Thursday, October 27, 2016

DE ABANDONO/Cartas a Elisabeth (1)

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

9 de enero 1986 (22: 45 hrs.)
Vengo de una cena elegante. Estoy asqueado, Elisabeth. Sí, y ebrio de tristeza también.  Mientras miraba aquel mundillo de corbatas y perci­bía el reflejo de los autos nuevos tras las ven­tanas, pensaba; pensaba en el poema de Evtuchenko acerca de las almas gemelas. No lo tengo exacta­mente en la memoria, pero se refería al crimen que significa que, por ejemplo, tú y yo, estemos separados y cada uno por su parte se asfixie en la miseria. Esto mismo de iniciar un diario que nunca has de recibir y que es solamente para ti es absurdo. Te quiero y nuestro amor pende como ahorcado de los reflejos cristalinos de copas que acarician sucias manos.

“Sálveme, Victoria. La sabiduría gubernamen­tal me saca de quicio, el aburrimiento me embria­ga. Si no me ayuda, voy a reventar al margen de todo plan. Si alguien quiere que un soldado es­tire la pata tan desorganizadamente, no será ciertamente usted, Victoria, la novia que nunca será esposa. Ya está ahí el sentimentalismo, pues que se vaya a la madre que...”  ISAAK BABEL.

Cada libro que encuentre hundido en los estan­tes, toda estampilla hermosa que consiga, cada árbol, flor, piedra, niño, color que me impresio­nen los tomaré junto a ti. Nuestra separación física no impedirá que en las noches negras, frías y solitarias como ésta, te lea poemas o te susurre groseras palabras dulces al oído (beso con pasión tu oreja, Elisabeth, succiono tus are­tes)

La máquina de escribir está en la cama. Mi mesa de noche: J.R.R. Tolkien, Isaak Babel, Robert Desnos, León Felipe, Barthes, Grosz, Bakunin, Rimbaud (Une saison en enfer), Baudelaire (Dia­rios íntimos)… un reloj, dos cartas (Colombia, Alemania Federal), una radio, cuatro catálogos fi­latélicos, un pantalón, papeles, un trozo de már­mol (la fábrica)... y Gibrán, seguro.

Te amo Elisabeth como pego la foto de Durruti en mi ropero
Te amo como me desvisto
Como busco con los pies los rincones fríos de mis sábanas
Como acaricio suavemente mi sexo te amo así
Como cuando el agua de ducha toca mi vientre y me descansa
Te amo como aflojo mi cinturón para mostrar­te mi amor
Te amo pensando que el motor que avanza por mi calle eres tú que vienes
Te amo en la frescura de mis lóbulos entre los dedos

He de despertarte si sigo escribiendo. Volveré otro día, amada, querida. Que el sueño ba­je a ti desde las ramas de mis cabellos. Chau…

"Salut à lui, chaque fois
Que chante le coq gaulois.
Ah! je n'aurai, plus d´envie:
Il s'est chargé de ma vie.
Ce charme a pris ậme et corps
Et dispersé les efforts."
ARTHUR RIMBAUD

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Publicado en Revista SIGNO (La Paz)

Imagen: Paul Signac, 1893 

Tuesday, October 25, 2016

Venezuela y el abismo/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo a diario, en Argentina, Brasil, Paraguay y otros, las críticas a los nuevos gobiernos. “Derechistas”, “neoliberales”, etc. Pero nada acerca de quién ha traído a esta gente, fuese cierto o no lo que se dice de ellos, de vuelta al poder. No aparecen por arte de magia; que estuviesen o no agazapados aguardando su oportunidad, tal vez, pero si existe alguna culpa es aquella de los llamados gobernantes “progresistas” cuyo inmenso y desvergonzado robo (en nombre del pueblo) ha obligado el retorno de quienes no son mejores, pero tampoco peores que ellos. Al menos la derecha es franca y se sabe por dónde irá. La mal llamada izquierda, expoliando América Latina por dos décadas ya, excepto Cuba donde se hizo eterna, continúa con su enfermante retórica incluso encima de los despojos causados por su mandato. No se puede concebir que se describa a Evo Morales como puntal de una revolución inexistente. El individuo no pasa de ser un sindicalista cocalero, mañoso y de lleno o de costado narcotraficante, y nunca podría llenar las suelas de tanto sacrificado, o del discurso del sacrificio en este largo genocidio por las causas sociales.

Ayer escuchaba a Capriles, visible cabeza de la oposición venezolana, pedir al ejército que interviniera, que no permitiese el aplastamiento de la constitución. Parece una mala broma que, otra vez, aunque de facto es quien gobierna, demandar  la aparición de la fuerza armada como solución, única, al problema venezolano. La cosa es simple: derrocar a Maduro pasa por las armas, o, si esperamos, pasará por la muerte de muchísimos civiles que posiblemente, debido al número, puedan tirar al piso al régimen tiránico, narco, del “chavismo”, nombre este que desaparecerá de la historia como ya ha desaparecido la bufona figura del comandantico que le dio nombre.

Francisco, papa, no creo que sea interlocutor fiable. El populista de la iglesia (por necesidad institucional) juega inequívoco rol a tiempo de juntarse a la mersa ladrona de la izquierda, no en vano anda en caricias vaticanas con Cristina y con Evo. A su juego los llamaron. Lo digo porque se ha pedido a la no muy santa sede intervenir en conversaciones maduristas y opositoras en Caracas. ¿Discutir, conversar qué? Es claro quién debe salir y quién morir. El chavismo se aferra con uñas y dientes porque las cabezas como Diosdado Cabello saben que de la puerta de palacio irán a dar a las blancas, impolutas y solitarias prisiones federales gringas. Tienen que jugársela. Piden al Vaticano mediar para ganar un tiempo que ya no tienen. Hay que ver si dentro del ejército existen oficiales que no están en la nómina de pago de Nicolás Maduro que se decidan a voltearlo. Hemos retornado a la página en blanco, luego de tanto vano martirio.

Por todo lado se tiran salvavidas para colaborar en el auxilio de la zozobrante izquierda. Santos, de Colombia, los ha tomado como hijos pródigos a cambio quizá de fortuna y, ahora, de un título cuyo peso se perdió hace mucho. Todos pegan el grito ante la presencia de Uribe. Otra vez cabe la pregunta de a quién culpar por el retorno de este personaje sombrío.

Leo un interesante artículo argentino sobre los derechos de la mujer. Avanzo aprobatorio hasta que la periodista muestra las garras, cuando habla de Milagro Sala pidiendo su liberación. Ahí lo dejo, porque de pronto encuentro una voz sesgada y ciega. Esta izquierda que alguna vez fue esnobista e ilusa se ha convertido en pútrida mácula de una inteligencia vendida a cambio de oro. Se fue la gran ilusión, hoy cuenta la plata. ¿De dónde viene la derecha futura? De esta izquierda, de ella; de Kirchner, Chávez, Castro y Morales. De la hez.
24/10/16


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 25/10/2016

Imagen: Caricatura de THE ECONOMIST

Sunday, October 23, 2016

Dylanesque

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Acabo de engullir un albaricoque en almíbar venido de Turquía. Pan negro cubierto de semillas, café y mantequilla. Qué más literario que eso. Noche, además, de otoño en Aurora. Las hojas caen bajo la luz de luna y todas parecen de plata.

Filatelista apasionado, y reprochable, decidí entre los vastos miles de sellos coloreados comenzar una colección temática de “escritores”. El primer problema apareció cuando no sabía si incluir o rechazar a Winston Churchill. Tuve que leerme sus mil páginas de memorias y ahí está, al lado de Nazim Hikmet y de George Sand; arriba de Alfredo Palacios y debajo de Georg Trakl. Literato y cabrón. O cabrón que sabía escribir, redactar, y orar (de oratoria, no de rezo).

Pero escribía. Me pregunto hoy, yo que husmeé en Villon a través de Schwob en la Biblioteca Nacional de París, si la controversia por el Nobel a Bob Dylan es válida. ¿No cantaba Brassens a Villon? ¿Al menos una canción, no un poema, de Villon? Hace más de 30 años compré en La Juventud, que todavía estaba en la calle Junín, dos libros de VISOR: Apollinaire y Bob Dylan. Canciones sí, o poemas que se harían canción.

Partamos de que en primer lugar a Dylan le debe dar lo mismo recibir el Nobel que no. Supongo que algo así no hace mella en un hombre que se convirtió en mito, uno a quien, para homenajearlo cerca de donde vivía, se dedicó aquel otro mito de Woodstock. ¿En qué lo aumenta? En nada. Creo que la importancia de este poeta cantor, en la medida de los juglares medievales y los payadores de la pampa argentina, se refleja en las últimas escenas de Inside Llewyn Davis de los hermanos Coen, cuando un fracasado folk singer se aleja en la noche y escucha dentro de un boliche la voz y la música de lo que será el futuro no solo del folk sino del rock: Bob Dylan. Sin pronunciar su nombre.

La aparición del rock como fenómeno universal ayudó a “olvidar” la poesía. Desde que esa música se infiltró en el registro humano con fervor, se leyó menos poesía. O se transfirió el hálito de una a la siguiente. Se hizo masiva, lo que no se lograba en “el otro” género quizá desde tiempos de Homero. O de Villon. Cabe preguntarse si todavía lo que se cantaba era verso que podía ser transcrito al papel sin perder su esencia. En pocos casos: Dylan, Lennon, Neil Young, Ray Davis, David Bowie, Hendrix, Jim Morrison. Algunos más.

“No creo en Zimmerman”, decía John Lennon. He perdido el contexto de aquella frase pero la recuerdo para imaginar qué hubiese pensado el beatle de este premio. ¿No lo merecería Leonard Cohen? ¿Discutiríamos tanto si fuese el autor de I Am Your Man el galardonado? Creo que nadie duda de su calidad poética. Pero es cantante. Pero es poeta. O este arte se hizo dos de uno. Uno silente, otro a veces hasta estridente. ¿Los versos del gaucho matrero alrededor del fogón, con guitarra y acecho indio al lado son menos literatura que Macedonio Fernández?

Claro que el incluir a un músico en un campo estrictamente literario trae controversia. Por ahí leo que también se podría aceptar a futbolistas en el Nobel de literatura. Nadie cuestionaría que las piernas chuecas de Garrincha eran un poema colectivo, aullado en la selección y más en los campeonatos locales de pardos y caboclos. Creo que no debemos exagerar en lo de ser serios. Que el Nobel de Dylan deja de lado a geniales trabajadores de la palabra, seguro. Pero Balzac andaba con carrito por la calle vendiendo sus libros a precio de marraqueta, y Dickens se angustiaba al ver a los escritores de moda vestidos de seda y escarpín. Unos persisten, eternizan; otros, como Disraeli, se han desechado en el arte. Pase lo que pase.

Jorge Amado merecía un Nobel. Pero también la música popular bahiana Você ja foi a Bahia?, cantada por los Anjos do Inferno. No se discute la poética de la palabra ni del ritmo. Otra cosa es con la ciencia donde los subjetivismos no pesan como en estas artes conflictivas del espíritu. Un brujo masai que transmite historia oral de centurias, sin saber escribir, hace también literatura expresiva, rica, trascendente. Cierto que no podemos premiar a todos los hechiceros del orbe, ni a cada cantante. Hay que entenderlo como una justa extensión a un arte muy ligado al literario y que premia no solo la amplia tradición inmigrante de los Estados Unidos, con propios mitos y versos, sino a los poetas populares negros, esclavizados y asesinados en los algodonales del sur, que con banjo, armónica y guitarra inventaron poco a poco a Bob Dylan sin quitarle su singularidad personal.

Bien anota un lector que Zimmerman trae su nombre “de guerra” desde Dylan Thomas, el profeta ebrio. Sirve para al menos encontrarnos con una de sus fuentes. Entre el galés y los oscurísimos africanos de blanquísimos dientes y voz cascada, se moldea otro profeta, poeta como Dylan Thomas y cantor a la usanza de los negros de cañaveral y grillo en tobillo. No hablamos de Arjona, por favor, sino de un personaje complejo, una síntesis, conjunción, maridaje de dos vertientes distintas, distantes pero no dispares.

“No voy a trabajar en la granja de Maggie, no más/No he de trabajar allí, no más/Despierto en la mañana/Junto las manos y rezo por lluvia/Tengo la cabeza llena de ideas/Me enloquecen/Vergonzante es la forma en que me hace frotar los pisos/No he de trabajar allí, no más”. Traducción libre. Canción de 1965.

El título lo presto de Bryan Ferry.

16/10/16

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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 23/10/2016

Imagen: Miko

Saturday, October 22, 2016

Alcools/MADRID-COCHABAMBA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Alcools. Vasos dispersos. Apollinaire. Un chorro de vino seco sobre la espalda de Francine. ¿Acuchillada, muerta? Todos estamos muertos. Camino entre la vociferante horda fascista. Me miran, me interrogan, que viva Bánzer. Alcohol. Vasos. Botellas rotas. Una hebilla de cinturón se estrella contra el escritorio. Hace muescas en la madera, cicatrices que con el tiempo olvido. Francine está tirada en el piso, desnuda, nunca he visto una espalda tan blanca. Tienes espalda de sábana. Una mancha roja, casi polvosa, se mantiene allí. Respira, no está muerta, solo ebria de vida mientras yo de muerte. Por qué tienes la espalda tan blanca. Sobre ti sangran botellas, una a una se derraman. Corren por tus vértebras, como bajando escalones; penetran suaves entre tus nalgas y parece, por el hilillo seco y tumefacto, casi rayado con lápiz rojo de jardín de infantes, que algo salió de ti.

Un espíritu. Alcools. Apollinaire. En el frente suenan los obuses, Madeleine. La caballería blanca corre sobre el empedrado de Kiev. Soy un enfermo, un hombre malo. Dostoievski convertido en yo, Claudio en Dostoievski. No, no es cierto, tan solo un enfermo. En el jardín de un caserón de Viena leo a Georg Trakl. La banda fascista arrebata con Viva mi patria Bolivia, una gran nación… No tengo ni vida ni corazón para dar. La avanzada blanca ha tomado Kiev; los bashkires se repliegan de Petrogrado. El viento mueve las páginas de libros entre los vasos. Un licor turbio, de maíz, chicha de la tierra, opaco, se mofa de mí. El vino se derramó en una puñalada, dada por la espalda. Francine agoniza, el crimen de la calle Venezuela. El crimen de la calle de la morgue. Un gorila se descuelga del tejado.

De pronto creo que tengo alas. Una multitud de muchachas inglesas vitorea. Me creo avión, helicóptero. I’m going home by helicopter. Vuelo. Salto por encima del cuartel general de Acción Democrática Nacionalista. Entonces no había Cristo en el cerro San Pedro. Aterrizo. Debajo contemplo a los amigos ebrios buscando piedras para arrojar a los buses atestados de pasajeros. El ímpetu de la masacre, delicias del asesinato. Sogas cuelgan de los algarrobos del cerro pedregoso. Sogas en las que se mecen los Judas. Y las Judas, porque Judas es hasta nombre de mujer, o solo de mujer.

Una carreta traquetea hacia Alalay.

Salto veinte años. Dieciocho los dormí entre las tarimas del estadio popular del Barrio Petrolero. En Alalay han puesto caimanes y un cocodrilo de quince metros para mantener bajo el índice poblacional. Lo alimentan con abortos o él se alimenta con infantes a los que maliciosamente han dicho que en las aguas de la orilla hay ispis. El hambre es mala consejera. Buscan ispis; hallan lombrices. Y de pronto las fauces se abren igual a un anfiteatro donde canta Juan Gabriel y los devora. Jonás. Jonás. La ballena de Béla Tarr viaja sobre un carromato. Una carreta tira hacia Alalay. Llega el circo, con el circo los gitanos pelirrojos, de tu carne harán aretes, picadillo de carne para el desayuno de los caballos. Si supieras. Lo triste es que lo sabes y no dices nada. Callas como sor Juana, te han dicho que te calles. O no te importa…

Despierto. Suena una mosca como antenoche los morteros: ssssssss, zzzzzzz, shshshshsh. Chistean antes de matar. O de morir, porque cuando una granada estalla, muere, se desintegra, pierde el cuerpo redondo y sólido de las chicheras de Caracota.

Sigo volando, sobrevolando, hasta que me estrello, apenas bajando hacia el abra que cruza hasta Sacaba. Pingajos de carne que disputan los jilgueros cabeza negra, los monjes de las aves, casi dominicos en auto de fe.

La sábana espalda se mueve. Susurros en inglés de Leeds, de Yorkshire. Apuro la copa que queda sobre la mesa, no sea que me la arrebate el general, o la mujer resucitada, o amigos que vienen a quitarme los vasos mientras entonan desesperadas canciones de amor.

Leonard Cohen. Un auto que corre de crepúsculo a noche. So long, Marianne. Me he desviado del camino, no sé cómo volver, no hay balizas para mi retorno. Despego entonces, ya dispuesto, hacia arriba, siempre arriba, misil tierra-aire que caerá más tarde en forma de lluvia, sobre maíces impertérritos, ajenos, fríos.

Caravaggio.

25/08/14

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Publicado en MADRID-COCHABAMBA (Cartografía del desastre), con Pablo Cerezal. La Paz, 2014; Madrid, 2015

Imagen: Jean Arp

Tuesday, October 18, 2016

Los mil años de Evo Morales/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Como para Hitler, parece que el milenio evista se evaporará en el sol. No necesitará guerra: hay mil años y mil años, vanidades gigantescas de amplio estrado y megalomanías no acordes con la pequeñez de su espectáculo. Claro que la bacteria populista no ceja y se multiplica por todo lado. La extrema derecha masista se refleja en la europea, en la actual estadounidense con el monstruoso Donald Trump y solo es cuestión de tiempo, como sucedió en América Latina, en que el fascismo “electo” se encarame y desvanezca la esperanza de que un día mejoremos. Al menos existe la satisfacción -entre nosotros- de ver derrumbarse ídolos de barro cada vez.

Asquea el circo en que la elección norteamericana se ha convertido. Con Sanders, también populista aunque de otro rebaño, se discutía de asuntos trascendentes para cualquier nación. Con Trump no se discute de nada, se chismea, inventa, difama. Sus apetencias sexuales, ídem a las del glorioso curaca, lo reafirman entre una grey de excluidos, arribistas, maniáticos, lambiscones y maleantes. Da para pensar que los religiosos conservadores del norte, tanto o más fanáticos que los musulmanes del Estado Islámico, condonen las acciones del candidato republicano y presten oídos sordos a lo que para otros pecadores significaría infernal condena. Poca solidez de creencias e ideas. Mucho subjetivismo interesado.

El presidente boliviano, el mismo que desliza dedos regordetes en costados de reinas de belleza adolescentes, entre “trivialidades” peores, se desespera por hallar la piedra filosofal. De inicio creyó en un aura mágica, en la protección de dioses ancestrales que devinieron pilares de su total ausencia ideológica, sustentos del aire. País de magos y de cojudos, qué lástima, se permitió esta burda hechicería que aspira a convertirse en eternidad. De eso se aprovechó, del cuenterío fantasmal de los mestizos perdidos en sus propias sombras. Tuvo la destreza de captar estas ambigüedades y utilizarlas en su beneficio. Ahí le añadió hinojo y sulfuro, alcohol y sobre todo coca. Tejió su milenio en base a productos que perecen, en apariencia. Detrás estaba el conjuro del narco, la sostenibilidad -no eterna- de la droga.

Tiene suerte el Amo, y apoyo de personalidades para quienes tal vez no sea otra cosa que un divertido muñeco del folclor local. En suma a quién le importa lo que nos pueda pasar. La importancia de Bolivia no excede un mar salado y la posibilidad de conseguir buena cocaína a excelente precio. Fuera de ello, nada. La parafernalia que lo rodea, los mitos formados y el aura novedosa de cambio, no existen. Hay un pajpaku disfrazado y una corte de milagros con aires de carnaval. Incluso así, con una farsa, se adueñaron de un país y lo expolian hasta el cansancio. Pero hasta para los bufones viene la realidad, y esta se acerca peligrosamente a la cueva de la alimaña de donde la sacará obligada y por fuerza.

Expliquemos: la droga del Chapare es algo real, pero incluso ella no puede sostener por sí sola un enrevesado complejo como viene a ser un país. Es temporal la situación de creer que un Estado es un sindicato. Ahí radica la debilidad del fascismo aymara. Cuando este elemento pierde, o va perdiendo, puntales que lo sostenían, tropieza con que la única alianza que pronto ha de quedarle es la de la ilegalidad. En ese momento asoman los problemas, y vecinos como Chile, Argentina y Brasil comienzan a vocearlos por el mundo. Cualquier intento de subvertir el desenlace fracasará: el juicio de La Haya, el Silala, el gas, todo. Evo Morales se va quedando solo. Si fuese Carlos V, emperador, podría darse el lujo de la melancolía, de purgas sangrientas y ventosas para el alivio. No lo tiene.

Como dice Roberto Saviano, nada va a detener el negocio del narco. Este buscará sus propias respuestas que no pasan por individuos ni dioses. Comprenderlo diferente acarrea desgracia. Hay gente que tuvo la oportunidad y la despreció. Allá ellos, que mal rayo los parta.

17/10/16 

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 18/10/2016

Sunday, October 16, 2016

EL FALSO INCA, de Roberto Payró

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Pablo Mendieta Paz

Denver, Broadway Avenue. La calle explota en pubs, cafés, restaurantes fusión, tiendas de arte, de moda, ropa antigua. Nuestro destino usual está en la esquina con Bayaud: la pizzería neoyorquina Famous Pizza que visitamos por más de una década.

Pisos de madera, sillas y mesas simples. Algo de tinte no muy limpio, nada aristocrático, casi descuidado. Parece un rincón de Nueva York. Así lo creemos desde siempre y actuamos como tal mientras ordeno una de requesón y muzzarella con espinaca, la única pizza blanca, que adobo con ajo en polvo, cayena y orégano. Instantes de distracción, de traslado.

Luego a una librería de viejo donde en la sección de lenguas extranjeras encuentro un Onetti y el Fausto de Estanislao del Campo (pienso en Borges). Paso libros en chino, en ruso, serbocroata, y, escondido, con las tapas naranjas de Editorial Losada en impresiones pasadas, hallo a Roberto Payró que me mencionó Alicia Coqueugniot. El casamiento de Laucha, Chamijo, El falso Inca, novelas breves en ese orden y en un volumen, aunque la primera y la última preceden a Chamijo por 20 años. Sucede que en términos de historia, la más nueva debiera ser preámbulo de El falso Inca. De ahí la distribución.

La historia del pícaro Laucha me retorna a la literatura gauchesca, al inicio de mi vicio de lector, iniciado con Güiraldes y Guillermo House. Retrata la Argentina cambiante, luego de guerras que la asolaron por tanto tiempo. En sus páginas vive el criollo, entre el azar y el engaño, y comparte la gran soledad del llano con los primeros inmigrantes italianos que se insertaron en la pampa hablando un idioma a medias y mucho ahínco.

Pedro Chamijo, o Pedro Bohórquez como se hacía llamar, era sevillano y llegó a hacer la América en 1620. La enciclopedia dice que quizá fuera morisco o mudéjar, hecho que en la historia contada, por el tinte de piel, le serviría de algo.

Hechizó a muchos, varios de muy alto nivel como virreyes, con historias que afirmaban conocer la ubicación exacta de grandes tesoros, del Gran Paititi. Al fracasar en dos oportunidades resultó perseguido por sus auspiciadores y vivió a salto de mata. Termina afincándose, lo que es mentira en su irremediable nomadismo, en los valles calchaquíes del Tucumán casi 40 años después (circa 1656), utilizando el mismo argumento como otrora hiciese en Lima para encandilar la ambición de los pocos españoles del área. Decíales que el cerro Famatina, adorado por los indios, escondida minas tapiadas desde la muerte del Inca, Atahualpa, de envíos de oro y plata que se contaban para el rescate y que se escondieron al saberse el horrendo crimen contra el hijo del sol.

Este cerro encantado por los machis (brujos) mostraba riquísimas vetas de mineral que brillaban a lo lejos, pero al acercarse los extraños eran alejados por furiosas borrascas. Bohórquez afirmaba saber cómo encontrar esas minas explicando el sistema que habían seguido los nativos para ocultarlas en imposibles riscos. Así logró convencer al gobernador del Tucumán y conseguir el frágil apoyo de los desconfiados jesuitas.

A la par de congraciarse con los jerarcas españoles, indagaba en los pueblos indios acerca de la futura rebelión que se veía venir. Por cien años el valle calchaquí habíase turbado en revueltas que causaban temor y desasosiego en conquistadores y colonos. Claro que Chamijo, a quien ya conocían las tribus con el sobrenombre de Huallpa-Inca, incluso sabiendo que no descendía de Manco Capac, ni de “Sinchi Roca el valeroso, de Lloque Yupanqui, el zurdo, de Capac Yupanqui, de Inca Roca, el prudente”, ni “del gran Yaguar Huacac, el que lloraba sangre, de Ripac Viracocha, que anunció la futura llegada de nuestros nefandos opresores, del noble y denodado Titu-Manco-Capac-Pachacutec, perturbador del mundo, del heroico Yupanqui (…), del padre deslumbrador Tupac-Yupanqui, de Huaina Capac, el joven rico, conquistador de Quito y padre del sol de alegría Inti-Cusi-Huallpa, y del traicionado y atormentado Atahualpa (…)”, fue aceptado porque necesitaban un liderazgo que los condujese en unidad hacia el fin común.

Pícaro convertido por las circunstancias en ser trágico, jugaba a dos caras. Prometía el camino a la Ciudad de los Césares al gobernador, sabiendo que no existía, o no lo conocía. Ya descubierto el ardid y para evitar castigo, ofreció a cambio espiar entre indios para evitar la rebelión, mientras, al mismo tiempo, hablaba a los nativos del retorno a un incario que poco tiempo había tenido en la región y que había sido también combatido con denuedo, pero que servía para aglutinar a los alzados.

Payró dibuja el esquema rebelde con maestría; igual hace con los aterrorizados colonos que piden refuerzos desesperados a Lima, a Chuquisaca, a Buenos Aires. El estallido es inminente y cuando explota los valles se agitan en sangrienta turbulencia. Los indómitos Quilmes, “nunca vencidos, en sus mesetas frente al Aconquija”; “los Andalgalás, de junto a las salinas, los Acalianes del valle de Anucán, Los lejanos Lules del Tucumanhao”, los Diaguitas, los Escalonis, los terribles Calchaquíes, todos tras la figura endeble y sospechosa del Inca Huallpa que termina ofreciéndose a los castellanos a cambio de su vida. La historia no termina allí. Pasarán años y vendrá la forzada esclavitud, la muerte, el hambre. Las mujeres Quilmes se arrojarán a los abismos con sus hijos en brazos. Muchos serán expatriados a la pampa bonaerense donde desaparecerá su estirpe.

A Bohórquez lo llenan de cadenas en Lima. La reina regente, doña María de Austria, ordena que se obre conforme a justicia y gobierno. Dan garrote al reo, lo desmembran, y su cabeza “fue clavada en el arco del puente que mira al barrio de San Lázaro”.
03/10/16


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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 16/10/2016

Imagen:
1 Oro incaico.
2 Sierras de Famatina

Tuesday, October 11, 2016

Política de alcantarilla/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Llegó y pasó el esperado segundo debate de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Aunque los años han enseñado que nunca, o casi nunca, se disecciona lo importante en ellos, esta vez el criterio fue tan pobre, tan mezquino y vil, que parecía una parodia tercermundista entre gamonales dispuestos a no ceder terreno en sus prerrogativas.

Cierto que fue el Evo Morales gringo, Donald Trump, quien puso a semejante altura el nivel de esta conversación “con el pueblo”. Semejaban dos matronas desquiciadas y avejentadas tirándose sapos y culebras una a la otra, ya que el candidato republicano se meneaba y gesticulaba no muy masculinamente. Hillary Clinton es aburrida, nada interesante, sospechosa, si se quiere decirlo así, de no estar diciendo la verdad. La acusan de ser otro “halcón” por las aspiraciones guerristas que la caracterizan y quién sabe lo que espera al mundo en el caso Siria-Irak de llegar a la presidencia. En ese sentido, el de denunciar al gobierno Obama de haber creado el monstruo del Estado Islámico por políticas erróneas, a Trump no le falta razón, claro que él no ofrece una contrapropuesta que evite la sangre. Por el contrario, ensalza la lucha de Assad y Rusia (dudosa) hacia ISIS mientras que de manera no muy cristalina asegura que destruirá al “enemigo”.

Reagan, Bush, Quayle, y otros políticos norteamericanos de las últimas décadas no brillaron por inteligencia. Estados Unidos es un país formado en su mayoría por gente trabajadora, pudiente gracias a las coyunturas internacionales y de riqueza interna, pero con escasa educación. Ese grupo, homogéneo en ese sentido, se dejará engatusar con los reality shows de Kim Kardashian o basura similar. Pueblo subido al Cadillac rosado de Elvis y que vive todavía un sueño, por una parte, y está lleno de nostalgia (el sector empobrecido) por otra. Fantasía, ilusión, de todos modos, y riqueza (así esté ya evaporada), tres ingredientes perfectos para la megalomanía colectiva que parió a Reagan y Bush y se reencarna en el magnate del peluquín inmóvil. Ellos en el poder del mundo y con el botón de la destrucción masiva debajo del pulgar.

Hay gente muy capaz en la prensa norteamericana, pero incluso esta cae bajo las reglas de un juego superficial. Da la impresión que los debates no forman otra cosa que parte del espectáculo. Cuando en EUA se va a ver un partido de baloncesto se está yendo a un show de luces, música estridente, bellas mujeres emplumadas levantando las piernas. Cada evento deportivo recrea el can-cán del oeste al que nos acostumbraron los westerns. Las piernas distraen tanto la historia que se hacen parte indivisible de ella.

Trump será derrotado por situaciones ajenas a la política, como ya ha sucedido tantas veces. En una sociedad pechoña las apetencias sexuales desmedidas, y que  se hacen públicas, bastan para terminar cualquier carrera. Tal vez hoy sea un caso especial y la masa, la “plebe” que detesta Hillary, está dispuesta a aceptar las desviaciones de su candidato como única manera de aferrarse a un futuro esplendoroso… y falso. El populismo es un mal natural y colectivo, extendido con amplitud en todas las sociedades. El riesgo en un país poderoso como este es que cualquier veleidad del caudillo puede acarrear catastróficas consecuencias para el resto del mundo. Ahí está Putin, enloquecido y ensoberbecido, dispuesto a crímenes de lesa humanidad y lo que fuere con tal de reavivar la llama de otra ilusión fracasada: la comunista. Mientras se lo permitan, lo cual va para largo.

Rafael Correa afirma con hiriente vocecilla que lo mejor para los de su especie, ratera que no política, en la América Latina sería la presidencia de Trump. Entre vedettes se pueden sobar los hombros con facilidad; quizá se refiera a eso.

10/10/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de Sierra), 11/10/2016

Friday, October 7, 2016

Morir en DC/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Morir en exilio no es lo mismo que morir a secas, aunque se tratare de una decisión personal. Y cabe una pregunta, si importa el cómo morir, el detalle previo al fin, o simplemente hay que pensar en el resultado.

Conocí a Fernando, cochabambino, bachiller del San Agustín (a los agustinos les gusta hacer énfasis en ello), en Virginia, en los tiempos iniciáticos, porque la experiencia norteamericana cuenta con variados tintes de ritual: en trabajo, amor, perspectivas. Por ahí leo una crítica de intencionalidad literaria que, hablando de El exilio voluntario, novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, dice de manera más o menos literal que sorprende que se pueda escribir de algo tan trivial como vivir en Virginia. Desafío, con un bagaje de memorias tan extenso como intenso esa absurda afirmación, o la comprendo, mejor, si creo captar su mensaje. Por supuesto que si alguien, esté donde esté, arrastra consigo costumbres y lacras de su lugar de origen, trivial será vivir en cualquier lado, sobre todo para un boliviano que no se desprende del platito de la tarde, la virgencita X, el fulbito del sábado, el viernes de soltero, el pique macho, la abuelita y los compadres. Ahí no hay vuelta que darle, porque el bobalicón continuará de boca abierta, añorando los espacios “donde se vivía mejor y se era feliz”. Sigamos.

Como todos nosotros que elegimos la aventura de inventarnos lejos del hogar, con vicisitudes y alegrías, mas en inferioridad de condiciones para enfrentar el mundo, Fernando guardaba pequeñas mañas nacionales. Es difícil, y en realidad irse no significa –o no debiese- terminarse, separar lo que uno ha ido asimilando a través de generaciones, peor en un mundo conflictivo y desigual como el nuestro. Pero la hazaña, de donde se extrae el aprendizaje, es bogar contra corriente en un río ajeno hasta hacerlo tuyo. Pienso que no me equivoco al señalar que a tiempo de su muerte, en el Distrito de Columbia, Fernando se había transformado en un washingtoniano más, por encima de su herencia y su pasado. Con ese tesón es que se fundan las epopeyas, sin desmentir que esta en particular terminó mal, al menos para los cánones normales de éxito y de fracaso.

Cuando llega a la capital norteamericana, Fernando encuentra un espacio en que puede desarrollarse en cosas que soñó, o había leído en su juventud. Todavía joven se amolda a una situación precaria en su inicio, pero que va a modificarse a medida que penetra en su interior y conoce la movida de una ciudad cosmopolita y bella. Como la mayoría de los bolivianos establece su base en los alrededores, estado de Virginia. Alexandria, Arlington como pivotes a partir del cual se maneja una comunidad migrante no del todo cohesionada. Como atrás en la tierra propia, los compatriotas trasladan al norte fobias raciales, lugares comunes, complejos; algunos llevan hasta sirvientas (¡!), desdeñando las posibilidades que les ofrece un mundo nuevo. Falso, me equivoco parcialmente, ya que en términos económicos son por lo general exitosos, pero se blindan en contra de novedades sociales, políticas, ambientales que tendrían que obligarlos a reformular sus ideas. Prefieren mantenerse en sus recónditos e inútiles “cabales”, para regresar un día, pudientes, y dedicarse a eternizar la mezquindad.

A ello se opone el recién llegado. Busca, por intermedio de paisanos, por lógica, acomodo. Y jamás cortará de tajo ese nexo. Pero tiene otras aficiones, la exploración de la cerveza, los albores de la explosión gastronómica como legado cultural. Se hace sibarita por y a pesar de su supuesta imagen mestiza. Lee a Bukovski y escucha jazz. Entiende que el universo del picante no se circunscribe al locoto y la llajua: disfruta del peri peri y la cayena roja, y hace apoteósica alharaca cuando trata de explicar a otros que van llegando, las virtudes de sabor del tabasco.

En cuanto a mujeres guarda la nostalgia indígena, y forma iconos insalvables en su pensamiento sobre la belleza de las nativas del valle cochabambino. Allí no alcanza a tocarlo la multifacética Norteamérica que oferta, en el buen sentido, la facundia de las muchachas anglosajonas y el enigma de las turcas, tomados dos grupos al azar.

Allí se encierra Fernando. Este mundo que habita, abundante en exhibiciones de Malevich, de Rembrandt, de cervezas de lúpulo encantado y variedades de vino, no lo llena. Le queda una ausencia, que un psicólogo dirá de la madre con o sin razón: ella falta, la otra, la opuesta, la compañera, la cercana, la controversia, la riqueza de vivir de a dos.

Lo invito a la taberna Oxford, cerca de su apartamento. Las mesas sobre la amplia vereda permiten contemplar el horizonte de gentes y edificaciones. DC tiene lo que se necesita para vivir en plenitud. Marilyn sonríe desde un mural mientras el flujo de automóviles se tira colina abajo. En los Estados Unidos de hoy -ayer- se gana muy buen dinero, y no podrían dos jóvenes del sur aspirar a más, que lo tienen todo.

Qué dispara esa angustia que arrastra a Fernando al fin. Los años solos suelen ser fructíferos, pero si algo del pasado, una mujer o las mujeres, de la tierra lejos, se adhiere al corazón estamos acabados. Además hay lo ficticio de una maldición en este caso inventada. No se puede ser Bukovski por querer serlo. Ese intento conlleva además de tristeza, muerte.

Día que pasa en que cuestiona su destino, consciente o no, el hombre se va hundiendo. El regreso se descarta, no es asunto de sentimentalismos del terruño. No se puede retornar vacío. No lo permite una ridícula y atávica norma que prohíbe la derrota. Mejor que otros, su trabajo ha sido por lo general muy bien pagado. Fungió de jefe en las décadas capitalinas. No se la jugó a la manera de otros. El salario le compraba alegrías en algún momento, pero ahora, desbocada ya su existencia, le sirve para pagar los gastos estatales por sus continuos arrestos, clases y programas de rehabilitación. Vive a medias, en un halfway house. Trabaja en la ciudad y duerme en prisión. El juez le dice que hasta que se reponga y encamine. No lo escucha. No desea escucharlo.

Sus amigos se han ido. Yo vivo hace veinte años en otra ciudad. Tengo hijas, mujer y responsabilidades, la gasolina necesaria para el carro y la pizza, asuntos cotidianos que tienen su sabor, su delicioso aroma, la casa para sentarse y tomar un café leyendo el periódico. Aburguesarse no había sido tan malo.

Me llamaba, a veces, y prometía visitas que nunca se concretaron. Ya no he de beber, hermano, y comentaba sobre la mujer que lo había dejado treinta años atrás. Que no me sugieran siquiera que es amor.

Hasta que llega el día. Estoy en Bolivia, en el patio delantero de la casa de mis padres, tomando un sol placentero, con un Cinzano rosso con Sprite y con limón en la mano, cuando recibo la llamada:


-Murió bajo uno de los puentes del Potomac, indigente, entre el murmullo de un río que tanto amaba. 

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Publicado en CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE (con Roberto Navia Gabriel), La Hoguera, Santa Cruz de la Sierra, 2013

Imagen: Muerte de un poeta/Gerald Haworth

Tuesday, October 4, 2016

NO/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Roberto Burgos Cantor, escritor colombiano, decía en El Universal de Cartagena, y antes de desarrollarse el plebiscito que dio triunfante al NO, que: “La contenida emoción, la radiante electricidad de sentimientos nuevos, el perplejo estar ante algo cuya dimensión sobrepasa, mostró uno de esos instantes irrepetibles que anuncian un cambio rotundo, el aleteo revivido de la ilusión”. La pregunta está en si algo cambió con los resultados.

No en el sentido que anota el novelista porque ese aleteo ilusionado pervive y no podrá ya detenerse hasta que callen los cañones de todos lados. Entonces ¿dónde hubo equivocación? Santos tuvo la decencia (tal vez debida a su extremo optimismo) de convocar el plebiscito sin obligación de hacerlo. Quería coronar con respaldo popular, no demasiado en términos porcentuales, un proyecto personal que a ratos tuvo visos de vanidad individualista o de cálculo (no sé de qué tipo porque político era muy difícil dada su escasa aprobación). El “pueblo” que es siempre desconfiado y siempre maledicente, habló de “traición”, de “compra”, de “venta”, de búsqueda de un premio Nóbel y sinfín de posibilidades, en su mayoría negativas. Hubo una predisposición a oponerse a un aparente engaño, a otra suerte de emboscada de las fuerzas guerrilleras, casi derrotadas militarmente pero con todavía sustancial número de combatientes e incalculable dinero.

Estaba, además, el factor urbano, ese de una nueva Colombia que se relacionaba con el conflicto desde cierta distancia. La Colombia dinámica, por qué no decir pudiente, para quien la lucha guerrillera era un anacronismo que el tiempo se encargaría de evaporar. Muy diferente a los departamentos afectados por la lucha armada.

Las FARC, al igual que gran parte de la retórica de izquierda en América Latina, habían perdido el pedestal moral con que se inició la lucha de liberación en el continente. La épica, y la lírica, del guevarismo era hasta discordante con estos empresarios, también barbados, que basaban su sustento no en la simpatía que la lucha de los menos contra los más alienta, sino en actividades ilícitas como el narcotráfico que forman parte de un oscuro espectro de destrucción masiva, ultraclasista, vertical y violento, capitalista, imperial y larga lista de adjetivos que debían en teoría formar parte del otro bando. Con los años resultó que la lucha por la sociedad sin clases, que la revolución que destruiría los esquemas de desigualdad del pasado, pasaban a segundo plano dejando en limpio que solo se combatía por el poder. Alcanzado este se abriría el camino a una cúpula poderosa cuyos inexorables designios contarían con la total sumisión de la población a sus actos y sus ideas (de haber alguna), a la usanza de los hermanos Castro, batistianos de corazón y mentirosos en verbo.

No se les dio, ni a Santos ni a Timochenko. Si bien el revés fue por muy pocos votos, los obliga a encarar el asunto de la paz desde otra perspectiva, aquella que no sea ni remolona ni en extremo dadivosa con los, seamos claros, derrotados de la historia. Para que estos Señores (con mayúscula), gordos y rozagantes en oposición al magro Che, puedan tener un lugar en el futuro de su país tendrán que cumplir ciertos requisitos, algunos de los cuales son repararación económica a las víctimas, desintegrar las redes de narcóticos que operan para ellos, aceptar penas de cárcel como las que cumplen (no todos) los asesinos militares y paramilitares y lo que se requiera. De otra forma, vamos al monte de nuevo, opción ya imposible en estas circunstancias.

Los jerarcas de las FARC deben comprender que su inserción con ventaja en la vida política colombiana no es más; tiene costo. Sin necesidad de demonizarlos e imponerles un calvario, tienen que pagar. La tropa guerrillera imagino que estará contenta de terminar la sangrienta parodia y retornar a la vida civil. Será difícil, seguro, pero el paso mayor se ha dado y se ha detenido el solapado intento de los jefes de escapar gratis. Está muy bien.

03/10/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/10/2016

Monday, October 3, 2016

Cartas de 1986

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

7 de abril, lunes.

¿Cómo condensar en la palabra, en dos líneas, tantas emocio­nes? Si estuvieses aquí cuán fácil sería que mi boca te lo explicara.

Estoy tosiendo las largas noches y los atardeceres húmedos. Amo la tos que me encierra en tus sábanas, que te ducha en la ma­ñana y nos besa sobre los mosaicos.

Anoche fue magia. La fiesta corrió por las pieles como río. Tu imagen se desperezaba sobre el lienzo de mi cerebro.

Te regalo todas las luciérnagas.
En el baile intercambié versos con los amigos. Versos, altas tri­vialidades...
La muchedumbre se hizo una y la tomé por la cintura. Bailamos.

Luego, cuando la oscuridad se arrastraba de sue­ño, la llevé al maizal y la amé entre mazorcas consumidas. De nues­tro amor nacieron bichitos de luz que partieron a iluminar a los enamorados...
Tus ojos, tus ojos galería de arte. Tus ojos piano. Tus ojos, ojos y solamente ojos, dulces, dulces ojos......... azules...............marrones......................ojos miel..................ojos alfombra de la mañana.............................................................Tus ojos esperando al sol.

Pongo mi caballete de pintor. Coloco el fondo de luna y me apresto. El espacio blanco que sigue es el cuadro. Quiero que Elisa te dibuje en él. Mi espíritu estará en sus manecitas, en sus dedos y memoria. Los dos que te queremos te haremos inmortal en el dibujo. Va,

Un incómodo durmiente.

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Revista SIGNO (La Paz)

Imagen: Gustav Klimt