Thursday, October 11, 2018

Lamento de Porto (Oporto)


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cómo pasó el tiempo y se multiplicaron los culos, me digo en actitud derrotista, machista, ferviente y cachonda. Pero es que cuando hablaba de Portugal pensaba en Camoens, en los barcos lusos y la poética de la conquista; nunca se me había ocurrido imaginar que la belleza de las brasileras se debía a la magnificencia física de sus madres patrias. Que las mulatas, el samba, sambódromo, Río, Copacabana, ofuscaron la verdadera esencia de aquella virtud: Portugal.

Pensaba en Pessoa y en Cesário Verde.

No pensaba en la redondez de los culos, lo ajustado de los jeans que es táctica común de acoso y desesperación para los tontos hombres. Los miro desde mi ventana, entrando al Metro dos Aliados, en la churrascaria, tomando cerveza y con los despojos pescados del mar que se convierten en delicioso alimento.

Me sorprendí bien, lo digo, y no descarté la idea del doctor Fausto de vender mi alma al diablo y entregarme a los dos únicos placeres: conocimiento y sexo, lujuria e iluminación. No vi a Mefisto, sin embargo, estaría cazando entre los trémulos turistas gringos que pululan por aquí. No le interesaría el nativo, porque estos (pensará) de andar por siglos desnudos le hallaron resistencia hasta al resfrío. Si supiera, diablo de mierda, cómo me duelen los huesos por la proximidad marina. Y que mal no me vendría nueva armadura y flamante alabarda. Puta.

“Puta” no solo describe al gremio más trabajador sino es la expresión de la tragedia entre gente malhablada como nosotros: “Ferrufinos, mala casta”, gritaba una vieja a mi padre niño. Casta chingona y malhumorada, a qué mentir. La expresión carga enojo, desasosiego, impotencia de traer lo ausente, de matar lo presente. Y de estar perdiendo, que no perdido, el viejo arte de revivir por amor. Quien dice que no se muere de amor, miente, porque desgaste implica uso, y desfallecimiento, muerte. Se muere porque se ama, porque se pierden instantes, años, vida, en ese entrevero de cuerpos sudados, penetraciones, eyaculaciones, jadeos, gritos, arañazos, exabruptos. Puta, que me cansé.

Creí que Cochabamba era la ciudad de las comidas. O La Paz, si seguimos el derrotero de Sánchez-Ostiz que es más altiplánico que valluno. Porto no les va en saga, les contaré. Subiendo del Duero por la ciudad antigua, con casonas arboladas y abandonadas, o llenas de espectros, comienzan las luces a aparecer, como luz mala de la pampa, fogones y olores. Vino rojo, cerveza amarilla, caipirinhas y demás tragos aparte del oscuro y dulzón vino local homónimo. Por todo lado, tres cuatro por cuadra, de todo, platos de la herencia étnica, carnes en formato moderno, ampliaciones, variantes, ortodoxias y heterodoxias, que juntas dan un abigarrado bolo de sabores. Y eso que no caminé demasiado, porque cada sitio era un obstáculo a detenerme. Acabé a medianoche, atiborrado de viandas, embutidos, vino, cerveza, café super amargo y tartas de limón. Me dije, otra vez: Puta, que hace un mes y medio me moría y devoro igual a un caníbal de la última kabila animales muertos. Soy caribe, decía en el sentido caníbalístico, Petrus Borel, el Licántropo…

Hasta olvidé que pasaron los años y me dispongo a salir. Hice una larga siesta porque me molestaba el hombro. Ahora ajusto el chaleco antibalas, amarro el machete al pecho, entretengo dos pistolas en el bolsillo de la chamarra y ¡presto! al combate del hambre. Ciudad que debiese ser extraña y resultó gentil.
11/10!18

No comments:

Post a Comment