Sunday, April 29, 2018

Connotaciones de la manzana


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Sea, pues, la fruta de la discordia. Adán peca por Eva con ella; Blanca Nieves perece parcialmente por la misma mordida. Ahora, contemporánea la historia y sollozante, el vice boliviano, exacadémico y notable fraudulento, la masca, supuestamente mastica, y se la pasa a un mudo -pobre mudo-, extra gratuito de esta historia.

En primer lugar, si un hombre público guarda un resto de decencia, donde fuere, incluso en el hoyo nefando que nos recuerda lo poco que somos, no se presenta en público con acción semejante. Cansados ya de parodias, por qué tenemos que sufrir pelotudeces así. Ya ni hablamos de fruto del pecado, hablamos de un mísero objeto, de belleza natural igual que el lisiado, al que se utiliza con detestables fines, y al que se le quita lo mucho o poco que haya tenido de grande y precioso en sí. Todo por la vanidad de un miserable individuo, excelso pedigüeño, que juega con el rostro compungido a hacer creer su hombría de bien. Si alguien le cree, que muchos ladran por allí como licaones salvajes, allá ellos con sus procesos y sus cambios, pero que no mezclen al resto con burdas expresiones del peor arte, con pruebas inequívocas de la escasa inteligencia y el nulo razonamiento de quien se ofrece en venta como el filósofo del siglo XXI, siglo recién empezado y ya destruido por esa sarta de comerciantes kamikazes que se vistieron de Marx y lloraron como Cristo. Traten al menos de rotularse como del siglo XXII. Quizá les surta.

Casi lloré al ver cómo se alejaba el “político” luego de su acto piadoso. Carajo, vale un Nóbel, tirar por la borda al doctor King y al irascible Mahatma. En este país, todavía soleado a pesar de las sombras, el Primero y el Segundo parecen madonnas locales, no por lo bellas que discrepamos allí en cuanto a estética, sino por lo flagelantes, sollozantes, traviesas e inocentes que son. Mater dolorosa primera y Mater dolorosa segunda. ¿Error, que quise decir dolosas?

Bueno, valga la aclaración que los 100 pesos supuestamente entregados pertenecen al pueblo y solo sería una devolución. O, si es el caso que García los quitó de su salario, estamos jodidos porque en casa pasarán hambre (pobres son los dos, urgente anotar). Kermesse, por favor, en la plaza Murillo, para que los mandamases tengan moneditas para pagarse el café. No es justo, para nada, que luego de inmenso sacrificio nuestros lujosos y lujuriosos líderes tengan que ajustarse los pantalones de sastre y oír gruñidos de estómago hambriento. Colecta ya, que falta una manzana en palacio.
04/18 

Thursday, April 26, 2018

Ilha Do Sal/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Jenny me dice que existes, isla de sal, isla salina, salada, salera, salosa, en algún lugar, entre África y Brasil. Me habla del viento tórrido que mueve tu blanco polvo. De una perra madre que deambula por la playa con tetas colgantes, boca de sus cachorros. Por eso, cuando me acuesto, me sueño en ti, en una baranda que de seguro no está, mirando pasar tu perra, oyendo ese ventoso trópico que en contacto con tu sal suena como garganta aserrada de sed. Y, dime, ¿los peces de tus orillas miran blanco, son ciegos? ¿Brilla en la punta de tus árboles la sal, como humareda de boscosos diamantes?

No estás en los mapas. Es posible que aparezcas de día y te hundas de noche, o no sé qué movimiento tengan tus sales. Pero, te digo, mi sueño no era pesadilla, era extraña paz en tus playas faltas de arena, en tus pasadizos que son ríos de leche sólida.

Tu viento empuja mi barca, tu viento me vuelve a dormir. Cuando despierto, percibo un sabor de sal, muy leve, por mis labios.

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Publicado en VIRGINIANOS, Los amigos del Libro, Cochabamba, 1991


Wednesday, April 25, 2018

PATXI IRURZUN/Entrevista a Claudio Ferrufino-Coqueugniot


“Invito al lector a armar el rompecabezas latente en la novela”
Claudio Ferrufino-Coqueugniot, escritor

El escritor boliviano acaba de publicar en la editorial Limbo Errante de Zaragoza Muerta ciudad viva, un recorrido alcohólico y lúbrico a través de la noche de Cochabamba y sus chicherías; una novela, como es habitual en este autor, arriesgada, y con una voz irreverente y caóticamente libre, reconocible ya  en obras anteriores como El exilio voluntario (Premio Casa de las Américas), y que hay quien ha puesto a la altura de escritores como Roberto Bolaño.

PATXI IRURZUNGara 24/04/2018

Claudio Ferrufino-Coquegniot nació en Cochabamba en 1960, pero reside desde 1989 en Colorado, Estados Unidos. Es, sin duda, uno de los escritores bolivianos actuales más importantes. Su novela Diario secreto fue Premio Nacional en 2011 y con El exilio voluntario (publicada entre nosotros por Alberdania) logró en 2009 el Premio Casa de las Américas. Trabaja en Denver conduciendo y cocinando en una food-truck, una camioneta de comida rápida.

A muchos lectores les sorprenderá saber que un autor como usted tenga que ganarse la vida de ese modo
Bueno, la cocina siempre ha sido una pasión para mí. Al terminar 25 años de trabajo en el periódico local, The Denver Post, en una posición administrativa, decidí encarar algo personal. La ciudad de Denver atraviesa un boom económico relacionado con la llegada de empresas de tecnología, apertura de bodegas de Amazon, la legalización de la marihuana, etc. Podía haber tomado otro puesto  de manejador en algún lado (el bilingüismo es un plus notable acá), pero decidí probar esta aventura. Ya tuve en el pasado un restaurante y un delicatesen y no me fue mal.

Tanto en este libro como en otros, como El exilio voluntario, experiencias propias o laborales como esta  le sirven para transitar por escenarios y lugares  que la literatura  suele evitar: los trabajos precarios, o las chicherías y los mundos marginales de Cochabamba en Muerta ciudad viva…
Sigo, en este aspecto, un patrón existente en la literatura norteamericana de la experiencia como punto de partida. No que el hecho de hacer cierta labor no relacionada con literatura produzca obras per se, pero que sirve para situarse dentro de posibles argumentos que suelen atraer a los lectores.

Ha comentado en alguna ocasión que Muerta ciudad viva es un libro que escribió con cierto ánimo experimental.
Como creo que la mayoría de mis novelas: planos yuxtapuestos, saltos temporales y de espacio que recuerdan el manejo de la cámara cinematográfica. Entremezclado de imágenes que resultan claras en el cine y no tanto en la letra escrita. Un desafío, por tanto, no siempre con feliz término. Una de los jurados de Casa de las Américas que premió El exilio voluntario afirmaba que esa novela era pura experimentación. Eso gustó a los jueces.

¿El tono narrativo de la novela, en ese sentido, que resulta en ocasiones un tanto alucinado y torrencial, es, como se señala en uno de los textos que lo acompañan, un intento por transcribir la embriaguez?
También. A la vez que invitar al lector a que se arriesgue a armar el rompecabezas latente allí. Una novela que se puede leer saltando páginas si se quiere conseguir dentro de las varias historias una lógica que visibilice mejor a cada una de las mujeres retratadas. Sin ser obligatorio o necesario.

Las chicherías, pequeños establecimientos de comida y bebida,  están muy presentes en la novela, que es casi una guía de la noche de Cochabamba
La chicha, bebida muy antigua y cada vez más adulterada hasta hacerse letal en algunos casos, ha sido la bebida popular a través de los siglos. En cierta manera fue un espacio de supervivencia a España. Cada vez más, redundo, se ha ido asociando a las clases populares, a la pobreza que no puede comprar otro alcohol más barato. Embriagarse con mucho volumen de trago por un precio mínimo. Casi un sueño en la dura existencia del pobre.

Tampoco elude en las escenas sexuales un sexo que huele, que suda, en el que no se escamotea su componente animal, algo poco corriente en esta época de hipercorrección política…
Volvemos, tristemente, a lo mismo, sin ser la novela un texto de denuncia social. Dentro de lo marginal el sexo suele ser la única distracción. El placer asociado al dolor y viceversa, con poco espacio para el erotismo y mucho para el hambre. De alma y de cuerpo.

En algún sitio le han comparado con Bolaño, ¿qué le parece?
Muy optimista quien lo hizo. Me asocio a Bolaño, sin ninguna herencia estilística, en esta verborrea caótica e irreverente. Nocturno de Chile es una obra maestra, un fluir del verbo sin recato ni deuda.
Muchos lo imitan, o lo intentan, pero carecen del fuego de aquel hombre dolido y atormentado por sus fobias tan humanas.

Además de compartir con Bolaño algunas cosas, como los trabajos más o menos precarios, sus libros también se han publicado en el estado español. ¿Cómo ha sido ese recorrido y como está siendo la experiencia?

Muy buena en la satisfacción personal. Dudo que mis libros alcancen volumen de ventas ni que yo reciba poco o nada de ellos. Creo arriesgados a quienes apostaron por publicarlos y lo agradezco. No soy un escritor profesional y esto, como mucho otro, son eventos de vida, satisfactorios en este caso.


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De GARA, 24/04/2018 y del blog del PATXI IRURZUN 

Monday, April 23, 2018

LA ALTEÑA, CUECA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Primera.

Adentro.

No era, El Alto, lo de hoy; era entonces frío y barro. Escalones de concreto congelado, manchado, pobre. No estaba el color en el aire, el cholet ni siquiera había pasado por lo imaginado. Estas eran casas de dos pisos, algunas, con mi amigo Pepe y su familia en ellas. Y dos mantas, una en el piso y otra para cubrir, en los brazos de Francine y yo.

Latas rojas de Centenario. Tapados, a cada rato, para combatir la helada.

Conversaciones eternas entre compañeros de escuela, que la matemática y el dibujo. Pepe se enseñoreó del álgebra y las ecuaciones mostraban tal lógica que todo en la vida parecía girar en círculo predispuesto. No fue así. Con su talento matemático, mi amigo terminó de burócrata en ENTEL, abajo, en la urbe. De allí tomábamos el micro hacia el cielo, que bien tenía características de infierno, y a chupar. Podrías haber sido físico nuclear, cientista, explorador del espacio. Donde para todos existían preguntas en el embrollo de la ingeniería, para ti había respuestas. Pero. No, rebelde no, aunque digas sí, ya que privaste no solo a ti del futuro. A tu mujer, tus hijas, tus amigos. Tú que nos llevaste a Huanuni de expedición graduada, que mostraste el agua de un tubo saliendo de la mina y convertida en columna de hielo. En el sindicato, para viajar hacia Potosí y Tarija, nos llenaron de bolsas de pan.

Te desangraste en la carretera de Oruro. Pero en El Alto, en cuartos con focos casi apagados, comimos ni recuerdo qué. Bailamos unas lentas, tu mujer y tú, la mía y yo. En los ojos azules de Francine se reflejaba un farol de la calle. Resaltaba porque esa ciudad se componía de sombra. Qué Hotel Alexander ni aquelarres en su mezanine. Ni colores de edificios que envidiaría Feininger. Para nada. Este farol como si flotara en la nada negra. Salimos a fumar, a las gradas congeladas pintadas de verde lechuga (las había visto en la mañana). La helada trepaba por las piernas de los pantalones y se refugiaba en orificios tibios. De cuando en cuando pasaba un avión, a ras del suelo. Podía haber sido un tráiler o un bus de los de dos cabezas que aparecieron entonces.

Quimba.

Juntitos. No desnudamos la piel por el frío. Nos amamos casi vestidos, el cierre bajado, calzón ladeado. Tratabas de no gemir. Cualquier jadeo retumbaba cual órgano de iglesia. Una puerta mal hecha, de madera burda y un espacio de dos centímetros en la base del piso. Dijiste: qué triste. ¿Qué era lo triste? El barro, decías. Los niños embadurnados de barro. A medianoche ya el lodo venía sólido como obsidiana, y del mismo color. Valió la pena el viaje en flota, debajo de una frazada china amarilla, tocándonos sexos y entrelazando dedos. Si eso no era amor, tan expuestos a la intemperie, qué. Nunca me lo pude responder.

Sandro se desgañita, sufre, y te acurruco en mi pecho y prometo que será temporal, que el hielo y la basura tienen que tener un fin. Pepe y su mujer se besan a pesar de dos hijas durmiendo en un camastro de la sala. Se besan, aclaro, fuera de ya tanta vida y desgaste. Chis, chis, destapan las Centenario, y el tufo denuncia bastante alcohol con dolor de cabeza y palpitación de cráneo a semejante altura.

Tu pezón rosa es negro en El Alto. Tus celestes ojos, cuencas vacías. Beso y por los dientes podría estar haciéndolo con una calavera. Cerrados, apretujados, enlazados en la vida muerte.

Segunda.

Cuando despertamos, desde las verdes gradas se extiende la pampa. Altiplano de pajas ocres. Pómulos y manos paspados, dedos cuyo olor a sexo se ha congelado. Apuramos el té con té. Creo que domingo. El último de Pepe y de El Alto. No los vería más sino de paso. La ciudad porque a mi amigo ya nunca, detrás de una piedra será, jamás tan bien abrigado como para soportar esto. ¿Tienes frío? Solo, el frío, se hace peor. Sin nadie. Te casaste con él, lo pariste, lo culeaste.

Pepe muerto, Francine ida. La esposa pasea las calles de abajo. Cóndores sobrevuelan nuestra carroña. Un cura bendice iglesias eslavas. Hubo una calle que no supe, que consumí y emborraché. Dónde era no sabría decirlo. En una ciudad sin forma, de barro frío y paja que corta.

Zapateado final.

Agitando pañuelos te vi, escribía una vieja zamba. Cueca después de Led Zeppelin. La velada íntima de cuatro en la ciudad de arriba. Borrachera. Cómo, si no, soportarlo. Nada fuera de la ventana; nada de la puerta. Oscuridad. Un vientre que nos ha engullido y provee cerveza para distraernos. De otra forma reaccionaríamos locos, corriendo hacia la hoyada y lanzándonos de cabeza.

Cuento los eucaliptos en la subida: uno flaco, uno gordo. Pasamos una marca de concreto y algún arco. Todavía en la penumbra resaltan los rojos de awayos sintéticos. Las cholas van de bombín, escapan de un cuadro de Magritte y de sus para-aguas. Cuatro escalones verdes y esta es mi casa. Pasen que es suya. Cuatro Centenarios se abren en coro, al unísono, y salud porque hoy estamos y mañana no.

Ya no estamos.
01/18

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Imagen: Pablo Picasso

Thursday, April 19, 2018

La comida y todas las sangres/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pues, heme aquí, con mandil y gorra de cocinero para evitar que se me caigan los pelos. Trabajo de mierda, diría, si no me gustara. Pero trabajo de mierda es, esclavizante.

La casa huele a ajo. Esta predilección personal va pesando en el ambiente. Por ahora, y hasta peor fecha, me ayuda Ligia, “mi” mujer. Siempre lo ha hecho a pesar de chocar duramente entre nosotros: ella con sus características italianas del sur, de Calabria y la Camorra para ser precisos, y yo, en algún grado de mis sangres, con la placidez campesina de los piamonteses acurrucados contra el frío. Le digo, con ánimo de molestar, un exabrupto popular en la Italia racista: que Calabria, como Sicilia, ya es África. Ahí el ajo se revuelve, termina como una Bagna càuda de mis ancestros montañeses. Sabrosa, olorosa, fuerte.

La gastronomía, por el tiempo, tropieza con la literatura. Hay que ser negligente con alguna de ellas, y las letras, pobres en su salario, se condenan de por sí. Por ahora, digo, porque suelo acostumbrarme a nuevas exigencias con soltura y hallarle maneras para que acuda el tan ansiado descanso, ido en el momento en que fuerzo este texto como un ejercicio.

¿Cuál la relación entre la sangre y la culinaria? Mucha. La memoria íntima, la que sabe de dónde venimos sin decirlo, guarda la experiencia colectiva de generaciones. Tal vez no en verbo o palabra, quizá por circunstancias históricas. La guarda en el sabor, tan sutil que es ajeno a cualquier imposición, a cualquier colonia. Y surge, de improviso, al momento de tener pimientos verdes y tomates en las manos, o tubérculos del Ande. La memoria recuerda y ensaya para materializar lo antiguo en el presente. Surge así, mientras más mezclado se sea, con sorprendentes resultados, creados, moldeados, sugeridos como un poema. En el achiote echado encima del caldo para colorearlo puede haber geografías y personas olvidadas pero latentes. Muy bueno eso, demasiado, sentir que dentro de uno, del corazón y las manos, hay, o despiertan, homúnculos del tiempo ido, fantasmas que nada puede acabar.

La inventiva, la creatividad, no son designios naturales, genialidades del tiempo. En la comida, en mi caso, refieren creo que con exactitud a la cohorte de mis orígenes, que más mixturado soy que caldosa cubana. Tal vez me falte esa dosis de sangre negra que me haría alegre y bailarín. Falta me hace en esta seria tragedia occidental. Aunque esa gloriosa África la completo en música mientras escribo o cocino, en taarabs de Zanzíbar u orquestas cincuenteras de Maputo. Cubro esa falencia conversando con Matthew, nigeriano de los antiguos, que comparte sus ignotos cantores conmigo; me los anota, sugiere.

Me gusta pertenecer a una muchedumbre de continentes. No tengo lo aburrido de la sangre pura, la pura sangre. A veces, cuando echo un chorro de jerez sobre el hirviente puerco, me pregunto quién actúa dentro mío, qué cronología hay en ese hecho gratuito, impensado, de inventar. No necesariamente un ancestro dedicado al arte de preparar y cocer, sino solo la memoria de la sal y la pimienta, el olor que traslada a pasados remotos y desconocidos.

Mi ventaja. La de poder ofrecer casi sin esfuerzo extrañas combinaciones de especias y productos, venidas de arcanos multipopulares. La comida más rica es siempre la que cuenta con mayor diversidad, la que flotó sobre las aguas de todas las guerras y masacres, la que se enroscó a un  madero para sobrevivir en eternidad. Intensa, además, porque así parecen ser las cosas que se agitan y se entremezclan. Casi como la pólvora, que explota en su conjunción y cuyos elementos en soledad carecen de su lujuria.

Callo ahora, porque llega el tiempo de machacar la mejorana, mi hierba secreta que suple –no siempre- al perejil, y que queda perfecta adobada a la res o al puerco. Percibo el romero, el orégano, y me mancho la piel con airampo.
02/04/18


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Publicado en INMEDIACIONES, 19/04/2018 
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 24/04/2018

Imágenes: La Croix/Geografía Universal/Francia, 1705

Tuesday, April 17, 2018

El olvido del TIPNIS/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Avanzan, avanzan, cada vez más cerca, con más chacos a orillas del camino asignados a cocaleros en su expedición de conquista, de genocidio, prostitución, destrucción ecológica. Si parece el Séptimo de Caballería, el infame de George Custer, enviado para domeñar, y eventualmente exterminar, a la indiada obstáculo.

La idea es la misma. Los revolucionarios del MAS tienen en mente la antigua práctica capitalista del avasallamiento. Pretextos no les faltan. Motivos, menos, cuando el dinero mueve la historia a su arbitrio y en Palacio, Evo y su segundo evalúan a peso de oro cuánto ha de tocarles en este drama humano que no tendría razón de existir si no fuera por avaricia y ego desmedidos de estos fracasados de las luchas sociales.

En canoa por el río Ichoa, leo, con comunidades indígenas aterradas por la incertidumbre, con alcohol que distribuye el gobierno para minar la resistencia. Otra vez, es Norteamérica y la práctica del invasor de conquistar a través del vicio para asegurarse que el otro ya jamás tenga futuro. Y las niñas indias, piezas de harén indecente bajo la falsa presunción de la hoz y el martillo como elementos de alegría e igualdad. Se refocilarán los muchachos de camisa azul (negras eran las de Mussolini, y pardas las de algún otro fascista) con la perspectiva de aprovecharse de la juventud de estas muchachas, de su pobreza y su hambre. La revolución es un monstruo que devora. Y justifica, que es lo peor.

El iletrado vicepresidente, con escaso entendimiento, analiza los básicos de un asunto que excede la multiplicación de dos cifras, límite de su intelecto. Con visión de comerciante, de voluminoso hatillo desde que representa gobierno, masculla doctoralmente los pros del estrago ambiental. Bolsillos forrados suelen representar seguridad y los tiene muy bien atestados, no sé si mayores a los del presidente “indio” del que cuelgan dólares por todo orificio, resultado de su activísima defensa en favor de los míseros a los que él no pertenece. Igual a míster Trump tiene un problema de identidad, un complejo, que lo obliga a desvivirse por alcanzar el estatus social que cuna no le entregó pero que intenta comprar. Por eso el beneplácito de los oligarcas cruceños que en él han hallado un socio mejor incluso que el enano Bánzer, al que halagan y permiten ínfulas donjuanescas en su cerrado entorno por ahora.

Evo Primero, Inca aymara (así a su raza los quechuas le arrancasen los ojos), se considera intachable e intocable. Hay peculiaridades bolivianas que quizá no permitan que le suceda lo que a Lula. Pero… puede ser peor, con las fobias y la “justicia comunitaria” desatadas en su larga gestión. A veces los mastines devoran a sus amos. Nunca se puede saber.

Me pregunto si olvidamos al TIPNIS. Pasaron años desde el terror de las élites encerradas en el Palacio Quemado mientras la marcha vociferaba en la puerta. Oportunidad que no se debió dejar pasar. Para el fracaso colaboraron intelectuales de nota (notorios lameculos) que con ánimo de prostituirse mientras pudieran rebuznaron en prensa nimiedades reducidas a simple servilismo y que atacaban la historia. Más sencillo tener un cacique coronado, uno que pueda distribuir premios, que el caos de las verdaderas revoluciones que cortan cabezas. Obvio.

Mientras miramos atardeceres cubiertos de polución, cumbres que otrora eran nevadas, incendios de bosques en manos de campesinos odiadores de árboles, las topadoras avanzan en Mojos. Ya nada las puede parar. Nos encontraremos en el porvenir despojados de mucho. ¿Si a García y a Morales les importa aquello? Por supuesto que no. Este huele a negocio privado, huele a mucho ilegal y poca razón. Los oligarcas no saben pensar en el bien colectivo. Saben ¡y cómo! de “vivir bien”; han hecho de eso hasta una bandera de conducta. Vivir como blancos, fornicar como ricos y defecar como lo que siempre han sido.
16/04/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/04/2018

Fotografía: Imagen aérea de parte del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) capturada en julio de 2017. Foto: Archivo LA RAZÓN


Monday, April 16, 2018

Gringo viejo/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No quiero librarme de Ambrose Bierce. Vamos unidos en los años, por todo lado.

En Washington DC veo "Old Gringo", la película. No conozco el libro de Fuentes. Pero el filme es malo, hecho para el público de Norteamérica, con ese particular humor, casi absurdo, de la gente de allí.

Hay buenas imágenes, mas el uso de la historia, mezclando los acontecimientos, destruye.

Me duele por Bierce, porque su genio no debiera prestarse a parodias. Supuestamente, Villa hace fusilar su cadáver. El hecho existió, pero fue el hacendado británico William Benton el fusilado, no Bierce.

Ambrose Bierce va a caballo, buscando a Villa por el desierto de México, donde no amanece y hay escorpiones.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 19/11/1991

Sunday, April 15, 2018

Alucinaciones inenarrables: Muerta ciudad viva

RODRIGO VILLEGAS

Un recuerdo puede ser nada más que una alucinación, una secuencia de imágenes transformadas por el transcurso de la madrugada, y/o tergiversado por aquel líquido dulce y amargo que es el alcohol en cualquiera de sus mezclas: cerveza, chicha, whiskey o un “soldadito”. Alcohol de quemar con agua, la bebida de los pobres, de los urgidos por pertenecer a otro mundo, uno en el que las alucinaciones perduren, y se hagan, al fin, recuerdos.

“Creo que estoy perdiendo la vista, mamá. Lo que ya perdiste es la cordura, hijo, y seguro que el alcohol no solo ha de afectarte la vista, te traerá la nostalgia, vivirás en ficción, como una mala novela criolla”. Así dice, piensa y vive, y viceversa, el personaje innombrado de la novela Muerta Ciudad Viva (El País, 2013; Limbo Errante, 2018), del cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot, ese escritor estandarte de la literatura vigente de nuestro país. Característico por su irreverencia, inconformismo y aproximación hacia lo marginal, hace de su personaje un ser que habita en la tragedia, en la que se debate todo aquel que permite a su sangre nutrirse de lo vital: trago, literatura y mujeres (léase sexo). Lo demás no importa. La revolución comienza en uno mismo.

Muerta Ciudad Viva, la cuarta novela de Ferrufino-Coqueugniot, acaba de ser reeditada por la editorial española Limbo Errante. En Bolivia es difícil encontrar ejemplares de la primera edición – al parecer El País cerró poco tiempo después de publicarse la obra –. Es por eso una alegría la nueva edición de esta obra, esta vez en Europa. Pocos autores nacionales han tenido el privilegio de publicar en el exterior, más aún en España, fecundadora de obras y autores relevantes en la historia de la literatura y su emancipación por las Américas. Es así que este logro es una celebración para Bolivia, a pesar del conocimiento escaso de este arte en nuestro medio, un territorio, como tantos otros, alejado de los libros (“Paladines de una lucha casi imposible en el país, la de crear, hacer literatura, contra y a pesar de todo”).

Cochabamba. Siglo XX. Los ‘80. Ferrufino-Coqueugniot narra lo “inenarrable” de una ciudad que se hacía pedazos desde las entrañas, pero que encuentra la gloria por los mismos motivos. Un infinito que intercala la vida y la muerte, la muerte y la vida. Que corrompe cada espacio, desde los bares más inmundos hasta los basurales donde descansa algún borracho sin zapatos y sin chamarra, asaltado mas no muerto, mordisqueado por las ratas y los perros pero no muerto. No muerto. Al final de todo eso es lo único que importa. “Pero y qué, la vida como la muerte viene y va. Ni intentar cambiarla. Ir con ella, acelerarla, retrasarla, volcarla y volverla a  volcar, pero con un destino que lo decide ella, no tú”.  

El personaje heterodoxo de la novela, que no parece novela – no tiene un argumento definido, está dividida en capítulos con un orden arbitrario, un diario, crónicas, memorias, epifanías, pesadillas... – sino algo mayor, vive/muere en aquella ciudad continente (“Era Cochabamba, la guerra del fin del mundo bajo un sol envidiable, un clima paradisíaco, árboles y acequias”), en lo marginal, en los agachaditos donde se come carne de ratón o de perro, comparte camas dispersas con damiselas y putas en cuartuchos miserables que hacen de hoteles, que, ya sea cerca a un eucalipto o a un Molle Molle, o en un tren donde lleva contrabando, no pierde la oportunidad siempre presente de copular, de hacerse eterno en la carne de las féminas que perturban sus ojos, que bullen su negra sangre de bestia humana.

Ferrufino-Coqueugniot acelera su obra, esta y sus anteriores novelas, en los distintos grados de violencia y del placer. Es un viaje al fin de la noche, la travesía de un Ulises en tierra cochala, un final que no encuentra pero que sostiene en un simulacro permanente a través de la chicha y de sus parejas ocasionales, aquellas a las que a merced se muestra sin remedio. “Crecer deja de lado la épica y nos mete de cabeza en las mujeres, de cabeza porque será lo primero en perderse en esta nueva guerra que nunca se gana, donde solo se pierde”.

Muerta Ciudad Viva es un embate de literatura sucia, de historia desprovista de sentimentalismos, de sexualidad desbordante, de adoración por el arte a pesar y por las circunstancias, cualesquiera que sean. Quizá se pueda “resumir” los libros de Ferrufino-Coqueugniot en una frase labrada en la novela: “Exceso de muerte, calor y hediondera”.

Exceso de talento. De Literatura. De muerte y de vida.

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De TENDENCIAS (LA RAZÓN/La Paz), 15/04/2018

Saturday, April 14, 2018

La granja/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

"No voy a trabajar en la granja de Maggie, no más", canta Bob Dylan.

Sol y vapor en las Carolinas. Banjo en la blanca tierra del algodón. Eso y piel sudada de negro que brilla. Negro que trabaja, manos de barro sin caricia ni mujer. Negro que llora, negro sufriente. Cuartos sin ventanas. Y todos los ojos blancos en la oscuridad, junto a los dientes.

No quiero trabajar más. No deseo ver otra vez el patrón que me patea, solo porque el pobre negro ha abierto un ron en el frío, para abrigarse de ropas líquidas y no morir.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 06/11/1991

Imagen: William Aiken Walker

Wednesday, April 11, 2018

El poeta Nevado Andeslis


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Raúl López Soria -Nevado Andeslis- trashuma las calles de Cochabamba cargado de libros e ideas. Papeles que en él tienen la magia de sueños y de un mundo fraterno donde la posibilidad de mal no existe.  A eso va la poesía, a la incansable búsqueda de belleza; incluso entre los avatares más negros, camina con pasos luminosos en pos de un tiempo mejor; y no hablo de lírica...

Años atrás, en un evento literario, se me acerca un hombre alto de anteojos y entablamos conversación acerca de algunos textos. La charla prosigue en las mesas del Café Fragmentos, y se alarga en la noche que ha perdido sus estrellas por las estrambóticas construcciones de esta -arquitecturalmente- ciudad mártir.

Lo que me sorprende en Nevado Andeslis, entonces y hoy, es la lujuria de elogios hacia sus colegas de escritura. Extraño en una profesión que, duro decirlo, se ha cargado de envidia y saña como sus facetas más distinguidas. No en Nevado para quien toda expresión artística, en particular la literaria, tiene validez. No hay poeta o escritor malo. Se adhiere a la prédica de I.E. Babel acerca del derecho a escribir mal. Finalmente uno escribe para sí y si tiene la dicha de hallar lectores, estos cargan consigo la autonomía de aceptar los escritos o no. Nevado Andeslis lee a todos aunque comprenda que no todos deseen leerlo. Parece no importarle.  Su actitud reclama la virtud de aceptar los puntos de vista ajenos con la calma y la intimidad de aquel que no tiene nada que temer, del hombre que vive para escribir y que funda su humanidad, fuera de los consabidos deberes cotidianos, en su apreciación feliz del entorno.

Si leo a Ilia Ehrenburg en sus memorias siempre hojeo el capítulo que dedicara al dulce poeta yiddish Perets Markish. Encuentro en estas líneas, y también en las escritas sobre otro poeta, Julián Tuwim, similitudes preciosas con nuestro poeta local, ese Raúl López Soria, alias Nevado Andeslis, con nombre de montaña tal vez para especificar su plácida solidez.

Me gustaría extraer versos de los muchos de Nevado que archiva mi computadora. Pero soy inútil en esto de la tecnología y sólo puedo trabajar con una "ventana" a la vez. No se necesita, si lo pienso mejor, porque hablar del hombre implica hablar de su texto. Y ambos, letra y humanidad, brillan por límpidos.

No sé dónde nació Nevado. Lo conocí en Cochabamba. Lo vi caminar allí.  En agosto pasado apareció por el mismo café a participar de una idílica borrachera acompañado por una estatuaria y bella mujer. Mi amiga, la presentó, y el sutil revuelo de la envidia se aposentó en los vasos de quienes creen portar el don de la palabra, sin espantar al poeta que sólo sonreía y se negaba a infiltrarse en el triste mundo de la competencia. Se fue como vino, suave y gentil, despidiéndose de todos, con la cerveza que se agarraba a sus piernas y parecía cansarlo. Distribuyó algunos volantes literarios. Opinó con su sencillo y críptico modo.

Estudió medicina. Creo que continúa en ella siguiendo una tradición entre ciencia y arte que incluye a Dostoievski, Sábato y Arlt, matemáticos en ciernes o logrados físicos. En la profesión, espero que Nevado encuentre la solvencia para poder sobrevivir con sus hijas los vericuetos de la economía global sin dejar de escribir.  Nos sucede a muchos cuyas finanzas dependen de labores alejadas de la creación. Bueno en cierto sentido para ampliar el conocimiento del mundo en derredor. Volviendo a Babel, nada mejor que interconectarse con los demás y oír sus historias cuyo interés deviene en arte si se quiere.

Émulo de Ernesto Guevara como viajero, Nevado Andeslis tomó en un momento de su cronología una vieja motocicleta y se embarcó en un "raid solitario" hasta Panamá, cargando en vehículos, mitad carromatos-mitad balsas, su máquina por la impenetrable humedad del Darién.

Escribió cuentos para niños, poemas, novelas. Su novela "Sublime arco iris en el puente del Topáter", con portada de Caspar David Friedrich, es un libro complejo. Un análisis de su contexto y textura descubren una originalidad única, un espectro creativo tan vasto que varios desearían lograr.
04/12/06 

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Imagen: Lyonel Feininger

Tuesday, April 10, 2018

Lula: la revolución o la tristeza/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Desde mucho, allá en la infancia, leyendo en Jorge Amado los horrores de la dictadura. Columna Prestes, tan lejos en la historia, tan cerca en la geografía y el sentimiento. No había opción por cuál lado apostar.

Todo cambió.

Llegó un milico con pinta de heladero y voz de cantor de putero: Hugo Chávez Frías. Juró que el porvenir lo iba a idolatrar y su figura se desvanece como algodón dulce en los labios. No queda en ningún término positivo con la historia pero sí acuñó tremendo legado. No que la corrupción no existiese antes de él, pero hubo una izquierda casi sacrosanta que aportó sangre en demasía, rojo color que impidió ver que unos no diferían de los otros, que el juego del poder no recala en el número de muertos ni en el sacrificio; que el dinero cuenta y no la idea; que la retórica y no la esencia.

Chávez falleció a pesar de ponerle velitas a un dios extrañamente fraterno con verborrea marxista y revolucionaria. Su cría, amante quizá, Nicolás Maduro, brega por ubicarse en el más prominente sitio de los monstruos. Con Assad, Putin y resto de escoria. El mal cantor de boleros se fue a la sombra solo, ni siquiera como Facundo Quiroga que en boca de Borges llevó consigo al infierno degollados de escolta. Quedaron los engendros: Correa, escapado por ahora y tratando de engrosar la vocecilla; el nombrado chofer de bus, adicto al perreo (por ambos lados). El troll local nuestro: Evo, añadido a la lista de los financistas del siglo XXI, ricos sin trabajar, economistas de excepción que hallaron la fortuna de Midas y perecerán como él.

Velicas a Dios… No sirven.

Lula apareció por un tiempo como imagen de la izquierda sobria. Amado, no dudarlo, por un pueblo alegre con tristeza de mísero. El caudillo del fútbol, que en la ilusión de un gol y el griterío de las tribunas obvia el meollo que para cambiar algo hay que distinguirse del otro, no diseñar políticas similares con carnavales distintos. O mais grande suele ser el pequeño si no hay grandeza seria, la de un Gandhi (no en sentido pacifista) ajeno al tesoro alrededor. Pero Lula no resistió extender la mano y enriquecerse, tal vez no con el descaro con que se hace en Caracas o La Paz, pero igual. ¿Entonces qué? Derecha e izquierda castigan al ladrón. Jean Valjean estuvo en trabajo forzado por robar un pan, pero los presidentes, como los arzobispos, no tienen tal problema de hambre en suculenta mesa. ¿De dónde viene este deseo de apoderarse de algo porque es fácil? Si hasta en la siniestra hubo uno: Mujica, que medio que jugó a modesto apóstol. No sé si en la diestra hubo ejemplos similares pero no importa. No puede un gobernante aprovechar de su poder político para medrar, o su familia, como lo han hecho estos falsos revolucionarios.

Cárcel. Barrotes que se interponen entre el aire libre y la vida. Sucede que hoy en América Latina se está haciendo costumbre estar arriba y lucrar a manos llenas y luego purgar (no sé con cuánta dureza) condenas de delito común. Dirán los psiquiatras que viene esta gente de estratos humildes y que no puede superar el trauma de las limitaciones pasadas. Vamos, ese argumento no puede existir en personas que han hecho de su existencia lucha social. No sabemos si el objetivo de esta lucha era precisamente ese: el de reemplazar a los patrones y convertirse en tales. Quizá no. Lula tuvo una carrera que afirmaría lo contrario. Y de pronto aparece Lulinha, su hijo, de cuidador de zoológico a potentado. ¿Qué lo diferencia de Trump? Parecía que todo. Y nada lo diferencia. Pues adentro, y que siga el samba bailando lujuriosamente penas con alegría.
09/04/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 10/04/2018

Monday, April 9, 2018

Ideas sobre “El señor don Rómulo”

DANIEL AVERANGA MONTIEL [1]

Que me culpen de pretencioso o “intelactoso” (una mezcla entre el risible intelectualoide latinoamericano y el lechero en “La canción de Salomón” de Tony Morrison), pero “El señor don Rómulo” me parece, desde ya su contundente título, una novela perfecta para leer acompañado de la obertura “La Gazza Ladra” de Rossini: tanta ironía y crueldad no se pueden desperdiciar en guiños o menciones al paso; tampoco calcularlas en dosis de recetario, como los escritos pseudoborgeanos (y por ende somníferos) de Roberto Barbery o como se presentan las escenas de “Zona sur” y su supuesta técnica narrativa, tan parecida a la de la “Rosa de Guadalupe”, pero con la pinche cámara girando como mosca con ojos en calidad HD.

La construcción de sus personajes, del argumento, de la creación del contexto y de las coyunturas de la Bolivia independentista y republicana o, en otras palabras, de la historia de la familia Ferrufino dentro de lo que fue la historia nacional, tan violenta como incorrecta en lo político y lo moral, hacen de esta, pues, mi novela favorita, una de las pocas con el suficiente valor como para hurgar la cicatriz de aquello que queremos esconder (o de lo que nuestro árbol genealógico a gogó quería esconder): romper su piel, deshilar el músculo y desgarrar la grasa, buscar el sentido de la herida y reconocer, hasta en el hueso, la presencia del daño ya curado.

El juego de la novela está en eso: ver al pasado sin asco, como se inspecciona a un cadáver abierto en canal, para descubrir lo que fue de sus sistemas y sus aparatos antes del colapso, y reconocer, mientras olemos las entrañas abiertas y los pulmones desplegados como lonas, nuestra esencia. Es decir, que al ser nosotros seres prestos a seguir condenados al presente que nunca se queda quieto, tenemos la obligación de reconocer esos presentes ya podridos del ayer, como elementos de construcción de nuestra propia idiosincrasia: podemos ser nosotros mismos, porque los nuestros nos ayudaron a ser así, y al estudiar y develar a los nuestros y a sus padres y a los padres de sus padres, podremos reconocer, sin temor a dudar sobre la fidelidad de nuestros devaneos, que al mirar ese pasado antes de nuestro nacimiento, estamos recuperando algo perdido por la memoria o la vergüenza de nuestros antecesores; y les aseguro que nosotros haremos igual con nuestros sucesores: no les diré a mis hijos que le rompí a puñetazos la ceja y parte del párpado a mi compañerito en la escuela, o que jugué algunas cosas sexuales con alguna prima lejana, sabiendo que estaba prohibido, o que todos los Averanga, padres, tíos y abuelos de mi padre, murieron directa o indirectamente por el consumo de alcohol: cirrosis, ahogamientos de vómito, accidentes y otras tragedias impuestas; cubriré esas sombras en el cuadro del pasado de los Averanga, le quitaré esos efectos realistas e idealizaré la imagen de la familia para mis hijos. También cubriré la historia de los Montiel, sus errores; pero más haré con los Averanga, pues esa historia está tan teñida de sangre como la de cualquier familia boliviana, antes de 1952.

Explorar, revisitar, deshacer el pasado y convertirlo en bolo alimenticio para sincerarnos; eso es materia peligrosa pero sensata en literatura, a la par de nutritiva. Contar el pasado sin tapujos, describir la forma en la cual se pensaba y cómo se maquillaba la realidad para mantener la dignidad de los que estaban antes de nosotros. ¿Les doy un ejemplo en “El señor don Rómulo”? pues a meter canela, por no decir caña: Un indio es azotado hasta el colapso, las tiras de piel y carne de su espalda “distraerán” a los hijos hambrientos de este indio y su mujer, además de sirvienta, “servirá” de oasis sexual para el hacendado, pero el cronista resalta, en el colmo de la denuncia sarcástica, que este dueño no sería pedófilo, porque no está en su honor el quitarle el suyo a una niña. Y los que siguen llorando con la escena de la abuela en “Coco”, que sigan llorando nomás.

De entrada, “El señor don Rómulo” nos muestra un trabajo sincero, lleno de crueldad y de anti-nostalgia, porque no somos esos imbéciles que ven al pasado con ojos de circunstancia y suspiro de poeta primerizo porque hay casa, piscina, mujer con buen culo, redes sociales para socializar lo que nos “comemos” cada noche y, por supuesto, el bendito trabajo de hoy, “y papito Dios, mamita virgen e hijito Jesús, te agradecemos por todo y blablablá”; ¡ah, el pasado!, siempre el pasado es más bonito: el pan era más barato, seguía con vida el gran Klaus Nomi, Leonor seguía en La Paz y Gabo seguía en México, entre silencios y chocolate que, al tomarlo, lo elevaba diez centímetros del piso y, por supuesto, la presencia de sus mariposas amarillas en el patio de atrás.

El pasado, tan bonito el pasado. Hitler también vivió en el pasado, y el mesticito de Pol Pot, y no olvidemos pues a Josif-Stalin-bigote-de-Pepón-Guareschi.

No obstante, con Claudio Ferrufino y esta su novela mayor, el pasado es un presente momificado; lo vemos con cierta curiosidad y hasta con miradas de estupefacción y morbo: ese pasado, el de nuestras infancias y el de las vidas de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, eran nomás como es el hoy, pero en formato ignoto; lo sucedido es el amor y el sexo, las tradiciones y las realidades, culeando al pie de árboles que tienen por ahí algunos calzones abandonados a su suerte, llenos de una materia seca y siniestra.

La novela es contundente, despierta lo que uno siente cuando escucha “The cold song” de Klaus Nomi por primera vez, o cómo se siente cuando saboreamos la chicha aún fría durante los atardeceres en Canillitas y Quillacollo, cuando escuchamos las promesas como realidades desde ojos acaramelados en abril y, al igual que afirmaba Borges en “Deustches Requiem”, las muertes “como suicidios”, porque todo, en “El señor don Rómulo”, nos sabe a destino prefijado y, ante esta idea, no queda más que regocijamos porque no hay consuelo más hábil que el creer que elegimos nuestras desdichas y que, por ende, no sufrimos en vano: el indio azotado no alimentó a sus hijos con la carne de su espalda solo por decisión del azotador, como las mujeres de Rómulo Ferrufino no fueron solo aventuras en ríos, detrás de chicherías o en canchas oscuras como la pez, sino que fueron sucesos inevitables, asignados antes del nacimiento de los protagonistas; somos trayectorias de balas perdidas y es imposible evitar la colisión.

Gran novela. Gran novela, así se escribe. Historia, ficción, tristeza, dicha, placer, Melgarejo a punto de mearse, ironía y sobre todo una poética impresionante, hacen que acomode a “El señor don Rómulo” en un lugar especial, al lado de “Periférica Blvd.” de Cárdenas, “Los vivos y los muertos” de Paz Soldán, “Fantasmas asesinos” de Urrelo, “La maquinaria de los secretos” de Carvalho y “La caja mecánica” de Gálvez, como de lo mejor en novela que se ha escrito en los últimos años en nuestro país.

También “El señor don Rómulo”, es menester agregar, hace que mire a otras novelas bolivianas actuales por encima del hombro y les exija más calidad y menos paja con mano izquierda: “No se lastimen, che”, les digo, pues hoy en día se idolatra cualquier cosita que tenga anotado a Bolaño como mentor o referencia o a Jaime Sáenz como influencia. “No mamen, lean esta novela de Claudio y aprendan, bebitos”, les diría, pero sé que al decirlo yo, es como si hiciera escándalo en pleno jardín de infantes.

Una cosa más. Me ha parecido muy injusto que algunos autoproclamados críticos literarios bolivianos menosprecien el trabajo de Claudio, resumiéndolo como “retórica nomás” (y también va la crítica a los que quisieron censurarlo por otra novela, “Diario secreto”, pero como fueron masistas, no creo que la hayan leído siquiera); vayan a menospreciar a otros y a sus abuelas, carajo, y más a esos dizque escritores que sí hacen retórica (“restó-rica” sería) con libros que no llegan a las doscientas páginas y que pretenden mostrar y demostrar a los cuatro vientos que han sido escritos como un cruce coital pero aburrido entre la literatura de Carver y la de Esopo: vayan a menospreciar a esos libros breves, huecos y hasta con moraleja, y dejen de joder lo que sí tiene alma.




[1] Educador, escritor orureño/alteño, jurado en concursos privados de lencería femenina y peleador callejero sin ser heteropatriarcal.

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Publicado en PUÑO Y LETRA (CORREO DEL SUR/Sucre), 16/04/2018


Saturday, April 7, 2018

FIESTA DE CAMPO/MUERTA CIUDAD VIVA

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT

La gente prepara con gran afición las fiestas matrimoniales. A más pobre y más campesino, mejor. Es un acontecimiento, no una trivialidad y merece detenimiento sumado a esfuerzo. Los carpinteros preparaban un toldo inmenso que tendría que albergar a doscientas personas. Se habían cortado jóvenes eucaliptos para las columnatas que sostendrían la carpa. También se construyó una tarima para el conjunto. Contrataron a la Swimbaly, pero no la orquesta original que era inalcanzable en su precio, que tocaba para narcos y presidentes, sino a la chuta, la espuria.

Se casaban dos sociólogos amigos, gente de bien, gente de pueblo. De aquellos que a veces concedían un tiempito para interrelacionarse con nosotros, los pesados, los del vicio. El contacto estaba más a nivel estudiantil, de preparación de charlas y manifiestos, cosas que me cansaban sobremanera pero que a veces no lograba eludir. De mis mujeres al menos tres tenían eso como algo integral de sus vidas. Eran activistas políticas. Y Elina sin ser universitaria adoraba sentirse miembro y parte de la mentirosa transformación del mundo.

A ese matrimonio asistió la crema de la revolución social. Se reunieron los inteligentes e inteligentemente conversaron en altas esferas de pensamiento. Yo me dediqué a bailar. La cumbia y la cueca y hacer sentir a Elina que la amaba, y que mi cuerpo lo reflejaba apenas se acercaba a mí. Pero claro que otros venían con falso respeto a invitarla a bailar. Entre camaradas de la subversión mundial no podían existir prejuicios burgueses y accedía con sonrisa. Pero la ira iba creciendo a medida que los cócteles calentaban mi cerebro.

Comencé a portarme descarado, a bailar con otras y besar cuellos. A ignorarla. Elina no sé si con sorna o. desdén evitaba cruzar miradas conmigo. La parodial Swimbaly acometió con un taquirari pegado. Un individuo de alta filiación partidaria la atrajo hacia sí, ajustándola demasiado. Me le lancé encima y con un ladrillo le partí la cabeza. Por la herida brotaron Marx y Lenin a borbotones. Alguno quiso intervenir pero ya la bestia se había soltado y agarré un machete que los carpinteros usaron para desbastar unos asientos de tronco. La música no se detuvo. El vocalista tenía las pupilas inflamadas por la coca. No estaba presente allí, en un idílico campo de la rinconada. Estaba como yo en el país de los enanos, y Gulliver aferraba un cuchillo inmenso que acabaría con la población entera de Liliput. Nos vamos, carajo, y la estiré. Salimos empolvados por caminar media hora en rutas vecinales hasta encontrar un auto. Metí el machete por un costado y lo disimulé en el muslo. Ahora nos vamos a mi mundo, carajo, maldita, donde ninguno de tus putos comunistas asoma porque hiede, maricones.

Y dimos un raid por varias chicherías donde encontramos conocidos, recepción alegre, amabilidad. Caminamos por barrios donde hacíamos un giro para evitar a los beodos caídos. Terminamos donde nos conocimos, en los alcoholes y de cuclillas exterminamos el resto de la noche. Como era fin de semana y nacía otro domingo me fui con ella, me tiré al colchón del piso. Al querer amarla ya no pude. Me había extenuado y comprendí que mi juventud no era de tanto hierro como creía. Dormimos abrazados y ninguno de los dos sabía lo que pensaba el otro.

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FUENTE: "Muerta ciudad viva". Claudio Ferrufino-Coqueugniot. El País, 2013; (pp. 174-175).

Imagen: Mario Unzueta. "El resplandor del valle".