Friday, November 4, 2011

Un extraño país/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hablar de Estados Unidos tomaría libros, tendríamos que medir el tiempo en páginas.

Si abstraemos la deplorable política externa y la sucesión de individuos en la presidencia, dramáticos para América Latina -por ceñirnos a un marco estrecho-, quedamos ante un país de alucinante belleza, de historia diversa y contradictoria, de pueblos y personalidades sugerentes, fantásticos; de la algarabía de Nueva Orleans a la adusta anglosajonería de Nebraska; de Satchmo y King Oliver, de Poe y Hart Crane por ejemplificar extremos del péndulo.

Virginia, posiblemente el más bello rincón del país, y el más controvertido, hace ahora de cuna a una dinámica y notable inmigración: la boliviana. Dinámica porque sus logros todavía no alcanzan el nivel de su ambición y notable por incrustarse dentro de una cultura ajena la suya propia, irreductible y persistente, aunque también mezquina y perniciosa.

Me explico: quince años atrás la aparición de la diablada en plena avenida Constitución, en la capital norteamericana, representaba tanto un vaho de nostalgia como de rebelión. No podíamos, pensábamos, permitir que la sociedad esta nos envolviera y finalmente atrapara en el cordel estrangulante de su sistema, y los diablos refrescaban la memoria de nuestra no pertenencia, impertinencia, acá. Hoy recibo notas alborozadas de cómo en Virginia salteñas y empanadas han logrado ya un espacio perenne para sí. Digo, con la comida está bien y hasta puedo transigir en que de vez en cuando, de vez en sábado, se juegue fútbol sin hacer de eso un dogma, una obligación seguida de otra que incluye alcohol como sabemos. En lo que no transijo, y de ahí lo "perniciosa", es en trasladar, continuar al infinito, vírgenes, urkupiñas, señores de milagros, de mayos y demás patrañas. Por lo menos que la emigración implique nuevas búsquedas. Cómo venir a idolatrar imágenes de yeso, milagreras falsas, a un espacio que permite la realidad de interrelacionarse con las culturas del mundo. No hay lógica, y menos razón, en perder el tiempo con absurdos, cuando se puede pasear por las distintas etapas de Picasso en la National Gallery, los ocres y negros de Munch, Malevich, o ahorrar unos pesos e ir a ver cantar a Marisa Monte... no a Carlos Santana a quien le ha entrado también el vicio de guadalupes y esotería barata.

Extraño y divertido país, e incomprensible, donde lelos como Reagan y Bush hijo, alcohólico y narcisista, llegan a presidentes; donde las madres norteamericanas lloran por un gato atropellado y claman exaltadas por muerte a los niños musulmanes.

Rara nación con un sistema impositivo admirable que permite incluso a ilegales recibir devolución de impuestos y jubilarse de acuerdo a sus aportaciones, pero que también libera a los más ricos de pago y se ensaña con los pobres. Y, llegando ya al ridículo, normas que aceptan que alguien, guatemalteco de origen, trabaje como "coyote", "pollero", u otro epíteto referente a los que pasan gente sin papeles desde México a este lado, y anote las ganancias de tal tráfico en su declaración anual y reciba crédito, quizá retorno, de la oficina nacional de impuestos. Gente que en apariencia hace eficiente trabajo en proteger sus fronteras y desconoce los canales por donde entra silenciosamente una etnia que la ha de exterminar.

Al escribir sobre Estados Unidos cabe hacerlo sobre muchos. No existe más la blanca nación de los "Good Old Boys". Escribir acerca de hoy es ya anotar historia, porque en cincuenta años el rostro habrá cambiado y Lupillo Rivera se posesionará del lugar de Mark Twain para no abandonarlo jamás.
31/08/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), agosto, 2004

Imagen: Andy Warhol/John Wayne, 1986

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