Sunday, March 31, 2019

MISCELÁNEAS


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Sucede que a veces se están pensando tantas cosas, haciendo otras, imaginando más, planificando después, que se hace difícil coordinar las ideas y salir con un texto coherente, precioso, mejor…

Pues es una de esas noches. Hoy hizo calor. En Colorado la temperatura puede subir o bajar treinta grados con facilidad el mismo día, Fahrenheit; clima de desierto. Te quemas en la arena; te congelas en ella.

Asombra la cantidad de tierra en este país, en este estado para ser precisos. El llano tiene eso, la inmensidad. Nosotros, montañeses, Observamos un panorama estrecho, macizo pero estrecho. No hay sentido de infinitud, todo en nosotros son finisterres, hitos que marcan fines y comienzos. Fronteras al fin.

Manejo por las ciudades aledañas a Denver, muchas. Pequeña población, pero se extienden hasta donde alcanza la vista. Y construyen. Y construyen, sin parar. En el ladrillo está el barómetro de la economía. Y es México, en la presencia de sus hijos, que acapara como casi cada gremio, este. Como jornalero o subcontratista. Dueño al fin. Se dice que todos los mexicanos son mecánicos, todos plomeros, albañiles. La pobreza es la mejor universidad técnica: el hambre produce diplomas.

Las horas continúan silenciosas  y ajenas. Juegan Argentina, Marruecos, México, Paraguay, Chile en el televisor. Desde Sumy, casi en la frontera rusa, me avisan desde un bar-karaoke, que los hombres ucranianos se caen de borrachos y gritan en días de fútbol. Espíritus pobres, almas gregarias que no condicen con el aprendizaje de silencios, con cordura de libros. Aúllan. Borges era drástico aunque en esto no lo comparto, y hablaba de veintidós tarados corriendo detrás de una pelota. Viéndolo así es un absurdo. ¿Pero acaso vivir no es otro? ¿Otro absurdo? Pero está Garrincha, la poesía hecha piernas, roscas, deformes, dispares.

Me sueno la nariz con un pañuelo. Con el mismo que bailaría cueca si cueca hubiere. Leo poemas en Facebook, de maestros y aprendices. Mucho de Benedetti, nada de Celan. Mucho de Bukovski, nada de Saint John Perse. El espíritu gregario se mueve incluso en los gustos, trata de uniformizar lo imposible, aunque, contemplando las hordas del fascismo, quizá se lo haya logrado a veces, arrear a los hombres como el flautista de Hamelin arreaba ratas. Y niños.

Me escribe alguien desde un ateísmo recalcitrante. Le hablo de Nietzsche. No lo conoce ni lo ha leído. Ni escuchado. El profeta del fin del mundo. Pero el mundo no falleció, le sobrevivió y superó (eufemísticamente) el desastre. Al infierno de Siria se le opone el edén de Noruega. Dejo los libros de lado y me ocupo de la música, alguna cueca de Violeta Parra que habría que bailarla ebrio, porque esas rondas son como ametralladoras que sí matan. Que lo diga ella, si no, donde esté que ya no está.

Escribo misceláneas cuando debiera escribir aforismos. Me gustaban los del maestro Lichtenberg, los del profeta William Blake. Mi amigo Miguel (Sánchez-Ostiz) está rescatando este antiguo género. La modernidad lo había enterrado, la globalización, el hablar del escozor imaginado de piel que destacan los autores latinoamericanos pajeros que nunca rozaron la vida. No se puede escribir desde la comodidad de un sillón. A Proust se lo acepto, pero a ellos no. A qué va esa opinión, a que hablo de temas al azar, resultado de impresiones más que digresiones. Un aforismo necesita concentración, es una granada de mano. Tres, cuatro, palabras, una frase, que dice un universo. El pueblo, el ser popular como representación cultural colectiva, es bueno en ellos, y anónimo.

Creo que comenzaré a llevar una agenda para ir tomando nota de posibles temas para escribir columnas. No caer en este cuentagotas multicolor que queda como ejercicio de escritura sin decir nada. Pero, así y todo, vale. La palabra es una adarga que hay que mantener brillosa, filosa, hermosa.
26/03/19

_____
Publicado en SÉPTIMO DÍA (EL DEBER), 31/03/2019

Imagen: Afiche de exhibición de Max Ernst en Poznán

Friday, March 29, 2019

Lenin/AÑOS SOVIÉTICOS


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El fantasma del comunismo recorre el mundo; un alma en pena y un cadáver embalsamado, faraón moderno, se acerca a la tumba de los hombres comunes. No lo puede evitar.

Es tiempo antiguo y un tren camina Rusia. Lenin viene y despierta la sangre; ríe como mujik.

Es duro, su casa es un vagón de acero.

_____
Publicado en Revista SIGNO (La Paz), enero-abril 1994
Publicado en Arte y Cultura (Primera plana/La Paz), 1992

Imagen: Andy Warhol/Red Lenin, 1987

Wednesday, March 27, 2019

Norman Bethune y Oskar Schindler


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Dos películas. Una reciente, la de Steven Spielberg, y la otra de un director Tillis, de la década del 80. Dos excelentes actores: Liam Neeson, que hace de Oskar Schindler y Donald Sutherland de Norman Bethune. Como para alegrarse de que el viejo arte de la actuación sigue siendo vital y que sin ellos, estos hombres de carne y hueso y gestos como cualquiera, la cinematografía no existiría.

Oskar Schindler, el industrial checo germano sobre quien Spielberg hizo su película, era un hombre de méritos valiosos sin duda. La poco usual ortodoxia empleada por él, y eso de ir convirtiéndose en santo a pesar de que la santidad no fuese, como supongo, su inicial objetivo, tienen que ser apreciados. Se puede discurrir muchísimo acerca del asunto, hasta dónde el hombre es lo que es, hasta dónde lo que quiso ser y hasta cuándo lo que pregona ser. Así con Schindler. La posibilidad de un pronto enriquecimiento por medio del trabajo esclavo de la población del ghetto era una muy seductora idea, sobre todo en una persona ambiciosa como él. Pero, circunstancias especiales y lo que podemos suponer solamente -un corazón blando-, lo obligaron a pasar de una lucrativa idea económica, de provecho personal, a una empresa de salvamento colectivo. Las fábricas de Schindler permitieron sobrevivir al genocidio nazi a un número de judíos que no lo hubiera logrado en otra situación. La verdad o falsedad de los hechos es ya irrescatable.

La mente de Schindler nos viene de segunda o tercera mano. Pasa de los supervivientes a sus hijos, de allí al documentador, al literato, hasta el director de cine. Oskar Schindler adquiere dimensión por y gracias al arte. Un hecho valioso y aislado como el suyo se masifica, se populariza y su imagen aparenta ser quizá más grande de lo que realmente fue. Ese es un defecto del cine y los medios de comunicación de masas, priorizar y agigantar algo posiblemente muy pequeño para ser esencial. No quiero desmerecer su figura. Pero el poder de la sociedad de consumo, de los Estados Unidos, el inmenso bagaje económico de la etnia judía en este país, que domina el ámbito cinematográfico de Hollywood, entre actores, directores y productores, puede lograr lo que quiera, hacer de un oscuro personaje como este industrial alguien aparentemente muy importante. Su nombre, así como el del criminal de guerra Amon Goeth que supervisaba el exterminio judío en Cracovia, han sido recién destapados para la historia. Es algo significante, productivo, indagar lo histórico en detalles ignorados porque la suma de ellos nos dará una mejor perspectiva del total. Mi único descontento es que se realicen obras así, como esta excelente película, persiguiendo fines parcializados o políticamente "aceptables". Steven Spielberg es judío y los Estados Unidos permiten historias relacionadas con el drama de este pueblo. Se da dinero para ello. No se lo daría para filmar la memorable vida de Ho Chi Minh, poeta y revolucionario, en su grandeza, porque ello atentaría directamente a los "intereses nacionales" de los EUA y sería calificado como propaganda comunista. Ningún cineasta, a no ser Oliver Stone o alguno que otro independiente, se animaría a hacerlo. El riesgo es grande. De allí que es mejor invertir millones en ejemplificar una vida que fuera de sus íntimos atributos humanos es, históricamente, no importante. Por ello hago esta comparación entre dos películas: "Schindler's List" y "Bethune"; entre los filmes, repito, porque entre los hombres, Norman Bethune y Oskar Schindler no hay comparación posible.


"Bethune" es un filme que carece de la grandiosidad de "Schindler's...". Y ni para qué hablar del presupuesto. Sin embargo no podemos negar que la película de Steven Spielberg es una joya de cinematografía, mientras que la otra no. Claro que Donald Sutherland, actor inglés, la prestigia con su calidad. Y, por supuesto, la epopeya del médico canadiense Norman Bethune es de por sí suficiente para interesar.

Norman Bethune fue un hombre brillante, controvertido, dominador. Caótico e intransigente, su vida personal se agita entre la miseria, la aristocracia, el amor y el genio. En un momento dado opta por la lucha social y milita entre los comunistas; detalle sin importancia porque su desenvoltura, honradez, sobriedad para encarar los problemas vitales distaba mucho de ser dogmática. Era más que un buen comunista, un buen hombre. No recuerdo las palabras de Mao Zedong, que todavía se llamaba, allí por los años setenta, Mao Tse Tung, sobre él. Era una página, quizá dos, que el gran chino había dedicado a la memoria de Bethune, el occidental más relevante de la revolución china. Murió practicando la medicina, en medio de campesinos soldados y enfermeras revolucionarias. Le levantaron una estatua, ni sé dónde, y desde el pedestal rocoso aún presume de hombría.

El fin de mi artículo es más bien crítico. Si bien aprecio el buen cine, creo que los artistas, directores entre ellos, deben pugnar por desenmascarar la historia, no caer en el juego del capital que permite sólo lo que no lo daña. Digo, no siempre, pero alguna vez. El criterio del arte no debe ser didáctico sino iluminador. No tratar de enseñar reglas de conducta sino sugerir. Ya que hay tanto dinero aquí, por qué ese silencio. Hombres e historia esperan para ser contados. Relatar el sujeto de Schindler es interesante. Es tiempo de contar hechos y personas más destacables. La gente se beneficiará, así les duela a los ocultos dueños del mundo que hacen prestidigitación con sus marionetas gubernamentales.
Aurora, 1997

_____
Imagen 1: Monumento a Bethune en Montreal
Imagen 2: Oskar Schindler

Tuesday, March 26, 2019

Los demonios del amor/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Tema febril, pero mejor que los consabidos, tristes, desquiciantes, asquerosos momentos que tenemos (lo recalco) que escribir acerca de las divas del sexo revolucionario: Evas, Evos, Maduros y maduras, para no olvidar y anotar el desastre hasta que tengan que pagar. Que lo han, no hay duda, y a la mala. Horcas, hoces y martillos se preparan, afilan, amarran para el momento preciso, la sima de los tiranos, las barrancas de su desafuero y muerte.

Pero no se puede vivir en la espera, en los tal vez y los quizá. La historia no se arredra ante los bravucones; las hienas suelen reír en los estrados y llorar en las mazmorras. La Hiena, en especial, esa mujer que da amores, dicen, a los eternos curacas del averno entre papeleos y meneos de su curul “democrático”. A todos les llega el instante; a todos nos.

Sigamos.

Del amor y otros demonios, afirmaba el Gabo, que de putas y amores de puta sí sabía. ¿Acaso, pregunto, difiere ese amor del de otra mujer? No, claro que no, por supuesto que no. Amor de puta es también amor de mujer. Hasta ellas mismas, las de la muchedumbre, pobrecitas algunas, repiten como loros parlanchines que son damas en la calle y putas en la cama. El dicho popular, la cursilería machista, y feminista machera, acuna necedades como esa. Si me preguntaran, alguna vez lo hicieron, qué hubiese sido de ser mujer: “puta”, he respondido.

Indalecio Prieto, creo que en el Madrid sacrificado -lo cuenta quizá Dos Passos- ayudó a unas mujeres de negro a salir de las cloacas en que se escondieran para evitar las bombas. Preguntó el ministro si eran “hermanitas” o “monjitas”. No señor, respondieron, somos putas.

Pero, parece que el autor está confundiendo palabras y en lugar de hablar de amor lo hace de meretrices. El hecho de poner título a un artículo no garantiza, para nada, ni obliga, a que se tenga que hablar de ello. Hay que ser disidentes hasta de uno mismo. Derecho que nos acoge y acogemos, en bien y mal.

Venía el tema del amor debido a que entre las muchas ventanas que se abren cuando se está en el ordenador salió una llamada Tentaciones. Y como no somos San Antonio para repelerlas, le eché una mirada a la página en que anunciaban mujeres locales. Me había dicho un primo de nombre impronunciable que había aquello, que si sexo se buscaba, sexo diario había en todas las ciudades de los Estados Unidos, que se podía ser selectivo, informal, vicioso, pervertido, recatado pero ardiente y tonterías varias para llenar esa simple necesidad de las pieles.

Mujeres casadas anunciando la partida en viaje de maridos; muchachas despechadas por quiebres y divorcios. Las hay en todo el mundo, pero primera vez que lo veo en anuncio casi comercial, con fotos explícitas para que el solitario o lo que fuere sepa a qué atenerse. No quiero una relación, ni enamoramiento ni drama, decían algunas sofisticadas de cabeza fría. Una mujer no quiere cargarse un crío, se entiende, pero no lo comprenden los machos. Por eso se desesperan.

¿Búsqueda de afecto? ¿Hay afecto en el placer? ¿O cuestionarse demasiado no ayuda? En la duda se desvanecen los humos del deseo y del amor. Miro esos rostros, tetas de toda especie de frutas colgantes, puntiagudas, paltas y duraznos. Berenjenas y sandías. Ojos azules, cabellos negros. Nombres no, que son privados, que hay un pacto de honor, de “caballeros”, de nunca descubrir el objeto (mutuo) de su saciedad. Lo que en el lecho (por nombrar lugar común) se cueza, allí se queda, que un día el marido retorna y besa a la esposa y le pregunta si lo ha extrañado. Pero claro, una cosa no tiene nada que ver con la otra, supongo.
24/03/19

_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 26/03/2019

Monday, March 25, 2019

La literatura en la historia, o al revés


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Debiera mencionar el nombre de Rafael Sabatini en el título, porque el texto es resultado de impresiones causadas por la apasionante novela "Scaramouche, hacedor de reyes", obra de 1931 y secuela de la original "Scaramouche", del año 21.

El azar me llevó a comprarla en una de mis visitas diarias al centro cochabambino, donde aún se pueden encontrar buenos libros en medio de un mar de comercio, dólares, euros, comidas que crecen como plantas alrededor de un elefante que perece (el ya oxidado edificio de Correos).


La pesadez del tiempo, el vacío que nos arrebató a todos en la familia, me obligó a desechar la seriedad de escritos que requiriesen juicio y seso. Preferí un relato de aventuras, yo que tanto he amado a Dumas, para levantar el ánimo y convertirme en espectador intruso -y pasivo- del ayer. No me arrepentí en esta primera y única incursión en la obra del autor inglés.


Muchos, exceptuando a Dumas, fueron olvidados. Pero la paradoja de la explosión tecnológica, todavía incipiente en crear sus propios héroes contemporáneos, se ha volcado hacia el pasado en su búsqueda de ellos, convirtiendo a los caballeros en titanes híbridos con poderes especiales dotados por los avances modernos. El héroe de aventuras retornó, y el devenir de la historia se debe en grande al accionar individual de seres magníficos, generalmente magnánimos, de imborrable impronta, como en la vieja literatura.


André-Louis Moreau, que en la sombra encarna a Scaramouche -representado como el original del teatro italiano con una máscara de puntiaguda nariz- retorna a París del autoexilio en Coblenza, Westfalia, con la misión de abonar el terreno para el regreso de los Borbones al trono francés. Sabatini, con maestría, mete a su personaje dentro de reales hechos históricos y lo hace funcionar de tal manera que parecería que gracias a él, y a un número vasto de asociados con sólo un par de visibles cabezas, los revolucionarios y "terroristas" del 93 van minando su poder y cayendo irremediablemente en la desgracia, a las manos del gran Charlot, célebre verdugo del "Barbero nacional" (la guillotina).


Comienzan los girondinos, de quienes Moreau (y sin duda el autor) afirma que eran los más peligrosos por su moderación que hubiese establecido una sólida república; les siguen poderosos aliados de Robespierre: Chabot y Basire; luego los hebertistas, ávidos secuaces del terror destruidos por Dantón. Cuando Scaramouche fragua la trampa que dará en tierra con la testa del terrible Saint-Just, y por consiguiente del Incorruptible, el argumento retorna a la deliciosa trivialidad del amor y la intriga, que finalizará las actividades subversivas de Moreau y también las aspiraciones del duque de Orleans, presuntuoso e imbécil Borbón que se decía Regente de Francia, ya descabezado el rey.


Es tan veraz Sabatini que se podría creer que hubo personaje tal manipulando los hilos de la historia para desequilibrar aquel inmenso proceso social de la revolución francesa. No implica desmerecerla; por el contrario, aviva el deseo de conocimiento sobre asuntos y personalidades, hallando fidedigna la información del artista, que esos años dramáticos, efímeros y sangrientos, debieron su fin, entre otros, a males que señala.


Recuerda a Dumas, a través del cual pasa Francia en su gloria; a Alfred de Vigny, al mismo Hugo; a Paul Feval y a autores "menores" como Miguel Zévaco (activo anarquista y folletinista a la vez), hablando de los "historiadores". Y en la aventura, a Verne, Salgari... a Anthony Hope con "El prisionero de Zenda" que, notablemente, tiene con Scaramouche y con Cyrano de Bergerac, y recreando a Molière, la característica nariz en punta.


Los casos de literatura/historia son incontables. Creo que el título excede lo dicho. Como digresión anoto que el ambiente de la Francia revolucionaria guarda similitudes con la Bolivia de hoy. Por supuesto que Morales no es Dantón, ni García Linera Saint-Just; ni que hablar de Robespierre, en verdad incorruptible y, como tal, personaje insólito, imposible para Bolivia. Las situaciones de malestar social tienen características afines en todo lado, y la moraleja de la Francia de Sabatini en relación al país es que la gula de la corrupción, añadida al narcotráfico -desconocido en el siglo XVIII- no es eterna, y que el poder, omnímodo como parezca o se crea, peca de mortalidad, y de mortalidad y a veces mortandad, sus representantes.

27/07/10

_____

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 01/08/2010

Imagen: Grabado de Villeneuve/Ecce Custine (Adam Philippe, comte de Custine), guillotinado en 1793

Tuesday, March 19, 2019

México en Denver/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Asombra, simplemente, el número y la diversidad de la fuerza de trabajo mexicana en Colorado. Si en algún momento se planteó como opción demagógica un proceso de “reconquista” de las tierras perdidas en el norte pues en camino está, en avance, si no ya logrado, y que solo necesita unos años, una década, para consolidarse.

Antes estaba siempre la presencia del ghetto, la concentración de una clase trabajadora extranjera en áreas precisas de las ciudades gringas. Eso continúa, porque las oleadas inmigrantes son sucesivas y hay cada vez nuevas generaciones que reemplazan geográficamente a las más antiguas. ¿Y dónde van estas? De los rusos que llegaron el 92 con la perestroika y se reunieron en ghettos quedan pocos. Repartían periódicos, hacían trabajos manuales. Más de veinte años después han sido absorbidos por la sociedad norteamericana en mejores posiciones, desde cajeros de banco, financistas, hasta doctores. Esa Rusia pobre y maloliente que llegó entonces se ha mimetizado con el resto de la población, a pesar de que mantiene, no al nivel mexicano, identidad propia y cierto remanente de comunidad separada.

Los latinoamericanos, incluyo a los puertorriqueños, pero sobre todo los mexicanos, también han pasado por esa fase de asimilación que los extrajo del ghetto, aunque el concepto de comunidad, gracias también a la cercanía geográfica, no se ha perdido y la raíz cultural latina permanece fuerte, a ratos indisoluble.

Manejo por diez horas en medio de las mansiones millonarias entre Parker y Aurora. Se ven allí, entre gringos viejos y jóvenes que trabajan en tecnología, un nutrido grupo de orientales: chinos, coreanos y vietnamitas, que han hecho dinero en restaurantes, lavanderías, jardinería y más. De poco porte aristocrático, que digamos no pesa acá, esta gente ha alcanzado niveles de riqueza grandes y suelen codearse cómodamente, al menos de su lado, con la clase pudiente anglosajona. En ese gigantesco universo de la riqueza en el estado comienzan a verse apellidos hispanos como Gutiérrez y Flores. No vienen de las oligarquías latinoamericanas sino del trabajo. En la construcción son amos y señores; adquieren oficio y se transforman en subcontratistas que se enriquecen a través de la mano de obra nueva que viene del sur y a la que proveen de medios de supervivencia a pesar de la falta de documentos legales que les permitan permanecer en el país. Estos nuevos hombres de negocios son en muchos casos iletrados, gente que llegó desde olvidados ranchos en las sierras de Guerrero y que saltaron, en el desarrollo desigual y combinado del que hablaba Trotsky, del huarache al hummer casi sin etapas intermedias.

Compañías de concreto, de asfalto, de todo el espectro del área de construcción (y de limpieza) de origen mexicano prosperan con rapidez. Ofrecen precios mejores que la competencia local, el trabajador mexicano es en la mayoría de los casos excepcional y crecen a imparable velocidad. Con el boom del área de construcción en Denver y el resto del estado se hacen fortunas de inmediato. Esos rancheros que diez años atrás apenas balbuceaban su propio idioma se convierten de la noche a la mañana en potentados. Sus hijos van ya a escuelas sofisticadas, privativas para los “blancos” de antaño y de a poco van transformando el estereotipo del inmigrante latino. No trabajarán ya de albañiles o de sirvientas, la economía les abre nuevas y mejores perspectivas. A diferencia de los rusos que se mimetizaron, estos ricos mexicanos permanecen, al menos la generación exitosa, dentro de los marcos culturales en los que crecieron. La absorción incluso numerosa suele ser mínima por el constante reemplazo de unos por otros. Lo mexicano no se va perdiendo, va ganando terreno. El taco reemplazó a la hamburguesa como favorito y el tequila sobrepasa de lejos ya cognac, vodka y ron. Quizá hasta el whisky. Una historia de éxito.
17/03/19

_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 19/03/2019

Sunday, March 17, 2019

El espíritu de las ciudades


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Qué se podría decir de Odessa? La noble decrepitud. ¿Y Roma? La urbe que se puede caminar. Porto es un colinar (panal de colinas) con expresiones humanas de arquitectura sin par. Todas tienen su velo claro y su oscura mortaja. Mi amigo Víctor rememora que mi novela cochabambina empieza en una conocida esquina de Caracota, que para el desconocido puede no tener significación pero para la barriada tiene nombres, en cada puerta, cada rincón. Una esquina que en la noche aquella chisporroteaba de anticuchos, hot dogs a la cochabambina y sándwiches de apanado.

No puedo decir que conocí Odessa y Roma en lo íntimo de su espíritu, el de la comida popular, el que rescataba el desdichado Anthony Bourdain en su sociológico/gastronómico paseo por el mundo. Quizá algo en las orillas del Mar Negro, mucha comida turca de calle, sabrosa pero sin alcanzar la delicia sudamericana, aunque en los restaurantes caros probé sofisticaciones culinarias de imborrable sabor: medallones de conejo con puré, por ejemplo. Y la ausencia de picante en Ucrania; el peri-peri de Portugal…

Cochabamba es el bazaar de la comida. Existe tradición y la voz traspasa incluso generaciones, como los sillpanchos de las hermanas Hilera, en la Santiváñez final, que viene en voz desde mi abuelo y cruzó mi padre, mi infancia, juventud, y la circunstancia actual todavía no definida entre la cima y la caída. Mil ejemplos: los enrollados al lado de la cárcel de San Sebastián, los chorizos de la Simón López (fallecidos), los trancapechos de la América oeste, los choripanes del puente. Ciudad de puntos fijos, iluminados a brasa, parte de la idiosincrasia y como tal de la cultura.

Orgullo local, además. Preciarse de la mejor esencia de la mixtura racial, del condimento y el color de la salteña hace parte del ser cochabambino. Cochabamba se sofistica, el lujo llega a los establecimientos; calcar la muy nuestra también por tanta emigración cultura norteamericana y trasladarla al valle tiene éxito variado. Me pregunto hasta dónde aguantará la primacía de la cocina popular y callejera sobre el modernismo de la comodidad y la “americanización”. Tal vez hasta que mi generación se acabe y con ella mueran los remanentes rurales, aquellos de la dualidad patrón/pongo, y la herencia mestiza del largo rito de la cocina, posible solo por la servidumbre.

Calvino en Bajo el sol jaguar penetra en los arcanos del sabor. México es un universo aparte, casi un mercado chino. Recuerdo el asombro de Bernal Díaz del Castillo ante Tenochtitlán, el zoo de Moctezuma, los animales, las hierbas.

Cada detalle se remonta a ancianos antecedentes. Cuando las cholas sacabeñas limpian los gigantescos peroles de cobre donde se tuesta el chicharrón con ramas de molle uno creería en la falta de desarrollo, en la mugre, la ignorancia, la impericia. Pero detrás de esas múltiples hojas, la viscosidad del jugo del molle, su fuerte olor, se esconde un poderoso antiséptico. No dudo, fuera de sus cualidades de limpieza, que algo queda de la esencia del árbol que se trasladará al puerco en la cocción y le dará el gusto único que ese plato tiene allí.

Vuelvo a Bourdain, el maestro de la comida de calle. Él supo de lo esencial de comprender a los pueblos a través de lo que comen. Y para ser colectiva esa comida tenía que ser popular. Sin desdeñar lo gourmet, claro, que incluso puede captar detalles del alimento de la gente pobre para adecuarlos a su entorno rico. Es válido, por supuesto; lo gourmet es un arte finalmente. Pero donde aprehenderemos lo íntimo de cualquier urbe, villa o país, está en sus rincones que un día fueron secretos y hoy son muchedumbre.
13/03/19

_____
Publicado en SÉPTIMO DÍA (EL DEBER), 17/03/2019

Imagen: Esteban Rodríguez Brizuela

Thursday, March 14, 2019

A como Alejandría, B como Babel


MAURIZIO BAGATIN

Excavamos y hay memorias, hay recuerdos y nostalgias, sí una vida. Leyes de la física y voluntades de la moral de los hombres - Carnot reconoció la entropía, también la de los hombres y Shakespeare no admitía el destino y tampoco a los dioses - estas nos conducen hasta aquí, mañana botaremos glorias y escritos, ya lo hizo el Buda, que fue príncipe y lo hizo San Tomas, que fue pecador, que importa, que nos importa si no hubiéramos vivido y no solamente aceptado, si no hubiéramos compartido.

“Desde el primer Adán que vio la noche/y el día y la figura de su mano,/fabularon los hombres y fijaron/en piedra o en metal o en el pergamino/cuanto ciñe la tierra o plasma el sueño”… Borges.

Leo tu columna a Raquel… tus columnas, la de El fin del mundo, Mi Biblioteca de Alejandría y La mujer que yo quiero, ayer la de La ciudad de Kerouac, de Fante de Cassady, me mira y me dice de escribirte, sí, porque detrás, oculto en lo que uno escribe está lo que alguien tiene que descubrir… me dice entonces, con su pensamiento de humilde cocinera, ¡quiere que se aclare!... que en una relación, y tal vez habla propio de la tuya, quizás, sarna con gusto no pica, y que después de veinte años de pedos, de eructos y de amor compartido, nos queda que amar sin ser amado es como limpiarse el culo sin haber cagado.                                                                                                                                                                                El poeta es un fingidor, dijo el portugués, y aunque haya un otro poeta, el poeta de la modernité que nunca guiña el ojo, en toda esta mierda, nos recordó otro poeta, que todo lo que permanece es fundado por los poetas…

Las más bellas palabras y los versos más profundos se han escrito con la sangre, con el sudor y muchas lágrimas, no son solo el fruto de caricias y de abrazos, son exilios, guerras y fugas, feroces bellezas y tantas locuras. Lucideces preciosas.

Hoy y siempre, ninguna reciprocidad, nos avasalla el tiempo, el mismo espacio, el vacío, la nada. Uno escribe, canta o pinta en el momento de amor, no por el amor, sino por su ausencia.

Otro poeta dijo que un hombre solo está siempre en mala compañía

Un tiro en blanco en medio de la noche, la poesía. Un cabo de luz que acaba en la noche, la vida.

Feliz cumpleaños querido Claudio.
13 de marzo 2019
  
_____
Imagen: Bernard Simunovic  

Tuesday, March 12, 2019

La ciudad de Kerouac, de Fante, de Cassady


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Nueve meses después, como pariendo, camino downtown Denver buscando mi cueva. Lejos quedan los días de Aurora, el ron y las estrellas, Mozart en domingo, Purcell en sábado. Y Chico Buarque cuando entraba la nostalgia, los momentos de juventud que tan jóvenes no eran, pero cargaban pasiones y sexo como piedras de diamante.

Vida efímera, verdad muy pronto aprendida en tragedia. Por ello tomo el sol de las calles Emerson y 14, los viejos edificios donde habitaron Fante, Cassady y Kerouac, el Denver de las novelas y alcohol de calle. Busco entre esos ladrillos el resquicio en que he de meter lo poco que tengo, unas prendas más que Durruti cuando muerto, liviano de peso y libre de intrusión.

Me quedará un poco lejos del trabajo, allí en el inicio de la pradera que se hunde en Kansas, pero valdrá la pena, traerá el sábado por la noche en que me decoraré de vampiro y agotaré los colores de la cerveza entre soledad y compañía, entre mirar a David Lynch en el vacío, o hacer molinetes sobre los pezones de la acompañante de turno, que quizá se llame María llena eres de gracia.

El ordenador sobre la mesa. Un tinto a medio consumir, café pasado, etíope y oloroso. Un par de flores secas, algo de bourbon y Mayakovski. Nada de acumular posesiones. El tiempo capitalista pasó. Ahora viene el hedonismo que abre la muerte como piernas de mujer, que la posee en su mortaja negra, en los portaligas ingleses que juegan con la memoria y extinguen el futuro.

Sin fetiche literario. El gusto de saberse cercano a espectros creativos. Pasillos de los apartamentos Shambhala con murales mediocres y jeans de nalgas delgadas pero redondas. Olvidé la juventud en el ansia de pertenencia; la materia tuvo sus décadas de dominio pero no más. Hoy el tiempo es mío y ni siquiera susurraré a mis queridos idos y lejanos porque habré desaparecido de un mundo que me miraba sin interesarse. De la noche a la mañana, de la mañana a la noche, desvanecerse. Mis noticias no aparecerán en google y mis pasos no tendrán resuello de tambor. El tam tam de mis alegrías y desgracias no podrá correr libre por el llano, se estrellará en la piedra, el concreto, árboles de hoja caduca y cánticos protestantes de la iglesia anglicana.

Una pizza suele ser tan fascinante como un coito. En el olvido todo pesa con kilogramos de esencia. Mi silla será mi esposa y mi copa el ángelus que nunca escuché. Hablé de molinetes sobre las tetas de ellas. Interesante será destruir la tara de la monogamia, el poder del Estado sobre el amor, la disfunción del placer convicto, privado de libertad.

Me rebelo con manifiesto de solitud, yo que amé la esclavitud del sentimiento, que casi sucumbo ante el gregarismo siendo que nací solo, que mi madre no está y me iré también así, sin estar conmigo mi madre.

Jack Kerouac, John Fante, Neal Cassady, todos ellos, juntos y singulares, iluminando rincones, no con luces de neón sino con versos, con excesos que tenían nombre de mujer y forma de botella, esa quimera de cola femenina y boca de ajenjo que acecha los pasos del poema, águilas devoradoras de mitos y especies, que muchas veces son hembra pero también suelen ser macho, que mujeres fantasmas, poetas, también hay, y vagan como nosotros por los pasadizos del miedo que debemos vencer, la pesadilla de los abandonos y el aura del suicidio.

Arrinconarse, meterse en un convento de pretéritos, espacio donde caminaron los que escribían y los que escriben. Entrar como John Milton con ojos abiertos, y salir ciego para aguzar el ingenio y escuchar las voces silentes de la sombra. Contemplar la piel, el edificio mayor de la especie, que tiembla cuando la penetro y suda cuando la beso.
10/03/19

_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/03/2019

Wednesday, March 6, 2019

Un acto de fe (Texto apócrifo de presentación de "El oro de las estrellas extinguidas" de Claudio Ferrufino)


Daniel Averanga Montiel[1]

Todo acto de amor es un acto de fe, un salto al vacío con los ojos vendados, el alma en un puño y el corazón en la garganta, listos ambos para ofrendarse a quien quiera tomarlos: se los puedes ceder al padre enfermo, a la madre ausente, al hijo que tiene la mirada profunda y la boca llena de frases que te salvan cada tarde, o a la muchacha de ojos grises o avellanados que te demostró lo que sí era el dolor y transformó tu vida en oro puro, maleable por la pasión e irrompible ante la indiferencia. Casi siempre esta clase de actos se dan con más fuerza si hay un halo de misterio involucrado, como jugarse el todo por el todo, vender el cuero que cubre la piedra que te sirve de almohada, regalar tu tranquilidad y descanso, incluso después de morirte y nunca ser sepultado ni por la tierra ni por el recuerdo de los tuyos.

Así es el amor, ciego, un elemento que nos vuelve ajenos a la naturaleza, vulnerables a pesar de nuestra cognición; pero a veces, solo algunas veces, este amor sí vale la pena y termina curando lo que por definición llevamos corrupto desde que nos envían al colegio: nuestra conciencia como seres humanos.

Estamos ante un tiempo muerto que solo parece vivo y sano cuando algún autor de la rosca tradicional convoca a sus fans para llenar de perfume los salones del entorno, desde el cual los postulados de Cioran y Ligotti sí se justifican. Ejemplos sobran: que una madre se mata con su hijo en Colombia y una mayoría se burla del acto o la insulta desde sus burbujas de comodidad, que un actor mediocre de culebrones mexicanos le dice “pinche india” a una actriz amateur que fue nominada a los premios Oscar y nadie se indigna (mucho menos ciertas activistas), o que importó más la presión en las tetas de la beishu que la muerte de la última pacahuara, en 2013, son cosas de todos los días. Sé que estamos en el mismo barco y también sé que una mayoría no se da cuenta de ello, por eso nos estamos yendo despacito a la fosa séptica evolutiva y, en unos años, calcularía que todo el globo se convertirá en una Prípiat emocional; no es sorpresa esto, Isaac Asimov cambió de una postura humanista a una nihilista a mediados de los ochenta y dejó de hablar del destino cibernético de la humanidad cuando en entrevistas se le preguntaba sobre aquello; es más, sorpresa sería ver luz al final de túnel, pero este túnel parece más frente achatada de abogado torturador: nadie sabe lo que hay más allá, quizá dos mil abdominales pensadas y calculadas por matemáticos sin título, quizá canchas con césped sintético más que hospitales y lugares comunes por doquier, o sonrisas estúpidas en gigantografías pagadas con el dinero del pueblo. Lo cierto es que la única arma ante esta “vocación de abismo”, como dijo en 2009 Carlos Monsivais, puede ser el amor.

Y se preguntarán: ¿qué tiene que ver el amor en la presentación de un libro tan grandioso como “El oro de las estrellas extinguidas” y las nuevas ediciones de “Virginianos” y “Ecléctica” de Claudio Ferrufino?

Amor a la palabra y maestría. Eso se ve. Cada libro de Claudio es una demostración de amor incondicional, un salto al vacío sin paracaídas, un acto de fe.

Estamos ante un tiempo muerto, ya lo dije antes y lo seguiré diciendo hasta que alguien me diga: “Ya cállenlo al pobre”; y como estamos así, no cabe más que apelar a medidas desesperadas; ¿y quién mejor que Claudio para mostrarnos el camino de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, o cómo piensa el mundo a través de su visión de la realidad? Sus libros son una medida desesperada de amor incondicional, un oasis en medio de tanto tedio protocolar, una orientación tal, que hasta el piropo que le lanza a Gabo sobre su última novela (“Memoria de mis putas tristes”) en una de sus notas, va más allá del mismo piropo. Su lenguaje es ácido, sabio, magistral, real, y no queda más que considerarlo un maestro, quizá uno de los pocos, que parió Bolivia los últimos años.

Lo conocí por las redes sociales hace más de diez años, y en cada ocasión que charlábamos por medio del chat, descubría los estratos de cognición y de poética que constituían su obra y su talento; el no pertenecer a roscas e incluso ir más allá de esas roscas, más que sorprenderme, completó mi visión de él como un artista completo: le debemos a él la certidumbre que se puede escribir sin tanto bombo, ni autobombo, porque lo que interesa en su obra es la arquitectura de un dolor que va más allá de que suene bonito lo que cuenta, sino que lo que cuenta nos interna en ese acto de amor de comprender al otro y comprenderse a uno mismo, todo al mismo tiempo.

Todo acto de amor es riesgoso y estúpido, decía Ligotti, porque nada es bueno ni malo si no pasa antes por el lente de esa maquinaria llamada emocionalismo; nos está matando el emocionalismo barato, aquel que se pasa por la bolsa escrotal la empatía y la virtud de ser humanos y solo prioriza la comodidad personal... Y justo Claudio explora estos elementos en sus artículos que, de breves y buenos, adquieren la virtud de convertirse en joyas que nos motivan a salir de nuestros espacios de comodidad y nos hacen pensar, nos hacen ser humanos de nuevo.

Percibo a Babel, a Chejov y a Ligotti en sus escritos, pero también lo percibo a él como un creador extraordinario, uno que está haciendo escuela donde va y donde siempre consigue lectores, y esto no solo pasa en los “Virginianos” de los noventa, o en la posterior y grandiosa “Ecléctica” o en los últimos escritos que se incluyen en “El oro de las estrellas extinguidas”, sino también en sus novelas, únicas, que nos hacen sentir pequeñitos pero constantes ante su talento. El amor a la palabra es casi adictivo en Claudio, y eso está bien, muy bien, y qué mejor editorial para hacer esto con él, que 3600, que ya nos ha dado tantas obras que sí dan gusto leer y tener.

Después y antes de Jaime Nisttahuz, considero, como dije ya arriba, a Claudio como mi maestro en la escritura, aunque sé que nunca escribiré como él.

Solo queda la palabra escrita como prueba de que seguiremos leyéndolo con gusto, y trataremos, en lo mejor posible, de poder llegarle a las suelas de los zapatos en cuanto a calidad.

Larga vida a la obra completa de Claudio, y que nos acompañe como maestro muchísimos años más.

_____
Texto preparado para la presentación de El oro de las estrellas extinguidas, marzo de 2019



[1] Escritor orureño-alteño, deudor moroso y a veces pedagogo.

Este extraño mundo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Tanto has aguantado las pendejadas de las mujeres, me dice un amigo, que ya debían nombrarte el Madre Tereso de Calputa, ríe burlón. Tarzán ya se jubiló y los monitos terminaron en el circo. Lo cierto es que hay que reflexionar sobre los errores, recapacitar, y cometerlos de nuevo. O no.

Me escribo con un par de amigas ucranianas. Ucrania, país exportador de mujeres. Terrible decirlo, como si fueran papayas. Hay comentarios, por supuesto generales, del papel del hombre allí, ese, el mismo, el que se tira en el sillón a mirar fútbol, el que discute eternamente en torno al vodka sobre si los rusos avanzan o no. El que abandona a su pareja porque en una región que las produce hermosas y en cantidades, ninguna es per se joya a preservar. Comentamos los salarios: 150, 200, 250, 400 para una uróloga, 500 dólares mensuales para una financista. Poco, si se deduce el precio de los alquileres, así sea barata la comida. Menos, si se carga con hijos, de los cuales no se desprenden estas muy maternales mujeres en venta en el mercado. Yo soy quien soy y en eso incluyo a mis hijos. Dicen, comentan, que los maridos norteamericanos son los mejores. Otra generalidad que insufla esperanza. Lo mejor es el dólar, claro, y comer, y disfrutar. Y descansar que hasta a la pereza tenemos derecho según Lafargue.

Despierto en Denver luego de otra expedición a la tierra oriunda. Llovió en Cochabamba y marcó una diferencia de visión que contradecía los años del polvo. Macondo renaciendo de la ceniza. Tanta juventud, tanto dinero, tan poco trabajo.

En el aeropuerto de Miami me siento al lado de una familia argentina. Esposa, esposo, vestidos chic; tres críos y una “coya” de sirvienta que se dirige a la patrona con el término de “niña”. Alcanzo a ver su celular y de portada tiene a una chica desdentada, diez años quizá, que sin duda es hija. “Coya” como ella, oscura, calchaquí, quechua, sirviendo desde hace quinientos años a la histérica niña que está de paso por Miami, Meca de los imbéciles, para ir a lucir sus zapatos deportivos y su culo acentuado por un lycra colorido al sur. Aristocracia… jaja.

No seguía series por televisión después de la debacle marital. Comienzo a verlas, a interesarme de nuevo por cosas más importantes que los menesteres sanos e inmundos de la institución matrimonial. Al fin, cada uno está solo y no hay destino compartido. A quien lo que le toque, y al cómplice lo que merece. No hay vuelta, ni de tuerca ni mandandirundirundan.

La serie que miré por la mañana era acerca de la rebelión irlandesa de la Pascua del 16. Desde perspectivas individuales y familiares, algo fuera del concierto más grandilocuente de los líderes y la política. Excelente, de primera, enfocada sobre todo en personajes femeninos a través de los cuales discurre la historia. Una revuelta popular, nacionalista encima, debiera contar con apoyo masivo. Sin embargo, los insurrectos derrotados son objeto de burla, desdén, insulto, de parte de sus paisanos, quienes los acusan de ser causantes directos de la escasez, del empeoramiento de una situación que nunca podría mejorar en las condiciones de entonces.

Putas, rameras, delincuentes, gritan a las mujeres que intervinieron en el alzamiento. Es que el caído es siempre enemigo, o es más fácil hacerlo rival ya que no puede defenderse. La tragedia desmorona y en las ruinas crecen los líquenes que afianzarán el futuro. Siempre igual, la planta regada por martirio da frutos rojos como la granada cuyo jugo mancha y no se borra.

Deambula el pensamiento por el Parque Lincoln cochabambino, por algún café georgiano de Kiev, por los peces que cosechan los padres de Anna en los ríos revueltos de Sumy, en las excentricidades de alguna señorita argentina que se cree Victoria Ocampo y apenas sabe escribir (si supiera, no iría a Miami). Mundo extraño. De rencilla y venganza. De gran estupidez, de tozudos, tontos y cojudos.
04/03/19

_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/03/2019 

Imagen: Jackson Pollock, 1946