Friday, March 29, 2013

Mar/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Fuera de las razones que se aleguen, documentos presentes, y derechos que se supongan, el asunto del mar para Bolivia es, y siempre ha sido, un asunto político, que, querrámoslo o no, dudo haya de zanjarse en La Haya dados los antecedentes y las capacidades del arbitraje de esta corte.

En el diferendo entre las repúblicas de Colombia y Nicaragua, votado el año 2012 (iniciado el 2001), este último país afirmaba, para descalificar el tratado que definía los límites marítimos, que se había realizado en una Nicaragua ocupada por las fuerzas norteamericanas, impedida de una real soberanía. No es el caso boliviano.

Sin duda deben existir mil y un detalles que los especialistas pondrán sobre el tapete para reafirmar sus exigencias. Tanto Chile como Bolivia se explayarán en ello, si se llega a la demanda que visto el caso anterior podría durar una década, o más.

En realidad es un pretexto precioso para ambos gobiernos. Reaviva cierta fobia antichilena en Bolivia, además de la esperanza de resarcirse de un hecho histórico cuya culpabilidad también cae sobre nosotros. Para Chile, le da la posibilidad de defender integridad territorial y soberanía. Ambos utilizan el asunto, me abstengo de llamarlo problema, para mejorar su imagen y/o evitar el declive de la retórica que los ascendió al poder.

El presidente actual, Morales, cubre con esta farsa el notable desgajamiento de su imagen personal y gubernamental. Día a día se van descubriendo escándalos que ejemplifican la corrupción masiva, extensa, del “gobierno del pueblo”. El más reciente: la fuga, o no sabemos qué, del fiscal encargado del caso que justificaba una presidencia. Si no cae el telón es porque Bolivia no se maneja entre los límites de la lógica y el razonamiento; tiene un desarrollo sui-géneris y una idiosincrasia confusa, sumisa y violenta al mismo tiempo. No quiere pan, se conforma con circo. Y esta jocosa, aunque trágica, aproximación a su destino obliga a los vecinos a no tenernos, sino de manera circunstancial, en cuenta. Cómo podría ser diferente si la primera falta de respeto hacia nosotros es la nuestra.

Este espejismo, “el mar para Bolivia”, ya objeto de famosos negociados en el pasado, vuelve a agitarse como tabla de salvación de un conjunto de ambiciones e ilusiones con ínfulas de partido. Cuando lo correcto sería denunciar la manipulación de la historia y de la esperanza en aras de beneficios privados, rosqueros y sectoriales, ¿qué sucede en esta siempre predecible y siempre impredecible tierra y gente? Que expresidentes no hace mucho insultados, borren el vilipendio de sus rostros y aplaudan solícitos el teatral entarimado que se construye de nuevo (¡!). Ellos, Morales y los de antes, parten de la premisa de que son cabezas de un pueblo imbécil, al que con regalo de coca y serpentina se le puede hacer creer todo. ¿Qué beneficio nos traería el esquivo mar? (sin siquiera realzar el largo plazo y los millonarios gastos). Al conjunto mayoritario de la población me refiero. ¿Se ha estudiado cuánto se podría acrecentar el tesoro nacional, la distribución de los beneficios y más? ¿O es solo pedir mar por meternos el dedo en la boca, insuflar tontos nacionalismos que de patriotas no tienen nada?

La única manera de acceder al Pacífico, al Atlántico, a Marte y a Júpiter es con un pueblo sólidamente educado, orgulloso de su ancestro, sin que este signifique freno o retroceso al desarrollo, con capacidad de producción, trabajo y creatividad, con dinámica no menor a la de los vecinos y una democracia participativa constante y renovable. Lo demás son pamplinas, juegos de azar en los que ya se ha decidido el ganador, que nunca es el de abajo sino estos que a pesar de sus desavenencias se juntan para lucrar con la perfidia propia y la buena voluntad del resto.

Solo así Chile o cualquier otro ha de respetarnos. Mientras tanto, Piñera se burla de Morales, el fútbol chileno del local, Roberto Bolaño de los escritores bolivianos…
28/03/13

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 29/03/2013

Imagen: Awa Hiroshige

Thursday, March 28, 2013

Nota sobre Xul Solar/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El surrealismo no se dio en América Latina con el mismo ímpetu que en Europa. Diversos factores lo explican y no nos corresponden ahora. A pesar de eso, hay lunares interesantes que, dada su originalidad, se incluyen en tal escuela, como es el caso de Xul Solar, pintor argentino.

Dueño de una fantasía muy especial, Xul Solar excede a su tiempo y a su nación. Es el solitario orfebre de sus obsesiones. Pinta gigantes y grotescas naves espaciales similares a los dibujos de un niño. Sus telas se asemejan a las de Paul Klee.

Pienso que es un poco irrespetuoso con su memoria el encasillarlo en una corriente. Hombres de su talla tienen como hábitat el aire, la libertad.

Solar pertenece a aquella época argentina plena de arte (años 20-30). Se baila el tango sobre maderos mal lustrados y los versos tienen un dejo de burdel. Es el tiempo de Irigoyen, de Uriburu, horas de política extrema: asesinatos, bandas fascistas, bombas ácratas. La intelectualidad rioplatense mira hacia el Viejo Mundo y funda con ese parámetro la cultura más occidental de este continente. Es infinito el número de nombres y eventos dignos de mencionarse.

Sobre la oscuridad que albergaba luces intensas, sobre el prolífico y tenebroso Buenos Aires, el pintor pasea su imaginación igual a un dios a quien no interesan mucho las trivialidades humanas. De la soledad surgen las formas y colores; el pintor siente poseer el mundo.

Borges, que había leído y visto todo (o palpado), afirmaba que sólo en dos o tres ocasiones en su vida sintió estar ante una personalidad genial. Citaba entre los dichosos poseedores de su recuerdo a Xul Solar...

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Publicado en TEXTOS PARA NADA (OPINIÓN/Cochabamba), 05/12/1987

Imagen: Ciudad y abismos, 1946


Tuesday, March 26, 2013

Voces de ultratumba y el Chapulín colorado/MIRANDO DE ABAJO



Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En la tiendita de la avenida Colfax el letrero reza: tamales, chiles, chapulines. He visto en documental comerse tacos de chapulín, los bichos caminando por los carrillos bañados de saliva, huyéndole a la muerte devoradora, saltando y escondiéndose en las grietas de concreto. Quizá ni eran chapulines sino otro insecto, pero que se comen, se comen, y su destino poco tiene que ver con el personaje popular de la tevé mexicana, porque estos son condenados a ser machacados por los molares, y el otro, por el contrario, parece inmortal. O la paradoja es adrede: fortaleza del a quien menos se teme.

Ayer, domingo, atenazado por la nieve en mi refugio, miraba en filme la pasión de Bobby Sands y los irlandeses en el fatídico 1981. Detuve la cinta un momento, porque quería bucear un poco sobre los noticieros del mundo. Supe que a Messi lo decoraría Evo, favores que se hace a sí mismo el presidente (dicen que las divas no pueden vivir sin asegurarse día a día lo bellas que son), porque a la Pulga, como llaman al fabuloso número 10 argentino, poco bien le hará una lata colgada del pecho. Ni imaginar cuando llegue el Dakar, el “turista” (más anda de viaje que de gobernante) andará instruyendo a gil y mil sobre las delicias del socialismo plurimillonario y dopando a los concursantes que accedan con bolos de coca con los que dejarán de ser corredores de autos y se convertirán en físicos nucleares. Dice ¿quién dice? que la hoja sagrada ilumina el cerebro. Por eso andamos a oscuras.

De algo serio, dramático, se esté o no de acuerdo, como la lucha de los nacionalistas irlandeses al circo, a los payasos que se apoderaron de la revolución por todos lados. Ya ni Mujica, el uruguayo, se salva, desde el momento en que se humilló haciendo guardia ante el féretro del bufón de Caracas, que ahora ni se sabe si estaba lleno o andaba de parranda, con el rostro compungido, hermanado con la viuda de la Rosada y la decepcionante Dilma que sigue recibiendo instrucciones del potentado que un día fue tornero.

De ahí pasaron al mar, en un sueño que imagina las costas no cubiertas de bañistas sino de camiones cargados de coca. Piénsenlo: el fervor de la revolución convertido en oro, para al fin poder ser lo que se dice odiar: asquerosos capitalistas, ricos, perfumados, “blancos”, burgueses, odiando en el fondo el destino que los hizo aymaras, porque la cháchara de la cultura ancestral y etcéteras no se la cree ni el Chapulín; menos él que nadie.

Volvemos a él, vestido de rojo y con antenas, con un corazón en el pecho parodiando al supermán gringo, su versión mexicana y popular. Bueno, resulta que Maduro… el candidato de la derecha, perdón izquierda, venezolana, mirando a un correligionario disfrazado como el personaje, y con bigotones que emularían supuestamente al chofer, vociferaba por los micrófonos la respuesta ante el famoso ¿Y ahora, quién podrá defendernos? “Nicolás, Nicolás”, aullaba, transformándose en héroe, superhéroe al que solo le faltó volar por sobre la multitud y tirar regalitos como Evita.

Aparte, y siguiendo el discurso, cerré los ojos y escuché al bocón redivivo, el recién, o no tan recién fallecido Chávez, en la boca de su sucedido, heredero, Nicolás Maduro. Algo dice de sus capacidades dramáticas, y de que el teatro es también como un bus y quizá resultase. Buen imitador, pésimo político. Futuro presidente, qué burla, qué burla al destino de tanta gente que se hizo matar por esta farsa.

Cuando cambio de canal, y veo a los irlandeses agonizando, en imágenes repetidas de Gólgotas en suelo ocupado, no puedo dejar de pensar que siempre son los facinerosos los que recolectan la ganancia, que incluso después de muertos sobreviven, haciendo tintinear las maquinitas de dinero como en Las Vegas. No todo chapulín que camina va a parar al asador.
25/03/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 26/03/2013

Foto: Arte popular mexicano

Saturday, March 23, 2013

La Primera División bashkir/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El camino de las casas blancas, camino de Helsingfors. Tierra de la contrarrevolución.


El frío hiela el Neva. Petrogrado es una silueta blanca de crepúsculo, una lápida. La gente observa las calles con ojos de siglos. Mira a los jinetes tártaros con temor, a los bashkires que Trotsky ha convocado. Pero ellos vienen a defender la ciudad. Extrañas pieles de carnero mal curtidas; pequeños potros. Sus puñales brillan de tanto degollar. Los bashkires cruzan la ciudad de Pedro. 


Han llegado de muy lejos para marchar rumbo a Finlandia, a las blancas moradas de la reacción, a las mujeres de pezón rosa que se miran en tantos espejos del suelo.


Trotsky, alma diabólica, ha lanzado a los bashkires en defensa de Petrogrado. Y en ese momento de la historia, sólo en ése, está bien.


Se lo debo a Víctor Serge.


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Publicado en VIRGINIANOS (Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991)


Foto: Bashkires rojos

Wednesday, March 20, 2013

Los sueños de Akira Kurosawa/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Los vimos anoche, en filme. Kurosawa, el director japonés, hizo imágenes fantásticas de lo que había soñado al vivir.

Fantasmas del bosque, con máscaras de gatos o zorros, en procesión bajo la lluvia. Y el niño Akira que contempla la danza enigmática, sin rumbo y sin razón, de los espectros.

En otro sueño, está él regresando de la guerra, raída su ropa de comandante. Llega a un túnel en la carretera y, al comenzar a penetrarlo, escucha los gruñidos de un perro. Este lo obliga a entrar y cruzar el túnel. Ya al otro lado se tranquiliza, pero de pronto oye marchar en la sombra de la caverna y ve aparecer en formación a sus soldados muertos en combate. Ilusos, ellos, creyendo que aún viven. El los convence de que han muerto, que deben regresar a la oscuridad y descansar. Se van, marchando, y la pena se abate sobre el oficial. Sale otra vez el perro y ladra furioso al intruso. Es tal vez Cerbero, el Guardián de los Infiernos.

Molinos de agua giran en paz mientras los hombres danzan y mueren...

Me impresionó su sueño de un demonio unicorne, la orgía doliente de demonios menores en un fondo yermo y frígido.

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De VIRGINIANOS (Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991)
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 24/02/1991
Foto: Escena del filme

Tuesday, March 19, 2013

Originarios/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mientras leo Balada de los desiertos, de Pablo Cingolani, me doy cuenta que para mí el Poopó ha sido nada más que un espejismo, parte de esa Bolivia escondida que posiblemente ya no vea por las circunstancias o, como el caso de este lago y sus habitantes uru-chipayas, porque ya habrán desaparecido.

Un espejismo, repito, observado a lo lejos desde hediondos y atestados vagones de tren que iban una y otra vez, veinte horas de pie, entre Oruro y Villazón durante los tiempos que para no llamarlos otra cosa diré fueron “heroicos”. Distintas prioridades entonces, ganarse el dinero que se gastaría en trago, hacerles el quite a aduaneros y milicos que campeaban en los pasillos como en el país (me niego a decir la patria), ufanos e impenitentes en la seguridad de las armas.

El autor argentino, boliviano por elección -así lo tratasen de espía una década atrás, y quien más conoce la tierra de nosotros-, apunta nombres, además de un bote tatuado en un casi ya imposible espacio de agua -que habla de la presencia chipaya, asunto también casi ya imposible-. Menciona Andamarca y sus abismos, a mitad de viaje entre el lago y los Carangas; Panza, que supongo es poblado en el erial sin referencias en los mapas de una península del mismo nombre que se adentra en el Poopó; Ukpata, Qallapacha, islas reales de este pueblo pescador, y míticas para los que encerrados entre cuatro paredes nos hemos privado de la brisa gélida del Ande, aunque guardemos y preservemos los ropajes inmemoriales de pueblos que no hemos visto.

Nombres como invocaciones, más ahora que los uru-chipayas marchan por perdurar, agobiados no solo porque España llegó hace ya tanto, sino porque enemigos más antiguos, los aymaras, siguen bregando por su extinción, cortando -mayoritarios como son- su ingreso a la pesca que les permite vivir, porque hay indios e indios, originarios y originarios, campesinos y campesinos, compañeros y compañeros, como quiera llamárselos, que muestran sin lugar a dudas que la falacia del vivir bien y la armonía entre ellos y con la naturaleza no existe y nunca existió, no como lo proponen al menos, ni en el sentido judaico y mentiroso de pueblos elegidos, predestinados.

La lírica de estas denominaciones, el aire de misterio que rodea a caseríos y habitantes, esconde lo atroz de la miseria, cuando la disyuntiva entre vivir o morir, reconocerse o asimilarse, amenaza a las etnias pequeñas, en el Isiboro como en Aullagas, con extinción o algo peor: lento fin en nomadismo mendicante. Es como tantas otras una historia de poder, y no importa el color de piel de quien lo detenta porque la actitud es la misma. La etnicidad no puede ser pretexto. Evo Morales impulsa el expansionismo del capitalismo salvaje aymara por encima de los más débiles, con una patria ilusoria de cocales y patrimonios abultados -sobre todo rápidos, dinero fácil- que poco durará porque hasta él bien sabe que en la destrucción de la herencia colectiva anida la fatalidad.

Más somos en los menos. Significa que en los grupos minoritarios, sean chacobos o chipayas, es donde mejor tenemos que afianzarnos, porque lo que perdemos como Bolivia con su desaparición no lo vamos a recuperar más. Lo triste es que no lo entienden quienes tienen imperios en la cabeza, a pesar que critiquen a otros similares; reinos ilusorios con amos y dioses falsos, con falsas vestimentas y mendaz discurso.

Adoradores del dólar, dueños, dueños, dueños, de empresas, diarios, hospitales, centros de distracción, regiones, creyendo que disimulando un poco las ambiciones expuestas de Pablo Escobar, que son las suyas, van a lograr lo que él no.

Quedan dos imágenes: los poderosos en negros BMW y ese bote chipaya tatuado de Cingolani que parece venir de los cuentos de Ray Bradbury, de la fantasía.
18/03/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/03/2013
Foto: Lago Poopó

Monday, March 18, 2013

El brazo de Stonewall Jackson/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En algún lugar, el musgo cubre la piedra que indica donde está enterrado el brazo de Stonewall Jackson, el más fiero general de la Confederación. Ha quedado, reliquia de la Guerra Civil, solitario sin sable, quizá con anillo, en el tibio cielo que se abre a la noche sin otros huesos que estos.

Brazo izquierdo del general, leo de ti. Y no sé, el alma se me llena de guerra. Tal vez porque he visto el Shenandoah y sentido que, en él, los hombres de Stonewall Jackson siguen disparando a la luna cuando la noche es clara. 

Stonewall Jackson perdió su brazo en la batalla de Chancellorsville, 1863.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 19/09/1991
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 22/09/1991

Foto: Lugar donde está enterrado el brazo del general  

Sunday, March 17, 2013

La canalla


No hablamos en los términos con que Leo Ferré se refería a París y su gente. Aún me parece escucharlo muy cerca de la Place de la Republique, con invitación de la Federación  francesa y la Internacional anarquista. Otros tiempos, cuando la palabra “revolución” implicaba algo, cuando incluso en la canaille había lírica. No son los de ahora, por cierto.

El eleccionador de Nicolás Maduro, en Venezuela, se refería ayer a su rival Capriles Radonsky como al “canalla”. Mucho no conozco de la trayectoria del opositor, e incluso me parece demasiado tibio, casi frío, y sin embargo pudo enfrentarse a ese volcán, tonto pero con lava, que era Hugo Chávez. No lo conozco y hasta diría que solo me interesa como una posibilidad de cambio en aquel país, un hito que le permita rehacerse, en los nuevos parámetros -que ya son irreversibles- de pensar en los de abajo, a quienes, así fuera con tremendas dudas y preguntas, se les dio voz.

Pero ahora ido el amo, los canes se soltaron con denuedo. Y Maduro, que semeja un pitbull atolondrado, tiene miedo, está inseguro de que el pueblo no responda a favor suyo. Por eso juega con máscara de difunto, y amenaza con voz propia ante la posibilidad de que la fortuna se le vaya de las manos. Apostó demasiado por la mentira. Su paternalismo creyó que se podía manipular a una población entera. En un principio sí, pero desde ya se condena. Su presidencia, si la consigue, será calvario de fracasos. Digan lo que digan los que defienden esta parodia de revolución que se ha asentado en la América Latina, bajo la égida del engaño, de mercachifles que llevan motos Harley Davidson entre sus ancas hablando de igualdad social.

No sé cuán canalla pueda ser el candidato opositor. Reafirmo mi desconocimiento momentáneo para calificarlo. De la canalla chavista estoy seguro; la he visto en demasía.

En 1986 Leo Ferré cantaba a la anarquía, a cosas que hoy se han convertido en objetos de lucro. Nos traía a Baudelaire y otros versos, en una unión entre lucha y arte que entonces -quizá, ya no estoy tan seguro- valía la pena. ¿Qué nos queda? Grupúsculos fascistas que no vieron mejor que adueñarse del discurso de otros. ¿O los otros eran ellos mismos y no nos dimos cuenta?
13/03/13

Imagen: Andrés Serrano/Anarchy (Hour of the Wolf), 2011 

Friday, March 15, 2013

El vicario/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La elección de Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa alegró a los creyentes de América Latina (no en vano esta es la grey más numerosa), pero también destapó las sombras de la dictadura argentina, durante la cual el papel del sacerdote jesuita tiene ribetes macabros.

Horacio Verbitsky escribe en Página 12 sobre él; lo hace Hernán Brienza en Tiempo Argentino. Lo que se diga no podrá cambiar la decisión de la tal vez más poderosa institución de la tierra, herida hoy por la profusión de pederastas y abuso que sale a luz en mayor número, asunto que tuvo mucho que ver en el alejamiento de Benedicto XVI. Se abrirá un debate de seguro en el Río de la Plata. Necesario, sobre todo en este momento que se juzga y se castiga con gran retraso a algunos de los culpables. Mucho se ha dicho al respecto; la posición oficial de la Iglesia local, ya después de los hechos, fue condenar la violencia de ambos bandos, declaración que no fue muy bien tomada siendo que una de ellas se ejercía desde el Estado.

Nadie niega el papel casi utilitario de la iglesia argentina con la dictadura militar. Finalmente gente como Videla era de comunión diaria, muy cercana al discurso católico y su retórica. Nada extraordinario, el Caudillo (Francisco Franco) aparecía en fotografías con lo preclaro del purpurado ibérico. El cine español se ha encargado en diversos filmes de mostrar, sin utilizar la palabra denuncia, el papel jugado por los miembros del organismo religioso en el sector nacional y su acción en el horrendo engranaje represivo que siguió a la victoria.

Me viene a la memoria un libro: El vicario, de Rolf Hochhuth (Der Stellvertreter. Ein christliches Trauerspiel, Alemania, 1963), drama de gran controversia que trataba del papel de Pío XII, y Roma, en el Holocausto. Olvidado hoy, en su tiempo fue motivo de infinitas acusaciones y justificaciones, de cómo el Papa Pacelli calló ante el genocidio de los judíos, preocupándose más bien de las arcas vaticanas que tenían fuertes intereses en la Alemania nazi y la Italia fascista. Hannah Arendt escribió sobre él, como también Mario Vargas Llosa en 1964. Costa Gavras (Amén, 2002) lo filmó.

Así me desayuné, una década después de su aparición, con los sórdidos entretelones de la iglesia moderna, que, salvados los detalles de maquillaje, continuaba siendo inquisidora y tenebrosa. Recuerdo sentándome de espaldas a la fría pared del pasillo de casa, frente a la biblioteca de los padres, horrorizado por una historia que de ser cierta descalificaría a los curas para siempre. Esa edición de Grijalbo se esfumó con la muerte de un aficionado del cine que me la pidió prestada. Ya nadie habla del libro de Hochhuth. Tal vez ahora, con lo que se va diciendo del actual “vicario de Cristo”, valga la pena desempolvarlo, sea como información, documento, y no como verdad absoluta, que ya muchos se encargaron de cuestionar y refutar.

Verbitsky califica a Francisco I, Papa, como un “ersatz, esa palabra alemana a la que ninguna traducción hace honor, un sucedáneo de menor calidad, como el agua con harina que las madres indigentes usan para engatusar el hambre de sus hijos". ¿Una salida práctica? ¿Una distracción? Brienza no lo cree así, su artículo de opinión se titula Conoce como pocos los resortes del poder. Basta como explicación de su hipótesis. 

Brienza lo ubica menos a la derecha que la línea dura del Vaticano. La pregunta está en si se encargará de lavar los trapos sucios, de hacer un contrapeso al populismo recalcitrante y ladrón, que con pretexto de la pobreza acumula fortunas y acuna monarquías hereditarias en el sur, o qué. Está por verse. Y con la notabilidad adquirida tendrá que referirse a su pasado.
14/03/13

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 15/03/2013
Publicado en La Prensa (La Paz), 15/03/2013

Foto: El vicario, por Rolf Hochhuth

Tuesday, March 12, 2013

Embalsamar/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Miraba un documental: antiguas momias colgadas de un entarimado en lo alto de un farallón que corta a tajo la selva papuana. Los ancestros contemplan desde allí el universo que poco difiere para sus descendientes, aparte de que al menos de manera nominal no se devoran ya unos a otros.

En Papua, y bajo insoportable calor que supondría la imposibilidad de momificar, los nativos lo hicieron por siglos, con proceso que consistía en ahumar los cadáveres durante meses, comerse las vísceras, despellejarlos, hasta tener cuerpos con la consistencia del cuero duro.

Lo hicieron los chachapoyas y los malgaches (en donde las momias se sentaban con sus familias durante las festividades). Lo practican todavía los cristianos, adorando como santos a aquellos cuyos cuerpos no se corrompen, o se embalsaman de manera natural; santos en occidente, vampiros en los Balcanes (porque un muerto no putrefacto es un muerto vivo y hay que clavarle estaca en el corazón). En el fastuoso Koricancha, en el Cusco, estaban las momias de los reyes incas, que fueron barridas junto al oro en despilfarro de codicia y de una suerte de modernidad. Debemos a los cronistas las historias de estos muertos, por su relación con los vivos. Si vemos la Venezuela de hoy, o la Argentina y Rusia y Vietnam o China de tan solo ayer, nada ha cambiado. El pago al legado de los que se consideraban grandes viene siendo la pesadilla del cuerpo insepulto, cuarteado, violado por cuchillas, alterado en su composición, plastificado en aras de voluntarismo y funcionalidad. Terrible.

Nadie me quita de la cabeza que Hugo Chávez falleció bastante antes de lo que dijeron. El convertirlo en momia, en ese caso, habría sido una necesidad mientras se desarrollaban los acontecimientos. De nada sirvieron crucifijos, ruegos, plegarias y llanto; sus seguidores lo transformaron en vampiro, mostrando, otra vez, que a la lambisconería ante los tiranos no puede llamársela afecto: es solo miedo. Ido el hombre, quien podía ejercitar fuerza y poder directamente, su cuerpo se convierte en objeto de lucro para las aves de rapiña que estos regímenes suelen procrear. Justo castigo.

Observé al detalle el circo. Para eso estaba, para entretenimiento y sociología. Ver a gobernantes que se tomarían por serios, y a otros -bufones menores-, prestarse a la pantomima aclara cómo el dinero suele hacer bailar al mono, el petróleo obligar a los jerarcas a desnudarse ante el mundo como lo que tristemente son: micos de alquiler.

Entre las observaciones, y cuando se trasladaba la figura de cera por las abarrotadas calles de Caracas, acompañaban el carro fúnebre por un lado Maduro y por el otro Morales. Evo estaba asustado, no por el hecho de formar cortejo de un burdo espectáculo, sino por la gente que se acercaba en oleadas, peligrosamente, al carruaje. Su terror lo hacía ponerse de costado, extender las manitas como para protegerse, mirar con desesperación a los guardias de seguridad, visiblemente molesto de que su condición de semidiós pudiera ser vilipendiada, empujada, sudada por la turba impredecible. Me divirtió. Estos edecanes del infierno son vulnerables, y cuánto.

Habrá que hacer espacio en Orinoca para el momento en que el Supremo decida morirse o la vida lo muera. Imposible pensar que ser de semejante calidad e infinitas cualidades tenga que disgregarse en la tierra. Tradición embalsamatoria existe en los Andes, no habrá que buscar mucho. Yo, que ustedes, ya paso decreto de eternidad. Hay que adelantarse a los hechos, prevenirlos. No duden que Evo internalizó la magnitud, en lo popular, del sepelio del coronel. Su vanidad habrá sentido algo, que junto al temor, tenía escozores orgásmicos.

Pónganlos en estampita.
11/03/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 12/03/2013

Foto: Muertos ahumados de Papúa

Sunday, March 10, 2013

"La pérdida en vida"


El siempre críptico Evo Morales lo dijo ("la pérdida en vida") en su póstumo homenaje a Hugo Chávez, mentor suyo y de una extraña amalgama política que dio en llamarse Socialismo del siglo XXI, espacio donde se aglutinan los más dispares elementos ideológicos, desde santones hasta los hermanos Castro, pasando por vírgenes, las extremas derecha e izquierda y toda una variopinta galería dispuesta para un cuadro naîf.

¿Murió Hugo Chávez? Si ya estaba muerto, solo que no sabemos desde cuándo. Vale, sin embargo, para la cronología, el 5 de marzo, para que se anote en los libros que desdeñarán la farsa en que se envolvió la enfermedad y desaparición del personaje y se centren en una fecha. Ha entrado ahora al índice onomástico de santos, y está bien; como santo no tiene poder sobre la vida humana, se ha hecho inocuo.

El panorama lejos está de ser legado de un gran hombre. Comienza la debacle económica de un pueblo endeudado, sobre todo a los chinos que nunca dejan de cobrar. La situación política, descartando por el momento a la oposición, va a ser la lid de dos mediocres, Maduro y Cabello, el “maduro descabellado” que no augura sensatez y que si se desfasa va a traer un baño de sangre en el a partir de hoy desunido Partido Socialista Unido de Venezuela. Un gran hombre deja secuelas, rastros, ejemplos. Un bufón solo castillos de cartas que se desmoronan al soplo de tan solo una brisa, peor de un huracán.

No se podía mantener por mayor tiempo lo que todos sabían o sospechaban. Y en ese tire y afloje entre mentiras y más mentiras, que incluyeron maratónicas horas de trabajo, ejercicios, fisioterapia, cualquier cosa que dijeran sus compinches desde La Paz o el “madurazo”, para soslayar lo inevitable, fueron desacreditándose. En primera instancia, en el quizá genuino dolor de gente pobre que creyó en el comandante, la efervescencia chavista tardará en frenarse. Poco tiempo, porque ya se alistan paquetes económicos, otra vez, que se tildarán de ataques del imperio que ahora sí despertará. Con ellos y con la pelea de perros que va a destaparse, por migajas de poder y entre rojitos, los segundones irán perdiendo terreno. La oposición supongo que sabrá esperar y no inmiscuirse en luchas de sucesión. El tiempo corre y no favorece a los sirvientes.

De Cuba llegó a Caracas un fantasma, que no era el del comunismo. Un halo que se fue diluyendo hasta evaporarse. Así quedaron los sueños de eternidad de Chávez, milico que se pensó dios. Terminó por “perderse en vida”, según su acólito Morales, aunque me cuesta discernir el significado de aquello.
5/3/13

Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 10/03/2013

Friday, March 8, 2013

Visita a Kazimir Malevich/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Malevich (1878-1935) me inspiró un texto con su cuadro de la caballería roja en el horizonte. Mas ahora la he visto real, larga como mis brazos extendidos. Los caballos y jinetes moviéndose en pinceladas.

Pero Malevich es más que ese ejército rojo. Es también labradores metálicos y mujeres con cabezas de lunas coloreadas. Arquitectura y suprematismo. Abstracto. Para mí es una muchacha de alargado rostro blanco. Rubia y con peineta en el cabello. Amarilla verde azul negra y roja su ropa. Es un óleo de 1932/33. Sonríe, Mona Lisa soviética. Simple; bella como el poder de los pobres.

No quiero ver de nuevo a Malevich muriente, con su barba oscura. Cómo, si están sus casas regocijadas de árboles, sus frutas sobre la mesa y los platos decorados.

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De VIRGINIANOS (Cochabamba, 1991)

Foto: Autorretrato de Kazimir Malevich, 1912


Tuesday, March 5, 2013

El presidente mendigo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En la comedia española Torrente, el brazo tonto de la ley (Santiago Segura, 1998), el personaje, policía estúpido, mugriento y corrupto, tiene un padre baldado. Le da de comer sobras de restaurantes que le regalan por ahí y que convierte en papilla licuándolas. Luego empuja la silla de ruedas del progenitor a una esquina, con un vasito de hojalata para recibir limosnas, que él indefectiblemente cuenta al retornar a casa. Pequeño negocio personal; dinero extra. Igual está el otrora omnipotente coronel Hugo Chávez Frías, explotado en su miseria por los que se decían amigos, correligionarios suyos, a quienes no les conviene su desaparición, porque manteniéndolo vivo, o embalsamado que dadas las circunstancias es lo mismo, adquieren ganancias que los encumbran.

Decepcionante fin para quien lo tuvo todo. Mejor morir en paz, incluso con enfermedades, que convertirse en marioneta de secuestradores que solían comer contigo, y que ahora no solo te plagian a ti sino a los tuyos, tus hijas, etcétera, a nos ser que la desgracia del poder haya hecho a estos también socios.

Cada mañana Maduro, Cabello, los notables menos notables y abyectos de la patraña fascistoide de Venezuela, sacan al enfermo terminal y lo dejan mendigando en una intersección. Le dan de comer, si no papilla, cualquier cosa por tubos, eso si todavía vive. En la noche cuentan los réditos que les trajo la exposición. Sonríen y ríen mientras el objeto queda tirado en la soledad de su habitación hasta que lo saquen al día siguiente. Para hablar de camaradería, amistad, solidaridad y compromiso del nacional populismo, como los llama Luis Thonis.

Conversando con papá, me decía que a pesar del desprecio perpetuo suyo por estos ejemplares de gente que devastan la América, da “hasta pena” lo sucedido con el falso héroe. Tanto tuvo, tanto se creyó volando cerca del cielo, para que ahora lo arrastren como a triste perro por las calles, haciendo piruetas con su cuerpo y memoria, encandilando a la plebe que con pan, plátano y santos se mantiene contenta y continúa sometida a la tragedia de que otros piensen por ella: caudillos, caciques, dirigentes y “deregentes”. No tengo pena; creo que lo que le cobra la vida hoy es lo menos que podría cobrársela, y no por haber expropiado a los ricos, o por una retórica social de avanzada, sino porque fueron palabras nada más, se mantuvo el status quo de dominio y control como antes, salvadas las pequeñas diferencias ideológicas que no hacen mella en la real situación del pueblo. El pecado radica en no haber hecho lo que se pudo, y haber convertido una esperanza en otra feria de vanidades. En criar engendros como los que ahora bregan por encaramarse: un pobre tipo, burro, ignorante, lambiscón, desimaginado, y otro militarista y tan asno como su rival.

Además el insulto de considerar a la masa como retardada, incapaz de razonamiento, de darse cuenta que el idilio del coronel se terminó, que hay que enfrentar la realidad fuera del aullido de los “rojo rojitos”, según denominan a los del PSUV. En ese detalle, en el de ofrendar circo, encontramos el juicio preciso para los amanecidos del siglo XXI: el que mantienen en la ignorancia a la muchedumbre. Lo que menos quieren los defensores de la igualdad social (¡!) es igualdad educativa, que se aprenda a pensar, para que después de hacerlo comience el diálogo, luego la crítica y la no aceptación a boca cerrada de lo que mastican y degluten los de arriba. Eso es revolución. Por eso están ellos en las sillas, en el concilio de dioses, para impedirla.

Me divirtió y asqueó Torrente, ser inmundo, vil. No pensé que su sátira llegara tan cerca, a los estratos celestiales del impoluto socialismo latinoamericano (risas). Añadir, para que no se malinterprete, que el jugar de víctima hoy, a la fuerza, no le quita culpas al cantor de boleros, a quien le habrán cambiado la espada de Bolívar por una de plástico, para lo que sirve…
04/03/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/03/2013

Imagen: Rembrandt van Rijn

Sunday, March 3, 2013

La Santa Cruz


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escribo de memoria; no deseo ser exacto porque de esta historia me gusta su nebulosidad. Imagino a Martínez de Irala, en las fronteras del Paraguay, con hombres rudos cuyas carnes sin embargo no eran tan duras. Se los comían los indios, como a Juan Díaz de Solís, desgraciado, o se devoraban entre sí dentro de los paredones de la villa de Buenos Aires (que malos tenía). Refiéranse a Mujica Laínez para saborear los muslos de un ahorcado.

De Irala se desprendió un lugarteniente, adentrándose en montes y pampas buscando lo que el hombre ha buscado siempre: aventura, riqueza, poder, para con ellos comprar luego afecto, solaz, afincarse en cualquier lugar ya que en la tierra de uno no se puede. Inmigrantes, al fin, los conquistadores, tanto como los que cruzan las bardas perforadas de Arizona o los que corren por el desierto sin agua ni calzoncillos.

Ñuflo de Chaves, el oficial, que con lo único que traían: huevos recalentados en la entrepierna, se lanzó a la nada, tan distintos a los afeminados españoles de hoy que se creyeron del Primer Mundo. De las aguas inmensas al sur, en expedición de demonios, lo aseguro, cortaron el canto de los pájaros, degollaron sospechados rivales, bebieron agua donde la bebían los caimanes hasta que plantaron un poste con un nombre común en ellos: el de la Santa Cruz, ese par de maderos cruzados que no era otra cosa que magia judeocristiana, de un chamán barbado e iracundo que insultaba a los mercaderes del templo en arameo.

Así nació Santa Cruz la Vieja, en un rincón desconocido, donde el conquistador enterró el acta al pie de la cruz, o del madero que afirmaba población. De niño, luego de leer a un cronista cruceño, Hernando Sanabria, me prometí un día largarme a encontrar ese centro ceremonial iniciático, en cercanías de ríos, de sierras, donde fuere. No lo logro, ni lo lograré, con nieve hasta las rodillas, pero eso no me impide soñarlo.

Apologizar al invasor no intento. E invasores somos todos los humanos que desplazamos día a día a los demás. No niego que me fascinan las historias de hombres arrojados, con coraza ibérica o americana desnudez. De ambos provengo, de la mixtura violenta de los males de una época, que con el tiempo se convirtieron en mejores quizá.

En alguna parte, hechos polvo, montículo que apenas sobresale del suelo, estarán los remanentes de aquella fundación. Lo pienso un domingo de noche, en su plaza principal, con Ignacio Warnes de pie y espada aguardando la muerte o mirando al más allá que es lo mismo. Aquí no tengo amigos, no conozco a nadie, y puedo observar tranquilo transcurrir la vida, como la catedral enfrente: ladrillos y sombras. Por cuatro siglos y medio.

Sirve café dulce un mozo de librea blanca. Me escondo en la noche de Santa Cruz. Doblo el diario de ayer y camino al hotel de una ciudad que apenas comienzo a entender.
26/02/13

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Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 03/03/2013

Imagen: Ñuflo de Chaves en un sello postal español

Saturday, March 2, 2013

El exilio voluntario, un monstruo de energía


Guillermo Ruiz Plaza

Podría empezar esta reseña valorizando El exilio voluntario (Alberdania, 2011), del escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot (Cochabamba, 1960), por el prestigioso galardón recibido: el Casa de las Américas de novela. Podría empezar, asimismo, poniendo de realce la trayectoria del autor cochabambino, que obtuvo el Premio Nacional de Novela, en Bolivia, con Diario secreto (Alfaguara, 2012). Pero mejor prescindir de cáscaras; vayamos directo al libro, que está ahí y palpita con vida propia: “Ven, Carla. Era una luz de mañana. No estaba ya tan solo. No me pesaba la ciudad como antes, las horas no duraban tanto. Amor no era, pero en los bucles de la muchacha, en sus carnosos labios de granada la vida se aferraba sin modales, fuerte y segura”. Con esta escena de felación, que goza a diario Carlos Flores en su lugar de trabajo –un almacén de frutas y verduras donde solo trabajan inmigrantes como él o negros pobres–, se describe, a mi ver, la novela y el mecanismo de la novela. El exilio voluntario es, en efecto, una obra sin modales (léase convenciones o lugares comunes) y que, además, conforme avanza la lectura, resulta cada vez más fuerte y segura, cada vez más ágil sin perder por ello su densidad, y en el lector va quedándose, aferrándose como una segunda piel, la vida de Carlos, inmigrante boliviano en Estados Unidos, de 1989 al presente narrativo, hacia 2003. El vértigo nace en virtud de la forma en que está narrada la historia. Las escenas se cortan unas a otras, semejan digresiones, el narrador parece perderse en el tiempo –entre nostálgico y divertido– para luego volver al presente, a una especie de diario en que habla menos de sí que de la actualidad (la política estadounidense, la guerra de Irak y la cruzada de George W. Bush, el conflicto entre Israel y Palestina, etcétera), pero en esos comentarios irreverentes, siempre lúcidos y mordaces, en los que nadie se salva –ni izquierdas ni derechas, ni Norte ni Sur–, se cifra su personalidad, el desencanto de su visión del mundo, del hombre, y también su amor por la vida. La historia, así, es un espejo trizado en que el narrador, Francisco, ve su propio rostro transformado, el de Carlos Flores, protagonista que sale de las páginas y lo despierta a las tres de la mañana (metafóricamente hablando) para que siga narrando su vida, que es la suya y a la vez otra –como pasa siempre en la ficción autobiográfica o, incluso, más acá, en la insalvable memoria–. Hoja tras hoja, triza a triza, va recomponiendo su propia cara en el vértigo del viaje narrativo. Eficaz metáfora de la identidad escindida por la migración y la adaptación al nuevo país. Esto resulta palpable en sus páginas divididas en capítulos irregulares en su medida, que a veces constan de un solo párrafo, dejando de ser capítulos, que carecen de unidad y se encabalgan, de forma al parecer desordenada, pero cuya lógica subterránea resulta implacable, como sucede en los recuerdos. Metáfora, a la vez, de la virtud alimenticia de la rememoración y la narración, de su capacidad de sutura, de comprensión de sí y de la realidad. Pero escribir la vida es reescribirla, siempre. De ahí la dimensión meta literaria de esta novela, de la puesta en escena del narrador durante su trabajo y el diálogo entablado entre narrador y personaje, que es también un diálogo entre el que recuerda y el que vivió: “¿Qué quieres, Carlos? Son las tres de la mañana. Más tarde continuaremos con la novela. ¿Qué es tan importante?” –escribe en el capítulo 55 poniendo en escena los fantasmas del escritor insomne, la necesidad acuciosa de relatar vidas, muertes, sueños. Hay un deber ético en este relato, el de dar testimonio, el de reunir las trizas dispersas por la vida para dejar trazo, en una opción personal pero también colectiva. Así, la novela es un espejo y, a la vez, una ventana hacia el otro, hacia el mundo: “Lo que queda de ella y de aquellos hombres es mi recuerdo. Sólo viven porque los escribo. No había escribas en la dureza allí y nadie pensaba en trascender. Yo tampoco. Sin embargo necesito contar, no quiero que la memoria falle y olvide a los demás como olvidé a tantos”. Asimismo, se recupera no solo a inmigrantes latinos como Carlos, sino a negros pobres, trabajadores, hermanos en el frío del invierno y la rutina nocturna, en la droga y el alcohol, o bien a mujeres blancas de la élite, doctoras o secretarias de las altas esferas políticas estadounidenses. Carlos es, pues, una cámara al hombro –en primera, segunda o tercera persona del singular– que permite pasar de un mundo a otro sin transiciones, aunque siempre con emoción y poesía. En ese sentido, otro acierto, y no el menor, es el tratamiento del tiempo narrativo, ya que se superponen planos temporales, personajes y paisajes en un mismo latido, mostrando que el tiempo no es (nunca fue) el tiempo de Newton y los relojes, sino el de Bergson, Proust y Bachelard, ese instante-memoria-percepción-ensueño que se (re)crea a la perfección en cada página. Asimismo, la variedad de personas gramaticales para referirse al protagonista, Carlos Flores, así como la rememoración, al parecer repetitiva, de una misma anécdota desde distintos ángulos, contribuye tanto al cuestionamiento identitario, que se plantea así de forma particularmente intensa, como a la emoción vinculada a esa memoria –nostálgica, humorística o bien inquietante–, que busca, como ya hemos dicho, reconstruir una figura, un rostro, pero cuya indagación se ve igualmente sometida a la lucidez y a la incesante revisión de lo evocado, maquillado o inventado... “Tartufo”, así es como el narrador llama a su alter ego, Carlos, quien, en efecto, crea su propia leyenda entre compañeros de farras o infortunios, y por momentos el lector no puede menos que sentirse incluido en ese círculo de crédulos o ingenuos. Guiño meta ficcional, de nuevo. Duda entre realidad y ficción, entre testimonio autobiográfico y mistificación. Aquí también reside el valor de la novela, en su capacidad abismal de ponerse en escena, de cuestionarse, de buscarse, de ser protagonista.
En definitiva, ni el tiempo ni el espacio ni el yo son unitarios. Detrás de un instante se agazapa otro, ya remoto pero de repente vívido; tras una montaña crepuscular del Norte se esconde una entrañable Cochabamba; tras una piel palpita otra, ya lejana pero actualizada en todo su despliegue erótico. Tiempo, espacio e identidad no solo carecen de unidad sino de linealidad; su coherencia está cifrada en el íntimo desorden de la existencia y el recuerdo. Entonces, la de El exilio voluntario es una historia sin comienzo ni fin, como el propio narrador comenta en un momento dado. No hay causas ni consecuencias, argüía Nietzsche, pues hallarlas significaría cercenar, artificialmente, el movimiento implacable de la existencia: “¿Sabéis qué es el mundo para mí?.... es un monstruo de energía, sin principio ni fin…. una suma fija de fuerzas… un mar de fuerzas tempestuosas, un flujo perpetuo” –leemos en La voluntad de poder. Esta es la sensación que transmite Claudio Ferrufino-Coqueugniot en su novela, la de un viaje a la semilla que no es más que búsqueda perpetua, pues nunca hubo semilla ni origen de la historia; de hecho, el “fin” que rubrica la última página, deliberadamente anacrónico en una anti novela como esta, es por supuesto la última ironía, el último guiño.
Novela experimental o anti novela, El exilio voluntario recuerda el principio y el motor de la novela moderna –que nació como espejo de sí misma con el Quijote–, y lo que es o debiera ser en todo momento, dejándose de fórmulas o convenciones, lo que al comienzo de esta reseña llamábamos “modales”; en otras palabras, la novela es o debiera ser la eterna busca de la novela, el movimiento incesante que nos sigue y acompaña, en esta vida moderna o posmoderna o como quiera llamársela, en todo caso inquieta y fragmentada y global y despiadada. Es nuestro espejo, como quería Stendhal, solo que ahora está irremediablemente trizado, y es también una ventana hacia el barranco de la alteridad, y el cristal no es inamovible sino que fluye, es de agua turbia, y en él se mezclan hasta cuajar humor y poesía, tonos mayores y tonos menores, alta cultura y cultura popular, lo planetario y lo íntimo –y todo esto, este monstruo de energía nietzscheano, se refleja a sí mismo, último gesto sediento, al hacerse.

Del blog del autor (EL FUEGO Y LA FABULA), febrero 2013
Foto: Portada de la edición de Alberdania de El exilio voluntario, 2011

Friday, March 1, 2013

La hora/MONÓCULO


La inesperada detención de Elba Esther Gordillo, dirigente del poderoso sindicato de maestros de México, con millón y cuarto de afiliados, puede ser una aguja en un pajar, una caída intrascendente dentro del maremagno de robo y abuso de poder que caracteriza al continente. Ojalá que no.

Cansa la retórica, social, humanística, revolucionaria de los que dicen luchar por los derechos de los oprimidos. Por las mañanas, desde hace años, vemos los noticieros mexicanos para iniciar el día, y desde que recuerde andaba este personaje (Gordillo) aterrorizando a todos. Era (tal vez lo sigue) una mujer poderosísima. En varias entrevistas se le preguntó de cómo tenía tan alto nivel de vida, que su salario de maestra o de dirigente no alcanzaban para una pizca de lo que ostentaba. La respuesta siempre fue la misma: de su trabajo, sin mayores especificaciones, para luego saltar a la arena política de la mentira endémica de esta nueva izquierda de asimilados y ladrones acusando a ricos y derecha de los males de su sociedad. Verdad, en gran medida, pero, vamos, cuando hablaba de lo injusto de la distribución de la riqueza, vestida con lujo y perorando acerca de la igualdad social, hedía. ¿Cómo alguien a quien ahora se acusa de despilfarrar las pensiones de los afiliados al sindicato, de haber sustraído una suma que gira por los ciento sesenta millones de dólares, que gasta tres millones de moneda americana para vestirse en Neimann-Marcus, tiene el tupé de declararse defensora de los trabajadores? Como si la mater dolorosa de la Casa Rosada, la viuda rica, hiciera una apología de la distribución equitativa de las ganancias del país (la misma que en París gastó en zapatos cien mil dólares, y que quiere al imbécil de su hijo Máximo como rey del Plata). Y tantos otros que sabemos, cuya única identidad roja es el color de su chequera.

Una plaga trashuma por América, y no es el fantasma del comunismo. Los viejos Marx y Engels se estarían pudriendo en las celdas de los autonombrados socialistas. En este cartel no se permite pensar en un mundo que haga tabla rasa con el dinero excesivo de unos y la miseria de otros.¡Oh, no!, dejen eso para los románticos, los que se jodieron en la lucha por la democracia, las mujeres a quienes forzaron las piernas y los tontos que creyeron que la picana era expresión de un mundo que se desmoronaba para dar paso a otro mejor. Ilusos, su desidia, ceguera, y quizá también su ambición, muy similar a la de los enemigos, han parido a la cuadrilla de pillos que se encaramaron y desean eternizarse.

Quién sabe lo que hay detrás de la detención de la otrora intocable dirigente; tal vez similar a lo oscuro escondido en la renuncia del Papa. Pero en algún momento hay que comenzar, al menos dejar constancia de que siempre hay alguien, lo habrá, vigilando y anotando los desmanes abiertos o disimulados de los poderosos. Pablo Escobar también se creyó monarca, dirimidor de entuertos que excedían su entorno criminal. Terminó con un tiro en la oreja, una sin duda orden de “no prisioneros”. Muchas las razones. Pero nadie es Dios, ni Dios mismo.

A Jean Valjean, en la monumental novela de Hugo, le dieron trabajos forzados por robarse un pan. Aquí negros e hispanos llenan las cárceles. Siempre los de abajo. Que alguna vez sean los de arriba, y que Gordillo como los demás para quienes el reloj avanza, lo quieran o no, tenga su hora.
01/03/13

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 01/03/2013
Publicado en La Prensa (La Paz), 14/03/2013

Foto: Elba Esther Gordillo tras las rejas