En estas publicaciones creció, por la amplitud y diversidad de los enfoques, un amor por el fútbol argentino en su conjunto. El mejor arquero para mí fue el loco Gatti, Boca Juniors, y el mejor jugador del mundo que vi, Norberto Alonso, River Plate. Al respecto, el escritor argentino Martín Kohan me comentaba en Cuba de su odio febril por River, aunque luego en un correo que escribió, reconoció la magia del Beto. Transcribo: Como hincha de Boca que soy, odio al Beto Alonso con toda mi alma, pero entiendo tu admiración: tenía una mano en el pie. El contexto viene de una conversación acerca del triunfo de River, en la Bombonera, con dos goles de Alonso, el 85, que, evidente, lo traumaron.

Retornando al conjunto del fútbol del país de mi madre, no pude menos que criar un espectro ecléctico, libre de penosas rivalidades, sobre él. Aunque Huracán, el de Menotti 73, con Houseman, Brindisi, Babington, fue mi preferido, con Racing de Avellaneda y San Lorenzo de Almagro siguiendo, mi cariño iba desde San Martín de Tucumán, pasando por Talleres de Córdoba, hasta los gigantes de Buenos Aires. Y amé, lo repito, a Alonso, pero me causaba admiración la figura de Marzolini (Boca), la del Negro Ortiz y Héctor Horacio Scotta (San Lorenzo), el Perfumo de Racing y de River, Fornari, de Gimnasia y Esgrima, hoy descendido, hasta un número 5 (back central) de Ferro de los 80 y cuyo apellido no recuerdo, gran capitán. Las tres “Bes” de Independiente que miré jugar en el Capriles: Bochini, Bertoni y Balbuena, delantera destructiva y talentosa con la leyenda del bigotudo Pavoni en la zaga.

Tanta historia que no puedo alegrarme de una caída, sin ser definitiva. Para mí sería insultar la memoria de aquellos cronistas deportivos argentinos que eran talentos literarios, a quienes leí con fruición: Osvaldo Ardizzone, Juvenal, Dante Panzeri, Borocotó, que bautizó como La Máquina al increíble River de la década del 40 (90 goles en 30 partidos, pienso que en el 47), y otros más cuyos nombres se han ido y sacaré para no olvidarlos del maravilloso arcón cibernético de hoy.

La Máquina la componían José Manuel Moreno, “el Charro”, luego fundador del fútbol colombiano en sus postrimerías, y al que se eligió, año 2004, como el quinto mejor jugador sudamericano del siglo XX, después de Pelé, Maradona, Di Stéfano y Garrincha, en ese orden. Estaba Angel Labruna; el wing Félix Loustau, pequeño y escurridizo; el maestro Adolfo Pedernera, poderoso y clásico, remontador del score en la Boca, ante su eterno rival, para conquistar el campeonato de 1942; Juan Carlos Muñoz. Ellos cinco a los que a veces se añade el nombre de Alfredo Di Stéfano, con historial que no necesita presentación.

Millonarios ¿por qué? Porque a fines de los veintes compró a Peucelle, que jugaría el mundial del 30 por Argentina por una suma entonces abismal, que reeditó el 32 con la adquisición de Bernabé Ferreyra, “el gran Bernabé”, mítico capitán del seleccionado en el subcampeonato mundial de Montevideo, recordado en tangos y en la imaginación popular. Inicio de una larga lista de compras y ventas que a la larga condicionaron la debacle de 2011.

Lista interminable para guardar la memoria de este club en un relicario dorado. Recuérdese a los uruguayos Francescoli y Carrasco, o figuras de la talla de Omar Sívori, el Cabezón, jugador de las selecciones de Argentina e Italia, miembro de los campeones sudamericanos del 57, los “carasucias” de Lima (con Maschio, Corbatta, Angelillo y Cruz) y de bailes legendarios a los boquenses en su propia cancha. River Plate, de 1900 para siempre…
04/07/11

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Publicado en Ideas (Página Siete/LaPaz), 10/07/11

Imagen: El River de tiempos de La Máquina


O. Henry


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hace poco, y a raíz de algún asunto literario, Pablo Mendieta Paz mencionó a O. Henry, el gran maestro norteamericano del cuento breve. Despertó memorias. Recuerdo bien aquel libro, ya sin tapa, muy leído, de la biblioteca de mis padres. Tiempos en los que uno se lanza a descubrir autores, cuando recién comienza a leer “en serio”. Por hacer caso -esta vez- a las viejas, diremos que un primer amor nunca se olvida. Aunque, hablando de literatura, tal lugar común guarda significancias mayores.

Comenté a Pablo, a quien todavía no conozco en persona (es una de esas amistades etéreas de la cibernética; graciosa y preciosa cibernética), que serían 3 si no 4 décadas que no había pasado por mis ojos un relato suyo, de William Sydney Porter, quien para esconder su presente carcelario, y la vergüenza que le acarreaba, se refugió en un nombre de pluma extraído al azar y que ha quedado entre los grandes del cuento, con Maupassant, Chejov, Babel, Bierce…

Mientras leo grandilocuentes alegatos -de noveles autores- acerca de la importancia o no importancia de la gran literatura, me pongo a pensar que los maestros no necesitaron perorar acerca de esas minucias. Toda política o filosofía se presenta en los hechos. En el caso de los literatos, en las crías que pare su pluma. Opinar se puede y se debe; imaginarse -ilusionarse mejor- con la grandeza propia la desdice de comienzo. Hay arribistas y hay artistas. Y a veces, no muchas, una mezcla; algo como rufianes y caballeros, en el buen sentido de los términos; los que enriquecen al lector y los que lo marean. Gallos de pelea contra pavos reales. ¿Por qué tal digresión? Por la vida misma de este autor, que a pesar de su éxito editorial, siempre vivió en la sencillez del creador, y en los arrebatos del inconforme. Opuesto al lustre que se dan unos, los que valen, por lo general, sufren con las limitaciones de su alcance. He oído a algún Premio Herralde, Premio Nacional de la Crítica, decir que su libro galardonado era una mierda. Esas son circunstancias que permiten y abren el paso del perfeccionamiento.

Retorno al libro sin tapas. En el caos de las primeras impresiones, del eclecticismo de quien desea aprehender todo porque no sabe nada, el proceso discriminatorio se enreda y terminamos en un maremagnum que aunque rico puede confundir. Hasta en ello hay que fundar alguna lógica, un sistema, y llegué a él en una práctica que se volvía cada vez mejor moldeable. Novelas en un espacio, poemas en el otro, ciencia en un tercero y así. Mi lectura de O. Henry es contemporánea de aquellas de Gorky y de Chejov, con quienes, sobre todo este último, cabrían similitudes que tal vez sean las del genio, o, en Maupassant, la manera de epilogar un texto con inusuales salidas.

Los personajes de O. Henry son enternecedores. Le vendrá de Dickens, en quien Oliver Twist o David Copperfield frecuentan espacios de ternura, sin caer en el drama barato. Un par de sus cuentos: Pasajeros en Arcadia y El regalo de los reyes magos oprimen al lector, al mismo tiempo que le proveen esperanza, manifiesta humanidad. Dos trabajadores, un hombre y una mujer, que apenas sobreviven de sus salarios, ahorran por largas temporadas para pagarse unos días en un exclusivo hotel de Broadway. Se conocen allí, como supuestos aristócratas. Cuando el sueño va a terminar, luego de relacionarse entre ellos, se confiesan: una mísera pensión, un modesto trabajo, ni madames ni gentlemen. Sonríen, es el principio de una vida que los ha de unir, donde materializar los sueños toma preponderancia, tanto como aceptar las realidades. En el otro, una pareja que también rasguña la existencia decide comprarle al otro el mejor regalo posible, asociado a lo más preciado que cada uno de ellos guarda. Lo que no saben es que cada uno va a vender su mejor posesión en orden de lograrlo, y al final se quedan con preciosos regalos inservibles pero una tremenda lección de amor. Ese es O. Henry.

Murió joven, a los 48 años (1862-1910). Nacido en medio de la Guerra Civil en las pronto derrotadas Carolinas. Su afición al whiskey terminó por causarle una cirrosis que lo llevó a la muerte. Es dueño de una obra bastante voluminosa y lectura exigida para cualquier estudio de literatura norteamericana. Dicen que mientras los cuentistas norteamericanos se buscaban en Chejov, los rusos miraban a O. Henry. En el centenario de su nacimiento (1962), la Unión Soviética emitió un sello postal conmemorativo, donde aparece el autor con un fondo de rascacielos de Manhattan (diseño de Alexander Zavalov). Una nota del diario de su pueblo, el Greensboro Daily News, de septiembre 11, 1962, reza que los Estados Unidos se negaron a conmemorarlo en sello por décadas, a pesar de reclamarlo asociaciones cívicas e históricas, y “vergonzosamente” la URSS lo hacía.

Vivió en Texas, Louisiana, Honduras y Nueva York, a la que llamaba su “Baghdad by the Subway”.
07/07/11

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 10/07/11

Imagen: Especimen del sello postal soviético de 1962, diseño de Alexander Zavalov

Friday, July 8, 2011

Retratos de Lee Miller/ECLECTICA


La fotógrafa norteamericana Lee Miller fue testigo de excepción de su época. Creció como artista al amparo de personajes que marcaron el arte. Se inicia en París en la década del treinta. Compañera de Man Ray, adquiere de él técnicas que utilizará en sus propias fotografías iniciales.

Man Ray dejó hermosos desnudos suyos. Miller no alcanzó al maestro, pero su trabajo, menos sublime, no deja de ser una vívida exposición de sus años.

Cuando rudos y vanidosos compradores norteamericanos comenzaron a interesarse por el arte, los antiguos artistas pobres de París se aburguesaron. Picasso se hizo de castillos, las pintoras se retrataban en Vogue -Lee Miller trabajaba y modelaba para la revista-, se volvieron excéntricos, nuevos ricos, ridículos. Picasso fue entonces lo que Madonna hoy y el absintio se transformó en champaña, la rebelión en propiedad. Lee siguió ese proceso con su cámara.

Sin embargo en sus retratos de pintores y escritores, sobre todo de posguerra, hay variedad: T.S. Eliot, hábil manipulador de la fortuna y la salud de su esposa, no por eso menos poeta, luce en la plenitud de su riqueza personal. No así el trágico Dylan Thomas que apoya sus tacones en el pretil de una ventana y observa alocado la tiesa figura de la fotógrafa.

Lee Miller fue la memoria de una élite internacional de talentos y veleidades que sobrevivió al conflicto. Un núcleo permaneció compacto hasta la senilidad o la muerte: Man Ray, Picasso, Paul Eluard, Roland Penrose en su universo privado; Otros de sus retratos son circunstanciales: Wilfredo Lam, pintor mulato cubano a quien Miller compró un cuadro, Paul Delvaux en una Bélgica ya libre, la bella Leonora Carrington justo antes de escapar la invasión nazi a Francia y antes también del manicomio; actrices y actores; gente en guerra y en pena; guardias SS con los rostros deformados por los golpes después de la liberación de los campos; más guardias ahogados por fuerza en los canales de Buchenwald; Colette en el París liberado con su horrible pelo de paja; Miró en el zoológico; un joven Matta parando una escalera.

Otras fotografías suyas cuentan por su valor documental y periodístico. Fue la primera fotógrafa norteamericana en llegar a París el 44. Pero lo más importante de su obra, por su extenso círculo de amistades y relaciones, son los retratos de la intelectualidad de la que se rodeó. Muchos lograron tomas de la capital de Francia cuando se expulsó a los alemanes, pero sólo ella encontró a Jean Cocteau y lo plasmó de pie en una columnata parisina. Así visitó a Colette y al opiómano pintor Christian Bérard, cuyas vidas habían sido engullidas por la magnitud de los acontecimientos. Lo mismo con Magritte en Bruselas. En el inmenso drama del mundo, Lee Miller tuvo la gentil osadía de recordar que dentro de Leviatán agonizante todavía crecían flores por los rincones.
8/7/03

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2003

Imagen 1: Lee Miller, por Picasso, 1937
Imagen 2: Colette, por Lee Miller, 1944

Impunidad/MIRANDO DE ARRIBA


Como Eichmann terminó al final de una soga en Israel, así deberían terminar los dictadores latinoamericanos y sus esbirros.

La extradición de Ricardo Miguel Cavallo, alias Serpico, genocida, de México a España, reabre las heridas. Sorprende, y quizá está bien en teoría, el trato dado a este individuo por las autoridades que lo expulsaban y recibían. Hasta Derechos Humanos estaba presente para garantizar que no se dañara la humanidad del asesino, y la policía española golpeaba con palos a los manifestantes que festejaban, porque no podían llorar más, la cárcel para el exterminador de sus vidas.

Se habla que como militar Serpico estaba sujeto a órdenes pero esa es una historia demasiado trillada, buena para los gobiernos "democráticos" y las izquierdas débiles y cobardes. Cavallo fue detenido en Cancún cuando intentaba retornar a la Argentina porque en ese país podría pasear impunemente sus vestiduras sangrientas. Nadie quiere provocar a los ejércitos, todos quieren congraciarse con los generales. Si algo pareció correcto en la revolución islámica iraní, fue que la recua de corruptos y engalonados verdugos del pueblo fue a dar con sus espaldas contra la pared. Cierto que en la muerte no hay solución y que los males se repiten, que la venganza es un círculo vicioso, pero pienso en qué sería justo para castigar a Cavallo. Klaus Barbie, por ejemplo, la sacó liviana. Los juegos legales protegen a este tipo de criminales y hay países como Estados Unidos que pregonan, e imponen, impunidad para los suyos que se involucren en cosas semejantes. Entregarlo a los hijos de las víctimas vendría a ser hasta bíblico, por tanto santo, pero eso significa alimentar la idea, errónea, de que las masas pueden tomarse la justicia en sus manos, aceptar que las mujeres del mercado en Bolivia o en México, quemen a supuestos ladrones porque así les parezca.

Al menos, como resultado de esta extradición, la vida del orate éste, como la de Pinochet en Londres, no será otra vez la misma. Morir en la cárcel, por lujosa que fuere, no es morir en la cama. No creo que el mundo tenga conciencia ni equidad, son elucubraciones de los ingenuos, pero algo habrá que sirva de castigo, y hablar de esta manera sobre las posibilidades linda con el juego peligroso de lo humano y lo divino y no quiero involucrarme. Serpico será juzgado pero no lo ahorcarán. Los otros torturadores, aún libres y asustados, apenas caminan las calles y no pueden ya viajar.
6/7/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2003

Imagen: La ESMA, notorio centro de tortura, en una protesta reciente

Thursday, July 7, 2011

La invasión de la salsa/ECLECTICA


Allá por el 43 llegaban al puerto de Buenaventura barcos norteamericanos. Una exultante "América" copaba los mercados del planeta. La guerra no hacía más que acelerar los mecanismos económicos que darían como resultado un imperio intensamente rico. Traían algo y se llevaban todo: cuotas de los aliados chicos para la victoria del hermano grande en esta ilíada de ambiciones imperiales.

Los marinos de esos buques eran en su mayoría cubanos, puertorriqueños y chinos. Colombia no se recuperaba de cien y algo años de independencia. Las luchas internas y la corrupción habían reemplazado los ideales que ilusos patriotas tuvieran. La llegada a puerto de las naves de Estados Unidos implicaba la inundación de las calles con novedades que los marineros bajaban de sus cabinas: un encendedor, una radio, lámpara o linterna que se cambiaban en los muelles por comida o cuerpos adolescentes para saciar el hambre de los solos. Si hasta me parece imaginar a Alvaro Mutis escribiendo esto, él tan lleno de agua salada y meretrices.

Hasta entonces, según me adelanta un amigo negro colombiano, compañero de trabajo y aislado como los demás de acá, don Juan Bautista Hurtado, ni en Buenaventura ni en toda Colombia se había escuchado la música afrocubana. Cierto que la salsa nació en Nueva York, pero es hija impúdica del son y la guaracha de los que hablamos. Lo mismo sucedía en Santa Marta y Barranquilla. Los departamentos de Magdalena, Bolívar y Atlántico adoptaron los nuevos ritmos sin dejar de lado su antigua tradición de porro, cumbia y merecumbé. En la costa del Pacífico los ritmos caribeños pasaron a ocupar un lugar preeminente. En los discos de vinil que los visitantes dejaban había aires de pena de muerte para las retretas dominicales, las bucólicas guitarreadas, la música selecta y el pasodoble.
Los buques de medio paquete que varaban en los puertos colombianos, con nombres de santos en su mayoría (les decían Los Santos), eran de la Grace Line, propiedad de los jesuitas, hábiles comerciantes acostumbrados al lucro y al intercambio desigual desde siempre. Cargaban café. También se acordonaban en los muelles barcos alemanes, después de la guerra, que trajeron las radios Philco donde se podía escuchar, siempre que el racionamiento de luz lo permitía, la nueva música. Se ahorraba la energía, producida en la usina de Chicayá, para el alumbrado público y Buenaventura sólo podía permitirse el lujo de un par de horas diarias para que la población se pegara a las emisoras.

Los negros del Chocó no sufrieron de inmediato la intoxicación de los ritmos de afuera. Chocó parecía otro mundo, tan lejos de Colombia como de Cuba o la Florida. Ellos, los zambos y los indios chocóes esperaron para adherirse a la historia.

Don Juan relata su conocimiento y amistad con Petronio Alvarez, negro grande, fogonero de su padre, y luego estrella de la canción. Petronio compuso y cantó las líneas de "bello puerto de mar, mi Buenaventura...", despedida, quizá, de una ciudad que crecía.
1/7/03

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2003

Imagen: Buenaventura en 1927

Wednesday, July 6, 2011

La afganización de Irak/MIRANDO DE ARRIBA


Vuelco la cabeza hacia el televisor: pasan una serie histórica mexicana. El embajador norteamericano Henry Lane Wilson decide el destino de Francisco Madero y de Pino Suárez, temprano ejemplo de la intervención norteamericana en los asuntos ajenos.

Fueron México, Nicaragua y la República Dominicana; hoy Afganistán e Irak. Pensaba antes que lo que ocurre en Bagdad y sus alrededores ahora sucedería, como anteriormente con la invasión rusa, en Afganistán. Sin embargo parece que este país se ha detenido en el tiempo, que la incursión del Talibán y su expulsión no son más que parte de una ancestral tradición de luchas entre caudillos. Nada ha cambiado y diversos señores de la guerra operan sus regiones tribales como entes autónomos con una ligazón sólo nominal con la capital de gobierno. Fuera de Kabul, donde actúa una mixta fuerza militar extranjera, Afganistán sigue siendo tierra de emires y de khanes, individuos que dispensan dádivas o muerte según su humor y que lucran gracias a su poder armado de la miseria general. ¿Guerra de guerrillas contra el norteamericano? ¿Para qué? Estados Unidos ha barrido un peligro mayor que era el Talibán y ha puesto las cosas en un orden anterior ya establecido.

La invasión hizo el papel de gringo tonto. Afganistán no ha progresado ni lo hará. Mister Bush que habla tanto de reconstrucción, sin poder siquiera construirse él mismo, ha fracasado. Sus tropas deambulan cazando fantasmas por la montaña, super equipadas e inservibles, como lujosa marioneta de metal.

La reacción que se aguardaba del Afganistán de post guerra se ha trasladado en su lugar a Irak, región donde la clase media árabe siempre ha sido estable, hecho que supondría mayor tranquilidad o pausa para aceptar una situación similar. Ya Thomas Edward Lawrence recalcaba que los iraquíes eran árabes aburguesados y que la revolución no partiría de ellos sino de los más independientes e indisciplinados beduinos de Arabia. La intervención norteamericana ha despertado en apariencia zonas dormidas de esa sociedad. Es posible que los ataques contra los soldados estadounidenses sean realizados por elementos adictos al antiguo régimen, dispuestos a no perder o a tratar de recobrar sus prerrogativas. Hacer guerra a un enemigo de indeterminado número y escondido en el paisaje general es muy difícil, más aún si la resistencia se convierte en mentalidad nacional y popular. Las experiencias de Argelia y Vietnam son bastante claras para desanimar a cualquier imperialismo.
29/6/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2003

Imagen: Imagen afgana

Siberiada/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se asocia Siberia con la larga letanía de castigo en las historias rusa y soviética; pero, además de servir como campo de alejamiento de los indeseados, Siberia ha sido un foco pujante de desarrollo, y la mayor reserva de riquezas de la nación. Desde que los zares enviaron a un mítico Yermak a descubrir la mítica tierra que hoy llamamos Siberia, la región ha materialmente alimentado el occidente ruso con sus recursos; cuando Stalin se vio avasallado por las hordas nazis, fue el oriente soviético el que proveyó la interminable lista de cadáveres que finalmente derrotaron al "jabalí alemán" (Borges).

Andrei Konchalovsky, director de cine, proviene de una familia de artistas. Su hermano, Nikita Mikhalkov, representa -con él- lo mejor del cine ruso. "Siberiada" es un filme de Konchalovsky realizado en la URSS en 1979 y que obtuvo el Gran Premio del Jurado en Cannes el mismo año. Curiosamente, su Siberia no narra la historia del exilio, sino la vida de dos familias, los Solomin y los Ustuizhanin, ricos unos, pobres los otros, en la inmensidad de la taiga.

Afanasi Ustuizhanin, el padre, ha dejado de vivir para dedicarse a construir un camino de troncos en medio del bosque hacia la estrella polar. Su hijo, que lo acompaña en su epoyeya, encuentra a un preso político fugado, anarquista o socialrevolucionario, que le habla de Tomaso Campanella y la Ciudad de Luz. Esa obsesión, que pasará por dos generaciones, no difiere de la del padre: todos ellos buscan la claridad, sea ésta producto de una obsesión o de un deseo revolucionario.

En Elan, el pueblo, viven también los comerciantes Solomin con una opulenta vida de explotadores. Las dos familias se unen en vínculos de odio y de amor. El segundo Ustuizhanin se fuga con la hija de los Solomin y tienen un vástago con quien terminará la dramática historia familiar, luego de cubrir un espacio que va de principios del novecientos a los años sesenta, atravesando las guerras mundiales, la revolución, la guerra civil, Stalin, la desinfección, el eterno sueño de una Rusia ansiosa de crecer.

En Konchalovsky se mezclan lo misterioso y lo mitológico de la escondida Siberia con la tecnología moderna, la confrontación de ideas y conceptos, la vieja Rusia y la nueva, la diáspora y el retorno. Siberiada conjunciona las voces del gimiente bosque con un gramófono que toca hermosos tangos en ruso. La voz del solista no envidia la de Ignacio Corsini. El tango, oído en un henar siberiano, es el llamado al progreso; no así las cruces de madera tallada de los ancestros.
22/06/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2003

Imagen: Afiche ruso del filme

Tuesday, July 5, 2011

Carta de Chomsky a Chávez/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hoy, Noam Chomsky, quien de cierta manera es considerado por Hugo Chávez como un antecedente ideológico -no le veo por dónde-, opina respecto a la detención de la jueza María Lourdes Afiuni, en Venezuela, acusada de corrupción por liberar a un empresario arrestado por mayor tiempo del que la constitución del país lo permitía. Le ha escrito al mandamás del Orinoco una carta pública demandando su libertad.

Dice Chomsky de la fragilidad de los cargos en su contra, y pide al presidente, por razones humanitarias, levantar la detención domiciliaria a la que está ahora sometida, después de una temporada en la cárcel, donde era constantemente amenazada por las presas con violación y muerte. Además la jueza de 48 años fue sometida a una intervención quirúrgica por cáncer y su salud se ha visto debilitada. Chomsky entiende que la justicia en Venezuela, y otros lugares de la región dependen del ejecutivo de manera directa, lo que no condice con la prédica democrática y la independencia de poderes.

No podía el pensador ácrata norteamericano ser más preciso en el tiempo. Ahora que Chávez llora enfermedad y encomendándose como buen marxista de opereta al manto de la virgen, y a su señor Dios, apela a su solidaridad de enfermo para suavizar el ánimo que en su momento sugirió el paredón para ella. Otro balde de agua fría para el dictador, quien desde temprano quiso basar su discurso en altos pensamiento y filosofía, rodearse de o citar a inteligentes, que recurrió a García Márquez como espaldarazo intelectual de sus mixturados balbuceos. Patético milico con deseos de poeta, incluso hace poco en Cuba donde habló de oscuridades y abismos, y por poco no le echó un bolero bien regado de lágrimas.

Siento defraudar a los que prefieren la compasión a la ira. Nunca fui políticamente correcto y a decir verdad mejor me sentiría si ese bufón pasara a peor vida cuanto antes. Y si me lo desean de regreso, que lo hagan, que ninguno, ni el semidiós aymara ha de soslayar a la muerte.

No toca en lo mínimo mi piedad el hecho de que a este individuo le ande rondando la Pelona. Parafraseando a Rulfo, pediría que le diesen un poquito de pulque para que no le doliese tanto. Y pare de contar. Me asombro de escuchar a opositores y muchos otros rogando por su pronta recuperación. Que se recupere sí, pero en el infierno, en el caldero a donde ese otro gran vanidoso llamado Lucifer lo ha de arrojar.

Empecé con Chomsky y termino desbordado por las pasiones que acorralan a un hombre. A lo que iba es a que no todos, y no siempre, van a echarles flores a estos individuos, o darles doctorados, o vergonzosos honores de fútbol a quienes no saben jugar con hombría y se aprovechan del poder para abusar de sus contrincantes de turno (hablo de Evo Morales a quien entonces califiqué de marica, y marica sigue).

No sé si la jueza en cuestión esté ligada a corruptos. Ni me interesa. Me gusta que Noam Chomsky tenga la civilidad de criticar. Respecto al cáncer, al colon, la tripa, la cadera, o cualquier parte afectada del bocón, me importa menos... el cómo muera, pero que muera.
3/07/11

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/07/2011

Imagen: Guillermo Pérez Villalta: Hombre Bailando la Danza de la Muerte (1997)

Nostalgias uruguayas/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Arruiné la tarde mirando "Moulin Rouge"(2001), la aclamada película de Baz Furhman, y no entiendo cómo se mueven los gustos de los críticos, que del público se puede entender dada la diversidad. Sentí lo mismo que con "Los paraguas de Cherburgo" (Jacques Demy, 1964), aburrimiento o, más que eso, molestia. Horas expuestas al bodrio, a la vanidad intelectual, a mascaradas de Montmartre y la melancólica Cherburgo.

Luego leo unas páginas de "Liberación", diario uruguayo de la eterna lejanía. Nostalgia de revolución; personalmente recuerdos de Malmö, exilio que me eludió una noche del 80 y que no hubiera merecido; visiones de ciudad báltica donde nunca estaré, pero que vivió en cartas espaciadas de un amigo que envejeció su juventud fuera del país que amaba, el suyo. ¿Por qué Malmö? Porque de allí viene "Liberación" y el amigo boliviano frecuentaba el verbo uruguayo, cuando el dolor de todos era todo dolor.

Algunos regresaron, a Bolivia y a Uruguay, y el resto se quedó en la comodidad de la paz, de la muy amistosa Suecia que los recogió de las cárceles secretas, una voz que en mitad del miedo preguntaba si alguien quería irse allí, que hasta los torturadores se cuestionaban si no sería mejor jugar con nieve que jugar con sangre y levantaban con timidez la mano.

Los uruguayos envejecieron, como los argentinos envejecen, más rápido que nosotros los indios, por eso de la raza. Y se reúnen alrededor del asado, en la primavera sueca, mirando o creyendo ver en la bruma matinal, al frente, la sombra de Copenhagen. La carne viene congelada desde Uruguay; abren el paquete y la marca avisa que este animal nació y murió en Tacuarembó. No faltan poemas de Mario Benedetti; hasta un día apareció el hijo de Raúl Sendic -diputado-. A Sendic los milicos lo vivieron diez años en un pozo. Y de Magda -la Parda- Topolansky, guerrillera, no sé nada en cinco lustros. En Cochabamba, Coña Coña para ser más precisos, eliminaron al último tupamaro como parte del plan que tenía Kissinger con sus sirvientes Bánzer, Bordaberry, Pinochet, Geisel, Stroessner y demás concubinos. Cada cosa añade un puñado a la tristeza y quizá no volver nunca al Uruguay significa negarse a crecer aunque las canas nos cubran el ánimo, haciendo de los todavía muchachos de Malmö serios personajes de Günter Grass con sus tambores de hojalata que redoblan la historia aunque sin éxito.

De cuando en cuando viajan a la patria, palabra sin significación especial en mi diccionario, y se juntan con los sobrevivientes, siempre alrededor del fogón, igual a los gauchos orientales de Antonio D. Lussich, a quien elogiara Ezequiel Martínez Estrada.

Uruguay y mi nostalgia. Entreveo, entre lo visto y lo escuchado, un país hermoso, al que le cayeron sombras, e incluso en el horror que Marta Traba relata, su rostro brilla; y cuando Los Olimareños cantan, se acentúa la pena por lo desconocido amado.
12/5/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2003

Imagen: Los Olimareños en concierto