Wednesday, November 30, 2011

De Ushuaia a La Quiaca con León Gieco/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En 1985, desembarazada a medias la Argentina de su casta militar, dos músicos, León Gieco y Gustavo Santaolalla, efectuaron un viaje entre los extremos geográficos del país: Ushuaia al sur, y La Quiaca, frontera con Bolivia, a manera de presentar un país desconocido a los habitantes de las grandes ciudades y para, de manera ideal, reconstruir una nación afrentada por una secta de asesinos y ladrones. El viaje, se entiende, significaría también una búsqueda particular de los "orígenes" de cada uno de estos artistas, los de la tierra que los vio nacer y que los acogió a pesar de su sangre inmigrante. Ambos ya eran famosos; lo serían aun más: Gieco en la Argentina y Santaolalla internacionalizando su música de avanzada en campos como el cine.

Recibo de Buenos Aires De Ushuaia a La Quiaca, colección de cuatro discos compactos con motivo de tal aniversario. Había conocido parcialmente la obra, dos volúmenes, en el vasto inventario que tenía en 1989 Tower Records en la bella Washington, Distrito de Columbia. Relativamente nuevo en el ambiente norteamericano, ya lindando el otoño con lloviznas que le dan tinte europeo a la ciudad, De Ushuaia a la Quiaca me tocó en lo profundo la lejanía de la tierra. No pensaba en Argentina, que por madre me pertenece, sino en Bolivia ya que buena parte de los temas ejecutados transcurren en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy, cuya faz no puede deslindarse de su vecino al norte.

El sur fue región de exterminio. Poco queda de las etnias originales que podrían haber prestado a Gieco parte de su heredad cultural. No había mucho -sí poner énfasis en la presencia- que recuperar del pasado. Por ello, en la Tierra del Fuego, a orillas del Pipo, Gieco canta junto a Isabel Parra En la frontera, como símbolo de unidad americana donde reina el silencio -que es uno- y brilla en la bruma el faro del fin del mundo. De la pampa se puede afirmar lo mismo que de la zona austral. No quedan vestigios del recuerdo. No sé a ciencia cierta cuánta música tendrían los nómades araucanos, señores de allá.

En donde la obra se torna sólida es en el norte. Un alto en el oasis de Córdoba da como resultado la interpretación de cuartetos, que más que música nativa es una variante tropical, plebeya por naturaleza. El cuarteto, despectivamente llamado "de negros", siendo los "negros" la clase menos pudiente, era entonces, veinte años atrás, explosión de alegría popular. Es interesante oír a Gieco en las simplistas letras de esas canciones. El rock también viene del pueblo y traza sus ancestros en las raíces musicales de la gente común. No de otra forma nacen los Rolling Stones cuando en sus inicios se insumen en el blues con vertientes citadinas y campesinas reunidas.

De Córdoba a Tucumán y luego Santiago del Estero, núcleo de la argentinidad, donde encuentran la flor y nata del folklore nacional, grabando, a veces de forma rudimentaria, hermosas canciones de ayer, como la Zamba de los yuyos, de los hermanos Ábalos, grandes carperos de Salta, en casa de María Luisa Paz de Carabajal con un elenco sugerente: Peteco Carabajal en violín y voz, Rubén Palavecino en guitarra, Gieco, Santaolalla y otros.

Una escapada hacia el oriente resulta en clásicos chamamés: Kilómetro 11, del inolvidable Tránsito Cocomarola, grabado en los bordes del río Miriñay de la histórica Corrientes.

Salta: de zamba y vidala y baguala, de timbres de voz humana como elemento básico del arte, igual en Jujuy que en el Chaco, en Tarija, que esta tierra es una y no dividida.

Con "B", los Beteranos de Tilcara ejecutan aires bolivianos, zampoña y tambor, sikuris que desafían la monotonía del altiplano, que encajan en la multicolor estampa de Humahuaca, en el pueblito de Iruya que bien podría ser Potosí.

Gieco se encuentra a sí mismo en este ejemplificador viaje de solidaridad y belleza, de arte y libertad, que de algún lado venimos y mejor es no olvidarlo.
11/05/05

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2005

Imagen: León Gieco en Iruya


La historia del falso Dimitri/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Recurro a Eisenstein, a su Iván el Terrible, para situarme. El director supo captar la esencia de la época con sus claroscuros y los rictus de los personajes que semejan estados de locura y condenación.

Este Iván, príncipe de Moscú convertido en primer zar -envilecido por la historia y rescatado por Eisenstein dada la coyuntura (Rusia se hallaba invadida por los nazis) que llamaba a la unidad-, representaba un urgente antecedente nacional. Stalin para quien la idea "nacional" debía ser hasta ofensiva lo aprovechó, permaneciendo como líder gracias a la guerra patria, a la exaltación de los valores nativos. La campaña contra Alemania venía de antiguo, de cuando Alexander Nevski señalaba a la Orden Teutónica como el enemigo principal, a pesar que los señoríos rusos debían obediencia a una ocupación extranjera, la mongol. Iván, mal llamado el "terrible" según lingüistas que aseguran que el vocablo que lo califica debíera traducirse como "temible", instó y luego obligó a su pueblo a fortalecer el país. Descendiente del vikingo Rurik y de Nevski, trató, de manera brutal las más de las veces, de consolidar Moscovia -y Rusia- como una potencia respetable. Lo consiguió a medias pero sentó bases que se definirían con amplitud en el futuro.

Iván tuvo un hijo, Dimitri, que pereció en circunstancias no claras en Uglich, a orillas del Volga, en 1591, a la edad de nueve años. En 1603, siendo Boris Godunov zar, un joven ruso al servicio de la poderosa familia Visnowieski en Polonia, revela ser Dimitri, el difunto zarevich. Desmentido por muchos, establece sin embargo una convincente historia para un grupo de magnates polacos arruinados que ven en él posibilidades de ganancia. Dimitri llega hasta el rey Segismundo e inicia una relación inconclusa, dubitativa, a ratos incongruente con la república polaca. Notables con influencia lo apoyan mientras otros lo consideran peligroso por los riesgos que conlleva en el trato con los vecinos orientales.

Son los cosacos del Don, y luego los zaporogos junto a un contingente de caballeros polacos voluntarios los que acompañan a Dimitri en su campaña de reconquista del trono de "su padre", expedición que saliendo de Sambor, en la actual Ucrania, culminará en Moscú con la entronización del dudoso heredero quien reinará efímeramente entre 1605 y 1606. Para lograrlo se ha convertido al catolicismo a escondidas, mantiene correspondencia con el Papa y se asesora con sacerdotes jesuitas duchos en lides políticas y engaño.

Cualquier libro que trate del tema, incluido Pushkin, aporta interesantes detalles de la conquista del poder, aunque la veracidad de la historia de Dimitri jamás haya sido determinada. Podía ser hijo de Iván, primogénito del Terrible, o el verdadero zarevich. Se han urdido versiones disparatadas tanto como sensatas. Se dijo que era un monje de la pequeña nobleza amparado por los Romanov, un títere que fuera causa de la desgracia de esta familia con Godunov que los condenó al exilio.

Lo importante de estos años problemáticos, del corto reinado del "falso" Dimitri (terminaría asesinado en los festejos de su boda con una dama polaca), es que prefiguran la Rusia posterior hasta 1917. Dimitri, igual que su supuesto progenitor, ataca el oscurantismo de la tradición rusa, la iglesia ortodoxa, la superstición popular. Ambos, con Pedro el Grande después, vislumbran la necesidad de una ventana al Báltico, comercio con Inglaterra, apertura del largo encierro patrio. Enfrentar a la nobleza y al clero causó su fin, más que la validez de su origen.

Al pretendiente le sucedieron otros; aparecieron por doquier y algunos pusieron en vilo el control de los boyardos y el zar. Estalla entonces la primera revuelta popular de la cronología rusa, la de Bolotnikov, mientras los Romanov, rescatados del exilio por Dimitri, terminan coronándose en la testa de Miguel Romanov, 1613, con apoyo cosaco y como salida a un país que parecía desmembrarse.
26/04/05

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2005

Imagen: La muerte del Falso Dimitri, en un grabado alemán

En memoria de Theo van Gogh (1957-2004)/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

El 2 de noviembre, en Amsterdam, en la esquina de las calles Linnaeusstraat y Mauritskade, fue asesinado el cineasta holandés Theo van Gogh mientras manejaba su bicicleta al trabajo. El asesino, un joven marroquí nacido en Holanda, le disparó siete tiros y se acercó a él mientras van Gogh, herido, le decía que podían "conversar al respecto". Luego lo degolló y le clavó un puñal en el estómago con unos versos del Corán.

Algunos lo consideran acto de fe, de reivindicación religiosa, lavado de las impurezas que ofenden a Alá, o a Mahoma, su profeta -a quien van Gogh calificó de pedófilo por haberse matrimoniado con una niña de 9 años- cuando en realidad es un llamado de reflexión y alerta. El fundamentalismo islámico crece a velocidad, pregonando la enfermiza necesidad de convertir a todos o de ahogarlos en su sangre infiel.

Francia ha tomado medidas censurando el uso de velos en escuelas públicas, acto que en apariencia conlleva racismo pero que explica la urgencia de lidiar con los fanáticos que, a pesar de vivir en una sociedad occidental, quieren recrear el universo de injusticia en que crecieron, donde las mujeres cuentan solo para procreación y goce masculino.

Frank Rich escribe sobre Estados Unidos en el Times acerca de la "indecencia", tomando como punto de partida el momento en que Janet Jackson desnuda su seno en público y causa un revuelo de magnitud inesperada, en otra sociedad que corre apresurada a vivir (con doblez) en un mundo ideal donde primen las enseñanzas sagradas y no haya lugar para "inmorales". Con igual fanatismo que sus contrapartes islámicas, el gobierno Bush lleva a sangre y fuego la bandera de la cruz donde los niños "enemigos" que mueren en el conflicto son números de estadística. Igual a los imanes o sacerdotes, los ministros del gobierno norteamericano censuran incluso los programas infantiles; la esposa del vicepresidente Cheney hace quemar 300.000 impresos educativos por considerarlos ofensivos, siendo que ella no cuenta con posición oficial que la avale para ello. Quemaría también a Thomas Mann y a Ernst Töller, como Goebbels, si los hubiese leído.

El mundo se inclina de nuevo, extrañamente con el avance tecnológico, hacia las religiones. Quizá signifique el descenso que antecede a la muerte, donde el hombre ha perdido en nombre de intereses económicos, religiosos o políticos, su instinto por sobrevivir. Una sugerencia, peligrosa en su contenido, conflictiva y controversial, sería poner a estos santurrones que predican cualquier libro dudoso, cristianos e hinduistas, budistas y musulmanes, a trabajar en actividades productivas y vetarles la posibilidad que de sus bocas salga verbo inmundo.

La muerte del polémico Theo van Gogh, descendiente del hermano del pintor, va a transformar los pilares de una sociedad que se preciaba de ser posiblemente la más liberal del mundo. El multiculturalismo y la incomprensión de las partes parecen ser escollo insalvable para una convivencia secular. Se asesinó a van Gogh por haber filmado, con guión de la parlamentaria holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, un documental de 11 minutos -Sumisión- sobre la mutilación sexual de las mujeres en el Islam, desnudando la mentira que predica mientras preserva un sistema de tormento.

El número 422 de la videoteca personal que me rodea, esconde una bellísima película de Theo van Gogh (1-900), director ignorado por las guías norteamericanas de cine tal vez por su ofensiva manera de percibir las cosas, lo que hace sospechar rastros religiosos incluso en el amplio universo de la cinematografía. 1-900 trata de una llamada pagada, de tipo sexual, donde un arquitecto contacta a una mujer para fantasear con ella. Se inicia una relación, llamadas semanales, un mundo de intensidad, masturbación y compañía a través de la línea. Imaginario que quedará roto cuando el individuo intente averiguar más de su interlocutora; un atisbo de posesión destruye el sueño. Fuera de la moraleja o el cinismo que Theo van Gogh quiso imprimir en la cinta, pienso en el lenguaje, en la desfachatez física e imagino a los representantes de Dios aullando "blasfemia", "herejía" contra este talento que vapuleó la malignidad de su rabia.

Ian Buruma, en el New Yorker, retrata a Theo van Gogh como "gordo, rubio, absurdamente generoso hacia sus amigos e implacable con los enemigos, idólatra de Roman Polanski, realizador talentoso que nunca tuvo la paciencia suficiente para producir una obra maestra, gran fumador, consumidor de cocaína y vinos finos, columnista de cierto estilo y sorprendente vulgaridad, padre amoroso, baboso adorado por muchas mujeres, provocador y hombre de principios".
09/02/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2004

Imagen: Retrato de Theo van Gogh


Invierno en Corani/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Redundo, para hablar del invierno, cuando vuelvo a De Quincey y su bucólica, casi filosófica, visión del frío. Si pensamos en sus acompañantes: el opio, el té, lo confortable de una casa, alguna servidumbre, cuesta imaginar otra cosa que placer ante la caída de nieve o el vapor que se congela en las ventanas mientras los leños arden en el hogar. Tiempo para escribir en De Quincey, para miseria y guerra en Schwob, aunque con la sutil fraternidad de melancólicos inviernos en ambos.

Deliro, más que imagino, por un instante así, en la solitud del bosque, el juego nevoso sobre los objetos exteriores. En escritorio frente a la ventana; enfrente el papel. Podría hermanar el mueble -como a Neruda en Isla Negra- un retrato de Baudelaire... pero pensar que lo que era mar para el poeta chileno viene blanco en De Quincey, que lo que fuera ruido y trueno de roca más piedra es calma absoluta en el manto que penetra los resquicios, los tapa, los silencia. Se podría escribir, cierto, sin la burgués cualidad inglesa de hacerse servir con alguien, en aquel austero encierro, obligatorio, que trae una tormenta de hielo.

Un día, en un lugar de antemano escogido, en los altos de Corani, con vista al villado de Colomi y la percepción del trópico escondido detrás, extendido hacia las vertientes de Totolima y Cocapata, despertaré el rostro en la penumbra de una choza semialdeana, ornada por el aire de agua del embalse y la helada que impresiona cuando es mucha como nieve, quizá también para escribir. Nombraré a mi refugio con palabras extrañas, Gyulai Polé, que no invoca magias pero recuerda a los insurrectos de la revolución rusa, a Majnó que en retrato, ni sable ni gorra solo busto, habitará en las paredes de mi cuarto. Qué eclecticismo: el ejército insurreccional de Ucrania, Thomas De Quincey, Marcel Schwob y Pablo Neruda, en una suerte de isba andina que con los años quedará velada a ajenos ojos por un verdor de pino, por frondas de alisos que crecen lentas pero ansiosas por encima de los pantanos de tierra oscura.

El invierno, tanto el de De Quincey como el que contemplo a la intemperie, a pesar de sus más que sutiles desavenencias en un mundo y otro, me ha dado alas de constructor. Puede ser tan simple como nostalgias uterinas, aquella necesidad de encerrarse en un espacio donde ser únicos, exclusivos en la trascendencia de espacio y tiempo: mientras más frío afuera más sólidos adentro. Y Corani, mi sitio elegido, con su particularidad india de papa y haba sumada a una geografía de tierras altas de Escocia, siento que satisface la misión fundamental del invierno: aislar.

Levantar muros pegados a un montículo con ansias de colina, rodearlo calculando la distancia con los cientos de árboles que se esparcen en derredor. Con el tiempo una escalera que entre al techo y descubra en la parte superior un nuevo ambiente similar a torre, batida por vientos fuertes de la zona pero con una panorámica completa de trescientos sesenta grados. Nadie por donde se mire; las sombras sobre el agua son criaderos de peces; luego montañas y una hondonada que por su vegetación ya percibe los aromas de la jungla. Hay zorros y liebres grandes. Comentan que tomando la senda abajo pervive un interesante hábitat, el de los últimos jucumaris (osos de anteojos) que todavía no han descubierto cazadores ni cabrones, que lo mismo son.

Comencé con las páginas de un autor exquisito, por una de sus tantas impresiones, y terminé dialogando conmigo acerca de un invierno imaginario, futuro, que a falta de nieve tendrá escarcha pero que ha de permitir cotidiana asiduidad para crear. No es Inglaterra mas el vocablo aymara Corani puede albergar un sueño similar.
24/12/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2004

Imagen: Lago de Corani

Nostalgias argentinas/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Si me preguntan de tango, que qué orquesta prefiero, dubito, y por lo general respondo que Canaro, no solo porque Francisco Canaro le dio otra perspectiva al tango, ni por su historia ejemplar de miseria y tesón -igual a muchos otros, entre ellos Filiberto- sino por la versatilidad que supo jugar entre lo clásico y lo moderno, sin desvirtuar la esencia popular del baile y, en especial con él, del cante; por su extensión y su don. Pero hoy me llega de Buenos Aires, desde Caballito, un disco doble con Julio de Caro en el primero, de delicada esencia, y Edgardo Donato el segundo, con mucho ritmo y compás. Allí dudo, ya no dubito, y quizá prefiera a Donato como maestro, aunque bien al fondo los aires de la orquesta de Francisco Lomuto tercian en esta contienda de talento y de valor.

Hablar de tango, de mis padres, de música bien entrada en la noche de Cochabamba, mientras los hijos atisbamos la fiesta de los mayores y madre y padre se enfrascan en el cuchillero bandoneón de Antonio Bisio. Trajeron, ellos, consigo, el tango de Córdoba, de una época que consideran de oro, los cincuenta, aunque para mí el tango como joya termina cerca del año treinta.

Pero no es tango el tema, viene del tango, de las letras de A media luz que con sólo la mención de la calle Corrientes despiertan la nostalgia de tres visitas a Buenos Aires. Afirman que parece París y se equivocan. No es mejor pero no es menos, y es cercana y con mucho mayor querida. París está llena de franceses lo que la reduce, tal vez descompone, y, incluso con el dejo superdotado del porteño, éste suele ser afable y oler bien.

Respecto al olor, hay la anécdota entre nosotros, los hijos de mis padres, de la característica argentina más notable que diferenciaba ese país del nuestro: era el aroma, invasivo, predominante, que venía en las ropas, las valijas, la piel y cabellos de las tías que llegaban de visita. Era un "olor a Argentina", distinto, único, inexpresable e inencontrable en otro lugar. Dirán que la Boca hiede, que el Riachuelo en el verano emana aires de fetidez, pero incluso paseando por Caminito, en un café de Pompeya, en los mandiles de los médicos al sur, más allá de la inundación, perdura el inolvidable "olor a Argentina". Con Julio Dueri, por 1984, fuimos metalúrgicos en la ciudad obrera por excelencia: Córdoba. Acabado el día, hastiados de soldar, cortar barras de aluminio, pulir estructuras que construíamos para la feria internacional, salíamos los dos bolivianos negros y lentos por la calle hacia la pensión en que dormíamos. los compañeros argentinos nos recriminaban: "pibe, estás loco", porque ellos luego de la jornada se duchaban, vestían ropas limpias si no lujosas, se acicalaban y aparecían en la vereda como doctores, mientras nosotros arrastrábamos -si arrastré por este mundo...- nuestra fastuosa piel de hollín.

En el metro de Buenos Aires, soñando si por casualidad veríamos a Borges, nos sentábamos en Miserere, haciendo hora para ir a comer milanesas napolitanas con un litro de vino, y después correr a los dormitorios baratos que en Constitución significaban jóvenes y sudorosas muchachas holandesas de magnífica recepción.
12/11/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2004

Imagen: Córdoba

Tiwanaku en Denver/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Bajo el nombre de Tiwanaku: Ancestors of the Inca, el Museo de Arte de Denver, Colorado, presenta lo que reclaman ser la mayor exhibición dedicada a esta cultura andina. Con más de cien objetos, entre cerámicas, esculturas en piedra, textiles, tallas en hueso y coloridas incrustaciones de moluscos, se trata de abarcar el desarrollo de esta cultura sobre la que aún no se conoce mucho. La superficie excavada del sitio arqueológico alcanza un porcentaje pequeño de lo que todavía se presume existe allí.

La muestra incluye objetos de los diverso períodos de Tiwanaku y de culturas adyacentes cuyos materiales se confunden a veces: Pucara, ciudad del sur peruano que rivalizó en esplendor con Tiwanaku pero que desapareció antes, cuenta con restos de inusual delicadeza, como Wari, otra cultura que junto a Tiwanaku se consideran herederas de Pucara.

Una pintada Puerta del Sol permite el paso entre los dos grandes salones que la albergan. Hay explicaciones en las paredes, videos que tratan de la geografía de la región y los pueblos aymaras y urus que aún viven allí. A la pregunta de cómo pudo florecer tal civilización en lo agreste del altiplano boliviano se responde con la creativa manera en que se cultivaba, mediante la utilización de canales con agua entre terraplenes elevados de manera artificial. Aparentemente el agua absorbía el calor del fuerte sol altiplánico durante el día, que por la noche se insumía en la base de los terraplenes impidiendo a la helada dañar los cultivos. Este método desapareció con la caída de la ciudad. Ahora hay proyectos que intentan reactivarlo.

Tiwanaku fue el centro político, cultural y militar de mayor importancia en la cuenca del Titicaca. Cuando los incas en sus guerras de conquista llegaron allí, admiraron la solidez y belleza de sus ruinas, transfirieron artesanos locales al Cuzco para emular los trabajos y se apoderaron en cierto modo de su herencia declarándose descendientes suyos. Se sugiere que los tiwanacotas hablaban pukina o aymara, La primera lengua se ha extinguido y la segunda pervive. Se encuentran, a pesar de ser muy raro, vestigios también del uruquilla, y queda el quechua que se asocia con los incas aunque se lo hablaba en la parte norte del lago (según Margaret Young-Sánchez en el catálogo de la exhibición) mucho antes de que ellos aparecieran.

La delicadeza de los textiles, que han conservado su colorido y detalle, con claras diferenciaciones de estilo entre Wari y Tiwanaku, causa asombro. Como coleccionista de tejidos andinos puedo afirmar que ninguno de los que se consiguen hoy, a pesar de los hermosos diseños, puede competir con aquellos expuestos. La lana, alpaca según parece, es de extrema finura, casi como algodón. El exuberante detalle de ídolos y seres míticos, deidades y animales que cubren buena parte de la superficie tejida muestra alto grado de sofisticación.

Sucede igual con la cerámica y las antiguas tallas de piedra. Hay esplendentes miniaturas que narran una orfebrería posible sólo en una sociedad rica, multiétnica, cuyo poder le permitía espacio para la expresión artística y la satisfacción de los sentidos.

Siguiendo en la línea de la opulencia de Tiwanaku, se exhibe media docena de mínimas bandejas de madera -con incrustaciones en oro y piedras semipreciosas- que servían para inhalar polvos alucinógenos provenientes de la semilla de la vilca o huilca, planta que crece desde el norte argentino hasta el valle del río Marañón, y que eran fáciles de conseguir para la élite, cuyo acceso a productos externos era amplio y variado, con rutas hacia Cochabamba y Larecaja, al norte de Chile y al sur del Perú.

La emblemática Tiwanaku hacía apología del sacrificio. Ejecutores enmascarados, disfrazados como soles, jaguares, cóndores y zorros muestran las testas decapitadas de los infelices que se elegía con tal fin. Existe belleza en estas expresiones de muerte y hoy sólo nos toca considerarlas en su perspectiva histórica, no desprejuiciada pero tampoco crítica en exceso. Como paralelo dulce al trágico sabor de víctimas y verdugos, keros en oro, arcilla y madera claman por tiempos de sosiego.

Coleccionistas privados aportaron invalorables objetos, así como museos de Inglaterra, Alemania, Suiza y universidades norteamericanas. América Latina con el Museo Contisuyo de Moquegua, Perú, y Chile con el Museo R.P. Gustavo Le Paige, s.j., de San Pedro de Atacama. Bolivia no; sí como lugar de origen de casi todo lo expuesto, pero con nada proveniente de museos nacionales, lo que habla del saqueo intenso que aún sufre el país, pero también de la desidia que se ha hecho característica nuestra.
29/10/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2004

Imagen: Tiwanaku 

Tuesday, November 29, 2011

Elfriede Jelinek, premio Nobel/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hace un par de años llegó a mis manos un filme austro francés, La Pianiste, ganador del Gran Premio del Jurado Cannes 2001. Conocía al director, Michael Haneke, por su admirable película Funny Games (1997) y algunos documentales de extraña visión, desde fotografía comercial hasta la revolución rumana que derrocó a Ceaucescu. Haneke, en La Pianiste o The Piano Teacher, como se presentó en Estados Unidos, realiza un sobrio e inteligente trabajo dentro de un tema delicado y controversial como el de las relaciones humanas, la sexualidad y lo oculto de cada personaje: las mujeres en la obra de Jelinek.

El argumento relata la historia de una profesora de piano en el Conservatorio vienés. Talentosa, se ha visto reducida a un papel lejano al estrellato, aquel de preparar posibles ejecutantes que la opacarán, causa de conflicto interior y amargura. Su madre, con la que vive, es quien más siente ese fracaso y, sin darse cuenta en apariencia del paso de los años, todavía espera al ilustre e influencial desconocido que en cualquier audición, de en medio del público, descubra a su hija que toca y ama a Schubert para darle una oportunidad; algo que no sucederá. Erika (Isabelle Huppert), la protagonista, está a priori condenada a esta aburrida existencia que le permite sobrevivir y pagar en cuotas un intrascendente apartamento donde se acuesta cada noche, al lado de la madre que ha consumido el día entre televisión y sorbitos de licor.

Mamá es un ser mezquino que no deja, como se sugiere siempre fue, que su hija nacida para grandes triunfos se contamine con el mundo exterior. Controla la hora de llegada, llama a sus lugares de trabajo y la recrimina e incluso abofetea cuando arriba tarde. Erika le responde mesándola de los cabellos y golpeándola en enfermiza relación de martirizados seres. La vida sexual de Erika no existe en estas condiciones y ella utiliza una hoja de afeitar, desnuda en la tina de baño, para, a tiempo que observa el espejo, hacer cortes en los genitales como manera de alcanzar placer.

Todo cambia en una audición en casa particular. Conoce a un miembro de la familia que se empeña en seducirla, que para ello se inscribe en sus clases del Conservatorio -aun siendo más exquisito que la maestra en su aproximación a Schubert-. El único contacto de Erika con el sexo y el erotismo está en visitar a escondidas salones de cine porno donde, encerrada en los privados de exhibición, delira oliendo los papeles higiénicos que visitantes anteriores han dejado de sus prácticas onanistas. Eso, o frecuentar los autocines en busca de parejas copulando, cuya vista le produce el inmediato deseo de mear. Vida doble, paralela, la de una seria profesora de piano y la de una mujer desesperada con total desconocimiento del amor carnal, del cual tiene imagen pornográfica, detalle que derivará en drama su primera relación.

Un atisbo a una gran película sobre una prosa exquisita. Los titulares de los diarios anuncian: "Escritora austriaca de sexo, violencia y política gana el Nobel". En una entrevista a Le Monde, en 1996, Jelinek, que escribe sobre la mujer, el sexo en la sociedad moderna, machista, se declara "moralista" y recurre a su interés por Sade, su crítica de la sociedad, donde los fuertes escenarios erótico-violentos del marqués son pretexto para denunciar los males de su época. Como Sade, Jelinek hace alegato político con imágenes provocadoras, lo que le ha valido el odio del clero y la derecha.

Pierre Deshusses, en Le Monde, afirma que Jelinek "maltrata la lengua como la pornografía el cuerpo de la mujer". La academia resalta su elección por "el flujo musical de voces y contravoces en sus novelas y obras de teatro, que con un extraordinario entusiasmo lingüístico revelan el absurdo de los clichés sociales y su subyugante poder". Premio al que no asistirá Elfriede Jelinek alegando enfermedad, pero subrayando que siente más desesperación que alegría por el galardón ya que se siente amenazada en público.

Austria tendrá que leer y enorgullecerse de esta escritora que le causa malestar. Jelinek, de orígenes checo y judío, recrea en su nombre la herencia de aquel multifacético imperio Habsburgo y aviva una gran tradición literaria que incluye a Robert Musil, Georg Trakl, Stephan Zweig, Joseph Roth, Kurt Tucholsky y sus contemporáneos Thomas Bernhard y Peter Handke.

"La pornografía es invención masculina donde las mujeres no son más que las víctimas (...)".
14/10/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2004

Imagen: Elfriede Jelinek

La cuestión siria/MIRANDO DE ABAJO


Que la primavera árabe fue una explosión espontánea de hastío, cierto. Y que a partir de allí hay intereses globales en juego, también. Pero las alegaciones de que occidente, el “imperio”, como tiene a bien llamar Evo Morales a EUA, y sus aliados europeos, están detrás de todo es desmerecer la angustia popular de vivir sin esperanza. En realidad, y por citar un ejemplo, el derrocamiento de Mubarak no convenía a los israelitas; tampoco a otros lo de Libia, ya que Qadhafi hacía mucho que dejara de ser la bestia negra y recibía perdón con miras a aprovechar las inmensas reservas de gas del país. Pero en política y economía alianzas y lealtades suelen ser circunstanciales. Una auténtica rebelión de masas ha destapado la olla de lo que puede significar, para los países capitalistas, deshacerse de incómodas presencias, primero en África, avanzando por el Oriente Medio, con claro enfoque en Irán. Experiencia y práctica que servirán para ejercitar situaciones semejantes en la América Latina en una segunda etapa.

No se puede negar que la democracia tiene mucho de espejismo, que las cuestiones sociales no quedan resueltas porque en el juego de intereses unos siempre quieren más, y lo consiguen, y el resto que se joda. Verdad también a medias. Ya no cambiará en Estados Unidos mi condición de asalariado, y es posible que en un par de años me encuentre desocupado, pero observo el crecimiento de mis hijas, de los niños de los vecinos, incluso inmigrantes ilegales, y que, a pesar de innúmeras dificultades cuentan con posibilidades, enormes, de alcanzar espacios en la vida que excedan con mucho el de sus progenitores. Y no hablo, aunque se podría, de recompensa monetaria, sino de desarrollarse en algún campo de su gusto, casi diría sin límites, de acuerdo a su talento, deseo y esfuerzo. ¿Podrían mis hijas lograrlo en Bolivia? Nunca, ni escuchando las insulsas peroratas de habitar la Suiza de América, el paraíso multinacional y demás recónditos decoros carnavalescos. Nunca. Qué eligen una madre/padre ante dos opciones. No hay dónde equivocarse. Y así de simple es lo que sucede en el mundo árabe, incluso si con pesar sabemos que tanto quedará en el vaho de los sueños, porque esa solvencia para obtenerlo viene de decenas o centenas de pruebas, equivocaciones, desastres… no de la noche a la mañana. Así trabaja la esperanza.

El pueblo sirio sobrevive bajo un sangriento feudo familiar. Los Assad, como los Qadhafi, arrojan inmunda retórica “revolucionaria” para esconder el crimen. No más. Cuatro mil muertos, no pagados por imperialismo alguno, claman por la cabeza del detestado y su entorno. Pero Siria no es Libia. Allí se apuesta a la geopolítica en serio, y la caída del tirano tendrá importantes connotaciones locales e internacionales. Siria, y Hezbollah en el Líbano, hacen de punta de lanza para el sietemesino que aterroriza Persia. Al derrocar a Assad se habrá asestado un duro golpe a las ambiciones también imperiales de Teherán, y se habrá adelantado un escalón para terminar definitivamente con el oprobio de los ayatolas. La Liga Árabe lo sabe, y teme intervención de occidente, pero es incapaz de controlar la masacre que ordena Damasco. Francia otra vez, y allí recomienza la historia, está pidiendo restricciones en el espacio aéreo, a despecho de Rusia y China acostumbrados al genocidio de su propia población, sin importarles el de la multitud siria.

Ajenos a lo que pasa a orillas orientales del Mediterráneo, los amos de América Latina continúan con la ceguera de perpetuarse. El bufón de Caracas, pivotal en el armazón del discurso eternizante ya huele a flores negras, felizmente. Mucho se agita por debajo, una nueva y letal estrategia contra el narco, aliado de las gobernaturas ansiosas de perennidad. Brasil traslada tropas. Nadie dice los nombres, pero se saben, y la espada de Damocles cuelga apenas de un hilillo que se va a romper. Siria es un test mayor que Libia. Los tiranos ya no sirven a los grandes capitales; se han convertido en obstáculos.
28/11/11

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 29/11/11

Imagen: Manifestantes sirios, 2011

Aires de zamba/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se preocupa Atahualpa Yupanqui que en un futuro los niños argentinos no conozcan más la Zamba de Vargas. Parece cuestión trivial. ¿Qué importancia puede tener que los jóvenes no sepan una canción? Aparte de ser la música esencia del patrimonio cultural, esta zamba tiene un vital trasfondo histórico. Trata de la formación misma de la nacionalidad argentina en los duros períodos de la prolongada guerra civil, antes y después de Rosas.

En 1867 el caudillo Felipe Varela, de quien se rumora que en el exilio en Bolivia entretenía al tirano Melgarejo con esplendorosos churrascos, asolaba el norte con lanzas riojanas. Al mando de las fuerzas de Santiago del Estero, tierra de los Espeche, antepasados de mi madre, lo esperaba otro caudillo, Antonio Taboada, con menores fuerzas que su oponente. Este Taboada había servido con Lavalle en la campaña de Entre Ríos y cayó prisionero de los federales en Quebracho Herrado. Luego fugó a Chile y de retorno en su región mantuvo un perfil bajo hasta el fin del Restaurador. Más tarde tuvo algunos éxitos militares y en 1856 guió a la expedición norteamericana de Thomas J. Page a través del Chaco y en la exploración del río Salado.

Taboada aguardó a Varela en Pozo de Vargas, en la actual La Rioja. La zamba dice "forman los riojanos en Pozo de Vargas, los manda Varela, firme en batalla. Contra los santiagueños con gran denuedo van a pelear...". La letra es por supuesto posterior al hecho. La famosa zamba carecía entonces de palabras y no se nombraba "de Vargas". Taboada vio su ejército perdido y apeló al postrer y amado recurso de la tradición: pidió a los músicos la ancestral zamba. En medio de la muerte se alzaron las notas de ayes antiguos. La música logró el conjuro de trastrocar el destino y Santiago eludió la derrota. Pensar la escena, los interpretantes sudorosos, piafar caballuno, ruido de metales que chocan y destellan, forma parte de un posible imaginario criollo borgiano (a él que tanto le gustaban estos entreveros de macho), o de las mejores páginas de Manuel Gálvez, tan inmerso en aquel sanguinario siglo argentino.

Tiene razón en preocuparse Yupanqui, ahora que envejece Falú, que mueren él y Cafrune, que los ajados Fronterizos terminan tocando en bares de Washington D.C., sin la amplitud de masas que los idolatró, en que la esposa del compositor de La Nochera ahonda sus días en una villa de Virginia, lejos del vino y el quebracho, donde las guitarras no son nocheras sino objetos de canto, alcanzando apenas nostálgicas conversaciones con la hija del poeta Jorge Suárez.

Los eruditos aseveran que del Perú, por Bolivia, entró al norte argentino la zamacueca, la zambacueca, la zamba-africana, bantú, negra zamba según algunos... zambra marroquí para Lugones-. Hubo un tren que de Bolivia partía al sur, por Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago, cortando el ritmo de la zamba con su traqueteo. En el tren iba mi padre que aún se estremece con Paisaje de Catamarca. De vuelta vino mi madre y con ella las zambas que nos cantaba para dormir.
27/1/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2004

Imagen: Vista de Catamarca 

La revolución deformada/ECLÉCTICA


Elegí un filme entre los muchos que había por interesarme el tema sobremanera. ¡Viva Villa!, dirigida por Jack Conway en 1934, producción de David O. Selznick. Hacía largo tiempo que de la biblioteca de papá tomara un libro de título homónimo escrito por el periodista-historiador norteamericano Edgcumb Pinchon, que me abrió paso a la Revolución Mexicana, como excelente prólogo para el México insurgente de John Reed y las obras de Martín Luis Guzmán y Mariano Azuela. Las páginas de Pinchon daban una cabal y creo equilibrada visión del conflicto. Los años han pasado y hoy, a falta de relecturas, quizá no perciba su valor real, cualquiera que sea. La película, cuya cubierta muestra a Pancho Villa ante un vaso de cerveza, él que nunca bebía, dice tomar como referencia el citado libro. No necesitaba más para llevarlo a casa y ponerlo en el video cuando el día calma su agitación.

¡Viva Villa! está plagada de deformaciones: el lugarteniente de Villa, Rodolfo Fierro, apellida Sierra mientras llaman Pascal al fatídico Pascual Orozco. Quizá se deba a intento de evitar juicios civiles porque el filme no puede eludir ni los históricos ni los artísticos. El crítico a cargo de la guía Penguin de cine reconoce estas deficiencias pero alega que la cinta posee cantidades de humor. Humor a la norteamericana será porque, y sin ánimo de falsa seriedad, no hay chiste en presentar hechos sociales tan importantes bajo una perspectiva ignorante. El Villa de Conway antecede perfectamente a Cantinflas. Si bien de origen humilde y sin maneras "decentes", Villa era un hombre dotado de extrema inteligencia, la misma que le permitió jugar al gato y al ratón con el general Pershing, gloria de las armas estadounidenses. Esta parodia de Hollywood sirve para llenar expectativas de un público acostumbrado a no mirar más lejos que sus narices, y a comer pop corn mientras lo hace. Para tristeza suya, Pancho Villa no forma parte del folklore como les gustaría sino de la historia.

Sucede lo mismo con ¡Viva Zapata! (1952) de Elia Kazan. La lucha agraria del sur de México se ve reducida a 113 minutos de una oscura historia de amor, la del pobre que se eleva por encima de su clase gracias a méritos militares -en este caso- y se enamora de la niña rica a la que nunca hubiese alcanzado. La Bella y la Bestia del otro lado de la frontera. Cuesta creer que el guión de este Zapata lleve la firma de John Steinbeck, autor cuyos personajes son de dramática intensidad, pero que no supo, hablando de un caudillo extranjero, darle justa perspectiva. Hay un intento de moraleja respecto del poder, muy gringo porque este es el pueblo que mejores consejos "morales" suele dar. Me pregunto por qué tanto Eisenstein como Bondarchuk alcanzaron fidelidad en sus imágenes de México, en cine, y Lowry y D. H. Lawrence en literatura. Tal vez se deba a cariño por la sufrida tierra, amor por su pasado, comprender desesperanza y dolor. Puntos que difieren en mucho de las vanas apetencias de un público ávido de circo pero no de verdad.
4/5/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2004

Imagen: Afiche del ¡Viva Villa! de 1934

Escribir cuentos/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un autor cochabambino me envía un texto de Roberto Bolaño sobre el arte de escribir cuentos. Hasta hoy no leí al escritor chileno. Una conversación epistolar, quizá imaginaria, con Roberto Piglia viene a ser toda mi aproximación. En ella Piglia se extiende erudito acerca de Borges, la política, la historia, el gauchaje y el tango, en medio de cinematografía y otros detalles.


Bolaño sugiere leer a Horacio Quiroga. Recuerdo que hablando del mismo tema, Quiroga no aconsejaba nombres sino una férrea disciplina creativa. No daba espacio para lo que interesadamente se denomina inspiración, hecho que lo acerca a opiniones de Oscar Wilde, a su vez notable cuentista.


La lista de Bolaño es irrefutable: no se puede negar a Chejov, al mismo Quiroga, a Borges o Alfonso Reyes. Apruebo su especial selección de Marcel Schwob, pilar de mi experiencia literaria, y al Licántropo, Pétrus Borel, poeta y cuentista extraordinario cuya estrafalaria presencia Bolaño indica seguir, así como su arte. Acusa a quienes se precian de haberlo leído sin conocerlo, a él o a su reducido círculo de creadores, le Petit Cénacle, donde elucubraban sueños turbios e imperios deshechos Nerval, Borel y Gautier. Puedo decir, en descargo mío, que fui fervoroso lector del hombre-lobo, hombre perro que murió de hambre en las arenas del norte africano, apenas recordado por su amigo Téophile Gautier. Lo leí en la ajetreada Buenos Aires de veinte años atrás, cuando buscábamos un bote, un barco ebrio que nos arrastrara por el mundo de la aventura y del amor, lejos de casa. Champavert-Cuentos inmorales, de Pétrus Borel, que hizo pasaje en mi mochila y sacón, terminó en manos de otro poeta extranjero, Juan Araos, en noche de charla donde se hablaba de Kafka y Max Brod, en peculiar y andina villa apodada Cochabamba, o tierra de lodo negro donde se hunden los edificios altos... casi una metáfora.


Acepto su desdén por Cela y tal vez hasta por Umbral, pero no su falta de no mencionar a Babel. Cierto que no se puede incluir al universo y que sólo se dan pautas a seguir, pero considero al judío odesita imprescindible, e imprescindible a Schulz, a Katherine Mansfield, Arlt y a Pilniak. Varios cuentos de García Márquez son olvidables, como recordables algunos de Pierre Mac Orlan. Vaivenes del más difícil gremio, el de escritor.


Cómo escribir un cuento es casi enseñar a vivir. Sin embargo no saber escribir cuentos no implica desconocer la vida. Siempre queda el irrenunciable derecho a escribir mal, ya sea con el doble sentido con que lo decía Isaak Babel o en el simple y llano significado literal. Hay gustos diversos y Cortázar puede caer bien a unos, pesado a otros. Si ante mí tuviese hoy, diciembre, crepuscular crepúsculo, dos libros y uno a elegir, preferiría a Dylan Thomas que a Bolaño. ¿Mañana? Mañana es Navidad...

23/12/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2003

Imagen: Portada de Champavert, contes immoraux, de Pétrus Borel, ilustrados por Jean Marembert (Ed. Montbrun, 1947)

Monday, November 28, 2011

Caetano Veloso/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Le dice Veloso a Almodóvar: "Brasil es una dura competencia para Almodóvar, por su amoralidad". Quizá porque lo chocante en Pedro Almodóvar, para una sociedad europea viciosa y desprejuiciada, aunque también contenida, es en Brasil pan diario. La abierta sexualidad del gigante sudamericano no podría parir a un Almodóvar porque su mensaje no tendría nada de extraordinario. Sin embargo allí se reverencia al director español. Tal vez siendo extranjero y mostrando un universo ajeno que pugna por liberarse, resulte divertido para una población que ya tiene lo que los tibios europeos quieren encontrar: pasión. La furia española no pasa de una tenue calentura ante la emblemática comezón del trópico.

Cabe anotar, para indicar el gusto brasilero por las búsquedas liberadoras, que en Brasil igualmente se idolatra, así sea en círculos intelectuales, la anarquizante visión del mundo del realizador yugoslavo Dusan Makavejev. Almodóvar sugiere que esta amplitud carnal viene de Africa. Puede que tenga razón porque en el puritanismo hipócrita de los Estados Unidos son los negros los únicos que no ocultan el sexo, asunto que les ha valido -entre otros- el apelativo de animales. Para el blanco anglosajón y protestante el negro no hace el amor, cruza.

Caetano Veloso, a quien algunos califican como un "estado del Brasil", a modo de realzar su importancia en el desarrollo de la cultura contemporánea allí, ha bebido de las fuentes de ambos mundos. Nacido en el nordeste (Santo Amaro da Purificação, 1942), como Dorival Caymmi; se abrió paso hacia el país cosmopolita, el de Rio de Janeiro, sin perder sus lazos originales con esa Bahía semiafricana de dioses estrafalarios, santones, café y salteadores. Inició junto a Gilberto Gil el movimiento Tropicalia que significa tanto una representación local del movimiento hippie como una nueva filosofía que fundamentará la nueva música popular brasilera. Tropicalia le valió el exilio. Desde Londres, Caetano enviaba sus composiciones para Elis Regina, Gal Costa o Roberto Carlos. La convulsionada, en términos musicales, Inglaterra de fines de la década del sesenta tuvo influencia en este joven cantautor que hizo discos, no muy acertados según alguna crítica, con canciones de los Beatles en inglés. Innovador, fusionó a lo largo de esos años lo sicodélico con lo africano, lo eléctrico con lo acústico, Europa y Norteamérica con Brasil. Y si no todas las búsquedas llevan impronta "clásica" en su obra, ello pierde importancia ante la riqueza experimental, lo que lo hace único, diferente a admirables artistas como Ney Matogrosso o el mismo Gil.

Incursionó en la música latinoamericana en español, con rango extendido que lo lleva de Lecuona a Fito Páez sin merma en la calidad. Otro brasileño, Nelson Ned, lo antecedió en este campo, pero la interpretación personalísima de Caetano lo sitúa a otro nivel: no sólo recrea sino reinventa algunas de las más notables canciones de la América hispana.

Hace poco, en Carnegie Hall, y presentando su nuevo disco de canciones americanas en inglés -de Bob Dylan a Harry Belafonte- Caetano afirmaba que la canción es "un libre y gentil territorio donde puedes soltar tus sueños y entonces vivir".
27/04/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2004

Imagen: Caetano Veloso

Pandillas de Nueva York/ECLÉCTICA


Martin Scorsese encuentra siempre un tema nuevo en el cine que lo hace trascendente. Sus personajes abarcan desde el paranoico taxista de Taxi Driver hasta los mafiosos italoneoyorquinos y sus ambivalencias, o un furibundo Jake LaMotta -boxeador- en su gloriosa Raging Bull.

Con una lente muy particular, la del inmigrante firmemente aposentado en la tierra de adopción, Scorsese intenta crear una base que sustente la presencia, tal vez la suya propia, de una "american culture" y le dé al menos validez, si no razón a su existir. Para hallarla recorre los en apariencia inencontrables caminos del blues y del rock, la subcultura de la mafia, y ahora con Gangs of New York, la fuerte herencia irlandesa y sus avatares en una naciente y pujante nación. Deja de ser italoamericano para convertirse en emblema de un país de imposibles mixturas y de contradicciones permanentes. América -Norteamérica- es en él quizá como en ningún otro director, la suma de las naciones y las razas, un todo más un sinfín de partes que entrelazadas por la fuerza de la historia conforman un conglomerado heterogéneo pero vital y superviviente.

Pandillas de Nueva York relata el enfrentamiento de grupúsculos urbanos, como hoy, por feudos de basura sobre los que se puede levantar imperios, así mínimos sean. Como en cada ola inmigratoria, además de la simple brega por el poder, hay implicancias raciales, religiosas, de costumbres, que extienden el conflicto al nivel de cómo ha de conformarse, sobre qué fundamentos y esquemas, la nueva sociedad. La idea de quien vence impone.

El argumento nos sitúa en Nueva York entre 1840 y los años de la guerra civil. Scorsese tiene éxito en abordar un tema intocado. La magnitud de los acontecimientos políticos de entonces oscurece la trivial, aunque no menos interesante, vida íntima de regiones y ciudades. Hay leva; el ejército enrola a los inmigrantes apenas bajan del barco. La Unión necesita hombres para sostener y ganar su lucha con el sur. El aporte inmigratorio del norte parece inclinar la balanza bélica a su favor. Al lado de los hechos históricos, casi ajeno a ellos, coexiste un universo de pasiones donde los antagonistas desean lucrar de caos y miseria. La rimbombante máscara del conflicto antiesclavista no tiene peso ni lugar en este espacio donde priman las venganzas y las ambiciones. El caudillo local importa más que el presidente. Pelear por la emancipación de los negros no guarda significancia para esta prehistórica aristocracia norteamericana que se mece entre el lujo y la mugre, la opulencia y la ignorancia.

A pesar del derroche de excelentes escenarios y dramatismo suficiente para una gran película, Gangs of New York no alcanza. La innecesaria -pero ineludible- aparición del amor en un mundo perverso le quita intensidad. Scorsese mitifica -aun con críticas- a sus controvertidos personajes. Parece olvidar que estos mismos, irlandeses y otros, invadirán los territorios indios del oeste e impondrán a fuerza un sistema de vida inescrupuloso, de vicio, avaricia, humillación...
20/1/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2004

Imagen: Leonardo di Caprio, en afiche publicitario

Buenos hombres, buenas mujeres/ECLÉCTICA


Bajo este título el director taiwanés Huo Hsiao-hsien realiza una obra maestra de cinematografía. Rodada en 1995 en co-producción taiwano-japonesa, trata de la historia de un grupo de hombres y mujeres, intelectuales de la isla, que en 1940 desembarcan en el continente para juntarse a la resistencia y combatir al invasor japonés.

Formosa -o Taiwan- se encuentra en ese momento ocupada por la administración imperial, y el hecho que estas personas desembarquen subrepticiamente y pidan a los guerrilleros comunistas unirse a ellos despierta sospechas y se los condena a morir. No sucede así; al final se acepta su inclusión en las filas rebeldes. Sólo una pareja, de las cinco iniciales, sobrevive los largos años de guerra. Terminada, deciden retornar. Para entonces el Kuomintang, partido nacionalista de Chian Kai-shek, derrotado, se ha replegado en Taiwan de donde ya no saldrá.

Corre 1949 y parecen definirse los destinos de China. Los intelectuales taiwaneses que pelearon al lado de sus camaradas en la tierra madre crean células y publicaciones que hablan de socialismo y reforma agraria en la isla, centro ahora de un gobierno corrupto y criminal que, exceptuando un breve intervalo de lucha conjunta, desata brutal campaña en contra de sus enemigos comunistas. Chou En-lai cuenta en sus memorias los inverosímiles extremos de crueldad, en ambos lados, a los que llegó este conflicto. El mismo Chou era temido por sus rivales que sabían que caer en sus manos significaba el horrible destino de ser enterrados vivos. Tal práctica era de uso extendido, en Manchuria, en Shanghai, donde fuera.

El cineasta crea un interesante juego de espacio y tiempo, imágenes a color y en blanco y negro, donde una actriz moderna revive la epopeya de este conjunto de combatientes y la inmiscuye, o se inmiscuye ella, en su propia existencia creando un difuso margen entre presente y pasado. Las tomas sin color son las más logradas, en particular aquellas de distancia que dan aura melancólica y rural a una China que presagiaba desgracia.

La obra destaca el Taiwan de los años cincuenta, donde se desató una caza de brujas de militantes comunistas que acababan en ejecuciones sumarias. No podía un partido representante de la clase pudiente, poseedora de la tiera, permitir la influencia revolucionaria. Esta fobia tuvo su punto decisivo con el comienzo de la guerra de Corea. Estados Unidos consideró vital para sus intereses políticos preservar Taiwan y su flota marítima se trasladó al estrecho del mismo nombre para evitar sorpresas. El desastre norteamericano en Corea acentuó la ayuda al gobierno de Chian Kai-shek. En la península coreana un ejército tercermundista hacía correr al vencedor de la última gran guerra, mientras en Taiwan el "terror blanco" exterminaba a los opositores.

Desconocido e interesante trozo de historia dentro de una magnífica obra de arte.
11/11/03

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2003

Imagen: Huo Hsiao-hsien

Madre Rusia/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La Biblioteca Pública de Nueva York inaugura una exhibición acerca de Rusia y su relación con el mundo entre 1453 y 1825. 1453 señala en la historia una variante decisiva: la conquista de Constantinopla por los turcos. Turquía había siempre sido motivo de guerra y disputa, pero en ese año avanzaba un extremo de su poder hacia Europa; sobre Rusia recaería el papel que alguna vez fuera de Bizancio. La otra fecha, ya muerto Alejandro I, marca la rebelión decembrista (por diciembre) de oficiales zaristas que buscaban una monarquía constitucional y la abolición de la servidumbre. Se los ejecutó. Quiero recordar, sin precisión, en alguna penumbrosa imagen moscovita, a los todavía adolescentes Herzen y Ogarev juramentándose por la liberación de la patria debajo de los oscilantes ahorcados.

Rusia ha sido, lo es, un país complicado, una amalgama de culturas y naciones subyugadas por un poder central. Se adhirió a la iglesia ortodoxa porque veía en ella ventajas inmediatas. Dicen que incluso se consideró tomar el Islam como religión oficial, pero que el gran príncipe Vladimir rehusó porque los mahometanos no bebían alcohol y no se podía prohibir a nadie, menos al pueblo ruso, el placer de las bebidas fuertes.

Iván el Terrible sugirió matrimoniarse con Isabel de Inglaterra, la reina virgen. Nada hubiese sido más extraño que la unión entre el tempestuoso Iván, filicida y demonial, con el esperpento blanco de la isla cuyo único favor era inteligencia plagada de mal.

Eisenstein, judío, pero el director ruso por excelencia, plasmó inolvidables imágenes de Rusia. El acorazado Potiomkin, Octubre, retratan los días revolucionarios, pero recurrió, en momentos en que la madre, madrecita, se veía amenazada, a la historia anciana para afirmar la persistencia nacional. De allí las películas Aleksandr Nevski e Iván el Terrible. Comenta el periodista Richard Lourie, que cubre la exhibición, que Eisenstein filmó las escenas de Aleksandr Nevski, de la batalla en el hielo, basado en el texto de Milton sobre el paraíso perdido. Caballeros teutones hundiéndose con pesadas armaduras en el lago congelado. Hielo como antítesis del fuego que utilizaban los germánicos para sacrificar a sus víctimas.

Los rusos vencieron a Napoleón. El viejo mariscal Kutuzov se encaramó sobre los hombros del pequeño corso. Pronto los cosacos del Don asolarían París. Admirados ante los monumentos de la capital levantaron, al regresar, sus propios Arc de Triomphe y Place de l'Etoile en Novocherkassk. Jinetes calmucos, chechenes y uzbekos desfilaron por los bulevares de Francia.

Aleksandr Herzen, el poeta Nikolai Ogarev y el tumultuoso Mijail Bakunin, se instalaron en Londres para desde el vientre de Europa civilizada bramar la angustia rusa.

Los tártaros abandonaron la tierra de Rusia después de trescientos años; de legado dejaron, entre tantas cosas, a Chejov.
7/10/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2003

Imagen: Símbolo de Tierra y Libertad (Zemlya i Volya)

Sunday, November 27, 2011

La memoria de los libros/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La edición del 19 de septiembre, 2003, viernes, del New York Times, trae un interesante artículo acerca de los libros antiguos; la idea es hablar sobre el valor de ellos en general y la lectura. El autor, Jonathan Rosen, describe, con motivo de una celebración nuyorquina del libro, sus visitas de infancia a las colecciones de Judaica anciana. Hombre adulto ya, con familia, percibe la necesidad de ir a las bibliotecas con sus hijos y emprender la casi sacramental acción de leer.

Los incunables hebreos de la España medieval, a tiempo de marcar su mente traducen la historia de su nación. A medida que madura se da cuenta y recuerda lo visto/aprendido en la niñez. En el caso del pueblo judío esta memoria literario-religiosa se hace esencial, dada la permanente diáspora. Los manuscritos españoles tienen especial significancia; por un lado muestran el principio del exilio y la desvinculación de las fuentes, y por otro la resistencia, pasiva y oculta, de los que se quedaron para continuar su fe.

Parafraseando a Rosen, muchos de los textos a que se refiere parecen haber salido de la muerte, venidos, resurgidos desde ella. Habla de los fragmentos conservados en la Geniza del Cairo, que habrían permanecido en el ático de la sinagoga Ben Ezra de Egipto por 800 años, hasta que los descubrieran en el siglo XIX. Geniza es algo como una cámara mortuoria encima de la superficie para libros antiguos que no se pueden desechar porque llevan escrito el nombre de Dios, aunque esta Geniza del Cairo contuviera también documentos no sacros, como una carta autógrafa de Maimónides tratando de recolectar dinero para pagar el rescate de cautivos tomados por Amalric I, rey de Jerusalén.

Rosen, ya más personal, describe una Biblia en cinco volúmenes, el Pentateuco, tomada por su padre a América a tiempo de escapar del hitlerismo, el Anschluss que abarcó Austria en 1938. La fecha de impresión: el "negro año 1935".

La lectura se hace aún más interesante al describir que entre escritos hebreos se encontraron notas de cantos gregorianos cristianos. ¿De dónde semejante combinación? De un ignoto monje convertido al judaismo en 1102, que cargó con sus notas de un mundo al otro. Libros de salmos multilingües, en hebreo, arameo, griego, árabe y latín. La copia de una biografía, la primera, del Gran Almirante Colón, rechazada por su hijo que obligó a destruirla.

Los libros portan la memoria de las naciones. Una quemazón como la de la biblioteca de Alejandría retrocede a la humanidad. En Bolivia los libros coloniales han sufrido el fuego o el exilio. En un basural de Sarco, Cochabamba, entre plumas de gallinas parrilleras, ramas, excrementos caninos y homínidos, plásticos y restos de carbón, yacían ediciones españolas, en cuero, de 1783 hasta el fin de aquel siglo. Cuesta poco imaginar -en un vergel como sería Sarco en tiempos coloniales- una villa hundida en la vegetación y el torrente acuífero de entonces, a algún peninsular o criollo algo letrado que se interesaba por relatos de la monarquía ibérica. Memoria que se desdeña es historia perdida.
23/09/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), septiembre, 2003

Imagen: Biblioteca de Alejandría en un manuscrito medieval

La ciudad y los perros/ECLÉCTICA


Hoy que la anciana Sumeria yace en ruinas, y que Tariq Aziz, ministro iraquí y el último de los caldeos, ha desaparecido de las pantallas y quizá del mundo, opto por el descanso. Agarro una novela de Elena Poniatowska, que me pareció inútil al principio pero que se vuelto interesante, recojo a Emily de la escuela y le alcanzo su libro de magias. Nos detenemos al borde de un lago semiseco -por el invierno- en Washington Park.

Una vuelta de ejercicio alrededor del lecho barroso y un paseo entre el arbustaje (ya que existe la palabra boscaje) para luego sentarnos, dándonos la espalda, y cada uno a por su mundo. No es tan simple, sin embargo. No estamos en un parque de Viena; allí el tiempo parece estático, ni en el Luxemburgo de París, en el cual, ocultándose de los franceses y sus forzados alardes amatorios, se puede permanecer a solas. Estos son los Estados Unidos, país diferente, de hábitos bestiales, donde, como apunta Simon Schama hablando de la floreciente época de Andrew Jackson y que se puede aplicar hoy, las buenas costumbres y la consideración hacia los otros pasan a segundo plano cuando lo que importa es la satisfacción elemental de los deseos personales.

Ahí, en el parque, sentados mi hija y yo, leyendo y atisbando el universo de los norteamericanos y sus perros. Por encima de las líneas de la escritora mejicana observo como el perro es el nexo que conecta a los (in)humanos gringos, que caso contrario no se dirigirían la palabra. En primer lugar, y hay que aclarar el error de concepto que tenemos los foráneos, en Estados Unidos no hay perros, hay babies, hijos del amor -de otros perros obviamente- y adoptados por la espeluznante soledad de la gente. Que un perro se acerque a otro, a contactarse por el olor de sus escondidos humores, hace que los dueños conversen ¿Acerca de qué? De sus "bebés" por supuesto, de cuándo se bañaron y de si ya están entrenados para ir al excusado por sí solos, de cuánto cuesta el rizado de sus pelos y el afeitado de sus rabos, de si sus palabras -aún ladridos y gruñidos para mis oídos profanos- son cada vez más precisas y etcétera. Esto mientras los niños reales pasean abandonados con pañales chorreados, sin bañarse, sin ropa lavada, con los cabellos erizados de mugre.

En buen inglés, a diferencia del español, cualquier animal es "it". Ya no: han llegado a ser "he" o "she", adquirido personalidad y prerrogativas que nunca han exigido y que posiblemente les importan un comino. Se ha hecho común que el matrimonio o el divorcio de la gente se decida por cómo se relacionan entre sí las mascotas de cada uno de los miembros de la pareja. Si tu perro le ladró a mi perro, o no le dio lengüetazos de amor en la mañana, tú y yo no podemos convivir. Cuando te vayas, de recuerdo me quedará el olor de tu baby -quiero llorar- por los muebles, hasta en los vasos y platos, y a ti te olvidaré.
15/4/03

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2003

imagen: Keith Haring/Barking Dogs, 1989

El membrillo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La fruta olvidada la llama una columna inglesa de cocina. Afirma ser la única que debe ser cocida para comerse, y desdeña informes desde Egipto que allí se la devora cruda. Texto breve, interesante, incompleto en el sentido que el reportero-chef no indagó más acerca de esta antigüedad natural, de la que comenta, sin embargo, gracias a una famosa receta británica de membrillo asado a la Newton, haber posiblemente sido testigo activo de la “manzana” del físico que, sospecha, fue membrillo… quince en inglés.

Junto al higo, el damasco y la granada, el membrillo habla del origen de la humanidad, y de los fértiles valles rodeados por desiertos que aún quedan en las gargantas de Tajikistán y Armenia, con árboles florecidos y olorosos frutos. La enciclopedia señala su nacimiento en el Cáucaso, y retornamos a la imagen de inmensas soledades montañosas, donde las aldeas que se juntan alrededor de arroyos cultivan huertos de la misma forma que cuando Adán eligió el pecado y no la adusta y aburrida salvación.

Membrillos fueron las doradas manzanas del Jardín de las Hespérides, y en Plutarco se dice que las novias momentos antes de subir al tálamo le daban un mordisco para impregnarse de su aroma y causar una buena primera impresión. Entonces no había colgate de menta ni avezados industriales aymaras inventaban pasta de dientes de coca como antesala del paraíso.

Acerca del Paraíso, rincón donde trashumaba Dios furioso con el cilicio en su voz, leo que la discusión acerca del fruto prohibido, confrontados higo y manzana, tiene otro que tercia: el inefable membrillo, que se supone de cultivo más anciano (lo conocían los acadios) y que por ende tendría que ser el elegido. Pero es de sabor ácido, y ello tal vez muestra otra gran metáfora bíblica de que el conocimiento quema. Quién sabe.

Yo que consumí la infancia jugando a troyano y argivo en la intemperie polvosa de Cochabamba, que recién de viejo me di cuenta que por esos lares no corría el veloz Eneas ni Esténtor atronaba el cielo con gritos; que Protesilao no murió allí porque conociendo a mi gente ya lo habrían desplumado antes de desembarcar y hubiese retornado a Tesalia en calzoncillos, si los usaban los griegos, veo ahora que en este fruto sencillo, irregular, velludo cuando no está maduro, puedo conjugar ambos mundos. Porque si Aristófanes habló del membrillo, yo con amigos lo robaba de los jardines vecinos, acechando el momento en que los perros guardianes dormían. Los recogíamos en bolsa, acarreando a la vez racimos de vid en temporada. Y los comíamos crudos, igual a los egipcios, aunque un tratado de agricultura narra que eso es solo posible con una de sus especies. Las otras deben cocinarse, hasta alcanzar el color “de Petra y de Jaipur”, como escribe Rowley Leigh, el autor del texto que inicia la digresión.

Paris, el bello Alejandro Priámida entregó un membrillo a Afrodita como la reina entre las diosas. Allí, en tontas envidias de mujer, se tejió el destino de Ilión y del mundo antiguo. Otra hubiese sido la historia si la señora vanidad no se cruzaba por su paso. Jamás lo hubiera pensado, cuando de niño, apoyado en los tibios muros que calienta el sol cochabambino, masticaba el algo incómodo –hay que decirlo- fruto y su dura cáscara. Actividad que se fue reduciendo con los años porque los membrillos fueron atacados por enfermedades, y algún tipo de mosca desovaba allí. Bastaron un par de gusanos para que por cuarenta años no los probase de nuevo. Pero, en realidad, nunca más los vi, como si se hubiesen extinguido, igual que la granada en los patios señoriales de mi ciudad compleja.

Cuando llegué a los Estados Unidos se vendía en muy pequeñas cantidades. Hará una década que desapareció, y ni siquiera en los recintos de comida natural ya existen. Aparentemente su cultivo terminó aquí en el norte por su propensión a incubar moscas y pestes semejantes. Dada su mínima comercialización, igual que en Inglaterra, lo esfumaron bien sencillo. Era una feliz odisea encontrar algún paquete de carne de membrillo, product of Argentina, en las tiendas latinas. Eso entonces, porque al presente, con la explosión demográfica del español y sus culturas, sobra, y ya casi no viene del sur de América sino de México, que en volumen no es notable productor.

Mi madre horneaba, y mis hermanas todavía lo hacen, deliciosas pasta frolas, tartas de dulce de membrillo con una suave masa, que sugieren viene de la crostata italiana. Lo cierto es que se colaron a Bolivia en las maletas de Alicia Coqueugniot Espeche, cuando se despedía de los suyos en los años cincuenta para iniciar la epopeya de trasladarse a Bolivia. De ahí venimos nosotros, de la conjunción de la lluvia de Córdoba y lo impertérrito del Ande, del membrillo y el amaranto.

Con Julio tuvimos nuestra temporada en el infierno, averno gustoso de tallarines caseros, vino y cerveza Salta. Fuimos metalúrgicos eventuales, temporales, circunstanciales en una fábrica de aluminio de mi primo Ricardo. Recibíamos cien dólares mensuales por el trabajo, monto que para Bolivia significaba una fortuna. Cuando no había parrillada, los obreros cordobeses tenían por almuerzo carne de membrillo, tinto y parmesano. Comida de pobre ¡vaya! si recuerdo la fortuna que un gramo de parmesano costaba en Cochabamba. Lo que la aristocracia valluna consideraba signo de distinción, lo almorzábamos entre obreros, pelando con cuchillo el negro caparazón y lamiendo en los dedos el fuerte jugo del queso joven. Desayuno a las cinco, noche aún; humeante café con leche, medialunas y pasteles rellenos de mermelada. Antes del sonar de las máquinas, el pulimentar el aluminio, las sierras que cortan metal y tiran al aire galaxias de candentes estrellas…

Imagino, a la manera siria, kibbehs de carne, granada y membrillo. Como retornar al principio, a la artesanal mesa de los antepasados, en el reducido mundo de entonces que terminaba en el Indo y comenzaba en el Bósforo.
22/11/11

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 27/11/2011
Publicado en Semanario Uno 437 (Santa Cruz de la Sierra), 25/11/2011

Imagen: Naturaleza muerta/membrillos 

Quinientos años de vodka/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La revista New Yorker trae una traducción inglesa de un muy buen artículo sobre el vodka de Viktor Erofeyev, en Rusia.

Este año se festejarán los quinientos años del alcohol ruso; se inaugurará además un museo sobre el tema. Erofeyev deambula por los pros y los contras de la persistencia del vodka en las sociedades rusa y soviética. Ejemplifica, se adentra en la literatura, la dimensión que separa a Rusia de occidente, la violencia, la historia. Termina citando a Gorky en sus memorias de niñez en el Volga. Gorky afirma que el pueblo bebe de alegría y se embriaga de pena; esa es la versatilidad del alma rusa. Quizá el repentino paso de la más profunda melancolía a la risa, al baile, sean los efectos del vodka y es el alcohol el que moldea las características del pueblo. Hay vodka en Gogol, en sus inspectores y sus burócratas de aldea, en sus compradores de muertos; en Leskov y los maridos irritables; en los poéticos bandidos de Andreiev y en sus ahorcados. Dostoievski no es ajeno; ni los señoritos de Lev Tolstoi; ni aun los feroces anarquistas ucranios de Alejo Tolstoi; menos el trágico Esenin. Vodka escurren las páginas de la literatura rusa, desde los estalinistas Sholojov y Fadeiev hasta el contemporáneo Andrei Platonov.

El puritanismo comunista del calvo Lenin, y las penas de muerte por embriaguez, no evitaron que el gobierno de los soviets, más adelante, viviera en buena parte a expensas del monopolio estatal del vodka y sus dividendos. Los destiladores aseveran que la ración diaria de licor de los soldados soviéticos fue tan importante como los cohetes Katyuskas en la derrota de Hitler y sus arios de milenio corto. Es más, la mayor fábrica de vodka del país, productora del Crystall, el vodka de mayor calidad, alternaba durante la guerra su producción de bebida con la de cocteles molotov para el frente. Difícil cuestionar su pervivencia así. El autor visitó el lugar, que más parece una "catedral" que una destilería, tan importantemente grotesco es el asunto en la Rusia de los últimos cinco siglos.

Cuando los polacos comenzaron a pregonar que el primer vodka lo habían producido ellos y no los rusos, el gobierno contrató a un historiador que fundara bases creíbles para demostrar su origen más que ruso, moscovita. A partir de su investigación se sitúa esta cronología de quinientos años. La fatídica suerte del historiador da pauta del ardor de la disputa: fue asesinado por un fanático polaco, según dicen.

Lo que no pudieron Vladimir Ilitch, Gorbachev ni el georgiano: acabar con el alcoholismo nacional, parece que lo hará la globalización. La nueva élite desdeña el trago local, se interesa por el cognac y el whisky, y la cerveza ha adquirido niveles inusuales de consumo. Occidente asesinará al vodka, o éste, escondido en la inmensidad de la herencia rusa y sus múltiples naciones, le jugará la mala pasada de enterrarlo...
24/02/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2003

Imagen: Sofisticadas botellas de U'LUVKA vodka

Saturday, November 26, 2011

De K'arisiris y Salamancas/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se sabe, en la mitología popular boliviana, de la existencia de extrañas figuras que pueblan la noche. En los tejidos indios de la región de Jalq'a, Sucre, como en la de Potolo, los aksus y otras vestiduras presentan criaturas estrafalarias, sin parangón en el mundo real, en posiciones diversas, negras sobre fondo rojo o viceversa, que bien pueden representar los chullpas, seres anteriores al alba del planeta, al nacimiento del sol sobre la tierra, habitantes de perpetua oscuridad. No es ajeno al humano de cualquier cultura el miedo a lo desconocido y la invención de universos paralelos nacidos del temor.

Tampoco que a partir de experiencias reales, dadas ciertas condiciones, se transforme lo concreto en fantástico o se deforme de tal manera lo real que adquiera identidad propia y se desarrolle fuera del germen que lo produjo. Quizá así crece la leyenda del k'arisiri o la sombra que extrae grasa del cuerpo de indefensos caminantes, de los que en soledad trashuman la planicie. Si nos apoyamos en las crónicas de los conquistadores, por ejemplo en la conquista de la Florida por Hernando de Soto, veremos que no resultaba extraordinario usar la grasa de los vencidos para prácticas curativas, lumbre o más. Se asocia el espectro con la imagen de un monje. En la Colonia quien podía ejercer su dominio y poder sobre otros era el español o criollo, de espada o sotana, para quien el indio significaba una herramienta de trabajo, animal de carga y, por qué no, en última instancia, proveedor de elementos de su humanidad para satisfacer las necesidades del invasor. El mito se engendra en el dolor, en la impotencia, en el horror.

La Salamanca es un aquelarre del norte argentino. O varios. Hay salamancas por todo lado. Dicen haberse encontrado en el Tafí de Tucumán, en los valles calchaquíes. Fiesta del macho cabrío, a quien se debe besar los cuartos traseros para ingresar; se alumbra con candiles de grasa humana, detalle que nos remonta a Bolivia y sus k'arisiris, palabra que en lengua aymara significa mentiroso (dando lugar a conjeturas de dónde se halla el borde que separa lo irreal de lo tangible).

K'arisiris y Salamancas se emparentan en el mal. Sin embargo, la música norteña argentina, con el pretexto quizá de que el arte es por lo general expresión de rebeldía y cambio, ha dado a sus Salamancas cierta dosis de poética. Un baile de brujas, animales, condenados y demonios es suelo fértil para el cantor. Alrededor del diablo se agitan mujeres y alcohol, alegría en oposición a la adustez cristiana, juerga contra el aburrimiento. Cuando Atahualpa Yupanqui quiere perderse en el monte buscando la Salamanca, implica que debe alejarse de la sobria estupidez cotidiana, de las embusteras prédicas de curas y monjas, de sufrientes sangrantes ídolos para vivir al fin. Al ingresar en la guarida del mal éste se desmitifica. No en Bolivia donde la solitud india o es inmune o carece de las veleidades occidentales de búsqueda.
16/12/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2003

Imagen: Una representación de la Salamanca 

La construcción del personaje/ECLÉCTICA


Céleste Albaret cuidó de Marcel Proust entre 1914 hasta su muerte en 1922. Muchacha de campo, soportó la tiranía del excéntrico, maniático y enfermo escritor. Publicó sus memorias que en realidad vienen a ser las del señor Proust más que las suyas propias; ella es oyente y expectante de los movimientos del otro.

Percy Adlon dirigió en 1981, en Alemania Occidental, Céleste, basada en las mencionadas memorias. La crítica fue medida en cuanto a la calidad del filme. Algunos resaltan aspectos técnicos desapercibidos para el espectador aficionado. En lo personal, me pareció una historia interesante, de extraña comprensión por parte de esa mujer del genio y sus insoportables egoísmos. Quizá se trate de una historia de amor. Tal vez Céleste fuera más grande que Proust y Monsieur Proust, su libro, intente explicar cuánto de ella hay, y cuánto no hubiese habido, en la monumental obra del francés. No lo sabremos nunca... si la sirvienta anota los pasos ajenos y no escucha los propios.

Un aspecto de interés, ya tratado en ensayos, pero con la presencia casi real de los personajes gracias a la imagen, es el de cómo Proust nutría su búsqueda del tiempo perdido con caracteres a los que recordaba del pasado -se podría decir de una vida anterior, dado que vivía encerrado y que parecía haber perecido con el siglo XIX-, y que convocaba con alguna regularidad para refrescar la memoria e ilustrar su novela. Pide, por ejemplo a Céleste que le prepare una cita con la señora X... y que ella debe asistir a la misma con el sombrero y vestido tales, los mismos que lució en algún pretérito donde la vio, observó, idolatró o amó el autor. Acción que repite varias veces hasta que ha conseguido lo necesario para incluir a la persona en la obra, con nombre igual o supuesto, quitarle figura humana y convertirla en sutil incienso o esperpento.

Construir el texto en base a un detallado esquema de los personajes que participarán de él. Partir de una idea o un recuerdo y, más que reconstruir, inventar de nuevo una historia con características actuales de quienes deberán lucir como personajes de un ido pasado. Puede ser una forma de desmerecer lo que alguien fue, pero también de inmortalizarlo. Jugada por demás válida para el artista, quien debe recurrir a cualquier medio que le provea lo que desea encontrar. Ejercicio no muy formal aunque pesado de la creación artística; permite la posibilidad de jugar con espacio y tiempo porque el invitado de turno a quien se desea retratar (como era entonces) ya se ha convertido por el paso de los años en otro, y lo que Proust puede ver ahora en su interlocutor es aquello que casi seguro estaba escondido cuando lo conoció. Al enriquecerse (así fuera decaer) el personaje con el transcurso histórico, el texto crece también y el tiempo perdido se convierte en encontrado e inmortal.
8/4/03

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2003

Imagen: Céleste Albaret y una página de sus memorias