Tuesday, April 28, 2015

Los Soles y las Estrellas/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Que si estamos en el inmenso observatorio del Norte Grande de Chile? No, son Bolivia y Venezuela, y la pedestre condición de enriquecerse a costa de otros. El poder suele destapar héroes o santos, pero igualmente desenmascarar bazofia que se arrastra por el cieno de su miseria humana. La historia tiene Marco Aurelios pero también Heliogábalos, Simón Bolívar y el coronel Chávez.

No hace mucho se denunció que Dios-se-lo-pague Cabello, presidente de la Asamblea Nacional venezolana, era el cabecilla del llamado Cártel de los Soles, militares dedicados al tráfico de drogas, provistas por las FARC, sobre todo, y, recién especulado, por otros objetos (seres) celestes más al sur, a decir, Bolivia y su todavía malentendida, festejada y poco analizada revolución cocalera; un eje, Chimoré-Maiquetía, cuyo volumen de traslado excedería la imaginación. Empresas no relacionadas con el común concepto de cárteles que se tiene, que es el de aventuras privadas, para concebirse y concretarse como públicas en esencia, “legales” por fuerza, protegidas, inmunes e impunes. Diosdado, pues, es Diospagado aunque el estrado en el que se para comience a caerse en pedazos con un casi seguro desenlace trágico.

Soles y Estrellas brillan en los cielos de América. Como cada imbécil que se asume eterno, lo averiguaron a la mala Qadafi y Hussein, estos proclamados defensores del pobre tienen los días marcados. Rebuznan, asesinan periodistas, avivan los desmanes de la turba, creyendo que en el desconcierto han de borrar huellas. Imposible, menos hoy con la riqueza tecnológica que permite hasta ilusiones. Tienen como contrapeso, y ello está por verse, que en el sillón presidencial del país más poderoso del mundo, que no es ni será China hasta por lo menos 50 años de acá, se sienta un dignatario de medias tintas, preocupado por el legado histórico más que por la realidad, y que en apariencia muestra ojos ciegos y oídos sordos al rumor apocalíptico de sus vecinos. De todos modos y, diremos, a pesar de él, hay separación de poderes e independencia de trabajos en las naciones interesadas como para acumular data acusadora que dará con los huesos de los mencionados en la cárcel.

Tuvo suerte Hugo Chávez de morir en oficina. El cáncer fue beneficioso catalizador para que no se juzgaran sus actividades delincuenciales. No lo vio así, porque era otro que se creía designado para el infinito. Lloró, no hubo Magdalena mejor en los dos mil años después de la muerte de Cristo en la tierra. Suplicó, bailó, se revolcó, hizo piruetas de mono, besó crucifijos, se tiró al piso a los pies de vírgenes y de oscuros galanes de la santería y nada. Espero que a ese pedazo de cera bruta le hayan dejado pañuelos, o sábanas, para que pene en el más allá sin ensuciar demasiado los pisos. Marica.

Los diarios del país están llenos otra vez de denuncias, que un coronel desertado, que las rateras bartolinas, que la diputada cara de llama, que el viceministro dicta-normas que apenas puede escribir y menos leer, que la illa, el ekeko, el mandarín, los secuaces, Alí Babá, la cueva, el crucificado, el buen ladrón, el mal ladrón, etc… A eso se añade que supuestamente se estaría conformando otro ejército, como si con uno inservible no bastara, para proteger el “proceso de cambio” ¿o quisieron decir las casas de cambio?, con Kalashnikovs, misiles y más. Noticia que cierta o no apenas produce escozor. Detrás de un fusil cuerno de chivo, para que sirva, debe haber un buen soldado. Me pregunto dónde los hallarán ¿en Chapare? ¿Carrasco? Una cosa es vender en Shinaota, Chinahuata, y otro disparar. La realidad boliviana no es la de los campesinos insurrectos de Ucrania en 1920, y menos la de los pelados que se cargaron a los pelones en México 1910-1923, para ser, en ambos casos, arrasados, humillados y engañados por la historia. No.

No necesitamos gigantescos telescopios para saber lo que pasa. Es obvio, tanto como que cada día sale el sol y aparecen las estrellas. Sin embargo, no se descartan eclipses y nubes…
27/04/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 28/04/2015

Imagen: Caricatura de Pancho Cajas

Wednesday, April 22, 2015

Uyuni

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me abrasé de frío. Trémulo, percibía Uyuni a través del hielo. Acongojado, ahuyentaba las horas tratando de dormir. Sombras que pasan afuera del tren. Durmientes apilados como ogros a punto de engullir los vagones. Me cubrí la cara. Me mecía, o deliraba, en la putrefacción de singani y excremento.

Un cúmulo de noches se apretujaba hasta hermanarme con la pampa. Al descender del tren miraba el fantasma luminoso de la estación mientras rostros codiciosos y enfermos se me acercaban.

No eran los hombres significativos allí. La voz del piso congelado era lo extraño; las calles anchas como infancia: un susurro. La muerte convocando al exceso.

Entre idas me fui quedando. Acogido en el pajonal, supe de mi ceguera larga de salar. Reuní estrellas en los bolsillos para sembrarlas en tierra no vista. Comprendí las fronteras de mi soledad mientras entendía las fronteras de la patria.

Viajero, cuando pases de noche por aquellos bordes observa las almas. Piensa que escucharon la vida inmóvil, que conocieron que los vientos sumados al polvo cubrirían siempre sus mismas huellas. Viajero, tus pupilas hacen el horizonte.

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Publicado en Nispa-Ninku (UMSS/Cochabamba), 29/05/1986

Fotografía: Juan Gnecco

Tuesday, April 21, 2015

Humo de marihuana sobre Denver/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La sola idea de tartas de fruta o pasteles centroeuropeos de chocolate, almendras, frambuesas, nos enfiló desde la prosaica Aurora hacia Denver, a la calle Larimer, lo más lindo de su downtown.

Hace años, el centro de la ciudad se hallaba invadido de vagabundos, de negros pobres. Un poco más abajo, en el Lower Downtown, hoy LoDo, exclusivo y rico, bebían sus sueños dormitando ebrios en la tarde sujetos como Neal Cassady y Kerouac. Allí se gestaban las líneas que los harían eternos, sobre todo al segundo, el inicio del camino. Nadie quería visitar el centro entonces, poco había para mirar y mucho que temer, porque de pobres, mexicanos y negros se nutre el mal…

Ahora Kerouac es una celebridad. La riqueza, el poder, se apropian hasta del concepto de rebelión. No en vano estaciones de radio de derecha reclaman los versos y gritos de Jim Morrison como suyos. Y los yuppies, la generación de jóvenes profesionales de gran futuro, recuerdan al Kerouac ciclista, escalador, hombre del outdoors como ellos, ávidos de aventura y acogedor hogar para el regreso. Algún alucinado con memoria de la gloria que era ser marginado, ha multiplicado sténciles del rostro del autor de On The Road por las paredes, sobre los edificios relacionados con él.

Hoy la marihuana es libre en Colorado. Supuestamente hay restricciones, pero en la realidad su consumo es abierto y masivo. Representa un negocio millonario con el pretexto de ambientalismo, libertad, liberación sexual, aunque haya pasado a ser otro vértice del capital, un pingüe negocio.

Antes, siempre, el centro de Denver olía a marihuana. Provenía de los desharrapados, junto a asquerosos efluvios de cuerpos sin lavar, tabaco y alcohol. Detrás de las puertas, sin embargo, esta planta era consumida por un número inimaginable de caracteres en cada clase social. El mayor drama de los Estados Unidos era y sigue siendo la adicción en todas sus formas.

Fue natural legalizarla. Los estándares de moral se relajaron; al menos algo de lo oculto podía presentarse a plena luz. Eso, en sí, implicaba un alivio del peso tremendo de vivir en este frenesí de USA.

Mientras parqueábamos el Honda, mal porque no sé estacionar de retro, pasaban carruajes tirados por caballos o bicicletas donde pasajeros y conductor se divertían con coloridas pipas de cristal. Era domingo y supongo que Nirvana para ellos.

Denver olía a marihuana.

Solo que la sustancia había cambiado. Ya no es rebelde lo que la ley permite. El misterio, la irreverencia de no caber entre límites asignados, le daba un aura que difícilmente recuperará. En un gran triciclo con al menos cinco personas drogadas, observé la ropa cara y las vinchas falsamente hippies de las muchachas. No sé si llevaban bolsos pero sí teléfonos inteligentes, y texteaban al más allá, a la Nube convertida en Leviatán, noticias de un mundo que se incluiría y reduciría en Facebook. Dudo que uno de los pasajeros cargara el insigne libro de Kerouac, o cualquier otro libro. Habían sido domesticados por el sistema que les daba lo que deseaban y los mantenía registrados, porque para comprar marijuana se lleva un registro. Los rebeldes de hoy, que fuman reefer por las calles, semejan una bola de asnos.

Emanaciones de yerba venían de un mendigo tomando sol en la calle Market. El mismo aroma salía de un Lexus último modelo. Me pregunté si acaso alcanzamos igualdad social en lo urbano del Cannabis Country. Al fin llegamos a destino y al otro lado del mostrador escogimos oscuras tortas germanas. Las acompañamos de lattes, capuccinos y café au lait. Luego enfilamos hacia Aurora y me encerré en mi cubículo con la alegría y la certeza de continuar marginal. Abrí los Diarios de Valery Bryusov, escritos entre 1893-1905. Comencé con las reminiscencias del escritor de la mano de V. F. Jodásevich y de Marina Tsvetaeva. Me quedó el sabor del chocolate; el olor a la Juana retornó a su intrascendencia.

20/04/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 21/04/2015

Saturday, April 18, 2015

Querido Claudio

PABLO CINGOLANI

Querido Claudio:

Leo (secretamente) tus columnas de Mirando de abajo –porque ya no me las envías.
Debo decirte, como siempre.
No sé para qué mierda escribes lo que escribes –como yo tampoco sé para qué mierda escribo lo que escribo- pero tu columna titulada Hartazgo me ha sonado, cada puta, cada bella palabra, a pura música.
Conjeturo.
Los trazos de la canción, diría el malogrado de Bruce (Chatwin)
Un huayño indescifrable pero bello, absolutamente bello, diría yo.
The song remains the same, aullaría Robert Plant.
Not the meaning, the sense, acotaría T.S.Eliot.
Rescatemos a las gastadas palabras, agregaría el polaco que escribió El corazón de las tinieblas, tal y como lo anotó en el prólogo de El negro del Narcissus.
Yo no sé, te insisto, pero hay tanta música en esa tu verba inflamada -tal vez injusta, tal vez certera, eso: ¿quién lo sabe? ¿La historia? Tal vez…-, que a mí me conmueve, a mi me provoca escribirte estas palabras, gastadas palabras, como escribió don Conrad.
Al final y al destino, sólo quedarán ellas.
Palabras, palabras, palabras, clamaba Shakespeare.
Pero por lo único que lo recordamos al tan british es sólo por eso: por las putas y benditas palabras que escribió.
Hoy se lo dije a otro amigo: cuando pasen doscientos años, lo único que quedará (si acaso queda algo del mundo) de lo que hoy pasa en Bolivia, serán las palabras –impresas o virtuales- pero palabras al fin.
Seremos historia o seremos olvido, pero si un arqueólogo textual del siglo XXIII lee tu columna Hartazgo, espero que como yo, se conmueva.
Allí hay música, ritmo, síncopa. Allí hay be-bop.
Es como si Miles Davis hubiera escrito ese texto.
Es como si Miles Davis, negro, hijo de puta y heroinómano, genio absoluto de la música, estuviera, por un momento, de nuevo entre nosotros, de nuevo vivo.
Como Shakespeare o como el marica de Bruce, o mejor como el Chueco Céspedes, que aunque no te agrade, supongo, es lo mejor y el más parecido a tu música, a esa música donde vos y el (y uno más: Walter Chávez) comulgan,
Benditos sean los provocadores de la palabra.
Benditos sean los amantes de la textura, el olor y el sabor de un texto
Bienaventurado seas, querido Claudio, porque tuyo será el reino de los que eternamente serán leídos.
Con Ramón Rocha Monroy y Dios de testigos,
Te abrazo fuerte y te quiero mucho, por los siglos de los siglos, etc., etc.

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Carta-poema de Pablo Cingolani, 17/04/2015

Imagen: Arnold Böcklin/Autorretrato, 1872

Tuesday, April 14, 2015

Hartazgo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Panamá la nueva.

Sigue la ambición azotando estas costas. Igual a cuando Nicuesa lo hacía, o Balboa hollaba lo desconocido con jaurías de perros devoradores de indios que sabían del pecar nefando. Poderosos ambos, y desdichados.

No creo poder hablar de desdicha entre el grupo de privilegiados del mal facsímil de izquierda que acaba de sentarse y retirarse de la pomposamente llamada Cumbre de Panamá. El local, nuestro indio al que no devoraron los perros (España fue muy esporádica, poco firme, bastante confusa en su extendida conquista), retornó con escaso plumaje autóctono, con mucho no diré garbo pero sí soberbia, con pelotas de fútbol y circo a cuestas. Se supone que detrás suyo, y del resto de dignatarios (jugarretas de la lengua que califica de digna la deshonra), existe una plataforma ideológica, un accionar político que no se vio. Aspavientos. El empalagoso Correa, presidente de Ecuador, con más de lo mismo; la ratera argentina queriendo dictar cátedra de historia; Morales con cháchara insulsa, entre folklórica e indigesta; amén de la atávica estupidez de la derecha también representada. Gasto para deleite de poderosos, sin beneficio de pobres.

La delegación boliviana aterrizó dando candela a periodistas que disputaban por ver al falso profeta de América. Candela en forma de bastones eléctricos para mantenerlos a raya. Dicen que trajo una cohorte de notables andinos. Cuando John Reed vio por primera vez a Francisco Villa exclamó: ¡napoleónico! Esto de Panamá era rabelesiano. Grosero conjunto que semejaba una corte de milagros, pero con individuos de poderosas cuentas en bancos suizos. Emboscados, camuflados. ¿Es esto revolución? ¿Por esto elucubró el rencoroso judío de Tréveris y se asoció el señorito Engels? Hoy día todo es posible, y esa vieja palabra ha pasado a formar parte del léxico comercial.

Nicolás Maduro, mandamás venezolano, echó un esputo con ánimo de discurso. Quiso ser sagaz, fino, contundente. Le faltó tino y carece de seso. Balbuceó lugares comunes de lucha antiimperialista, enumerando generalidades que parecían venir del manual de las venas abiertas… Arrojó los nombres de Hendrix y de Clapton, haciendo norteamericano a este último, deseando mostrarse moderno y abierto al diálogo. Imitó la antediluviana (y sin embargo hermosa) guitarra del divino negro. Acotó Vietnam para ponerse en época y fracasó. Otra tentativa que aúna al esfuerzo bolivariano por ganar el récord mundial de estupidez según la franquicia del mico que lo precedió, ya bien fallecido.

Al fin se ofrecía el plato fuerte: un dulzón Obama, tenue y vaporoso, desesperado del legado histórico antes que de la realidad, y el senil menor hermano Castro, de la dinastía eterna, preguntando a cada rato por fechas y por la venia del canciller cubano que parece ser su voz y su memoria. Otra anecdótica, sino fuese por sangrienta, etapa del revolucionismo acorde a las caudillos, el evangelio de los santos armados.
Estados Unidos quiere vender, y hasta hay un juego casi inteligente de romper el espinazo de los ladrones del sur meneándole la cola al maestro. Cuba, no, los Castro, siempre ofreciéndose al mejor postor a mano. No olvidemos que Raúl fue quien sacó la pistola amenazando al Che en una secreta reunión antes de que se enfrascara Guevara en su martirologio personal, supuestamente porque al argentino le parecía mal prostituirse ante los rusos. Emigró, entonces, hacia la muerte. Eso, o la vergüenza.

Panamá la vieja.

Pasó el vendaval. Como España, Bastidas, Ojeda, lista de nombres asociados al oro y al desastre. Otros, contemporáneos, Noriega, también. ¿Qué queda de Panamá? Quiso ser otro Congreso Anfictiónico pero en lugar de héroes llegaron contrabandistas, en lugar de pensadores, pajpakus.

Hablan de otra era, nueva época. Detrás queda la que en verdad fue la década vencida, la revolución mutilada.
13/04/15

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 14/04/2015

Imagen: Hendrick Goltzius/Baco, c. 1589-90

Monday, April 13, 2015

Misa de difuntos

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Villa México es una gran barriada al sur de Cochabamba. Allí solo hay viento y polvo que inunda los sentidos. Polvo amarillo y marrón en medio de acequias donde los niños flotan sus sueños. En general, la pobreza es señora de las casas aunque alguna se eleve sobre el resto como un hongo.

Villa México es la tierra de los blancos pendones, posadas en las cuales, tras las vides, se enconden demonios. La chicha habita los rincones como orín del infierno. Su don apacible es un beso de cuchillos.

Renán Tarifa trabajaba mientras nosotros contemplábamos veredas. Un día nos invitó a una misa de difuntos en Villa México. Nos prometió bebida, mucha. La cita quedó para un sábado, a las 8 de la mañana, en la iglesia. El viernes me secuestró el alcohol y el mediodía del sábado fue mi amanecer. Se habían marchado. El sol arriba no quería decirme adónde.

Llamé a Chino y en micro arribamos a la villa. Semejaba una inmensa y cansada madre por cuyas venas se agitaba polvo. Luego de extrañas dificultades estuvimos en la casa de la "fiesta". El lecho seco del río Tamborada hacía de frontera por el lado sur. En medio de basura crecían matas de verde pálido. Cuando aparecimos, los amigos orinaban afuera con ojos llenos de vidrio. Nos abrazamos y penetramos a la región que festejaba la muerte.

Se sucedieron llantos y rezos. De un momento a otro los invitados se alzaban y comenzaban a orar. Entonces se balbuceaban inentendibles oraciones en quechua. La chicha lechosa se encaramaba hasta el cerebro. Pedimos baile y no nos lo dieron por luto. La vida consistía en sentarse y beber sistemáticamente en la penumbra de un piso de tierra.

(Larga noche que tenías forma de vaso)

A medianoche, como ante un irrenunciable llamado, los ebrios se levantaron. La viuda completa de negro puso una sábana blanca sobre los hombros del compadre de su difunto esposo. Y así, bajo estrellas que no brillaban, salimos en procesión rumbo al río. La viuda y el ensabanado iban tomados del brazo. El representante del muerto gemía, aterrorizando las piedras. Partícipe de la caravana, yo trataba de no perder detalle sin todavía comprender algo. El muerto aullaba como poseso. Nos detuvimos en un borde y la viuda inició una recogida de piedras que prontamente comenzó a arrojar contra el cuerpo de "su hombre". Gritaba: Déjame ya en paz, te he llorado bastante. Vi, entre sombras y perfiles de arbustos, cómo el espectro blanco huía, hasta desaparecer, lleno de roca su cuerpo. Esa luz blanca que se escurría lastimera por las orillas no me ha abandonado.

Ya se había ido el fantasma y la vida reaparecía un poco después de medianoche. La mujer procedió a quitarse los lutos mientras sus comadres la vestían de colores alegres. Ayudé a avivar el fuego donde pusieron las prendas viejas y pensé que toda vida pasada es susceptible de perecer. Como por magia aparecieron guitarras y se agitaron pañuelos. Se creó la cueca en la noche de Villa México. Los hombres pudieron fornicar libremente sobre las mesas y contemplar los pechos de la ex-viuda. Me fui durmiendo con la voz cantora de Renán que se posesionaba de lo obscuro...

22 de mayo, 1987

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 14/11/1987

Imagen: Estatuas de la Santa Muerte

Thursday, April 9, 2015

Ella/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

He soñado a Gloria con los pechos descalzos. Verdes eucaliptos y derretidas montañas. Su espalda era blanca y marcada de piedras, e infinitas mis manos sobre ella.

Años después viste una bata abierta para mí.

Una noche llevas vestido negro, amor. Tus zapatos son altos. Has puesto perfume en la ventana en que me esperas. Mas luego de tanto tiempo y de todas las ventanas en mis piernas, he mirado irse tus caderas. A diez metros hubieras podido ser mía aún. Pero ahora nos separa un vuelo de avión.

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Publicado en VIRGINIANOS, Cochabamba 1991
Publicado en Correo Literario (Los Tiempos/Cochabamba), 21/05/1992

Imagen: Amedeo Modigliani

Tuesday, April 7, 2015

País de músicos/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pareciera evidente mi desdén por la “fiesta”, pero no es así. Se concibe a la música y al baile, su base, como opción de vida, en casos de supervivencia: los negros norteamericanos, los gitanos. En tales circunstancias es subversión, y quizá fue de esa manera en la América india bajo el yugo europeo. En Brasil el carnaval todavía implica el vértice que toca la revolución… por unos días.

Mi ímpetu crítico respecto a Bolivia está en que la fiesta no hace de vínculo entre un estadio y otro y se ha transformado en fin. Deja de ser expresión rebelde para convertirse en status quo conservador. No hablamos de un momento liberador sino de algo magnificado y dirigido hacia el punto de ser la cumbre de la aspiración popular. Expendio y desgaste, ideales para regímenes totalitarios porque pueblo ebrio y exhausto no se defiende. Hablemos claro: circo, en eso se ha convertido esa magnífica expresión colectiva. Circo manipulado.

Hablando con mi esposa, de notable familia de músicos ítalobrasileros, los Ferragutti, me contaba que su padre quedaba boquiabierto del número de músicos que había en Bolivia, de la profusión de bandas. Lo admiraba. Eso me hizo pensar en que he sido injusto en apuntar solo hacia el lado negativo, porque, en primer lugar, si a alguien le gusta la fiesta es a quien escribe. Pero el hecho popular, no la digitación del poder, no lo ostentoso y ultrarreaccionario de la riqueza como factor dominante en ella. No, la fiesta como explosión de alegría, permeada del siempre existente mercadeo pero todavía autónoma.

He manejado estas noches por las oscuras y arboladas calles de Aurora, con nieve esporádica aún, con brisa fría, zorros, coyotes, conejos y mapaches, algún buho de casi un metro de alto, de orejas paradas y mirada tenebrosa, águilas insomnes, venados y mofetas. Entre esa muchedumbre he conducido el auto con Luis Rico sonando en la cassetera, en un disco pirata que trajimos de Bolivia años atrás. A veces las líricas no son del todo felices, pero la voz del cantautor, su dinámica, y la prodigiosa banda que lo acompaña, lo hacen obvio, detalle que no mella la belleza del instante. Una cueca con banda en la noche del fin del mundo, con una ciudad que semeja dormida, y donde los únicos transeúntes son los hermosos y despiadados mamíferos de la pradera. Un poco más arriba, hacia las estribaciones de las Rocosas, vería osos negros escarbando entre la basura.

Suena tenue el redoble del tambor; el bombo aparece en pulsante y sordo latido; se da lugar a la trompeta, luego al trombón, y después todos juntos para introducir el baile que se agita en pañuelos de bailarines todavía parados. Adentro.

Bolivia y su música, en asombrosa variedad. La fiesta era motivo de imperecedera alegría en casa para los niños. Nos sentaban hasta las diez de la noche y nada trae de retorno la risa de la madre, la energía del padre, cuando materializaban en frente de nosotros el ritmo de la tierra, de los cuerpos.

Mal podría no gustarme. Pero he vivido demasiado en un lugar donde la fiesta no existe. El año no tiene fechas, tiene estaciones. Y de pronto se cae en cuenta de que un domingo es un domingo de ramos, porque alguien lo ha mencionado. Y el domingo de ramos para mí, fuera de cualquier delirio metafísico, eran las mujeres tejiendo palmas en la amplia vereda soleada de la plaza Colón, en Cochabamba. Una fiesta para contemplar, porque nunca hubo ramos en casa, lo que no impedía que disfrutásemos del momento.

No hablo de los supergrupos que venden sus burdas creaciones como pan caliente y se adscriben al Estado. Pienso en los paseantes que en la soledad de las mulas rasgan en charango las notas de un muriente kaluyo. De las bandas de estruendo metálico. De los bailarines mitad toro mitad hombre que afloran de la nada y descienden por el pedregal de Illataco.
06/04/15


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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 07/04/2015

Imagen: Banda de músicos indios de Copacabana

Monday, April 6, 2015

El Inmortal, la música de Marcos Tabera

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Nueva York: nieve. Denver: nieve, parecen los mensajes de Radio Reloj de Manu Chao. Así, en invierno, en un mundo que es tan ancho como ajeno, mucho en teoría y algo en práctica, comenzamos a hablar con Marcos Tabera, sin ver de nosotros más que hologramas y leernos y escucharnos en fragmentos de una gran nube que nos tiene confiscados.

Marcos viene del maestro Germán Tabera que solo faltó al trabajo en 60 años los días en que la muerte lo requirió. Recipiente del Cóndor de los Andes, director, fundador, educador de aquellos para quienes la gloria es un papel, y de la señora Emma Soliz, pilar, como él mismo dice, de su arte con su pasión por la música y el canto. No podía, entonces, esconderse. Estaba predestinado incluso sin importar si el destino es tal… para bien nuestro.

Su historia, como la de casi todo artista del Tercer Mundo está llena de quijotadas. Grupos, ideas, conciertos, desazón, rabia, pena, cansancio, sobre todo cansancio desde muy temprano. Repaso la cronología de su jornada: 1981, por el Markatambo y la Naira, con amigos. Tiempo de zamba, joropo, bolero, de la herencia vocal reconocida hacia la Negra Sosa, el cuarteto del Suquía. “En 1983 fui invitado a ser el primer vocalista de Khonlaya, por sus fundadores Javier Melgarejo, Jorge Komori, Kito Melgarejo, los ya fallecidos Salomón Callejas y Juan Carlos Murillo. Descubrí un mundo musical maravilloso; entre los arpegios de Yes y los carnavalitos nacían los pioneros de la fusión (…)”. Khonlaya era la apuesta del futuro con mirada al pasado. Lo hizo Wara, también Los Jaivas, cada cual a su manera. Folclor o nutrirse de las raíces en un contexto global, contemporáneo que eludía adrede la tendencia prostituida de acentuar el mestizaje de acuerdo a las necesidades de mercado. No en vano Khonlaya produjo un solo LP, Expreso, bregando con una situación política de tremenda inestabilidad, amén del rosquerío y el compadrazgo elitista. Marcos emigró, con mujer e hijas, en 1989. Mejor lo incierto que la seguridad del fracaso en la tierra de uno, donde uno es nadie.

A pesar de ello, de la niebla a la que se enfrenta el inmigrante, peor si trae consigo el dulce bulto familiar, Marcos Tabera siguió en la música, alternándola con sórdidos callejones de restaurantes que no son “de película” sino reales, con ratas inmensas como gatos devorando carcomidas presas de pollo, de ojillos malsanos e indiferentes. Lo cuento mientras en el cuarto contiguo suena Charazani, pieza de este último disco. Vuelvo a Charazani… canta Marcos, tierra también de fusión de culturas, la quechua y la aymara, reflejadas en un arte textil incomparable, pleno de banderas coloridas y de caballos con gente montada, centauros del lago más alto del mundo, en el frío también, en ese espacio de modorra donde uno permite al cuerpo calentarse y que es el mismo en la Nueva Ámsterdam o a orillas del agua madre, Titikaka.

Buenos Aires y el retorno, entre 1985 y el 89. Grabaciones, la apertura para Air Suply ante un masivo público de 30.000 personas. Un disco de homenaje a Supertramp. Luego el exilio con las notas grabadas en el cerebro y fuego en el corazón. Desde entonces, Marcos es ya un nuyorquino, con la rica ambigüedad de la gente de ese universo, enriqueciéndolo y alimentando a Leviatán que se apodera de lo mejor de todo lado, dando a cambio un entorno que a pesar de su estrechez es mayor que el que nos hubiese tocado de quedarnos. Por eso hay en la música de Marcos que a ratos es marcadamente folclor y a ratos no, lo que la gente asocia a la emigración y que le dicen nostalgia. Es dolor, porque al inmigrante se carga la muerte de quienes nos privamos de ver, las voces que ya nunca oímos. Vuelvo a Charazani…, el kantu que de por sí es triste, se hace más triste aún porque aquel que se fue sí sabe lo que significa volver. ¿A qué volver?, preguntaría una zamba chalchalera.

El Inmortal es un disco dedicado a su padre, al maestro. Y también al jesuita Luis Espinal, a esos que hicieron algo por el colectivo. Marcos compuso todas las canciones excepto Silencio, de Khonlaya (Komori y Melgarejo), como muestra de aprecio al grupo que considera su influencia más rica. Aclara que el trabajo forma parte de un esfuerzo grupal, de la persistencia y paciencia de arreglos en manos de músicos como Oscar García (de afilado estilete como escritor además) y Proaudio, en La Paz. Otros en Nueva York; la invalorable y desinteresada contribución en cuerdas en un par de piezas a manos de los Navía, padre e hijo, Eddy y Gabriel (San Francisco), virtuosos de propio mérito. Su compañero y cómplice Daniel Imaná, excelente músico e ingeniero de sonido. Los créditos son muchos pero parten de una idea, un sueño, un proyecto, que tiene en Tabera a padre y padrastro con la atención de una madre.

Lo he oído en bruto y es genial. Ahora hay que acercarse al objeto mágico, que será pronto producido. Los fantasmas del creador deambulan por su rastro: los Doors, Led Zeppelín, el folk de Dylan, William Centellas, Luzmila Carpio, Aymara y Simeón Roncal. Si no existiese la querida oscuridad del arte se podría afirmar que estos seres son hadas, hadas madrinas, pero hasta en la mayor alegría hay un réquiem, y en el brillante color un tono gris que nos acerca y humaniza. Marcos habita en dos mundos que se creerían contradicción, pero en la sombra, cuando el músico mira la oscuridad de arriba sin saber siquiera si sus ojos están abiertos, el agua suena igual aquí o allá. Para todos, la muerte juega al go teniendo de rival la vida. Y donde hoy hay una pieza negra, mañana dormirá una blanca. O viceversa.
23/03/15

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Publicado en La Revista (La Razón/La Paz), 05/04/2015

Fotografía: Marcos Tabera