Monday, January 31, 2011

Un Casa de las Américas muy personal


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Creo que cabe, que para eso vine, comenzar con el detalle del Premio de Novela en el cual participé como jurado. La parte de obras que me tocó se caracterizó por un buen nivel medio. Elegí cinco novelas que hubiesen merecido, cualquiera de ellas, ganarlo.

Haciendo un recuento, la primera, La sombra del nombre, de la uruguaya Melba Guariglia, sorprendía con una sólida estructura y un argumento con temas como la identidad, el exilio, la represión, la zozobra del individuo que se somete a pruebas en donde no sabe más quien es. Luego, del argentino Carlos Hugo Sánchez, El agua mineral, deliciosa historia que comienza con un par de amigos que estudian la forma de embotellar las aguas del río Yi, cerca del Uruguay, y venderla. Empresa que se diluye pronto en las peripecias de los personajes, en un intríngulis que exige atención pero que se disfruta.

Me fui por la tercera, la que finalmente resultó mi elección y que obtuvo una mención. Su título proveniente de un verso de Pessoa: Los hijos soñolientos del abismo, de Geovannys Manso Sendán, cubano de prosa ágil e irreverente, que en una especie de diario neurótico juega con la mente del lector.

Vinieron dos más, ambas argentinas: 74 días, de Agustín María Palmeiro de sobria y desgarradora narración del conflicto en Malvinas y Así son las fieras, escrita por Carlos Bégue, suerte de novela de la conciencia argentina, extrañamente opuesta al legado de Perón y con reminiscencias de la Acracia platense de las primeras décadas del XX.

Luego de votar, los jurados Roberto Burgos Cantor, Colombia; Andrea Jeftanovic, Chile; Rogelio Riverón, Cuba; Martín Kohan, Argentina, y yo, decidimos optar por La venganza de las chachas, del mexicano Gabriel Santander Botello, con menciones para Manso y para el veterano escritor colombiano Rodrigo Parra Sandoval y su alucinante Faraón Angola, con quizá la mejor y más extraña aproximación a la violencia en su país que se haya logrado en ficción. Lo interesante de Santander Botello es que su novela implica una hibridación tanto de territorio y lenguaje como se había propuesto de algún modo en mi también premiada anteriormente El exilio voluntario. Interesante, repito, ya que éste y el premio anterior caen en autores que habitan un espacio que podríamos llamar fronterizo en términos físicos, mentales y linguísticos, previendo la futura explosión de literatura latinoamericana que transite los niveles del sur y los del norte al mismo tiempo, los del castellano y los del inglés en rico paralelismo o simbiosis.

Un premio donde se juntaron diversos talentos, estilos, culturas, nacionalidades, enlazadas por lengua común, y donde por desgracia no pudo más que premiarse a uno. En otros géneros, por lo que oí, hubo ardua discusión sobre temas que no son en sí sencillos para, al final, dar la venia a alguno desechando otros de posible igual merecimiento. De Bolivia no se presentaron novelas. En cuento participó Giovanna Rivero, cruceña que en algún momento tuvo el aval de jurados pero cuyas chances se diluyeron en el debate. Otra vez será y por cierto que necesitamos participación mayor.

Dividido en dos, el viaje resultó magnífico, con casi una semana al borde de la bahía de Jagua, en Cienfuegos, donde, con semejante paisaje, era un crimen trabajar. Pero allí se estuvo, duro en la lectura, e intervalos en los que personalmente pasé mirando elongados peces azules y sardinillas que se escondían bajo la sombra del muelle. Hubo ron, Havana Club de siete años, Havana añejo de tres para los Cuba libres, cervezas Cristal, lager, y Bucanero, dark, y abundante comida matizada por conversaciones con nuevos amigos, impresiones de libros, visitas de personalidades cubanas, radio, prensa, algo de televisión, música con viejos troveros de la Nueva Trova, etc. Y un viaje a la colonial Trinidad, al pie de la Sierra del Escambray, de historia que hasta en su nombre pone la piel de gallina. Ha pasado el tiempo, y hoy tenemos el privilegio de dormir en hotel de cuatro, almorzar en palacios de la sacarocracia, sabiendo que no siempre fue así, sabiéndolo hoy más que nunca luego de que anoche asistiéramos a la premier de Martí, el ojo del canario, una producción cubana de múltiples valores y belleza.

Ahora se acerca la partida, Roberto Burgos Cantor se fue hace media hora, hacia Cartagena de Indias, a mayores actividades literario educativas. Vuelve a sus umbrías ceibas, las de su memoria que es la memoria nuestra, la del Caribe, la que confluye Colombia y Cuba en los marasmos trágicos de la negritud. Yo partiré mañana, de vuelta a la nieve y sé que en la alegría de la familia, de Ligia, Aly y Emi, oiré en la noche cuando me arrastre al trabajo los oleajes de Jagua que miraba desde un balcón.

A Burgos y mí se sumó un español, crítico y jurado, leído y entretenido: Eduardo Becerra, con quien anulamos las horas en lentos rones ahogados en dos cubitos de hielo. Hablamos, nos contamos de literaturas y los nuestros y, junto a Peláez, director de internacionales de la Casa de las Américas, hombre de sonrisa y afectada seriedad, y amigo como pocos muy rápido, la pasamos divino como suelen decir los argentinos, bien, retebién, requetebién.

El primer día Alvaro García Linera quien fuera invitado especial hizo un inteligente y en su mayoría correcto análisis histórico sobre Bolivia. Creo que fue honesto en exponer sus estrategias con muchas de las cuales discrepo. Pero por un minuto fuimos dos cochabambinos reconociéndose ante un público y la férrea mirada de varios Che que caminaban por el muro.

Extrañaré a Cuba. Tantas cosas que extrañar.

Cienfuegos, Cuba, enero 2011

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Imagen: Afiche del Premio Casa de las Américas 2011

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 30/01/2011
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), 03/02/2011
Publicado en Semanario Uno #395 (Santa Cruz de la Sierra), 16/02/2011

Wednesday, January 12, 2011

Mokhtada al-Sadr/MIRANDO DE ARRIBA


Mucho se han violado los derechos humanos en la guerra de Irak. Lo triste es que tanto se ha hecho que incluso el mundo ya perdió interés. Tan común resulta contemplar hoy los muertos, mirar sin angustia los retorcidos fierros de los carros suicidas, los supuestos juicios a los perpetradores, las historias de horror.

El nombre del clérigo Mokhtada al Sadr es resultado de la guerra absurda que el imperio lanzó en su ansia de petróleo y de cruzada religiosa. Jamás hubiese este aún joven y turbulento sacerdote encontrado semejante estrado para su vocinglero sectarismo si Norteamérica no levantaba este sangriento castillo de naipes.

Al Sadr es hoy el hombre más poderoso del conflicto, el hombre del futuro. Por su simple retórica pasa el porvenir del país iraquí, cosa que dado su accionar terrorista no promete nada. El actual gobierno de Bagdad viene a ser en más de una manera títere de sus ambiciones, y ministerios como el de Salud, en manos de uno de sus prominentes correligionarios es muestra espantosa de lo que sobreviene. Los hospitales de Irak son cámaras de tortura y cementerio para los heridos sunitas que tienen la desdicha de caer allí. Enclave chiíta del peor sectarismo, la que debiera ser región de alivio se ha convertido en antesala de la muerte.

Entre ayer y hoy, comandos sunis de revancha secuestraron al segundo en importancia de tal ministerio y, con los antecedentes mencionados, su suerte ya fue echada en una espiral de violencia incontrolable y quien sabe permanente.

La milicia particular de al-Sadr, el "ejército del Mahdi", parece, sobre todo en su sector femenino, como una estampa medieval: con mujeres cubiertas de pies a cabeza, como monstruosos penitentes de Semana Santa. En un siglo veintiuno que aparenta reflejar un avance tecnológico sin precedentes y un retroceso mental e ideológico de magnitud, la vuelta al fanatismo religioso ensombrece la perspectiva humana. Cuando en las escuelas norteamericanas hay disputa de siquiera considerar el proceso evolutivo, cuando se quiere negar el origen del hombre y hacer creer que proviene de un mito convertido en realidad, las bases de una sociedad abierta, diversa y laica se desvanecen.

Para nosotros, los que aún leemos y pensamos, el riesgo es inminente. Armadas de sombras se preparan a asaltar el conocimiento y desgarrarlo. Parece -casi- una preconcebida historia de Tolkien de incierto fin. Y los Bush, los Cheney, Choquehuancas, Ahmadinejads, al Sadrs, frailes de toda laya, fariseos e hipócritas, se regodean con la presunción del festín.
20/11/06

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Mokhtada al Sadr en un cartel en las calles de Irak. Fotografía de Le Monde

Encrucijada/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ni siquiera debemos hablar de una encrucijada para el gobierno de turno. Este, como tantos otros, pasará a mejor vida en relativo corto plazo. La opción de gobernar por la fuerza ya se ejercitó antes con rotundo fracaso. Lo que lo animó fue que con la presencia del indio como sujeto politico, como debió haber sido hace mucho, parecía que en verdad se abría un plano desconocido de la historia boliviana. Resultó que eran los mismos arribistas de siempre, con una retórica un poco diferente pero en nada distinta al altoperuanismo que nos caracteriza, basada en la angurria y en la mixtura ideológica urgente para confundir.

Se vivió hacia afuera, con ánimo de modistos, no de estadistas. Vender una imagen fue prioridad, desdeñando la velocidad con que transita el global y deshumanizado mundo. Los fracasados de la izquierda boliviana, duchos en doblez y traición, le hallaron la vuelta –de nuevo- para continuar con el saqueo nacional, avivando para ello profundos rencores resultado de las prácticas racistas de quinientos años ininterrumpidos. La opción propuesta no fue la de activar aquellos grupos en aras de algún tipo de construcción. Por el contrario se quiso usufructuar su condición de esclavos para imponerles un rey; burdo aprovechamiento de características étnicas en aras de continuar la sinrazón del eterno garrote.
Está por terminarse. El desmanejo económico que caracterizó a las dos administraciones (¿?) Morales ha tocado fondo. Para colmo la nueva presidente de Brasil, Dilma Rousseff, va a movilizar gran número de tropas a su frontera con Bolivia, para impedir el ingreso de la droga que se produce allí, y cuyos dividendos disimularon la realidad. De pronto las puertas del sustancioso tráfico de cocaína se hallan controladas. Cortadas sus alas, las federaciones cocaleras perderán terreno, y la singularidad de su “revolución”, de hummers y artículos suntuarios, cederá paso a que si no se trabaja nos iremos volando a la mierda. De volada, dicen los mexicanos.

Cabe preguntarse ahora qué es lo que reemplazará el corto reinado del curaca que fungiendo de pluriétnico no fue nada, de aquel que desoyó las enseñanzas del gran José María Arguedas acerca de las capacidades del mestizaje, de aquel que sobando el lomo indio rodeóse de los mismos acostumbrados a construir sus fortunas sobre tal lomo, incluyéndolo. El panorama está vacío. No hay figuras que brillen por talento y/o decencia. Tanto vivimos en el lodo que se ofusca la mirada. Lo que sí, ya habiendo alguno o algunos, cuya solidez esté en el trabajo y no en la consigna, y cuyo interés sea el beneficio popular y colectivo, así como la preservación del poco y violado medioambiente que nos queda, deberá mirar el horizonte boliviano como una conjunción de fuerzas diversas, de donde no se debe excluir a nadie, ni los muchos indios, ni los pocos blancos, y aceptar que en la hibridez está la fuerza, que razón sobra de participar todos, y todos ganar en un país que idílicamente deje sus taras y sus vicios.
09/01/2011

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 01/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Criz de la Sierra), 02/02/2011

Imagen: Alegoría de una encrucijada

Tuesday, January 11, 2011

Militares, otra vez/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una desalentadora noticia ilustra la primera página de USA Today en estos días: la renovación del entrenamiento norteamericano a militares de la América Latina.

Este asunto había sido detenido con aquellos países que se negaban a aceptar la impunidad de las tropas o militares norteamericanos, de hacerlos inmunes a cualquier juicio sobre crímenes de guerra. Mas ahora, que de acuerdo a Condolezza Rice Estados Unidos, al hacerlo, "se disparó en el pie", se inhabilitó -digamos- en esa región, desean recuperar el terreno perdido.

Que consulten a las víctimas que semejante "instrucción" trajo, creando una casta de zánganos inservibles, buenos únicamente para robar y reprimir (ahí, como estrella rutilante, brilla el delincuente Augusto Pinochet).

El problema según los analistas norteamericanos es que dada su ausencia, países como China aprovecharon la coyuntura para ser ellos los que se encargaran de los intercambios militares, con Bolivia y Ecuador por ejemplo. No olvidemos que el norte siempre consideró al sur parte de su imperio hereditario y creyó que a pesar de sus desdenes éste seguiría fiel a sus mandados. El mundo global que se impuso ha servido en parte también para deshacerse de los amos, al menos nominalmente. Pero ahora con Chávez, Morales, Ortega en Nicaragua, el Pentágono se espeluzna otra vez con el fantasma del comunismo. Escaso es su análisis y menor aún su inteligencia.

Estados Unidos ha levantado la prohibición interna de proseguir con entrenamientos de oficiales latinoamericanos en USA. Poco les duró el desplante de la impunidad. En este mundo de hoy el que no corre vuela, y los Estados Unidos se van rezagando en muchos sectores. Lo malo es que no necesitamos su avanzada justamente en eso. Bastante daño ya causaron con las promociones de criminales egresados de la Escuela de las Américas. No queremos volver a los tiempos en que Barrientos se paseaba en la embajada con su traje de sirviente mientras se endiosaba ante su pueblo. De una vez por todas, esa es una institución obsoleta, mantenida solamente con ánimo de lucro por las grandes compañías de armamento.

En Bolivia no se necesitan generales. Ese dinero tendría que emplearse en médicos y maestros, en comunidades agrícolas e industriales, en distracción para los niños. De todos modos, con sus orondos oropeles y entorchados, sus vanidosos uniformes y medallas, podrían dedicarse a vender helados, en carritos de dos ruedas, por entremedio de las fervientes multitudes de los mercados.
12/11/06

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Caricatura de Quino, 1973

Zozobra republicana/MIRANDO DE ARRIBA


Esta semana se realizan elecciones para representantes y senadores en los Estados Unidos. Después de 12 años de absoluto dominio de ambas cámaras, los republicanos ven peligrar su supremacía. El fracaso de la aventura iraquí es uno de los aspectos fundamentales de la posible derrota del partido de George Bush.

Irak sí es derrota para el país pero es fuente de ingresos multimillonarios para una élite, ligada al gobierno, que ve aumentadas sus ganancias de manera abismal con el conflicto. Ya lo decía Remarque, que la guerra era invento de los capitalistas para enriquecerse. Nunca tal aseveración fue más clara que hoy. El público, que no es el beneficiario de tales riquezas sino, por el contrario, el que contribuye con trabajo e impuestos para el gasto público -incluido aquél-, se cansó de una gangrena político-militar que semeja no tener fin. Y no lo tendrá, mientras la idea sea controlar el petróleo en Mesopotamia, y cuestiones en apariencia más triviales como vender agua y comida a las tropas, asunto que deja réditos increíbles. Que lo diga Richard Cheney... que aparte de petrolero es hábil comerciante.

Habituados a ganar, por supuesto que no quieren perder. Al desastre mesopotámico se añaden escándalos continuos de prominentes miembros del partido, o de secuaces suyos. El diputado Foley, escondido pedófilo y pederasta, furibundo defensor de los "valores" de la familia y enemigo declarado de la homosexualidad, es desenmascarado; un pastor protestante de Colorado Springs, derechista contumaz, también se revela a la opinión pública en su hipócrita doblez.

Los elementos que utiliza el Partido Republicano para reducir sus posibilidades de pérdida son simples pero efectivos en una sociedad de ignorantes: baja del precio de la gasolina, alza de la Bolsa de valores, infundir pánico acerca del terrorismo, hacer condenar a muerte a Saddam Hussein justo dos días antes de la elección. Movidas exitosas sin duda ¿pero cuánto?

Los recuerdos de Madrid y Londres, en momentos de riesgo para la administración Bush, sugieren que aún queda una carta por jugar, la más dramática pero también la más efectiva, aquella que empujaría a la ramplona masa ciudadana del país a volcarse en las urnas dando un nuevo espaldarazo al fascismo local: la de un autofabricado atentado terrorista. Si eso sucede, y ojalá sea sólo mala suposición mía, Estados Unidos habrá confirmado su sentencia de muerte. George Bush todavía puede tener su incendio del Reichtag
6/11/06

Publicado por Opinión (Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Black Spiderman

Paseando por la casa/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hablar de la propia casa puede parecer vanidad, vano, soberbio, inútil. Pero, sabiendo lo efímeras que son las cosas, y tratando de vivir el momento con la mayor intensidad posible, vale la pena hacerlo. Sabiendo, por segunda vez y además, que al morir un día éste no retorna más y que lo que hoy está mañana puede no ser, camino por este universo de diversidad e interés que es nuestro hogar, el de Ligia y el mío.

Aprovecho un día de fiesta, el pretexto de un cumpleaños y las voces de gente que al visitar y no pertenecer al entorno, preguntan el por qué y el de dónde, y el cómo. Estos son cuadros del imperio napoleónico, pintados a mano; aún se pueden ver los rastros de una mano tembleque en el momento crucial, algo de color que desborda el casco de un coronel-general de dragones, las botas altas de un oficial coracero.

La gente que asiste viene de Ciudad Cuauhtemoc, Cocula, Cuernavaca, Oaxaca, Guerrero, en México; de Cali, la Sultana del valle del Cauca; de Columbia, Ohio; de Texas y New Mexico; de Cochabamba. Miran, observan, admiran las cerámicas tiahuanacotas, la porcelana inglesa y las surreales esculturas de Ghana. Entre el Diccionario Histórico de Bolivia y un catálogo de la pinacoteca de Armand Hammer, sostenidos por cristales grises de ónix, se esconde una kachina zuni ¿pueblo?, de un hombre medicina, un brujo con máscara de oso. Al lado un pez fosilizado en -supongo- arenisca.

Indonesia y Gabón; Brasil y Argentina; Afganistán en un ave de madera y cobre, bastante coherente en su realismo, al lado de un gallo mexicano construido de hojalata, un pato durmiente en piedra semipreciosa, un viaje por el ancho y ajeno mundo, no tan ajeno a veces, con su carga de emociones y sueños; cada objeto plagado de historia, las máscaras funerarias del África negra que aún cobijan los espectros de sus difuntos. Danzan en la noche y desaparecen al prenderse la luz. Habitan la sala en tertulia inagotable y nostálgica, tan lejos de los pueblos, de la desembocadura del Camerún. Los tejidos del Ande con sus manchas de sudor, de niños cargados y apoyados en el barro, de infatigables caminatas por el yermo boliviano: Calcha, Japo, San Lucas, Candelaria...
Los brazos se extienden hacia las bebidas; las manos las cogen y los labios se estremecen, también enternecen, con los aromas del agave azul, los tequilas reposados, el ron en sus infinitas variantes y olores, en el sabor dulzón de las Indias caribeñas o en la majestad sobria del ron guatemalteco. Ni hablar del vino: Barbadillo y Tempranillo, Carmenère y Cabernet; Malbec en sus personalidades mendocinas. Cae la noche, que para mí es día, y se esfuman los bordes de la casa. casi con olvido, con pasión de enamorado...
16/04/07

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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007

Imagen 1: Máscara punu, de Gabón
Imagen 2: Kachinas tradicionales de los hopi

Eclécticas lecturas/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Elena, en su cumpleaños

Casi a diario, con Alicia, visitamos tiendas de libros, de las grandes, con cafetería incluida. Es práctica común, entre los clientes norteamericanos, llevarse uno o más volúmenes a la mesa y leer o estudiar mientras gozan de un café latte o un espresso, un emparedado de pavo y palta -y mayonesa- dentro de pan focaccia de hongos y jalapeños: una ilusión, delicia, maravilla; un placer...

Nosotros, bolivianos, sobrios y recatados, sólo leemos lo que compramos. Nada de préstamos. Ridículo orgullo quizá; buena costumbre tal vez. No importa; el hecho fundamental es leer, la lectura con focaccia o no, con pizzettas de espinaca y muzarella o no. Leer, así sean las historietas gráficas japonesas de mundos fantasiosos, donde presente y futuro se aúnan con pretérito y dan de resultado un universo medieval y cibernético al mismo tiempo.

En la mesa de noche se apilan libros por doquier: verticales, inclinados, acostados, caídos, abiertos, marcados, entrecerrados como siestas, etcétera. Su antigüedad se mide casi como la de los árboles, sólo que en sentido inverso: los de más abajo, que vendrían a conformar la circunferencia, son los más antiguos, los ya leídos o comenzados, abandonados completa o temporalmente por otros, casi historias de amor de infidelidad constante. La razón: la abundancia de lectura, la abrumadora ola de novedades que pone al lector en disyuntiva brutal. Tan corto es vivir y tan largos los libros. Tanta imaginación y esperanza, dolor (a no olvidarlo), o simple satisfacción de adentrarse en lo desconocido. Al leer nos convertimos en dioses, en Dios si creen en una deidad judeo-cristiana, monoteísta como los adoradores del sol, del monotrema o el teorema, del calzón o el brassier, crédulos de cualquier cosa y sin embargo lectores, que placer existe en la líneas de Teilhard de Chardin y también en las de Isidore Ducasse (Lautréamont).

Converso con mi esposa en la distancia. Me habla de Hermann Hesse, de la sugestiva modestia del gran escritor, de su preferencia por sus anotaciones personales más que por las novelas. Le respondo que de todas maneras, leerlo, como en "El lobo estepario", nos ha de costar la razón. Discutimos porque ella aún no ha perdido la suya y yo ya me hallo cuesta abajo.

Estiro el brazo, antes de perecer al sueño, y los dos libros que escojo hablan de muerte. En Heródoto materializo los huesos blancos de los persas destruidos por Inaco. Brillan al sol como marfil de elefantes. En el otro, una muy lograda tarea de historiador la de Gustavo Rodríguez Ostria, llego a las páginas donde los ilusos de Teoponte, santos a su manera, cavilan mientras la muerte los avasalla, los arrebata... pero los ríos corren por las páginas, las boscosas colinas ciegan con verde intenso.
02/04/2007

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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007

Imagen: William Andrews, 1900

Lo que se lleva el viento/MIRANDO DE ARRIBA


Memorias de un café. El café como símbolo de una época. La muchedumbre de amigos, la aspereza del tequila, los dulces pasos de las mujeres que bailaban. El vino nativo, sin mayor gracia entonces aunque ahora hay cepas nuevas, que desconozco, de sierra alta, caras, que dicen ser excelentes.
Era una rápida pieza de teatro. Agitada. Bajo la aureola de diversos personajes: Che, Chico Buarque, Cesaria Evora. La música, en cadencias fantasmales desde tan alto como el Mar del Norte llegando a las costas del Cabo, entre Irlanda y Zululandia, entre Georges Brassens y Boy Ge Mendes. Guarida de artistas, de nostálgicos, de alcohólicos, desterrados, perros, gusanos, santos, femeninos y masculinos. Tiempo en que el amor se prodigaba, se escanciaba, cuando los pezones alucinados de las amantes parecían melancólicos ojos sombríos.
El tiempo pasa y la realidad envejece, mientras la ambición -recordando aquel tango de Gardel- no descansa, y la angurria se acomoda igual que mercaderes en bazar. La poesía se hunde en el páramo del billete, en el cambalache vil que retrataría Discépolo, en el imperio del chisme, de la fraternidad de los mediocres, de la insolvencia de la honestidad. El café se endulza, pierde el amargor que lo embellece, se dora de palabras falsas, de rigor de modistillas. Quedan las calles vacías, algún transeúnte adormilado por la mota, algún muerto asesinado por la hermana de su amada; un vapor de silencio, vaho solo, sólo vaho.
Juzgar no nos pertenece, mejor es recordar, que con el recuerdo llega el olvido, y con el olvido las perspectivas del futuro, paradojas humanas, simples y tan complejas.
Quizá era igual antes, pero ante la fantasía de lo nuevo todo parece único. Decantados ya el verso y la pasión, atormentado el poema por la prosapia prosaica de vivir, hasta los huertos parecen yermos. Nada permanece y es mejor así, porque la alegría no habita en la inmortalidad sino en la muerte, porque el hecho de morir nos vive, nos hace vivir. Igual sucede con las cosas y los lugares, su permanencia se posibilita por lo efímero de su ser, que si siempre fuesen, horribles fueran.
Hablemos del grano, del café en sí. Acostumbrados demasiado al yungueño, soslayamos el keniano, el etíope, el de los médanos calmos de Guatemala, aunque otrora regados con sangre. Si el grano se multiplica, se diversifica, por qué no nosotros.
23/4/07

Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007

Imagen: Fotografía de autor desconocido

Monday, January 10, 2011

El Santo (trinitario)/MIRANDO DE ARRIBA


Trinidad es una ciudad que me encantó. El placer de sus calles, de sus árboles, de sus mujeres, de los pasadizos techados, del chivé, de los "pichi e' boli" (choricitos deliciosos, dicen que de capibara), de la excelente carne, de la cordialidad y de la falta de ofuscación ante el extraño, produjeron un texto que se publicó en tres ciudades y que no critico porque es mío.

Resulta que un alucinado individuo, cuya nacionalidad desconozco, aunque dice ser mojeño ¿quizá jujeño?, apellidado Echevarría y nombrado Carlos, se lanza en las páginas de El Deber a despotricar contra el autor, el mismo -yo. Me acusa de burdo copista, de plagiador, de mente calenturienta ¿afiebrada?, de insultativo, despectivo, estilista pueril y etcéteras sin importancia pero sí sabor.
Le agradezco a Echevarría Durán el haberse preocupado de leerme. Nuestro drama como autores nacionales es no tener lectores. Se lo agradezco de todo corazón, no con "los sentimientos a flor de piel" como dice en su alegato-diatriba, porque, a decir verdad, nunca los he visto a flor de piel ni debajo. ¿Serán de colores vivos, primarios? ¿Quizá secundarios? ¿Semejarán un escozor, un acné, una piel de gallina? Me interesa el tema. Tal vez pueda Echevarría desarrollarlo y presentarlo ante la Academia sueca para algún premio.

A García Márquez le plagié una cosa: el nombre de Macondo. De ahí nada más. No es que no disfrute de su estilo. Y mucho de sus primeras novelas. Pero, modestia aparte, estoy satisfecho con el mío: escaso, andino, lo que deseen, y sobre todo lo que desee Echevarría, que parece encontró motivo para hacerse un nombre, entre sus deudos, correligionarios, paisanos, a costa de Gabo en primer lugar y luego a mi costa. No me cae mal, cada cual busca según lo que puede. No hay reglas contra ello.
En uno de sus párrafos, porque la mayoría son los míos, (¿será que desea plagiarme?), habla de interculturalidad refiriéndose a Brasil y el Beni. Cuando menciona la música lo hace anotando mis apreciaciones en cuanto a la vestimenta carnavalera de las reinas allí. Y la mención de las canciones brasileras no tenían ninguna doble intención por mi parte. Es música que amo y que escucharla después de tanto tiempo me llenó de saudades (para que vea que también soy "intercultural").

Parece que aquel calor que menciona me ofuscó la mente, también se la ofuscó a Echevarría. ¿Dónde menciono pereza o incapacidad de los benianos en mi artículo? Más que calor se me hace que a Echevarría lo atacó el dengue. Si así sucedió, lo siento. En mi recuerdo quedan hermosos días en Trinidad, gente amiga, senos dadivosos, la adhesión de Homero Carvalho, paisaje, lluvia y sol. Felicitaciones a Echevarría escritor; es un buen comienzo y si bien no tiene estilo, no carece de garra.
26/3/07

Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo 2007

Imagen: Goya/Asta su Abuelo

La guerra del vodka/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Europa está en conflicto; por un lado los puristas: Polonia, Suecia, Finlandia. Por el otro los prácticos: Alemania, Inglaterra, Francia... y los Estados Unidos con el mayor mercado.


Dicen los entendidos - de acuerdo a un intenso artículo del Times- que el vodka debe destilarse sólo de granos o papa, aunque se sabe que en tiempos de guerra se lo hacía de cualquier cosa, incluidos, posiblemente, desechos humanos. El vodka fue gran aliado del "rodillo ruso" que apabulló las defensas que la raza "superior" germánica intentaba oponerle.


Hoy se fabrica vodka de uvas y otros tipos de fruta, también de miel de arce. La controversia es interminable mas los discordes apelan a la calma cuando se trata de no ofender a Norteamérica. Repiten, algunos, que el billonario negocio de su venta no existiría sin los Estados Unidos. Hasta que este país halló el gusto de aquella bebida incolora, su distribución era más bien regional; antigua pero local. Lo importante, en términos económicos, no está en quien inventó el vodka ni con qué lo produce sino en quien lo vende y profita mejor. Rusia y Polonia discuten interminablemente acerca del origen. Los polacos apelan a ancestros desde el siglo IX, mientras que los rusos contaban ya con destilerías establecidas hacia el 1400. Mas, según el autor del texto, parece que el asunto proviene de mercaderes árabes y cierta manera de destilación que cargaban consigo entre sus voluminosos bagajes.


La historia del vodka y la ortodoxia o imaginación de su trato no es privativamente suya. Cada bebida transcurre por un foro similar. La cerveza es tal vez el mejor ejemplo, con situaciones extremas como la de aquella embotellada en Alemania que lleva media ración de Coca-Cola y media de cerveza ligera, a la manera de una "choleada" cochabambina.


Hace unos días, con motivo del festejo del día norteamericano de Acción de Gracias, abrimos unas botellas de Lambic, belga, sabor de frambuesa, que, sin alarde de cerveza clásica es deliciosa. Vale aclarar que las denominaciones que se utilizan para esta bebida en cada país difieren mucho. Cuando la cervecería Taquiña de Bolivia puso a la venta su variedad "stout" entregaba en realidad solamente una "dark lager" que nada tenía que ver con la stout irlandesa mundialmente famosa de la cervecería Guinness, negra como café y espesa como chocolate. Sin embargo valía la innovación para un público no convencional como el boliviano.


Si no respetamos la ortodoxia leninista en filosofía política, menos respetaremos la virtud del trago que, como el lenguaje, es cuestión dinámica.

27/11/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Level vodka

Teoponte, un diálogo con el pasado


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Así caracteriza esta obra su autor, Gustavo Rodríguez Ostria, en su dedicatoria. Un diálogo que alcanza a mi generación, aquellos que teníamos diez años -nueve yo cuando mataron a Maya, en la calle Paccieri, a dos cuadras de donde vivía-. 

Vivimos de cerca el mito del Che y de los que lo siguieron. Lejos estábamos entonces de una capacidad de análisis que permitiera saber que la tesis del foco, con su dosis romántica y mesiánica -epítetos que Pierre Drieu La Rochelle podría poner al nazismo- estaba de hecho -y no de pronto- condenada al fracaso. Arrastrando las ideas de Guevara en su Guerra de guerrillas podríamos hallar asidero, controversial, para sugerir la posibilidad del triunfo de una élite revolucionaria en la guerra social, con la salvedad de que en el caso boliviano no se consideró el fracaso de su inserción en la lucha popular.

Bolivia, a través de una hábil maniobra gubernamental que corrompió el liderazgo campesino, carecía de bases materiales, condiciones objetivas en el área rural, que indujeran a la masa empobrecida a participar de una lucha que no entendía, ni quería entender. El campesinado -y recurrimos a Lenin- es clase reaccionaria por excelencia, con salvedades importantes en la historia universal como el ejército majnovista en Ucrania, las comunas aragonesas de la revolución española, la revolución china, hablando del siglo XX. El campesinado, por lo que fuera, fue la quinta columna que rompió el espinazo de la "subversión" armada. Pasaron más de treinta años para que un periodista captara en magistral fotografía a un campesino de Eterazama con un cartel rezando "Que viva el Che". Evo Morales puede decir lo que quiera, idolatrar la figura de Ernesto Guevara, pero cuando se trata de acomodarse en el poder acaricia el lomo de los botudos que siguen soñando con el tiempo en que fueron amos absolutos y que puede retornar.

Digresiones aparte, traídas por la distancia y el recuerdo, el libro de Rodríguez Ostria es una proverbial muestra de cómo hacer historia seria. Se puede o no discrepar con las conclusiones del autor, sobre todo en cuanto a la validez de un ideario (el del foco) quizá confuso, o confundido, pero no se debe despreciar el admirable trabajo realizado, consultando la mayor cantidad de fuentes en el difícil trabajo de reconstruir una historia olvidada, una historia escondida y disimulada.

Muchos de los participantes aún sobreviven. Más en el lado represivo que en el contrario. Anuncian que la tenebrosa época del terror estatal aún pervive, y que de alguna manera desenmascarar la historia tendría que llevar al país a descubrir y juzgar a los responsables. Algo así sucede hoy en México, a tiempo de desentrañar los misterios que envuelven la masacre de estudiantes en Tlatelolco.  ¿Qué se hizo hasta hoy para juzgar a Mario Vargas Salinas, asesino de Freddy Maimura en el mal llamado Vado del Yeso? ¿O es que su condición de "León del Masicurí" lo avala y lo encubre? Con demasiados leones -tigrillos o buitres sería cabal- cuenta la historia nacional, animales con negro pasado y menor decencia. Algo anda mal en una nación que eligió, democráticamente, al asesino Bánzer para otro término presidencial. Es que nos guiamos con mitos. El boliviano siempre es el "mejor de todos", el mejor piloto, el mejor futbolista, el mejor médico, el mejor militar, etc., ilusiones que fabricamos para olvidar cuán mal estamos y cuán poco nos queremos.

Las víctimas de Teoponte, héroes, mártires y santos a su manera, ilusos e insanos también, juventud privilegiada e inteligente, debieran ser la luz que alumbre las posibilidades racionales de avance y progreso que tenemos.

Rodríguez Ostria ofrece una detallada disección de un pasado molesto. Lo hace bien y con valor, porque sin duda que al aclarar la niebla atenta contra intereses que aún permanecen en la sombra.
Esa es labor de hombre.

En las páginas de Teoponte no sólo se "vuelve a las montañas", se acuña otra vez un diálogo con espectros ya fugados de la memoria: la sombría grieta del Abra donde se encontraron los cuerpos de Jenny Köller y Elmo Catalán, la torturada sombra de Ana María Spaltro, guerrillera argentina, que en su ignota tumba cerca de Sacaba, ya jamás descansa. Tal vez estas páginas de Gustavo signifiquen un sosiego.
18/04/07

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), abril 2007
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 2007

Imagen: Estado Mayor del ELN


Elvis, casi al amanecer/MINIATURAS


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Nieva otra vez; es usual en marzo: tormentas primaverales.


Conduzco mi automóvil a las cinco de mañana. Los copos, mientras avanza el vehículo, se estrellan -y se diluyen- contra el parabrisas. Vienen como desde un núcleo, girando en círculo y al llegar se abren en abanico. Es hermoso, aunque no se ve mucho. Los zorros corren alegres ante este magnético hálito de agua luego de días calurosos.


Toca un disco compacto, los 30 número uno de Elvis Presley. Hasta los Beatles lo reconocían como el Rey. Inició a John y a Paul no solamente en el arte del Rock and Roll sino en los arcanos de la marihuana. Así lo recordaría Lennon y lo leí yo, casi veinte años atrás, en una extraordinaria edición de Rolling Stone (Los grandes momentos del Rock), donde también se relataba el fracaso sexual del mismo Lennon en una cita concertada por la Bardot. El Beatle terminó dormido, decepcionando los augures fatales de la francesa.


Qué es lo que más me gusta de Elvis, me pregunto, antes de que el mínimo sol anuncie la mañana. Pregunta hecha en lo oscuro, como postrer homenaje al martirologio de este trágico norteamericano. Si el Rey ha muerto, ya no hay rey. Pero, casi una cursilería decirlo, perviven sus canciones, y, la única vez que canté en un karaoke fue acompañando a mi hermana Elena en una interpretación de "It's Now or Never", ahora o nunca (mejor nunca que tarde me gustaría añadir). Pero no es esta bellísima canción la que más quiero sino "Surrender" con su comienzo que parece el de una película de James Bond (mas no por eso).


Músico blanco de origen musical negro. Herencia del Gospel y del Blues. Supo, en su momento, iniciar a un público reacio a la música de los hombres de color en sus majestades rítmicas. Quizá en él se concreta el momento del cisma del Rock and Roll con el Rhythmin 'n' Blues, cisma aparente que sin embargo, dada la posterior fama del Rock, denuncia dos claras corrientes.


Casi amanece. Elvis, cuya casa -Graceland- es un icono nacional como él mismo, se despide de la noche con "Return to Sender", simple pero angustiosa historia de desamor.

28/03/07

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), marzo 2003

Imagen: Fotografía de Alfred Wertheimer/Memphis, 1956

Algo de cine uruguayo/MINIATURAS


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

"Whisky" (2004) es la realización de dos directores uruguayos: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Ganadora del Premio Fipresci y del Prix du Régard Original en Cannes, más el Premio Especial del Jurado en el Festival de Chicago, es una de las pocas películas que vemos de un cine casi desconocido. La última excelente muestra de Beatriz Flores Silva: "En la puta vida" (2001) recordó al público que, a pesar de escasa, la presencia de Uruguay en la cinematografía contemporánea quiere abrirse un espacio.

"Whisky" me recuerda a "Esperando al Mesías", de Daniel Burman (Argentina/2000), y no sólo por su entorno de viejos judíos aislados aún en la América meridional, sino por su espíritu de tragicómica nostalgia, de sociedad decadente y envejecedora, de remanentes arcaicos de un tipo de vida -el judío de Europa Central- antes del Holocausto. Historia que no sería la misma si los personajes, todos, fuesen, de origen latino. Afirmación que no intenta ser dogma sino opinión, ya que nostalgia o melancolía no son cualidades o defectos de raza particular.

Ese ambiente kafkiano de existencia sombría me llamó la atención, más que el esquema mismo del filme que trata de asuntos íntimamente humanos como la soledad, la necesidad de apariencias, y, por encima, la posibilidad que se tiene del reencuentro consigo mismo entre medio de la basura que el tiempo acumula sobre uno.

Algo lenta en el desarrollo de sus detalles, no podría ser diferente en una cronología que avanza con pasos de procesión y quizá de muerte. Es la historia de dos hermanos, pequeños industriales, hebreos, uno en Uruguay y otro en Brasil, elementos circunstanciales que son paradigmáticos: el anciano Uruguay que se hunde, y el potente, joven y tropical Brasil, siempre emergente.

Confrontación antigua entre hermanos, no diremos Caín y Abel, que no hay connotaciones expresas de Bien y Mal, sino competencia por ser el mejor. En medio se sitúa una empleada del uruguayo, contratada (es un decir) como supuesta esposa y que anuda las relaciones y termina por protagonizar un escape de alivio de esta tragedia gris e inconclusa de vivir.
21/11/06

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Afiche francés de "Whisky"

Caminando por La Paz en domingo


 Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La Paz siempre fue refugio donde me escondí en tiempos "duros". Me escondí acompañado, intentando ser ajeno, a la vez que único para quien estaba conmigo. Saliendo de un hostal cerca de la Plaza del Estudiante nos hundíamos por cerveza en boliches lóbregos, en uno en particular que tocaba morenadas sin parar.

Esas eventuales parejas, “eternas” entonces, se fueron diluyendo una a una, esfumándose como el humo que fueron, humo de cuerpos y rostros, de voces que si tuvieron nombre no hay pluma para escribirlos ¿Despecho? Simple decantamiento. Se perdieron las mujeres como cada gobierno que hubo.

En tiempos de García Meza, contaba Yerko Abud que era mecánico en el Departamento de Orden Político (DOP), llegaban las ambulancias –que se usaron para reprimir- con tiros en los techos, recuerdo de francotiradores solitarios que la historia olvidó. Mis amigos se hundían en la misma sombra con el falangista Carlos Barbery, claro que a ellos los trataban peor. El frío era presencia constante, aunque a veces, rebuscando en la memoria, permanece la sencilla felicidad de sentarse con un trago en El Prado, mientras el mozo servía boquerones secos en salmuera. La Paz siempre fue paradoja, refugio y desdén, sábanas que se entusiasmaban en las gélidas noches, en brazos de una inglesa desesperada, o, mientras sonaba un triste samba (¡otra paradoja!) de la Banda do Carneiro, una mujer brasilera miraba por la ventana aquel mundo que era tan distinto, y tan distante, al de ella. Refugio en las refulgentes pupilas azules de una muchacha de Leeds de fácil sonrisa, en los cabellos negros –ébano la noche en ella- de Ligia. Desdén porque sonrisas y abrazos se evaporaron; todavía lo hacen, con menos agilidad que los dictadores pero duelen.

La Paz de D’Orbigny, de fotografías de callejas sacadas de los textos de Viscarra. La Paz que nació como cuna de libros, ciudad que cubría de palabras los abandonos: Robert Louis Stevenson, Mijail Bakunin… Libros y libros, una entrevista de noche con el padre Juan Quirós, en un opaco recinto de Presencia, mientras Quirós me contaba que la superiora de un convento le decía “dígale al señor Ferrufino que lo leemos, que nos gusta leerlo, pero que deje ya de escribir tanto sobre sexo”. Sonreí. Juan Quirós era jovial e interesante; éramos distintos y escribíamos de cosas diferentes, pero me estimaba, como estimaba a Urzagasti y a Fernando Rosso. Nada mezquino. Y el sexo, qué podía hacer, cuando al salir a la calle, con las baldosas negras y húmedas de aquella avenida principal, Francine me tomaba de las manos, bajaba los dedos para hurgar los recovecos de mi alma, y me obligaba a subir por San Francisco, cruzar el Mercado Lanza, más arriba, hasta una hostería grande, con peña abajo, y enfrascarnos en la lucha del resuello y el desuello.

Pero no es un pasado lo que me hace escribir de La Paz. Ahora, hace poco, aunque los días a veces pesan como años, el avión nos dejó, perdimos la conexión –mis hijas y yo- y tuvimos que bajar de El Alto a la capital.

El chofer del taxi nos llevó a un “precioso” hotel, el “Morumbí”, que a pesar de las estrellas en la puerta entregó un cuartucho con dos camas aisladas en soso universo. No importó. Eran las ocho de la mañana y teníamos hasta la tarde para el próximo vuelo.

Bajamos por las empinadas callejas de La Paz, cruzando por el Mercado artesanal aún dormido. Miramos misa en San Francisco, mirar porque a ninguno de los tres nos causan lástima esos lastimeros santos y menos el verbaje de sus representantes. Y en la calle, con un alto hombre quechua de Tarabuco, compré una lliclla aymara de Charazani, de Niño Korín, llena de águilas –o patos- para distraer mi impenitente soltería de otra vez.

¿Qué mostrarles a las hijas norteamericanas, irlando-germano-noruegas-rusas de La Paz? Su antepasado. Primero caminamos. Comimos salteñas cerca al monumento a Colón. Nada que ver con las salteñas de Cochabamba, que, aparte de las razones familiares, son objeto de nuestro anual peregrinaje. Luego, a pie, subiendo por el costado del Palacio Quemado, la plaza central con la estatua de Pedro Domingo Murillo, el ancestro cuyo rostro está muy arriba para buscarme en él. Ahí, hijas, there he is, el ahorcado, el héroe, el alguna vez sugerido “traidor”, el padre de Gregorio Murillo Gáez, lancero decorado en Ingavi, de cuya segunda descendencia venimos directamente nosotros, y sus primos, y sus tías, y su abuelo Joaquín Ferrufino Murillo. De él, del héroe, hereda este malhadado poeta que es su padre su supuesto valor, que se deshace en lacrimosas letras cuando de hembras se trata y tiene inhumano vigor ante el trabajo.

Nos sentamos en los bancos. Señalo el farol donde ahorcaron al presidente Villarroel, dice que pariente también, porque era hijo del cura Quintín Ferrufino y viajaba, siendo cadete, con mi padre niño en el tren al valle, a visitar a su madre de Villa Rivero –Muela-, y que llamaba tío a mi abuelo Armando.

Unos magníficos mimos, todos pintados de blanco, asomaron en la plaza Murillo. Se estancaron en medio del gentío, sin moverse entre la agitación muchedúmbrica de las palomas y el pueblo. Las hijas tomaron fotos, apuntaron a los bigotes del prócer, conversaron con una mendiga que las bendijo, admiraron el Illimani que se mostró en medio de una calle –tenía razón Tamayo, el Illimani es un coloso.

Volvimos al Morumbí. Al frente del hotel había un colorido de frutas y una frutera menor que yo me gritaba: “¡joven lindo, joven lindo, comprame manzanas!”.
23/04/08

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), mayo 2008
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), mayo 2008

Imagen: Monumento a Murillo, La Paz 

Sunday, January 9, 2011

Nostalgias bolivianas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Miguel Sánchez-Ostiz


Aunque no se quiera este asunto de las fiestas de diciembre, sumado a un frío infernal, hace pensar en lo que uno dejó atrás, los maletines de la diáspora, el recuerdo, los vivos, los idos, lo que no se hizo y lo que se pudo hacer. ¿Es para siempre? La respuesta para ello suele ser vaga como la pregunta misma.


Hoy, encima, pero un buen encima, un amigo, poeta navarro y cronista y novelista y nudista tal vez en serio ya que se desnuda en letras, envía un paquete con un libro,
Cuaderno boliviano, que en las primeras páginas -hablando de Valparaíso- ya huele los humores del Ande y se acerca inmisericorde a mi refugio de invierno “patiperreando” con los pasos de un oscuro y luminoso escritor paceño, Viscarra, de quien algo hablamos en las mesas de El Caracol en la noche cochabambina que acababa de arrebatarme a mi madre.

Acaricio las páginas que el autor sospecha ingenuas, pero ingenuos nos acercamos a las cosas que amamos y sentimos. Tanto conozco Bolivia que se me hizo desconocida. Quizá porque es nueva, porque su dinámica difiere tanto de las otras de América mientras hablo con indios de El Salvador, de México, de Nicaragua, de Guatemala, indios que se asemejan a mí y sin embargo se alejan. Entre bolivianos cambia, nos olisqueamos como perros, desconfiamos; recelo y sentimientos bajos como bajo se pueda estar. Enemigos y de pronto fraternos, solidarios, recordables y risueñamente próximos. Amigos que de borrachos te cantan los odios que te tienen, y que luego te besan y que en algún momento se harían matar por ti y en otro correrían abandonándote a tu suerte. Pero que en la fiesta, y en la divinidad del alcohol, trashuman contigo por mundos ajenos al mundanal ruido, a la modernidad, donde el entorno salvaje nos hermana, y entre hermanos bebemos, para olvidar y acordarnos.


Meses atrás una hermana me anunciaba la muerte de un amigo de antes. Murió como Viscarra y como él era un escritor desconocido y único. Así se muere en Bolivia, así mueren sus escritores que son los más desolados del mundo. Raúl Choquetaxi paseó París y Barcelona, extrañando siempre las orillas del estanque de Coña-Coña. En España flameó con los gitanos, tal vez los únicos que logran alcanzar el frenesí de Bolivia (ni siquiera los rusos). Será que todas las sangres y los odios se juntaron en nos, se empozaron en el alma diría el indio eterno, Vallejo.


También en El Caracol, porque me habían prohibido entonces ingreso a otros cafés donde alguna vez recité versos obscenos y robé esposas, y porque era disidente de la revolución para mayor jodienda, bebíamos con Raúl Choquetaxi, y Julio, y Chino, y Jimmy, y etcétera, cerveza. En medio de los saludes Raúl metía mano al bolsillo y sacaba botellitas de alcohol de farmacia, llamadas en la jerga popular “cascos azules” (por su tapa azul y por las fuerzas de salvamento de la ONU) y escanciaba el veneno claro en los vasos colectivos. Sabía a muerte, la muerte lo rondaba con casco azul, tal vez para salvarlo y llevarlo a donde se descansa porque la vida así puta vida es.


Dura, pobre, ágil y lenta a la vez fue la vida de nosotros jóvenes, batalladores del trago y suicidas ansiosos de vida. Entre varios reuníamos monedas para comprar una jarrita, una jarra, un baldecito, un balde, una lata de chicha. Y con el resto comprábamos pan, al centro de la mesa, y como Cristo, tal vez por ser la última cena, repartíamos perdiendo el contacto de las horas con pan y licor de maíz.


Luego nos fuimos yendo. Primero Elmer, a San Francisco, con previa odisea mexicana. Después Chino a Los Angeles, Jimmy a Manassas, Julio a Filadelfia, yo a Alexandria. Raúl se quedó, hasta que el amor juvenil lo arrastró a España, y ya la relación de todos se ahogó en los relojes, se enfangó en una lágrima.
04/01/2011

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 09/01/2011


Imagen: Eduardo Zamora/Los borrachines, 1987

Saturday, January 8, 2011

Bye Bye Evo


Carlos Diegues filmó, allá por 1980, Bye Bye Brasil. Decía el director: “Bye Bye Brasil es acerca de un país que está por terminarse, haciendo espacio para otro que recién comienza. No puedo decir con exactitud qué comienza y qué termina, estoy simplemente plasmando este momento único, la línea divisoria en la historia de cuatro personas que, como cualquiera de nosotros, buscan su lugar en el nuevo orden, y en la vida.” Parece escrito para la realidad nuestra , para este momento fugaz que augura el ocaso del Reich aymara. Lo paradójico es que empujarán el tiempo viejo hacia el abismo también los aymaras, de quienes el líder pensó que serían los eternos soldados de su reino sin fin.
¿Qué pasó para que de pronto se tambaleara el amo? ¿Acaso no paga las botas para que lo protejan, no tiene un virrey en las fronteras para impedir el paso de ideas y lucrar al margen del ya inmenso expolio? Suele ser que los tiranos se ofuscan y creen las paparruchadas que los sicofantes les susurran al oído. Ni siquiera tiene el dogma marxista para sentirse un ser alado y vagar por los aires con los dioses del Nirvana, del Olimpo y de Achacachi, ajeno al vulgo. Dogma que está de más decirlo no protegió a tantos de sus cultores, comenzando y no terminando con la paranoia social de Abimael Guzmán, o la maligna y triste Jiang Qing, esposa viuda del bien alimentado Mao en un país de hambrientos, cuyo suicidio marcó la separación entre los desvaríos de la Revolución Cultural y el despegue de los no mejores comucapitalistas chinos, tan hábiles en la mentira. Tampoco lo protegerá. Evo se ha quedado en pelotas, o con la pelota que los lacayos le amarran en los pies para no fallar goles y entronizarlo incluso como el Messi andino, Levoel Metzi.
Sin embargo, aunque chillen desde palacio que el caos fue orquestado en algún lugar, del imperio o del Desaguadero, no lo fue. El “pueblo” es amorfo, no tiene rostro; se alegra cuando el ekeko pasea por las calles cargado de productos básicos ¿quién no?, pero se encabrita y quema y mata cuando por ekeko le quieren dar ministras vende azúcar, que piensan que con “comprarime, hermanita” inician un sistema económico de alcances planetarios, a decir de don Garcia Linera. Interplanetarios, diría yo, porque quien gobierna es un marciano…, de aquellos de Orson Welles, dispuestos a conquistar la tierra.
Leo a los analistas. Sesudos hombres, y algunas mujeres, rapiñan con interés en lo que pronto serán los despojos de una inconcebible vanidad y una suprema incongruencia, donde –parafraseo a mi padre- los periodistas son periodistos, sindicalistas, sindicateros, las ovejas del señor, ovejos, y donde el ministro de economía es, según lo bautizó el Viejo, un huevo duro de roer.
No busco el arte de hacer crítica en Deleuze, lo indago en Cervantes, en ambos Quijote y Sancho, en Quevedo, en el Buscón, en Guzmán de Alfarache y el Lazarillo, en las Novelas ejemplares y en Grimmelshausen o sus hijos los expresionistas alemanes del XX, Grosz y Kubin, en Dadá. Porque su crítica mordaz también divierte, y porque la burla da la verdadera pauta de lo que se critica, y qué es la Bolivia de hoy sino un rictus amargo de falso y ridículo, nada que se pudiera tomar en serio ya que no lo son los individuos que componen su jerarquía; peligrosos tal vez, pero serios no.
Hicieron creer en la indianidad, utilizando igual a todo oligarca el fantasma de los pobres. No hay enemigo mayor de los grupos nativos que el curaca disfrazado de inti, y lo ha demostrado. Escupen a los yanquis y les limpian el trasero, mendigando. Ya quién les cree. Desde Cancún, por dar un punto cronológico, va de caída el sempiterno aspirante al Nobel, el Mesías de la humanidad a quien se le frustró un viajecito al Brasil, a donde deseaba ir y despedir con Dilma Rouseff y Lula un “Bye Bye Brasil” al gigante que despega. No fue, porque temió ver desde su carísimo asiento de futbolero ejecutivo, las manos agitándose en adiós. Creyó que quedándose –le habrá dado un soponcio- evitará lo inevitable. Mejor denle un pañuelo. Quizá, aun siendo extraterreno, tenga capacidad de llorar.
Bye Bye Evo.

Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 7/1/2011

Imagen: Ojo de huracán

Friday, January 7, 2011

Notas biográficas sobre Claudio


ELENA FERRUFINO COQUEUGNIOT

Claudio Ferrufino-Coqueugniot nació en Cochabamba, Bolivia, en 1960.

Es autor de:
"Virginianos", 1991.
"Años de mujer", 1989.
"Diario en cinco y epílogo", prologado por Augusto Guzmán, 1989.
"Ejercicios de memoria", 1989, compilación de artículos publicados en periódicos locales.
"El señor don Rómulo", 2003. Mención Casa de las Américas 2002, categoría Novela.
"El exilo voluntario", 2009. Premio Casa de las Américas 2009, Novela.

Ha colaborado y colabora en diferentes publicaciones nacionales con columnas y artículos. Entre sus columnas se pueden citar:
"Textos para nada", Opinión, Cochabamba, 1987-1989.
"Cuadernos de Norteamérica", Opinión, Cochabamba, y Presencia, La Paz, 1991-1992.
"Años soviéticos", Hoy, La Paz, 1992.
"Bazaar", Opinión, Cochabamba, 1991-1992.
"Ecléctica", Los Tiempos, Cochabamba, 2003-2006
"Miniaturas", Los Tiempos, Cochabamba, 2006-2007
"Nada que decir", Los Tiempos, Cochabamba, 2008-2009
"Mirando de arriba", Opinión, Cochabamba, 2002-2010

Escribe para Los Tiempos, Opinión, La Prensa, Correo del Sur, El Deber, El Nuevo Sur, etc, además de publicaciones dispersas en revistas y diarios de Bolivia, Estados Unidos, España, Argentina, México, Canadá, Puerto Rico, Hungría, Alemania.

Publicó folletos literarios entre 1985 y 1987, que incluyen "Apuntes para dos soledades", "Historias desesperantes", "Close to you", "Anja Becker, de Münster". Ha sido editor de revistas literario-políticas como Acracia, Primma Linea y otras.

En la vasta geografía de su conocimiento y sus influencias, gustos y/o adhesiones, se mezclan la literatura, el cine, la historia, la pintura... Isaak Babel, Marcel Schwob, Jorge Luis Borges, Petrus Borel, Roberto Arlt, Henryk Sienkiewicz, Victor Hugo comparten su escenario con representantes del Nuevo Objetivismo y el Expresionismo alemanes, el Fauvismo francés, el Expresionismo Abstracto norteamericano además de la fílmica de Herzog, Fassbinder, Ruy Guerra, Kubrick, Lars von Trier que son asiduos visitantes del escritor y su obra.

Heredero en parte de Charles Dickens, y de los alquimistas de Praga, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que actualmente reside en Colorado, Estados Unidos, colecciona libros, recuerdos, películas, arte gráfico, miniaturas, tejidos indígenas, antigüedades, estampillas y música. Su versatilidad y su afición por el arte, la historia, la geografía y la cultura en general se pueden resumir en sus gustos musicales, con los que matiza el ritmo de su literatura. En ese universo habitan The Doors y The Clash, lo mismo que música medieval, renacentista y barroca; corridos mexicanos, vidala y baguala, Brasil nordeste, El R&B de los años 50, The Beatles, el jazz de los 20, el danzón, la música gitana, la rusa, el tango hasta 1934, Leonard Cohen y Theodorakis, el punk original y el klezmer. Mixturas ambiciosas, amplias, diversas.
¿2002? ¿2009?

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Imagen: Burhan Dogançay/Antique Shop New York, 1964

El exilio voluntario: desplazamiento, derecho y memoria


IVÁN CASTRO ARUZAMEN

A mi hermano Elvis Castro Aruzamen
y nuestras largas charlas sobre el exilio voluntario

El exilio voluntario de Claudio Ferrufino Coqueugniot, se adentra por los vericuetos, no de ciudades fantasma o alegóricas –Macondo o Santa María– sino esa que nos ha tocado vivir a finales del siglo XX e inicios del XXI; los recorridos nocturnos, la prístina aparición de una madrugada, la incursión en un prostíbulo o los ajetreos sexuales de un curioso en tierras movedizas de una cultura ajena y la búsqueda de trabajo para sobrevivir, son las señas de una ciudad, devastadora de sueños y tremendamente cruel con lo humano; El exilio voluntario no es sino una abominable experiencia de desesperanza frente al sueño americano; Carlos Flores, un universitario que deja el provincianismo de su ciudad por el norte opulento, es el vivo retrato del no ser en ese mundo –el norteamericano– tejido por la ambivalencia y el consumismo desenfrenado.

El exilio voluntario es una novela del invierno humano. Sí. He recorrido este invierno del errante Carlos Flores, entumecido por el frío de Virginia o Arlington; Claudio Ferrufino Coqueugniot, con su Exilio voluntario, es ya, dentro de nuestra novelística, una nueva rúbrica literaria, como un viejo maestro de la libertad, la cultura, la crítica, la acracia y el sexo; por supuesto, no es un Henry Miller –en su tiempo fue considerado el pornógrafo más violento de Europa y América– a la boliviana, no, lo que Ferrufino Coqueugniot, hace es abrir la novela en Bolivia a un estilo de prosa desmedulada, informal y lírica, rompiendo con el rigor de la novela estructural indigenista, minera, de la guerrilla; fue Wolfango Montes Vanucci, en Jonás y la Ballena rosada, que incursiona en el desmontaje de esa novela estructural, por medio de una prosa descarnada y llena de humor; este rompimiento, del Exilio voluntario, con esa novela puritana de las décadas anteriores a los 80, no sólo postula una renovación estilística, en su modo y manera de abordar la cotidianidad, sino, que además, desenmascara la concepción puritana de la vida, muy enraizada en la conciencia de la sociedad boliviana (en la calle, el barrio, la familia, la institución); el Exilio voluntario es un libro (novela) sobre el libro de la migración, el desplazamiento humano, la inculturación, los derechos humanos, lírico y vivo, sórdido y caótico, pero, sobre todo, es la recuperación del tiempo, a través de la memoria y la experiencia.

Los desplazamientos humanos, si bien han sido desde siempre, parte de la historia humana y que no hubo sociedad en la que los hombres, no desearan explorar nuevos horizontes, en todo tiempo y lugar, no será sino hasta el siglo XVIII, en la Rusia Zarista, que el desplazamiento libre, sufrirá las primeras restricciones; a partir de ahí, el ingreso y salida de un territorio estará sujeto a condiciones y exigencias. En pleno siglo XXI, cuando los nuevos odiseos (migrantes) en el planeta han llegado a porcentajes insospechados, y las más de la veces movidos por la pobreza y la construcción de un nuevo horizonte; para muchos Estados, el desplazamiento humano de principios del siglo XXI, no sólo es un problema de dimensiones político-económicas, sino una cuestión de seguridad nacional; Claudio Ferrufino Coqueugniot, dibuja con maestría y sencillez y una plasticidad sugerente, con sólo contarnos los sinsabores de un desayuno y un almuerzo insípido donde tres o cuatro fideos, son la esperanza del mañana; el universitario que deja su patria, Carlos Flores, mientras carga verduras y frutas, al lado de una negritud americana, mucho más solidaria que la bolivianidad del desplazamiento, nos sumerge en la experiencia de los apátridas del siglo XXI.

Ferrufino Coqueugniot, pongueando y todo, escritor y desplazado voluntario, para un país como el nuestro, además marcado por ciertos radicalismos encontrados, un racismo incontenido y abigarrado, es un ventarrón de libertad, de crítica epicúrea y digestiva, hacia todos los solapados verticalismos de izquierdas o derechas, a una mística (apócrifa) alimentada por un martirologio exangüe de los caudillos del pasado, pero, sobre todo, frente a una mentalidad revanchista y retrógrada; la narrativa de este boliviano, de poderosos bigotes nietzscheanos y un poco a lo morsa, taciturno, apacible, que habla despacio, sin prisa, que lleva a cuestas un exilio voluntario, y del cual ha hecho literatura, conciencia crítica, reclamo por la construcción de una identidad nacional, con las simples armas de una exuberante imaginación y convicción de que es urgente construir una identidad que defina a los bolivianos, tanto fuera como dentro, más allá de cualquier identidad asesina (Amín Malouf), esencialista y pura; el exilio voluntario es un canto homérico, en las terribles tempestades de la vida contemporánea, en la orgía de las cosas y los recuerdos; después del Exilio voluntario, de Claudio Ferrufino Coqueugniot, los teóricos y defensores de la novela social y canónica en Bolivia, deberán revisar el irracionalismo mágico del panfletarismo literario, del cual Ferrufino Coqueugniot, no abomina totalmente, pero, sobre el que tiene una mirada crítica.

La prosa del Exilio voluntario, está en contraposición de todo funcionalismo literario, anclado todavía en un manido esquematismo tradicional; pues, poco importa si el granado espermatozoide del talante literario de Carlos Flores, se derrame entre nosotros o los imberbes escritores del mañana, pero, sí, dejará para fecundar su semilla espermatozoidal de la imaginación y el estilo informal, el sentido de libertad o el sexo como último reducto de una cada vez más olvidada libertad humana; asimismo, se constituye en crítica feroz, frente a imaginarios nacionales empeñados en definir nuevas identidades inciertas y racistas, y es que los bolivianos, nos dice, Ferrufino Coqueugniot, “no habían abandonado las taras nacionales. Mezquindad y envidia, llegaron con los aviones, los camiones, con la inmigración. El hecho de la distancia podría haber aliviados esos males y no era así. Unos contra otros, el imperio de la cofradía que debía haber sido se convertía en adulterio, hermanos engañando a hermanos, la ostentación como regla”; pasiones humanas, capaces de distanciar a los hombres, diría Francisco Ayala; Ferrufino Coqueugniot, también, constata que estas pasiones pueden hundir a los seres humanos en la “angustia –y– en la soledad de la muerte”.

El exilio voluntario (migración) o involuntario, choca estrepitosamente con la terca realidad de un medio ajeno, alienante, más no por eso menos cruel que el suyo propio; y es que el desplazado, el mojado, el sudaca, se encuentra en medio de la selva urbana del norte entre la espada y la pared. “Virginia es un campo de Guerra donde hay que pensar en comer”, dice Ferrufino Coqueugniot, desde lo más recóndito de ese su exilio, además, dramático y desesperante; “el día se estrecha y no olvido que sin trabajo no como”, dirá Ferrufino Coqueugniot, en la soledad más sola del mundo, expresando así el dolor de los nuevos parias del siglo de las migraciones a gran escala, de aquellos que se fueron persiguiendo un sueño (americano, europeo, japonés, israelí, soviético…) y conocen de esa estrechez de un día sin trabajo y sin esperanza. “No me pasó nada, qué más puede ocurrirle a un pobre, aparte de su hambre y de sus harapos”, el despojo completo de su dignidad de ser humano y el exilio interior además de geográfico. “Mi hambre de voces es más extensa que la de mi estómago”, es decir, para nuestro autor, la pobreza material es mucho más honda debido al desarraigo y la nostalgia por el pasado. No en vano, el acontecimiento más importante del siglo XX, “el reconocimiento de los derechos del ser humano”, más allá de lo jurídico y cómo ya criticara Heine –el más heterodoxo de los pensadores alemanes del siglo XVIII– al romanticismo goethiano, su divorcio de la realidad y cómo la teoría estaba por delante y otras veces por detrás de la realidad, Ferrufino Coqueugniot, sabe y en carne propia, que la ley no sabe de hambre y miseria o finalmente, no toma en cuenta al hombre en cuerpo y alma; por esa razón, la voz literaria del Exilio voluntario, muestra las cicatrices que deja el despojo material, con más verosimilitud que teología o ciencia social alguna, pues, como dice el autor, “mi pobreza no tiene valor de poética, quiere comer, sobrevivir, devorar a mis congéneres, tener mi cama, mi televisor, mi mano que tome un libro y se prepare un té, algo propio”; el desplazado del siglo XXI, no sólo está fuera del alcance del derecho internacional humanitario, sino que además, el derecho no habla de la pobreza humana; y con una vehemencia implacable, Ferrufino Coqueugniot, denuncia la más terrible de las enfermedades humanas de todos los tiempos –en la misma línea del filósofo cubano, Fournet-Betancour, para quien no existe sociedad humana en la que un hombre no le haya infringido sufrimiento a otro–: “nosotros nos movemos, insectos que somos, donde no se mueven los blancos”; el derecho contemporáneo, ontologizado en el momento de su positivación, olvida dimensiones tan importantes como la soledad o el hambre de quien no trabaja y que sin trabajo no pueden existir derechos ni de primera ni de tercera o cuarta generación. Con tono desgarrado Ferrufino Coqueugniot, dice: “Aquí estoy solo y nadie me regala nada y si he de devorar devoro, y matar mato y el mutismo de mi rostro refleja un cansancio moral”, cansancio que ha alcanzado a casi dos tercios de la humanidad, porque los derechos inalienables de las personas es por el momento un mito y un sueño por alcanzar.

El exilio voluntario está impregnado por un recurso poderoso a la memoria, porque no olvida las entretelones de un desplazamiento accidentado; de ahí que empiece diciéndonos el autor, “si hubo una primera alegría en este país, al principio de mi exilio voluntario y mal pensado, fue el espacio de los primos”, la consanguineidad, la parentela, pero, los que no cuentan ni siquiera con eso, se convierten automáticamente en apátridas, por tanto, sin derechos ni memoria alguna; la memoria de Ferrufino Coqueugniot, si bien es recuerdo, sobre todo, es posibilidad del lenguaje: “Y en cuarenta minutos quiero aprender todo lo que pasaba por mi vida antes y que no miraba. Tarde ahora para hacerlo pero no para hablarlo”; por tanto, si el recuerdo aviva la memoria y hace posible la construcción del lenguaje –no sólo el literario– también rescata el olvido: “por un instante olvido que me fui y vine, siento como que volví, mejor incluso, porque retorné en el tiempo y hablé de cosas que se habían olvidado”. Asimismo, esa memoria, por un lado, melancólica, pero, por otro, mantiene vivos los lazos con el pasado, aunque ausente y lejano, para hacerse presente cada vez que el lenguaje lo nombra. Ferrufino Coqueugniot, sabe que su soledad y memoria son los antídotos frente a la deculturación o desarraigo absoluto, por eso nos dice, “aquí estoy solo y la soledad es como cargar dos bolsas de cemento a la vez, entre el camión y las mesas de la Marmolera Urkupiña donde trabajé”.

El desplazamiento humano, la ausencia de derechos y la memoria, muchas veces teñida por la melancolía, son elementos que se entretejen a lo largo del texto; Claudio Ferrufino Coqueugniot, en El exilio voluntario, nos muestra el rostro de los apátridas, de los nuevos odiseos, la novela de la sobrevivencia en una sociedad del riesgo global y los muros electrónicos; es una voz, que se alza para reclamar desde la periferia en el opulento norte, la urgencia de construir sociedades del vinculo, la democracia, la libertad, los derechos, la interculturalidad, más allá de las fronteras políticas. Corremos el riesgo de que si “no somos bolivianos. No somos nada”.
2009

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Imagen 1: Afiche de Gustav Gustavovich Klucis, circa 1931
Imagen 2: Sue Coe/Garment Workers Exploited by Fruit of the Loom, 1994
Imagen 3: Tina Modotti/Marcha de trabajadores, 1926

Thursday, January 6, 2011

La frágil democracia/MIRANDO DE ARRIBA


La primera plana de los diarios norteamericanos trae hoy las bienaventuradas nuevas de "exitosos" comicios en Irak, cuando la realidad nos muestra algo diferente. El país está en guerra civil. Cierto que uno de los lados, el sunita, se adjudica la mayoría de los ataques, pero hay en la calma kurda un riesgo inmanente, permanente, y en la calma chía también.
La falta de reacción chiíta ante la carnicería constante de sus fieles, exceptuados pocos episodios de defensa en el sur, no augura un futuro promisor. Lejos están los días en que en Falluja atisbaba una reacción común y solidaria ante el invasor. Ahora se develan viejos contrastes y largos odios. La historia se detiene un momento frente a la posibilidad de una gran guerra religiosa en el oriente medio, una azuzada por los yanquis que además de haber perdido el control no pueden ya salir bien parados del asunto. Perdieron; ni queda el honor de una retirada ilustre. Se enlodaron en el fango de su propia falta de visión, de su ambición desmedida y torpe. Resulta que paradójicamente su ejército que es acosado, cazado por los insurgentes sunis, es la posibilidad, tal vez la única, de supervivencia para éstos. Sin las tropas de Estados Unidos los sunitas estarían bajo la mira de un grupo inmensamente mayoritario que no perdonarà la sangría actual.
Además está Irán, estado fraudulento según occidente, con la desfachatez de enfrentarse a una Norteamerica atada de manos. La retórica de Condolezza Rice acerca de los persas ha encontrado dura oposición en Rusia. Todos aprovechan de un poder debilitado y decadente. George Bush ha hecho más por destruir Norteamerica que la triste figura de Bin Laden. E Irán lo sabe, de ahí su altanería. Irán que quiere en Irak un apéndice de su doctrina, asunto que obligará a Siria y Jordania a apoyar a la minoría suni que le es fraterna. Un conflicto islámico de gran magnitud, donde se ha perdido hasta la importancia de Israel, pieza que a pesar de ser clave en la política bushiana, ha caído del estrado. Los asuntos regionales se dirimiràn entre musulmanes mientras los judíos presencian cómo se perfila el nuevo universo. Para qué pensar siquiera en Israel si a quien se ataca, y con éxito, es a su amo. La derrota norteamericana en Mesopotamia tendrá consecuencias mucho mayores que las que tuvo la de Vietnam. Y nadie sabe, aunque mucho se especule, el cauce que el desastre va a tomar. Victoria pírrica la de estas elecciones, pretexto inútil para que el tonto de la Casa Blanca balbucee más discursos.
17/10/05

Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre 2005

Imagen: Milicias de Muqtada al Sadr

Astucia coreana/MIRANDO DE ARRIBA

En los últimos diez años la posibilidad de conseguir cosas latinoamericanas, desde música a comida, creció de manera admirable en Denver. Ni hablar de Arlington o Alexandria, Virginia, donde ya en 1990 uno encontraba hasta a sus enemigos a la vuelta de la esquina, donde los bolivianos luego de unos tragos se molían en la calle para luego llorar y besuquearse y comenzar la retahíla de hermanito, yo te estimo. Dicen que ahora ya es colonia, que el estado norteamericano de Virginia pertenece a la huérfana Virginia. Así cambia el tiempo, unas veces para bien, otras para mal.
En Denver existía una especie de ghetto mexicano en el norte de la ciudad. Allí abrió una peruana una librería que daba al menos algo de matiz cultural a esta subcultura de trabajo inmigrante. Si estaba confinada esta etnia, o este grupo de etnias hispánicas, difícil decirlo porque las fronteras, si hubo alguna, eran demasiado porosas. Lo cierto es que se expandió como explosión. Hoy los apellidos españoles se infiltran ya en centros sofisticados. Es la lógica del dinero, y siendo los latinoamericanos el grupo humano cuyo poder adquisitivo crece más que el de los otros, sólo tomará una brevedad histórica que los profesionales reemplacen a los braceros y se progrese.
A semejante desborde demográfico tenía que seguirle una ola de servicios que cubriera sus necesidades particulares. Extrañamente no fueron mexicanos, ni bolivianos ni cubanos los que comprendieron que a esta población había que alimentarla con productos de su región, vestirla o darle canciones que avivaran la melancolía del origen. Fueron los coreanos con gran habilidad. Al principio con tiendecitas, llamadas misceláneas, llenas de tortillas, tarjetas telefónicas convenientes, chiles y pozole. Después se agigantaron. Hoy hay mercados latinos, los más especificamente mexicanos, donde se puede conseguir de todo: imágenes del cura Hidalgo, poleras del Che y de Zapata, videos, dvds, botas de piel de caimán o avestruz, hebillas de plata, sombreros rancheros. En medio del desorden de abarrotes, comidas para todo gusto: menudo y chimichangas, flautas y tamales. Detrás de cada sección un serio o seria asiáticos, inconmovibles, con escondidos pero activos ojos detrás de los clientes. Multitud de empleados ilegales hace el trabajo y conversa con la clientela. El patrón coreano asiente o niega y es el único que recibe y cuenta el dinero. Su lema quiere ser Bueno, Bonito, Barato. Han comprendido un mercado ajeno a la perfección.
31/10/05

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2005

Imagen: Pozole verde