Wednesday, November 30, 2011

Tiwanaku en Denver/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Bajo el nombre de Tiwanaku: Ancestors of the Inca, el Museo de Arte de Denver, Colorado, presenta lo que reclaman ser la mayor exhibición dedicada a esta cultura andina. Con más de cien objetos, entre cerámicas, esculturas en piedra, textiles, tallas en hueso y coloridas incrustaciones de moluscos, se trata de abarcar el desarrollo de esta cultura sobre la que aún no se conoce mucho. La superficie excavada del sitio arqueológico alcanza un porcentaje pequeño de lo que todavía se presume existe allí.

La muestra incluye objetos de los diverso períodos de Tiwanaku y de culturas adyacentes cuyos materiales se confunden a veces: Pucara, ciudad del sur peruano que rivalizó en esplendor con Tiwanaku pero que desapareció antes, cuenta con restos de inusual delicadeza, como Wari, otra cultura que junto a Tiwanaku se consideran herederas de Pucara.

Una pintada Puerta del Sol permite el paso entre los dos grandes salones que la albergan. Hay explicaciones en las paredes, videos que tratan de la geografía de la región y los pueblos aymaras y urus que aún viven allí. A la pregunta de cómo pudo florecer tal civilización en lo agreste del altiplano boliviano se responde con la creativa manera en que se cultivaba, mediante la utilización de canales con agua entre terraplenes elevados de manera artificial. Aparentemente el agua absorbía el calor del fuerte sol altiplánico durante el día, que por la noche se insumía en la base de los terraplenes impidiendo a la helada dañar los cultivos. Este método desapareció con la caída de la ciudad. Ahora hay proyectos que intentan reactivarlo.

Tiwanaku fue el centro político, cultural y militar de mayor importancia en la cuenca del Titicaca. Cuando los incas en sus guerras de conquista llegaron allí, admiraron la solidez y belleza de sus ruinas, transfirieron artesanos locales al Cuzco para emular los trabajos y se apoderaron en cierto modo de su herencia declarándose descendientes suyos. Se sugiere que los tiwanacotas hablaban pukina o aymara, La primera lengua se ha extinguido y la segunda pervive. Se encuentran, a pesar de ser muy raro, vestigios también del uruquilla, y queda el quechua que se asocia con los incas aunque se lo hablaba en la parte norte del lago (según Margaret Young-Sánchez en el catálogo de la exhibición) mucho antes de que ellos aparecieran.

La delicadeza de los textiles, que han conservado su colorido y detalle, con claras diferenciaciones de estilo entre Wari y Tiwanaku, causa asombro. Como coleccionista de tejidos andinos puedo afirmar que ninguno de los que se consiguen hoy, a pesar de los hermosos diseños, puede competir con aquellos expuestos. La lana, alpaca según parece, es de extrema finura, casi como algodón. El exuberante detalle de ídolos y seres míticos, deidades y animales que cubren buena parte de la superficie tejida muestra alto grado de sofisticación.

Sucede igual con la cerámica y las antiguas tallas de piedra. Hay esplendentes miniaturas que narran una orfebrería posible sólo en una sociedad rica, multiétnica, cuyo poder le permitía espacio para la expresión artística y la satisfacción de los sentidos.

Siguiendo en la línea de la opulencia de Tiwanaku, se exhibe media docena de mínimas bandejas de madera -con incrustaciones en oro y piedras semipreciosas- que servían para inhalar polvos alucinógenos provenientes de la semilla de la vilca o huilca, planta que crece desde el norte argentino hasta el valle del río Marañón, y que eran fáciles de conseguir para la élite, cuyo acceso a productos externos era amplio y variado, con rutas hacia Cochabamba y Larecaja, al norte de Chile y al sur del Perú.

La emblemática Tiwanaku hacía apología del sacrificio. Ejecutores enmascarados, disfrazados como soles, jaguares, cóndores y zorros muestran las testas decapitadas de los infelices que se elegía con tal fin. Existe belleza en estas expresiones de muerte y hoy sólo nos toca considerarlas en su perspectiva histórica, no desprejuiciada pero tampoco crítica en exceso. Como paralelo dulce al trágico sabor de víctimas y verdugos, keros en oro, arcilla y madera claman por tiempos de sosiego.

Coleccionistas privados aportaron invalorables objetos, así como museos de Inglaterra, Alemania, Suiza y universidades norteamericanas. América Latina con el Museo Contisuyo de Moquegua, Perú, y Chile con el Museo R.P. Gustavo Le Paige, s.j., de San Pedro de Atacama. Bolivia no; sí como lugar de origen de casi todo lo expuesto, pero con nada proveniente de museos nacionales, lo que habla del saqueo intenso que aún sufre el país, pero también de la desidia que se ha hecho característica nuestra.
29/10/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2004

Imagen: Tiwanaku 

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