Tuesday, January 4, 2011

Lejana Buenos Aires/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Con canibalismo comienza la historia de Buenos Aires en boca de dos de sus escritores. El cinismo de Jorge Luis Borges no atenúa el horror cuando dice en su fundación mitológica de la ciudad que allí "ayunó Juan Díaz y los indios comieron". Los indios pusieron la fiesta y Díaz de Solís la comida. Manuel Mujica Lainez, hablando del primer fortín cercado por la indiada famélica de gloria y carnes blancas, traslada la comilona dentro del cerco donde atenaza el hambre y los devotos españoles se devoran entre ellos. El río baja turbio desde el monte correntino y se hace plácido en la desembocadura; discurre, no corre, ajeno, ameno, insensible a la insensatez de los hombres.

Nuestra Señora del Buen Aire tenía entonces vientos de festín.

Para qué, me pregunto, recordar las primeras sangres. La orquesta de Francisco Canaro sigue el vals "Francia" con sensualidad. Otra Buenos Aires, de penumbra y vicio. Arlt, el titiritero, jugará con hilos y sus fecundos personajes inventarán anarquías en las afueras de la urbe. Sus siete locos no significa que fueran sólo siete, ya ocho si contamos a Juan de Dios Filiberto, nueve con el maestro Pugliese, diez conmigo -sentado en el banco verde de madera en Miserere- porque me bautizaron en la Balvanera de tango y cuchillo. Desde allí tengo la pesadumbre, la sazón del amor en tiempo de milonga... once: Di Giovanni, doce: Scarfó y siga la cuenta en Torre Nilsson, en su Beatriz (Guido)...

Buenos Aires permanece siendo la gran aldea que ofusca el derredor. Hay tanto, tan rico, caminar por Florida, sombrearse bajo el sol oscuro de la catedral, olisquear, tipo vizcacha, en las orillas, la persistencia de la pampa, el llano que en las noches, gracias a tanto difunto, retumba en malón.

Yo no sé qué me han hecho tus ojos... Un zaguán de Caballito, las buganvillas púrpuras, el casero que corta el pan francés y lo atiborra de mortadela y en plato basto te alcanza el almuerzo, con parmesano y carne de membrillo. Cuarto de vino rojo, de la casa, por favor.

1975, sur de la ciudad. Un primo, soldado del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), me paseó con sus amigos por los arcaicos hospitales del sur. Había que saltar los charcos, "Pompeya y más allá la inundación". Gente joven con ansias. Pueblo joven cuyos hoy viejos huesos se disgregan en las tumbas que nadie conoce. Había una guerra, la llaman la sucia como si guerras limpias hubiese.

En la noche de mi llegada, dejé a las tías Lucha y Chocha en su departamento del Once. El tío Manolo, judío odesita, me donó un abrigo de mujik. Crucé por el Abasto y pensé en Gardel; el mudo, aún carbonizado, canta. El mercado de Carlos Gardel y de Roberto Rufino, raro almacén de voces.
Volví y encontré a las tías desesperadas. Me había ido de paseo sin documentos. Lucha, que trabajaba en el comando general del ejército, sollozó que bastaba eso para desaparecer. Pero esa noche de junio parece que la muerte estaba muy ocupada.
25/8/03

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), agosto 2003

Imagen: Barrio de San Nicolás


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