Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Nueve meses
después, como pariendo, camino downtown Denver buscando mi cueva. Lejos quedan
los días de Aurora, el ron y las estrellas, Mozart en domingo, Purcell en
sábado. Y Chico Buarque cuando entraba la nostalgia, los momentos de juventud
que tan jóvenes no eran, pero cargaban pasiones y sexo como piedras de diamante.
Vida
efímera, verdad muy pronto aprendida en tragedia. Por ello tomo el sol de las
calles Emerson y 14, los viejos edificios donde habitaron Fante, Cassady y
Kerouac, el Denver de las novelas y alcohol de calle. Busco entre esos
ladrillos el resquicio en que he de meter lo poco que tengo, unas prendas más
que Durruti cuando muerto, liviano de peso y libre de intrusión.
Me quedará
un poco lejos del trabajo, allí en el inicio de la pradera que se hunde en
Kansas, pero valdrá la pena, traerá el sábado por la noche en que me decoraré
de vampiro y agotaré los colores de la cerveza entre soledad y compañía, entre
mirar a David Lynch en el vacío, o hacer molinetes sobre los pezones de la
acompañante de turno, que quizá se llame María llena eres de gracia.
El
ordenador sobre la mesa. Un tinto a medio consumir, café pasado, etíope y
oloroso. Un par de flores secas, algo de bourbon y Mayakovski. Nada de acumular
posesiones. El tiempo capitalista pasó. Ahora viene el hedonismo que abre la
muerte como piernas de mujer, que la posee en su mortaja negra, en los
portaligas ingleses que juegan con la memoria y extinguen el futuro.
Sin fetiche
literario. El gusto de saberse cercano a espectros creativos. Pasillos de los
apartamentos Shambhala con murales mediocres y jeans de nalgas delgadas pero
redondas. Olvidé la juventud en el ansia de pertenencia; la materia tuvo sus
décadas de dominio pero no más. Hoy el tiempo es mío y ni siquiera susurraré a
mis queridos idos y lejanos porque habré desaparecido de un mundo que me miraba
sin interesarse. De la noche a la mañana, de la mañana a la noche,
desvanecerse. Mis noticias no aparecerán en google y mis pasos no tendrán
resuello de tambor. El tam tam de mis alegrías y desgracias no podrá correr
libre por el llano, se estrellará en la piedra, el concreto, árboles de hoja
caduca y cánticos protestantes de la iglesia anglicana.
Una pizza
suele ser tan fascinante como un coito. En el olvido todo pesa con kilogramos
de esencia. Mi silla será mi esposa y mi copa el ángelus que nunca escuché. Hablé
de molinetes sobre las tetas de ellas. Interesante será destruir la tara de la
monogamia, el poder del Estado sobre el amor, la disfunción del placer
convicto, privado de libertad.
Me rebelo
con manifiesto de solitud, yo que amé la esclavitud del sentimiento, que casi
sucumbo ante el gregarismo siendo que nací solo, que mi madre no está y me iré
también así, sin estar conmigo mi madre.
Jack
Kerouac, John Fante, Neal Cassady, todos ellos, juntos y singulares, iluminando
rincones, no con luces de neón sino con versos, con excesos que tenían nombre
de mujer y forma de botella, esa quimera de cola femenina y boca de ajenjo que
acecha los pasos del poema, águilas devoradoras de mitos y especies, que muchas
veces son hembra pero también suelen ser macho, que mujeres fantasmas, poetas,
también hay, y vagan como nosotros por los pasadizos del miedo que debemos
vencer, la pesadilla de los abandonos y el aura del suicidio.
Arrinconarse,
meterse en un convento de pretéritos, espacio donde caminaron los que escribían
y los que escriben. Entrar como John Milton con ojos abiertos, y salir ciego para
aguzar el ingenio y escuchar las voces silentes de la sombra. Contemplar la
piel, el edificio mayor de la especie, que tiembla cuando la penetro y suda
cuando la beso.
10/03/19
_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/03/2019
No comments:
Post a Comment