Tuesday, October 30, 2018

Cochabamba, esa desconocida/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Odessa, Ucrania. Lo soñado hecho realidad, tocando el rostro frío de metal de Isaak E. Babel, contemplando su casa que está siendo refaccionada; buscando a los atamanes de las guerras patrias, controvertidos, violentos, antisemitas, esos que cimentaron, bajo la protección de Rusia, la nación ucraniana, sometida de antiguo por el reino república de Polonia.

Trashumo los barrios, todos arbolados y decaídos, una suerte de La Habana en el Mar Negro. La literatura que exudan las paredes, los muros rotos, el bandidaje hebreo en la Moldavanka, barriada que desde entonces no ha cambiado, que sigue llena de recovecos y huele a hinojo cocido con remolacha.  Pues esto es a lo que vine, a un reencuentro con el pasado, en busca de mis muertos literarios que pugnan por salir del cementerio.

Pues en la famosa escalinata de Odessa, en el filme de Serguei Eisenstein, El acorazado Potemkim, me senté a sacar fotos mientras miraba la miríada de estudiantes, de visitantes indios, turcos, algunos norteamericanos (pocos). Observé mujeres, las miré, las deseé, supe que estaba en tierra de machos con pinta de rufianes, bajos, toscos, borrachos, y de mujeres elevadas, con tacones altos además, hermosas, solas, dejadas de la mano de algún dios para pasto de indeseables.

Bueno, luego de mirar un poco más el busto de Catalina la Grande, los autos hechizos de carrera de algunos patanes, la profusión de árboles de esta ciudad, decidí bajar al puerto. En la escalinata estaba un personaje de Babel: chaqueta raída, sombrero de esos de visera de charol, tan famosos en la filmografía rusa, ya opaco. Lentes pequeños, los que puso de moda Lennon. Vendía estampillas y medallas recordatorias de la guerra, originales. Me preguntó de dónde era. Bolivia, respondí. Sonriendo prununció “Cochabamba” y soltó una risa. Era uno de los seres de las narraciones del gran hebreo saliendo de las páginas y presentándose a mí como un divertido maligno. A recordar: Odessa, no muy concurrida por la turística mundial, una ciudad que se descascara y persiste, la villa que supongo sostiene el dinero turco al otro lado del negro mar, porque comideros turcos abundan. Ese, el de ropa mendicante y risa jubilante repitió que Cochabamba era muy famosa, cómo no conocerla. Nunca había estado allí. Vivió en Cuba de soldado, y encalló en Venezuela en su paso, pero del sur nada. No aclaró la supuesta fama de mi ciudad, lo que me hizo más sospechar que se trataba de una jugarreta de Babel que me había enviado a uno de sus pillos judíos del barrio de la Moldavanka para burlarse de mí.

Señalé una de las estampillas soviéticas y dije: Nazim Hikmet. ¿Lo conoces? Claro, poeta turco. Pero vivió en la URSS, señaló y recitó un hermoso manojo de versos de Hikmet en ruso. Cochabamba, Cochabamba, susurró al terminar. Aquello era una invocación, una ligazón de tiempos y espacios, asegurando los nexos que habían mantenido por cincuenta y ocho años mi identidad y mi conocimiento. Me recordé a mí mismo leyendo asombrado a I. E. Babel, incrédulo que aquella conexión maravillosa y lacónica de palabras era posible. Estaba allí, por donde caía el carrito de bebé en las gradas de Odessa. Esos bosques al lado estaban poblados de fantasmas inmóviles; por entre ellos pasaban mujeres de taco y jeans ajustados. Las nalgas son un poema aparte. El mar no era negro sino azul. Lo que se veía al frente sería Crimea.

En la noche, mientras miraba televisión azerí, sin entender otra cosa que imágenes, pensé en mis padres, en la soleada Cochabamba que acunó la niñez, en los anaranjados chorizos de la Simón López, ya extintos. Estaba en una ciudad nueve horas más adelantada que la mía pensando en las mismas cosas de hacía cuarenta años. Los relojes estaban detenidos bien atrás. Parecía que el tiempo podía transformarse a voluntad. Y el anticuario callejero sonreía como un djinn.
20/10/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/10/2018

Imagen: Estatua de Isaak E. Babel in Odessa

Con Claudio Ferrufino-Coqueugniot, en el Callejón del Gato


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Estuve de patiperreo por Madrid con Claudio Ferrufino-Coqueugniot . Empezamos en la Glorieta de Bilbao, en el Café Comercial, el de don Antonio Machado, Cansinos-Assens, Blas de Otero, Sánchez Ferlosio, Rafael Azcona... Seguimos por Fuencarral y Malasaña hasta la Glorieta de San Luis, Montera abajo, con sus prostitutas al acecho y sus maleantes de salón de juegos, Puerta del Sol con sus materos, hasta Lhardy, donde hicimos un alto de Marsala y vermú de la casa, tal vez Martínez Lacuesta,  pero las friandises… estaban mejor en el recuerdo de los noventa, casi todos los sabores están mejor en el recuerdo de los noventa. Qué le vamos a hacer. Nada. Hazte a los cambios, a tu envejecimiento. En la memoria más que la marcha de pompa y circunstancia de Elgar, suena la Ritirata Notturna di Madrid, de Boccherini, por Jordi Savall… Cuando menos no tocan a  muerto las campanas, todavía. El presente es el de la celebración de la amistad y las complicidades literarias, por muy deformados que nos muestre ese mal espejo del callejón del Gato, el de Valle, fenecidos los que hubo, que deformaban a más y mejor, tanto que me produjeron auténticos espejismos hace treinta años… Ritirata, insisto, camino de la plaza de Santa Ana y de la calle del León, donde recogimos a Gulliver en su librería de viejo para ir al Terra Mundi, donde se juntó Pablo Cerezal... acabamos en el Café Gijón, mítico, mítico, umbraliano (La noche que llegué al Café Gijón), rompeolas de todas las Españas, decía su cerillero... y bajamos el telón. Pero me quedo con el Callejón del Gato y con Luces de Bohemia de Valle Inclán, por cuya escena para Ciro Bayo, ese exorcismo de una España deplorable, de una monarquía cazaelefantes, de la ley de Fugas, de la miseria y de los hampones de la política... tremendo exorcismo el de Valle sobre el país de su tiempo y sus pobladores, un descacharre que solo el esperpento más vitriólico puede describir.

Valle en Luces de Bohemia

MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 29/10/2018

Tuesday, October 16, 2018

Los traidores del mar/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pienso en mi tío Jorge Soriano Badani y en lo que hubiera dicho de estos seudodiplomáticos que fueron a cosechar pendones a La Haya, cargos, pegas, elecciones, y nada más. Hubiera pedido el paredón. Lo dijo ya un diputado chileno, de larga crítica al cacique local, que “el” Evo se deje de joder porque Chile no está dispuesto a prestarse a su sucio juego electoral. Es que a Morales lo menos que se le debe hacer es un cuestionamiento en el congreso acerca de esta disputa centenaria y de los verdaderos motivos que lo llevaron a realizarla con desastrosas consecuencias. A ver si así se le desarregla la permanente que se hace en el cabello en sesión privada en el servicio de señoras de palacio. Que se deje de joder y se haga hombre, que se compre un peine de plástico de a un peso, lo lleve a la manera antigua en el bolsillo de atrás y deje de mirar si las bragas rosas le quedan bien o están ajustadas. Bolivia necesita un presidente, no una diva; un estadista, no una meretriz.

Y menos un traidor que pospone los intereses nacionales para seguir lucrando con el esperpéntico pluriestado de su maldita creación. Al otro, al docto, también despeinarlo y arrastrarlo del jopo a que dé explicaciones. Lo dije no hace mucho, pena que no está la gran señora, la guillotina, para hacer cortes sanos y renovadores. Que la mierda se vaya por un lado en canastón y por otro en sábana. Que los semidioses terminen de la manera más modesta imaginable, al menos algo para resarcir al pueblo que les creyó y adoró como representantes del nuevo paradigma.

Sale el curaca con lameculismos absurdos; bueno resultó para dar interpretaciones que le convienen. Su vida es como un vomitivo poema de los Kjarkas hecho canción: la falta de imaginación al poder; la mediocridad como emblema. Lo sugerido, arrastrarlos de los cabellos (que ambos cuidan) y que rindan informe acerca de sus peculiaridades comerciales y traidoras. Ya basta, este tiene que ser el punto de inflexión en un país agónico. Quiéranlo o no, y eso que nunca fui acólito de la mal utilizada causa marítima, llegó el tiempo de pedir cuentas, y si el hombre manda a cincuenta mil cocaleros a defender lo mal habido, pues a recibirlos también con lo que merecen. Si hay vientos de guerra, que los haya, pues el viento suele barrer el desperdicio. Aunque sabemos de lo improbable de esto, ira tiene que haber.

En Braga, Portugal, entre cerveza negra y cortos de ron barato, se estuvo hablando de la “revolución” latinoamericana, con Evo Morales a la cabeza. Percepciones erradas de la ignorancia, la soberbia y la prepotencia que definen a ciertos intelectuales. La falta de interés y energía para saber a qué se refieren cuando comentan de ello. Sofismas y lugares comunes, falacias del indigenismo y las vedettes maquilladas de ese entorno, desde el apu mayor hasta el Pequeño Saltamontes, como llaman al jumento tan bien situado en este jolgorio.

Pero esta característica extranjera de defender lo indefendible porque no les toca la he visto incluso en modestos entornos, como los grupos de defensa de los indígenas norteamericanos, tribus aguerridas y orgullosas que invocan hoy la figura del mamotreto orinoquense como suya, a pesar de que el reptil andino nada tenga que ver con la trágica épica de las naciones indias de Norteamérica. Este no es Jerónimo, seguro; este es el que vende elixires para la mayor potencia sexual, condones saborizados. De héroe no tiene nada.

¿Entonces qué, habrá alguien para ponerles la cadena al cuello y que escuchen sentencia? ¿O tenemos que esperar el paso y el juicio del tiempo? Creo que es perentorio, ineludible, y hay que escribirlo, leerlo, vocearlo. Llegó la hora. Antes de que la cambien y el reloj corra para atrás porque son capaces de todo en cuando a invención fatídica.
15/10/18

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Publicado  en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 16/10/2018

Imagen: Alfred Kubin

Thursday, October 11, 2018

Lamento de Porto (Oporto)


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cómo pasó el tiempo y se multiplicaron los culos, me digo en actitud derrotista, machista, ferviente y cachonda. Pero es que cuando hablaba de Portugal pensaba en Camoens, en los barcos lusos y la poética de la conquista; nunca se me había ocurrido imaginar que la belleza de las brasileras se debía a la magnificencia física de sus madres patrias. Que las mulatas, el samba, sambódromo, Río, Copacabana, ofuscaron la verdadera esencia de aquella virtud: Portugal.

Pensaba en Pessoa y en Cesário Verde.

No pensaba en la redondez de los culos, lo ajustado de los jeans que es táctica común de acoso y desesperación para los tontos hombres. Los miro desde mi ventana, entrando al Metro dos Aliados, en la churrascaria, tomando cerveza y con los despojos pescados del mar que se convierten en delicioso alimento.

Me sorprendí bien, lo digo, y no descarté la idea del doctor Fausto de vender mi alma al diablo y entregarme a los dos únicos placeres: conocimiento y sexo, lujuria e iluminación. No vi a Mefisto, sin embargo, estaría cazando entre los trémulos turistas gringos que pululan por aquí. No le interesaría el nativo, porque estos (pensará) de andar por siglos desnudos le hallaron resistencia hasta al resfrío. Si supiera, diablo de mierda, cómo me duelen los huesos por la proximidad marina. Y que mal no me vendría nueva armadura y flamante alabarda. Puta.

“Puta” no solo describe al gremio más trabajador sino es la expresión de la tragedia entre gente malhablada como nosotros: “Ferrufinos, mala casta”, gritaba una vieja a mi padre niño. Casta chingona y malhumorada, a qué mentir. La expresión carga enojo, desasosiego, impotencia de traer lo ausente, de matar lo presente. Y de estar perdiendo, que no perdido, el viejo arte de revivir por amor. Quien dice que no se muere de amor, miente, porque desgaste implica uso, y desfallecimiento, muerte. Se muere porque se ama, porque se pierden instantes, años, vida, en ese entrevero de cuerpos sudados, penetraciones, eyaculaciones, jadeos, gritos, arañazos, exabruptos. Puta, que me cansé.

Creí que Cochabamba era la ciudad de las comidas. O La Paz, si seguimos el derrotero de Sánchez-Ostiz que es más altiplánico que valluno. Porto no les va en saga, les contaré. Subiendo del Duero por la ciudad antigua, con casonas arboladas y abandonadas, o llenas de espectros, comienzan las luces a aparecer, como luz mala de la pampa, fogones y olores. Vino rojo, cerveza amarilla, caipirinhas y demás tragos aparte del oscuro y dulzón vino local homónimo. Por todo lado, tres cuatro por cuadra, de todo, platos de la herencia étnica, carnes en formato moderno, ampliaciones, variantes, ortodoxias y heterodoxias, que juntas dan un abigarrado bolo de sabores. Y eso que no caminé demasiado, porque cada sitio era un obstáculo a detenerme. Acabé a medianoche, atiborrado de viandas, embutidos, vino, cerveza, café super amargo y tartas de limón. Me dije, otra vez: Puta, que hace un mes y medio me moría y devoro igual a un caníbal de la última kabila animales muertos. Soy caribe, decía en el sentido caníbalístico, Petrus Borel, el Licántropo…

Hasta olvidé que pasaron los años y me dispongo a salir. Hice una larga siesta porque me molestaba el hombro. Ahora ajusto el chaleco antibalas, amarro el machete al pecho, entretengo dos pistolas en el bolsillo de la chamarra y ¡presto! al combate del hambre. Ciudad que debiese ser extraña y resultó gentil.
11/10!18

Tuesday, October 9, 2018

Polvareda (wéstern)

EMILIO LOSADA

Para el tío Gram Parsons, patrón de los renegados sonrientes
Lejanía de murmullos
De viejos ríos amados
Que quieren cambiar de cauce
Cielo de ansias y de astros
Y de estrellas maniatadas
Vicente Huidobro

De nuevo aquí, en el norte del Sur o en el sur del Norte; el Occidente de Oriente y demás paparruchas, ya ves, como si todos esos reclamos te significaran algo. Fuera del ámbito usual, en cualquier caso, que es lo que verdaderamente te importa. Con ningún punto cardinal te casas, válidas para ti todas las latitudes, maldita sea la estampa de los indeseables que las delimitaron. Arriesgas poco por acá. Al menos en esta primera escala del periplo no eres nada funámbulo: transitas sobre red, ésta tu segunda residencia bien se podría considerar. Eso sí, sea lo que haya de ser. No cejas en el empeño de saltar las verjas de los jardines más inhóspitos. Te puede y pierde la curiosidad y en ésas no hay red que valga: unas veces tu incursión pasa absolutamente desapercibida, otras te libras de milagro y otras te la das. Y bien dada. Se te dice que no aprenderás nunca, cuando realmente nada ni nadie te ha enseñado más. En no pocas ocasiones le has echado arrestos a la zopenca vida, eso lo saben hasta tus viejos enemigos. La cosa te viene de lejos. Sabes defenderte, siempre has dado la cara por ti, y si alguna vez en el intento te has hecho un rasguño en el alma…, te jodes, chitón, a callar. Déjate de líricas fatuas, que más duelen los rasguños de verdad, los que rasgan la piel sin más. No dejes de tener presente lo que ocurre en esta obscena modernidad con el semejante no muy lejos de donde entre tragos de purpúrea ambrosía despachas estas líneas tan prescindibles como tú, de momento, pudiente calavera occidental.

Bien cierto es que estas últimas semanas no son nada gratas de rememorar. Ni en pensamiento ni en escritura, mucho menos en lo verbal. Recalas de nuevo en esa suerte de sanatorio abierto que has convertido a tu Tánger y es un alivio sentir que en el mismo instante en que pisas el puerto en cierta forma parece que ahí atrás se quedan cuitas, reveses, monsergas y fastuosos tumultos. Pero sabes que no debes confiarte: la tristeza puede ser muy puta en Tánger, y aunque de momento siempre le has sabido dar esquinazo nunca hay que bajar la guardia. Con este buen ánimo andas unos pasos, rechazas educadamente los primeros ofrecimientos a la vez que correspondes a las bienvenidas de los ociosos hasta que te instalas en la primera habitación de tantas: la 1 del Mauritania, con balcón sobre el toldo del Café Central. Deshaces esa aparatosa maleta aprovisionada de buenas letras castellanas, vino y escocés de categoría, combustible de lo más agradecido en estas tierras de Alá, e inmediatamente te dedicas a deambular y a emborronar en cafetines y oscuros bares de la ciudad nueva pedazos de esa especie de papel de estraza que aquí utilizan como servilletas a sabiendas de que, lógicamente, pocas de esas palabras urgentes sobrevivirán al postrer escrutinio racional. Las horas tangerinas son lentas pero las jornadas finan como en cualquier otro lugar, así que esta plácida rutina has de interrumpir a los pocos días, pues un par de viejas amigas se han dignado a pasar aquí el fin de semana tras tus reiterados ofrecimientos de hacerles de guía. Estableces para ellas la ruta de los resquicios de la época desmadrada de la otrora Ciudad Internacional y, ya en el Hafa, tras la ineludible relación de parroquianos ilustres, una de ellas te pregunta por esos amigos tuyos.., ¿cómo coño se llamaban? Sí, ese escritor de Madrid y el otro, el boliviano, al que recientemente le has compuesto una ranchera que por obra y gracia de la apabullante digitalia ha surcado el Atlántico. Es el momento de recordar que tras casi sufrir un fatal accidente al cometer el error de subir hacia el mítico café por el acantilado del Marchán empiezas a entablar contacto epistolar con el primero de ellos, Pablo Cerezal, el autor de la seminal Los cuadernos del Hafa. El posterior hallazgo de lo que es ya considerada por no muchos empero ilustres lectores una obra de culto en una biblioteca pública de tu ciudad es lo que provoca en un primer momento el apego artístico, el humano muy pronto se advendrá. Antes incluso del abrazo real con el elemento en cuestión el siguiente agosto en el Lavapiés mil leches ya le habías hecho llegar la poesía del caído Fernando Cañas y él te había correspondido enviándote una indiscutible muestra de la prosa histérica del maestro Claudio Ferrufino, el boliviano a la sazón, y con la reivindicación de los no menos histéricos versos de un poeta valenciano de nombre Javier Vayá. Pedís culminado el ocaso otros tres tés a la menta y monologas en el lánguido impás sobre estos tunantes y sus libelos infamatorios. Bien jodida anda la cosa en lo que a la actividad en sí de dar sentido a este maldito trasiego con palabras se refiere: machaca con mezquindad incontenida la puñetera realidad. El profano ha de sortear una ingente cantidad de basura para dar con ellos. Y encima a la penca vida últimamente le ha dado por hacer mella de la cabrona. Aunque poco a poco las cosas se van enderezado. El ala del sombrero del levantino se va asomando a la superficie cada vez más, el bravo Claudio de seguro que a su enésimo exilio voluntario sobrevivirá y, recién instalado en el Villa Muniria ya de nuevo solo en la ciudad, está sonando por enésima vez el «Christine’s Tune» de The Flying Burrito Brothers cuando el hermano Pablo te hace llegar buenas nuevas. Se conoce que le ha vuelto a coger carrerilla a la tecla y que en aspectos más íntimos las cosas se le empiezan a enderezar. Ah, los histéricos queridos: aullido desnudo, tángana constante, hiriente y prolija autenticidad en obra y trasiego. Sólo el artefacto merece el esfuerzo de la lectura, y éstos ya le han arrancado al subsuelo más de uno. El día que un puñado de lectores se den cuenta de lo que se están perdiendo entre tanta trapisonda, otro gallo cantará. Que próspero recorrido tengan los tres en sus diatribas estéticas, y más aun en lo vital.

Ditirambos y sinceras adhesiones aparte, ¿qué hay de ti, críptico, pálido e inusitadamente calmo Lejano? De tener demasiado en cuenta a los demás de nuevo vuelves a pecar. ¿Qué fue de tu grito, a qué viene este mutismo tuyo? Desconocido estás, no sueltas prenda al respecto, los sapos que te afligen no dejas croar, y mira que de la lengua se te intenta tirar en esas noches retomadas. La belleza siempre te obtura la razón, ante todo la priorizas y así te va. Es de suponer que este silencio responde a un pacto de no agresión que en todo caso se debe respetar. Aunque diríase que algo en ti empieza a despertar. Mírate ahora, haces de nuevo eufórico la maleta presto a perderte entre las misteriosas montañas del Rif. Pese a tener controlados de antemano los oasis donde te toparas con una salvadora Flag ‒en el paraíso del kif lo tuyo seguirá siendo el trago, a estas alturas a nadie vas a engañar‒ incrustas en el equipaje tres botellas de Cabernet de la tierra. Puede que saques algo productivo de esta huida, estás concienciado de que tienes que retomar viejas disciplinas, se está prolongando demasiado tu lucha a muerte contra la pereza y la mansa estabilidad, que es lo que más daño te está haciendo. Dispuesto estás a agarrar alguna de esas letras y músicas que sin duda han de aguardarte fluyendo en el éter de la noche rifeña. Has de recordar que siempre, de alguna manera apenas comprensible, te acaba fructificando la siembra, a veces incluso no del todo meritoriamente. Las intenciones son buenas y no será por lo escrupuloso de la preparación. Llevas el cañón y el tambor bien engrasados, las cachas lustrosas, munición acumulada como para abatir a un regimiento; no te temblará el dedo en el disparo. Se te ve repuesto, ya casi es imperceptible la marca de la soga en el gaznate. Esta vez por poco te libraste, hermanito, los pocos compinches que quedan para la cobertura desgraciadamente andan lejos. Te la tuviste que apañar solo, pero una vez más lo lograste, sobreviviste, eres de gatillo rápido cuando se trata de finar ayeres anquilosados. Con alguna que otra letra en la maleta vuelves a Tánger. Atrás quedan Tetuán, Chauen…, los nuevos nombres propios, los taxis compartidos. Los oriundos te saludan como uno de ellos. Hace tiempo que te sientes aceptado. Los camareros salen de la barra para abrazarte, el de la Pensión Fuentes, al que le compraste un poco de polen para una de tus amigas, a grito pelado desde la galería te pide que subas a echar un té. En cada incursión la adaptación es mayor. Ahora, como el rayo, tras casi tres semanas, llega el momento del regreso a casa. Se te ve andrajoso, algo más flaco y con los bigotes crecidos; eso sí, con la cabeza alta, como has resuelto. Dispuesto a recuperar ritmo, histeria y carnaval encaras de esta guisa ese otro sur del Norte, sur del Sur o como coño lo quieran llamar con ímpetu renovado y al trote, siempre al trote. No merece la pena retomar el camino si uno no está dispuesto a dejar, obviando todo peligro y advertencia, una gran polvareda atrás. La efímera, bruta y mística polvareda, ya sabes. Va, adjudícate la caranalgada, es de las tuyas, y si eso otro día la defiendes. Arrea y sigue rumiando ese gran aliciente. Tienes una nueva mirada en mente, estás preparado para leer el nuevo libro, hay que establecer contacto en breve, así debe de estar escrito, son demasiados los pálpitos. Fin del comentario. Canta una y otra vez el eterno Gram la mañana del regreso «Hot Burrito #1». Luego vacías las últimas botellitas de Flag en tu querido Terminus y balbuceas tu plegaria a unos ojos imposibles mientras arrastras la maleta hacia el puerto. Desde luego, críptico estás, Lejano, cabrón. Ah, la belleza, la belleza…
Tánger, primero de septiembre de 2018

*“Balada de Claudio Ferrufino”, de Termostato:

www.youtube.com/watch?time_continue=52&v=GbQ3V_qJCt4


Emilio Losada: Barcelona, España. Escritor y cantautor. Principales obras en formato largo: La quintaesencia suave (novela, 2008), Los ángeles rasos (novela, 2014), Ventajas de estar en la ruina (poesía, 2015) Aviones de fuego (novela, 2015 en México; 2017 resto del mundo publicada por la Editorial Renacimiento). Como músico compone, canta y toca la guitarra en el grupo de rock Termostato. En solitario se hace llamar El arrepentido Portabales o simplemente Emilio Losada.

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De INMEDIACIONES, 08/10/2018


Bolivia: los Balcanes de la política/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ahora que debiera haber consenso para derrotar a Evo Morales (tarea difícil en lo normal y lo anormal), todos buscan, como siempre, notoriedad, preeminencia, singularidad, brillo. Ni qué decir de los intelectuales que hacen de puntales de apoyo. Hablo de algunos emboscados en los diarios, de lentes y barbita rala, que juegan billar a tres bandas, y podrían jugar a más. Mientras no podamos deshacernos de lacras semejantes nunca avanzaremos como país.

Lo que se necesita es gente nueva. Tiene que ser valiente y honesta; gente con huevos y sin precio, que se enfrente a todos y reparta coscorrones a diestra y siniestra. ¿Existe esa gente? ¿En Bolivia? Creo que sí, supongo que sí. Tiene que haberla. Unos a los que no se pueda señalar por pagos y desviaciones, por lameculismo o prostitución.

Y esos no están entre lo que se muestra ahora, ni en los camisas azules ni en los rejuntados enfrente. No debiera ser tan difícil, se está lidiando con un grupo de tartufos sin programa, que lo único que tienen es el poder y el chicote. Ni discurso (ni contar con la insulsa verborrea de García Linera), ni nada. Evo Morales ni siquiera tiene facha de profeta. Es un pillo del comercio menor que se subió sobre un turril para saltar la barda. Le quitas el bastón de mando y aparece como es, un latapuku. Poco sólido para enfrentar ¿qué sucede entonces? Algo malo, una incestuosa dependencia con la corrupción como emblema nacional y antiguo. Cobardía. Venéreas del cerebro andino que todavía se debate en lo que es, lo que cree ser, sin aceptar el mestizaje como patrón de medida.

¿Academias de formación de políticos? Ni en Copenhagen, creo. El ejemplo, la aparición de gente trabajadora, estudiosa, que pueda reclamar decencia y esfuerzo como lo único que posee. Esos necesitamos, no pavos reales, gallitos de pelea, ni afeminados con dotes prestidigitadoras y un ansia de ser ratero que no se veía desde Alí Babá. Aquí, en este Gólgota boliviano, no hay un Cristo en medio, solo ladrones, y todos malos. Que hasta al buen ladrón lo jubilaron en la tierra del hurto.

A esperar quizá; más bien diría a buscar. Retomando al sacrificado por las luchas sociales, Joe Hill: no es tiempo de llanto sino de organización. No se puede derrotar al perro con veneno de ratas. Hay que ser entre preciso y objetivo, conocedor del enemigo, de su terreno, su alimento. Que devoran dinero y  cagan dolor, sabemos, pues por ahí hay que atacarlos, por donde les duele: el bolsillo. ¿Cómo? Pues, a hablarlo.

Lo que vamos a ver ya lo hemos visto. Tal vez un par de siglas nuevas de poco significado. Iconos de la tragedia nacional, representantes del bestiario izquierdoso y el mamotreto fascista. Rincones en los que no hay que escoger, ni en guevaristas ni banzeristas. Los camisas azules del masismo han planteado nuevos campos de lucha, desbarataron con acciones la significancia de las ideologías de ayer. Así como en Nicaragua el matador de Somoza es hoy peor que Somoza, así estos mercenarios inventaron su nuevo espacio. Pues, y retornando al Cristo que guarda su dosis revolucionaria, hay que agarrar el látigo y golpear, echar a los mercaderes del campo de la patria, azotar sin misericordia ni recelo.

Se tiene que hacer el llamado a todos esos apóstoles escondidos en el entramado de la duda, extraerlos con cariño de su escondrijo para que puedan pisar las alimañas. ¿Que lo mío parece llamado a la violencia? Suele ser redentora…

¿Y qué del peligro cocalero? La historia enseña que al primer disparo corretearán. Una cosa es producir dinero de manera infame, y otro tener las agallas de defender lo suyo, hasta lo mal habido, sin traiciones ni chaqueteos. Dirán que me equivoco con muestras del valor chapareño o achacacheño. Mejor lo sabemos quienes leemos historia, créanme.
08/10/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 09/10/2018

Imagen: José Clemente Orozco/Cristo destruyendo la cruz

Friday, October 5, 2018

Los Objetos de Chellis Glendinning


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Novela de amor? ¿Epifanía de la revolución? ¿Velado recuento histórico, tal vez parodial y cronológicamente lógico del país? Todo eso. Chellis Glendinning se regocija en LAS RELACIONES DE OBJETOS con su amor por la tierra que ha adoptado. No hace juicios porque no han lugar aquí. Escarba como el anticuario en el laberinto de sus bienes cuya pertenencia es sin embargo ajena. Los tiene pero habitan otra dimensión. Los objetos revelan la presencia de los muertos que, en la lucha social, siempre viven, aunque ya sin posibilidad de opinión. La antigua historia del fetiche que conservan viva los papuanos, y también en la sociedad “moderna”. El hombre ha cambiado poco, casi nada, es el objeto el que le da su humanidad, su diferencia. Tanto peso emocional hace que ellos, los objetos, tengan su propia fanfarria y parezca que danzan alrededor gracias a, pero también a pesar, de los hombres.

Dickens en la tienda de segunda mano de la historia…
2018

Tuesday, October 2, 2018

La mar estaba serena… serena estaba la mar/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El barco se fue al fondo. Pero los supuestos tripulantes se salvaron porque no estaban a bordo. Como buenos capitanes debían haberse hundido con la nave, pero para eso se necesitan cojones, huevos en jerga local. Y huevos, aparte del nombre de pila del Gran Bonete, Huevo Morales Kayma, no los hay en este gobierno de mataperros, de diputados de dudosa hombría, de violadores, cocaleros, pajpakus y putillas de arrabal.

Debiera bastar esta humillación para terminar con el gobierno. Habría que arrearlos a chicote fuera de palacio y arrimarlos hasta el Kenko. A ver, puede ser que en la indomable, indiomable mal escriben, Bolivia, sumisa también por contradictoria, se alineen los astros para determinar el fin del ciclo divino del masismo. No estaría mal, una profilaxis inmediata limpiada con agua de lavanda, o de Holanda si se exprime el caso.

Escriben desde un enclave italiano dentro de Cochabamba acerca de los sinvergüenzas que vacacionaban en los países bajos, creyendo orondos y ufanos que los izquierdosos de toga bastaban para la victoria. Olvidan que izquierdoso rima con nervioso, miedoso y mierdoso sobre todo. Ni la retórica del buen salvaje, bien forrado de oro este (Morales), sirvió. Ni Voltaire ni Rousseau. Por los aires escapaba el documento del premio nobel de la paz e indios, mestizos y aristócratas, todos lo mismo cuando su gremio ladrón está por encima de lo racial, ni se daban cuenta en medio de su vaho alcohólico y comercial que habían sido derrotados. Tuvieron que arrear los cueros que les cubrían los genitales y ver que el frío se los había reducido a pepitas de damasco, a tristes qurpas de desierto.

Hay que cobrar, pueblo, porque demasiado verbo pusieron en el asunto. Se pavoneaban como gallinas cluecas de estar ya exentas de trabajo, de ya no ir a la olla porque bastante dura se les había puesto la carne. Soñaron con eternidad, gloria y bucolismo de millonarios, y les escapó el tiro por atrás.

Veremos, porque duchos son en el invento y la prestidigitación, con qué salen ahora. O prepararán al glorioso ejército nacional, armado de wiphalas y pututus para lanzarlos a la reconquista. Ya los corrieron a palos en el Chaco, será recurrente verlos corretear otra vez en desbandada hacia la frontera del Brasil. Esa institución ominosa no sirve ni para el carajo. Entonces sale el segundo frente de cocaleros y ni cuenta se darán cuando los chilenos caminen sobre sus cabezotas rellenas de baba verde. Es tiempo de replantearse la patria, de plantarla, regarla y cultivarla con lo mejor de su tierra y de su agua. La escoria no sirve ni siquiera para abono. Habrá que enterrarla como desecho tóxico en el fondo del recuerdo. Y eso incluye a mucha gente; en primera fila los intelectuales de lengua rugosa y larga, los lameculos en la prensa y la sociología, en los espacios donde se enroscaron como lombrices. Hay que anotarlos, marcarlos como para una noche de cuchillos largos (habilidad nazi). A veces se puede utilizar el procedimiento enemigo para atacar. Y no implico con ello que se asesine a este grupo de delincuentes sino que se los extirpe de la vida pública y que jamás regresen. En particular a los endiosados, marcados con la saliva de Dios. A esos, el peor castigo, la inclemencia de Chonchocoro, el trono de piedra.

¿Se extenderá algún día el novelón de La Haya? Abogados cobardes, plebe entusiasmada y borracha, doñitas de inmensos aretes de oro, y dioses escapados de sus adoratorios, volverán de cabeza gacha. No olvidarán las maletas con artículos comerciales, eso no, que el negocio siempre adelanta a la patria. Y el  castigo debiera siempre adelantar al negocio. O enseñamos, o aprendemos a sufrir oprobio.
01/10/18

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Publicado por EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 02/10/2018

Imagen: Katsushita Hokusai