Tuesday, February 26, 2019

Ahorcar a Maduro/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Le gusta la salsa ¡a darle salsa! Con el corpachón que carga dará vueltas interesantes al extremo de la cuerda. Al lado su muñeca china, la monstruosa primera dama, y un poco más allá ese diminuto batracio de la vicepresidenta cuya verborrea colgará seca desde sus fauces abiertas. Para completar el panorama, el Mussolini del Caribe, Diosdado Cabello, colgado patas arriba emulando al pelón Benito que en esa posición ya no era ni Duce ni nada, ni siquiera diferenciado de su Clara Petacci.

Por supuesto que estamos, hoy con la reunión del grupo de Lima y Mike Pence, ante una muy posible intervención por fuerzas extranjeras. No dudo que Duque, Piñera, el “hermano” Bolsonaro (a decir de Evo Morales), y Estados Unidos verían eso como un plus a sus aspiraciones de notoriedad, de geopolítica. Guaidó va a pedirlo, que intervengan, porque va de acuerdo a su posición política, al futuro que quiere darle a Venezuela en el mundo internacional de los negocios. La cosa es qué hacemos, decimos, pensamos nosotros que sabemos quién está al otro lado: Trump, otro que debía colgar de la cuerda justiciera a medias al lado de Maduro. Del lado que defiende a los tiranos está Roger Waters, quien debió quedarse en su música y no hablar con bocaza ignorante de asuntos para los que no tiene calidad, aunque tenga peso.

Una cosa cierta, que esta angustia debe acabar, la soberbia impresionante del narcogobierno madurista. Hay momentos en que incluso uno, fuera de lógica y razonamiento, quisiera convertirse en linchador. No hay otra salida para semejante inmolación. En los reportajes se ve gente pobre, no se ven oligarcas de terno y zapatillas rosa, tratando de obtener comida y medicinas. Pues, Maduro y su horda no quieren dejar pasar la ayuda, se aferran al poder con uñas y dientes, mueven las nalgas populacheras bailando en estrados sobre las calaveras de su pueblo. La única respuesta posible, fuera del marco de un amplio panorama en donde están en juego asuntos de importancia mundial, en la cuestión personal, es que a estos hay que aplicarles justicia sumaria, arrastrarlos fuera de palacio y colgarlos: Las hijas de Chávez, mucha gente entre “hermanos y hermanas”. No se puede permitir que se vayan a refugiar a La Habana, a Corea del Norte, Moscú o Ankara, a disfrutar de sus sangrientas ganancias. No, se tiene que ver en cámaras como arrastran al lloroso chofer por las calles y le ponen doble cuerda para que aguante el peso, no vaya a ocurrirle lo que al asesinó iraquí, el “químico Alí”, al que tuvieron que ahorcar repetidas veces.

Sé que a alcahuetes como algunos periodistos se les mojarán las bragas de stress por esto. Pero uno ha trabajado con sus manos, corrido la suerte de los pobres y sacrificado sus mejores años por tener un decente nivel de vida, y sabe lo que significa que una manada de cabrones sobrepase los límites, con retórica socialista, para sentirse únicos e irremplazables. Si al Cristo, que era un arameo iracundo y con bastante razón lo arrastraron de la forma que lo hicieron, por qué no arrastrar a Nicolás Maduro unas cuantas cuadras para que tenga tiempo de aullar disculpas y ver si el pajarito que no sé si sigue volando, el comandante-pájaro, lo salva de espantosa muerte.

Esos cocoliches danzando en la cuerda quizá sirvan de advertencia a tantos otros que han creído que su poder les viene en celular desde la divinidad, o las divinidades. Los espectros dolidos de Saddam Hussein, Qadafi, Ceausescu, anuncian desde el infierno que lo piensen mejor, que es mejor tener una casita con cortinas, un televisor a colores y saber que todos somos iguales y simples. Caso contrario, que se atengan a las consecuencias.
25/02/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 26/02/2019

Saturday, February 23, 2019

El Café Suassuna y John Fante


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Albañiles caen de la Torre de Babel. Nadie los ayuda; no se sabe si gritan, o cantan.

Ciertas motos en miniatura están debajo de las placas de Colorado y Texas. Jawas de opereta. Libertad del cuero, de buscar el destino, incluso con la risa de Jack Nicholson, sabiendo que ahí solo está la muerte, puertas batientes de confesionarios que tienen casullas de monje o estopa negra de tu sexo paulista.

Chillcha, dicen de la lluvia chica, en la ciudadela que ha perdido el aroma de sus lenguas. El espectro de John Fante me busca, ¿dónde estás Los Ángeles, mi alegre villa en la arena? Me busca pero me escondo entre los siempreverdes.

La noche pausada va anulando los gritos. Babel se ha trasladado a París. En la esquina de Velika Arnautska y Preobragenskaya las putas parecen princesas, o hadas. Atravieso como un fantasma entre las calles arboladas. Penetro en la Moldavanka donde los únicos que viven son bandidos o judíos. Ni lo uno ni lo otro soy. ¿Dónde estás, mi ciudad Denver, flor de montaña, oso negro que en lugar de matar come basura?

Ven, le digo a John Fante, a quien he buscado y sentado para un café con bombones, afectos que somos al bourbon pero imperfectos.

Cuando uno quiere eludir sus propios pasos, confundir la propia huella, termina dando vueltas en un asunto sin fin, como la desdichada Svetlana, cuyo sexo rosado y afeitado fue su mayor problema, hasta que decidió perderse en una villa campesina de Sumy y saltar a Belgorod donde un avión la llevó como carga de carne a China, tierra de caníbales rasgados y ricos.

Terminamos el café, continuamos con jugo de piña, imperfectos que somos aficionados al bourbon. Esperamos, en la puerta de entrada, el paso del tiempo y las amantes escondidas. Las horas son acarreadas por inmensos mulos grises hasta la punta del zigurat.

Mujer que miro tus tetas como obeliscos etíopes. ¿Miras detrás de tus anteojos o no? Envidio tu ceguera, la pupila neutra por donde no cruzan los minutos. ¿Dónde estás Cochabamba con tu flor de papa? En las alturas de Colomi florecen los verdes. En la Moldavanka de Odessa florecen los judíos hasta que los siegan los soldados.

¿Dónde mi sombra que no la encuentro? Y ese, Johnny, es nuestro brutal dilema, que ni sombra reflejamos. Círculo polar. Al fin destapamos el bourbon, bebida que no hace olvidar sino que olvida.

Caen más albañiles de la torre. No los entienden. Creemos que gritan, pero cantan.
23/02/19

Friday, February 22, 2019

Carnaval


MAURIZIO BAGATIN

Fiesta. Mito. 21 F, carnaval, compadres. Bolivia dijo NO. La fiesta invade las calles aún inundadas por la noche tropical, lluvias ya con otros nombres... las cochas sufren el peso humano, la ausencia de aire, la indiferencia... una región más transparente que no es Xochimilco, no, no es que el paso embrutecedor de ambiciones hechas codicias. Lo tribal que se hace mentira y engaño, estafa, pillaje y rapiña; hoy verdades, mañana costumbres. La revolución, hoy no, mañana tampoco, pasado mañana una interpretación con nuevos léxicos, nuevas caras conocidas... Carnaval es atrasos, retrasos, complejidades, felicidades en los llantos... Alegría - de un circo de saltimbanquis y de máscaras - borracheras y bailes, el entusiasmo de un gran Poeta recién salido de su cueva. Anoche estuvimos con los poetas, algunos cantaron, otros recitaron, muchos han bailado sus recuerdos, sus ausencias, luego todos los poetas se quedaron solos... como tantas Janis Joplin. Hoy es compadres y Bolivia dijo NO.
21 de febrero 2019


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Imagen: Kusillos, un espectáculo del actor peruano Amiel Cayo

Obra Incompleta


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La Editorial 3600, a través de su director Willy Camacho, me ofreció el año 2018 el proyecto de publicar mis obras completas hasta el presente. Magnífica oferta para mí que me obligó a bucear los archivos personales y salir con un listado de 17 volúmenes que comprenderían todo lo escrito, desde versos primarios, pasando por literatura breve, prosa poética, novelas, ensayos, columnas periodísticas, cuentos, comentarios, reseñas. De morirme como del rayo, como Ramón Sijé en el poema de Miguel Hernández, estaría aquel número, metafísico desde la canción de Violeta Parra, como lo producido por este cochabambino cuyo vicio es escribir y trabajar, o, mejor, trabajar y escribir cuando el trabajo lo permitiera.

Publicamos entonces Muerta ciudad viva, novela del 2013 en su ya tercera edición entre Bolivia y España. Volumen 12 de una colección que ilustraron con el icono de mis bigotes en arco y las palabras Obra Completa en medio.

Ahora nos lanzamos con tres volúmenes más. El 4, el 6 y el 15. Diseccionémoslos.

Virginianos es un libro pequeño de textos breves que salió parcialmente en diversos medios de prensa y en libro en 1991. Era un ejercicio literario, tratar de decir o contar algo en brevísimas líneas que no hubieran perdido un dejo poético, tratase de lo que tratase el tema. Creo que lo logré. En su momento se dijo que Virginianos representaba en cierta manera un hito porque no tenía un ápice de convencional. Inclasificable entonces y ahora. Literatura a secas, tal vez. Reedición después de casi 30 años de un libro desaparecido, cuyos últimos ejemplares hace ya mucho donó mi padre a los presos del penal de El Abra, en Sacaba.

Ecléctica es la compilación de columnas que aparecieron en diarios bolivianos, algunas en España, con temas que giraban en el ámbito de la cultura, la historia, la literatura, acontecimientos modernos, cine y más. Cada texto representaba un arduo trabajo de recopilación para el autor. 4000 o 5000 caracteres que para ser paridos requerían lecturas de decenas o cientos de páginas. Sirvió para ilustrarme, para ampliar ese espíritu ciertamente ecléctico que me ha caracterizado. Fue columna con éxito, muy leída, que afianzó aquello que se había perfilado con Virginianos y a la que siguieron otras, mayores y menores de corta y larga vida. Se hubiera podido hacer una selección exhaustiva por temática, pero preferí mantener la cronología y que salieran en el orden que aparecieron. Jamás fue Ecléctica publicada en forma de libro. Es la primera vez. Creo que lo merece. Dada su versatilidad se lo puede leer completo o ir abriéndolo como un breviario de citas.

Por último compilé El oro de las estrellas extinguidas, título extraído de un poema de uno de mis poetas preferidos: Georg Trakl. El porqué del título está en que estos textos huérfanos (los llamo huérfanos porque crecieron solos, no dentro de serie alguna), muchos de ellos, acunan el dramatismo y la oscuridad de Trakl. Al ser huérfanos nacen ya con la ausencia incluida y corre por sus líneas tanta soledad como la del río de los muertos. No hay linealidad ni en estilo ni en temática. Nacidos de la circunstancia, sin siquiera la obligatoriedad de publicar, son variados, diversos. Publicados muchos, inéditos otros tantos, aparecen también en libro por primera vez. Es como haber conjurado a un colectivo de desplazados y haberles dado un hogar.

Agradezco la ayuda de los artistas que diseñaron las cubiertas. Lander Zurutuza, de Lezo, Navarra, para Virginianos, con un soberbio dibujo de un conglomerado de personajes, confabulados como para una fiesta. Representan la miríada de personajes que deambulan por sus palabras.

Y  a la gran Antagónica Furry, la joya boliviana del collage que diseñó las otras dos. Una obra bosquiana, por El Bosco, para El oro de las estrellas extinguidas. Entre Bosco y Georg Trakl, Dios mío… y un soberbio collage para Ecléctica con una cabeza de mujer preponderante como indicando que ella, la mujer, es tal vez el personaje que más aparece en este principio de mi Obra Incompleta. Gracias a todos por venir, es un placer verlos y saber que todavía la cultura puede atraer.
2019, marzo 

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Texto leído el 20/02/2019 en la Biblioteca del Centro Patiño con motivo de la presentación de los Volúmenes 4, 6 y 15 de mi Obra Completa (Editorial 3600)

Tuesday, February 19, 2019

Cochabamba: cocaína y progreso/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A las siete de la noche, domingo, tomé un taxi y me fui a sentar a la plaza 14 de Septiembre, la principal de Cochabamba. Domingo era, en mi niñez, el día libre de las empleadas domésticas y se reunían allí para disfrutar de una efímera alegría que por lo general terminaba con ellas golpeadas y violadas por sus mismos acompañantes u otros al salir de cualquier bombohuasi, creo que llamado así uno notorio en la avenida que llevaba a la Taquiña, la Simón López, porque de allí salían embarazadas y abusadas; luego, al llegar a la casa, su lugar de trabajo, con la cara amoratada e hinchada, sufrían encima de semejante violencia el despido por parte de las patronas que incluso las tildaban de “cochinas”. No vi sirvientas anoche; me dije que ojalá aquella ominosa institución hubiera desaparecido. No lo sé; no estoy seguro.

Una mujer esplendorosa, alta y de magníficas piernas, con falda corta de cuero negro, extranjera en apariencia, abrazaba a un pequeño y tostado individuo que en los términos racistas a los que estamos acostumbrados representaba un “cholo”. Pues, el “cholo” tenía un auto último modelo lo que le daba la libertad de acariciar las redondeadas nalgas que eran, evidente, de su propiedad. Yo miraba, todo alrededor, hasta una gris paloma enferma que apenas podía tragar un grano de maíz desmenuzado. Luego una pareja de payasos argentinos, hombre y mujer, pusieron cumbias en una radio, prepararon frazadas en el piso y a voz en cuello convocaron a una docena de personas, niños la mayoría, para ofrecer triste espectáculo lleno de gritos, alusiones sexuales e inmensa falta de talento. La historia del payaso triste, la del payaso tonto. Malabares con mucho estruendo y poca habilidad. Recolectaron monedas. Voceaban que se iban de aquella histórica plaza, que por este año terminaban con Bolivia. Se les notaba el hambre. Era un paisaje medieval.

Luego caminé. Comí dos anticuchos sabrosos pero tensos como goma de mascar. Picante de maní, papa tostada y fría. Tripas hervían y chisporroteaban en carritos de comida. Otra viñeta medieval. Moliere, Bergman…

Caminé. Fui por la vieja zona de cafés de la calle Ecuador. Me dijeron que habían cerrado los boliches porque era refugio de delincuentes, “zona roja”. Pero, en su tiempo, esa parte de la ciudad dio mucha vida a lo que hoy parecía muerto, o agonizante.

Me pregunté entonces si las cifras de lo que deja el narcotráfico, a pesar de míseras en relación a las rentas de los patrones, eran tantas ¿dónde estaban sus resultados que no se veían? Dicen que hay Ferraris rojos con el sello del club Wistermann, Lamborghinis blancos. Esta debía ser una ciudad de luz, y las aceras son peores que las que nos hacían tropezar cuarenta años atrás. Se ha querido hacer creer que el tráfico de cocaína es una forma de enfrentar al imperio. Falso: es el imperio.

Nada bueno de la cocaína queda; nada queda. Esta ciudad se va descascarando, es una fruta seca y eso que estamos en tiempo de lluvias. Aseguran que la movida se ha trasladado hacia el norte de la ciudad. Puede ser, porque lo que transito ahora es una villa ruinosa, no con el garbo que tiene la ruina en la Odessa del mar Negro, sino la desgracia a secas.

Villa deleznable, escribí muchísimo tiempo atrás, y no me equivocaba. Aquí la droga no hace patria, y no creo que en ningún lugar, pero hay un discurso semi-ideológico que ensalza el producto bruto y por ende los derivados. ¿Cuándo comprenderemos que se trata de un comercio particular, no colectivo? Que el pan que viene de él podría también venir del trabajo si los que ganan en lugar de vacacionar en el Caribe, comprar en Miami, y preferir un automóvil de lujo a un bidet, hicieran algo de bien e invirtieran en lo caído, tratando de levantarlo. Hemos creado otro mito. Lo creemos a pie juntillas mientras que la realidad es otra: la de dos payasos gritones sin sal ni azúcar.
18/02/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 19/02/2019

Fotografía: CFC

Monday, February 18, 2019

Roberto Navia, el talento y la humildad


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Dos premios Rey de España, un Ortega y Gasset, otros locales, Roberto Navia Gabriel es una extraña joya en un país no habituado a tenerlas. Talento, humildad y… valentía, mucha, tanta como para meterse en el Chapare y publicar una magnífica y controversial crónica sobre los linchamientos en la zona. Texto llevado al cine documental en España con éxito.

Con Roberto no nos hemos visto nunca, y sin embargo tenemos una amistad tan estrecha que parece que hubiéramos sido vecinos desde chicos, aunque es menor que yo. Eso habla de su bonhomía, su hombría de bien, que en su momento el año 2013 nos llevó a una aventura editorial en el campo de la crónica: Crónicas de perro andante, se la llamó, y es un grato recuerdo de una interacción entre un maestro y un aprendiz que nos llevó a ser tan cercanos.

Roberto siempre sorprende, es incansable y creativo; imagen cierta de lo que un periodista debe ser. Reportero del frente, de las trincheras. Este no es hombre para emboscarse y brillar con brillo prestado. Estamos ante un ejemplo de profesionalidad y un modelo de persona. Los premios solo reflejan lo que sus lectores sabemos, que estamos ante un fenómeno que recién comienza a encaminar sus pasos. Si hasta ahora, aún sin tropezar, ha llegado a donde está, imaginemos lo que viene luego. No se malinterprete, Roberto es ya un consumado cronista, pero es joven, y ahí radica su gran futuro. Estamos ante el inicio de una larga y magistral carrera. Debiéramos reconocerla, mantenerla con nosotros, aprender a respetarla, colaborar con su obra en lo posible. Y es nuestro.

02/2019

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Publicado en EL DEBER (Santa Cruz de la Sierra), 18/02/2019

Sunday, February 17, 2019

El exilio voluntario o el éxodo interno, un viaje sicológico sin fin

FERNANDO OLSZANSKI

Hay en cada movimiento literario una suerte de obras que lideran por su contenido, por su fuerza narrativa, por los temas que tratan. Normalmente cuando ese movimiento se refiere a un  fenómeno migratorio entre dos culturas dispares, los temas de estos libros detallan una mutación del hombre, y por ende describen una literatura que trasciende los límites fronterizos. El hombre en sí, es un ser mutable que se adapta a cada ambiente sin importar la hostilidad reinante. Pero también es cierto que debe pagar un precio muy alto para poder convivir con el tiempo que le ha tocado lidiar. Ese precio no es económico ni físico, es totalmente sicológico, y se define como el éxodo de uno mismo hasta ese ser diferente en que se transforma el ser inmigrante. Un ser transnacional.

La novela El exilio voluntario del escritor boliviano Claudio Ferrufino Coqueugniot, nos habla precisamente de eso, de cómo el ser migrante cambia drásticamente en el contexto de un ambiente que consume a sus personajes a través de la alienación, la distancia y el desarraigo. Carlos, el protagonista de esta novela, nos narra en primera persona la etapa histórica que le toca vivir de manera cronológica, no sin analizar de manera cruda y punzante, con una visión muy particular de lo que sucede a su alrededor. Con lujo de detalles, Carlos va describiendo sus pérdidas y sus ganancias casi sin darse cuenta que están ocurriendo, y el lector no puede menos que identificarse con las situaciones extremas que le tocan vivir.

Carlos es un joven que se ve obligado a emigrar por razones no tan claras, quizás tan solo por azar, pero debe que escaparse de sí mismo y el prospecto de ir a Estados Unidos, por unos años, parece como una opción clara y consistente. Carlos es un joven instruido, con mucha lectura encima y sensible al arte. Al llegar a Estados Unidos, encuentra cierta estabilidad trabajando en una distribuidora de vegetales que lo obliga a jornadas de largas horas de trabajo, pero al mismo tiempo le permite ver un aspecto social de Washington y todo su juego social que no todos pueden tener acceso. Ferrufino, a través de Carlos se aprovecha de esa visión para darnos una descarnada visión de la vida de los inmigrantes y las clases pobres americanas, una visión enmascarada en alcohol, marihuana y otros tipos de drogas. Eso no deja que Carlos pierda su sensibilidad, y cada vez que puede, recuerda que ha leído a Henry Miller, a Bukowski, a Borges.  

Esta novela de Ferrufino, fue galardonada en el año 2009 con el prestigioso Premio de Novela Casa de las Américas y por consiguiente, fue publicada en Cuba al año posterior. Gracias a un convenio de autorización, la novela se publica, después de algunos años en el país natal de Ferrufino, Bolivia y también en España. Lamentablemente la novela no llega a Estados Unidos, a pesar de ser una novela norteamericana en español, y de representar de manera fidedigna las vicisitudes del ser latino en estas tierras. 

El lenguaje que usa Carlos, empieza con un típico acento andino sudamericano, pero lentamente va incorporando facetas del inglés, con atisbos de otras latitudes hispanas: mexicanas, caribeñas, hasta llegar a un incipiente espanglish sin tonada reconocida. El éxodo se muestra en la lengua, usando como base la propia, pero incorporando todo el repertorio que afecta irremediablemente al protagonista, que si bien nunca renuncia a sus raíces, acepta su cambio de manera mansa y tranquila, logrando una suerte de adaptación sin transgresiones externas, pero manteniendo esa rebeldía interna que identifica a cualquier migrante que se encuentra en ese espacio en el medio, entre dos culturas, entre dos lenguas, entre dos mundos.

Uno de los logros de El exilio voluntario es que la narrativa hace del entorno parte fundamental de la novela, en especial los paisajes sensoriales, que involucran lo auditivo, lo visual, pero también lo olfativo. La música que los protagonistas, en especial Carlos, escuchan y comparten con el lector, hacen de alguna manera una conexión natural con el momento. El protagonista menciona a Bob Dylan, Pink Floyd, Tom Waits, Steppen Wolf, John Lennon, pero también nos regala ritmos que llegan en la memoria, canciones que forjaron sus recuerdos más profundos, con armonías tradicionales como tangos, boleros, cumbias y ritmos caribeños. Las calles se llenan de aromas de asados, de cocinas con especias de todo el continente, de todas las latitudes latinoamericanas y del mundo. Esto devuelve a Carlos con cuentagotas a su origen, y le ofrece un reposo a su atribulada sensación de olvido.

El exilio voluntario es una novela notable que encaja perfectamente en el concepto de la Literatura del Desarraigo. Es una novela que describe, de manera dolorosa y ácida a veces, pero también con un lenguaje que conmueve, la esencia misma del inmigrante en todo su sentido: las transformaciones, las dolencias, las pequeñas victorias, porque también las hay, el racismo, el desarraigo y también el crecimiento del hombre a través del esfuerzo y perseverancia de años. Es también necesario decir que ésta es una novela que lastima porque nos hace ver en nuestras fibras íntimas, en nuestras miserias y en los vahos etílicos de la derrota. Pero también nos enaltece en la dignidad de perdurar ante la adversidad, ante el desprecio y la hostilidad innecesaria de los anfitriones.

Sin duda el éxodo interno de Carlos nunca finaliza, porque nunca se adaptará definitivamente a su nuevo ambiente, pero tampoco puede volver a ese lugar maternal que añora porque ya no existe. El éxodo continuará en ese exilio que ha decidido realizar, sin medir las consecuencias de la realidad. El éxodo se verá en la lengua, en sus costumbres, en sus delirios alcohólicos. Pero también habrá espacios para la solidaridad entre seres que están en la misma situación. Y entre ellos construirán una red de apoyo necesaria para poder sobrevivir. El hombre, el inmigrante deja un poco de sí cada vez que dice adiós, ese éxodo se convierte en un rompecabezas de muchas partes, algunas borrosas, algunas nítidas, otras luminosas y muchas oscuras. El exilio voluntario nos ayuda a entender nuestros propios dilemas, nuestros propios éxodos, para que a partir de ese desamparo, podamos construir a un nuevo ser en un lugar lejano del origen, pero con la certera sensación de que el viaje no ha terminado.


Fernando Olszanski es escritor y editor, su último libro se titula El orden natural de las cosas y otros cuentos. Reside en Chicago.

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De CONTRATIEMPO, 13/02/2019

Desgarradoramente humano


JORGE MUZAM

El calor veraniego se ha vuelto a ensañar con el valle. Llegan noticias desesperadas desde Coelemu, desde Nacimiento. El infierno adelantó la partida. Hogares cremados, carros de bomberos encerrados entre las llamas. 

Horas, semanas y meses se esfuman como vaho de media mañana. Lo que pospusiste ayer será pasto de nadie. La memoria tiene exceso de archivos y carencias secretariles. Hace algunos días me propuse sistematizar mi producción literaria. Minar mi espacio personal. Sacarme la pesada carga de guerra de las batallas que ya no di. Rasguñarle momentos a la sobrevivencia, porque de alguna forma escribir es también sobrevivir, dejar constancia, medicinarse, vengarse, arremeter. Algo tarde, por cierto que sí.

No significa escribir La Guerra y la Paz cada jornada. A veces solo un dictado de los útiles del escritorio, meros oficios burocráticos de lo que quisieras hacer algún día, paranoias íntimas respecto al transcurrir de los afectos. Mi mente está en tantas partes a la vez, acariciando, abrazando, conduciendo, maldiciendo, anteponiendo el cuerpo holográfico como escudo para que nadie dañe a los propios.

Debatimos a través del chat con Claudio Rodríguez acerca de la obra de Ferrufino. Ambos lo consideramos un gigante. Para mí es el mejor en su categoría, junto a Cingolani. Pero Cingolani es un dios, la perfección hecha amor. Solo podemos admirarlo, y sentir su fe como propia. En cambio Ferrufino es desgarradoramente humano, contaminado, rabioso, un sibarita triste que degusta delicias y brinda con los fantasmas mientras su barca sigue naufragando. Un kamikaze nihilista que se incinera con lo que ataca y con lo que ama. Más cercano al demonio Céline, tenemos la convicción de que la honestidad de su poesía, compuesta de amaneceres, resacas y enaguas en el piso de amantes extranjeras, le permitirá tramontar las llamas y neblinas de la historia.  Hemos sabido que se apronta la publicación de su obra completa, que por sí sola sustentaría el más merecido Nobel. ¿Por qué tan pronto? Lo consideramos aún joven, un capitán curtido de Jack London presto a arponear mil sabandijas. Elucubramos que quizás sienta su pecho oprimido, la caballería roja no ha vuelto por él, ronda el ajedrecista de Bergman, el tiempo pues, la vida que se desgaja, que se acorta, que desaparece. Gracchus se distingue en la lejanía.

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 15/02/2019

Friday, February 15, 2019

"Autobiografía"


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escribo porque no hablo. Quizá a eso se reduce mi biografía literaria. Como si el arte naciese de la timidez. Por un lado; por el otro, los padres y su biblioteca como el ambiente formativo de alguien cuyo destino estaba en sentarse a escribir. Eclécticas lecturas y cero censura.

No leí, de hecho, al nacer en 1960. Vendría después, con la lectura de David Copperfield y la impresión mayor que un texto escrito produjo en mí. Recuerdo la profunda tristeza, la ausencia, el amor. Ese libro de Dickens como pivote de algo que se desarrollaría en la lectura de los rusos, los norteamericanos, los argentinos. La ausencia de comedia, la sobredosis de drama.

Y Bolivia, que era tan intensa en mi madre argentina; tan contradictoria en mi padre. La literatura vive en las impresiones primarias. El país es una impresión primaria. De ahí mis libros, escritos lejos y tan esencialmente nuestros, míos, intensos y contradictorios, como mis padres. Literatura boliviana de lejos, porque tan lejos habitamos de nosotros mismos, incluso aquí.

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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 11/02/2019

Thursday, February 14, 2019

Libertad

CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

Para mi padre

Ecléctica de Claudio Ferrufino-Coqueugniot más que ser un libro que reúne las columnas escritas por él entre 2003 y 2006 es una experiencia de libertad. Quizás esta sea una palabra de difícil uso en estos días en los que nos hemos acostumbrado a lo reiterativo, a lo común, a las cárceles de la soledad de lo conocido y esperable; o puede que sea una palabra incorrecta cuando todo es inmediato, porque la libertad como otras tantas, es una palabra lenta. No se la consigue de un día al otro. Y, es más, en el momento en que se la vislumbra, parece escapar para anidarse en otros espacios menos conocidos. La gran búsqueda vital a la cual los seres humanos nos enfrascamos tiene que ver con esa palabra.

Sin libertad no sólo no habría arte, sino que ni siquiera se lo podría definir. Sin libertad no existiría la ecléctica forma en que el autor de este libro nos conduce, entre reflexiones que para nada son solamente digresiones, por pasajes que van desde los viajes iniciativos a las lecturas primordiales de los libros a los que siempre regresa ya sea para obtener una nueva dosis de esa sabiduría anclada en las páginas de escritores rusos como Tolstoi o Babel; también encontraremos guiños familiares sobre el nacimiento y crecimientos de sus hijas, pero son señales para que luego de unas líneas el escritor que vive en el padre nos hable de ciertas películas norteamericanas o europeas que conforman el horizonte de mirada por el cual el mundo de Claudio Ferrufino-Coqueugniot pierde fronteras.

No se trata de una detonación que nos enseña que todo es material para la escritura. No. Aquí, en este libro, hay algo más radical. Aquí se demuestra que todo es material para enriquecer y profundizar la propia existencia y descubrir los múltiples pliegues que tiene.

Libertad creadora, pero también libertad lúdica al ir indagando entre pasajes desconocidos para asombrarse de la propia ignorancia. Y es que si hay otro rasgo importante en la escritura del escritor que presentamos ahora, es que no deja escapar la oportunidad para reconocer casi con impaciencia la propia ignorancia. Ferrufino-Coqueugniot en ese sentido es quizá un escritor que intenta a toda costa decir la verdad.

Este libro tiene su razón de ser porque también, como pocos, nos acerca a la bitácora o cuaderno de notas de un escritor en progreso. Cada libro, cada película, cada pintura, todas las canciones y los discos y las anécdotas de los amigos que están dispersos en el mundo, sirven, para que él, como autor conforme, luego de calibrar lo necesario, un mundo ficcional propio y autónomo que coquetea con la autoficción. Escribir es un acto de la voluntad y no sólo una vocación parece sugerir cada una de las columnas. Y es que, si la música es la filosofía de los pobres, las columnas de opinión de nuestro autor son literatura abreviada para personas que están todo el tiempo conectadas a la modernidad.

Pero se presenta una lucha porque la modernidad implica no cuestionar y seguir el rumbo. Construir zonas de confort y aniquilar la duda. Ferrufino-Coqueugniot, pone freno a ese acontecimiento y cuestiona, incómoda, duda, sugiere, interroga y presenta otras posibilidades; aquellas que van desde la plaza principal de Cochabamba y termina en Praga. Para él no hay límites. No es que la escritura sea un lugar sin límites. La vida misma lo es.

Leer este libro da sentido a la palabra libertad. Da orden y genera las ganas de escribir, de salir a las calles y devorarlo todo. Pero, la clave es que no es el afán consumista lo que motiva este acto: es más bien, el reconocimiento de que, como personas, como humanos, merecemos más. Deseamos todo el tiempo y por ello nuestro estar en el mundo es ecléctico, porque podemos conectar cosas que aparentemente no tienen conexión y lo hacemos porque así damos orden y sentido a todo cuanto nos rodea. 

Y entonces tenemos entre manos un libro que es capaz de ser muchos libros al mismo tiempo. Es un libro de viajes como los que escribió en su momento nuestro querido Paul Theroux, es un libro de ensayos escrito por un escritor al calor de ejemplos como los de Borges o Tolstoi. Es un cuaderno de notas como el que llevaban los impresionistas cuando estaban sumergidos en trabajos que les abrirían nuevas puertas artísticas y de representación de la realidad.

Unir conocimientos y texturas y matices: de eso se trata Ecléctica. Del viaje que nos espera en sus páginas, de las coordenadas vitales con la que regresamos. A veces hay que perderse para volver a encontrarse. Más viejo, menos cansado, más sabio tal vez, pero, sobre todo, con la energía de saber que lo que hicimos valió la pena; eso debería enseñarnos cada libro, o al menos los libros que buscamos para que nos den un poco de oxígeno cuando más lo necesitamos. Que nos hagan soñar despiertos y que nos hagan pensar que el mundo es complejo, pero abarcable. Que el arte salva.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot en este libro nos entrega tres años de su vida, habla con nosotros de lo que le pasó, lo que leyó y por dónde estuvo en ese tiempo. Nos deja acompañarlo y sentir cada palabra y frase, es también entender que la escritura es un permanente juego con el recuerdo y la memoria. Acá la memoria no es esquiva. La recuperación de todo lo vivido es un acto de fe. Una manera de decir que todo lo hecho y todo lo que hay por hacer está bien. Que las equivocaciones cuentan, claro, pero no por eso vamos a detenernos. Cada paso nos acerca hacia el destino que como la Ithaca de Kavafis, es inalcanzable porque lo importante es el camino, no el destino al cual se debe arribar.

Así, entonces, este libro, espero que sea una de esas experiencias de lectura que rompa con los prejuicios y deje sin valor el miedo a lo desconocido. Que este libro celebre la libertad creativa, la liberación de las fronteras, y sobre todo, la libertad para poder vivir en este mundo sin claudicar ni ampararnos en el confort de lo estable y recurrente.

La Paz, enero de 2019. 

“VIRGINIANOS”, DINÁMICA PLURAL DE LO MINÚSCULO

ELENA FERRUFINO-COQUEUGNIOT

Casi veinte años después, he vuelto a deambular por las páginas de uno de los más singulares libros de Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Un regalo para los sentidos. Trayectoria diáfana; emancipación de la palabra y trabajo de lo breve; lo minúsculo. Volver a errar a través de sus recovecos es como transcurrir por la superficie fisurada de un espejo, desde donde se refractan las vidas múltiples de un narrador escindido, que enarbola un diálogo inusitado con sus personajes y con sus recuerdos. Grietas y vidas enterradas conforman los destellos de un “yo” estratificado en capas sucesivas que obligan al escritor a desplegarse para dar cuenta de su propia génesis autorial.

Los lúcidos y experimentados trazos con que se construye cada una de las miniaturas que conforman Virginianos parecen requerir completamente al autor, obligarlo a administrar una reflexión sobre la escritura; a modelarla al amparo de hipótesis ficticias perfiladas de realidad; a rellenar los vacíos de la historia –de su historia- que pretende ordenar a lo largo de una errancia desmedida. En el transcurso, inserta su propio autorretrato en la forma de las vidas y los fragmentos que despliega en el camino. Edifica, así, la figura de un autor preocupado por inscribir, a través de la memoria, personajes, lugares, sensaciones que han quedado fuera, en los costados del tiempo; pero que han marcado de manera ostensible la historia del escritor, que se transforma en un mosaico más, dentro del texto. O, mejor, que se edifica a través de los textos y se teje en ellos, desde el lenguaje y desde la memoria.

Cada una de las narraciones que fundan este universo actúa como palanca de un discurso sobre la historia y sobre la literatura. Pero también sobre el arte, la política y el devenir de los tiempos. Sobre la familia y los amigos; la experiencia del exilio y “el espíritu de la noche”. Cazadores de cabeza dialogan con pintores, mujeres y teléfonos en la agonía de la ausencia y del tiempo. No solo transcurrimos por los Estados Unidos y por Bolivia… Todos los tiempos de la historia convergen en el minúsculo espacio de unas líneas de prosa poética delineada con afán de orfebrería. Una intensa acometida creativa delinea los contornos de cada cuadro y, en cada uno, Ferrufino-Coqueugniot nos ofrece un paseo delicioso por los más inesperados recovecos de la historia y de la vida. El escritor se deja traslucir en ese catálogo apasionado. Innumerables maneras de ser un hombre. Un poeta.

Vasto escenario multiplicado en cada página,  Virginianos nos ofrece la voz y la pluma de un caminante que ha transcurrido el mundo, ha acumulado ternuras, ironías, obscenidades y anécdotas copiosas. Lo que Borges llamaría “conveniente ficción[1]” se insinúa como el rasgo inusitado que acompaña la prosa erudita del autor. Las rendijas por las que se escurren personajes, lugares, sentimientos e instantes nos ofrecen perfiles de memorias sepultadas, que sobreviven al calor de una prosa pulcra y hábilmente trajinada por referencias históricas, travesuras verbales, neologismos, indumentarias, arquitecturas y músicas que terminan por ofrecernos un vitral peculiar y suculento.
Virginianos parece legitimar la ambición y el éxito de este escritor de lo “minúsculo”, que ha logrado imponer su maestría en el campo y el devenir de la literatura, escarbando en el mínimo espacio de cada texto la reconstrucción de su propia imagen. Penetrar en sus laberintos es someterse al maravilloso juego de la vida misma, transformada en pequeños poemas en prosa. En cada uno de sus universos se conjugan los tiempos, las épocas, los hombres, las mujeres, las artes, los dolores, las ausencias. Nos trasladamos, así, de sur a norte y de este a oeste de los hemisferios, sin olvidar ningún sol, ninguna niebla, ningún otoño. Este viaje alucinante se unifica con la visión del hombre, pues así como Jim Morrison “escribe con sus huesos en las piedras”, Claudio lo hace con su “carne en los papeles.” Y la carne de Claudio es la piel del Poeta, la voz del hombre que gime en los subterráneos de Washington. Es el grito de los negros de “sexo oscuro”; es la visión de “una botella sola bajo la noche que llueve” y es también la mujer de cabello rojo que “se pasea por las húmedas calles de Maryland.” Lo cierto es que sería imposible recurrir a todas las imágenes que enriquecen el derrotero de este viaje. Hay que vivirlas una a una. Hay que degustar su sabor vivificante[2].

A la manera de un Chaucer contemporáneo, el autor discurre una historia y otra, hilvanando juegos y artes esculpidos en metáforas y figuras de estilo que anclan en el texto las vidas reinventadas por la memoria y la imaginación. El peregrinaje esta vez no alcanza lo plural. Se sumerge en la vivencia personal del escritor que deambula por su vasta y ácida melancolía, mientras su pluma ecléctica nos pasea por recovecos  ilimitados, así como insólitos. Meditación inseparable sobre su propio destino, como si sus mosaicos fueran la prolongación viviente de sí mismo. Ficción a la vez que erudición dan forma a este escribiente de horas crueles y perversas, que es también un gran lector, voluptuoso y sediento; nos regala un libro que es tanto una representación de sus tentaciones entre las letras universales, como de sus más profundas reminiscencias y visiones.

Las criaturas de la imaginación se conjugan con un verbo delicado y seductor. Como en los “Petits poèmes en prose” de Baudelaire, existe aquí una buena dosis de delirio y una exuberancia de fantasmas que provocan una suerte de excitación espiritual que confiere vida a cada estampa, desenredando cada texto bajo una rúbrica de imágenes que seducen y apasionan.  Imágenes que nacen de la fuerza evocadora de las palabras.

Detrás de los libros de la infancia y de las experiencias del hombre, se esconden todas las historias y toda la biblioteca; historias de piratas, de aventureros, de mujeres… Chopin y Akira Kurosawa; el infierno, el Paraná y los trópicos. Los gatos y las calles. La desesperanza y la familia. Claudio Ferrufino-Coqueugniot es archivista, historiador, lector superlativo, pero también curioso y soñador; orquestador de esta particular sinfonía que, sin quizá sospecharlo, lo ha atrapado en su propia ficción. En un texto que mata, pero también da vida y cuya frecuentación no puede ser inocente. Ni autor ni lector pueden evitar transcurrir entre imágenes y símbolos que se despliegan en filigrana. Como Wilde, Schwob o Nerval, Claudio explora la existencia recubierta de escritura, de palabras. La vida fragmentada en cada imagen, instrumentada al ritmo de lecturas y de vivencias vigorizantes, así como fúnebres y fascinantes.

Virginianos es un pequeño diamante hábilmente trabajado. Es un libro profundamente anclado en la obra, la memoria y la experiencia de su autor. Palabra ligada a la inocencia y al crimen; a la crueldad y la ternura; a la reminiscencia y al exceso. Es una encuesta literaria que provoca la vivencia intensa de sus lectores y que despliega el lenguaje como una aventura donde cada miniatura constituye un universo plural, que es siempre el mismo siendo siempre diferente. Aquí todas las épocas cobran vida. Todas las emociones explotan. Todos los seres y los lenguajes se dan la mano en un tiempo sin tiempo; sin principio ni final[3]
  
Cochabamba, enero de 2019





[1] Me refiero al Prólogo de Borges en Las Mil y Una Noches según Burton. 2ª Edición. Biblioteca de Babel. Ediciones Siruela. 1987.
[2] Estoy copiando partes del Prólogo que escribí yo misma a Virginianos. Editorial Los Amigos del Libro. 1991.
[3] Estoy parafraseando el Prólogo de Virginianos. Editorial Los Amigos del Libro. 1991.

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Prólogo a la reedición de VIRGINIANOS, Editorial 3600, 2019

Imagen: Tapa diseñada por Lander Zurutuza, Lezo, 2018

Tuesday, February 12, 2019

LA NARRATIVA DE CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT


ÁLVARO VÁSQUEZ

La experiencia de leer a Claudio Ferrufino-Coqueugniot es distinta a las de otras lecturas.

Sus textos, que formalmente pueden catalogarse como novelas o cuentos, juegan con los límites, los empujan y fuerzan de la misma forma en que exigen una lectura atenta, para no perder un guiño, un giro, o incluso una referencia cuya omisión podría no afectar a la lectura como tal, pero privaría al lector de una nueva experiencia, adicional a la lectura principal, que suele resultar igual de grata.

Al mismo tiempo, esa lectura revela (al menos para el suscrito) que hay otra forma de escribir, una que rescata la voz interna de un flujo de conciencia, pero que no se aísla del texto principal, y al mismo tiempo lo enriquece con múltiples referencias (literarias, pictóricas, históricas, y otras), y hago énfasis en el verbo enriquecer, porque no se trata de datos lanzados por simple parafernalia, sino de un ejercicio bien pensado que añade valor al texto, que lo complementa y mejora.

El haber leído la obra actualmente disponible de CFC me deja muy claro al menos tres aspectos:

Primero, que el autor posee una vasta cultura, y no solamente en el aspecto tradicional, pues aunque en sus textos se adivinan múltiples lecturas y una mente curiosa y despierta, queda claro que además de libros, su cultura se alimenta de muchos kilómetros bajo la suela de los zapatos, muchos caminos recorridos y muchos lugares visitados (cambios forzados de estatus, los llama el escritor en una entrevista), bebiendo de cada uno de ellos todo lo que puedan ofrecer, y apropiándose de todo lo que sea necesario. Y aprehendiendo esa cultura, la acomoda a lo que cada texto exige, con testimonios herederos de vivencias buscadas en los límites, como la mayoría de sus personajes, respondiendo a un hambre de experiencias, riesgos y sensaciones que enriquecen sus textos.

Queda claro también que el escritor es un hombre valiente, con todo lo que ello implica (…con un cuchillo entre los dientes, escribe sin venderse, dice una ranchera compuesta en su honor por Emilio Losada, también escritor, autor de la novela Aviones de fuego).

Su pluma no solamente no se vende, sino que increpa y cuestiona tanto al poder o a la autoridad establecida, como a las costumbres, los estereotipos, los convencionalismos y a la misma historia. No se malinterprete lo dicho, no se trata de uno de esos provocadores pendencieros que se esconden detrás de un teclado, sino de un artífice de interpelaciones inteligentes, justificadas y respaldadas con argumentos y conocimiento, que usa la palabra como arma y la razón como argumento.

Por último, Claudio es una persona que sabe expresar de gran manera lo que quiere decir, tanto en forma como en fondo. Dueño de una prosa elegante y heredero de grandes plumas (suele mencionar a Schwob, Babel, Tolstoi, Dostoievski y Sholojov entre los autores que influyeron en su escritura), seduce al lector con sus textos, lo reta a seguirlo por los múltiples senderos propuestos, lo cautiva.

Entonces, se tiene a un hombre culto (sabe de lo que habla), valiente (no teme decir lo que piensa) y que sabe cómo transmitir lo que piensa (escribe muy bien). Rara vez estas cualidades se encuentran juntas en una persona.

No en vano se lo compara con Henry Miller, y ya alguien dijo que debería nominarse a Claudio Ferrufino-Coqueugniot al Premio Nobel de literatura. ¿Exageración? Según Wikipedia, este premio se otorgará “a quien hubiera producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal” (mucho de subjetividad, cierto). Quizá se pueda calificar la propuesta mencionada de optimista, pero no creo que de irracional.

Es común escuchar decir que Claudio Ferrufino es el escritor vivo más importante de la literatura boliviana (algunos piensan que hasta podría eliminarse lo de “vivo”). Cruzando el Atlántico, Pablo Cerezal, coautor con Claudio Ferrufino de un libro mencionado líneas abajo, sostiene que Claudio es un literato incómodo… Claudio no se pliega a los dictados de los poderes establecidos… Claudio escribe como debe hacerlo quien ama la palabra: mimándola, no como lo hace el vendedor de letras, el recolector de prebendas y aplausos de ida y vuelta. Tal vez ahí parte de su grandeza. La obra de CFC recibió muchos elogios, creo que todos ellos merecidos.

Comparto en las siguientes líneas, más que reseñas, mínimas referencias a los textos de narrativa de CFC que pude encontrar en Bolivia. Añado para cada libro una de las muchas frases que me parecen merecedoras de ser recordadas, incluso sin considerar su pertenencia a un texto mayor. Tómense estos comentarios como una humilde y sincera invitación a leer su obra.

El año 1991 se publicó el libro Virginianos, obra que ofrece 81 textos en 81 páginas, textos breves que podrían leerse “de una sentada” como suele decirse. Pero es un placer detenerse en la lectura, prolongarla; seguir las señas que llevan a una pieza musical, una pintura u otro texto que el autor menciona, búsquedas que resultan siempre gratificantes.

Como muestra, una cita sobre la relación entre poesía y música: …Tal vez porque el sonido hace vulnerables los muros de la palabra.

El señor don Rómulo, su primera novela, se publicó el año 2003, luego de haber obtenido la segunda mención en el prestigioso premio de novela Casa de las Américas. Obra que, revisando la historia familiar del autor, repasa también la historia del país a través de personajes que retratan magistralmente una época. 

Una frase que revela la personalidad de la voz narradora: Amar es igual a comer. Acabado el acto entre el hombre y la comida no queda otro vínculo que el sabor, el olor, la memoria del placer.
Como obsequio adicional, nos brinda uno de los finales más irreverentes y provocadores de la literatura nacional.

El año 2009, la novela El exilio voluntario ganó el premio Casa de las Américas. Texto con evidentes rasgos autobiográficos, retrata la vida de un migrante boliviano en EE.UU., mostrando las dos caras de la moneda del exilio, que forzado o no, cuestiona los cimientos de la personalidad de quien enfrenta una nueva realidad (el individuo se fragmenta, que no es lo mismo que romperse, dice el autor al respecto). La calidad de la narración evita que el texto caiga en lugares comunes o en maniqueísmos que suelen presentarse al tratar este tema.

La voz migrante de esta novela se consuela pensando algo que muchos sentimos en la soledad: Cuando no se tiene personas se recurre a la música.

Ferrufino Coqueugniot gana el Premio Nacional de Novela el año 2011 con su Diario secreto, que da voz a un personaje enfermizamente cruel, que fascina al lector mientras comparte con él fragmentos de sus recuerdos, cuya única coherencia viene dada por la naturalidad con que comete actos atroces a lo largo de toda su vida. Personaje que en algún momento parece interpelar al lector, cuando dice: Y vas a ayudarme. No porque me pesen las cosas que hago, sino para convencerte de que no somos diferentes, tú y yo.

Mostrando una faceta distinta de su trabajo, la de cronista, y en coautoría con Roberto Navia Gabriel (dos veces ganador del premio Rey de España) el año 2013 CFC presenta el libro Crónicas de perro andante, en el que manteniendo su estilo de escritura, ofrece varias crónicas repartidas en un amplio espectro temporal, geográfico y temático. Una de mis favoritas, Todas las noches la noche, con un final impresionante: … la primera vez que visité un juzgado me compré un terno, zapatos, y asistí elegante. El ujier que iba a leer en voz alta el número de ingreso de mi caso, me pregunta si soy el abogado defensor. No, replico, yo soy el criminal.

El mismo año se publica Muerta ciudad viva, novela con vertientes autobiográficas, ficcionales y rescates de otras lecturas. Hay quien sostiene que quien protagoniza la novela es la propia ciudad, aunque el narrador/protagonista se presenta como estudiante, contrabandista, matón o indigente, buscándose siempre en el alcohol, la violencia y el sexo. Aunque esta novela se publicó cuatro años después de El exilio voluntario, al leerla se siente que fue escrita (o concebida, al menos) antes. Así parece confirmarlo el siguiente fragmento: Le digo lo que planeo, que he de viajar… a buscar una vida dura hasta el momento en que me sienta capaz de llamarla a mí. La redención por el castigo. Abandonar la comodidad de la tragedia alcohólica.

En la FIL 2015 se presentó en Bolivia el libro Madrid-Cochabamba (cartografía del desastre), libro escrito a cuatro manos con el español Pablo Cerezal (autor de dos grandes novelas, Cuadernos del Hafa y Breve historia del circo, esta última ambientada en Bolivia). Obra basada en el contrapunteo de dos grandes voces que nos llevan por universos de música, literatura, sexo, noche y muerte, de la mano de un lenguaje que (me robo la frase de Willy Camacho) sorprende y deleita por su vuelo literario.
Luego de leer el libro, escribí en FB: No conozco Madrid, ni España, ni Europa, pero las crónicas-recuerdos de Pablo Cerezal en Madrid-Cochabamba me mostraron una ciudad que no me resultó ajena, y sí por momentos casi familiar. Sí conozco Cochabamba, pero la ciudad de los textos de Claudio Ferrufino Coqueugniot la conozco apenas por encima. De todas formas, a través de un lenguaje mucho más “mío”, no solamente sentí cerca a Cocha, sino que me recordé en esos sitios, aunque nunca haya estado en ellos.

Ferrufino-Coqueugniot dice que este libro es hermoso en su dureza, en su desazón, en su a ratos tremendismo y a momentos simple afrenta al buen gusto y la moral, dirán.

Libro especial. Se volvió uno de mis favoritos. Su relectura fue tan placentera como la primera.

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De ENTRE LETRAS (blog del autor), 12/02/2019

Imagen: Daniel Averanga, Álvaro Vásquez, Claudio Ferrufino


Obra Completa de un escritor vivo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Willy Camacho, de Editorial 3600, vino con la generosa idea de publicar mi Obra Completa. Comenzó el 2018 con el que quizá es el libro más ambicioso: Muerta ciudad viva. Y comienza el año con tres obras más de una serie que hasta ahora incluiría unos 17 volúmenes entre novelas, columnas, artículos, algunos cuentos y un único, extraño, poemario de juventud.

Fuera del regocijo normal y no vanidoso de ver impresa la producción propia, el asunto lleva a una reflexión sobre la muerte. Cumpliré 59, lo que en un país como los Estados Unidos se considera aún joven y productivo, y resultará raro ver ya cuatro libros de una creación de vida como objetos reales, concretos. Siempre existe la ilusión de pervivir y, aunque no sea del todo cierto, algo así lleva incluida esta fantasía de inmortalidad, por pequeña que fuere.

La muerte… Dice la sabiduría popular tercermundista que luego de los 50 uno ya va jugando los “descuentos”, equiparando la vida con un juego de fútbol con un mínimo de esperanza para quien vaya perdiendo. Y uno no es Messi ni Cristiano, sino un defensor rudo y no muy hábil, más ducho en destruir contrarios que en crear goles, y poco se puede hacer.

A pesar de que la edad mencionada está fuera de consideración como “vieja” acá, ya las empresas de seguros de vida, las de entierros, cremaciones, han comenzado con sus ofertas para el futuro próximo, como si importara… Sin embargo es un llamado de atención. Se ha traspasado un límite ficticio en número pero real en el quehacer diario, y lo que fue ya no es -y no de manera supuesta- y las acciones y previsiones deben tener en cuenta que la cronología ha comenzado a correr en sentido contrario. Inevitable. Irrefutable.

Queda escribir, ir anotando a diario los entuertos como los contentos y qué mejor que se vayan publicando, quedando el testimonio del hombre común ante el esfuerzo, ante la magnitud del mundo, que creado o inesperado es gigantesco, apabullante, desdeñoso de la pequeñez del individuo, e inexorable.

Mi hija Emily me regala un libro de exploradores del Polo para mi cercano viaje al país de nacimiento, con motivo de la presentación de los libros. Es, sin querer, una bofetada dulce al padre para ejemplificar la vida de los hombres bravos. Valientes.., le digo; no como yo.., añado. No,  papá, responde, y me dedica en la primera página que soy muy bravo y muy amado.

Volvemos a la edición, con tapas preciosas de una artista boliviana y uno vasco, amigos ambos. Bromeo que los editores ya están oliendo el funeral y aprovechan para sacar de los archivos textos ya antiguos, unos pocos nunca publicados, y apuntalarlos dentro del conjunto que vendría a ser la cultura nacional. Mencioné la vanidad, enfermedad de la que nunca he sufrido, y que debiera ser el síntoma primero en aparecer al considerarse la obra de un hombre joven todavía valiosa para plasmarla en su totalidad. Pues no se presentó ella, o él si masculinizamos la cosa como El Mal. Por el contrario me hizo pensar en las horas que han pasado, los ríos secos de mi tierra por donde ha corrido el polvo debajo de puentes inservibles. Los años, los muertos, los vivos, el tiempo que desdora y también decora, el silencio del olvido, y las atronadoras voces de la soledad.

Cierta desazón también, la necesidad de ver aquellos diecisiete objetos que has parido con sangre, ya juntos. Reunir a la familia toda alrededor del cadalso, que es el lecho de muerte, de la guillotina que espera todavía cubierta de cuero, que al deshacerse mostrará no solo el filo sino el brillo. Entonces recuerdo a Georg Trakl, el desdichado poeta que me prestó un título, y hablo del último oro de las estrellas extinguidas. De un firmamento en el que hemos de desvanecer.
11/02/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/02/2019

Imagen: Stasys Eidrigevicius

Wednesday, February 6, 2019

Claudio Ferrufino o el tiempo de las obras completas


WILSON GARCÍA MÉRIDA

La bruma de aquellos anocheceres febriles de la UTCH, emérito antro de chicha a la vuelta de la UMSS, ya no es bruma sino brisa de vida que se respira desde la memoria y se vive conjurando el olvido. Estamos ebrios de juventud; somos cosacos, cangaceiros, bolcheviques, mencheviques, zapatistas y kataristas, todo eso en uno y mucho más. Somos la ironía, la paradoja, el ser-no-ser y el devenir. Bakunin nuestro ídolo iconoclasta y Cesáreo Capriles nuestro ícono después de la extirpación idolátrica. Marxistas por Groucho, leninistas por Lennon. Odiamos a Stalin con inclaudicable fervor. La chichería nuestro cuartel general con su banderita blanca siempre belicosa en el umbral, nuestra institución tutelar según el impecable concepto del Yoyo Komadina. Nuestras armas aspiran a ser innecesarias; pero queremos sentirnos cándidos imprescindibles, la historia nos llama con sus cantos de sirena. Cantamos el Bella Ciao y bailamos La Caraqueña. Papel de Plata, Plumita de oro, Huérfana Virginia. Ellas: La Kenia Samur y la Magda Thames estrellas en el firmamento; la Gloria Romeu, la Flaca Landaeta, la Maricruz Aramayo, la Pulguita Balderrama, la Pilar y la Cinthya Lizárraga, la Elenita Sigg, nuestras guerreras danzantes. Nos: el Chino Navarro entonando Malena y profiriendo Cambalache, reviviendo al gran Discépolo y a Sosa Venturini. El Cuca Cossío con su luminoso enigma en la mirada oculta bajo el ala de un hermoso y eterno chapéu. El Chaly Crespo barbado profeta del Tata Santiago. El Negro Peñaranda, el Hugo, con su inapelable humor. El Carlitos Balderrama Mariscal, la transparente nobleza hecha camarada, lúcido y generosamente jovial. El Diego Cuadros y el Alejo Almaraz, la Jota en mayúsculas; y el Jesús Rodríguez un gesto libertario en Mao. El Fer Mayorga con la tesis fresca para la UNAM a la sombra incandescente de Carlos Montenegro, tramando Quimera; el Coco su hermano tramando El Grito antes de atar a la rata al son de una Bossa. Los que ya se fueron: El Álvaro Antezana Juárez, la estética apasionada, cine, poesía y música. El Jorge Cardozo, el Potoco, esa inmortal sonrisa de Gramsci tras las rejas. El Miguel Montero —El Flaco—, alma bendita, mi guardián y mi consejero estratégico. Y entre todos los carnales el carnal mayor, el Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el que nos sintetiza declamando a voz en cuello versos de Rimbaud y Baudelaire; Claudio el que nos descubre el camino holístico del éxodo no como fuga sino como una forma inequívoca de llegar. Saliendo al mundo desde la convulsa entraña de la Madre Llacta. Y llegamos, y nacemos. Es la generación que somos.

La revelación poética del novelista
¿Poeta? Sí. Mas no del poemario stricto sensu con el verso de vates fundamentales como Antonio Terán, Jorge Campero, Humberto Quino, Igor Quiroga, Roxana Sélum, Fernando Rosso, Eduardo Kunstek o Gustavo Cárdenas. La obra poética de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es narrativa. Es uno de los novelistas contemporáneos más importantes de Bolivia; pero sigue siendo esencialmente poeta. Poéticamente, su métrica del relato tiene el ritmo de los tiempos alternados, yuxtapuestos, algo sincopados como el jazz. Nos recuerda a las prosas vertiginosas y crueles de Boris Vian y Bukowski, poetas también.

De hecho, su reciente novela aún inédita que será publicada por Editorial 3600 este año, como bien advierte Guillermo Ruiz Plaza en el prólogo, lleva por título un verso del terrible poeta austríaco Georg Traki: “El oro de las estrellas extinguidas”.

En la última estrofa de su poema Elis, el genio incestuoso que se suicidó con una premeditada sobredosis de cocaína cuando combatía en la Primera Guerra Mundial, escribió: “Tu cuerpo es un jacinto | donde un monje sumerge sus dedos de cera. | Y una cueva sombría es nuestro silencio | de la que a veces surge un apacible animal. | Deja caer lento los pesados párpados. | Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío, | el último oro de las estrellas extinguidas”.

Junto con “El oro de las estrellas extinguidas” (que según Ruiz Plaza —Premio Nacional de Novela 2018— es un libro singular que “puede leerse como un diario de viajes por la geografía del mundo, pero también por el espacio inquieto y deslumbrante de la memoria”), Claudio Ferrufino prepara también el lanzamiento de “Ecléctica”, cuyo enigma de si es novela o es poemario, o ambos, nos lo develará el autor en una futura entrevista pactada con Sol de Pando.

La noticia destacable aquí es la buena nueva de que Editorial 3600, dirigido por Willy Camacho, lanzará los próximos libros inéditos de Ferrufino como parte de una antología con las obras completas del escritor cochabambino. Este acontecimiento significa que Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un nombre grabado ya con letras de molde en la Literatura boliviana, latinoamericana y universal.

El tiempo de las obras completas
En 1989 publicó aquel que acaso sea su único poemario como tal: “Años de mujer”, una rareza difícil hoy de hallar.

Desde “Virginianos” publicado en 1991, textos breves en prosa sobre lugares andados y gentes inspiradoras que hicieron profetizar al maestro Jorge Suárez que el camino del poeta iba por la vía de la novela, Ferrufino no se cansa de cantar sus diversas melodías con un invariable tono de voz. Una voz que sin embargo suena cada vez más grave sin perder su esencial identidad, como la voz fascinante y mutante de Leonard Cohen al transcurrir el tiempo.

Después de “El señor don Rómulo”, novela publicada en 2003 —un viaje en la máquina del tiempo para repasar la dramática historia de Bolivia con los ojos de un migrante, que obtuvo mención de honor en el Premio Casa de las Américas—, Ferrufino tardó siete años para dar a luz, en 2009, “El exilio voluntario”, novela que le dio el Primer Premio en la misma Casa de las Américas. Fue cuando los cubanos, cosa inusual, le permitieron publicar el libro en Bolivia antes que en La Habana y en 2011 fue reeditada en España por la editorial Alberdania.

En 2011, “Diario Secreto” obtuvo el Premio Nacional de Novela auspiciado por la editorial Alfaguara, y su novela “Muerta ciudad viva” tuvo dos ediciones: en Bolivia, 2013, y en España, 2018.

El conjunto de esos libros y otros que compilan su labor periodística como columnista y ensayista, algunos en co-autoría, formarán parte de las obras completas que está preparando el editor Willy Camacho.

Toda antología es una bitácora a posteriori que registra la trayectoria de un escritor y concentra la esencia de su obra en un solo filón.

En el caso de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, quedará constancia del método terrenal, demasiado humano, de aquel escritor trotamundos que forja su obra a plan de vivir la vida intensa del hombre común de la calle. Para escribir lo que escribió en Denver, Colorado, desde el momento en que salió de Cochabamba en 1989, Claudio comenzó su emigrante vida literaria trabajando como cocinero, albañil y oficinista.

De ahí que en sus escritos resulta una constante aquella famosa proclama de Roque Dalton: “Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…”.

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De SOL DE PANDO, 05/02/2019

Imagen: En la imagen junto al narrador Victor Hugo Viscarra. Fotomontaje Sol de Pando