Sunday, March 22, 2020

Flecha verde, Belerofonte, Eduardo Abaroa… héroes

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Qué héroe era yo de niño? ¿Cuál quería ser? Época en que la Editorial Novaro de México se dedicaba a publicar en forma de revistas Superman, Batman, Batman y Robin, Aquaman, Super Niña, Linterna Verde, Flecha Verde, Legión de Superhéroes. ¿Cuál sería yo? Estaban los padres, siempre héroes, o no siempre, pero que estando al lado pierden el brillo del diamante para quedarse en zafiros. Es manía humana buscar, y encontrar, afuera, lejos, mientras más lejos mejor, de uno. Será una suerte de rebelión, de intrínseca fuerza para en el futuro poder destetarse y reeditar el universo. Cuando uno se absorbe en su entorno íntimo retorna al útero, suele no crecer. Los ojos se crearon para observar el panorama, la línea del horizonte, donde espera lo inesperado y donde nosotros seremos al fin singulares, propicios a la creación, martillo y yunque del porvenir.

Debo poner ambiente. De fondo: Hey you, de Pink Floyd. Y un café cargado con un shot de Patrón Extra Añejo. No doy cuenta de mi vida más que al silencio. Solo me miran mis ventanas. La 1:56 de la tarde; podrían ser las dos. ¿Quién puede saber si esos cuatro minutos de diferencia en verdad existen? Habito un mundo hoy que se parece más a lo vivido en los cómics de aquellos héroes que cuando crecía en Cochabamba y la totalidad de lo leído no solo era fantástico sino ilusorio. Caminando por Chicago me muestran parajes donde se filmó Batman, y, en verdad, resultaban ser los mismos de los dibujos de ayer.

No había televisión. Los cines venían a ser lujo dominical. Por eso, la Noche Popular se atestaba de pueblo. Galería explotaba, escupitajos caían sobre una supuesta burguesía acomodada en la platea. Con la oscuridad asomaba la calma. A ratos un grito de “ratero”, “metemano”. Actrices en inglés. Mundos que dejaban alelados, que sustraían la realidad por hora y media. Luego lo mismo, meaderos apestosos, “baño de cine”, sudor e insultos. Todavía no había filmes de los héroes de Marvel. El arte ese era solo gráfico, sin la sofisticación de la imagen que hoy tienen las novelas gráficas o la pantalla, pero colorido, lindo, en cierta manera “normal”, aunque los individuos volaran. El Joker era tal vez Acertijo, no sé si Guasón.

Legión de superhéroes… se aumentó tanto a ella. Los clásicos eran, aparte de los nombrados, el Hombre Halcón, Átomo, Elemento, Flash, la Mujer Maravilla, muchos más. Renovábamos con mi hermano Armando las revistas en la Revistería Apolo, cerca de la Avenida Aroma, entonces no el fin de Cochabamba, el fin del mundo. La eterna lucha del Bien contra el Mal, con toda la carga ideológica que se ponía en los textos al hacer que fuesen los Estados Unidos la personificación de lo bueno. Los antihéroes vinieron mucho más tarde, destacando, exagerando a veces, las falencias de un mundo que antes fue siempre heroico y resultó podrido.

Sobre la Punata, donde hoy es La Pampa, en la parada de colectivos, había puestos de revistas: un alto panel de madera con series de repisas y cordeles que las sostenían. Las alquilaban. El público sentado en banquillos individuales de no más de 30 centímetros de alto, otros largos, colectivos. No solo cómics de superhéroes, también Memín, Kalimán, Epopeya, Chanoc, romances en blanco y negro. La gente leía. Hablamos de la Punata, de gente humilde, ajena al mundo hacia el norte, gente de monedas y pasajes contados, muchedumbre que subía al 3 hacia Cala Cala y Tiquipaya, al 5 a Sarco y Condebamba, números hacia el Ticti y San Miguel, líneas llenas al cementerio, al Thanta qhatu, a los carboneros del cerro, al Cero, K'asapata , debajo del arco del puente del tren a Quillacollo. A Alalay y Valle Hermoso. Queru Queru y Tupuraya. Por lo menos, y eso es un descargo, se leía. Con los años apareció el robusto cómic argentino, con notables representantes que hicieron de él un arte, que más que ingresar en territorio de lo fantástico, de héroes con superpoderes, se centró en individualidades destacadas cuasi históricas, en un amplísimo territorio que iba desde el Far West de Jackaroe, a la Sumeria de Nippur de Lagash, a la Rusia/Ucrania de El cosaco, a la guerra gaucha y la valiente tragedia india con Pehuén Curá. Otra vez, fuimos partícipes de mundos que en realidad no nos pertenecían, pero que ampliaban la visión de ser nosotros parte de un conjunto mucho mayor y diverso. El Bien y el Mal, de nuevo, con matices. La eterna búsqueda del héroe que fue, casi seguro, el arma que utilizó el hombre antiguo para sobreponerse a un mundo hostil. Héroe sería el mejor cazador de leones de los llanos de Uganda, héroe el que se subía a lomos de un mamut y le destrozaba los ojos. Sin la figura ejemplar, dudosamente el hombre habría sobrevivido.

Gente pobre que matizaba el destino con héroes. Solamente cambió el entorno físico, seguimos en lo mismo, que la modernización de la vestimenta, la tecnología, no mejoraron en sustancia nada. Continúa la orfandad, perenne la angustia de la soledad, el abandono, la brega diaria, la supervivencia. Lo demás follaje. Helechos que cubren la desnudez de Eva-Adán, pero cuando llega el frío la piel se retuerce como siempre antes, como en los abuelos neandertal. Ni siquiera ya animales que matar, pieles para cubrir. Queda la imaginación, lo ilusorio, deseo, fantasía. De otra forma la tierra sería un yermo ni siquiera para Mad Max. Pero hasta en esa dejadez geográfica, en la sequía del apocalipsis, los ojos se vuelcan hacia Aquel, el que con su fuerza e intelecto logrará reanimar las cenizas muertas. Prometeo encadenado, Nimrod disparando flechas hacia el cielo.

Hoy la imagen es permanente en la mano; el celular ha cubierto leguas imposibles atrás. Viajamos, aprendemos, ni siquiera necesitamos Dios para comunicarnos en lenguas. ¿Cambiaron los héroes? No, lo mismo con otro retocado. Lo que eran líneas simples del Marvel antiguo son caóticos trazos que anudan el drama a la historia; hoy la idea no es ya el plano sencillo, con la violencia del dibujo se añade tridimensión o cosa similar. Fondos de claroscuro medieval, no una gama de color para cada imagen. El siglo XXI ha tomado mucho de la Edad Media para añadir a la tecnología oscuridad de martirio. El Bosco más moderno que nunca. La tecnología rescata a Leónidas y sus trescientos bravos en una adaptación libre y de vívido dinamismo para eternizarlo. Nada nuevo se ha inventado. En la Edad de Piedra existirían también hombres alados, el Superman inmortal.

Me decidí por Flecha Verde. Héroe no muy notorio en comparación con el poderoso del planeta Kryptón, aquel a quien Lex Luthor quería debilitar y eliminar con la brillante, verde kryptonita. Sin duda que la indumentaria viene del flechero del bosque de Sherwood, Robin de Locksley. Pero no fue eso, no sé cómo explicarlo. Elecciones de un segundón por encima de los rutilantes. Así me incliné por Héctor Priámida en lugar de Aquiles, por Belerofonte y no por Hércules. Por Marcel Schwob y no Anatole France, santos de otra devoción. Cuestión de carácter. Hay hombres que son Clark Kent; otros no. Kafkiana sombra de la cucaracha, el escribano, el sastre, el talabartero. Ni joyero, ni orfebre, ni obispo. Humildad, inseguridad, miedo. Pink Floyd continúa con The Wall. Tan difícil escalar paredes, menos romperlas. A ratos la imposibilidad; otros fanfarria de feria.

El señor de Sainte Colombe suena en disco compacto igual a la música en aire pleno del 1600. La viola da gamba es instrumento triste. Dumas le puso aventura a la época, espadachines, collares de perlas, amantes. El señor de Sainte Colombe hace música de sombras, de oscuridades donde corrían alocados bandidos, perseguidos aunque también héroes. El comisario Vidocq va detrás de un ser con máscara de espejo. Siempre buscando, el hombre y la posibilidad de ser lo que nunca será. La viola da gamba no tiene resuello heroico, pero anota tristezas que producen héroes, irredentos jamás acostumbrados a su desgracia, rebeldes a los que la circunstancia despierta. Eduardo Abaroa en el Topáter, con grito absurdo en la boca y fusil de yeso. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos. La tierra para los valientes, sin intentar contradicción entre unos y otros, que los valientes también suelen guardar espíritu de turrón dulce, polvo de jengibre y no hierro. Napoleón grandioso en Austerlitz, pero Bonaparte lloroso oliendo los calzones de Josefina. El puente de Arcole se derrama en ruinas cuando la reina abre sus piernas ponzoñosas para liberar al dragón. Obuses de Apollinaire. Explosivos que se escudan en cuevas húmedas, tropicales, de embriagador aroma. Obuses que explotan y matan. Pero obuses aterrados por la ausencia, morteros, tanques, aviones supersónicos que entran en la cueva antojadiza que devora a los héroes. ¿Y las heroínas, hoy que es Día de la Mujer? Ahí la ciega Gandarillas con guadaña de muerte india. Cómo puedo hablar de lo que desconozco. Wonder Woman y aquella reina pelirroja de las islas británicas, o Semíramis, o Tomiris que ahogó al gran Ciro y sus veleidades.

Apollinaire y tantos otros, la nata del arte de vanguardia, los años maravillosos, qué hacían en las trincheras, en el barro, sino buscar en sí mismos los héroes que anhelaban encontrar, hallarlos para alivianar la vida. Ellos murieron con sus sueños, con los vivos colores de Franz Marc, que dejó de ser el caballo azul para convertirse en lodo. Volviendo a los griegos, ya destruida Troya, sacrificadas las troyanas, porque siempre fue la mujer pasto de héroes, qué quedó sino una épica que se amodorró y fue descendiendo implacablemente hacia la tragedia, hacia el fin sin ningún brillo. Uno a uno los famosos de la interminable guerra se diluían, comenzando con el divino Agamenón, rey de reyes, cuyo fin tuvo mucho de terrestre y nada de semidiós.

Novaro nutría al público de habla española con lo mejor del cómic norteamericano. Una dicha leerlo y visualizarlo. Entonces no había héroes locales, ni Amarus ni Kataris. Claro que los mexicanos tenían lo suyo con personajes nativos, aztecas o de la etnia que fuere. Aparte de la ficción, la editorial se dedicaba a revivir narraciones históricas, del mundo real, en su serie Epopeya. Entre héroes voladores o sumergidos se entremezclaron figuras que descollaron en su época y su región. Supongo que a un niño se le iba formando la visión del héroe como un conglomerado de ambas. Si me apasionaba con Linterna Verde, también Aníbal de Cartago y el almirante Nelson dejaron en mí su impronta personal. A su manera, eran Superman, y Luthor los romanos o los españoles. Primeras imágenes que marcan tal vez el desarrollo del pensamiento después.

En el caso boliviano, no recuerdo publicaciones semejantes. Se hablará del imperio y sus nefastas influencias. Por algún lado no le falta razón a ello, pero si no hay contrapartes locales que impulsen la historia nacional, los líderes, héroes, estadistas, es muy difícil que se pueda vencer a lo foráneo. Peor cuando llegó el cine masivamente. El contrapeso nuestro estaría en las clases escolares de Estudios Sociales, en la recordación de eventos importantes con feriados, desfiles, fechas y horas cívicas. Más bien espaciado y no con el constante martilleo que tenía lo que venía de otro lado. Entonces se creció con una pléyade de figuras de la historia nacional pero sobre todo en un entorno fantástico ajeno al ambiente propio, a pesar de que la fantasía es patrimonio universal. Nunca imaginaríamos a Batman o al Hombre Araña dando saltos y descolgándose de edificios sobre el mercado de Caracota. Entonces hacíamos de lo suyo, nuestro, siendo urbes que rememoraban a Nueva York o a Londres el objeto de nuestros sueños.

Toda una parafernalia de nombres y acciones, de muy antiguo hasta mi infancia, cupieron en el mundo tecnológico a la perfección. La heroicidad, la epopeya, administradas y enriquecidas por la cibernética, el mundo virtual, la computadora, toda esa magia de lo invisible que reanima muertos y alimenta multitudes con guiones no siempre bien relacionados con su origen, de acuerdo a los mercados, a la evolución, involución, desmembración de personas y sociedades. Héroes para la época, en el arte gráfico y en el cine, hasta en la vida real de un mundo descocado donde el mérito suele venir de sórdidos confines. Destrucción tal vez, más y más a pesar del esfuerzo por preservar al héroe con características inquebrantables. Será que se perdió la épica, que la sucedió y reemplazó bazofia inescrupulosa. Hoy héroe puede ser cualquiera. Profesión desvanecida, devorada, comprada y vendida. Era de la mercancía.., olvido de Boquerón.
10/03/2020

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Publicado en RASCACIELOS, La Paz, 22/03/2020

Imagen: Portada de la revista

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