Wednesday, November 30, 2016

Fidel Castro, más brumoso que claro/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ha pasado mucho tiempo. Los sueños de mundos mejores trajeron majaderos como Evo Morales, los Kirchner, Lula y demás sarta de rateros que reclamaban para sí una herencia épica, revolucionaria, mártir… y también tonta. O, a veces, un abuelito remolón, llámese Pepe Mujica, con aire sabihondo y casi clerical pero con lengua amansada para lamer traseros si estos se llamaban Chávez, Maduro y demás hierbas del matorral.

Visité Cuba dos veces, invitado, vale aclararlo porque cuando uno cae de contramano la perspectiva difiere. Mirar de arriba no es lo mismo que mirar de abajo, en cualquier circunstancia. Disfruté, cómo no, de un país geográficamente hermoso, de ciudades magníficas incluso en su ruina, de la jovialidad cubana y la bonhomía de quienes nos acogían. Del ron añejo.

Me asombré de la vitalidad y soltura con que los intelectuales de la isla hablaban, en coloquio o en conferencia, comparándolas a la mía y de mis connacionales a quienes nos cuesta tanto enhebrar un buen discurso. Deduje que ello venía de la educación. Y de allí se pasaba al proceso revolucionario y etcéteras cada vez más hondas. No podía negarse que algo había pasado, así no conociera la Cuba vieja en otra cosa que en referencias librescas.

Partiendo de allí, gocé mi estadía, sin dejar de observar de reojo el entorno y de discutir con marxistas ortodoxos sobre cosas candentes. Al calor de una caldosa inolvidable, espesa sopa de origen afro, valoré la importancia que se le daba a la cultura. Compré libros que costaban menos que un pan y, dada la variedad de la oferta, no indagué acerca de la censura. Reí, en la noche de Cienfuegos, con la feroz y sarcástica crítica de algunos poetas locales a la nomenklatura y a Fidel mismo. Nos emborrachamos en una terraza de La Habana y tuve la osadía de opinar que por qué no se iba a casa el comisario que nos observaba, lo que produjo hilaridad general.

Mientras comíamos cola de langosta y un solomillo de película en un palacete de principios de siglo, una poeta ruso-cubana me comentó, con señas en la botella, cuánto aceite por mes recibían ella y su hijo, cuánto pollo. Dijo que ellos (los cubanos de a pie) no podían tomar la cerveza Cristal que venía a chorros, que para los ciudadanos del paraíso revolucionario había cerveza tosca. Hartado de vino, cerveza, langosta y tocino, salí a caminar a la bahía. El agua tocaba las aceras de otrora chalets de lujo y casas colectivas hoy. Imaginé un sillón en la entrada, un habano, un añejo, un libro y el mar. Al frente el cascarón de una fracasada central nuclear semejaba caparazón de tortuga.

Descansé en una curva sobre el defensivo de piedra. Se acercó una anciana, tan española como suelen ser los cubanos blancos, con las zapatillas por las que salían mugrientos dedos y me pidió regalarle lo que fuera, que tenía hijos jóvenes; un chicle, un lapicero, y qué lindos sus zapatos y cómo mi muchacho no quisiera tener su camisa. Eso ya olía mal. A élites y zarrapastrosos, como siempre. Espéreme, le dije; volví al hotel que supongo era de cinco astros, y traje un par de camisas y unos jeans que en Denver cuestan diez dólares. Quiso besarme las manos.

Pregunté, ya adentro, si la gente común podía comprar en los surtidos micromercados que estaban cerca del alojamiento. Dijeron que no, que aunque pudieran con gran esfuerzo, estaban prohibidos de asomar. Un desvencijado taxi nos llevó desde la plaza de Cienfuegos de vuelta. Una vez que cruzamos a un carro policía nos hizo agachar. No estaba autorizado a llevar extranjeros. Solo los vehículos del estado. Arriesgaba perder su licencia. Las divisas para arriba, el lodo al fondo.

Compré un libro de Shklovski sobre Eisenstein cerca de Coppelia, la mítica heladería en El Vedado. Vi una fila, era para Granma, el diario, no sé si gratuito o a cambio de una moneda de diez, nada. Lo único posible de leer en prensa.

Un país es mucho más que un hombre, así este haya influenciado para su bien o su desastre. En eso hay que concentrarse.
28/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/11/2016

Imagen: Antiguo afiche del Movimiento 26 de Julio



Monday, November 28, 2016

Muerte anunciada

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escribo a escondidas; no sea que me vean, o me lean. Anoche mi esposa intentó matarme con un ungüento para futbolistas. Sabe de mi holgazanería, que por negligente no enciendo la luz (demasiado trabajo, amén de que me manejo mejor entre las sombras). Aprovechando su amplio conocimiento de mis debilidades, que incluyen tanto placer como drama, ubicó el tubo de bengay justo donde dejo la pasta de dientes, la mía, no la suya, que ella va por Colgate emblanquecedor y yo por otro de hierbas y excentricidades. Sabía que iba a entrar en calzoncillos, no prender el foco, tomar la pasta, vaciarla en el cepillo y así… Lo hice de manera automática hasta que sentí el sabor quemando los labios, destruyendo el paladar. Escupí, hice gárgaras con agua fría y caliente, dejé disolver un trozo de jabón y lograr que la espuma me saliese por las comisuras, por la nariz. “Perro rabioso”, me hubiera dicho, de verme.

Intenté sobrevivir en el silencio que permitía la tragedia. La oía teclear en el ordenador, quizá contando a sus paisanas de Brasil que al fin se había deshecho de mí. Luego de diez minutos de odisea salí tosiendo. Al fondo de la garganta sentía una caldera y mi boca olía a piernas de defensa paraguayo. No dije nada. Me senté en el ordenador, el mío, distinto al suyo, y también empecé la retórica del chat con mujeres desconocidas y anhelantes, a quienes dolería mucho saber que morí. No torné el rostro a la izquierda para mirarla. Sentía sus ojos, aguardando el momento de derrumbarme y asfixiarme por el veneno. Dudé, ganas no faltaban, pero no me arrojé en el piso alfombrado de marrón. El tocadiscos batallaba con un samba de Adoniran Barbosa. Intenté seguir la letra, como ejercicio para evitar la muerte, pero me falló la pronunciación mental y dejé el asunto. Ella parecía ensimismada, saboreando un ron venezolano con todo el tiempo del mundo. Diríase a ella misma “paciencia”, “ya cae”. Y no caí. Esta piel curtida de los Andes ha vivido demasiado para perecer ante una pomada venenosa. Si no perdí ante cuchillos ni me eliminó el alcohol, difícil parecía que llegara el fin. Me recompuse y cambié el disco por acordeones franceses de preguerra. Qué lindo, exclamó, y me irritó hasta el extremo su frialdad, su codicia de verme como un bulto de 100 kilos de carne invendible.

Ligia, así se llama, pasa horas ante el televisor con programas de mujeres asesinas. Bromea que anda perfeccionando el método para terminar conmigo. La festejan amigas mexicanas mientras las colombianas le sugieren tremendas muertes asociadas con su historia. Estoy en casa igual a un cuy enjaulado al que pronto van a empalar, asar y devorar. Tengo que protegerme. Alrededor de mi cama he levantado una muralla de libros que ella derrumba cada vez con pretexto de que quería leer algo, una obra que por supuesto estaba en la base y daría al traste con la construcción.

Estás paranoico, me dicen. Ella te quiere, te ama. Pero este acontecimiento con el bengay, más su afición por crímenes pasionales inteligentes  que no truculentos, me ponen suspicaz. Lucho contra el sueño. He llegado a controlarlo tanto que apenas duermo tres horas, justo esas en las que ella trabaja. Sábado y domingo ni duermo. Estoy en vela observando los conejos salvajes del vecindario que arrullan como palomas. Me distraigo leyendo, diseccionando la última elección norteamericana. Me arrimo a su cama para ver si duerme en verdad o disimula. Cuando estoy seguro que no responde a los pequeños toques, cierro los ojos al lado del perro. Sé que Marco, (el perro de mis hijas) gruñirá si ella se acerca con el nuevo sudoku japonés que compró con fines maniáticos creo yo, no culinarios.

¿Qué hacer?, me pregunto con Lenin. Este es momento de tomar decisiones insurreccionales si quiero llegar a 60. Estoy seguro que ella ha marcado ese aniversario en un calendario secreto y se ufana ante las amigas de que no los festejaré. Si al menos me pusiera una máscara funeraria de los negros del Gabón para esconder que morí aterrado, estaría bien, pero no. No y no.

Me encanta el ron. Antes de servirme un vaso, reviso si la botella de vidrio está cerrada. Si fuese plástico podría Ligia ponerle una jeringa y añadirle algo. Lavo el limón dos veces y lo seco otras dos. Corto un par de rodajas y tiro el resto al hocico de Marco que come hasta fierro.

No dije una palabra del bengay. Anoche, sin embargo, ella vino con dulce falsedad a decirme que no lo encontraba, que le gustaría darme un masaje, aunque bien sabe que los dolores del ácido úrico no son de pantorrilla golpeada. Jugué el tonto y juré no haberlo visto. Sonrió y me dio pavor, pavura que es palabra más expresiva. Finalmente soy nativo de la montaña y desconfío del curare de la selva. Ella repite siempre que los dos somos italianos pero no sabe que yo, a los calabreses, los considero de otra parte, caníbales. Ahora estoy adormilado. Dejo de escribir, agarro una chamarra caliente porque amenaza nieve, y voy a encerrarme en mi auto con la alarma encendida. Si veré otra mañana o no, lo sabré bien pronto.

23/11/16

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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 28/11/2016

Imagen: Jean Benner/Salomé, circa 1899

Sunday, November 27, 2016

El Gallo Negro/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pub de jóvenes mujeres que bailan con suaves caderas rubias.

Es El Gallo Negro y el símbolo del bar, el ave, está de pie en el cartel, afuera, mirando la calle que despierta la noche.

Cervezas de Europa. Dublín se ha trasladado a Washington DC; hasta los maderos y los cuadros llegan de Irlanda. Se sirve la bebida desde barriles, en vasos de a litro. Crecen el negro licor y la blanca espuma.

Uno habla de Joyce. Pero él no vive allí, no encaja. Los jóvenes quieren beber y amar. Con muchachas dadivosas no hay literatura que valga. No cuando la opción es entre el beso y la palabra.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 24/01/1992

Tuesday, November 22, 2016

Después de Evo Morales/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Casi decir después del infierno.

No necesito retomar Tribus de la Inquisición, terrible y estupenda crónica de Roberto Navia Gabriel, para saber que el linchamiento se institucionalizó en el país luego de que este cobarde (Morales) se posesionara de todo poder, y dicen que de toda falda y pantalón. Ese un detalle entre la multitud de saqueos, violaciones, felación y demás asuntos a los que se sometió al país, de nombre femenino, Bolivia, y con el mismo estigma que ese género tiene en un imperio de “machos” (bien entrecomillado).

El panorama entero está a disposición del curaca, se lo cree él y lo permite un paraíso de ilotas, encorbatados y ojotallados. Hasta la magnificencia del Illimani, nevado también condenado a perecer, no se salva de su ambición. Los “hermanos” plurinacionales creen, en supina ignorancia, que lo que hay es para tomar y que el expolio de los recursos naturales no tiene consecuencias. Lo único que alega el gobierno, en boca de su asno predilecto, Álvaro García Linera, es que nadie sabía nada, que ni dios-Evo lo escuchó, ni ningún otro jerarca. Quien tiene culpa en este país es siempre el segundón, el terciario o el cuaternario, aquel de no mayor interés a tiempo de juzgar. O, otra vez en labios del jumento ensalzado a inteligente, para admitir que hay cambios, basta decir que “la Pachamama otra clase está”. El maestro hablando a los pupilos, el patrón a los pongos, el tuerto a los ciegos en un lenguaje que entienden. Y tanto pupilos como pongos y ciegos “bien nomás se están”.

España perforó, como gusano material que era, el Cerro Rico. La culpa es de los peninsulares, entonces. Igual a Donald Trump, Evo Morales halla culpas en los demás y jamás asume errores. No son posibles equivocaciones de los achachilas y menos de los amautas aunque se dediquen al próspero y fatídico negocio de la cocaína. Es que la cocaína es sagrada en tiempos del presidente. El alimento de hoy se lo debemos a la madre coca en polvo, amén de a las mafias internacionales que cuentan con el país como su propia meretriz descarnada y morena. El mayor defensor de la madre tierra, el más egregio nacionalista, el non plus ultra no pasa de monigote de los traficantes que lo ceban como a oca y le hacen la permanente al cerdaje que florece en su cabeza. Bien nomás nos estamos ¿no Alvarito? Se oye de fondo la manada mugir en el teatro.

Decíamos del Illimani. Cosechan oro y bismuto allí, dicen, los chinos. Y el amo, el lustrabotas de los chinos, continúa engordando. Será que llegará un día de fiesta en que lo serviremos en bandeja made in China con manzana en la boca y zanahoria en el culo. Quizá. Quizá. Mientras tanto “nos estaremos”, a usanza del léxico linerista hasta que no quede nada que explotar, las mafias nos dejen en la estacada a manera de novias no vírgenes, y listo. Un día en que los alumnos se hagan maestros, los pongos gente y los ciegos tengan anteojos.

Antes habrá caído el Madidi, secado el Tipnis, derretido el Ande. En ese momento, que va a llegar antes de lo esperado, se tiene que estar atentos para no dejar escapar a ninguno de los secuaces, y menos a los dirigentes. Nada retornará lo perdido para siempre pero habrá que sacrificar en altares improvisados a miles de bellacos para al menos dormir con conciencia que pueda, tal vez, eludir el hambre.

Va a ser tiempo de castigo para la población, hora de llanto y desespero. Que al menos los comerciantes, los que dieron la tierra por treinta denarios, reciban su parte del pago. ¿Ánimo de venganza? Un poco. ¿Fatalismo natural? Seguro.

Ora Pro Nobis.
21/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 22/11/2016

Imagen: Paul Nash/Battlefield, 1917




Thursday, November 17, 2016

Pablo Cerezal: “Ya nadie quiere viajar a Madrid”

NUNO COBRE

Di con Pablo Cerezal hace unos años en el blog ‘África no es un país’ donde los dos colaborábamos contando nuestra experiencia africana para el diario El País. Picado por la curiosidad, no tardé en leer uno de sus posts en los que hablaba de su reciente novela, Los Cuadernos del Hafa en la que nos transportaba a un desconocido y fascinante mundo marroquí. Cerezal hacía uso de una prosa viva, peculiar, repleta de poesía y desde entonces decidí seguirle la pista. En realidad, no es difícil toparse con el joven Cerezal como él mismo firma los posts de sus blogs. Tarde o temprano uno lo halla en el rincón de internet más sospechado e insospechado puesto que Pablo colabora con todo medio que se mueva. Y es que el señor Cerezal  no para y además no tiene reparos en saltar de un campo a otro. Suele escribir prosa, coquetea con la poesía, se atreve con los guiones y siempre está listo para sacar una buena fotografía. Lo milagroso es que haya sacado tiempo para esta entrevista.

Pablo, ¿de dónde sacas el tiempo?

Creo que el tiempo al que te refieres es un concepto ficticio. Lo hemos inventado quienes tenemos la fortuna de aburrirnos pensando en el día siguiente. Porque hay muchos que sólo pueden pensar en el ahora más inmediato, para quienes el ahora es el único tiempo posible. O sea, que eso de la falta de tiempo, la organización del mismo, etcétera, es un lujo que muchos no pueden permitirse. Mi situación actual no es que me permita muchas alegrías, pero aun así puedo ausentarme de lo cotidiano durante breves espacios temporales. Y los aprovecho frente al teclado… o leyendo. Sinceramente, prefiero emplear el tiempo leyendo que escribiendo. Pero en ocasiones no puedo sustraerme al impulso de la escritura. Supongo que es mi manera de recordarme que, a pesar de todo, sigo vivo. Y que no entiendo el mundo. O que entre el mundo y yo existen importantes divergencias que aún intento explicarme. El caso es que valoro esos intervalos de tiempo. Los valoro, los agradezco, y los intento aprovechar. Ahora mismo mi vida es muy cercana al caos absoluto. Así que escribo durante casi todo el día, mentalmente, y luego aprovecho las horas o minutos que puedan quedar a mi total y egoísta disponibilidad para volcarlo en el teclado. Así sale, luego.

Mucho de ese tiempo lo pasas en Madrid, ciudad que te vio nacer y en la que resides.
Sí, soy de Madrid. De padres y abuelos madrileños. Sé que eso no sirve para nada, y que afirmarlo contradice mi verborrea antinacionalista. Pero Madrid me ha conformado, para qué negarlo. Y supongo que lo ha hecho más por el Madrid que vivieron mis padres y abuelos que por el mío. Hay mucho en mí de esta ciudad que, por desgracia, ya no es la que conformó mi carácter. A Madrid, lamentablemente, hace años que no la reconoce ni el que menos tiempo la haya vivido. Excesivos años de tropelías políticas. Supongo que esta ciudad pasará a la historia venidera como gran capital europea y reclamo para turistas de todo el mundo. Turistas, que no viajeros. Ya nadie quiere viajar a Madrid. A Madrid ya sólo se viene a hacer turismo, mayormente de fin de semana etílico lowcost. ¿Te imaginas que alguien verdaderamente importante para la historia cultural del planeta vendría hoy hasta Madrid para morir, como hizo Bacon, por ejemplo? Yo no. A esta ciudad ya vienen sólo los pobladores más adocenados y retrógrados de esta retrógrada Europa que nos toca vivir… tal vez a morir, sí, pero de vacío, no de plenitud, que es lo que creo que hizo Bacon.

Me estoy desviando… me preguntabas por mis genes madrileños. Ya digo, nací en Madrid, hijo de madrileños enamorados de esta ciudad. Y la viví y la apuré al máximo, especialmente en mi adolescencia. Eran los estertores de la tan cacareada “movida madrileña”. En mi adolescencia las calles de Madrid volvían a ser sucias y grises. Pero había que pasearlas para comprender la urbe. Madrid, al menos para mí, eran mujeres bellas y ariscas, bares que nunca cerraban y en los que se podía escuchar a The Doors, hachís adulterado, solysombra y sexo urgente en el parque de Berlín, botellas rotas y ropa fea. Madrid era polución y desastre. Pero era un ente vivo. Nada que ver con la postal que nos quieren vender hoy, esa ciudad “bonita” -como si fuese un maldito cuadro de Sorolla– pero sin vida. Aquel Madrid es el que he intentado revivir en las páginas que me corresponden de Madrid-Cochabamba (cartografía del desastre). Y parece que no me he equivocado. No son pocos los lectores de mi generación que me escriben para agradecer que les haya recuperado parte de la adolescencia. Han encontrado reflejado, en mis páginas, aquel Madrid del que hablo: sucio, feo, tal vez triste, pero pleno de vida. Y no sólo lectores madrileños, sino muchos originarios de otras urbes. Y es que la vida de aquel Madrid coincidía con la de otras metrópolis. Al final no hay más nacionalidad que el tiempo. Porque hoy es lo mismo, todas las ciudades se parecen. La diferencia es que hoy, me temo, las ciudades no son de sus habitantes, sino de sus gobernantes, que se pelean por capitanear los ayuntamientos de las ciudades más visitadas. Como si el hecho de que sean más visitadas les aportase alguna valía. Como si fuesen más importantes los visitantes que los habitantes. Las ciudades las hacen quienes las viven, no quienes las gobiernan ni quienes las visitan.

También en Madrid te licencias en derecho y luego durante muchos años te dedicaste a la venta de vehículos. De pronto das un giro radical al meterte en el mundo de la cooperación y hoy en día te ganas la vida con tu talento artístico. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

La licenciatura en Derecho siempre he dicho que fue un mero accidente. Vengo de una familia humilde, muy humilde, que siempre se preocupó de que sus hijos tuviesen una “buena educación”. Claro, confundieron los términos. La buena educación ya me la daban ellos: mis padres, mis abuelos. El expediente académico es otra cosa. Pero no les puedo culpar. Lo académico se me impuso por una mezcla de respeto hacia las ilusiones paternas y de cobardía adolescente. Yo siempre quise estudiar Historia del Arte. Pero se me atragantó el escuchar tan a menudo “eso no te va a dar para vivir”, “estudia una carrera con futuro”, y cosas del estilo. En aquellos tiempos, era imposible comprender que la única carrera con futuro es la que no te impone velocidad ni meta alguna más allá de estar vivo y consciente, y que el futuro no puede ser nunca algo seguro. Así que la vida me dio la razón: licenciado en Derecho, sin vínculos familiares que -al estilo hispano- me colocasen en algún empleo de nómina solvente, sin nada que hacer aparte de vender detergentes industriales por los bares de Madrid, contar el número de personas que entraban en los vagones del Metro, y cortar telas destinadas a la manufactura de corbatas. Esos fueron mis primeros trabajos. Después, más tarde, llegó el mundo del automóvil. Yo no vendía coches. Los compraba. Fui responsable de compras en empresas de renting de automóviles. Aquellos empleos me sirvieron para sustentar económicamente mis viajes. Y para comprender los mecanismos de la gran empresa y asumir que no me gustaban. No los mecanismos en sí, sino el objetivo por el que se ponían en marcha. También me sirvió para intentar convencerme de que para algo me había servido el estudiar Derecho. Podía codearme con grandes mandatarios empresariales comprendiendo sus consignas, sin simular ese estar “fuera de lugar” que, lamentablemente, tanto suele acomplejarnos cuando nos rodeamos de personas con mejor estatus económico que el nuestro. Si lo pienso bien… la gran empresa estimuló mi creatividad literaria. Escribir era algo que hacía desde niño, pero en aquellas épocas se intensificó porque servía de válvula de escape… tal vez tenga que regresar algún día, cuando me traicionen las musas.

Luego, viajando, descubrí que había otros. Viajar debería ser asignatura obligatoria en cualquier escuela, desde chiquitos: sal, conoce mundo, conoce a otras gentes, sé testigo de otras inquietudes, y… ¡descubre que no son tan distintas de las tuyas! La única diferencia que encontré entre las gentes que conocí fuera de mi país y las que me rodeaban en este, era la carencia económica. Eso fue lo que hizo que decidiese conocer desde dentro un mundo que, desde fuera, no me imponía mucho respeto. Yo guardaba demasiadas reservas hacia la supuesta bondad intrínseca de los que se dedican al “tercer sector”. Pero no guardaba reservas hacia mis sentimientos. Así que me largué a Perú durante unos meses, en soledad, para clarificar mis ideas. Estuve de voluntario en una pequeña ONG que prestaba atención a niños en riesgo de exclusión social. Eso dicen: “riesgo de exclusión”. Yo, nada más conocer a aquellos chavales, me pregunté: ¿en riesgo? ¡Pero si estaban totalmente fuera de la sociedad! Y de una sociedad como la peruana. Ni te cuento si aterrizaran en Europa. Ya sabes: los apalearían en las calles con la excusa de que vienen a robarnos. Me gustó la experiencia. Me gustó comunicarme con los niños. Tal vez porque creo que me comprendían mejor que los adultos que había dejado en España. El caso es que disfruté la experiencia. A pesar de que conocí la otra cara de la moneda: jóvenes voluntarios que, con honrosas excepciones, sólo estaban allí para cocinar spaghetti por la noche y regarlos con litros de cerveza local. Al día siguiente, resacosos, rellenaban los documentos que enviarían a sus universidades para que les reconocieran los créditos académicos por su eficiente labor humanitaria. Y esos eran buenos, no te creas. Después he conocido a otros, contratados por la ONU y cosas del estilo, y esos sí que… mejor lo dejo, que forma parte de una futura obra literaria. Y además, en este aspecto sería imprudente e injusto generalizar. El caso es que en Perú recuperé aquel idealismo adolescente que te hace soñar con hacer las cosas mejor, con saber que solos no podemos cambiar el mundo, que te hace soñar con poder mejorar la vida de los demás para estar menos solo. Error. Uno más. Los errores son las únicas medallas que puedo colgarme. Durante este período, se acabaron intensificando mis divergencias con el mundo, ya ves, y eso me llevo a escribir más. 

¿Se parecen en algo el “mundo de las finanzas” y el de la cooperación?

Ambos son mundos que se crean de manera artificial como modo de subsistencia para unos cuantos, con la excusa de facilitar a otros ciertos servicios que supuestamente necesitan. La única diferencia es el beneficiario último de dichos servicios. Los de la cooperación, al menos, orientan su beneficio económico a mejorar la vida de quienes más sufren. Claro, que les benefician con lo que ellos mismos consideran beneficio. Al beneficiario no le preguntan, o le preguntan poco. Igual que la gran empresa, al fin y al cabo. Así que, ya ves, no son tan distintos ambos mundos. Afortunadamente para todos, hay honrosas excepciones.

Tu vida sería diferente sin los viajes y sobre todo sin la experiencia marroquí y boliviana.

Mi vida, sin los viajes… pues no sé qué sería, sinceramente. Desde luego sería algo distinto, quizás más provechoso, pero mucho menos gozoso. Es extraño. Me encanta la vida casi de pueblo, eso de hablar con la joven panadera y desearla en secreto, discutir cuestiones políticas con la quiosquera y pegar la hebra con el camarero de confianza. Pero me acaba asfixiando la monotonía. Necesito salir. Igual que necesito, de vez en cuando, salir de mí mismo, escapar de las cuatro paredes asignadas. Mira, yo era capaz de soportar todo un año de cifras, estadísticas y tácticas de negociación, sólo por poder permitirme el lujo de largarme, durante el preceptivo período vacacional, lo más lejos posible, a encontrar personas que no me recordasen en nada a aquellas que me rodeaban en mi día a día. Luego, de entre los numerosos viajes, están las experiencias plenas de vida: Marruecos y Bolivia. Mi estancia en ambos países ha sido lo suficientemente larga como para que yo mismo llegase a vivir como sus habitantes… bueno, no estrictamente como ellos. Me refiero a que allí viví bajo las mismas condiciones que sus habitantes menos acaudalados, el pueblo llano, o sea. Y eso te da otra perspectiva. Eso te enseña a comprender mejor y no juzgar con presteza y desenfado, que es lo que suele hacer cualquier viajero vacacional cuando regresa a su tierra natal… yo también lo he hecho. Además, en ambos países se han desarrollado los períodos sentimentales más extremos de lo que llevo de vida. Y no creo que sea casualidad. Las casualidades no existen. Lo que se certifica es que viajar es importante, que necesito viajar para vivir esas sensaciones extremas que, aquí, quieto, varado en el fondeadero provinciano de la propia ciudad, sencillamente no se darían. Así que, ya digo, las experiencias en ambos países han sido lo suficientemente ricas como para reordenar ciertos aspectos de mi personalidad. Uno ya tiene una edad, pero se sigue contradiciendo, y eso es fascinante. En mi caso, fascinante y necesario. El día que no me contradiga… ¡miedo me da! Y tanto Marruecos como Bolivia son dos de los grandes artífices de mis mayores contradicciones. Forman parte de mí. No me refiero a los países, ese ente abstracto. Me refiero a sus gentes. Los países no existen.

Con esa vinculación tan fuerte con Marruecos, resulta lógico que dieran a luz tu novela Los Cuadernos del Hafa . En ella te desprendes de los tópicos y nos muestras un Marruecos inédito de la mano de personajes tales como William Burroughs o Brian Jones, todo ello escrito con ese estilo tuyo que parece beber mucho de la poesía.

En Los Cuadernos del Hafa tuve la oportunidad de volcar varias de mis obsesiones referentes al país vecino y a mi excesiva mitomanía. Por una parte, utilizar la literatura para desmontar tópicos y clichés de esos que tanto gustan a los touroperadores y a sus clientes. Poder desgarrar ciertos velos tan opresivos como los que se ven forzadas a vestir algunas mujeres marroquíes. Me refiero a los que ocultan a todo un pueblo y le impiden ser comprendido… los tópicos, los clichés. Los comentarios generales sobre Marruecos son insoportables, además de deleznables. Por otra parte, relativo a esa mitomanía que comentaba, urdí un juego literario en el que hacía regresar a la vida a personajes clave de la cultura pop del pasado siglo, como William S. Burroughs, Brian Jones y muchos otros que, a pesar de su intensa conexión con Marruecos, están en las antípodas de lo que cualquiera poco informado podría considerar, a día de hoy, parte de la cultura de aquel país. Y por último di rienda suelta a mi obsesión por el erotismo, el amor carnal, libre de cadenas… el amor, o sea, en su único sentido. Lo del amor filial y entre amigos… eso son cosas distintas. Aún hay palabras que los diccionarios confunden. Deberíamos subvertir ciertas definiciones. Los escritores deberíamos estar obligados a hacerlo. Y una de esas definiciones es la de la palabra amor. Porque el amor es piel o no es. El caso es que Los Cuadernos del Hafa ha cosechado críticas sorprendentemente positivas y, lo más importante, una rica diversidad de lecturas. Hay quien lo considera una apología de las drogas. Otros aseguran que es un libro de viajes. No pocos dicen que se trata de un volumen que bascula entre lo poético y lo obsceno. Incluso hay quien se ha atrevido a decir que con este libro he logrado ser, junto con Mohamed Chukri, quien mejor ha expresado la realidad marroquí… ¡casi nada! Pero lo que más me satisface es que todos los lectores que me han transmitido su opinión aseguran haber descubierto en los Cuadernos del Hafa un caleidoscopio literario de gran riqueza. Y es importante porque es lo que intenté: jugar con la palabra para mejor poder jugar a los sentimientos. O sea que, aunque pierda lectores, aviso que no es un libro de viajes por Marruecos. Prefiero considerarlo un viaje en sí mismo. Y en el plano apologético, esos que hablan de las drogas… todavía hay quien se asusta con estas cosas… si de algo es apología este libro es del amor. Lo de las drogas es accidental.

Al leer tu prosa, además de la poesía, uno parece sentir una estrecha vinculación del autor con el adjetivo.

Sí. Y es algo por lo que no pocos me critican. Vivimos tiempos de etiquetas e uniformidades, y sé que mi escritura habita en las antípodas de todo lo enseñado en los cada vez más numerosos cursos de escritura creativa. No estoy en contra de dichos cursos, no se me malinterprete. Pero intuyo que sólo esconden lo mismo que cualquier tipo de enseñanza: la búsqueda de una uniformidad que conduzca al éxito comercial. Mi querencia por el adjetivo, evidentemente, no se encuentra en ningún temario de dichos cursos, y procede de la obsesiva búsqueda de la exactitud y del amor por la palabra. La lengua que compartimos es demasiado rica como para pretender encerrarla tras los barrotes de la frase corta y la ausencia de adjetivos. Prefiero dejarla que fluya con libertad y que juegue con ella misma, con sus significados, descubriendo en los adjetivos imágenes, metáforas, ritmos que me ayuden a seguir sorprendiéndome con la belleza de la lengua. No es algo buscado. Surge de manera natural. Para mí, la literatura es juego o no es. Y el adjetivo me ayuda a jugar… aunque se me siga criticando por ello. Me pregunto si los que lo hacen han leído a Francisco Umbral, por ejemplo, y si critican igualmente su adjetivación literaria. Y no pretendo con esto ponerme a su altura… necesitaría varias vidas para acercarme siquiera.

Volviendo a Marruecos, parece que siempre hemos tenido una relación ambigua con nuestros vecinos. Desde España siempre se le ha mirado con una cierta desconfianza, desinterés y por qué no decirlo, complejo de superioridad, sin embargo no paramos de visitarlo.

Tengo que contradecirte. Creo que en la relación con Marruecos, el principal sentimiento que se evidencia por nuestra parte es el de inferioridad. La desconfianza o el desinterés a la que aludes sólo pueden surgir cuando se enfrenta la mirada a algo que no se comprende ni se quiere comprender. Ahí surge la evidencia de la inferioridad, que para salvaguardarse de la burla se disfraza de lo contrario. Ante la falta de argumentos nada mejor que argumentar una superioridad que no existe. Esto, al español, tan profundamente provinciano, es algo que le persigue desde sus orígenes. Es más fácil cacarear sobre aquel imperio en que no se ponía el sol que reflexionar sobre los siglos de dominación que hemos tenido la fortuna de “sufrir”, por parte de numerosas civilizaciones y culturas. Y entre ellas, la musulmana es la más fuerte, por tiempo y por intensidad. Todo esto ya lo explicó (y sigue haciéndolo) Juan Goytisolo, en su magnífica obra literaria y periodística. Reivindicación del conde don Julián y Juan sin Tierra son los dos ejemplos más claros de ese provincianismo hispano del que hablaba anteriormente, en lo que a la relación con el país vecino atañe. Y Goytisolo se revuelve contra ello con una mordacidad y un lirismo sin parangón en la historia de nuestra literatura. Como en la magistral Makbara, la prueba de que la única manera de abandonar ese complejo de inferioridad disfrazado de lo contrario es alimentar la curiosidad, enfrentar la mirada extraña, extranjera, sin miedo a que lo descubierto cambie para siempre nuestra forma de sentir la vida.

¿Se puede ser marroquí, vivir en Marruecos y ser un escritor libre?

¿Se puede ser español, vivir en España y ser un escritor libre? Sé a lo que te refieres. A lo que nos llega, a lo que forma parte de ese sentimiento de inferioridad disfrazado de superioridad del que hablaba antes. En Marruecos no se puede escribir contra el gobierno, ni contra la religión… esas cosas. Pero… ¿y en España? ¿Se puede escribir contra la monarquía, contra la iglesia, contra los gobernantes… contra los futbolistas? ¿Existe un periodismo libre en España? No. ¿En Marruecos? Igual. ¿Existe una literatura libre en España? Sí. Pero ya se encargan los “mercados” de que no sea leída. Fíjate si será libre que nadie sabe que existe. ¿Y existe una literatura libre en Marruecos? Sí, totalmente. En la actualidad, hay un impulso poético, literario, creativo, en Marruecos, verdaderamente apasionante. Pero igual en España. Por contraposición, tenemos bien asimilada la cultura de lo inculto y el todo vale con tal de que proporcione beneficio económico. El éxito es la ganancia. Y no podemos ignorar que España se ha empeñado a fondo en vender al pueblo marroquí la moto gripada del éxito y de la libertad. Utilizaré de nuevo la figura de mi admirado Goytisolo para ejemplificar todo esto. Él lleva gran parte de su vida radicado en Marrakech, escribiendo, y sin sufrir por ello ningún tipo de recriminación o censura, ni a un lado ni a otro del Estrecho. Claro, que Goytisolo ya tiene una edad avanzada, y también forman parte de nuestra cultura el agasajo, el boato, el reconocimiento a aquel a quien se ninguneó durante demasiado tiempo. O sea, lo que decía anteriormente. En España sólo existe una inculta cultura oficial. Lo demás se esconde, se ningunea, se vilipendia. Y, de tanto en tanto, se da un premio a alguien que realmente lo merece, se hacen lecturas públicas de El Quijote y cosas así, para mantener resplandeciente esa apócrifa fachada de país culto. Estoy seguro de que Goytisolo hubiese preferido no tener que marcharse de su país, tan joven, debido al acoso a que se veía sometido. Así que vivimos en el cliché… un marroquí que viva en Marruecos no puede escribir contra la monarquía alauita, de acuerdo. Si la ataca sufre su acoso. Pero, de paso, aparece en la prensa occidental, que se regodea de lo libre que es Europa y lo cerril que es Marruecos. Al menos así, acabamos leyendo aquí a quienes allí son vilipendiados. Tal vez no sea un mal comienzo.

Hablemos ahora de tus otras facetas literarias, has colaborado en varias antologías. En ellas has escrito poemas y también te has sumergido dentro de la figura de Céline, un escritor que siempre puede quemar al que se le acerca.  

Sí, he colaborado en varias antologías. No en todas las que me han propuesto, sólo en las que me han interesado más. Le tengo especial cariño a mis colaboraciones en Vinalia Trippers, el fanzine de literatura underground más longevo del país. También a mi primera colaboración en una antología poética, Erosionados, que giraba alrededor de uno de mis temas fetiche: el erotismo. La antología la coordinó una de las poetas actuales que más admiro, Adriana Bañares, lo cual la hace doblemente querida. Con LeTour 1987, un proyecto editorial delicioso, colaboré en Hey Bob!, homenaje literario a Bob Dylan… antes de que le otorgasen el Nobel de Literatura. Muy feliz con esa colaboración, la música es otra de mis obsesiones. Y luego está El Descrédito, una antología en homenaje a Louis-Ferdinand Céline, que está entre mis preferidas porque fue un acto de valentía total, tanto por parte de los antólogos y los autores como del editor, Ricardo Moreno, responsable de Ediciones Lupercalia. Por más que lo intenten las fuerzas de lo políticamente correcto, Céline no podrá ser ignorado. Es uno de los grandes literatos de la Historia. Pero parece que, a día de hoy, importa más su posiblemente execrable personalidad que su magnífica obra. Me temo que vivimos tiempos demasiado confusos. Bajo la apariencia de reivindicación de grupos oprimidos, ya sean sexuales, étnicos, religiosos, caminamos hacia una nueva uniformidad en que se olvidan los valores artísticos para centrarse en las cualidades personales del artista. Si un literato menosprecia a la mujer en su obra, por ejemplo, se ignora su calidad artística y se destroza, no sólo al autor sino a la obra, independientemente de su valía puramente literaria. Crítica literaria feminista, lo llaman. Sinceramente, no lo entiendo. Podrían llamarlo crítica feminista, sin más. Eso sí lo comprendería e incluso, tal vez, lo aplaudiría. Cuando pienso en todo este clima beligerante que nos rodea a día de hoy, no puedo evitar recordar la fatwa contra Salman Rushdie. Al fin y al cabo el ayatolá Jomeini estaba haciendo una crítica literaria islámica de Los versos satánicos. Sin entrar en pormenores ni análisis, es evidente que en el caso de Céline ha pasado a la historia como colaboracionista nazi. Pero a mí lo que me interesa de Céline es su Literatura, no su persona. Si tuviésemos que valorar a los grandes escritores que ha dado la humanidad por sus cualidades personales quedarían muy pocos a salvo, sinceramente. Y lo peligroso es que llevemos a cabo esa purga y acabemos quemando sus obras literarias como sí hicieron los nazis con las de aquellos que no comulgaban con su ideario. El caso es que disfruté mucho reivindicando la obra de Céline, fuera de su supuesto malditismo. El malditismo es una etiqueta, una más. Ningún escritor pretende ser “maldito”. Los escritores queremos poder vivir de nuestro trabajo, y que se nos lea. Los malditos son quienes les obligan a malvivir alcoholizándose… o uniéndose a las fuerzas de ocupación nazi para no sucumbir a la miseria.

Tú última novela lleva por título ‘Madrid-Cochabamba’ y la has escrito a cuatro manos con el escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot. ¿Qué se encontrará el lector en esta obra?

Madrid-Cochabamba, más que una novela, es un conjunto emocional de crónicas urbanas que entrelaza dos ciudades a través de temas comunes a la vida en cualquier urbe: drogas, música, alcoholes, comida, amores, muertes… todo ello con un feroz cariz autobiográfico. El resultado final se asemeja el plano sentimental de una gran ciudad, con todo lo que de desdicha y desastre hay en ellas. De ahí el subtítulo, “cartografía del desastre”. Es un libro amargo, duro, áspero en ocasiones, pero de una extraña belleza. Si de algo estamos orgullosos, Claudio y yo, es de haber logrado plasmar en sus páginas la belleza del barro, esa que a ambos nos es tan querida. Ya comenté antes algo de la parte que me ocupa del libro, la transcripción literaria de aquel Madrid que ya no existe. Y el libro, que se ha publicado en Bolivia y en España, está teniendo muy buena acogida, no sólo en ambos países, sino en otros muchos de América del Sur. El juego de espejos en que se confunden los relatos de Claudio y los míos dan vida a una obra que admite diversas lecturas, pero que mantiene una integridad sorprendente. El prólogo del libro lo firma Miguel Sánchez-Ostiz, un alquimista de la palabra como pocos ha dado este país, un literato a reivindicar siempre… puedes imaginar la emoción que provoca que él firme ese prólogo. Y mejor sus palabras que las mías, para resumir. Escribe Miguel, sobre Madrid-Cochabamba, que el libro “invita al viaje de ida y vuelta, al viaje en la geografía y al de la memoria”, que es “una crónica de la memoria y de dos ciudades muy distintas que tiene el poder de la escritura a caño abierto, sin contemplaciones, sin amo.” Algo así… ¿qué más puedo añadir? 

Entre escribir tú solo y  hacerlo a cuatro manos habrá ventajas y desventajas.

La principal ventaja es la de haber podido conocer a uno de los literatos de mayor talla artística, humana y literaria, que ha dado América del Sur. Claudio es un verdadero coloso cuya grandeza intentan ocultar, para variar, los poderes fácticos. A Claudio, tarde o temprano, se le reconocerá su titánica grandeza… aún creo en la justicia poética. Allá es reverenciado y también vilipendiado. Acá, para variar, es ignorado. Acá estamos muy preocupados mirándonos el ombligo como para saltar el charco con alguna intencionalidad más allá de la de hacer turismo o forrarnos a costa de aquellos pueblos.

Desventaja de escribir a cuatro manos, para mí, ninguna. Hay colegas del mundo literario que me advertían de la posibilidad de desvirtuar mi obra al publicar junto a otro autor. Allá cada uno con sus aspiraciones y deseos de transcendencia. Ya he dicho antes que comprendo la literatura como un juego, uno de los más deliciosos que conozco, junto al del amor. Y yo he tenido la suerte de jugar con Claudio en un largo, pausado e intenso coito literario. Así que ninguna desventaja, insisto. Es cierto que el libro podría ser dos libros distintos, independientes. Pero la unión de ambos da un volumen de mayor riqueza, y yo ahora sería incapaz de encontrar el sentido a que los textos de Claudio y los míos se leyesen por separado.

Háblanos más de Claudio Ferrufino-Coqueugniot.

Del Claudio escritor… bueno, antes de eso… el Claudio persona. Una de las personas más generosas que he conocido. Y todo eso tiene que ver mucho con su literatura. Porque hay que ser muy generoso para regalar textos como los suyos al lector. Claudio es un titán, no sólo de la palabra, sino del acto creativo, de la cultura. Su escritura es la escritura total. Nadie como él, que yo conozca, subvierte las normas y géneros para dar a luz textos a los que no te cansas de regresar una y otra vez. Su curiosidad es insaciable, su capacidad de juego memorable. A Claudio lo descubrí porque alguien, en Bolivia, aseguró que era el Henry Miller boliviano. No me suelen gustar este tipo de comparaciones, porque estrechan y etiquetan de alguna manera. Pero es cierto que hay mucho Miller en la escritura de Claudio, porque él, como el autor norteamericano, toma entre sus manos la propia vida para volcarla en el papel de la única manera posible: forzándola, violentándola, violándola, exagerándola hasta que sea más real que la cierta. Claudio, como Miller, consigue reconciliar al lector con la vida, y pocos autores son capaces de hacer esto. A Claudio no se le puede explicar. Podría hablar de los premios que ha cosechado y ese tipo de cosas, que siempre parece que dan relumbrón, pero no me parece importante. A Claudio hay que leerlo, nada más. He escrito mucho sobre él y su literatura, pero siempre me quedo corto. Algún día tengo que escribirle a Claudio la novela de su arte y su persona, la novela que merece… es para mí una obligación moral y una necesidad vital… llegará.

Claudio le mete mucha caña a Evo Morales.

Claudio es uno de esos literatos que no pueden escribir con libertad en su propio país. Él vive en los Estados Unidos, y cada vez que regresa a Bolivia pone en juego su libertad. Las autoridades le tienen “tomadas las medidas”. Algo del estilo a lo que aludíamos antes hablando de Marruecos. La razón: más de lo mismo. Claudio no se doblega ante los dictados sociopolíticos. Claudio no retrata Bolivia como el paraíso indígena que nos pretenden vender sus gobernantes mientras condenan al propio indígena a una vida de miseria y se llenan los bolsillos con el producto de su esfuerzo. Claudio es ingobernable y tuvo la lucidez suficiente para ver, antes que muchos, la desgracia que acarrearía la entrega del poder absoluto que hoy ostenta Evo Morales. Desde aquí, desde España, desde cierto izquierdismo poco reflexivo e informado, está muy bien eso de reivindicar el socialismo bolivariano, admirar la lucha indígena de Morales, su campaña de nacionalizaciones para construir una nación libre de las fuerzas opresoras de Occidente. Desde aquí, ya digo, es fácil. Más fácil incluso si esa defensa se hace en la barra del bar, tras la manifestación de turno en defensa de los pueblos indígenas, por ejemplo. Pero te aseguro que lo de Morales tiene poco o nada de socialismo. Ya lo he explicado en numerosas ocasiones.

Creo que el inicio de su “reinado” fue muy positivo para el país, necesario incluso. A partir de ahí llegó la ceguera del poder y el enriquecimiento malsano. Un país en que a los mejores de entre sus estudiantes hay que explicarles, cuando tienen 17 años, el concepto geográfico de país, y mostrarles en un mapa dónde se encuentra Bolivia, poco de socialista tiene. El socialismo ha de sustentarse en la educación, entre otras cosas. Y sé de lo que hablo cuando digo que si lo de aquí, en ese aspecto, da miedo, lo de allí es terrorífico. He pasado más de dos años rodeado de niños que tenían que trabajar en las calles para poder mantener a su familia. Eso no lo ha cambiado el gobierno de Morales, al contrario. Ni eso, ni el proporcionarles la educación adecuada para que el día de mañana puedan llevar el país hacia delante. El fracaso educacional es el primer síntoma de la decadencia de cualquier nación. Pero aquí nos estamos empleando a fondo para situarnos al nivel boliviano, quede claro. Hablaba antes de las adulaciones hacia el gobierno de Morales por parte de cierto izquierdismo. Pero si pensamos en la derecha española… la misma que denigra aquellos populismos americanos mientras hace lo posible por conducir nuestro futuro al mismo callejón sin salida del vacío educativo. A mí me duele mucho Bolivia. Me duele mucho comprobar cómo se ha jugado con las esperanzas de los más desfavorecidos, me escuece saber que quienes podían haber puesto fin a años de explotación y expolio perpetúan el mismo, mientras enardecen a la población hambrienta clamando consignas contra el colonizador español… ¡todavía!, más de 500 años después. Y si a mí me duele, cuánto más no le dolerá a Claudio. Por eso él clama, con toda la demoledora lucidez de su prosa, contra este nuevo dictador disfrazado de libertador indígena. A ver cuándo comienzan a clamar aquí los escritores reverenciados, esos que pueden vivir de sus letras. Claudio lo hace porque es honesto y no tiene amo ni sueldo por su escritura. Aquí creo que pocos van a siquiera intentar desoír la voz de su amo sabiendo que así arriesgarán su economía. Lo comprendo, pero que luego no den clases de moral… así serían más tolerables. 

Cambiemos de tercio y hablemos ahora de música y fotografía las cuales juegan un papel muy importante en tu vida.  
Supongo que ambos, como la literatura, surgen para explicar mejor mi discordancia con el mundo que me ha tocado vivir. Pero hay diferencias entre ambas disciplinas artísticas. En la música no paso de ser un mero oyente, alguien que disfruta de manera absoluta con la escucha. Intenté, de adolescente, aprender a tocar la guitarra, pero ni modo. No era lo mío. Lo asimilé rápido. Siempre he tenido claro que para algunas cosas ni sirvo, ni me merece la pena intentar servir. Prefiero dedicarme a lo que sé que puedo hacer de una forma al menos decente. Quizás por eso me obsesiona que mi literatura tenga una cierta musicalidad. Como no sé hacer música con ningún instrumento, intento hacerla con las palabras. La fotografía es algo distinto. No me considero fotógrafo, por supuesto, pero creo que el ser tan voyeur como yo lo soy, tiene sus ventajas. Me gusta mucho mirar. Me encanta mirar. Y eso me ha permitido educar en cierto modo la mirada. Lo suficiente como para poder captar con una fotografía ese momento que no deseo regalar al olvido. Y hacerlo de una manera más o menos decente. O sea, igual que la literatura.

La fotografía me permite captar ese momento en que se hace más evidente mi discordancia con el mundo. Antes le dedicaba más tiempo. Pero es que yo en eso soy autodidacta, y aprendí con carrete fotográfico, químicos y cubetas, en mi propio laboratorio. Llegó lo digital y se convirtió en un auténtico infierno el poder continuar con la fotografía. Lo digital me da pereza, creo que las reglas de su juego son demasiado estrictas. Igual que con la literatura, con la fotografía me gusta jugar. No sólo el momento, la instantánea, sino también el cuarto oscuro… esa magia… esa magia se pierde frente a la pantalla del ordenador, pierdo el sentido de juego y supongo que me aburro. Sé que me equivoco, que todo es cuestión de aprender los nuevos lenguajes… pero me aburre, no puedo evitarlo.   

Le has dado también a los guiones colaborando en el documental Geografía del Esplendor que homenajea al inclasificable grupo liderado por Arturo Lanz. 

Tuve la suerte de conocer a José Ramón da Cruz mientras vivía en Bolivia, al saber de una película que él había dirigido: Tangernación. Resulta que su película era como un traslado a imágenes de mis Cuadernos del Hafa. Pareciera que los dos anduviésemos indagando en la experiencia vital de William S. Burroughs a su paso por Tánger. Demasiado en común. Entonces comenzamos a escribirnos a través de las redes y a mi regreso a España pudimos conocernos y enseguida comenzamos a colaborar. Fue uno de esos flechazos creativos inmediatos. Hace apenas un año, él mismo realizó un cortometraje documental inspirado en Madrid-Cochabamba, en que fui copartícipe en el guion. Y casi a la par nos embarcamos un la fascinante aventura de Geometría del esplendor. Narrar la historia de un grupo pionero en la música industrial como fue Esplendor Geométrico nos apeteció. Por lo arriesgado y extremo de la propuesta sonora del grupo. Por su feroz independencia y su longevidad al margen de modas y mercados. Porque Esplendor Geométrico son una prueba viva de lo poco que cuidamos en este país las apuestas artísticas más jugosas.

Esplendor Geométrico son reconocidos en medio mundo como pilar imprescindible en el desarrollo de la escena industrial. Pero en España, su impacto es mínimo. Una vez más nuestro contradictorio provincianismo. En este país sólo se aplaude lo propio cuando se trata de festejos retrógrados, comida o deportes… sí, deportistas sí, aunque jueguen al bádminton, que vete tú a saber qué es eso… el caso es que si una española gana una medalla olímpica jugando al bádminton ocupa portadas de periódicos y espacio en los noticiarios, pero si un músico español llena pabellones en Japón, por ejemplo, a nadie le interesa. El caso es que hemos finalizado un documental que rompe con los registros habituales del género, una propuesta radical, muy en la línea de la música de Esplendor Geométrico, y estamos muy orgullosos. Ha sido seleccionado a concurso en el Festival In-Edit, uno de los más reconocidos a nivel internacional en cuanto a documentales musicales, y eso ya es un logro. Confiemos en que tenga buen recorrido, y al menos, puedan disfrutarlo quienes estén interesados. 

¿Se puede hablar de tu siguiente novela?

Actualmente tengo varios proyectos en marcha. El más definido, y al que guardo un muy especial cariño, es Breve Historia del Circo. Se trata de una suerte de dietario en que se unen el verso, la prosa poética y un buen puñado de fotografías. Es un resumen de los más de dos años que pasé en Bolivia, con el sexo, la paternidad, la sensación de desarraigo y mi experiencia dirigiendo una ONG como hilos argumentales. Digo dietario, pero Vicente Muñoz Álvarez, escritor al que admiro y que he tenido el honor de que prologue la obra, hace referencia, en dicho prólogo,  a lo mucho que se aproxima mi Breve Historia del Circo a las novelas vivenciales de Henry Miller… puedes imaginar que si ya le tenía cariño al volumen, con esto… ¡Miller, ni más ni menos! Henry Miller es Dios, así, con mayúsculas. El caso es que si no hay ninguna incidencia verá la luz en la primera mitad del año próximo, de la mano de Chamán Ediciones, uno de los proyectos editoriales más seductores y apetitosos que han visto la luz en los últimos tiempos. Una editorial con unos editores dedicados plenamente a su labor, y con muy buen gusto. Aunque te extrañe, hoy en día, con tantísima editorial, algo así no es habitual. Hay más cosas, otros proyectos pero… aún queda definirlos bien.

También sostienes dos blogs.

Sí. Comencé el primero, Postales desde el Hafa, con la intención de  dar algo de publicidad a Los Cuadernos del Hafa, poco antes de publicarlo. Luego comenzó a crecer. Enseguida me olvidé del libro, y comencé a escribir de forma desaforada en el blog, y con un ritmo algo desmesurado… tanto que cuando marché a Bolivia, aun sabiendo que mi tiempo de escritura iba a verse sensiblemente reducido, decidí abrir otro: Vislumbres de El Dorado. En este pretendía dar pinceladas de mi experiencia boliviana y, al contrario que Postales, que tiene un estilo ya muy definido, y exclusivamente en prosa, aquí me atreví incluso con la poesía. Lo digo desde el más absoluto respeto. No me considero poeta. La poesía es algo demasiado grande. No sé cómo hay tantos, hoy en día, que se atreven a asegurar que escriben poesía. España, a día de hoy, parece un país de poetas… ¡qué desatino!  Yo no escribo poesía. No sé, no puedo, no alcanzo, que quede claro. Yo sólo intento, trazo, esbozo… tal vez algún día. Respecto a mis blogs, en la actualidad lo mejor es que “me estoy quitando”. He conseguido bajar el ritmo, y en Vislumbres dejar de mirarme el ombligo y dar cabida a las letras de otros… que merecen más la pena que las mías. En cualquier caso, y ocurra lo que ocurra con ellos, estoy muy satisfecho. Los blogs me han logrado un número de lectores asiduos que valoran mi escritura a través de ellos. Claro que si el mismo número de personas que leen mis blogs comprasen mis libros… ¡nadie se atrevería a decir que soy un escritor “maldito”! Pero insisto, lo importante es que son una buena herramienta, para llegar al lector y para seguir jugando con las palabras. 

Dices en uno de tus blogs que no sueles responder a los comentarios de los lectores. Sabemos que no es indiferencia, si no tu política bloguera.

En Postales opino sobre muchas cosas. Y lo hago con mis contradicciones a cuestas. Así que no pretendo sentar cátedra sobre nada. Sólo opino, y en muchos casos simplemente dejo cuestiones abiertas. Estaría muy mal por mi parte responder comentarios de los lectores que, en ocasiones, opinan también, tanto si están de acuerdo conmigo como si no. Mi labor, como escritor, es escribir. Por supuesto, agradezco enormemente la lectura de lo que escribo. Pero de ahí no paso. No soy maestro de nada ni de nadie, y contestar a los comentarios de los lectores creo que sería, en cierto modo, afianzar mi opinión y coartar la del lector. Me parece una falta de educación responder, ni siquiera agradeciendo. Soy lector, por encima de todo, y cuando elogio a un autor no lo hago para que este reconozca o agradezca mi elogio, ni por afán de protagonismo. Lo hago por necesidad y justicia poética. Entiendo que tengo lectores inteligentes que me leen y si les gusta lo expresan porque sienten la necesidad de hacerlo, no para encontrar mi agradecimiento que, al fin y al cabo, no sirve para nada. 

Hace poco te lamentabas precisamente en uno de tus blogs del arduo camino que debe recorrer el escritor por descubrir para lograr que le publiquen.

Es tremendamente difícil que te publiquen, eso es cierto. Pero es casi peor después. Ya “estás” publicado. Tu libro ya es una realidad. ¡Genial! ¡Qué emoción! ¡Qué maravilla! Pero… ¿alguien se ha enterado de que tu libro existe? ¿Hay manera de que lleguen al lector los motivos por los que un editor ha decidido confiar en tu obra? Pues… preguntémosle al editor… aunque no obtengamos respuesta. O eso, o apartemos nuestra labor, que es escribir, y multipliquémonos en una serie de actividades paralelas de promoción de guerrilla. Y digo de guerrilla porque es una promoción hecha sin medios, sin herramientas más allá de la propia ilusión y empeño en que tus palabras puedan llegar a quien esté interesado en leerlas. Y hablo sólo de que el libro pueda “moverse”.

El tema económico ni mencionarlo. Si alguien pretende vivir de la escritura… bueno, quizás tenga suerte… tal vez sea fácil si, además de escritor, tiene capacidad para diseñar todo un plan de promoción y comercialización digno de un solvente empresario. Y el tema de que mis libros funcionen casi mejor fuera que dentro de España… da que pensar. Es volver al pesimismo por el infame nivel cultural al que están situando este país. O evitar el pesimismo y comenzar a pensar en autopromocionarte fuera. O buscar en otros países más “despiertos” las oportunidades que ya no existen en este, tan herido de somnolencia. Es difícil que te publiquen y es difícil que te lean. A los escritores sólo nos queda seguir cumpliendo con nuestra labor, porque la necesitamos, al menos yo, que tengo que seguir indagando en mis divergencias con el mundo que me rodea. Nos queda eso y, por supuesto, valorar nuestra obra, no malbaratarla sólo por poder verla en papel en la estantería del salón de casa para enseñársela a los amigos y familiares como si fuese un trofeo de caza.

Es eso, para publicar y dar a conocer la obra de uno, parece que a día de hoy las redes sociales son imprescindibles. No obstante, da la sensación de que ahora hay un problema de congestión, es decir hay tanta gente publicando y posteando que escribir en Internet no le garantiza a nadie que lo vayan a leer más. El problema de la visibilidad del escritor en ciernes sigue estando ahí.

Vivimos una avalancha de información desmesurada, y pocos son capaces de encontrar el modo de no atragantarse con todo esto. Publicar escritos en Facebook y obtener un puñado de “me gusta” no es sinónimo de nada. Ni de valía, ni de reconocimiento, ni siquiera de que quienes le dan al famoso “me gusta” te hayan leído. Lo de las redes sociales, al menos en mi caso, es más ya una manera de agradecer y hacer justicia a aquellos lectores que sabes que sí te leen. El resto es figurar, aparentar, parecer que… ese gigantesco festival de horrores con que nos tienen engañados. La visibilidad del escritor debería procurársela el editor… no vamos a soñar ya con mecenas ni cosas por el estilo, pero sí, al menos, el editor, que esa es su labor. El escritor tiene suficiente con escribir. Lamentablemente, esa presencia en internet por parte de los autores, ha sido contraproducente para su propia carrera literaria… porque les estamos ahorrando trabajo a los editores, a la vez que les facilitamos sus ganancias… que no las nuestras, porque como decía, lo que se escribe en internet, en blogs, es gratis, y si todos los del “me gusta” comprasen el libro sería muy distinto. Soñemos al menos, los escritores, con que el “me gusta” es sincero. A día de hoy eso sería maravilloso. 

Los escritores famosos suelen tener a alguien que les lleva las redes sociales, otros lo aceptan como una parte de su trabajo. Leyéndote parece claro que defiendes la teoría de que las redes sociales no debería ser tarea del escritor.

Escribir no es una labor tan fácil como piensan algunos. No se trata de sentarte frente al teclado y pasar el rato. Lamentablemente, ahora, más con las políticas “culturales” absolutamente retrógradas impuestas en este país, la sociedad ha llegado a la conclusión de que el único trabajo que ha de ser considerado como tal es el que rinde cuantiosos dividendos económicos. Hubo un tiempo en que el escritor, el pintor, el escultor, el cineasta, el artista en general, era modelo a seguir, y su trabajo se encontraba entre los más respetados. A día de hoy el modelo a seguir es el ladrón, o el gran empresario, que es casi lo mismo… o, si me apuras, el futbolista de éxito (el que maneja cifras económicas absolutamente pornográficas) o el paria que sale en televisión para hacer fortuna mostrando al televidente sus miserias. Ya sabes: la fama, el dinero. Esos son los modelos, y quien escribe tiene que escuchar a menudo, en ocasiones de personas supuestamente cultas y educadas, eso de “¡además querrás ganar mucho dinero haciendo lo que te gusta!”. De ahí al “¿por qué habría que pagarte por hacer lo que te gusta?” hay sólo un paso.

Pero volviendo a la pregunta: el escritor debería escribir. Las redes que las muevan quienes se lucran de su obra. Pero claro, eres consciente de que hoy, si no estás en las redes sociales, simplemente no estás. Y, además, no puedo negar que es en dichas redes donde se dan encuentros casi milagrosos, por lo inesperado, con lectores y autores que nos permiten seguir jugando con las palabras. Si alguno de mis editores hubiese llevado mis redes sociales, dudo que me hubiese informado de las opiniones que, de tanto en tanto, me llegan de lectores que descubro dichas redes. Así que el tema es complejo. Y, al menos a día de hoy, yo no tengo respuestas. Creo que aunque me moviesen otros las redes sociales, me gustaría estar al tanto de lo que ocurre en ellas, conocer de primera mano las afinidades que surgen, comunicarme con aquellos con los que se establece un contacto emocional inmediato, casi un enamoramiento mutuo… fíjate, de no ser por las redes sociales no hubiese conocido a Claudio, por ejemplo… ¿cómo voy a proclamar que no debo utilizarlas? Sería estúpido por mi parte.


Y todo este follón de la escritura para decir algo de lo que no se está seguro si sirve para algo, viejo dilema del escritor y del arte. A este respecto, has llegado a decir que escribir hoy, puede ser tanto un acto terapéutico como suicida.

Sí, y me reafirmo. Como decía: escribo porque hay evidencias de un desarreglo entre el mundo y uno mismo, y la escritura me ayuda como si fuese el psicoanalista que no tengo. Nada más. Y es suicida porque, como con un psicoanalista, normalmente sólo se consigue alargar la terapia y se pierde… en aquel caso, dinero… y en la escritura se puede perder tiempo, calma, y en ocasiones cosas incluso más valiosas.

Sin embargo sigues escribiendo, se sigue escribiendo y mucha gente incluido tu sigue creyendo en esto de darle a las teclas. ¿Por qué los escritores no deben rendirse?

Porque existen los lectores. Yo, como lector que soy, no puedo dejar de animar a la escritura. Necesito la escritura de otros. Quiero suponer que alguien habrá que necesite la mía, pero aunque no sea así, yo sí necesito la de los demás. Así que espero que no se rindan.

© Fotos de Pablo Montero.

Publicado por Nuno Cobre @Palmerasmienten

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De LAS PALMERAS MIENTEN (ESPAÑA), 16/11/2016 


Tuesday, November 15, 2016

Trump, los ricos, los banqueros… y los otros/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me senté esta mañana en un Starbucks para tomar mocha caliente con crema. Casi cada lunes lo hago con un ex compañero de trabajo. Primero, luego de la devastadora elección que dejó a Trump con las riendas todas del poder.

El amigo confesó que tanto él como su pareja (afroamericana) votaron por el candidato republicano (un decir, ya que Trump se representa a sí mismo). Viniendo Rodney de Mississippi no resulta extraño. Es un bastión republicano desde siempre y un tradicional enclave racista también. Contó cómo su mujer decidió emigrar a Colorado por la insoportable situación de ser negra en tierra de blancos. Si iban a  un restaurante, los mozos ofrecían el menú pero evitaban el trato con ella. Hablamos de una época post Martin Luther King. A pesar de los inmensos logros que trajeron los años de lucha por los derechos civiles, poco cambió en la idiosincrasia de los lugareños en zonas rurales. Pareciera que Trump les dio voz, una que pronto será desoída de nuevo y a la que mantendrán en distracción  con minucias de chivos expiatorios y perenne imbecilidad.

Dadas las últimas noticias, concordó conmigo que la historia de desencanto terminaría como las anteriores. La Bolsa de valores descendió durante las primeras horas después del resultado electoral. Hoy los banqueros andan de sonrisa y los índices monetarios suben hasta alcanzar alzas récords. Gracias a que el presidente electo ha confirmado detalles de su política monetaria que favorecerá inmensamente a bancos, financieras y ricos. Y si los banqueros hacen Jauja significa que los pobres no; así de simple. Para disimularlo existe una parafernalia de muros, tez oscura, inmigrantes, razas e idiomas. Mientras los buitres de la economía engordan, a los miserables que creyeron en un cambio real se les dará circo, con muertos y semitas devorados por leones.

El odiado Obamacare, hablando de salud pública, parece que no será repelido en su totalidad. Ya los periodistas liberales comentan que quizá se lo mantenga en sus logros y que, cambiándole de nombre, tal vez Trumpcare, embobará a las huestes iletradas de sus votantes que esperan que el hierro se transforme en oro. Siglo XXI y ahí tenemos un gran porcentaje de habitantes del primer mundo que continúa con la mente en oscuridades que se podrían pensar en Papúa pero no aquí. Eso para los que no viven en los Estados Unidos, porque nosotros que para bien y para mal nos acurrucamos en este rincón, sabemos, al leer los mensajes de adultos con la secundaria terminada y a veces con estudios universitarios, que apenas pueden leer y escribir.

Pero es muy fácil embaucar a imbéciles fosilizados en ideas del siglo XIX, que siguen agitando las banderas de la Confederación y que sueñan con la miel color de leche. Demonios que el viento llevará algún día ya para siempre, no como simple historieta de cine clásico.

Pienso en los bolivianos de Virginia y me pregunto, habiéndolos oído en el pasado vilipendiar a la inmigración mexicana, cuántos de ellos votaron por el magnate. Hay una población hispana, latina, latinoamericana, cuya afición y deseo máximo radica en parecerse a los amos cuyas casas limpian, al igual que sus pares mexicanos, y desacreditar a sus hermanos de origen tratando de diferenciarse de ellos a ojos y vista del patronazgo gringo. Si lo sabré.

Gobernará la derecha; por supuesto. La supremacía blanca y los millonarios. Tardará la mersa incongruente e idiota del campo en darse cuenta. Va a ser tarde. La carnada del Otro no ha de eternizarse. Es, como en todo lado, un juego de poderes y riqueza, donde los de abajo, por rubios y pálidos que sean, cuentan como números no como personas. Y la Biblia brillará entre dos fusiles de guerra.

14/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 15/11/20116

Imagen: MAD Magazine

Saturday, November 12, 2016

SO LONG, LEONARD COHEN

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Con Leonard Cohen mueren otra vez mis muertos: Fernando Vargas, en Virginia; Lorca; Janis…

Dos décadas más la mitad en que en un viejo e inmenso Cadillac encaramos a gran velocidad la avenida Constitución del Distrito de Columbia. Era septiembre u octubre, al amanecer. Habíamos devorado las botellas, Rolling Rocks, Budweisers, Michelobs; entonces no existía la moda de las Coronas mexicanas. Eso vino después. Y Guinness, oscura como sangre de negro. En la casetera: So long, Marianne… Íbamos a por putas o por muerte. Salud, Leonard Cohen, éramos jóvenes contigo y aquel otoño no agobiaba como este: las hojas eran rojas y ahora están caídas, raídas, marrones.

Mi hija Aly (Alicia, como su abuela) escribió anoche: “Thank you for being the soundtrack to my most important moments. You will always be my man (…).” Miré las matrioskas que detallan a Lenin, Stalin, Gorbachev, Yeltsin y Putin. Los libros detrás. Me preparaba para salir a la media noche; lo hago cada día. Y cargué con dos discos igual a si cargara revólveres: unos kaluyos de panteón y Leonard Cohen. Pensé en el poder, en la Norteamérica del día y recordé la tibieza triste y fina de Cohen confesando a Janis Joplin lo bien que se sentía, él, un hombre feo, de tener su amor. Dentro del Chelsea no amanece. Los difuntos no buscan luz: escriben poemas, versos y canciones. Y besan. O matan.

Entonces fuimos cuatro: Ronald, Mirella, Fernando y yo. Entre otras cosas y vodkas. La capital sonaba a Cohen y la almohada olía a mujer. Su cabello rubio extendido sobre la almohada como una estrella, o algo así.

Este texto cuesta, es empinado. Empedrado. Camino vecinal. Pesa enterrarse en el polvo. Tanto para decir y la garganta de los dedos se ha secado.

Pasaron ciudades, amigos, trabajos, matrimonios. Leonard Cohen permaneció fiel. Florecieron los cerezos de Washington. La nieve llegaba hasta la rodilla en Denver. La almohada pasó de blonda a pelirroja, la tarde a noche. Suzanne takes you down to her place near the river. Y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río. Ya estás con Lorca, poeta. Take this waltz.

Para los sin dios, como yo, no vale la fábula de la vida eterna. Excepto en días aciagos, como hoy, porque aquellos grandes que siempre te acompañaron no pueden dejarte huérfano. Entonces, en forzada e hipócrita retórica les inventamos a Dios, un paraíso, arroyos y laureles, helechos, manzanos, porque no queremos que se vayan. Demando el Edén para los que no están y he amado, que del infierno me apropio yo; lo pido y me lo quedo.

Tres discos restan en casa, tres de Leonard Cohen. Todavía no los ha raspado ni distorsionado el tiempo. Son recuerdos de mi juventud en Washington DC, esa que bordeaba los treinta y se acostaba con pechos en sube y baja imitando pequeños corazones. Almorzaba con cerveza en los canales de Georgetown, mirando regatas. Descargaba cebollas con negros que antecedieron al rap y que tarareaban el futuro en retazos de blues y motherfuckers. Karen trepa al auto y lo enciende. Le extiendo un casette de Lou Reed. Terminamos observando a oscuras el cielo raso no estrellado. De fondo, una voz ronca recita: First we take Manhattan, then we take Berlin… Me acuerdo.

Cuando nos visitan amigos, ponemos de costumbre canciones de Cohen. Tenemos favoritas, claro. Que se calle el mariachi y no llore la Sandunga, porque canta el canadiense. Escuchen. Si quieres un boxeador, subiré al ring para ti. Por ti. Que se callen la Sandunga y la Llorona que el poeta viste calzones de peleador, y botas rojas estilo Muhamad Alí. Formas y colores del amor, igual a las palabras. Apareceré desnudo con botas rojas, sin botas, sin pies ni brazos. Igual he de abrazarte y cantarte y decirte que el frío en Takoma Park pasea con rastro de fantasma. La vecina observa tus pies elevados por sobre mis hombros desde la ventana. Y sueña.

Quise hacer un homenaje y me salen memorias de escupitajos multicolores, globos de carnaval, redondos y alargados. No veo mejor manera de recordarte sino en las escalinatas de un hotel neoyorquino al lado de una mujer de melancólicos párpados. Sé que te gustaría así, sin apego a la norma y con un vaso de por medio.

Quizá no puedo recitar de memoria ninguna canción tuya completa, pero me las sé todas. Tarareo mal y peor canto. No importa. Decirte que duraste más que la conjunción de mis amores. Eso ya es prueba de fe, porque, además, a diferencia de ellas, o de algunas de ellas, te irás conmigo en la muerte, te llevaré en el fuego. Poseo dos cosas: mis recuerdos y olvido. Ahí perteneces y alrededor danza un festín de mujeres.

Hoy he retornado en las horas hasta veintisiete años atrás. Volver a los veintisiete, y encontrarme ajeno a la simple idea de que mucho después vas a morir. No imaginamos el tiempo pero está, toca, toca las líneas del reloj.

Un Cadillac corre por Constitución vacía en domingo. Lo maneja un esqueleto. Adiós, Marianne, adiós. Hasta luego, Leonard. Letra de tango: en la tarde que en sombras se moría…

Recurro a mi hija buscando el acertijo de la esperanza. Aly habla con Leonard Cohen y le dice: You will always be my man… Luces de bengala.
11/11/16


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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 13/11/2016

Foto de portada: Aix-en-Provence, 1970

Tuesday, November 8, 2016

La narrativa del fin del mundo/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Era Napoleón, fue Hitler, con un descenso abrupto de escalones. Hoy Trump, de boquita alargada como de picaflor inmundo, y una retórica repetitiva, simple, agresiva, mendaz.

Pareciera que las negras naves sobre el Ponto alistan sus números para destruir las murallas de la humanidad, al otro extremo del mar. El mundo como Ilión, superviviente, inexpugnable por eso mismo. Las naves, las naves, no extraña que el camino de la muerte pase por un barquero. Leo, ahora, en Sánchez-Ostiz, sobre los noventa naufragios registrados en la isla de Juan Fernández; en Richard Henry Dana, Jr. (Two Years Before the Mast) acerca de las “centinelas de perro” (dog watch), guardias de cuatro horas divididas en dos, la mitad de una regular, y que aparecen en todo libro de marina; en Jack London. Si en el agua flotaba el verso bíblico, a decir, la vida, también en el líquido reside la muerte. Será el deseo de que ella venga suave, fresca, movediza, como evitando la tragedia de un fin seco, estático.

¿Por qué esta digresión sobre el agua? Porque por encima de ella se levanta esa verde figura de la libertad que embrujó a tanto inmigrante que llegaba a Nueva York. Falta un día para la elección norteamericana y me sorprendo a mí mismo clavado en el televisor, mirando los mapas tecnológicos que dividen estados, condados, en colores rojo y azul. Me gustan, me excitan cuando el encargado de la noticia toca el ecran y postula las mil y una posibilidades que se juegan mañana, no solo aquella de pantalla y dedo donde se anotan preferencias u odios.

Dice la izquierda europea que Clinton es mayor peligro que Trump. Puede ser porque percibo que su posición en política exterior, léase Siria, Iraq, mostrará una dureza que no tuvo su antecesor. En los Estados Unidos los políticos de cualquier bando se dividen en “palomas” y “halcones”; Clinton es una halcón mientras que Trump tan solo un buitre. El carroñero hará lo que sea, dirigido o caprichoso, para ensalzar su figura y solidificar su ganancia. Hay un espacio entre guerrero y comerciante, sin que el primero tenga superioridad moral. El peligro viene de siempre, Estados Unidos es un país peligroso, abusivo, gananciero, atrevido, sí, mas también ingenuo.

De ahí la referencia a Troya y la flota de los argivos. Allí, dos mil años antes del gran romántico, el Cristo, se jugaba el destino del mundo. En este caso hay dos ejércitos que apuntan a la tierra a destruir, lejana y cercana por igual, a cual peor. Sin embargo, observando otros factores no tremendistas, existe la posibilidad de que un gobierno de mujer mejore el panorama, que no se incline por la guerra de los hombres, que preserve e idealice, así fuere en mucho falso, la imagen de un país abierto, demócrata, libre. En ella, Hillary, han puesto esperanzas las minorías que tal vez la lleven a ganar. Pienso en mis hijas y me alegro repetidas veces que no tengan, como yo, que vivir en Bolivia, que estén libres de la nostalgia de una vida y un terruño que no eran ni luminosos ni alegres aunque querramos inventarlos así. Que sueñen, para eso son jóvenes, y que crean que cerrándole el paso al mandril ponzoñoso y republicano, apuestan por vivir.

Pocas horas para quitar el velo del posible fin del mundo. Repito, nunca me preocupé tanto por alguien que se sentara en la Silla. Se debe a mi condición inmigrante, quizá, al feroz impulso de defenderme y pelear por mis casi treinta años de trabajo ante un advenedizo millonario y analfabeto con ansias de devorarme. No a otra cosa, que en documentos poco se diferencia un gringo de otro.

No habrá noche de los cristales rotos acá. Lo aseguramos con votos, así esto sea un intervalo en el viaje hacia el destino, por el río de la duda.

07/11/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 08/11/2016

Imagen: El monje y el diablo, 1512