Wednesday, October 29, 2014

CIUDAD NOCHE/ENTREVISTA A CLAUDIO FERRUFINO COQUEUGNIOT


CECILIA ROMERO

El encuentro se pacta un jueves en un cafecito de la ciudad, en un patio de paredes rojas: la gente llega, inusualmente, en gran número y en ese bullicio nos encontramos con Claudio Ferrufino Coqueugniot bajo una cálida noche de primavera. Acabo de leer su novela Muerta ciudad viva (El País, 2014) un relato sin concesiones y de una gran temperatura emocional. Como dato inusual a este encuentro, arriba también un abogado penalista que llega de La Paz con el único propósito de conocer, según sus propias palabras, a su escritor predilecto, con el que lleva una relación vía internet de larga data. Pocas veces uno asiste a este tipo de encuentros, donde autor y lector luego de un largo diálogo virtual, al fin se sientan a conversar salvando distancias.

Claudio Ferrufino Coqueugniot, es un escritor cochabambino y trashumante de diversas geografías. Sus ojos de viajero parecen confirmarlo. En sus viajes hay un ser nocturno, buscador de brújulas. Ese que va a vivir la noche. En el pasado ejercía como estibador o repartidor de periódicos y, a veces, cuando camina con pasos de cangrejo que van atrás recuerda a Big Mike, su amigo de piel oscura, uno de los entrañables que lo acompañó por las ciudades del norte, parte de esos amigos que en su mayoría ignoran su faceta de escritor. También Ferrufino es ganador del Premio Casa de las Américas y el Premio Nacional de Novela Alfaguara. Es autor de numerosas novelas como Virginianos, El Señor don Rómulo o El exilio voluntario, tiene además en ciernes un nuevo proyecto literario, una novela donde habla de eso que conoce bien, la noche o las ciudades lugares no lugares y la gente que en ellas deambula, siempre en los márgenes. Las mujeres que posan su cuerpo tibio en sórdidos moteles o suaves pastizales.

El color verde de las caipiriñas acompaña este diálogo y el cielo amenaza lluvia.

¿Cuál es la relación que tienes con la ciudad y en específico con Cochabamba, estos espacios que son apariciones constantes en tus relatos?
Si es quizá no solo el pasado histórico que me interesa mucho, he leído mucho acerca de la construcción de las ciudades de la época colonial, me interesan las antigüedades y la ciudad es como una antigüedad muy dinámica, muy viva. La ciudad de Cochabamba la conocí en mis años jóvenes, una ciudad íntima y también en su parte más oscura, como se ve en mi novela Muerta ciudad viva. Creo que esa es la mejor manera de conocer una ciudad, en sus vicios, en sus oscuridades.

¿En esta última novela Muerta ciudad viva propones casi una ciudad sonámbula?
Puedes extraer esa idea de la novela, no es precisamente lo que quise hacer pero he pensado en el tema y sin duda se puede hacer; sería ideal convertirla en una ciudad zombi, y producir una serie de historietas de comics que creo que saldrían muy buenas con el argumento de esa novela.

¿Cuál es tu relación con la noche? ¿La noche es la misma en Denver donde vives a la noche en Cochabamba? ¿La noche vuelve a las ciudades iguales?
La noche es muy similar en todo lado y muy diferente al día. Yo vivo de noche los últimos treinta años; trabajo de noche. En realidad he vivido más de noche que de día; tengo una relación más cercana con la noche, me gusta en primer lugar por el silencio ficticio: hay mucho ruido, muchas voces en la noche, que no es percibido de día, me gustan las voces escondidas de la ciudad, de la gente.

A propósito de esta novela hay un párrafo que me llama la atención, porque pareciera que ahí el autor se divide en dos posibilidades, primero la del hombre que quiere recostarse en la hierba y mirar a los saltamontes y el otro que quiere perderse, vivir en el completo exceso ¿Esta es casi una confesión?
Creo que esto es un lugar común para cualquier persona, pasar de un estado del otro, incluso si nos adentramos un poco más podemos llegar a esa separación ficticia entre el bien y el mal. Entonces no veo porque no se puede trashumar de un espacio a otro casi sin problema.

Hay muchas maneras de tratar a un personaje ¿Les permites rebeliones o los tienes controlados? ¿Escribes sabiendo exactamente adónde vas?
Escribo de una manera muy amplia, la única novela que escribí estructurada por llamarlo así es Diario Secreto, pero el resto de mis novelas no de ninguna manera, incluso aunque tenga un tema específico que sepa más o menos donde voy a ir eso cambia a cada instante, cualquier sensación e impresión inmediata, de hoy por ejemplo, entra a la novela que estoy escribiendo, aunque aparentemente no tenga nada que ver con su estructura. Por eso aparecen canciones, puedo estar caminando por las calles, escucho una y la meto a mi novela y los personajes se manejan de la misma manera, libremente.

Francisco Umbral dice algo que me recuerda a las mujeres de tus escritos, menciona este escritor español que las mujeres para los surrealistas no son las compañeras sino la más electrocutante experiencia del otro, por ello me interesa saber qué relación tienes tú con las mujeres en tus relatos.
Sin duda eso que dice Umbral es muy apropiado, soy hombre muy apasionado y la mujer siempre ha sido el sujeto mayor de mis pasiones, no de mi pasión hablando solo del amor sino de muchas otras cosas. Y he arrastrado mis mujeres, casi en plural, a ese mundo por el que deambulé y que relato en estas mis novelas. Como todo escritor me apropio de vidas ajenas y las mezclo con la mía.

Dicen que son nuestros olvidos los que nos hacen escribir la historia, he logrado percibir en tus escritos una especie de constante, vas del pasado al presente y viceversa, tiempos que dialogan y a veces no ¿Esta es una lógica andina de narrar la vida?
Has tocado un punto importante, mi madre que era argentina y veía Bolivia a la que amaba desde el lugar del extranjero, siempre me dijo que mis novelas eran muy bolivianas y no se refería a lo que podía tener de tradicionalista, como en El señor Don Rómulo, pero hablaba de ese espíritu andino y la yuxtaposición de presente y pasado en la naturaleza del indígena de los andes, cuya sangre sin duda tengo. Somos mestizos y sabemos de dónde. Mi madre entendió eso muy bien desde el principio y conversábamos de ello.

¿Tienes algún personaje entrañable?
Todos. Como te decía el autor roba vidas, es un desenterrador, entonces, incluso en lo autobiográfico hay mucha vida de muchas otras vidas de las personas, en El exilio voluntario, hay personajes íntimos y muy queridos, que eran los del gueto negro, aunque no mencione a un par de ellos, pero todos son entrañables.

¿Es fácil construir diálogos?
Creo que son muy difíciles los diálogos y los eludo de la mejor manera que puedo. Suelo mezclar los diálogos con descripciones, entonces así es mucho más fácil que no cometas errores o que estos pasen desapercibidos.

¿Cómo te llevas con las metáforas?
Me gusta hacer metáforas de cuando en cuando.

En algún momento te comenté que tengo una fascinación por el oficio del estibador, supe que tú ejerciste esta labor ¿Este te ha abandonado o permanece en ti?
Claro que sí (sonríe). Las fuerzas me han abandonado, no creo que ahora pueda cargar ochenta o cien kilos con mucha facilidad, pero el espíritu sigue vivo, rebelde, luchador, agresivo, violento, todo lo que relacionas con un oficio así.

He leído que la crítica te considera una especie de escritor maldito ¿Qué te produce la crítica?
No creo que sea maldito, ojalá que no. Soy un escritor que dice y hace lo que piensa y lo escribe ¿Si me gusta esa especie de maldición privilegiada? Sí, siempre me ha gustado leer a Baudelaire, a Rimbaud, a todos los tipos de esa laya. Me gusta leer que alguien diga cosas lindas de un libro mío, por supuesto, todos somos vanidosos y si dicen algo malo también está bien, eso no va a cambiar la manera en que yo escribo.

¿Claudio ya escribió su gran novela?
No, no todavía no, tengo muchos proyectos o ideas de gran novela.

¿Vas a coquetear con el cine en algún momento?
Sí, tengo que hacerlo, creo que cuando me jubile voy a hacer cine. Eso seguro.

Nos despedimos. Camino por la solitaria ciudad. La noche se abre.

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De ECDÓTICA, 27/10/2014


Tuesday, October 28, 2014

El caballo de Troya del masismo/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El mundo está cada vez más confuso e innegablemente cobarde. Lo dijo, no hace mucho, Bernard-Henry Lévy acerca de Ucrania y del papel de Europa sobre la afrenta imperialista rusa. Para colmo se ha elegido a Venezuela para un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y, no podía faltar la gota que rebasa todo, Bolivia a la comisión de Derechos Humanos del mismo organismo, cuando archivadas tengo fotos de mítines pro-gubernamentales, nacidos en el seno mismo de la cúpula masista, con carteles que rezaban “Mueran los derechos humanos”, considerando a estos como un escollo en la ocupación de todos los ámbitos de la otrora república.

El “proceso”, que tiene puntos positivos en cuanto a la identidad como nación, o naciones, cuenta con apoyo masivo. De nada sirve llorar y especular con el fraude; no se puede ser tan ciegos como para negar el sustento popular del régimen, que no lo convierte en bueno per se. Con semejante apuntalamiento, y de mantenerse la situación actual, tendría para largo. El aporte del dinero de las remesas y el otro gigantesco del narcotráfico como la rama mayor de un entramado de asociaciones criminales, contribuye a la aparente fortaleza monetaria del estado plurinacional. Su fin, ya que en buena parte su supervivencia lo es, es económico. Ahí entramos en un campo tormentoso y nunca seguro, donde la elección presidencial en Brasil según quién gane puede atentar directamente el negocio de la cocaína y las republiquetas cocaleras. Frenar, o disminuir, el flujo millonario de droga hacia el vecino, cambiaría el panorama, algo que incluso puede suceder con una reelección del PT.

Ese tema, el del tráfico de drogas, puede ser tal vez el punto de flexión de una presidencia en apariencia fuerte en su economía y por ahora sólida con el respaldo de los movimientos sociales. Diría que hasta hay una fecha que podría comenzar a cambiar todo, la de inauguración del aeropuerto “internacional” de Chimoré, que viene a reemplazar la anhelada carretera atravesando el parque Isiboro-Sécure como expansión de un asunto inocultable, la permisividad de Evo Morales respecto a esta actividad ilegal. No tiene, como hubiese tenido -todavía posible- con el camino, un crecimiento geográfico de las tierras de cultivo de coca, pero ampliaría la dinámica del negocio. Morales, en un entramado complejo y místico, cae en el común complejo de los tiranos: el de la invencibilidad. Carece de criterio histórico para evaluar la actividad pendular de la historia local y cree haber despertado fuerzas dormidas ya inamovibles. Cierto hasta por ahí, en un país sin ideología ni atisbos de ella, manejado por impulsos primarios e intereses corruptos en su mayoría.

Chimoré se presenta como el gran desafío, porque para lo que ha de servir su aeropuerto afrenta las políticas antidroga de muchísimos países, algunos de los cuales se plegarán, como ya lo han hecho, a los beneficios de una vista laxa, mientras otros, y Brasil tendrá que hacerlo, deberán oponerse como puedan a las sucias cartas que se arrojan sobre el tapete, y que provienen, vale repetirlo, de una mala lectura acerca de la eternidad de los procesos.

Sin duda que los ideólogos del régimen parten desde un punto de vista válido, del apoyo casi incondicional de la masa que ve en Morales la materialización de sus deseos y el sobreponerse a un eterno complejo de inferioridad. Pero el mundo se maneja por encima de cualquier lírica folklórica, y el que haya aceptado hasta ahora un cáncer más o menos controlado, no implica que no se espante ante la metástasis.

Las últimas noticias dan resultados de Brasil: de nuevo el partido de los “trabajadores”. Hay que ver si la voz de los subsidiados basta para soslayar el problema de crecimiento del país. Bolivia tendrá que ser antes que tarde un tema a tratar.

26/10/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 28/10/2014

Imagen: Grabado del siglo XVII

Friday, October 24, 2014

Plaza Constitución/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A marchas forzadas, saliendo de Lima, atravesando Bolivia otra vez, hacia Buenos Aires, entre el chas chas del tren y el frío, Juan Pablo mira por la ventana del vagón comedor. Este viaje, desde Oruro hasta Villazón, no es viaje sino pesadilla. Noche insufrible; por las ventanas rotas penetra el hielo. No se puede dormir. De refilón ojea el exterior, siempre parece que hay agua, un lago sin término, cerca y en lontananza, y montes que semejan islas. Dormita, despierta, mira, piensa: los urus, pero no veo plantas de totora, no veo chozas, por qué tanta agua, será la inundación, se habrá inundado. Rostros cetrinos de nativos con los ojos cerrados le hacen creer que viaja por Mongolia, otra vez la estepa, a una hora de Ulan Bator. Pero en Mongolia veo los caballitos al trote, o las moles de los yaks que en sí parecen construcciones. El correo del zar, Miguel Strogoff, la altura impide que se bombee suficiente sangre al cerebro. Se marea, delira, cree que los mongoles lo acechan, lampiños y enigmáticos, sedientos de sangre, canibalismo, los aymaras son como los congoleños: antropófagos. Dios, Dios, y se desmaya o duerme.

Despierta a las dos de la mañana. Hora insegura. Podrían ser las tres, las 4 o las 5. Uyuni. Una estación vacía entre el viento y el polvo. La mente más despejada. Dormir le hizo bien. Se arrebuja en la ancha chalina de alpaca que le regaló su madre, sabiendo que su niño se expondría al yermo impertérrito y salado de la Bolivia andina. Da unos pasos. Gente agachada en grupos. Le recuerdan esas películas gringas donde los mexicanos siempre aparecían de cuclillas. Faltan los sombrerotes. Aquí los reemplazan los chullus.

Con dificultad, por los guantes, saca del bolsillo de la chamarra el resto de un pan de Toco que trajo desde su barrio cochabambino, donde estudiaba y era feliz entre cafecitos y porros que permitían comprender mejor las argucias de El Capital, lectura imprescindible para la materia de economía política. El “toco” está duro como piedra, congelado. Le quiere romper los dientes, araña el paladar. Hace como otros pasajeros y se arrima a una pared de adobe, con rastros de líquido congelado all over. Baja el cierre, y busca su miembro para orinar. Carajo, esta cosa se ha convertido en un forúnculo, un pliegue más de piel. El sexo se ha escondido, se acobardó. Y filosofa dentro de sí sobre la quizá imposibilidad de tirar en clima semejante. Felizmente nadie lo ve. Esta cosa, cosita, que mea, es denigrante…

Vuelve a recostarse. Adentro, a pesar de los cristales rotos hay un calorcillo con aroma áspero de pies, que refugia. Cualquier cosa a ese frío de mierda. Y le dijeron que Uyuni era hermoso. Otro mito, se repite, otro mito de esta puñetera Bolivia cuya característica es mentir.

Chas, chas. Chas, chas, se pone en movimiento la locomotora y gimen los vagones cuyas ruedas también se han solidificado. Se compró un café que bien pronto pierde calor. El plastoformo no se hizo para aguantar tal temperatura. Sin embargo puede remojar el pan y moverlo en la boca hasta que penetre hacia el estómago como tibia pasta vivificante. Ya ni le importa que la vecina india que tiene en frente aviente unos pedos que se abren camino entre sus ropas, ni que los contrabandistas, aduaneros, militares y policías que no cesaron en toda la noche de comerciar o de putear, caminen entre las líneas de asientos apoyando las manos en butacas o en cabezas sin distinción.

Cuando llega el día las cosas se facilitan. Se ha bajado al valle y se hace templado. Da gusto sentarse en las gradas entre vagones y mirar pasar eucaliptos y tierras rojas.

El cobrador anuncia que arriban a Villazón, que vayan preparando sus enseres y no dejen nada. Será una burla, y mira el desvencijado vagón, que a la luz del día muestra el paso del tiempo y la mugre incesante. Villazón es la última etapa de su Bolivia, que ama pero que decidió abandonar. La palabra futuro es inexistente aquí. Se da fuerzas, intenta llorar, pero al frente, cruzando ese puente que se eleva sobre una pila de excrementos, está la Argentina. Y en ella, en La Quiaca que es tan mestiza como Villazón, le sirven un asado jugoso con papas fritas, y cerveza Salta en botella chica. La radio toca zambas, cómo no.

Ha desaparecido el hedor. Extraño, pero aquí huele diferente, como si la misma gente se hubiese transformado por arte de encantamiento.

Aunque hay cientos de kilómetros desde aquel punto fronterizo a Buenos Aires, destino final en la América del Sur, Juan Pablo no hace anotaciones en su diario de exilio. A veces una palabra, todas relacionadas a comida, como si la culinaria fuese la fase vital que diferencia las tierras, y hasta a veces piensa que las razas. Anota: Ledesma: sándwiches de milanesa; Ojo de Agua: chivito asado; Rosario: pasta napolitana. Y de pronto el bus, porque cambió tren por éste, penetra en los extramuros del Gran Buenos Aires. Entonces comienza una carta: Querida mamá, he llegado. La próxima te la mandaré desde Marsella. Te extraño. Tu hijo, y bla bla bla.

Le han aconsejado un lugar para dormir barato. Entre viajeros se corre la voz de dónde y cómo comer, y las movidas para hacer de una estadía, peor una de paso, lo menos cara posible. Entre latinoamericanos es asunto de boca. Los judíos son diferentes, han creado un network solo para ello, y los veteranos hebreos que viajan por el mundo, un año cada uno y pago, cuentan con una guía impresa, país por país con detalles de alojamiento, alimentación, clases del idioma local, sugerencias, advertencias. Nada librado al azar. No me gusta, a pesar de la seguridad, se dice Juan Pablo, mientras acomoda la mochila en un camastro de un cuarto en Constitución.

Diez dólares diarios. En la parte delantera hay un boliche bastante inmundo, donde sirven escalopes y milanesas, junto a empanadas, algunas facturas, vino en jarra y café rancio. Por el precio no se puede pedir más. El barrio es un maremagnum de inmigrantes, putos y meretrices. Los canas pasean de a dos. Hay que tomar en serio a la proverbial policía bonaerense: es gente habituada al asesinato y la tortura. Siguen usando los famosos Ford Falcon que retrataron la represión en la no hace poco terminada dictadura. Hace dos años apenas. Mira el calendario grasiento por los efluvios de la cocina, y no miente: 1984.

Hace averiguaciones. Le ha sido imposible entrar al puerto. La idea desde un principio fue la de tomar un barco con destino a Europa, a cualquier lugar, con Francia como el destino que machaca en el cerebro. Marsella primero, o Tolón, para luego ir subiendo hacia París. Tanto le han contado sobre las delicias de la capital francesa.

Uno, dos, le pago por dos semanas adelantado. Observa que no ha de ser tan fácil. Barcos hay, los puede ver. Un marino marroquí le asegura conseguirle una entrevista con un capitán de medio pelo. No importa. Lavar la cubierta, pelar patatas, lo que venga. Y los días pasan y se va haciendo habitué de la plaza. Comienza a conocer a los personajes de esta Clichy argentina. Y le va gustando. Los más divertidos son los gays, que abundan por allí. Son conversaciones que alternan entre culo y Borges, y “dime, querido, ¿no lo querés hacer? Duele un poquito al principio, después te habituás”.

No lo practica. Al contrario, conoce a una holandesa, mochilera, que entre liar un faso y otro, con esa brutal yerba paraguaya que se fuman, le gusta coger. Para entonces ya se trasladó a un cuarto de alquiler y aprende con Elfie, así se hace llamar la amsterdita, a enhebrar cuentas de colores y cerámicas pintadas a mano y cocidas al horno para hacer collares. Hasta aprende unos pases de guitarra. Letras simples con ánimo de profundas de Sui Géneris. Tras de las paredes que ayer se han levantado… y vainas así que llenan su vida, mientras espera los instantes, que pueden ser de noche, al amanecer o al mediodía, en que a Elfie la arrebata el deseo y su vulva hambrienta lo devora como filete de ternera. Ya no va por el puerto. Cambió el jeans original por unos capris de hombre, de lino. Con ellos está más acorde con sus congéneres, amigos, y gente del gremio hippie que atiborra Constitución. Ya no le escribe a mamá. La última misiva le mentía que veía las dársenas de Marsella acercarse. Que no se preocupara que la carta no tuviese sello francés, porque se la entregó a un amigo argentino que la pondría en el correo de su país.

A mamá le preguntaron, cuando fue a comprar pan, ¿Y qué es de Juan Pablito? Una maravilla, vecina, está terminando Sociología en la Sorbona.
21/03/12

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Publicado en CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE (con Roberto Navia), La Hoguera, Santa Cruz de la Sierra, 2013.

Thursday, October 23, 2014

La ciudad de Québec/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Alguna vez todos leímos los cuentos de los hermanos Grimm o de Andersen. Es inolvidable la imagen de la casa de golosinas en Hansel y Gretel. Creía que sólo existía en la imaginación y me sorprendí alegremente al comprobar que no era así: las edificaciones de la ciudad de Québec, en el Canadá, tenían las paredes azules como cielo y tejados rosas que parecían bombones. Sentí los lejanos vapores de la infancia transitando por la sangre.

No sé mucho de arquitectura o de tipos arquitectónicos, pero creo observar que la construcción francesa de la ciudad proviene del sector norte de Francia, de la Picardía. Québec no es Toulouse sino Amiens, algo trastocada. Sin embargo no es una simple imitación; por el contrario, su espíritu es muy particular. Québec, a pesar de cualquier similitud con otra villa, es sólo ella.

La danza de colores no se repite con mucha continuidad, mas una de aquellas casas color crema y rojo basta para dar a un barrio entero la faz de un pastel: el lunar embellece la cara.

Québec tiene el río Saint-Laurent (San Lorenzo) que es como portar un camafeo antiguo y caro sobre el busto. Es posible situarse en los barandales de las orillas y descansar la mirada en el agua interminable mientras brisas frías soplan en cotidiana actitud.

París tiene sus cafés y sus bares. Cochabamba sus sillas adormecidas bajo los árboles. Pero Québec tiene los refugios más acogedores que vi: mezcla de madera y ladrillos, parecen contemplar la vastedad de un mundo que se resume en sus diminutos escondrijos en un alarde de soberbia contradicción.


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Publicado en TEXTOS PARA NADA, Opinión (Cochabamba), 1987-1989

Tuesday, October 21, 2014

La explosión de la burbuja/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Compré en Cochabamba una pierna de chancho para el almuerzo. Costó casi 45 dólares. Recordé que cuando tenemos invitados en Aurora, Colorado, compro dos -diez kilos- por 30. Encuentro ilógica la relación cuando el sueldo mínimo es mayor en los Estados Unidos por cinco o por diez. Luego, mirando la profusión de comederos de todo tipo en la avenida América oeste, donde se iniciaba la zona rural en mi infancia, me enteré que el metro cuadrado allí cuesta 1000 dólares. ¿Quién puede comprar un metro ganando doscientos por mes? Aparece entonces el fenómeno del narcotráfico, y cómo esa camada de inservibles llamados cocaleros ha inflado los precios gracias a ingresos delincuenciales y a que no tienen obligación alguna con el estado boliviano. No pagan impuestos y encima las crías reciben bonos por esto y por lo otro. Va delineándose una sociedad de villanos y de mendigos. Bonito futuro.

No me causa escozor romántico ver a lo que se conoce como el “pueblo”, mujeres de pollera y hombres con abarca, en un restaurante lujoso. En condiciones normales podría parecer que al fin el país va convirtiéndose en un ente igualitario. Pero, observando la opulencia con que tragaban los platos, los carromatos de lujo que cargarían con su falsa humildad y los dos pesos de propina dejados al camarero (equivalentes a tal vez el 0.01 por ciento de lo consumido), razoné que hay una nueva élite en la oclocracia reinante. La vergüenza en Bolivia es ser honesto, trabajar y aportar al fisco. Lo respetable y fervientemente plurinacional es hacer lo contrario.

Por un lado. Por otro, niños de 8 a 12 años suben a los micros para vender chicles. Una niña que debiera estar en la escuela ofrece un puñado de tubos con gelatina. Un pasajero compra uno, lo absorbe como con aspiradora y el plástico a la calle, a engrosar los millones de bolsitas que a diario se arrojan en las calles y se mezclan con excremento seco, humano y canino, para dar ese tono grisáceo al jardín de la república.

Precios irreales; fortunas insólitas; analfabetismo; apabullamiento del derecho ajeno; ningún respeto por la ley; mentira tras mentira acerca de la Bolivia potencia, de la Bolivia nuclear. Algún momento la burbuja que el dinero extraordinario ha creado va a explotar. En ese momento se mostrarán las deficiencias que ni Juancitos Pinto ni Juanas Azurduy lograron llenar. No se invierte en infraestructura, a no ser aquella de circo y parranda. Cada oficina con sus burócratas asociados ha concebido ideas para lucrar de manera extra curricular. Motos secuestradas con o sin motivo en las calles, por un par de oficinas distintas. Largas marchas en busca del vehículo perdido. De ventanilla en ventanilla, sin rastro de la máquina -en papel- pero sabiendo perfectamente dónde está. Todo se arregla con dinero, con pago de multas jamás escritas y sin recibo. De 130 pesos bolivianos pagados por una moto habría que ver la partición del pastel y cuán alto en la jerarquía sube. Multiplicaciones mágicas que inventan millonarios y que no dejan un centavo a erarios municipal, provincial, departamental, estatal. Dinero criminal en manos de criminales.

Después de trabajar una vida entera, un profesional boliviano puede esperar una jubilación de 200 dólares, con suerte. Y cómo no, si solo el 20 por ciento de la población activa aporta. El 80 por ciento restante, en el que se encuentran pobres de verdad que venden montoncitos de locoto, y traficantes, contrabandistas, chuteros, sicarios, cooperativistas mineros y demás especies endémicas, no pone nada. Se vive una peligrosa ficción imposible de ser mantenida sin límite. Quizá la vanidad de los jerarcas no contempla el fin. Es muy posible que la fuga masiva y futura hacia paraísos fiscales ya esté planeada. El problema es de los que se queden; los niveles de violencia se incrementarán y los de hambre también. Las disyuntivas han de ser trágicas, canten loas o chillen excitados los intelectuales miopes.

20/10/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 21/10/2014

Sunday, October 19, 2014

Infiernillo

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Destino: Mizque. A quince kilómetros de la villa, adentrándose en uno de los tantos cañones que crean singulares espacios de biodiversidad, manteniendo el aspecto casi semidesértico del derredor y, sin embargo, cultivando papas junto a papayas, maíz con chirimoyas.

La comunidad, compuesta de 21 viviendas dispersas hacia la rinconada, en paradisíaco entorno, valga decir, con agua corriendo por acequias, repartida en mita sin descanso, carece de agua potable, y, hasta el lunes pasado, carecía de luz. Aparentemente la lucha por conseguirla fue ardua: dos años con viajes a Sucre. De pronto llegaron, esta semana, técnicos de origen cruceño, “que no hablaban quechua”, para instalar paneles solares, regalo del “presidente Evo”.

Dejemos de lado por un momento la cuestión del por qué justo ahora, a unos días de las elecciones y vayamos al significado. Que lunes fuera cerco de penumbras y martes luminoso implica un salto cualitativo impresionante. Yunguillas, como se nombra el sitio, pasó en espacio de horas de la edad media a la modernidad, del siglo XIX al XX, porque muchísimo falta para siquiera acercarse al XXI, a pesar de que encima flota un satélite de apodo indio que sirve poco o no sirve para nada. No hay conexión telefónica, menos de Internet, pero hay luz y eso abre un mundo de posibilidades.

El costo de los paneles solares es de dos mil dólares. Los comunarios accedieron a pagar novecientos bolivianos, unos ciento veinte dólares. El resto lo dona el estado, no pregunten cómo ni por qué. Casi por nada obtuvieron el panel, focos especiales, instalación a cargo de los orientales y he ahí la luz. Festejaron, por supuesto, con largas chicha y comida. Los técnicos machacaban hojas de coca con bicarbonato y quién sabe más (no lo digo yo, me lo contaron) antes de metérselas en la boca. Progreso mezclado con atavismos. Pero progreso al fin.

Me había llevado una novela de Nelson Algren y estaba dispuesto a quemar los ojos leyendo con iluminación de vela. Fue muy agradable, luego de deshacernos de una tarántula y de un liviano pero largo ciempiés, tener un foco encima de mí, que apagué con apenas toque de cordón. Ya me lo había dicho un vecino que planta papa y frejol, el por quién votarían ellos. La pregunta sobraba y fuera de cualquier aviesa intención o malentendido favor, era obvio y comprensible de por quién lo harían. Supongo que la siguiente lucha vendrá a ser por el agua potable, que existió antes, vistas las herrumbradas pilas y los receptores de ladrillo pintados de blanco. Un alud hundió el depósito que se había instalado en una falda de cerro y así quedó.

A Yunguillas la cercan dos ríos, el Infiernillo y el Yunguillas, casi secos ahora pero con masivas rocas que hablan de fieros torrentes, impasables en época de lluvias. Sobre el segundo va preparándose un puente, que ayudará a sacar los productos pero que expondrá este rincón escondido de soledad a otros. Ya hay un par de “forasteros” que han comprado tierras. Amenazados al principio, uno al menos ha logrado quedarse, optó por esa vida. Los otros construyen casas de campo, para iluminar el precioso aire de la cañada con humos de parrillas y estridentes mariachis. La balanza de bondades y males pendula con riesgo. Como lo hace el medioambiente y la fauna local.

Con chicha en envases de Sprite y rojas latas de cerveza paceña, amén de infaltable pijcho de retorcidas y mal formadas hojas de coca, la noche, ya ajena ante la clara iluminación, trajo charlas de comunidad, cuestiones locales; conversación acerca de un niño vecino arrollado en la carretera que va a Cochabamba, velado en el momento a lo lejos, con profuso alcohol y llanto, en unas lucecitas que se miraban bajando el seco caudal del Infiernillo. Gringo, le decían, por pecoso y rubio. La muerte de un niño en una comunidad de veinte casas huele a desastre; pero se olvida mientras el alcohol amodorra; la macabra fiesta de la pena se apodera de a poco de la tristeza real y la suplanta.

Entre chicha y cerveza, salud y servite, conversamos sobre los animales. Primero sobre los flacos caballos, dos en esta propiedad, descendientes de los que fueron diezmados en las guerras de independencia sin jamás recuperarse; luego pasamos a los salvajes, al “león” que domina la sierra, uno cuya piel se exhibe en el muro de una chichería de Mizque con extraños pelos para un puma en los costados. Inmenso y antiguo, el mermado felino que todavía mata ovejas.

Cuando el león ataca al caballo, contaba un campesino, se le sube en el lomo y con zarpazos, ora izquierda ora derecha, lo guía hasta el lugar de su presunta muerte. Percibo un crepúsculo con truenos y ruido de piedras en los desesperados cascos. De seguro la gente oye gruñidos y quejidos e imagina el resto. García Márquez no inventó el realismo mágico para estas personas que nunca escucharon de él.

El retorno tiene de todo: inmensas puyas raimondii en el páramo de Vacas como negros erectos penes dispersos y anacoretas. Granizo en la cumbre, mientras los nativos queman paja brava que la lluvia no apaga. Campos y campos, poblados con bajas capillas, como bajas eran las puertas en Yunguillas, en tierra de hobbits según opina mi hermana Elena.

La flota me deja a unas cuadras de la iglesia de San Rafael, al sur de Cochabamba. Es tal el tráfico que debo caminar en diagonal, buscando un taxi. Suntuosos edificios de estilo chicha denuncian posibles lavados de dinero y cocaína. Polvo por todos lados, de tierra y de excremento seco. Nací en esta ciudad y el polvo no me es extraño, pero este excede mi recuerdo y desenmascara un sobreoptimista gobierno que retrata una sociedad que no existe, pujante sí, pero descontrolada.

Al fin, en una populosa intersección contemplada por la estatua del general Barrientos, que fue tanto o más popular que Morales entre la masa, y al lado de un puesto callejero donde venden leche de burra (santo remedio), tomo un taxi. Me lleva por detrás, atravesando la vieja Canata. Espectáculo de color gris amarillento y profundo hedor de letrina.

12/10/14

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Publicado en REVISTA OH (Los Tiempos/Cochabamba), 19/10/2014

Friday, October 17, 2014

William Blake/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La autobiografía de Stefan Zweig lleva por nombre “El mundo de ayer”. Además de ser la expresión de una época que moría, ilustra magníficamente acerca de la vida y obra de los hombres. Entre sus páginas caminan Hugo von Hofmannsthal... Richard Strauss... William Blake...

Por Zweig conocí a Blake. En algún capítulo habla sobre un grabado o dibujo de Blake que poseía. La descripción del personaje es excelente y despertó en mí curiosidad por el poeta inglés.

Lo busqué por toda Cochabamba y no encontré sus libros. En un volumen de historia de la literatura inglesa había un extenso poema en lengua nativa, por lo que me fue difícil llegar al fondo del texto. Eso sí, pude ver grabados bellos y fuertes: visualizo un tigre descendiente más una mujer rodeada de arabescos y colores extrañísimos, productos de la mística.

Por fin, en Buenos Aires, conseguí “Matrimonio del Cielo y el Infierno”, breve escrito de trascendencia infinita. Es como ingresar en un universo fantasmagórico, hermanarse con dioses y demonios: sueño o laberinto oscuro, remolino de aguafuertes.

“El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”.

Escribió “Cantos de Inocencia” y “Cantos de Experiencia”. Tan sólo conozco párrafos de ellos.

En “Matrimonio...” están los “Proverbios del Infierno”: “Nunca sabrás lo que es suficiente si no conoces lo que lo excede”; “Los tigres de la ira son más sabios que los caballos del placer”.

Blake ha sido rescatado por nuestra época. No es posible comprender mucha de la literatura europea de vanguardia sin pasar por su soledad plagada de sapiencia. Siempre imaginé a Blake rodeado de un cuarto y una ventana: negrura de la pieza y luz de la abertura, origen de sus tonalidades fantásticas.

Jim Morrison idolatró a Blake. En una última biografía suya aparecen citas del inglés: “La Prudencia es una solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad” (lo escribo de memoria, quizá se me vaya algo).

Cierta vez, Blake sedujo a una mujer por mí. Ella extrajo dos proverbios que rezaban: “Hunde en el río al que le gusta el agua” y “El que desea pero no actúa engendra pestilencia”. Y me besó...

William Blake (1757-1827)

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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 1988


52, de Corven Icenail/A manera de prólogo

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El libro de Corven Icenail... ¿cómo describirlo, hablar de él? Si nos decidiésemos por los temas, habríamos destapado el universo, uno en que los límites espacio-temporales son vacuos, donde -quizá- lo único coherente y concreto es el horror que excede realidad y fantasía por igual. 


¿Elucubraciones metafísicas? ¿O inmersión en los arcanos de lo desconocido, de lo que preferiblemente se calla, donde habitan formas estrepitosas, nauseabundas, tenebrosas e hilarantes de histeria?


Retornamos a Lovecraft, pero hay pesados dejos kafkianos y ambientes de Bruno Schulz. Fraternos con un futuro tecnológico, febril y veloz, de escritura de cómic negro en lugar de pausada literatura obsoleta. Sin embargo, estas páginas exudan eso: literatura... de la buena. En medio del éxtasis, del empedernido mareo que causan la duda, la inseguridad, la incertidumbre y el terror, el orfebre trabaja para pulir los detalles de su obra, minucioso.


Corven lee, se evidencia eso en sus letras, y mucho. Asunto que asociado a una gran imaginación y talento, han dado un libro imprescindible para nuestra nueva literatura. Un libro que sube con atemorizados pasos la mítica calle Pichincha, en La Paz, y termina al borde de un abismo apocalíptico y ageográfico que le hubiese encantado pintar a William Blake.
Aurora, 2014


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Libro publicado por Axcido Cómics, 2014

Imagen: Ilustración del libro


Tuesday, October 14, 2014

Texto a la par del discurso triunfalista/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Están en el balcón. Álvaro García Linera aspira el aire tirando la cabeza hacia atrás, a punto de un soponcio. Grita, y gritan todos “Evo, Evo, Evo”; ya estamos en territorio de Corea del Norte. ¿El discurso? Sin importancia; generalidades, dedos pequeños y sentenciosos. Choquehuanca da saltitos de acuerdo a su tamaño. Privatización, nacionalización, hermanos y hermanas, democracia, potencia nuclear, contra el capitalismo, antiimperialismo. En un recuadro muestran a la Montaño aplaudiendo; no sé por qué la muestran en específico.

Circo para pobres o circo para imbéciles. Que están felices, por supuesto. Un “profesor”, quizá argentino o español, habla con soltura y sin empacho de una Bolivia que no existe, ya no la enigmática de la altura, sino el ejemplo mundial de manejo económico. René Joaquino arrastra la lengua. Recibirá palmaditas para mascotas. ¿La COB? La COB no sirve, es un organismo obsoleto en manos primero de cobardes y luego de corruptos. Las logias oscuras del tráfico, el contrabando, la minería ilegal han descorchado las champañas, porque esta masa seudorevolucionaria tiene veleidades de nobleza y lujo. No en vano los edificios de arquitectura chicha, millonarios, ondean banderas azules en boca de gárgolas de yeso.

Morales dedica la victoria a Castro y a Chávez. ¿Cuál la necesidad de nombrar personajes del absolutismo seco? ¿A qué viene? Uno ya peca de momia y el otro revolotea entre arbolitos. Otras son las perspectivas del futuro y pasarían por tontos en endulzar este triunfo como garantía de eternidad. Existe una dinámica, ajena a la manipulación de los achachilas. Choquehuanca puede soplar, meter sahumerios por cualquier hueco que acceda, su permanencia no se juega en las ilusiones del populacho. 2015 viene con otras máscaras y hablar del 2025 es hablar de diez años impredecibles. Mejor no hablar.

Un analista menciona alegría y tristeza. La cámara muestra una mujer aymara con un falso keru tiwanacota. Otro amauta sopla un caracol. Los líderes ya retornaron al interior de palacio. Alguno habrá sufrido desmayo, por la agitación que percibimos; supongo que hasta los médicos visten de azul. Un nuevo Mao, si consideramos las casacas, un nuevo chivo si recordamos a Trujillo.

En el Cambódromo alguien aúlla con tono kirchneriano. Es una explosión kitsch, incluidos los opositores que ni cuentan, exceptuando quizá la valiente entrega de los verdes que quedan como pizca de esperanza en un país desesperanzado. Me dirán loco, hoy que todo lo que estalla es optimista; pesimista, reaccionario, enemigo del sesenta por ciento de los bolivianos, mal matemático, peor místico, ciego que no quiere ver que las estrellas se han alineado en este sórdido, jocoso y trágico espectáculo.

No quería seguirlo, porque tiempo es lo que menos tengo, pero me interesó para estudiar el género humano como parte del reino animal. El gobernador de Sucre, con sombrero muy español, se desgañita. El olor de brujerías que se queman sale por la pantalla. Humo, humo. El comentador da números, abismales unos. Y pienso que estos se traducen en la gente que conozco, el pueblo al que observo, usualmente boquiabierto y carente de esa chispa que iluminaría un porvenir. Pienso en mi padre, me alegro que no esté para verlo. Lo enojaría y diría cosas tan duras que me prohibirían transcribirlas. Busco entre los videos alguno que distraiga esta noche en que los alaridos llenarán el vacío de un espacio geográfico sin cacumen, con impulsos, como en los experimentos de Pavlov.

La viuda negra, un culebrón al parecer, puede darme ese alivio. O sigo con Joaquino y su dicción de intento castizo o me insumo en sangrientas pasiones. Habla el gobernador de Potosí. Todos son hermanos y hermanas en este proceso de fraternidades. De ahí vienen los Caínes, los incestuosos.
12/10/14


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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 14/10/2014

Sunday, October 12, 2014

Isadora/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La tarde viene lenta. Necesito voces. El tiempo se ha insertado en el pasado y la nostalgia navega con pesados remos por mí.

No sé por qué rememoro a Isadora Duncan; tal vez se deba a un rictus amargo compartido. La veo en Buenos Aires, con el pecho descubierto, cantando el himno. Su blanco seno es lo más cercano a una estrella.

En una memoria de ventana danza y danza: regalo de perfiles ante mis ojos mustios.

La vida tiene azares extraordinarios. Un día, Isadora, la bailarina, conoce al poeta ruso Sergio Esenin, poeta de ojos de abedul, de voz de camino atardecido. Los dos, suaves, ruedan al matrimonio con la gracia que sólo tienen los artistas. Son felices.

Mas la poesía no se da con facilidad: el poeta se desangra. Esenin tiene todos los sentidos desarreglados, como pregonara Rimbaud. Se inicia la tragedia. En Berlín, entre alcohol y rusos, Esenin desespera. llia Ehrenburg cuenta que en vano Isadora trataba de calmarlo: Esenin rompía la vajilla. Al final se separan. Esenin muere años después… ahorcado.

Isadora continúa bailando. Moscú, París... Sus piernas son más hermosas.

En un escenario inicia un giro. El aire que expele su cuerpo susurra un nombre... su nombre… su nombre… su nombre.

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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 1988

Imagen: Isadora Duncan in 'MAZURKA, Chopin Opus 17, No.4' in 1915.

Thursday, October 9, 2014

Virginianos en la cárcel de El Abra/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En un boliche de altos, calle Aroma esquina Ayacucho, justo encima del más infame putero de los alrededores, en el sótano del mismo edificio, qué año, ni lo recuerdo, hace unos diez, tomábamos cerveza con unos amigos y comenzamos a conversar con otra mesa de beodos, concurrida y bulliciosa. Existe en el bajo fondo cierto código de cortesía, o existía, y a cada canción que poníamos en la rocola, y la dedicábamos bien charro a mujeres, mártires, grandes hombres, san putas y la virgen del jusqu, ellos ponían otra. Corridos perrones del narco, en ese límite en que las bandas mexicanas no se habían disparado con tanta saña unas a otras y quedaba un resquicio hasta de romantismo en el hecho de enfrentar la autoridad; inaguantables canciones de Gloria Stefan; los consabidos Kjarkas, baldón y gloria de una nación desventrada; cuecas en versión popular, con charangos y quenas, lejos, muy, de la cueca señorial que en piano y acordeón tocaban en una extinta chichería con un gran sauce en el patio.

Transcurría la noche. El baño rebalsaba de orines, que se filtraban hacia abajo, sin duda detrás de camas de tristes putas, de parroquianos cansados, turbios, que ni un mimo hacían a los niños que en cunas eran testigos del oficio de la madre.

Chalino Sánchez cantaba Las nieves de enero. Las mesas de fórmica, mármol falso, brillaban de baba y cerveza. De pronto uno de los personajes me dice:

-         Yo te conozco

Que de dónde si no vivo aquí. Y rememora, de fines de los noventa, cuando un “señor” apareció en el penal con un gangocho lleno de libros. Penetró en el recinto acompañado de un guardia voceando que les traían lectura de regalo a quienes quisieran. Era mi padre, a quien pedí recoger de la editora los remanentes de un libro que había publicado allí en 1991: Virginianos. Serían doscientos ejemplares que fue dando de a uno, de a dos, a los presos. El libro de tapas amarillas, breve, con un retrato mío en la portada realizado por Jennifer Ann Gubrud en Takoma Park, Maryland, con asomos de Francis Bacon, guardaba un conjunto de mínimas crónicas sobre los más diversos temas. Entonces el borracho preguntó a la dueña del boliche si tenía música de Joan Baez. Le respondió no joder, que se fuera porque ya solo hacían  ruido y ensuciaban (ensuciar en la jerga boliviana es el castizo cagar), y cagaban los borrachos, uno encima de otro, en un recinto cuya única agua se arrojaba desde un balde, a un metro de distancia, salpicando todo.

-         Es que me acuerdo de lo que escribiste de Joan Baez, y cuando salí de la cárcel busqué sus discos. Me pareciste enamorado de ella y me enamoré también. Te voy a llevar a mi cuarto para escuchar los cassetes.

Carta a Joan Baez fue el último texto que escribí de aquel libro, pero lo pusieron primero los armadores porque se lo habían olvidado, creo, y eso resultaba lo más sencillo. Fue después de una borrachera con Ronald y Julio en el apartamento de North Pollard St, en Arlington. Teníamos colchones en el suelo, dos sillas y una mesa que nos había donado la Ayuda Hispana. Ah, y un sofá desvencijado que nos trajo mi primo Waldo. Poco, pero mucho para nosotros con la juventud a cuestas y la alegría de la independencia, el trago, el sexo. Lo dije, aquella noche de la Aroma; conté el trabajo nocturno de los mercados, descargar camiones, fumar hasch y marihuana, crack, las noches en vela alcoholizados con los mendigos en torno a llameantes turriles. El frío que venía como gilletes arrojados por el esputo del viento sobre los rostros. La inexperiencia del invierno, cómo nos fuimos haciendo duchos en un ambiente tan ajeno. Aprendimos a usar dos calcetines, a ponernos periódicos entre ellos. Trabajábamos a la intemperie, con guantes mojados por el hielo, rodeados de rostros negros sonrientes y amables. Sin quererlo estábamos en los orígenes del blues, o del rap como algún negro joven tarareaba por allí: nabos, repollos, lechugas, me rodean en este motherfucking world mientras my baby espera por mí…

Se puso a llorar. En la cárcel, relataba, la vida era así, había que arañar por un poco de comida extra. Dar parte de lo que me traía la novia a los policías, parte al jilakata, y quedarme con un remanente mínimo que comía a escondidas de los otros del cuarto. Pero allí nada pasa inadvertido y el egoísmo es la peor traición. Lo aprendí. Maldito mundo de mierda. Me aficioné al alcohol, de farmacia mezclado con jugo de zanahoria, y a mantener la miga del pan en la boca largo tiempo, hasta que se vaya disolviendo. Es una manera de comer más.

Recibí tu libro, y me hice dar otro porque me podía servir para cambiarlo por algo, o para limpiarme el culo porque papel higiénico no se ve jamás. Al leerlo cambié de opinión, y el volumen extra lo regalé a mi mamá, que ni lee. En el encierro valoras las ventanas que te muestran lo extenso del mundo. Tu libro fue el mío de viaje, por donde nunca ya estaré pero he estado. Mujeres que me he tirado en la imaginación, rubias con pantalones de cuero. Salud.

Sombras nada más: Javier Solís. Cantamos a todo volumen. Cállate, perra, le dice Julio a la patrona y le arroja un billete de a cien. Tráenos otras botellas. Pero ellos, el convicto y sus amigos, no pueden quedarse atrás y ponen una botella de Don Q, ron, ¡pobre don Quijote!

Era un tango, les digo, de la canción, pero a quién le importa, y me sumo al aullido colectivo porque en algún momento también quisiera, quiero o quise, abrir lentamente mis venas.

Extrañas las vueltas de la vida. Me había enojado con papá por haber regalado todos los ejemplares sin guardarme uno. Le explico que no los tengo y que me gustaría. Pero de qué sirve la cantaleta si ya está hecho. Extrañas porque lo que el tipo habla de las páginas de Virginianos como la bitácora de un desdichado en un viaje al espacio sideral, al infinito de las soledades. Quizá porque lo escribí con ese impulso, el de un hombre solo en un mundo que no detestaba, que por el contrario proveía riqueza para el cuerpo y la mente, pero que a ratos no alcanzaba para cubrir lo que había, voluntariamente, abandonado. He ahí la diferencia. Estar preso es contra voluntad. Nadie se mete por gusto en la celda. Pero espíritus similares perciben la sutileza de ese sentimiento no importa donde. Y, paradójicamente, lo que produce tal solitud, en mi caso el libro de prosas, deviene en compañía. Los originales que producía, y que releía en las noches libres de sábado, lejos del mundanal conjunto de hortalizas y frutas, me acompañaban. Y me alegro que ya la obra impresa sirviera para suavizar el destino encerrado de este inesperado amigo.

Su deseo ferviente de agasajarme, homenajearme según él, insiste en un trago en el subsuelo, “donde las niñas”. Pero yo invito, afirma, mientras descendemos la escalera de metal. Adentro una muchacha desnuda baila en la pista una canción de Billy Joel. Paga dos cervezas paceñas. Me besuquea en la mejilla. Soy su hermano, su papito, su hermanito y su compadre. Luego me hace una confidencia y me pide que le “preste” cincuenta dólares para echarse un polvo con una mofletuda peruana. Me confiesa que quiere festejar, porque hoy, hermanito, ha nacido mi primer hijo, varón…


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Publicado en CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE (con Roberto Navia), La Hoguera (Santa Cruz de la Sierra), 2013

Wednesday, October 8, 2014

Libro de mano (Alexandria 1989)

Claudio Ferrufino-Coqueugniot


1

Tanto hace que te debo esto
dormida debí ajustarlo
a tus labios
con mis labios
Pero aguado el sol
de lágrimas
no era tiempo ya
la voz se negaba a escribir


2

No es ayer
sino la tarde
de balcones
cuando desnudos los pies
compartimos un café

El silencio de abril
en la vacía cama de tus piernas
lunas desvanecidas de cansancio


3

Vuela una hoja
del vientre
que penuria atravesado
por mí
colibrí de alas interiores
en tus sueños


4

La noche canta en el aire
y sin remedio
El agua fluye
de una fuente crecida
en el salón de casa
La noche está riendo travesuras


5

Hay oscuro
casi no claro
así no vienes
porque la calle
te confunde


6

Te estoy besando las manos en las que corren
sangres como infinitos de niño

desvanecido en tu pulgar
atascado sin quererlo
te estoy besando las manos


7

Tu música
en esta púrpura
inalcanzable burbuja que sube
desde el fondo
no tan tenue


8

Un tercer verso
frío
Los aviones decoran
los trazos del cielo
y yo alejo esta infancia
con botas amarillas
tan altas y tan grandes


9

Gaviota encima
techo no
Paso las horas en la esquina
un litro de leche a mano
y la incertidumbre

Eran blancas tus sábanas
este vacío es transparente


10

Retuerzo un alambre
buscando la silueta de tu seno

y no
sigue el alambre
doblado

Las casas abrieron
y miran con vidriados ojos
las manos que te retratan
en un trozo de metal


11

Anochecen los hielos de corta vida
pero yo no
porque observo una baranda
en la que recostaría tu cuerpo
para sumir mi boca
y regar las noches
de tu sudor insomne


12

He contemplado el río esta tarde
De sus aguas salió una nostalgia
un pie que se paseaba
resfriado
por mi espalda


13

Claro que viniste
anoche
entreabierta en mi boca
mas al tocarte no estabas
y llorabas


14

Casi silencio entre las luces
Casi
Porque un hombre quiebra la noche
y soy yo


15

Encerrar mi poema en una línea
nada más
sólo lo exacto
Distraigo las sombras
con juegos de intelecto
a medianoche


16

No tengas labios para otro
en tu cama de domingo
de marzo de doce
No mueras la memoria de este día
entre llover y alumbrado
Cuídalo

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Publicado en Antología Poética 2, Unión Nacional de Poetas y Escritores de Bolivia, 1992

Imagen: Dante Gabriel Rossetti/Jane Burden a los 18

Tuesday, October 7, 2014

El ébola y el miedo norteamericano/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El miedo es una reacción normal a eventos a los que no estamos acostumbrados. No es privativo de pueblo alguno en particular sino del género. Recuerdo mis primeros años en los Estados Unidos y el terror que existía entonces del SIDA. Creo que nunca lo comprendí en su totalidad: ni el pánico ni el riesgo. Decía entonces que más gente moría de hambre que del contagio y que la manipulación mediática del asunto no nos hacía bien. Hay que saberlo, claro, y tomar precaución, pero el miedo no puede regir la vida, ni en su totalidad ni en sus parciales, el sexo en ese caso.

Con el tiempo me fui dando cuenta de que la idea de la muerte tenía matices singulares en el país. Y que a pesar de que el norteamericano, en una generalización válida, muere sin aspaviento, hay el intento, casi la desesperación, de no morir. Me pregunto si tendrá connotaciones económicas, el fenómeno, que mientras mejor vives se te hace difícil dejar tu comodidad. No sucede en el Tercer Mundo, donde la muerte viene a ser el pan de cada día. Con ella convivimos porque su presencia abruma.

México… otra cosa. La muerte antigua como redención, en Rulfo como en el Mexican Journal de Selden Rodman; o simplemente como la lluvia que cae. Sin necesidad de elucubrar, siempre presente, imperceptible, burlona y burlada, segando vidas y siendo devorada en forma de colorido caramelo. Imagino una cantina en medio del desierto de Sonora. Alguien que dice de los chingados SIDA y ébola… abstracciones ajenas, remilgos de gringo… De seguro algo los matará antes de que lleguen las enfermedades, sea la sed, sea la revolución.

Agarro el tema porque previo a la llegada inesperada de un infectado ciudadano africano a Texas, el ébola era tratado en los medios de comunicación a diario, pero todavía de lejos. Las noticias iban de Siria a Irak, de ISIS a los decapitamientos, del terrorismo y sus ramas. De las medias tintas o la cobardía del presidente Obama, de su reticencia a atacar musulmanes. Entonces importaba si la represa de Mosul estaba por caer o había caído; si Turquía intervendría o el escondido dinero de los jeques del golfo financiando la insurrección suní.

Ya no. La presencia de este hombre portador del virus ha sembrado el pánico. No se habla más de la posible masacre de kurdos en Kobani, de las bombas disparadas desde aviones dónde y a qué. Los medios de comunicación explotan a rajatabla el miedo norteamericano a la muerte. Aquí, todavía, nadie cortará cabezas ni enmascarados pasarán con banderas negras y versículos del Corán. No en vano el héroe tradicional es Superman, a quien solo la kryptonita puede matar. Algo como la fiebre hemorrágica africana viene a desestabilizar una idea, un concepto, un sentimiento de eternidad.

Hablamos de egoísmo entonces, tocando un punto vital de la antipatía hacia Norteamérica y los norteamericanos, hacia ese prurito sobrador de sus ciudadanos que se consideran por encima de las leyes de otros, que requieren, exigen, impunidad para sus tropas donde estén, y varios etcéteras. Casi de manera inconsciente, esta situación los vuelve a desenmascarar: el mundo puede estar cayéndose a pedazos, lo que importa son las vidas norteamericanas, que el ébola no se expanda y destruya el mito. Aunque se demuestre la improbabilidad de que algo así suceda, la ceguera y el manipuleo de la información hacen pasto de los temores de la población.

Una suerte de enfermedad corroe los cimientos del todavía un gran país. Y es paradójico, porque Estados Unidos refleja, como nadie, la diversidad racial y cultural, pero sus cánones de pensamiento siguen siendo aquellos de cuando era otro, uno blanco y protestante. Incluso un presidente negro está envuelto en la marisma de las taras colectivas y pasadas de moda, y comparte los miedos de los otrora amos. Nadie, ni la muerte, puede con los Estados Unidos…

El mundo se desencaja, está mal. Pero hoy, octubre, los ojos de Norteamérica están puestos en un ignoto africano que porta consigo una maldición.

06/10/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 07/10/2014

Saturday, October 4, 2014

Amores viejos

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Siéntate
fantasma
Estoy cansado
la ventana se despinta en mis pupilas
el aire la puerta

Siéntate sobre mí
hazme saberlo
no importa que tu
vientre se arrugue
en el amor

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Publicado en SIGNO, Cuadernos Bolivianos de Cultura (La Paz), enero-abril 1994

Fotografía: Irving Penn/Desnudo No. 1, 1947