Sunday, March 29, 2020

El encierro en tiempos de pandemia


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Evito ser vanidoso y hablar de algo que no hago. Mi reclusión es, y siempre ha sido, personal. Algo ermitaño, huraño, como quieran llamarlo. Es decir, ahora que se comienza en Colorado a obligar a la gente a quedarse en casa, no sería para nada diferente de mi vida habitual. Pero el tipo de trabajo que realizo me permite, en caso de que lleguemos a extremo tal, tener un pase, salvoconducto para moverme con bastante libertad. No me encerrarán, significa, de todos modos.

La creatividad humana está fabricando memes antológicos acerca de esta extraña situación, nunca vista en USA, ni en tiempos del ataque a las Torres Gemelas. La risa es un buen antídoto contra cualquier virus, gobierno autoritario o pandemias como hoy. Acabo de recibir uno, que seguramente será tildado de racista, donde el mensaje reza que todo ha retornado a la normalidad en China, que en el McDonalds local se sirve un Big Mac con un sapo vivo en lugar de la hamburguesa. Referido a un asunto muy conocido que es la destrucción por parte de China de las especies animales salvajes, en todo el mundo, para que la élite comunista china consuma estos alimentos “gourmet”, y para que los chinos en general puedan tener una erección. Así de tremendo y simple. Se sugiere que el origen del COVID-19 está en los llamados mercados “mojados” de la China donde se juntan y sacrifican especies animales exóticas con otras de consumo común, en deplorables condiciones higiénicas y “mojadas” por los fluidos corporales de los animales sacrificados que caen y se meten por todo lado. Se incluye a murciélagos, delicia de la comida de la Nomenklatura, y posible inicio del corona virus.

Leía esta mañana que Donald Trump quiere “que todos vuelvan a trabajar” para el 12 de abril. Todavía no estoy muy claro en qué está pasando, pero que está no hay duda, y que va a transformar el mundo querrámoslo o no, incluso tumbar gobiernos como el de España, el de los comunistas “marqueses”. Manejo por Denver y los negocios están cerrados. Mucha gente se ha quedado sin trabajo. Los profesionales no porque pueden hacerlo en línea desde casa. El embate está sobre los que viven de prestar servicios y labores “menores”. De esos, una buena parte continuará trabajando porque su labor es considerada esencial. Los llamados ilegales la pasarán peor porque estarán completamente expuestos. Pandemia social, sin duda, aparte de la de salud. Hasta dónde y cómo es una incógnita.

Las calles están vacías. Los etíopes de las estaciones de gasolina, enguantados y enmascarados teclean la registradora y dan dos pasos atrás aterrados de cualquier cliente. Nadie se acerca al otro; ni abrazos ni apretones de manos. En el otro extremo, en el televisor, el retardado y gangoso López Obrador convoca a la fiesta, con sus grandes lapsos en el discurso y molestosos silencios hasta que la irrigación le llegue al escaso cerebro.

Los supermercados ven desaparecer a las siete de la mañana sus stocks de papel higiénico, servilletas, papel toalla, latas de atún y de sardina, arroz, fideos, carne y etcéteras. Los supermercados mexicanos tienen carne a rebalsar, atunes y peces enlatados, algo de fideo, otro poco de arroz, frijoles, tortillas  y nada de papeles esenciales ni para el mundo de arriba y menos para el de abajo.

EUA es un país de por sí paranoico. El COVID-19 ha solo resaltado esa condición idiosincrática del norteamericano. Sospecha, desconfianza, miedo. Acá no hay masistas que aúllan que porque comen chuño y pito están vacunados contra este y cualquier virus. Los anticuerpos del boliviano vienen de su eterna pobreza, de exponerse desde niños a la muerte: si no mueres al año pues no mueres ya. No sé de las cualidades curativas del delicioso pito ni del chuño. Lo sabrá el Sabelotodo… El norteamericano tiene el miedo como el mejor coordinador social para que no se rebele.

Hay cierta belleza en este silencio. No hay patanes furibundos detrás del volante. Aire tranquilo de cementerio. Aire menos denso y cielo claro. Contradicciones y paradojas. Los días siguen, los muertos a cuentagotas. Un invisible flautista de Hamelin arrastra no solo a los niños por sendas aún desconocidas.
25/03/20

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Publicado en PUÑO Y LETRA (CORREO DEL SUR/Sucre), 29/03/2020

Imagen: Rembrandt


Saturday, March 28, 2020

Leer el exilio voluntario

MARÍA CRISTINA BOTELHO

En esta cuarentena qué mejor que una lectura excepcional.

Acabo de leer “El exilio voluntario “, una gran novela, el tiempo no tiene importancia corre a toda prisa, me pierdo en las páginas de un libro fascinante. Un exilio de cuerpo y de espíritu, sobrevivir con la compañía de sombras que se desdibujan después de encender el fuego de un sexo hambriento en solitude, ubicarse en un ambiente rodeado de verduras, aprender a vivir en un país indiferente, sacrificar las manos en una suerte de trabajo duro, el inmigrante a la deriva, entre cuchillos, violencia, olvido, mentira. Esfuerzo valorado por el honor, la gloriosa actitud de un hombre que supo endurecerse para crecer, como hombre, como ser humano.

Como dice Claudio Ferrufino, el inmigrante, el hombre solo, su preocupación, el trabajo, el sexo, la comida.

Narrada con exquisitez, impecable.

Merece leerse para valorar al inmigrante que deja su tierra en busca de mejores días. Estados Unidos no es “el sueño americano “, en muchos casos es una pesadilla infinita, por ello la gente se queda.
03/2020

Friday, March 27, 2020

2020: Bienvenidos a la distopía


MAURIZIO BAGATIN

“Ogni domani é un mondo migliore” – Anónimo –

El sol es de invierno, o parece serlo, con aquel quemar sin calentar los cuerpos; ni el otoño se deja entrever, hojas de miles colores cubriendo jardines de una ciudad ya irreconocible o incierta, pueblo grande una vez de adobe.

Tsunami humano. Pandemia. A partir de mañana será otra vida, no será nunca más Le donne, i cavallier, l’arme, gli amori, tal vez entramos en un puro juego: The game, fruto de una revolución mental, hoy es todo digital lo que nos rodea, algoritmos, bitcoin, 5G, inteligencia artificial. Corrió el tiempo, y muy rápido. Desaparece el Ágora, no habrá resistencia crítica, el que maniobra, como siempre, domina de manera absoluta; las conciencias que quedaron se han normalizado o se normalizarán… y Kubrick se ríe en un rincón. Es el triunfo de la Biopolitica en la sociedad ciborg…

Mala tempora currunt sed peiora parantur, dijo Cicerón.

“Llego a pensar que la guerra de hoy no es ni entre religiones ni economías, sino entre el hombre que habita y aprehende la tierra y el que la exige; el que retorna por sus acciones a un pasado salvaje (tal vez la única forma de preservarnos como especie) o aquel otro que acompañado de la ciencia ha entrado dentro de los límites prohibidos entre vida y muerte. Escoger viene a ser una opción; reflexionarla es otra”… escribiste años atrás.      

Ahora hubiera querido leer algo sobre algunas mujeres del este y de noches etílicas en compañías de vagabundos y clochard, de insomnios y tu lenguaje siempre hecho de experiencias vividas. Genio del escritor, escribió Steiner… mientras me acompañan los escritores distópicos, los que se aventuraron en narrar el presente. Parece que nuestra libertad hoy, y aunque de otra manera siempre, sea en lucha con nuestros miedos, con nuestras angustias, con el dolor del mundo, en la personificación de Pierre Bezújov…

¿Hipótesis? Fe ciega, si no hay conocimiento, y el conocimiento es técnica, es arte o es ciencia. No siempre lo bello coincide con lo bueno: “E’ l’uomo/ quel che vuole piú/della natura e ad essa superar le soglie/di un indicibile seme;/ritornarle in ventre/senza ritroso esplorar/questo eterno divenire”.

Nos toca vivir el peor espectáculo, el integrado, le gustaba definirlo así el situacionista Debord… la peor representación de los dos bandos, las dos ciudades de Dickens, mañana lo que algún poeta desvelará por necesario…me despido con la sabiduría de los antiguos, el esclavo Epicteto y el emperador Marco Aurelio, los dos mayores sabios según Cioran: “Los hombres no tienen miedo de las cosas, sino de cómo las ven”“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad”.

Bienvenidos a la distopía.

Feliz cumpleaños Claudio.

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De INMEDIACIONES, 13/03/2020

Imagen: Antonio Ligabue, Il grande autoritratto (1950-55)

Bakú, desde la melancolía


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Sábado en la tarde, dos semanas después...

Llueve. Ha llovido desde el primero de mayo, sin parar. Cayó nieve; seis meses de nieve en este Macondo invernal.


Hojeo los periódicos y leo con placer una crónica de Sophy Roberts acerca de Bakú, capital de Azerbaiján (la incluyo en mi blog).


Bakú, la antigua "París del Oriente", puesto cedido a Beirut en su momento, ha sido siempre una ciudad-puerto de extraña atracción. No sé si en Viktor Shklovski encontré su melancolía, aunque tantos son los lugares del oriente que él pintó con magnificencia de tristeza, que bien podría estar. Seguro en Gurdjieff, en su peregrinar de conocimiento -quizá engaño-, de sabiduría, de misticismo y alfombras que remontan su belleza no sólo al arte sino al misterio.


En George Gurdjieff -a través del cineasta Peter Brook- recuerdo, hablando de las dotes negociantes de algunos pueblos, que el armenio supera al judío, y que al armenio excede el azeri. Lo menciono porque el texto de Roberts apunta al empeño hacia el futuro de Bakú y de Azerbaiján, de la pasión y el desarrollo de los azeris, de un reencuentro con el pasado y de la importancia del porvenir asociado a sus caudales petrolíferos.


Esta vieja villa perteneciente a la Ruta de la Seda combina hoy, junto a los desechos y el hollín que una ciudad industrial posee, "minaretes del siglo XI, casas de baños del XV, y palacios intrincadamente tallados y mausoleos". Hay belleza hasta en la industria. Recurro al ejemplo de Lódz, cuyas negruras amadas por el poeta Julián Tuwim, y rememoradas por Ilyá Ehrenburg, confirman lo que Wladislaw Reymont escribió en "La tierra prometida", que Andrzej Wajda llevó bellamente al cine en 1975, y que el soberbio Joseph Roth narrara en "Hotel Savoy".


Bakú es el Oriente incandescente y el aroma de la ancianidad del Asia Central, así como Europa, o el ojo cíclope que mira desde el Caspio a Europa. Knut Hamsun, que la detestó, escribía: "(...) la ciudad es tan persa que no se la puede llamar europea, y tan europea, que no se la puede llamar persa. Frecuentemente se ven trajes de seda; hay señoras que, por encima de las ropas bordadas a mano llevan chapucerías berlinesas. Señores con trajes de tusor persa llevan corbatas alemanas de algodón abigarrado. En el hotel, preciosos tapetes persas cubrían las escaleras y las habitaciones; las sillas y los sofás tenían mantas persas, pero la madera de las sillas y de los sofás era de las llamas de Viena, así como el tocador, con su tabla de mármol encima. Y el patrón llevaba lentes con molduras de oro..."


Dice la autora de cuán aceleradamente Azerbaiján progresa; será este 2010, asegura, la tercera economía de crecimiento más rápido en el mundo. Como tal, surgen hoteles de lujo, restaurantes gourmet, donde, al ritmo de bailarinas que ejercitan el vientre, se sirve fisinjan (Khoresht-e fesenjãn), comida irania compuesta de pollo guisado en salsa de granada, fruta que el decenio ha consagrado maravillosa por sus dones, y que es parte de la dieta regional por al menos un par de miles de años. 


Como digresión personal en cuanto a frutas, tal vez por bíblica herencia donde el pecado aparece en forma de una, tres han causado mi asombro y alimentado mi interés de antiguo: el higo (posible fruto de la perdición humana), el damasco (mejor albaricoque), y la granada, que puede remitirnos a Omar Khayyam o al poeta sufí Rumi en la ciudad anatolia de ensueño: Konya, tanto como a Tajikistán o las rutas y poblaciones casi mágicas que se extienden del desierto de Gobi a Bujara y Samarcanda.


He dejado por un momento la tristeza para subirme al tren que desde casa recorre el mundo. Ya he visto mucho y sin embargo hay tanto por ver. Jamás me haría cliente de un hotel Four Seasons de cinco estrellas en Bakú; no me interesa. Mas sí buscar las fondas que albergaran la historia viva del siglo XX, o las manifestaciones de la antigüedad en la ciudad amurallada, el centro viejo. Prefiero los monumentos patrimoniales a la desmedida expansión de lo moderno, sin ser dogmático. Un día este vagón me llevará en serio a Bakú, y no lo detendrán los helados charcos de Colorado... para siempre.

14/05/2010

Sunday, March 22, 2020

Flecha verde, Belerofonte, Eduardo Abaroa… héroes

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Qué héroe era yo de niño? ¿Cuál quería ser? Época en que la Editorial Novaro de México se dedicaba a publicar en forma de revistas Superman, Batman, Batman y Robin, Aquaman, Super Niña, Linterna Verde, Flecha Verde, Legión de Superhéroes. ¿Cuál sería yo? Estaban los padres, siempre héroes, o no siempre, pero que estando al lado pierden el brillo del diamante para quedarse en zafiros. Es manía humana buscar, y encontrar, afuera, lejos, mientras más lejos mejor, de uno. Será una suerte de rebelión, de intrínseca fuerza para en el futuro poder destetarse y reeditar el universo. Cuando uno se absorbe en su entorno íntimo retorna al útero, suele no crecer. Los ojos se crearon para observar el panorama, la línea del horizonte, donde espera lo inesperado y donde nosotros seremos al fin singulares, propicios a la creación, martillo y yunque del porvenir.

Debo poner ambiente. De fondo: Hey you, de Pink Floyd. Y un café cargado con un shot de Patrón Extra Añejo. No doy cuenta de mi vida más que al silencio. Solo me miran mis ventanas. La 1:56 de la tarde; podrían ser las dos. ¿Quién puede saber si esos cuatro minutos de diferencia en verdad existen? Habito un mundo hoy que se parece más a lo vivido en los cómics de aquellos héroes que cuando crecía en Cochabamba y la totalidad de lo leído no solo era fantástico sino ilusorio. Caminando por Chicago me muestran parajes donde se filmó Batman, y, en verdad, resultaban ser los mismos de los dibujos de ayer.

No había televisión. Los cines venían a ser lujo dominical. Por eso, la Noche Popular se atestaba de pueblo. Galería explotaba, escupitajos caían sobre una supuesta burguesía acomodada en la platea. Con la oscuridad asomaba la calma. A ratos un grito de “ratero”, “metemano”. Actrices en inglés. Mundos que dejaban alelados, que sustraían la realidad por hora y media. Luego lo mismo, meaderos apestosos, “baño de cine”, sudor e insultos. Todavía no había filmes de los héroes de Marvel. El arte ese era solo gráfico, sin la sofisticación de la imagen que hoy tienen las novelas gráficas o la pantalla, pero colorido, lindo, en cierta manera “normal”, aunque los individuos volaran. El Joker era tal vez Acertijo, no sé si Guasón.

Legión de superhéroes… se aumentó tanto a ella. Los clásicos eran, aparte de los nombrados, el Hombre Halcón, Átomo, Elemento, Flash, la Mujer Maravilla, muchos más. Renovábamos con mi hermano Armando las revistas en la Revistería Apolo, cerca de la Avenida Aroma, entonces no el fin de Cochabamba, el fin del mundo. La eterna lucha del Bien contra el Mal, con toda la carga ideológica que se ponía en los textos al hacer que fuesen los Estados Unidos la personificación de lo bueno. Los antihéroes vinieron mucho más tarde, destacando, exagerando a veces, las falencias de un mundo que antes fue siempre heroico y resultó podrido.

Sobre la Punata, donde hoy es La Pampa, en la parada de colectivos, había puestos de revistas: un alto panel de madera con series de repisas y cordeles que las sostenían. Las alquilaban. El público sentado en banquillos individuales de no más de 30 centímetros de alto, otros largos, colectivos. No solo cómics de superhéroes, también Memín, Kalimán, Epopeya, Chanoc, romances en blanco y negro. La gente leía. Hablamos de la Punata, de gente humilde, ajena al mundo hacia el norte, gente de monedas y pasajes contados, muchedumbre que subía al 3 hacia Cala Cala y Tiquipaya, al 5 a Sarco y Condebamba, números hacia el Ticti y San Miguel, líneas llenas al cementerio, al Thanta qhatu, a los carboneros del cerro, al Cero, K'asapata , debajo del arco del puente del tren a Quillacollo. A Alalay y Valle Hermoso. Queru Queru y Tupuraya. Por lo menos, y eso es un descargo, se leía. Con los años apareció el robusto cómic argentino, con notables representantes que hicieron de él un arte, que más que ingresar en territorio de lo fantástico, de héroes con superpoderes, se centró en individualidades destacadas cuasi históricas, en un amplísimo territorio que iba desde el Far West de Jackaroe, a la Sumeria de Nippur de Lagash, a la Rusia/Ucrania de El cosaco, a la guerra gaucha y la valiente tragedia india con Pehuén Curá. Otra vez, fuimos partícipes de mundos que en realidad no nos pertenecían, pero que ampliaban la visión de ser nosotros parte de un conjunto mucho mayor y diverso. El Bien y el Mal, de nuevo, con matices. La eterna búsqueda del héroe que fue, casi seguro, el arma que utilizó el hombre antiguo para sobreponerse a un mundo hostil. Héroe sería el mejor cazador de leones de los llanos de Uganda, héroe el que se subía a lomos de un mamut y le destrozaba los ojos. Sin la figura ejemplar, dudosamente el hombre habría sobrevivido.

Gente pobre que matizaba el destino con héroes. Solamente cambió el entorno físico, seguimos en lo mismo, que la modernización de la vestimenta, la tecnología, no mejoraron en sustancia nada. Continúa la orfandad, perenne la angustia de la soledad, el abandono, la brega diaria, la supervivencia. Lo demás follaje. Helechos que cubren la desnudez de Eva-Adán, pero cuando llega el frío la piel se retuerce como siempre antes, como en los abuelos neandertal. Ni siquiera ya animales que matar, pieles para cubrir. Queda la imaginación, lo ilusorio, deseo, fantasía. De otra forma la tierra sería un yermo ni siquiera para Mad Max. Pero hasta en esa dejadez geográfica, en la sequía del apocalipsis, los ojos se vuelcan hacia Aquel, el que con su fuerza e intelecto logrará reanimar las cenizas muertas. Prometeo encadenado, Nimrod disparando flechas hacia el cielo.

Hoy la imagen es permanente en la mano; el celular ha cubierto leguas imposibles atrás. Viajamos, aprendemos, ni siquiera necesitamos Dios para comunicarnos en lenguas. ¿Cambiaron los héroes? No, lo mismo con otro retocado. Lo que eran líneas simples del Marvel antiguo son caóticos trazos que anudan el drama a la historia; hoy la idea no es ya el plano sencillo, con la violencia del dibujo se añade tridimensión o cosa similar. Fondos de claroscuro medieval, no una gama de color para cada imagen. El siglo XXI ha tomado mucho de la Edad Media para añadir a la tecnología oscuridad de martirio. El Bosco más moderno que nunca. La tecnología rescata a Leónidas y sus trescientos bravos en una adaptación libre y de vívido dinamismo para eternizarlo. Nada nuevo se ha inventado. En la Edad de Piedra existirían también hombres alados, el Superman inmortal.

Me decidí por Flecha Verde. Héroe no muy notorio en comparación con el poderoso del planeta Kryptón, aquel a quien Lex Luthor quería debilitar y eliminar con la brillante, verde kryptonita. Sin duda que la indumentaria viene del flechero del bosque de Sherwood, Robin de Locksley. Pero no fue eso, no sé cómo explicarlo. Elecciones de un segundón por encima de los rutilantes. Así me incliné por Héctor Priámida en lugar de Aquiles, por Belerofonte y no por Hércules. Por Marcel Schwob y no Anatole France, santos de otra devoción. Cuestión de carácter. Hay hombres que son Clark Kent; otros no. Kafkiana sombra de la cucaracha, el escribano, el sastre, el talabartero. Ni joyero, ni orfebre, ni obispo. Humildad, inseguridad, miedo. Pink Floyd continúa con The Wall. Tan difícil escalar paredes, menos romperlas. A ratos la imposibilidad; otros fanfarria de feria.

El señor de Sainte Colombe suena en disco compacto igual a la música en aire pleno del 1600. La viola da gamba es instrumento triste. Dumas le puso aventura a la época, espadachines, collares de perlas, amantes. El señor de Sainte Colombe hace música de sombras, de oscuridades donde corrían alocados bandidos, perseguidos aunque también héroes. El comisario Vidocq va detrás de un ser con máscara de espejo. Siempre buscando, el hombre y la posibilidad de ser lo que nunca será. La viola da gamba no tiene resuello heroico, pero anota tristezas que producen héroes, irredentos jamás acostumbrados a su desgracia, rebeldes a los que la circunstancia despierta. Eduardo Abaroa en el Topáter, con grito absurdo en la boca y fusil de yeso. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos. La tierra para los valientes, sin intentar contradicción entre unos y otros, que los valientes también suelen guardar espíritu de turrón dulce, polvo de jengibre y no hierro. Napoleón grandioso en Austerlitz, pero Bonaparte lloroso oliendo los calzones de Josefina. El puente de Arcole se derrama en ruinas cuando la reina abre sus piernas ponzoñosas para liberar al dragón. Obuses de Apollinaire. Explosivos que se escudan en cuevas húmedas, tropicales, de embriagador aroma. Obuses que explotan y matan. Pero obuses aterrados por la ausencia, morteros, tanques, aviones supersónicos que entran en la cueva antojadiza que devora a los héroes. ¿Y las heroínas, hoy que es Día de la Mujer? Ahí la ciega Gandarillas con guadaña de muerte india. Cómo puedo hablar de lo que desconozco. Wonder Woman y aquella reina pelirroja de las islas británicas, o Semíramis, o Tomiris que ahogó al gran Ciro y sus veleidades.

Apollinaire y tantos otros, la nata del arte de vanguardia, los años maravillosos, qué hacían en las trincheras, en el barro, sino buscar en sí mismos los héroes que anhelaban encontrar, hallarlos para alivianar la vida. Ellos murieron con sus sueños, con los vivos colores de Franz Marc, que dejó de ser el caballo azul para convertirse en lodo. Volviendo a los griegos, ya destruida Troya, sacrificadas las troyanas, porque siempre fue la mujer pasto de héroes, qué quedó sino una épica que se amodorró y fue descendiendo implacablemente hacia la tragedia, hacia el fin sin ningún brillo. Uno a uno los famosos de la interminable guerra se diluían, comenzando con el divino Agamenón, rey de reyes, cuyo fin tuvo mucho de terrestre y nada de semidiós.

Novaro nutría al público de habla española con lo mejor del cómic norteamericano. Una dicha leerlo y visualizarlo. Entonces no había héroes locales, ni Amarus ni Kataris. Claro que los mexicanos tenían lo suyo con personajes nativos, aztecas o de la etnia que fuere. Aparte de la ficción, la editorial se dedicaba a revivir narraciones históricas, del mundo real, en su serie Epopeya. Entre héroes voladores o sumergidos se entremezclaron figuras que descollaron en su época y su región. Supongo que a un niño se le iba formando la visión del héroe como un conglomerado de ambas. Si me apasionaba con Linterna Verde, también Aníbal de Cartago y el almirante Nelson dejaron en mí su impronta personal. A su manera, eran Superman, y Luthor los romanos o los españoles. Primeras imágenes que marcan tal vez el desarrollo del pensamiento después.

En el caso boliviano, no recuerdo publicaciones semejantes. Se hablará del imperio y sus nefastas influencias. Por algún lado no le falta razón a ello, pero si no hay contrapartes locales que impulsen la historia nacional, los líderes, héroes, estadistas, es muy difícil que se pueda vencer a lo foráneo. Peor cuando llegó el cine masivamente. El contrapeso nuestro estaría en las clases escolares de Estudios Sociales, en la recordación de eventos importantes con feriados, desfiles, fechas y horas cívicas. Más bien espaciado y no con el constante martilleo que tenía lo que venía de otro lado. Entonces se creció con una pléyade de figuras de la historia nacional pero sobre todo en un entorno fantástico ajeno al ambiente propio, a pesar de que la fantasía es patrimonio universal. Nunca imaginaríamos a Batman o al Hombre Araña dando saltos y descolgándose de edificios sobre el mercado de Caracota. Entonces hacíamos de lo suyo, nuestro, siendo urbes que rememoraban a Nueva York o a Londres el objeto de nuestros sueños.

Toda una parafernalia de nombres y acciones, de muy antiguo hasta mi infancia, cupieron en el mundo tecnológico a la perfección. La heroicidad, la epopeya, administradas y enriquecidas por la cibernética, el mundo virtual, la computadora, toda esa magia de lo invisible que reanima muertos y alimenta multitudes con guiones no siempre bien relacionados con su origen, de acuerdo a los mercados, a la evolución, involución, desmembración de personas y sociedades. Héroes para la época, en el arte gráfico y en el cine, hasta en la vida real de un mundo descocado donde el mérito suele venir de sórdidos confines. Destrucción tal vez, más y más a pesar del esfuerzo por preservar al héroe con características inquebrantables. Será que se perdió la épica, que la sucedió y reemplazó bazofia inescrupulosa. Hoy héroe puede ser cualquiera. Profesión desvanecida, devorada, comprada y vendida. Era de la mercancía.., olvido de Boquerón.
10/03/2020

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Publicado en RASCACIELOS, La Paz, 22/03/2020

Imagen: Portada de la revista

Saturday, March 7, 2020

Rumania profunda


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Panait Istrati, el gran escritor rumano, trajo a casa su país de nuevo. El cerro cochabambino, donde vivo, es árido, pero el sol de desierto agrada. En las tardes me siento a leer. Ignoro las bocinas y la escandalosa velocidad de los automóviles. Me ensueño en algo, y ese algo ha sido hoy Rumania.

"Tsatsa Minnka" es el último libro de Istrati que leí. Lo conseguí por tres pesos en los muros del correo, en una edición argentina de 1947. El mismo día, Huysmans y Paul Bourget me cayeron de suerte y más baratos. Ventajas del hombre que dispone de horas y de una mujer que trabaja.

Istrati describe en la obra los alrededores de Braila, su ciudad, y los avatares del pueblo, las imprevistas desventuras y felicidades que en Rumania son producto de duendes burlones. Cerca de Braila se unen el poderoso Danubio y la conjunción de otros dos ríos que conforman el Seret. En el delta vive la gente y disfruta de la benignidad de la tierra. Pero cuando ya todo se ha asentado y la existencia parece promisoria, los ríos arrebatan bienes y vida. Es un ciclo mitológico de guerra entre las dos aguas; los hombres no significan más que las altas cañas que cubren la marisma.

Bandidos y pantanos son temas característicos en Panait Istrati. Los haiduks, guerreros independientes de los bosques, luchan contra turcos y boyardos: el invasor es tan malo como el noble.  Se idealiza al individuo. "Codine", un cuento del autor llevado al cine y premiado en Cannes hará veinte años, trata de la vida de un campesino humilde, hercúleo y bueno. Las desgracias lo envían por las miasmas, pantanos formados en las desembocaduras de los ríos, con una vegetación compuesta sobre todo de cañas y arbustos altísimos; vivienda de negras viscosas serpientes que se enmarañan y cierran el paso a los hombres. La marisma es sin embargo acogedora con los fugitivos, los esconde. Al salir de ella los hombres se han convertido en una suerte de bestias; sucios y peludos. Así Codine la abandona para regresar al pueblo, más rudo y más bondadoso que antes. Es útil destacar que Panait Istrati siente aversión hacia los hombres físicamente débiles; ellos, dada su incapacidad muscular, son maleables y traidores; no el fuerte, que es, por lo general, tolerante y pasivo. El boyardo es un hombrecillo insignificante, igual que el capitán de soldados o el rico comerciante. Los pescadores, los obreros, las infatigosas hembras del pueblo representan lo opuesto. Y como añadidura, la plebe tiene al lado de su fuerza física un aguante inmemorial ante la desgracia. Las inundaciones del Seret o del Danubio no les causan llanto, los trasladan hacia las colinas, donde luego de levantar sus chozas se entregan al vino y al baile.

Ya que mencionamos la música, Rumania es un pueblo en cruz. Sus sones le vienen de los antiguos eslavos y celtas, de los más recientes romanos, y de las dos tribus más reprimidas de la historia: zíngaros y judíos. Claro que hubo, y hay, influencia alemana, y polaca. El país es una conjunción riquísima de cultura, de ahí la extraordinaria vitalidad de su ritmo. Hace un par de años se editó un disco compacto sobre la perdida música de los judíos de Transilvania y era como rodearse de misterio, como descubrir luego de una centuria el espíritu que quiso poner Jules Verne a su novela "El castillo de los Cárpatos", un territorio envuelto en niebla, donde los árboles pueden ser nigromantes disfrazados. En Verne, las montañas rumanas son como grandes aglomeraciones de moho, siendo el moho representación del miedo, del líquido, de lo putrefacto.

Moho, niebla, oscuridad, rocas frías, muestran la imagen que siempre tuvo Europa de estas tierras alejadas. Visión que nunca fue mejor representada como en la película "Nosferatu" de Werner Herzog, en la toma del carruaje atravesando el Paso Borgo. Francis Ford Coppola, en "Drácula", con mayor tecnología y dinero, no logró darle la misma intensidad. La imagen de la sombra, la barranca que se adentra hacia la nada, luces intermitentes dan la perfecta sensación de horror. Coppola sí tuvo éxito haciendo del cochero un monstruo semi-ave, con fantasiosos lobos alrededor. Me acuerdo del ingreso a Potosí, unos kilómetros antes de la ciudad, por aquel cañadón donde se encuentra, o encontraba, la "cueva del diablo". Son más de diez años que no transito la ruta Oruro-Potosí, pero siempre que lo hice, atravesando aquel paso ya crepusculado, sentí terror; significaba en mi imaginación la puerta del pasado, de las alabardas ibéricas y las sombrías paredes. En "Nosferatu" reviví los miedos de Potosí, el recuerdo de un pasadizo colonial, cerca del colegio Pichincha, que era una mazmorra horrible...

Se ha adentrado la noche. El cine me traslada a la historia más antigua del conde Dracul, el empalador: Vlad Tepes o toda una generación de depravados que el tiempo ha conjuncionado en uno. Las ruinas de su castillo en Targoviste siguen allí, una torre que mira al pasado, con ventanas como ojos que esperan a los turcos. Y el bosque, los árboles que añoran las manos que los hacen agudas picas para empalar. Bram Stoker escribe sus fantasías de inglés, pero al fondo de lo que ha inventado, las rocas de Targoviste hablan en verdad de miedo. En el siglo XV un manto de sangre se había extendido por Europa Oriental. Y Vlad Tepes no fue la excepción, es la modernidad la que lo ha hecho único. Basta leer a Alejandra Pizarnik, en "La condesa sangrienta", para afirmar un tiempo enfermo, o al escritor rumano-norteamericano Andrei Codriescu que escribía el año pasado sobre la misma Erzebet Bathory, la criminal condesa que se bañaba en sangre, inventora de suplicios. Erzebet fue finalmente descubierta pero, perteneciente a una de las familias más influyentes de Hungría, sólo se la condenó al encierro. Envejeció en su castillo, de puertas lapidadas, sin ver nunca más seres humanos, sin jovencitas en las cuales ejercer su hechicería tratando de aprehender lo intocable, la eterna belleza. La soledad del torturador: de la princesa, de Dracul, en un grabado alemán, que almuerza llorando mientras sus sirvientes empalan y mutilan alrededor suyo a los prisioneros.

Pero el recuerdo más vivo que tengo de Rumania data de mis diez años, aproximadamente. Entonces mi hermano me llevó al cine a ver "La Última Cruzada", la historia de Miguel el Valiente, el Bravo, Miguel de Valaquia. Este príncipe valaco unificó Rumania, por primera vez y por espacio muy breve, contra los turcos. Las imágenes no se me borraron: una impresionante decapitación, las innúmeras carretas llenas de niños blancos rumbo a Constantinopla: futuros jenízaros y eunucos; un grupo de hermanos rubios, guerreros que perecieron de a uno: es vívida la muerte del más joven de ellos en un torrente. Esa niñez era bella y en mis tempranos juegos, por mucho tiempo, yo fui Miguel de Valaquia. Mapas, mi padre, los libros de historia, me fueron descubriendo las tierras que el príncipe había convocado. Bien pronto, y ya leyendo historia polaca del siglo diecisiete, Rumania apareció otra vez, cuando las tropas del rey de Polonia invadieron y dominaron a los sanguinarios vospodares transilvanos. En realidad no se puede hacer separaciones. Esas regiones, todas, son una y grande: Moldavia no se separa de Ucrania, ni Bohemia de Galitzia, y Besarabia es tanto parte de Rusia como de Rumania. Mas, ya que divisiones políticas dividen la tierra, decidí hablar de los rumanos específicamente.

En el televisor alguien menciona la lluviosa noche de Atlanta. Ahí está, eso es Rumania para mí, lluvia, niebla y noche...
07/1996

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Imagen: Castillo de Sinaia

Friday, March 6, 2020

Geografía del tamal


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Fue en 1975, de viaje a Córdoba, que en un alto del tren, en Tupiza, tuve conciencia de aquella comida llamada tamal. No compartía las descripciones que la literatura mexicana había puesto en mi imaginación, pero las mujeres locales gritaban fuera de las ventanillas “tamales, tamales”. No mayores que una bola de pelota vasca, envueltos en chala de maíz, con relleno de cerdo y de pollo, arvejas, zanahorias y salsa picante, resultaron muy sabrosos. A través de los años, y durante el intenso corto período que en mis veintes dediqué al contrabando en la frontera argentina, aguardaba el rechinar de los frenos, casi siempre alrededor de las nueve de la mañana, que junto a los eucaliptos anunciaba la villa de Tupiza. 1984, la última vez, en grupo, camino de Buenos Aires. La fecha de Orwell nos lanzaba en una elíptica de libertad, quimera, hambre de mundo. Y tamales redondos…

Deshojados los calendarios por décadas, conviví, aún lo hago, con una firme, compleja, contradictoria sociedad mexicana en los Estados Unidos, desdeñando para siempre la falacia de un solo México, por ser esa tierra continental, diversa, inagotable.

Compañeros de trabajo del borde entre Oaxaca y Veracruz, me invitaron bocados envueltos en hojas de banano. El tamal era blanco, casi incoloro o transparente, con una hierba negra en medio de fuerte sabor y cuyo nombre o descripción no conservo (tal vez hoja santa). Fueron el preámbulo de un mole dulzón y picante -distinto al que comimos en Puebla durante la semana de festejo de la lengua francesa, doblemente recién casado yo, amaneciendo en el mercado con un conjunto norteño que aporreaba una y otra vez la alegre canción de los caminos de Michoacán-, seguido de abundante cerveza y chiles que conjurarían más tarde los mil y un infiernos.

Dicen que México cuenta entre 500 y 5000 variedades de tamal. Lo creo. Ya los mencionaba Bernardino de Sahagún. Habré conocido una decena: algunos amarrados en ambos extremos, largos; otros cuadrados, rectangulares, con hilo o no, en hojas secas de maíz remojadas para flexibilidad, en verdes de elote, en las de plátano y plantas que desconozco. Los amigos de la sierra de Guerrero los ofrendaban en fiestas de cumpleaños, mientras sus relatos iban de ejecuciones y bailes donde los hombres colgaban del hombro mortales cuernos de chivo (AK47), a juramentos y venganzas inmemoriales. Que cuántas muertes traes, y cuándo las cobras…

El tamal se ha expandido. En Bataan los llaman bubutos, y los pinoy, término derogatorio para los filipinos de USA, que va perdiendo este sentido y se hace general, los preparan con harina de arroz, pollo, jamón, semilla de achuete (achiote), leche, cubriéndolos a veces con frutos de mar y etcéteras de la amplia gama de alimentos isleños. Aunque el maíz sea casi obligatorio, la culinaria popular, dependiendo de su espacio geográfico, lo ha reemplazado: tamales de quinua tiene el altiplano peruano, de guineos verdes, ñames, auyamas (zapallos o lacayotes), yuca, plátano macho Puerto Rico y las islas del Caribe grande, donde se denominan pasteles de hoja; tamales de frijol; de Filipinas con arroz, cacahuate y leche de coco, y el extenso rango de tamales del África negra, venidos de la exploración y la conquista, del largo, libre o forzado, intercambio cultural.

Oaxaca. Sus comidas, según un viajero norteamericano, no pertenecen a la realidad mundana, parecen legados extraterrestres; “cocina elaborada y audaz”, dice Italo Calvino en Bajo el sol jaguar. El sabor de un tamal oaxaqueño, de los muchos, bañado en mole negro, mixtura de chile chilhuacle y chocolate, desafía la imaginación. Lo hacen sus pueblos, lenguas, leyendas, su música que en La Sandunga renueva historias de sacrificio y dolor.

Se necesitarían libros para indagar o recorrer la geografía del tamal. En regiones de Bolivia, Perú y Argentina se lo suele confundir con la huminta/humita que se prepara con grano fresco y no con harina. Conviven ambos y pertenecen a un mismo legado pero son distintos. En la huminta el choclo no es sometido, como se hace por lo general con los tamales, a la nixtamalización del maíz, que, para preservarlo, consiste en hervirlo con cal viva, lo que permitirá larga supervivencia del alimento, tanta que a los guerreros aztecas se les proveía de tamales secos en las campañas de conquista.

Los hay salados y dulces; picantes y sin sabor (cuando el tamal se empleaba en rituales de purificación). En Costa Rica llaman a los de harina pura, sin relleno, tamales mudos, tal vez por la ausencia cantarina de diversidad. En Sinaloa los apodan tamales tontos, en un peculiar enlace entre lo puro y lo soso. Allí, en la tierra de los narcocorridos y reinas del sur, se preparan con piña y verdura, y hay extraños tamales barbones con langostinos cuyas patas y barbas sobresalen de la masa.

Durante una recepción prodigada por un exitoso empresario boliviano en Lakewood, Colorado, estribaciones de las Rocosas, conocí el zacahuil, del sur de Tamaulipas, el tamal más grande cocinado en bandeja, no envuelto. Hicieron uno, inmenso, para la centena de invitados, con la originalidad de cambiar la carne de puerco por la de venado, siendo temporada de caza. Era una suerte de guiso en fuente, delicioso a pesar de su no tan buen aspecto.

Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, incluso Brasil con la dulce pamonha, son algunos de sus lugares de preparación. El tamalli nahua ha recorrido un gran trecho, hasta los asturianos del Nuevo Mundo que lo hacen con jamón crudo y fabas; los purépechas lo acondicionan con zarzamora salvaje.

Varían sus colores. Teñidos con ingredientes naturales para eventos infantiles, casi siempre con achiote por el bello carmesí, que me recuerda las fantásticas humintas de ají colorado de mi abuela, ya desaparecidas en Cochabamba. Todo un ritmo de sabor. No en vano la Orquesta Aragón, cubana por excelencia, canta la historia de Olga, que vendía tamales con pimienta en las calles de la nunca olvidada Cienfuegos.
12/09/2011

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Imagen: Tamales barbones de Escuinapa, Sinaloa





Thursday, March 5, 2020

Martes, antes que anochezca


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me siento. El café enfrió. Antes Suzanne, de Leonard Cohen, para “inspirar”. “Inspirado” estoy, llevando la próstata como regalo de Navidad por todo lado.

Tirado en cama, por treinta años que no lo hice, me digo que a continuar la novela, esa que terminé hace mucho en la cabeza pero cuyas manos se niegan a plasmar. Será que escribo con un dedo. Mayor tiempo que utilizar los diez, nueve para quien haya perdido uno en la sierra de carpintero, como mi amigo Marcelo Almuina. Y hago digresión aquí, para decir que él viene de un pueblo perdido de Chihuahua, Pascual Orozco, que lleva el nombre del que fue héroe y traidor y terminó héroe, a pesar de todo, a cuestas de Victoriano Huerta y del odio de Pancho Villa. Almuina… nombre árabe, imagino las naves, los bultos, los indios, los muertos, espadas y cruces. Almuina que de Almanzor pasó a los pinos del norte mexicano. Si cada uno no solo guardamos una historia sino la memoria del mundo. Termino digresión.

Texto breve, anotación, la charla con mi amiga Cristina Botelho, hija del autor de un mundo nuestro; premura por escribir, por no dejar que se evaporen las palabras. Los hijos, hijas, nietos, cuentos de matrimonios inconclusos y de ajuares muertos. De lechos y tálamos, de besos que de jóvenes tenían dientes y solo encías rosas, y a veces oscurecidas, después. ¿Cuánto importa eso para amar? Nada, si el diente es un hueso que sobresale, una cuchilla para cortar carne que a veces trae sonrisas. No, no me casé por tus dientes, no entré en tu interior por su esmalte. I love you in the morning, grita el poeta ido. Con razón, in the morning y in the noche, claro que sí. Pero no lo entiendes, te crees calavera de Posada, aunque las suyas tienen grandísimos sarcásticos dientes. No entiendes. I love you en la mañana, and más tarde, seguro que sí.

Los dioses le dieron a la desahuciada esposa de Protesilao la posibilidad de dormir con el héroe tres horas, o de hacer una estatua a imagen y semejanza suya. Basta, ahí se concentran los sesenta que viviremos, los ochenta, los veinte. Luego que venga lo que venga. Que Chipre fue de color azul y rojo hasta que la ruina que la acechaba la destruyó y la hizo polvo, que de ahí venimos y ahí regresaremos, hasta el adobe y la argamasa.

Somos un crucifijo, por materializar el dolor en alguna imagen, un crucifijo danzante, amante, que no llora sangre sino esperma, que no asola ni arrasa; siembra y cultiva. Que el mejor abono de la vida es el dolor. Y el único recuerdo. A la pena hay que bailarla con máscara de jade azteca, vestirse con las pieles de los vencidos como hacía Nabopolasar, que eso significa darles vida eterna. El corazón sangrante de los prisioneros en la cima del Gran Cú, por recordar los versos de Ernesto Cardenal. Noches tristes, y noches que fueron fiesta, borrasca de placer, huracán de vicio que no era vicio, más bien pasión.

Perdí las horas desde las cinco de la mañana hasta estas 5:49 de la tarde cuando decido, empujado por Cohen, escribir, continuar la novela terminada en cerebro que necesita de fórceps para ser parida y lavada, planchada, azotada y gritada de niño colgado patas arriba. Alguna vez. ¿Cuántas páginas puedo hasta la oscuridad? ¿Cinco, diez, treinta? No sea que la muerte que siempre tiene nombre de mujer, y piernas y vulva ensombrecida de bosque o playa desnuda batida por mar, me encuentre y me rompa el dedo-lapicero.

La luz del teléfono celular viene multicolor. La batería se agota. Soy el coronel a quien nadie llama. Mentira. Me victimizo, busco ese dolor que mueve la paleta de Pascin y de Soutine, los poemas de Esenin, el agua que ahoga a Celan, sí, ese poeta que traga el Sena porque tiene sed. Pues tengo sed, pero no tengo horas.
03/03/2020

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Imagen: Arshile Gorky

Tuesday, March 3, 2020

El membrillo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La fruta olvidada, la llama una columna inglesa de cocina. Afirma ser la única que debe ser cocida para comerse, y desdeña informes desde Egipto que allí se la devora cruda. Texto breve, interesante, incompleto en el sentido que el reportero-chef no indagó más acerca de esta antigüedad natural, de la que comenta, sin embargo, gracias a una famosa receta británica de membrillo asado a la Newton, haber posiblemente sido testigo activo de la “manzana” del físico que, sospecha, fue membrillo… quince en inglés.

Junto al higo, el damasco y la granada, el membrillo habla del origen de la humanidad, y de los fértiles valles rodeados por desiertos que aún quedan en las gargantas de Tajikistán y Armenia, con árboles florecidos y olorosos frutos. La enciclopedia señala su nacimiento en el Cáucaso, y retornamos a la imagen de inmensas soledades montañosas, donde las aldeas que se juntan alrededor de arroyos cultivan huertos de la misma forma que cuando Adán eligió el pecado y no la adusta y aburrida salvación.

Membrillos fueron las doradas manzanas del Jardín de las Hespérides, y en Plutarco se dice que las novias momentos antes de subir al tálamo le daban un mordisco para impregnarse de su aroma y causar una buena primera impresión. Entonces no había colgate de menta ni avezados industriales aymaras inventaban pasta de dientes de coca como antesala del paraíso.

Acerca del Paraíso, rincón donde trashumaba Dios furioso con el cilicio en su voz, leo que la discusión acerca del fruto prohibido, confrontados higo y manzana, tiene otro que tercia: el inefable membrillo, que se supone de cultivo más anciano (lo conocían los acadios) y que por ende tendría que ser el elegido. Pero es de sabor ácido, y ello tal vez muestra otra gran metáfora bíblica de que el conocimiento quema. Quién sabe.

Yo que consumí la infancia jugando a troyano y argivo en la intemperie polvosa de Cochabamba, que recién de viejo me di cuenta que por esos lares no corría el veloz Eneas ni Esténtor atronaba el cielo con gritos; que Protesilao no murió allí porque conociendo a mi gente ya lo habrían desplumado antes de desembarcar y hubiese retornado a Tesalia en calzoncillos, si los usaban los griegos, veo ahora que en este fruto sencillo, irregular, velludo cuando no está maduro, puedo conjugar ambos mundos. Porque si Aristófanes habló del membrillo, yo con amigos lo robaba de los jardines vecinos, acechando el momento en que los perros guardianes dormían. Los recogíamos en bolsa, acarreando a la vez racimos de vid en temporada. Y los comíamos crudos, igual a los egipcios, aunque un tratado de agricultura narra que eso es solo posible con una de sus especies. Las otras deben cocinarse, hasta alcanzar el color “de Petra y de Jaipur”, como escribe Rowley Leigh, el autor del texto que inicia la digresión.

Paris, el bello Alejandro Priámida, entregó un membrillo a Afrodita como la reina entre las diosas. Allí, en tontas envidias de mujer, se tejió el destino de Ilión y del mundo antiguo. Otra hubiese sido la historia si la señora vanidad no se cruzaba por su paso. Jamás lo hubiera pensado, cuando de niño, apoyado en los tibios muros que calienta el sol cochabambino, masticaba el algo incómodo –hay que decirlo- fruto y su dura cáscara. Actividad que se fue reduciendo con los años porque los membrillos fueron atacados por enfermedades, y algún tipo de mosca desovaba allí. Bastaron un par de gusanos para que por cuarenta años no los probase de nuevo. Pero, en realidad, nunca más los vi, como si se hubiesen extinguido, igual que la granada en los patios señoriales de mi ciudad compleja.

Cuando llegué a los Estados Unidos se vendía en muy pequeñas cantidades. Hará una década que desapareció, y ni siquiera en los recintos de comida natural ya existen. Aparentemente su cultivo terminó aquí en el norte por su propensión a incubar moscas y pestes semejantes. Dada su mínima comercialización, igual que en Inglaterra, lo esfumaron bien sencillo. Era una feliz odisea encontrar algún paquete de carne de membrillo, product of Argentina, en las tiendas latinas. Eso entonces, porque al presente, con la explosión demográfica del español y sus culturas, sobra, y ya casi no viene del sur de América sino de México, que en volumen no es notable productor.

Mi madre horneaba, y mis hermanas todavía lo hacen, deliciosas pasta frolas, tartas de dulce de membrillo con una suave masa, que sugieren viene de la crostata italiana. Lo cierto es que se colaron a Bolivia en las maletas de Alicia Coqueugniot Espeche, cuando se despedía de los suyos en los años cincuenta para iniciar la epopeya de trasladarse a Bolivia. De ahí venimos nosotros, de la conjunción de la lluvia de Córdoba y lo impertérrito del Ande, del membrillo y el amaranto.

Con Julio tuvimos nuestra temporada en el infierno, averno gustoso de tallarines caseros, vino y cerveza Salta. Fuimos metalúrgicos eventuales, temporales, circunstanciales en una fábrica de aluminio de mi primo Ricardo. Recibíamos cien dólares mensuales por el trabajo, monto que para Bolivia significaba una fortuna. Cuando no había parrillada, los obreros cordobeses tenían por almuerzo carne de membrillo, tinto y parmesano. Comida de pobre ¡vaya! si recuerdo la fortuna que un gramo de parmesano costaba en Cochabamba. Lo que la aristocracia valluna consideraba signo de distinción, lo almorzábamos entre obreros, pelando con cuchillo el negro caparazón y lamiendo en los dedos el fuerte jugo del queso joven. Desayuno a las cinco, noche aún; humeante café con leche, medialunas y pasteles rellenos de mermelada. Antes del sonar de las máquinas, el pulimentar el aluminio, las sierras que cortan metal y tiran al aire galaxias de candentes estrellas…

Imagino, a la manera siria, kibbehs de carne, granada y membrillo. Como retornar al principio, a la artesanal mesa de los antepasados, en el reducido mundo de entonces que terminaba en el Indo y comenzaba en el Bósforo.
22/11/11

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 27/11/2011
Publicado en Semanario Uno 437 (Santa Cruz de la Sierra), 25/11/2011



Sunday, March 1, 2020

Doce y catorce minutos de medianoche


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

40 minutos manejando. Un par de autos. 43 grados. Un mapache viejo se detiene al salir de la alcantarilla y me mira.

La noche y el pensamiento. Algunos dolores obvios y otros escondidos. El hombro blanco de Milana Semenova, cubierta con una toalla de lila claro. Casi la luna llena.

Soy descreído pero mis padres están en la noche. Hablo con ellos, Buenas noches mamá papá. Nadie nos interrumpe. Las luces de neón se juntan con las estrellas. Pido consejo, nada he aprendido en casi sesenta ciclos. Milana Semenova se tapa el oído. En la foto no se le ven los verdes ojos. Milana Semenova no estará cuando vuelva, anda perdida en los campos de Alexander Nevski, en la anciana Veliky Novgorod, cerca del lago, más cerca de Estonia que de Moscú.

Fletwood Mac, folklore checo. Los acordeones suenan tanto en el frente de Stalingrado y en los tanques republicanos del Ebro. En las chicherías de Cochabamba donde los tejos suenan secos, tac tac, el zapateado del azar. El pretérito que siempre viene en blanco y negro, jamás a colores. Hacemos fila, de niños, entusiasmados a las puertas del cine. “Es a color”, “a colores”. Si todo es a color, por qué el frenesí. Porque el ecrán es como el sueño, tan fuera de la vida misma, y tan cerca, decapitado de día de la cabeza y vuelto a colar por la noche, con cera bruta de marrón oscuro. Marrón oscuro de la chancaca. Piloncillo le dicen por acá.

Tengo los pies con calcetines en la calle Clarkson, no tan firmes como quisiera. Por ellos corre brisa helada. Supongo que esta melancolía me viene del dos por ciento de judío ashkenazy que cargo sin saberlo hasta ayer. De dónde y de cómo. La dosis suficiente de Kafka y Bruno Schulz, la que trae las chucherías diversas que cuelgo por las paredes, diablos de Zihuatanejo y kusillos que en La Paz te pueden matar por motivos dicen que políticos pero yo sé por qué. Secretos de nosotros los indios, piedra de piedra sola, torpe y aislada, confraternizada. Y martirio. Martirio siempre. Mucho martirio. “He vivido tolerando martirio…”, llora la cueca.

Camino por Tver, tan lejos todavía. La toalla se habrá secado, los hombros. Los ojos. Los ojos de los mapaches llevan antifaz. Baile de máscaras. Te conozco, mascarita. Si la vida es tango. Baile, por tanto. Los atunes escapan por las Puertas de Hércules a mar abierto.

Tóxico, me definió una tonta filipina para secuestrar a su madre de mis brazos. Las ramas del árbol se secaron por el invierno pero son poderosas. Daniela Billus mira una foto del Far West y susurra: “hermosa”. Como tú, y lejana como tú, en manos de tu esposo. Pero podrías ser Helena, raptada y amada en los atardeceres de Ilión. Proserpina. Europa. Puedo ser (olvidó decirlo Leonard Cohen) cisne, mi Leda. Ábrete como el floripondio, exuda veneno que decidí morir, ahogarme en el negro Ponto, en la viscosa saliva de tu vientre.

Doce y quince, ha pasado un minuto y la vida toda. Cruzo las esquinas solas. Hay policías escondidos que seguro dormitan mientras los criminales danzan. Tengo un harén en la mente donde ninguna se fue, ninguna murió ni se enfermó. Ni cumplió cumpleaños. Incólumes, desnudas, de matorral o imberbes, igual amadas. Un centímetro más de piel, uno menos, el asunto vive en la pasión, en los tambores rítmicos del taarab, del Bilad az-Zanj (tierra de Negros), según llamaban los geógrafos árabes a las villas del África oriental, de Lamu, Mombasa, Tanga, Dar Es Salaam, Zanzíbar…
01/03/20