Tuesday, May 27, 2014

Adeus ao futebol/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Maracaná, Pelé, Garrincha, Didí, Santos, Flamengo… nombres que ligan a la hasta ahora inmortal leyenda del fútbol en Brasil. Supuestamente un nuevo mundial no haría más que acrecentarla; parece no ser así.

Las masivas protestas en el país por el insultante dispendio ya no son de favelistas arrinconados en la miseria. Hoy salen todos a la calle: una clase media que creyó en el sueño, otra trabajadora que se esperanzó con la subida al trono de aquellos que decían representarlos. La farsa de la izquierda latinoamericana todavía no llega a su fin pero está tocando fondo. Ni la invención de la careta de Mujica, en Uruguay, que intenta con humildad y tono bonachón recordar que la izquierda ofrece -ofrecía- cosas distintas, vale. No. porque también él se suma al corso del silencio y la complicidad, porque se abraza con tiranos como Maduro y truhanes plurinacionales. Mujica es el as en la manga de la izquierda, ya tan a la derecha que no se discrimina a una de la otra bien. Mientras roban a manos llenas, asaltan hasta la conciencia de la turba, muestran al santón, o santurrón, para desmitificar la imagen de ladrones que se han creado en esta década. Peores que cualquiera.

Miro los precios de las entradas inaugurales y final de la Copa mundial. Al lado, el monto del salario mínimo. La izquierdista Roussef no ha visto nada mejor que elitizar un deporte que fuera popular, el rincón donde el talento podía significar el paso del hambre a la bonanza. El fútbol, como el carnaval, siempre fue “la” revolución en el Brasil. Ahora se lo quieren arrebatar, venderse al primer mundo como vedettes del futuro. Al diablo con los pobres, no queremos pobres en los estadios. Para eso les regalamos pan y suéteres usados, para eso tenemos programas de apoyo y bonos de juventud, de mujer, de maternidad, y etcéteras. El Estado-Dios provee y lo que pide a cambio es sumisión, que lo dejen hacer, porque el padre sabe y siempre tiene razón. ¿O no, Evo Morales?

¿Dónde queda la alegría del pueblo? Garrincha ha muerto en la tragedia de verse abrumado por lo que nunca tuvo y luego le sobraba. Hoy es la alegría de los empresarios, las multinacionales, la mafia, el narcotráfico, los grandes aliados de los partidos de “trabajadores” en el continente. Nada existe más rentable, no hay profesión mejor, que la de llenarse la boca de verbo igualitario. Como leí hace poco de un bloguero argentino: los poetas de derecha viven en barrios residenciales; los de izquierda también. Da la sensación de que el único objetivo de los socialismos actuales está en la burda imitación de lo que aseguran combatir, y en el perfeccionamiento del latrocinio. Del mundial de fútbol saldrán más ricos los petistas, los marxistas trasnochados, los que recitan el inmundo breviario de Marta Harnecker con dólares en los bolsillos.

Ni modo, ya ni al fútbol se puede defender; menos ahora que se lo ofrece en bandeja de plata justo allí donde representaba su esencia popular. Los rateros del Partido de los Trabajadores, y el semidiós narco, Lula, detrás como eminencia gris, han sellado un fenomenal negocio. Le arrebatan al pueblo del Brasil su alma. Luego, o tal vez ya lo han hecho, seguirán con el carnaval. Los amos de la izquierda apostarán hasta lo imposible por quedarse para siempre. Ya se lo olió Bakunin.

Lo que debió ser una fiesta de masas, como lo era, se ha convertido en jolgorio de elites, con los beneméritos de la revolución bendiciendo el desastre. El fútbol no es la razón de ser de estos juegos sino el dinero. Y de dinero nadie sabe mejor que los banqueros y… la izquierda latinoamericana, el impensable socio que resultó más papista que el papa, más fondomonetarista, extractivista, enemigo del medio ambiente y de los obreros que los encorbatados de Wall Street.

Funeral.
26/05/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 27/04/2014

Monday, May 26, 2014

La diablada/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Norteamérica está cambiando. Hábiles comerciantes de Asia arriban cada día. Los europeos del este sueñan con América, las hamburguesas y el presidente. Los latinos van por dinero. Difícilmente se adaptan. Pero la mayoría se queda. Todos mantienen sus tradiciones, se hacen ghetto. El país ya no los absorbe, no los vuelve "americanos". Cada uno forma un círculo cerrado, sin contacto con los demás. Los sudvietnamitas mantienen su pequeño tráfico de narcóticos; los hispanos festejan a sus vírgenes, se arrodillan y oran a los yesos coloreados.

Cuando en julio de 1989 vi bailar a la diablada de Oruro en la avenida Constitución, la principal de Washington, supe que la Norteamérica tradicional perecía. Los pueblos nuevos la invaden, pujantes, egoístas, independientes, viciosos y virtuosos.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 11/03/1992

Imagen: Sello postal japonés conmemorando el centenario de los japoneses en Bolivia


Thursday, May 22, 2014

Paella/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Plato donde desayunamos todos. En Castellón de la Plana es la anarquía. Sentados, nos miramos los rostros, descubriendo los ocultos. Los amo y me aman en la casa de la revolución.

Arroz, especias, mariscos, conejo. Un solo plato en medio, amarillo, sol de hombres. Cada uno toma para sí lo que desea. Van comiéndose el sol, el azafrán que hace dorar el arroz. Por la noche encortinada se presume la luz de fin de verano. La paella es también un reloj. En su tiempo nacen palabras. Y jamás despierta, no  tiene alarma; sentarse alrededor de ella es siempre amanecer.

En mí están los rostros de los comensales. Sus nombres se han olvidado en mi confuso archivo. Pero retengo las sonrisas, las manos y dientes. Mantengo humeante esa comida sin distancia.

Quiero otra vez los mediodías de Castellón. Habremos de tener paella y hablar de cuatro años que han crecido en nosotros.

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Publicado en VIRGINIANOS (Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991)
Publicado en Opinión (Cochabamba), 12/07/1990


Tuesday, May 20, 2014

La administración del oro del tiempo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cuatro botellas de Zacapa guatemalteco y una de Glenfiddich. Quince muertos en el cofre del pirata y una botella de ron. La magia de la lectura; la no menor de la escritura, y la importancia del ambiente, válida incluso en la mariconería de las rosas amarillas de Gabo…

Cuando el trabajo te agobia, casi con letra de tango, y duelen las articulaciones, la espalda, lumbago, ciática, manos entumecidas, rodillas tambaleantes, vértebras cervicales que suenan como cascanueces, se aprecia un día libre. Comento a mi padre cómo sufrirían los esclavos, de sol a sol en una tumba de existencia, sin siquiera posibilidad de un descanso. Solo lo pueden entender los que trabajan. No compete a raterillos de gobierno, ni a la izquierda marihuana ni a socialistas de alfeñique. Este espacio, duro, pero reconfortante en el sentido de conocer la propia fortaleza, es nuestra verdadera república de trabajadores, no un papel.

Desespero, a ratos, observando cómo las columnas de libros crecen en mi mesa de noche. Seis de ellas, casi a media distancia del techo ya. Algunos de los volúmenes con prehistoria encima, el tiempo que viene en polvo finísimo. No habrá horas en esta vida, ni en otra inexistente alguna más allá de la muerte, para alcanzarlos. Muevo las pupilas sobre sus lomos. Si están allí es porque me interesan, pero cada día me intereso más por todo. Ayer, en un Pow-wow de nativos americanos, miré las lomas rojas que circundaban el espacio, las mesas en lontananza (asociadas, quiérase o no, a westerns de diversa calidad), un cartel que rezaba: “cuidado con las serpientes de cascabel” y decidí leer sobre el oeste. Comienzo hoy con una memoria cheyenne, que dormitaba bajo un libro de ensayos de Marcel Schwob, mientras al lado tengo dos miniaturas navajo de animales tutelares: tejón y coyote, en piedra negra y serpentina que me recuerdan que vivo en la pradera, no ilusoriamente como Kart May sino en serio. Que si pongo un pie fuera de casa y aspiro el aire profundo, me llenaré de fantasmas.

Una certeza: la imposibilidad. Algo muy grande como punto de partida que nos convierte en viejos y así poco a poco o de golpe en discriminadores. Que no hay más esa vitalidad joven de creerse dueños del mundo. Ahora no poseemos nada, unos minutos que si no sabemos administrar bien habremos perdido el tiempo. Tenemos que escoger.

El día tiene 24 horas. Luego de cuarto de siglo de trabajo nocturno, sé arreglármelas con dos horas de sueño. Eso me deja 22 libres, veinte si descontamos un par para la modorra. Mucho, parece, pero entre las minucias y glorias de la vida familiar, se van unas cuantas. Las que quedan, estas de soledad frente a cuatro botellas de ron, una de whisky malta y Don´t Come Knocking de Wim Wenders, no alcanzan para cubrir expectativas. ¿O esperamos demasiado de los objetos exteriores? Tal vez baste con contemplar y sentir.

Aprehender el oeste, el del demencial Custer y el asesino Chivington, de los arapaho y las plumas de pavo salvaje que adornan la cabeza de los lakota, en la piel que se empapa de lluvia al amanecer, en los coyotes que pasean solitarios por las veredas de Aurora, cerca de la interestatal 470, como si desdeñaran que acá creció un país destrozándolo todo, matando, con tierra arrasada. Son ajenos al concreto pero no al frío, o las gotas que caen y erizan sus lomos. Desde la ventana abierta de mi auto miro cómo se alejan; a veces tornan y te miran, sin miedo ni sentimiento. Segundo que deviene en siglo, minuto en eternidad.
19/05/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 20/05/2014

Fotografía: El jefe indio Rain-in-the-Face, lakota

Thursday, May 15, 2014

Teléfonos públicos de París/VIRGINIANOS

 Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Es tributo a mis hermanas, Delia y María Renée, que me llamaban a París, donde deambulaba lloroso, de teléfono en teléfono, sin comer.

Bulevar Brune. El hombre que cuelga los brazos soy yo. Día que abre el lamento de tres meses, largo como pan de almuerzo. 

Me desesperé. Con cinco francos telefoneaba, por segundos, al Canadá, a los Estados Unidos. Mi voz pedía a las hermanas. Les daba el número del teléfono público. Entonces, pronto, en la grande ciudad con casas, de cielo afónico, ellas sonaban las cabinas. Solo ese sonido, único, en la inmensidad.

Ahora, tiempo muerto atrás, todavía espero esas llamadas; cuando camino cerca de algún teléfono, me detengo, escucho, disimulo mirando la hora. Y nada. Mis hermanas están, viven. Pero es el hermano el que ya no. Se desvaneció con su chaqueta y su gorra, salido bajo la lluvia a telefonear.

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De VIRGINIANOS, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991

Publicado en Opinión (Cochabamba), 11/07/1990
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 17/03/1991



Tuesday, May 13, 2014

La invención del caudillo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
  
Me comentó Aly, mi hija menor, que necesitaba datos sobre el deshielo de los glaciares bolivianos para un trabajo universitario, acerca de lo que se dice de Evo Morales y el medioambiente en la Red, en otras lenguas fuera del español. Extrañada, porque sabe de mi nula afición por el personaje, contaba que en muy raras ocasiones ha encontrado que se diga del presidente “indígena” algo que no lo muestre como adalid de las luchas ambientalistas. La Gran Mentira.

Hay un trabajo incansable, tal vez no brillante pero persistente -dado que los que supuestamente lo realizan carecen de las luces que los convirtiesen en estrellas rutilantes, a decir, el canciller amante de la papalisa y el bastante incoherente vice-, que resalta la imagen de Morales afuera, en un universo de intereses mayores y serios conflictos, donde poco importa lo que suceda en un pequeño país de nativos de tez marrón. A qué mentir, para embaucadores bastan y sobran los de arriba. Mientras en Bolivia todo parezca normal, no hay que preocuparse. Además el capitalista indio tiene a las multinacionales y a los grandes financistas contentos. Enmascarado que les hace el trabajo de maravilla, navegando con soltura entre las concesiones y la ilegalidad, que produce buen dinero. No tiene la osadía de Pablo Escobar, que en su delirio se creyó capaz de enfrentarse a todos. No, claro que no, este que se ufana de opulencia y absolutismo es otro triste lacayo de una ya muy larga historia. Le sobra soberbia y le faltan huevos.

Ya le crearon un cómic, que viene a ser la literatura del pueblo, o la mejor manera de interesar a la infancia en la lectura. Toda vida es aleccionadora y no dudo, viendo los resultados, que también existirá un ápice aleccionador en la suya. Lo que preocupa es la jugarreta estalinista, cristiana en su origen, de inventar un fundador, que en su tiempo fue Dios (cuyo prestigio cayó por los suelos), acorde con las circunstancias y la idiosincrasia del tumulto. Creo saber, luego de demasiadas lecturas acerca del zar rojo, que en esencia lo que le importaba a Josif Yugachvili era el poder en sí. Aparte de algunos vinos, comida, poesía y música georgiana, parecía un hombre modesto. Su dacha, escondida entre los palacetes del Kremlin, no impresionaba ni desconcertaba por lujo. Al contrario.

Stalin recitaba de memoria al gran poeta georgiano Shota Rustaveli, y en alguna ocasión sacó de la cárcel, tortura y segura muerte a un profesor de la materia, quien a pesar de las uñas arrancadas supo enfrascarse en apasionada discusión literaria con el dictador. No es el caso boliviano, donde Rustaveli u Homero Carvalho no son motivo de discusión entre jerarcas. Bolivia es un país comerciante, de comerciantes, donde todo se compra y se vende; pueblo quizá más hábil que judíos, armenios y azeris, sobre todo el aymara, en trueque que no da espacio a distracciones, ya que hay que sobrevivir. Pues bien, de allí salen presidente y vicepresidente, indígena y no indígena, que con patrañas indigenistas uno y marxistas el otro se han puesto a lucrar. La vida como negocio, cabe acotar que no les va mal, entre caterings, narcóticos, bienes raíces, aviones, quintas de recreo, contrabando, explotación ilegal de oro, avasallamiento de parques y tierras de origen, tala de bosques, envenenamiento de aguas, satélites, teleféricos y etcéteras. Negoción, suerte sin blanca.

Pero se sigue escuchándolos, invitándolos a conferencias magistrales en universidades, cuando mejor estarían en ferias populares, dando instrucciones de cómo aprovechar el mercado. Eso por decirlo suave, porque otras cosas se podrían destapar, con efluvios de cloaca. Caseritos, no políticos. Capangas, no caudillos.
11/05/14

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Publicado en El Día (santa Cruz de la Sierra), 13/05/2014

Imagen: Alfred Kubin


Sunday, May 11, 2014

Poemas

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Quizá debimos amor

llenar los bolsillos de besos
para soportar la espera

Mis bolsillos están rotos y sucios

Si la noche se estrella
se llena de estrellas quiero decir
coseré sus vientres sonriendo


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Te cierro la mirada

No veas lo que yo veo
Descansa
Sueña que las gotas de agua de la ducha
son hojas de paraíso

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De SPLEEN-Literatura, 02/04/1987

Imagen: Gustav Klimt, 1919

Tuesday, May 6, 2014

Del boxeo y sus melancolías/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un dibujo de Esteban Rodríguez Brizuela, amigo de mis primos cordobeses, trajo vahos de nostalgia en domingo. Pensé en una noche, justamente en Córdoba, Argentina, con mi padre, mi amigo Julio, mi cuñado Ed, Armando, en que nos juntamos para ver la que entonces era la pelea del siglo: Marvin Hagler contra Tommy Hearns ¿o era Hearns contra Sugar Ray?, ya ni me acuerdo.

Elegimos un café restaurante de barrio, con antiguallas y mozos de librea blanca y corta. Parodia de elegancia, porque a cualquiera le gusta sentir su dosis de vanidad aunque sea incierta o ficticia. Sillas de madera, mantel claro, impoluto, y un listado de delicias culinarias que distraía el crepitar del churrasco en otras mesas. Una pasión argentina, la comida. Y nuestra en las constantes visitas a los familiares de allí. Paraíso de los años de infancia y juventud. Los libros y el buen cine, hasta en esos momentos en que los ciudadanos temían a su propia sombra, cuando la Triple A mataba, y buscaba a mi hermano Armando.

Nos acomodamos mientras el camarero gritaba con voz de barítono “marchen cuatro milanesas”. Vino en jarra de aluminio, placer exquisito y popular. Vino barato, de la casa, casi negro de tan oscuro y fuerte, sólido para matizar la carne. El queso de las napolitanas chorrea por los costados del asado. Un aroma de jamón ocupa el aire mientras los maravillosos boxeadores negros calientan los músculos que brillan como maniquíes de cera. Short amarillo de uno; verde del otro. Colores de fiesta, explosión de la sangre, el circo romano que mastica quedo un trozo de ternera mientras los golpes retumban en el televisor.

Es verano en Córdoba. A los árboles los mece una brisa. ¿Cuál era el barrio? ¿Nueva Córdoba? O estábamos por el centro, por Ituzaingó cerca de la plaza San Martín. Da gusto recorrer los pasadizos de ayer, porque siempre quedan figuras que tal vez ya no estén o vivan lejos. La mente que parece amodorrada no lo está; al revivirla para recordar muestra galerías de imágenes que ni supiste habías guardado: una muchacha que pasa con un montgomery marrón -estaban de moda- y la febril italianada familiar: los Oberti, los Ingaramo, la tía Lita Campagnoli, entre la mayoría Coqueugniot.

Luz mortecina perfecta para el bar que se mueve entre la Argentina moderna y el pasado glorioso: una foto de Sanfilippo con camiseta de San Lorenzo de Almagro y otra de Bonavena. Felizmente, como sucede, no hay ninguna del cornudo de Perón ni de la “santa”. El ring revienta, reflectores por todo lado apuntando hacia el centro. Lo demás queda a oscuras, rugiente sombra. Todo se desarrolla tan rápido que aún no se enfriaron las papas fritas cuando declaran a alguien vencedor. Entonces viene la charla, las jugosas anécdotas de mi padre de sus encuentros con el Mono Gatica y algún pugilista local. Una jarra presagia la segunda y la última. Por encima del torneo, del reluciente y rimbombante cinto de campeón mundial se alza la memoria de un lugar, una ciudad de paso que se grabó en el recuerdo como permanente. Lo dije, a los árboles los mecía una brisa, y hacía calor sin estar caliente. La milanesa era buena, suave y aliñada. El vino tenía rastros, sedimento que no era de oro sino de uva.

No quiero saber el resultado de un match que me vino por encanto. Podían haber sido dos de los cuatro ases que se disputaban la división entonces: Hagler, Hearns, Ray Leonard o Mano de piedra Durán. Sería fácil consultar el navegador y hallar la respuesta, pero ella carecería de lo que me hace pensarla: el olor del vino, la frescura del aluminio, la ensalada con vinagreta casera. Qué tiempos aquellos…
05/05/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 06/05/2014

Imagen: Esteban Rodríguez Brizuela/El partido

Thursday, May 1, 2014

Vidocq, muerte en París

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Vidocq (Pitof, 2001) es una joya del arte cinematográfico francés del último lustro. Su director, Pitof (Jean-Christophe Comar), debuta con una muestra que si bien puede carecer de firme trama argumental, o tener feblezas de detalle, seduce con imágenes de oscura belleza y alto nivel tecnológico. No en vano Pitof trabajó como encargado de efectos visuales en clásicos del cine como Delicatessen (1990) y La ciudad de los niños perdidos (1995), ambos de Jeunet y Caro. A Pitof se debe ese extraño mundo de ciencia ficción, mezcla de maquinaria antigua y aparatos espaciales, de mugre y pobreza victorianas en sugerentes claroscuros y espacios impolutos de rigor cientista.

En Vidocq da un paso más allá de sus trabajos como asistente; desarrolla su extraordinario talento. Tiene, como el siglo, una visión entremezclada entre pasado y futuro. Imágenes góticas y sórdidas reviven el medioevo en un mundo pletórico de modernidad. Quizá sugieran que ante el imparable avance de la ciencia y la tecnología, el postrer recurso del ser humano es hundirse en lo lóbrego de sus emociones y vicios: tiznar de oscuridad la excesiva luz del tiempo venidero.

Vidocq se apoya en la biografía de Eugène François Vidocq (1775-1857), ex-presidiario y fundador de los servicios secretos franceses; maestro del disfraz y la sospecha, cuya aureola le dio prominencia en los medios literarios. Víctor Hugo basó sus opuestos personajes: Jean Valjean y Javert, en su vida; también el Vautran de Balzac en Papá Goriot se inspira allí. Poe lo rescata en Los crímenes de la calle Morgue... y Melville, Dickens, Conan Doyle.

Cierta pasión por una exótica bailarina khmer (Préah) nubla una investigación que el prefecto de París ha encargado al ahora detective privado. La muerte de dos hombres de negocios alcanzados al mismo tiempo por rayos espeluzna, asombra y preocupa a la policía local que bastante tiene ya con los preparativos de la ciudad para rebelarse en la que vendrá a ser, históricamente, la revolución de 1830. En aquel agitado París, Vidocq y su socio toman como tarea perseguir a un asesino con apariencia de espectro. Se valen para ello de relatos legendarios que hablan de un Alquimista que mata y roba el alma de sus víctimas, y que se esconde en los laberínticos subsuelos de las fundiciones de vidrio.

La historia en sí tiene lagunas que solo la maravilla estilística desecha. Estamos ante un fino ejemplo de entretenimiento, sin mayor espacio para la abstracción. Un filme que algunos ponen en la línea de las novedades fantasiosas chinas de los últimos años y que más quiero ubicar al lado de Le Pacte des Loups (Christophe Gans, 2001), con majestuosa fotografía y audaz manejo de ángulos, con dosis de artes marciales y rumor de misterio.

Vidocq (Gérard Depardieu) ha hecho personal la caza del alquimista, para con ello borrar las huellas de cualquier asociación criminal (no bien explicada) de la bailarina (Inés Sastre) con los asesinatos. El investigador muere apenas al iniciarse la película. Se lo ve pasar con rapidez en medio de atestados hornos de fundición, en profusión de grotescos rostros en primer plano y stills arquitectónicos. Llega finalmente a un recinto con una gigantesca fragua abierta en el piso y se enhiesta en combate singular con ese ser de manto negro cuyo rostro cubre un espejo. Vidocq no tiene la agilidad de un atleta; es rechoncho y lento. Mas Pitof le da énfasis con ayuda del computador y movimiento de cámara. Termina sin embargo colgando de la boca del pozo, a merced del siniestro personaje. Espera, le dice, ya que he de morir quiero al menos ver tu rostro. La máscara se arrodilla y suponemos se lo muestra. Con ojos de asombro, Vidocq se deja caer al profundo vacío que avienta lengüetazos de fuego al exterior.

Será Etienne Boisset (Guillaume Canet), su biógrafo, joven periodista, quien desembrollará el misterio de esta muerte. A través suyo, en retrospectiva, conoceremos la estructura narrativa del caso. No vale la pena adentrar al lector en sumarios detalles que destruirían la posibilidad de imaginar un final. Por eso lo dejamos ahí, en un fatídico fantasma antiguo que deambula por un sector de París; un literato entusiasmado por terminar su libro; una mujer misteriosa quizá asociada con las tragedias; un socio alcoholizado que acompaña el escenario; un par de policías cuya carrera se juega en ello... el pueblo, espectador y eventual protagonista.

Si no terminamos con la narración y dejamos al lector que juzgue por sí mismo la cinta de Pitof, hay que hablar al menos de la puesta en escena. Vidocq no cae en el burdo manejo de la imagen virtual como suele hacerse, en la exageración de reconstruir mundos a través de la computadora. La poética de esta película radica en la amalgama de un mundo real y uno fantástico sin que se note. El escenario virtual es protagónico; fundamental el uso de colores, así como la velocidad de desplazamiento de las cámaras. Acusan a Pitof de encubrir falencias con este frenesí de movimiento. Es posible, pero hay filmes que deben mirarse con actitud crítica -intelectual- y otros por simple placer visual.

La fotografía de esta realización es sublime. El cineasta reconoce la influencia de la pintura de Gustave Moreau (hay un museo Moreau en París, y este oscuro artista del ochocientos parece reflejar en su arte las desavenencias del siglo XXI a la perfección); también Turner. Añadiría que las tomas de Jan Saudek se amoldan con soltura a su ambiente.

Obra maestra de un arte nuevo que como toda primeriza tal vez no alcanza a cerrar el círculo. Aconsejable. Indispensable para una juventud que a tiempo de echar los ojos diez siglos atrás mira con herramientas actuales el porvenir.
02/06/06

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 06/2006

Imagen: Afiche del filme