Sunday, May 31, 2020

Bajo el sol de domingo con música de Emilio Losada


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Largos silencios, profundos, eternos silencios, Picha. Quedan recuerdos, imágenes, fotografías y… sueños, que de a poco se van disolviendo, quedándose colores, manchas, sensaciones. Lo esencial debajo de la pintura. Obras maestras escondidas detrás de nimios intentos. Pero hay que gritar fuera de la desesperanza porque sin rebelión no hay vida, moverlo todo para que parezca igual. Simple filosofía, profundo dolor.

Emilio Losada dice en la canción que va a dejarlo todo, a la chingada lo que haya porque quiere verla bajo el cielo de Ciudad de México. Simón Bolívar desviando las naves por perfume de mujer. Hay que cambiar rumbo, desoír al aterrorizado Lev Kamenev en su juicio pidiendo a sus hijos no mirar atrás, siempre adelante, con Stalin… A mirar a todo lado, que quizá hay flores por allí, quizá chacales. La ortodoxia no sirve, además que aburre.

Repaso un texto sobre la crítica de Arthur Koestler. Ahí me recordaron lo de Kamenev. Adoré a Koestler en mi juventud. Décadas que no lo leo. Lo recuerdo cuando tomo vino blanco georgiano, que puedo conseguir en Denver. En una de sus memorias habla de él, y de la dirigencia comunista georgiana. No sé si mencionaba a Sergo Ordzhonikidzé, suicidado (dicen) antes de ejecutado por su paisano.

Georgia, la ruta del Argo y los argonautas en busca del vellocino de oro. En los arroyos de aquel país todavía lavan oro con pieles de carnero. El polvo queda en la lana y luego se lo lava y escurre. De ahí el mito. Según…

Silencio. Algo de Emilio, reggae, Celia Cruz, if you ever know how much I love you. Tengo fiebre, fever, el covid19, tal vez. Pero solo en la mañana, después me pongo bien hasta la siguiente agonía. Poco tiempo tengo para reflexionar acerca del infinito. Los músculos tienen que  estar tensos, para trabajar, amar, matar. Sin darles descanso, como a los treinta. La ortodoxia es de músculos laxos, flojos, esmirriados y cobardes como el líder podemita en la tierra de España. Decía mi padre: no temas a los fuertes; está en los débiles la traición. Analizando se podría considerar esta hasta como una opinión nazi. Pero conocía a mi padre y lejos de ello. Entiendo lo que quiso decir. No lo olvido. Silencios, Picha de mis sueños, de testa vendada de blanco, como romana o hada madrina.

Ni pienso en el infinito ni bailo salsa. Mi tiempo apenas alcanza para la mitad de lo mucho que deseo hacer. Si me deprimo… pues requeriría demasiadas horas que no tengo. Arrastré el dolor como si fuera cueca boliviana; el martirio, el tormento, con angustias quechuas y contradicciones íberas, aparte de todo lo demás entre franceses, ashkenazis y no woman no cry.

Lo cierto es que cuando te vas, Picha, me avisas que la clepsidra ya está volcada. Quizá deba evaluar mis pasos e intentar ya no tantos caminos sino pocos, precisos y sustanciosos. ¿No sería aquello una suerte de ortodoxia? ¿Pedir perdón como Zinoviev y Bujarin? Dejémoslo así. De todos modos me dijiste anoche que el río del Leteo está seco y el barquero borracho. Entonces implica, implica entonces, que incluso en la muerte hay decisiones propias. Me gusta eso. No que me rapen la cabeza y me metan en trenes hacia el paraíso del trabajo, fúnebre metáfora.

Domingo. Emilio me mandó un puñado de poesía en música. Veo el sol afuera pero no me tuesto adentro. Hoy no ejerzo de pan horneado. Escribo en calzoncillos; de a ratos me acuerdo de muchachas dadivosas tornadas en hidras de Lerna, o de Cochabamba, o de Denver. Mujeres amadas, odiadas de a ratos, siempre queridas, con cabeza de calabaza en permanente Halloween.

Los Leningrad Cowboys cantan Happy Together. Recuerdo, hermana, cómo te encantaba esa canción de The Turtles. Resumía la infancia, la familia que ya no existe. ¿O estamos maridados ad aeternum, los dos padres y los seis hijos? Happy together, Come together.

Pues suenan las nueve y veinticinco en las ilusorias campanas de mi cueva. Aunque los relojes debieron haberse parado cuando te fuiste sin maletas, independiente. Podrías haberme esperado ¿no?, pero creo que cuando me dejó Ligia casi quince años atrás te cansaste de ser otra madre para mí. Me diste alas, el libre albedrío, mencionaste, y me tienes acá un poco más maduro, always sad but always strong, como buen hijo que muestra a la progenitora que puede ser buen trabajador.
31/05/2020
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Imagen: Henri Rousseau

Thursday, May 21, 2020

Prisionera de Stalin y de Hitler


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Que Bánzer entregase guerrilleros argentinos al gobierno de Videla, con encargo especial para el matadero de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), tenía su lógica. Ambos dictadores, sumados a Stroessner, Pinochet, conformaban un frente amplio que se cubría las espaldas y trabajaba en conjunto. Pero que Stalin entregase a comunistas alemanes a las hordas nazis carecía de ella.

Margarete Buber-Neumann fue una militante comunista, casada en principio con el hijo de Martín Buber, el gran pensador judío. Separada de su marido convivió con Heinz Neumann, importante miembro del partido coumunista alemán y del Komintern. Neumann tenía labor e historia de excepción como combatiente revolucionario, tanto en Alemania como en el extranjero. Goebbels pidió a Suiza su extradición para -posiblemente- ejecutarlo. Junto a V. Lominadze participó de la llamada Comuna de Cantón, China, 1927, efímero estallido social de desastrosas consecuencias. Colaboró con Ernst Thälmann mas lo venció su espíritu crítico de lo que se venía haciendo en Rusia. Osip Pyatniski, responsable del aparato clandestino bolchevique desde 1903, sugirió enviar a Heinz Neumann al Brasil, a asesosar el movimiento que preparaba Luiz Carlos Prestes, el cual contaba, según Jorge Amado, con muchísimos colaboradores de origen alemán. El viaje jamás se realizó. Pyatniski, cosa común entonces en Rusia, fue fusilado por sus camaradas de ideario en 1937, acusado de conspiración; lo mismo sucedió con Piatakov, Bujarin, Zinoviev, Rakovski y tantos otros silenciados luego de las más espantosas parodias de justicia que un estado puede montar. Todo para que Stalin se sintiera tranquilo, seguro de ser el único, el irremplazable.

Tanto habría sido el deseo de que algo nuevo se estuviere formando, que toda la muerte precedente no fuera en vano, que los comunistas del mundo veían a la Unión Soviética como el Edén al que todos deseaban asistir, a pesar de que entonces ya se sabía que el ser "llamado a Moscú" implicaba una condena a muerte. Cualquier error mínimo, o la sospecha de un error más las innúmeras delaciones entre "revolucionarios", barrieron con el recuerdo de la Revolución de Octubre, con el internacionalismo proletario. La capacidad militar de la URSS fue destruida por los celos de Stalin en las purgas de la mejor oficialidad que podría haber confrontado la invasión germana con mayor éxito. Stalin asesinó a todos los que pudo, incluyendo a Béla Kun y a Heinz Neumann; además, y parafraseando a medias a Solzhenitsin, barrió con la literatura rusa, dejando un yermo irrecuperable (Bábel, Meyerhold, Mandelstam, Pilniak, hasta el mismo Maxim Gorki que se sospecha fue eliminado por orden del líder).

Luego de su detención en el Hotel Lux, en Moscú, donde se alojaban los miembros del Komintern, Margarete no supo más de Heinz Neumann. A ella le tocó un calvario de celdas y privaciones sin nombre, por la sospecha de "traición" o "terrorismo". Desde la Lubianka y la Butirka, prisiones de infeliz memoria, hasta el campo de concentración de Karaganda en la estepa kazaja. Allí la política se olvida; es el imperio del hambre, la lucha por las migajas, por un espacio de sueño, por algo de agua, unos granitos de azúcar. A cambio de nada, el gobierno soviético hacía trabajar a sus prisioneros, políticos y comunes, de sol a sol, como lo hiciera con los rendidos alemanes durante la guerra, los de Stalingrado y los demás. Levantar una economía a la fuerza, sobre las espaldas de centenares de miles de esclavos, sin alimentación ni esperanza en el paraíso de los trabajadores.

Junto a Margarete, infinitas mujeres de diverso origen, con especial mención de las alemanas, entre ellas la actriz Carola Neher, actriz de fama que trabajara con Bertolt Brecht. Artistas, músicas, novias, hijas o esposas de comunistas alemanes sobre los que había caído la sospecha del régimen.

En Burma, Siberia, en condiciones infrahumanas, bajo el frío, el trabajo y la inanición, Margarete, sin saber nada de Heinz, sin voz ni voto, con la desconfianza de las presas políticas rusas que la miran como a traidora, sin darse cuenta que corren con su misma suerte. Premio por haber creído en Moscú, por haberse opuesto a Hitler.

La cima de esta historia ilógica llega en el momento de la gran traición: el pacto germano-soviético de no agresión, la repartija de Polonia y el acápite dedicado a los comunistas alemanes presos en Rusia, de quienes se espera la entrega por parte del estalinismo. Entrega que se hace con los mejores auspicios de amistad entre los dictadores. Stalin regala a la muerte, a la tortura, el gas, a aquellos que creyeron en la república de los soviets, que trabajaron, muchos entre grandes desdichas, por su instauración.

Margarete Buber-Neumann termina en Ravensbrück, campo de muerte femenino. En una primera instancia, el campo se diferencia de sus pares orientales. Hay orden, mejor comida, camas y espacios propios. La brutalidad es la misma, pero Ravensbrück hasta ya avanzada la guerra, da, en las palabras de Buber-Neumann, aunque parezca paradójico, una mejor impresión. Es que en aquel campo de mujeres, como en otros de exterminio, se quería malévolamente dar una apariencia de paz. Sin embargo los patrones de conducta ya habían sido marcados y se procede a la política exterminadora del nazismo, más que todo hacia las minorías étnicas.

En Ravensbrück conoce a Milena Jesenská, la periodista checa de la que se enamorara Kafka y a la que escribiera las famosas Cartas. Cuatro años de una intimidad rica que sueña con escribir juntas la historia del cautiverio. Milena morirá allí y será Margarete la que escriba el testimonio que es "Prisionera de Stalin y de Hitler". No hay mención en el texto mismo, pero hay autores que sugieren que esta relación estrecha fue la que permitió, a través de Buber-Neumann, salvar los textos inéditos de Franz Kafka.

Ravensbrück se convierte más y más como Burma o Karaganda; el nazismo vacilante recurre también al trabajo esclavo para su industria de guerra. Cuando los cañones rusos suenan a pocos kilómetros, Margarete y otras prisioneras alemanas son liberadas. Desde ese instante, y siendo inviable ver a su madre en Postdam, tiene la idea fija de huir de los rusos. Sabe que caer en sus manos significa Siberia de nuevo, y la muerte. Yosif Stalin llegará al extremo de mandar a campos de trabajo forzado a los prisioneros rusos de guerra. Para entonces se ha olvidado el discurso marxista, ya no se habla de revolución social ni de dictadura proletaria; la guerra ha sido guerra "patria" y se descubren los nombres de los grandes héroes nacionales: Kutuzov, Bagration...

Margarete Buber-Neumann llega a las líneas norteamericanas sobre el Elba. A Stalin se le escapa una víctima más, una convicta con voz...
25/07/2007

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), julio, 2007

Thursday, May 14, 2020

Un casa de las Américas muy personal


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Creo que cabe, que para eso vine, comenzar con el detalle del Premio de Novela en el cual participé como jurado. La parte de obras que me tocó se caracterizó por un buen nivel medio. Elegí cinco novelas que hubiesen merecido, cualquiera de ellas, ganarlo.

Haciendo un recuento, la primera, La sombra del nombre, de la uruguaya Melba Guariglia, sorprendía con una sólida estructura y un argumento con temas como la identidad, el exilio, la represión, la zozobra del individuo que se somete a pruebas en donde no sabe más quien es. Luego, del argentino Carlos Hugo Sánchez, El agua mineral, deliciosa historia que comienza con un par de amigos que estudian la forma de embotellar las aguas del río Yi, cerca del Uruguay, y venderla. Empresa que se diluye pronto en las peripecias de los personajes, en un intríngulis que exige atención pero que se disfruta.

Me fui por la tercera, la que finalmente resultó mi elección y que obtuvo una mención. Su título proveniente de un verso de Pessoa: Los hijos soñolientos del abismo, de Geovannys Manso Sendán, cubano de prosa ágil e irreverente, que en una especie de diario neurótico juega con la mente del lector.

Vinieron dos más, ambas argentinas: 74 días, de Agustín María Palmeiro de sobria y desgarradora narración del conflicto en Malvinas y Así son las fieras, escrita por Carlos Bégue, suerte de novela de la conciencia argentina, extrañamente opuesta al legado de Perón y con reminiscencias de la Acracia platense de las primeras décadas del XX.

Luego de votar, los jurados Roberto Burgos Cantor, Colombia; Andrea Jeftanovic, Chile; Rogelio Riverón, Cuba; Martín Kohan, Argentina, y yo, decidimos optar por La venganza de las chachas, del mexicano Gabriel Santander Botello, con menciones para Manso y para el veterano escritor colombiano Rodrigo Parra Sandoval y su alucinante Faraón Angola, con quizá la mejor y más extraña aproximación a la violencia en su país que se haya logrado en ficción. Lo interesante de Santander Botello es que su novela implica una hibridación tanto de territorio y lenguaje como se había propuesto de algún modo en mi también premiada anteriormente El exilio voluntario. Interesante, repito, ya que éste y el premio anterior caen en autores que habitan un espacio que podríamos llamar fronterizo en términos físicos, mentales y linguísticos, previendo la futura explosión de literatura latinoamericana que transite los niveles del sur y los del norte al mismo tiempo, los del castellano y los del inglés en rico paralelismo o simbiosis.

Un premio donde se juntaron diversos talentos, estilos, culturas, nacionalidades, enlazadas por lengua común, y donde por desgracia no pudo más que premiarse a uno. En otros géneros, por lo que oí, hubo ardua discusión sobre temas que no son en sí sencillos para, al final, dar la venia a alguno desechando otros de posible igual merecimiento. De Bolivia no se presentaron novelas. En cuento participó Giovanna Rivero, cruceña que en algún momento tuvo el aval de jurados pero cuyas chances se diluyeron en el debate. Otra vez será y por cierto que necesitamos participación mayor.

Dividido en dos, el viaje resultó magnífico, con casi una semana al borde de la bahía de Jagua, en Cienfuegos, donde, con semejante paisaje, era un crimen trabajar. Pero allí se estuvo, duro en la lectura, e intervalos en los que personalmente pasé mirando elongados peces azules y sardinillas que se escondían bajo la sombra del muelle. Hubo ron, Havana Club de siete años, Havana añejo de tres para los Cuba libres, cervezas Cristal, lager, y Bucanero, dark, y abundante comida matizada por conversaciones con nuevos amigos, impresiones de libros, visitas de personalidades cubanas, radio, prensa, algo de televisión, música con viejos troveros de la Nueva Trova, etc. Y un viaje a la colonial Trinidad, al pie de la Sierra del Escambray, de historia que hasta en su nombre pone la piel de gallina. Ha pasado el tiempo, y hoy tenemos el privilegio de dormir en hotel de cuatro, almorzar en palacios de la sacarocracia, sabiendo que no siempre fue así, sabiéndolo hoy más que nunca luego de que anoche asistiéramos a la premier de Martí, el ojo del canario, una producción cubana de múltiples valores y belleza.

Ahora se acerca la partida, Roberto Burgos Cantor se fue hace media hora, hacia Cartagena de Indias, a mayores actividades literario educativas. Vuelve a sus umbrías ceibas, las de su memoria que es la memoria nuestra, la del Caribe, la que confluye Colombia y Cuba en los marasmos trágicos de la negritud. Yo partiré mañana, de vuelta a la nieve y sé que en la alegría de la familia, de Ligia, Aly y Emi, oiré en la noche cuando me arrastre al trabajo los oleajes de Jagua que miraba desde un balcón.

A Burgos y mí se sumó un español, crítico y jurado, leído y entretenido: Eduardo Becerra, con quien anulamos las horas en lentos rones ahogados en dos cubitos de hielo. Hablamos, nos contamos de literaturas y los nuestros y, junto a Peláez, director de internacionales de la Casa de las Américas, hombre de sonrisa y afectada seriedad, y amigo como pocos muy rápido, la pasamos divino como suelen decir los argentinos, bien, retebién, requetebién.

El primer día, Alvaro García Linera quien fuera invitado especial hizo un interesante y en parte quizá correcto análisis histórico sobre Bolivia. Creo que fue honesto en exponer sus estrategias con muchas de las cuales discrepo. Pero por un minuto fuimos dos cochabambinos reconociéndose ante un público y la férrea mirada de varios Che que caminaban por el muro.

Extrañaré a Cuba. Tantas cosas que extrañar.

Cienfuegos, Cuba, enero 2011

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Imagen: Afiche del Premio Casa de las Américas 2011

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 30/01/2011
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), 03/02/2011
Publicado en Semanario Uno #395 (Santa Cruz de la Sierra), 16/02/2011

Sunday, May 10, 2020

Otras historias (1989)


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ha nacido mamá. La plaza pintó sus bancos por la noche. Y una flor de campo cuelga de las ropas secas. Y en esa cuna, allá en Gálvez, mamá soñó con nosotros mientras lloraba.
Alexandria, 1989

Dices con voz profunda que mi felicidad vive en un concepto. Quizá sí. Escucho tu voz. Profunda. Es que te miro los ojos, padre. Son verdes.

Córdoba, 1984

¿Te dormiste, madre? Olvidas que me voy a Londres y que llevo el vestido verde que te gusta. Cómo no has de prepararme, madre, un café, hoy que me marcho. En el tren, las galletas de casa se van moliendo entre los rieles.

Leeds, 1989

Ah, dolor, tanto que te conozco. Si en abril me abrazabas y en otros pasados era siempre tuyo. Mira, te has detenido, ya sin mí, y en soledad. Dolor, no quiero verte descamisado. Roba mis cartas del aire y encuéntrame. Nos hemos visto tanto que un poco más no será malo.

Cochabamba, 1988

¿Quién es la que pasea por los puentes? Cuando hay humo en el café o cuando la luna se tiende arqueada para dormir, ella permanece en las barandas. Un día tendrá otra ciudad, de río pobre, y en algún desconocido puente recordarán a sus hijos, que la acompañaron, de joven, extrañados por las aguas que se iban.

Brujas, 1972

Vi nacer este imperio, la gloria que edificaba las rocas, los dioses y las fervientes muchachas. En mis manos acuné la lanza y la flecha; afiancé los garrotes quebradores de cuerpos. Parí los hijos con el calor de mi esperma en el ombligo de las esposas. Mi nombre se dibuja en los pájaros. El musgo teme la pisada; el lodo se endurece ante mi vista. Y de pronto vislumbro el ocaso de mi fama. Esta guerra con los hombres del sur me ha agobiado. Los brazos me hablaron en sueños y me dieron un plazo de cinco años más; después dejarán de matar.

Chan-Chan, 1460

La ciudad lleva el nombre de un hombre. En sus cimientos depositada su grandeza. Sus escritos tienen lugar para vivir. Ni la época ni la muerte le dieron razón; las calles adobales sí lo oirán. El viento sopla, hay polvo. En mesas dibujo el nombre. Me hace sonreír mi alegría.

Ricardo Flores Magón, 1986

Hoy ha muerto Brueghel el Viejo. Con él se van las fiestas y los campesinos. Un perro desollado ha quedado pintado a medias. Formaba parte de un tríptico de muertes, esbozos que ya no sirven, esbozos que usaré en la venta del domingo para cubrir las flores.

Bruselas, 1569

Pueden creerme si les digo que estoy sentado, y que el penúltimo tren subterráneo se fue. Pienso en el tiempo que gasto así, observando a las parejas, sintiendo en sus besos mi abandono; en sus manos, saber que únicamente tengo las mías para aferrar los cabellos intentando dormir.

Washington DC, 1989

La música parece salir de las piedras. La oscuridad cobija espectros. Gótico. Huele a brujas, a martirio incesante. Y también a paz.

Suelo descansar en los nichos, en las tumbas del piso que llevan mi nombre grabado; en los siglos que me perduran, mudo, hastiado de mirar.
Mil años de reclinatorio, de sombrío.
El órgano continúa musicando lo invisible. En Amiens mueren las pisadas. Es el triunfo de la roca. La muerte se aposenta en ti y se sonríe del universo a través de tus ojos...
Amiens, 1986

Tú que levantas la gloria de Israel, que improntas Jerusalén. A ti que ya no encuentro en las iglesias y que presumiblemente has muerto mientras dormía. Tú, Dios de Israel.

Praga, 1915

París que se viene en Washington y me coge, sentado, dormitando un restaurante en mi cerveza. Podría ser un juego de tiempo, maestría de dioses que se mueven -y mueven- las horas. En el instante me eternizo; es eterno en mí el tenedor que llevo a la boca, la carne que mastico, la negritud de mi bebida; el sol; la torre que porta el vestido de luces de la noche, la torre que brilla en el mediodía de esta Norteamérica con cantineros negros, de claveles rojos.

Así, en esta irreconocible hora de almuerzo, retorno a Dickens, a dos ciudades, a ser dual, a contemplar con un ojo el recuerdo y con el otro a calcular el trozo de asado que habrá de caber en mi boca.
Washington DC, 1989

Bebo en una copa rota.

No digo nada. No me quejo.
Es que Dublín decora el cielo con ladrillos negros.
También por las escaleras que trepan las paredes, sin tiempo, sin piedad.
Por todas las casas rojas que pintan los bajos del cielo. Por eso sigue en mí la copa rota y no protesto. Eludo, sí, el corte del cristal por donde huye mi alcohol.
Dublín, 1915

Un gigantesco gato negro saltó de una estrella. Su sombra hizo la noche. Después murió. Ese es el origen de la oscuridad.

¿?

La voz del tigre. En el penacho gris de una pirámide, los ojos encendidos. Nadie sabrá por qué no se detuvo el tigre, mientras subía, dos a dos, las escaleras hasta morder la luna.

Yucatán, 1200

Hubo un tiempo en el cual el Mongol llegó al Islam. Eran tiempos de infierno, de cabezas cercenadas que ya no tenían sol. Hubo mujeres desgarradas y caballos que bebían sangre. Este día en que el Corán se lee en el campo de batalla, hartado de enemigos muertos, agradezco a Alá la vida. Por él he matado hoy y me duele el brazo de hacerlo. Después de un año correré al lecho de la que más amo y me ocultaré hasta la vejez en sus senos de mármol negro.

Ayn Jalut, 1260

Son las nueve de la mañana, del sábado. Y te amo como a una armónica. Me he puesto 10 bocas que te succionan toda. Y 11 sexos que te horadan y 12 ojos que te acarician con sus 30 dedos.

Cochabamba, 1987

Saben, soy un pedazo de tierra. Ayer tenía subido el sol entre las piernas; en la cabeza me crecían hierbas. Pasaba un perro, una muchacha. Y hoy, septiembre, mataron un hombre sobre mí. Cayó con sus ojos cerca de mi vientre. Su sangre era negra pesadilla. Saben, nunca más fui aquel trozo de tierra; ya no me crece el pasto encima.

Zamosc, 1939

Dos pisos tendría esta casa. Alguna familia viviría allí. Y estas vasijas tendrían agua que ya se bebió y ya no existe. Miro los niños que bajan las escaleras, colocadas al azar. Seguramente las pusieron así para que los dioses descendiesen y comiesen maíz con los navajos.

Pueblo Bonito, 1973

Salgo al vestíbulo. Son las seis, anochecen. Fuera habita el frío.

Mis botas pisan un papel que tiene una fotografía. Lo levanto. Es el retrato de una niña negra, de diez años, perdida el treinta y uno de marzo de mil novecientos ochenta y ocho. Sonríe con las manos en la quijada.
Su nombre es Nydra Anntoinette Ross. Cuando salió a la calle no regresó. El mundo de hombres se la ha llevado. Puedo verla en esta roja mesa que escribe mis cartas.
Nydra estoy pensando en ti. Y mi sobrina Zara, que aparenta tu rostro, está pensando en ti cuando toma la noche en sueño.
Have you seen me?
Si ya no eres tú, yo seré tú, y a través mío verás jugar los arbolitos.
Alexandria, 1989

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Publicado en Arte y Cultura (Primera Plana/La Paz), 16 de junio de 1996

Imagen: Pierre Alechinsky/Echarpe, 2010

Monday, May 4, 2020

Otras historias (1987)


Claudio Ferrufino-Coqueugniot


Sobre el bosque milenario corre el viento de las desgracias. Las hojas son verdes, sin embargo. Las piedrecillas van con las aguas. En un minuto se abate el invierno, se abate el silencio en los arbustos. La noche sueña lobos, apéndices de luna. Las nubes semejan la espuma congelada de las cervezas.
La noche se oculta de la muerte. Borra las formas y guarda el aire. No habla porque de hacerlo la muerte lo encontraría. Los hombres son sólo testigos de un engaño eternizado.
En medio de las voces asesinas, un niño sospecha manos maternas y besa. Alguna flor se mueve bajo la nieve. Un niño bajo la luna cómplice. Hacer nevar es, para Dios, como poner velos al mal.
Un crujido más y pasará un siglo...
Vilna, 1978


He caído del trapecio y me he roto la espalda. Soy un acróbata.

Vivo en la calle Köpenick. Mi habitación cuenta con un tragaluz. En las paredes hay arrebatados dibujos de artistas de Dresden. Sus contrastes de negro y blanco me anuncian de a diario el horror.
Estoy paralítico. María se ha marchado. Al margen de la humanidad donde me encuentro, nadie vendrá por mí.
Mis manos entumecidas no logran cerrar la ventana. Llueve otoño en la ciudad. Desde el quinto piso, el bullicio callejero me parece una caminata de termes. Gota a gota, el tejado va gastando la lluvia.
Ocho días después me voy muriendo. Mi única desesperación es no poder alcanzar el suicidio.
Berlín, 1928


Si tus cabellos son el sol ¿qué es tu alba piel? Stephanie Alicia mira los edificios creyendo que son flores. No hay niña igual que reverdezca las rocas como ella. Sin manos, pinta lo que nadie soñara jamás. Y se pasan los días, y vuelve a casa. Y la ciudad la extraña.

Curitiba, 1995


Una piedra circular agota el espacio. Quieta, no se mueve, aguarda con paciencia que mi sangre llegue a ella. Parece de color gris; hasta es posible que provenga de las canteras de mi pueblo.

Mi sangre la alcanza y su rostro ni se inmuta. Me digo que es una roca. "Nada más que eso". Es raro que me obsesione con algo tan simple cuando mis compañeros combaten. Mas no soy yo el que ha clavado la vista en ella, ni siquiera la muerte, sólo el azar.
Otro día han de levantarme un monumento, y de seguro los niños me echarán flores. Las señoritas se enamorarán de mi romántica mirada al infinito. La roca sabrá mis últimos pesares sin entenderlos y el resto quedará hecho un absurdo.
Dublín, 1916


Este es el fin del mundo y el principio del mundo. El Oriente y el Occidente. La espada y el degollado. Este es el principio y el fin de presente y pasado. De aquí vienen y van la luna y el sol. Acá la historia ha depositado sus versos y excrementado también. Este es el principio final y el fin inicial. De aquí para allá no hay nada. De aquí para el otro lado, tampoco. Yo soy la línea que corta las esperanzas porque todo está en mí.

Río Tisza, año 900


La tierra es pródiga.

El mundo se circunscribe a los paredones de adobe de la hacienda. Un atardecer, los indios se descuelgan de cerros y profundidades, como si fuesen uvas maduradas sin aviso. Es la sangre-sangre. Sangre de pintar abarcas y enrojecer montañas para lo venidero.
El mundo se circunscribe a los muros adobales. Otro mundo.
La tierra sigue pródiga mas no pare.
Las mujeres se arremolinan delante de las ollas. Sus manos tejen choclos, papas y verduras, mantas que van a cubrir las hambres.
Las ollas son fecundas.
Los choclos son blancos.
Hay quinientas papas y no hay patrones. Otro mundo.
Algunas paredes se regocijan con el cambio; otras no. Pero ¿a quién le importan ellas, en un instante futuro como el nuestro?
Las comidas hacen de las sombras mujeres. Sin comida se creería que los hijos vienen de la oscuridad.
Asoma el cacique su fiereza. Trae carga. Desmonta de la espalda el bulto que aferra presto el hembraje. Aparece una cercenada y pelirroja cabeza: propietario y extranjero. Se la devora sin preámbulos, cediendo las mejillas para el jefe.
Sanipaya, 1899


Llueve en la rue Chauvelot. La distancia es el metro que hay de mi cama a la ventana. Espacio en el que fácilmente podrían entrar infinitas canciones.

Parece que las gotas caen, todas, en la línea ferroviaria. Me asomo por el balcón y veo el fantasma negro del cielo que engulle los rascacielos. La torre Montparnasse ya es inexistente. Algunas gotas me alcanzan. Me envuelvo en el manto acuoso y, entrecerrando los ojos, pienso que estoy en París.
París, 1986


Los versos de un amigo humorista se han hecho tristes yo no sé cómo. Estuvo acá y se marchó eclipse de luna. Pensé, entonces, que había perdido algo, que ciertas pisadas luminosas yacían bajo el polvo. Indagué a la noche el porqué del cambio. No me respondió; sin embargo, creí ver en medio de las estrellas unas mujeres que reían...

Cochabamba, 1987


La casa de Miguel Quintana se mece en las alturas, de frente a las arboladas montañas. El día es un paseo y, cuando las horas ya están cansadas, un bar nos reúne para hablarnos. Tiesos oímos sus lecciones. Las paredes no son de piedra sino de nostalgia. Cada uno corre a un teléfono y disca. Cada uno tiene que hablar con su amor. Para todo hombre debiera haber un teléfono... y no lo hay.

Lodève, 1986


Un día luce su vestido verde para ir a bailar. Un día de agosto invitado a bailar. Va con su traje verde y crea una niña verde de celestes ojos y nombre verde.

Leeds, 1963

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Publicado por Centro Portales (Cochabamba), 1987
Publicado en SIGNO (La Paz), enero-abril 1988

Imagen: Katsutoshi Yuasa/The Future is Full of Nostalgia for the Past #2, 200
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