Tuesday, May 31, 2011

Cosas que uno ve/MIRANDO DE ABAJO


Santa Cruz, Aeropuerto Viru-Viru, amanecer del 24 de mayo.

Inicialmente creí que se trataba de contrabandistas panameños, posiblemente narcos. Carritos y carritos de equipaje, con al menos cincuentena de inmensos bolsos herméticamente envueltos en plástico, se alineaban ante los mostradores de COPA. Los dueños, todos hombres exceptuando a dos mujeres, una negra y una local, llevaban el pelo al rape y destacaban por la musculosidad de sus cuerpos. Comerciantes no, me dije, y supe que eran soldados, soldados cubanos haciendo qué en Bolivia, no sabía.

Dos oficiales, seguro, porque ante ellos se reportaba la tropa, una docena. Aunque vestían de civil, notoria era su actitud de primates elementales como suele ser la milicada. Me intrigaba el cargamento, todo en bolsas iguales, grandes de metro y más, y altas de cincuenta centímetros. Llevaban una etiqueta que traía una especie de venado, como si fuesen aperos de cazador. Pero para qué sacarían cubanos armas de Bolivia. Lo contrario es más creíble. Era, sin lugar a dudas, contrabando de las fuerzas de cierta revolución para ingresarlas al país donde tristemente no hay nada. Qué clase de contrabando queda la pregunta, porque pienso que se podría comprar más barato en Panamá, desde donde ellos continuarían a La Habana y yo seguiría hacia Houston.

Un borrachito paceño que hacía fila conmigo comentó que aquello parecía el Desaguadero, y fotografió desde el celular. Entonces uno de los mandamases se paró, y caminó hacia él, inquisitivo aunque sin hablar. No le había gustado. Algo tenían que esconder. Era por demás rara la situación, confirmada luego que vimos pasar el cargamento directo hacia el avión, sin cuestionamientos. Creí, porque tengo derecho a creer, que quizá así es como la droga, prominente negocio de la era Morales, sale del país, y que las historias que uno y otro lado cuentan son medias historias, incluida la del general Ochoa, fusilado por Fidel, y de la que he oído una versión distinta, que citaba también a Escobar, el de Medellín.

Uno de los soldados era boliviano, por su pasaporte; oriental. A éste lo acompañaban una mujer y una niña pequeña, con documentos norteamericanos. Al iniciarse el chequeo de narcóticos, los cubanos se burlaban del agente a cargo llamándolo D’Artagnan, mientras hablaban de peleas de gallos en Jagua la Grande. Casi entablé conversación, ya que había pasado yo por allí y por Aguada, pero preferí callar y observar. Los agentes de narcóticos del estado plurinacional ponían énfasis en los dulces y los chicles, con evidente desconocimiento de causa, o porque simplemente no les interesaba. Luego entramos a preembarque y los guerreros se fueron al bar a tomar Coca Cola y tal vez ron. Cuando llegó el avión de Panamá que nos llevaría, bajaron más soldados cubanos de civil, que saludaban de detrás del vidrio a sus camaradas. Obvio que son muchos y que conforman una de las estructuras de poder del emperador iletrado. Pensé en los imbéciles militares de Bolivia bravuconeando acerca de la matanza del Che, y que fuerzas foráneas no hollarían otra vez territorio nacional. Hoy los cubanos les hacen comer desde las botas. Los generales de Bolivia se venden, y barato, como putas (con respeto de ellas).

A tiempo de subir al avión, entraron a la primera llamada. Los miré acomodados en los sillones de cuero de primera clase y asimilé la gran ventaja de pertenecer a la Revolución. La única que fue en clase económica, con el resto, fue la boliviana con su hija, mientras nos cerraban las cortinas y les servían de entrada mojitos y otras vainas. A revolución así, la de aquí y la de allá, pertenecer no quiero. Porque ni contrabandista soy, ni narco, y menos milico de tal por cual.
29/5/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 31/5/2011
Publicado en Semanario Uno 412 (Santa Cruz de la Sierra), 3-9/junio/2011

Imagen: Casco espartano

Monday, May 30, 2011

La chichería


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cerca del antiguo estanque de Coña Coña, hace poco, Raúl, José Manuel, Pepe y yo reencontramos la magia de la chicha por la mañana. Bailamos música agachada de Huancayo y vivamos a los guerrilleros del Tupac Amaru que habían encerrado a los dueños del mundo en un palacio. Las horas transcurrieron con la placidez de los eucaliptos, el goteo incesante de las monedas de la rayuela, un poco de pan y un alcohol amarillo que sabía a ceniza. Era como caminar quince años hacia la sombra, a desaparecer las canas de los cabellos, a esperar la llegada de mujeres que no se han hecho tan viejas como para dejar de hablarnos...

El martes por la mañana Julio me llamó desde Estados Unidos, de una prisión estatal virginiana en un pueblo llamado Lorton. Me dijo que estaba bien, que cuando lo soltaran decidiría venirse. Extraña las sucias sillas, las moscas que hacen mítines inmensos, los vasos pequeños como para poder apostar un seco tras otro sin miedo de caerse.

Los amigos salieron de sus labios; eran preguntas. Después de casi ocho años allí, donde son rubios, él se hundía en la nostalgia. En la cárcel de Lorton, Julio imaginaba el Bar Quito, "barquito", donde tenían chicha cliceña y se juntaban los mejores rayueleros cochabambinos, aquellos que de buenos juegan sentados, con otro que les recoge los tejos. Cuántas jarras dobles perdimos apostando. Alguna vez ganamos, lo que era notable. Pero ver a aquella gente lanzando monedas tan precisas era de por sí grande.

Me acordaba de cómo mi padre nos llevaba, a Armando y a mí, a las peleas de gallos, no lejos de dicho bar, sobre la calle Antezana, y de cómo impactaron mis ojos niños los jugadores de taba. En la rayuela he revivido con melancolía esos días. No recuerdo el rostro de papá entonces, mucho menos el de mi hermano, pero sí se me quedó en la cabeza aquel hueso increíblemente blanco que volaba para caer de suerte o de culo y convertirse en plata.

No sé si queda algo, debiera preguntárselo a Alfredo Medrano, o a Ramón Rocha, que me guiarían sin desgano. Porque ahora que me han adormilado las urbes extrañas se me hace difícil encontrar los viejos pasadizos del vicio, los de la fiesta eterna y la fraternidad, palabras que en anglosajón no existen más.

Ya a medianoche nadie quería atendernos. Por la Simón López, arriba, estaba la última y segura posibilidad: el "Quiero amanecer". De todos los extremos de la ciudad llegaban los aguantadores, para quienes la noche representaba un muy corto espacio temporal. Con Ramiro Murillo tomábamos una calle lateral y bajábamos a nuestras casas con la salida del sol. Resulta que ahora ya todos andamos muy ocupados, la ciudad se ha norteamericanizado malamente, nosotros mismos somos mano de obra buena en las metrópolis del norte. La vida se nos va y parece que al que supuestamente vive en el cielo le gusta hacer que sus hijos olviden lo que fueron; por eso prefiero escribir, antes de que se me pierdan los nombres y eternizarme como fui.

Luego de mediodía me puse a escuchar un disco de "Mocedades", la canción que titula "Amor de hombre", y a raíz de ella nace este texto, porque había una chichería, en la Antezana final, casi Guillermo Urquidi, en un pasaje que va desde esta calle a la avenida Oquendo y que es todavía el imperio del barro, cuyo nombre era justamente "Amor de hombre". Era la chicha preferida de mi amigo Elmer, que vive hoy en San Francisco.

En nuestros veinte años (Elmer) me telefoneaba, todas las semanas, para ir a la chichería. Sus opciones eran tres: el "Curichi", en Quillacollo, con garapiña y mini-golf, cuyos palos ocultaban al anochecer, cuando los ánimos ya se habían caldeado, para evitar que los parroquianos se descabezasen unos a otros. Luego sugería el bar de don Casto, viejo dirigente movimientista, cuya chichería en la calle Bartolomé de las Casas era, y es, arbolada y concurrida. Nostalgiosos "revolucionarios" hablaban quedamente de los días de abril, del recurrente pasado de los fracasados. Había rayuela y excelente bebida, pero demasiada tranquilidad. La tercera opción venía a ser el "Amor de hombre". Los zapatos se perdían en el lodo hediondo de la calle, pero había música en vivo.

Trasnochados, y luego famosos, folkloristas ejercitaban su arte ante los llorosos ojos de los borrachos. Promiscuidad de las mesas. Con la vista nublada a nadie importaba que su vecino más próximo fuera de profesión ratero, o que algún pobre y prostituido homosexual se sentara en sus faldas y tratara de entrelazar sus manos con las tuyas para acompañarse en la oscuridad.

Eramos pobres y jóvenes. Reuníamos las monedas de todos, aunque sabemos también que todos se guardaban algo de dinero para "escapar", dinero que finalmente salía a luz cuando no quedaba chicha, para la segunda ronda. Se designaba a alguien para comprar panes de a peso. En medio de la mesa, al lado de un mugroso balde, se depositaba la comida de esa tarde, una docena de panes si éramos muchos, o dos piezas por persona. Con la borrachera llegaba el hambre y allí seguían las redondas tortillas para calmarla.

Cuando cerraba la chichería, íbamos en intensa caminata buscando otro lugar. El "Me da la gana", al lado del canal de la Angostura, mirando hacia lotes y lotes de lechuga verde, era el más bonito. Higueras, pastos, extensa vida campestre. Ahora lo corta una avenida y el canal de agua turbia está tapado. No hay más lechugares ni los grandes eucaliptos cerca de la avenida América. El progreso ha levantado casas ricas y nos hace dubitar acerca de nuestra memoria.

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Publicado en Cultural (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 1996
Publicado en LA PICARDÍA EN COCHABAMBA, antología de KIPUS, Cochabamba, 2017

Imagen: Grabado de Walther Klemm


Thursday, May 26, 2011

Jóvenes escritores


Me visita Samantha Zambrana, escritora y lectora de 9 años. Pidió a través de mi hermana una cita conmigo, de quien se había informado en el Internet y a quien quería preguntarle asuntos del oficio de escribir.

Le ofrecí una Coca Cola, en desaire al Emperador de Bolivia, y le pregunté si quería la foto en el momento, ya que había traído su cámara, y me dijo que lo haría al final. Primero inquirió acerca de si era yo famoso o no. Respondí que la fama es una pequeña vanidad. Luego entramos a detalles sobre lo que le gustaba hacer, escribir, leer. Comentó que acababa de terminar una novela de Gaby Vallejo Canedo, para niños. Le conté acerca de mi relación con esa autora, de su impulso para lograr mis primeras publicaciones en Presencia, en tiempos de Juan Quirós, de la importancia del apoyo de alguien ya consagrado para iniciarse en el ambiente de las letras.

Perfectamente bilingüe, español-inglés, quiso saber acerca de los Estados Unidos, de la literatura de aquel país, y allí surgieron nombres como Mark Twain que le aconsejé leer, comentando que Tom Sawyer y Huckleberry Finn marcaron mi niñez. Y James Fenimore Cooper, siendo El último mohicano un libro de tal hermosura que cinco veces al menos recorrí con sus personajes la epopeya de las tribus indias del este de Norteamérica, y los asentamientos blancos en el drama del conflicto entre culturas.

Puedo sugerir libros que me impactaron: Salgari, Dumas, Verne, Blyton, Wells, Feval, Zévaco, Sabatini, Horacio Quiroga, el gran Stevenson, C.S. Lewis y Tolkien a quienes leí en mis veintes, y otros con nombres ya difusos. Pero creo, le dije, que la saga de Harry Potter es un impacto maravilloso de la literatura actual, y válido en papel como en pantalla, obras que merecen leerse y que trasladan al lector a fantásticos rincones. Y si la infancia no es para soñar, entonces cuándo. Hablamos de Alicia en el País de las Maravillas y de su miedo a la Reina de Corazones.

Todo depende de la idea que el joven lector persigue. Las temáticas de misterio, aventura, terror, fantasía, mitológicas, suelen acompañar por lugares y espacios tan ajenos a nosotros. La destreza está en hacerse ubicuo, multifacético, eliminar los límites de lo cotidiano, de los cánones, tabúes, prohibiciones que cualquier sociedad carga en sí. A través de las páginas escritas vivir entre los cazadores de pieles de la Bahía de Hudson, de Verne, o entre los apaches de Karl May se convierte no sólo en posible sino en concreto. Allí no entran gobiernos, leyes, censura o inventos de poderosos para embrutecer poblaciones. Leer es liberarse, desoír la estupidez de cancilleres que detestan los libros y que sonríen igual a las zarigüeyas recién descubiertas que los anteceden. En un país como el que vivimos, la Bolivia del desamparo y la prehistoria, lectores-escritores como Samantha no tendrán posibilidades. Hoy, aquí, se coarta el internacionalismo, la multiculturalidad, con una retórica falsa de pluralismo que esconde políticas de engaño y oprobio. De poder, se quemarán otra vez los libros, excepto aquellos mediocres que acepten o escriban -si escriben- los coloridos representantes nacionales, que se mueven hacia un socialismo que no es ni del XV, como sugiere Montaner, ni del XXI, porque ni socialismo es, sólo los cuarenta de Alí Babá multiplicados por mil.

Digresiones aparte, si algo nos aleja del opio, es leer y escribir. Y ya que mencionamos las vieja Persia, Damasco, Bagdad y sus príncipes y ladrones, nada como las Mil y Una Noches para la imaginación de alguien que goza de la literatura, con los viajes de Simbad que en sí contienen toda la magistral parafernalia de la aventura actual. E incluso el Antiguo Testamento, que despojado de resabios de judaísmo antiguo suele ser lectura sobrecogedora, con ribetes fantasiosos, real maravillosos y más, con un emperador asirio o babilonio convertido en licántropo o el viejo borracho, Noé, que navega las aguas del fin del mundo que resultaron ser su principio.

Y los griegos, por supuesto, a quienes lastimosamente se ha deteriorado en ciertas manifestaciones fílmicas, y cuya belleza resulta fundamental. Las labores de Hércules solían distraer los años de una precaria Bolivia. Pegaso y el eximio Belerofonte, y el magistral catálogo de los libros de Homero, donde cada nombre es una invitación insospechada, sea en Filoctetes y su cuerpo corrupto, o en Casandra, hija de Priamo, que en la segura Ilión soñaba con monstruos que la historia se encargaría de materializar.

Había en mi niñez colecciones de obras de la literatura universal, reducidas para lectores noveles, que llegaban con revistas argentinas a los puestos de la Plaza Principal. Eran una bella invitación a un mundo que prometía. Estaban La hija del capitán de Pushkin, y aquel inolvidable El marqués de Carabás, que no era otro que El barón de Munchhausen, y en cuya cubierta iba el dicho marqués montado en una bala de cañón. Viajar a las tierras del sultán y a las del emperador, en las tardes de esta Cochabamba deleznable, a Edirne y Viena, fueron el principio que ya en la madurez se convertiría en los jenízaros en la Albania de Ismail Kadaré, o los diletantes que poblaban la Austria de Stefan Zweig y Hugo von Hoffmansthal. Hoy habrá mucho más, con la ventaja de la imagen, el sonido, la animación, en una literatura que no se ha modificado, mas enriquecido.

Samantha tiene la dicha de ser niña en un mundo de alta tecnología. En oposición a algunos, creo que este instrumento posibilita acceder a las obras literarias a distintos niveles y desde multitudinarios ángulos y perspectivas. Y la mentada y vilipendiada -a veces con razón- globalización ha ampliado las fronteras hasta el punto de desaparecerlas. Hay que aprovechar. Lo paradójico es que gracias a ella incluso vamos conociendo lo nuestro, con lo que convivimos sin destacarlo. Mientras una niña como ella se interese en el cojo Silver de La isla del tesoro, poco importan quienes sabemos.
16/5/2011

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 22/5/2011

imagen: Dibujo alusivo al oficio de escribir

Tres veces gringo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me han creído griego, albano, turco, uzbeko, turcomano, mongol, mexicano, apache, pero jamás me habían tildado de “gringo”. Resulta extraño que sea en mi país -donde nací y donde mi familia europea, por decirla así, tiene más de trescientos años, sumados a otros cientos o miles que carga mi sangre indígena- donde me acusen (tres veces, y como pecado) el serlo.

No veo que veinte años en los Estados Unidos hayan cambiado algo de mi contextura física. Tal vez trabajar de noche emblanqueció en algo mi piel, pero no tanto como para sustentar que de pronto me hice anglosajón, o escandinavo, eslavo, catalán. Me pregunto y fácil resulta, encontrar la respuesta. El origen del epíteto que me endilgó primero un taxista al que casi le rompo el parietal por ser tremendo hijo de puta sin considerar su evidente condición originaria, radica en la prédica fundamentalista y racista de Evo Morales y sus huestes famélicas de odio y delincuencia. Resulta que hoy, por haber perdido algunos de los “síntomas” elementales que me harían indio, ya no tengo derechos ni pisada en esta tierra donde mis antepasados murieron por una independencia que con todos sus malos resabios debió implicar un progreso. De pronto Evo Morales y su ascendencia, porque descendencia no sale de célibes, tienen mayor derecho que yo, y que mis padres que se atormentaron con cincuenta años de trabajo para tener lo justo, no como el presidente y su abultada fortuna, a habitar lo que fuera Bolivia. No lo acepto, y llegado el caso defendería la validez de mi origen, igual al de cualquiera.

Avanzar leyes sociales, cimentar con justicia los errores del pasado, eliminar el racismo atávico debieron ser prioridades. No se hizo, y es culpa de todos los que ejercieron situaciones de poder, desde derecha, izquierda o centro. Sucede que este es lugar tan corrupto que a nadie le interesó mejorarlo. El gobierno plurinacional sigue la misma línea, manteniendo al pueblo en el estado de pobreza de antes, aleccionando el narcotráfico como sistema de progreso en sectores que le son afines, y llenándose los bolsillos como ni los fascistas lo hicieran. No hay estamento de poder hoy en Bolivia que no esté marcado por irregularidades y delitos. Que se hagan, a modo de congraciarse, esta vez sí, con los gringos, parodias de transparencia no soluciona nada. Poner payasos de una u otra índole en la policía, con minúscula, tampoco. Nina, Farfán, Santiesteban son nombres comunes de un lugar común. Y Sanabria, que parece ha decidido cantar un huayño, finalmente tal vez sea el que mejor parado salga de esto, entregando a los instigadores de su negocio.

El problema racial es el mayor en Bolivia. Hemos vivido de espaldas a nuestra diversidad, porque así convenía a los oligarcas, políticos y otros. Aquello ojalá haya terminado, pero que no se dé lugar al error inverso que devendrá en lo mismo. Si se elige la opción de Mugabe a la de Mandela, de Zimbabwe y no de Sudáfrica, estaremos condenándonos a un baño de sangre que nos tirará al foso de la historia. Ni siquiera será Bosnia, sino Ruanda, Sudán, Costa de Marfil, Sierra Leona, aunque a veces, en las noches de insomnio, sin solución concreta, me pongo malévolamente a pensar que quizá un millón de muertos tendría el hálito de una resurrección.

Mientras tanto, camino con mis pasos “gringos” por una Bolivia en la que siempre he de vivir, no como Morales, que dado el caso, huirá rico a refugiarse en tierra ajena, olvidando con facilidad que alguna vez fue pobre, que alguna vez fue indio. Entonces el gringo será él. Y orgulloso de serlo, además.
22/mayo/2011

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/05/2011
Publicado en Semanario Uno 411 (Santa Cruz de la Sierra), 27/05/2011

Imagen: Fuck You Gringo!

Libertades y destinos/MIRANDO DE ABAJO


Amigos sugieren que deje de escribir contra el gobierno, que de haber reacción seré el primero en la lista de ejecuciones. Y me digo que si así piensan los escritores, cómo lo harán los sicarios del poder. Habremos llegado a un punto en que la intromisión mía o de cualquiera en el ámbito del saqueo nacional ya no se acepta. Tanta el ansia de omnipotencia, la angurria, que las opiniones opuestas a la acción de los plurinacionales, ya se consideran ataques insoportables. Los que otrora se incendiaban en protestas, hoy desean preservar el estado de cosas, donde ellos poseen todo y los demás nada, con un discurso que envidiaría el fascio. Los argumentos ya ni siquiera son falaces, deambulan en el campo de lo frenético, de anhelar una industria de droga que vaya en ascenso constante, sin siquiera pensar que para la mentada producción récord se tendría que talar la selva entera y que el destino de semejante aberración acabaría con cualquier vestigio de país, etnia, cultura, u otro sustantivo que gusten mencionar. Oigo cosas que ponen los pelos de punta, el retorno de Hitler con mazos prehistóricos, el nazismo calzado de abarcas y espíritu preletrado. En nombre de la pobreza.

Cierto que existe disidencia, pero ante ella se agita como amenaza la masa campesina dispuesta a no perder prebendas. Hablamos de un grupo humano, antes siempre explotado y desconsiderado, al cual se ha ofertado una suerte de carta blanca que se dispara tangencialmente por rumbos que minan lo poco logrado en doscientos años de historia. Se permite el contrabando, linchamiento, narcotráfico, y demás accesorios delincuenciales. Creen los gobernantes que luego de haberse deshecho de toda oposición podrán controlar algo que pronto se les irá de las manos, que fragmentará incluso su propio poder. Para entonces estaremos por debajo de Haití, a la par de Ruanda o del Darfur sudanés. El precio a pagar por el encono y la ambición de los de arriba será la pérdida definitiva del país en beneficio de las mafias de la droga para quienes los títulos de gobierno no importarán y donde presidentes, a la par que peones, han de jugar papel de simples fichas.

Persistencia de eternidad que se desboca hacia un foso dantesco. Qué más quisiera Evo Morales, a quien quitan responsabilidades, que ya no hubiese maestros, que nadie hablara idiomas ajenos al núcleo duro de los dos grupos indios mayoritarios, con preeminencia aymara, que su extraño nombre y su apellido reemplacen la odiada presencia del blanco en las figuras de Bolívar, Sucre, Murillo…, y sea su busto impenitente y burdo, junto a los Choquehuancas y etcéteras, cuya única gloria es la destrucción, los nuevos sujetos de culto. Lo hemos visto ya, en Camboya para ser precisos, y allí nos encaminamos, a la matanza que sueñan hacer los cocaleros con el resto de la población mestiza, para lanzarse al desenfreno de la droga, a un universo que no sabrán manejar, y donde resultarán al fin siendo los mismos asnos de carga de siempre, bajo la férula de otros patrones que esta vez no perdonarán errores, donde el castigo deviene en muerte y donde rebuznos de nacionalidad, de glorias pasadas, de Tawantinsuyus no han de permitirse. A producir, producir, coca, cocaína, hasta que el estigma de Camboya se torne en contra de ellos también para juntar sus calaveras plurinacionales a las de los demás.

El fin del mundo, una opción que visualizan bien los profetas del odio. Dante redivivo, aunque sepamos que en el siglo XXI salidas tales, en medio de una globalización ineludible, no han de llegar a concretarse, que algo de instinto superviviente queda, que a la larga esta historia de Hitler y el doctor Goebbels, trasladada al Ande, no puede prosperar, que los vociferantes tendrán que callarse.

Maestros analfabetos, jueces sin título, alegran la visión del emperador Morales, que nada quiere saber ni tener de los blancos, excepto su práctico avión que dudo hayan construido sus parientes.
14/5/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 17/5/2011

La boda irreal/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cómo, si el príncipe Guillermo, y su novia cuyo nombre creo es Kate (no me interesa), tuvieron semejante pachanga de plataforma internacional, iban los fundamentalistas andinos a quedarse con los brazos cruzados. Si el imperio tenía aquello para mostrar, los navegantes aymaras (del internet, aunque algunos piensan que descubrieron Japón), tenían que superarlos. Reunieron a 300 candidatos, no muy virginales porque ya venían paridos casi todos, y montaron espectáculo mayor al del Cirque du Soleil, con el acróbata máximo, el de triple salto mortal y descenso en triple tirabuzón como padrino onomástico, y un par de amautas, mamautas les dice la desconfiada voz popular, que como consejo a los hombres daban el de cuidar a sus mujeres, aunque en la mamadera que sobrevendría sin duda las descuidaron.

Hubo de todo, hasta una a veces genial heroína, de las aguerridas Mujeres Creando (y combatiendo) que olisqueó la farsa e intervino, o deseó intervenir, y fue sacada a rastras por la seguridad de la fiesta donde por el cielo se vieron sobrevolar angelitos de poncho y zampoña, que me recordaron lo equivocado del poeta que reclamaba por angelitos negros, sin observar que en este cielo hay de todo menos… angelitos blancos.

Inglaterra se apuntó una Boda Real; Evo Morales los superó con la Irreal. Uno de sus acólitos, dicho ministro aunque pienso que ministros no hay en la jerarquía nativa, se descubrió afirmando que esta boda trascendería los límites del Titikaka y sería vista por el mundo como un ejemplo del futuro que se viene. Yo, que me casé con un frugal “sí” ante un juez que en previos años me metiera preso, me descarto automáticamente y pido no incluírseme en la próxima tongada. No creo en Dios ni en la Pachamama, cómo si apenas voy creyendo en mí mismo, y menos en los amautas que por las fotos ya se veían bastante tomados por la ingestión de bebidas occidentales, tan occidentales como el maquillaje y los peinados que otorgaron a las muchachas -ni tanto- para iniciarse en la ya consabido juego del toqueteo y de la cópula.

Qué decir, sentirme orgulloso de haber superado a los imperialistas, o triste porque cuando ya creía que se iniciaba un espacio nuevo, arrastraron a las parejas hasta un viejo registro civil y las obligaron a firmar en papel el casorio, como antes, como en una vieja y apendejada fiesta de antes. Cuando pensé que había llegado el tiempo del sexo libre, que por fin habíamos eliminado al Estado, aunque todavía no a los sacerdotes, vi mancillarse el honor de la transformación y convertirse en parodia esta fiesta que algo de originario tenía, y de castellano también, y hasta de chino porque me pareció ver en las mesas botellas de salsa soya… cosas del globalismo.

Ya es tarde y debo descansar. Escondido, porque no sea que me cojan y me obliguen a matrimoniarme en el rito aymara, y termine casándome con una ñusta vestida de traje de quinua que de soplar el viento se quedará en pelotas y, para sorpresa mía, resulte que era ñusto y no ñusta, cosas -otra vez- del tiempo y la época en que vivimos. Amén.
08/05/2011

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/05/2011

Imagen: Fotografía de Jaime Ramallo

Thursday, May 5, 2011

El mundo en derredor


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Poco he escrito del mundo físico inmediato que me rodea. Arrumbado en melancólicas rememoraciones dejé de lado la proximidad de la mesa en que escribo, los sonidos de la calle justo afuera de la ventana, los vecinos, los árboles, el sol y detalles que pueblan la vida con mayor peso que cualquier pasado.

En esta época los manzanos están cargados de flores, bordeando avenidas y rutas menos transitadas. Flores rosadas y blancas que se convertirán pronto en minúsculos frutos de una variedad pequeña, desconocida en el sur de donde vengo.

Esto es Aurora, pero por lo general la llamo Denver, siendo ésta la aglutinadora en su nombre de muchas villas menores, y muy diversas además. La ciudad y el país tienen un tema colectivo de momento, la muerte de bin Laden, pero pasará como todo, y a nadie le importará el espectro de aquel barbado imbécil. Eso no impedirá que los pétalos caigan, que el césped se cubra de ellos, y que el sol de primavera, por momentos todavía frío, se atempere.

Qué decir de un lugar que fue centro de la expansión hacia el oeste, del “destino manifiesto” que impulsó a un país de inmigrantes a atesorar, y también robar, tierras y fortuna en un continente riquísimo que se le hizo difícil a España y que catapultó a los anglosajones, como núcleo mayoritario, a erigirse en imperio. Tanto por contar, desde las ilusiones infantiles de las guerras indias, donde siempre estuve del lado del vencido, aun sin dejar la admiración por la épica norteamericana en general, por la lucha secesionista, narrada por Whitman, Stephen Crane y Bierce, o las alucinantes páginas que en Fenimore Cooper tomaban las grescas entre ingleses y franceses, entre medio de los nativos; la magia triste de la retirada de Fort Ticonderoga…

Hace poco, mi hija menor estuvo de voluntaria en un programa de agricultura sostenible, donde los almácigos se alimentan del agua de un tanque lleno de tilapias blancas del Nilo, y, a su vez, los peces se enriquecen con los nutrientes de la tierra movidos en ese circuito alimentario. La Growhaus, “la casa de crecimiento”, sita en la confluencia de un nudo de trenes, con rieles tan antiguos como la conquista del oeste, la manejaba de momento un keniano, que había desarrollado un singular sistema de cultivo de plantas en turriles vacíos multiperforados. El barrio (Elyria-Swansea), uno de los más antiguos y pobres de Denver -“parecido al Tercer Mundo” según Tom Anthony, presidente de la Elyria Neighborhood Association quien afirma que: “He llevado gente en tours por el barrio que dice que parece Bolivia”- , guarda la herencia de la inmigración europea oriental en algunas casas que sobreviven al desarrollo. Semejan viñetas de la Polonia rural. 

Construido en la tradición de Europa del este, Elyria albergó trabajadores de los hornos de fundición y de las empacadoras de carne que allí existían. Los textos históricos de la ciudad cuentan que a partir de 1920, una nueva oleada de migrantes, esta vez mexicanos, con destino hacia los campos de remolacha, se mezcló y se impuso a los eslavos. Hoy, a pesar de la pulcritud sobria, y sombría, de las construcciones tipo Silesia, abundan los carteles de tamales, tacos, y envíos de dinero a México. Sombras por un lado de una fuerza laboral pujante venida de lejos, y rasgos actuales de otros también pujantes labradores, cuya presencia cercana los hizo y los hace invencibles ante cualquier grupo étnico.

Siempre amé los trenes, y creo que a ellos debo el alma viajera que se convirtió en cuerpo inmigrante. Las trochas que perforan el horizonte son invitación al misterio, a la creatividad, a hundirse uno más profundo de lo que le ha sido “asignado”. Y consigo se lleva el recuerdo, junto a la materialidad de lo aprendido, de las costumbres, la comida y tanto... Paul Theroux, en “Kazantzakis’ England”, escribe: (…) “All immigrants are colonists in the sense that they carry something of their national culture with them: ideas of comfort, religion, business and appetite are part of their luggage, you might say.” (…) Por ello en este rincón de Aurora, en medio de la pradera y de fértiles colinas, algo de Bolivia quedó incrustado en casa, y no me refiero a los awayos de Calcha o la cerámica Mizque, sino a un aire que evidentemente no pertenece a esta tierra de arapahos y cheyennes, de irlandeses y polacos, que tiene que ver con eucaliptares y alfares, con altas montañas peladas y un silencio que se rompe en el zapateo de la cueca.

Pero lo que habita alrededor se convirtió en propiedad, como lo traído, y ya la culinaria michoacana o la especería huichol nos pertenecen. Como supimos distinguir entre bailes bolivianos, ahora entre un mole poblano y su par chiapaneco; entre las características y lengua de un mixteco o un purépecha, y así siguiendo al sur, a las selvas de Darién y los místicos montes de la sierra nevada de Santa Marta, los huancas que admiraba José María Arguedas, los ítaloargentinos y los judeochilenos, mundo que se expandió y de grande ya inaprensible, del cual puedo obtener migajas que adoro y me cultivan. Eso por hablar de los latinoamericanos, sin nombrar vecinos hindis de Bhopal, catrachos, hmongs, o la multitud de africanos que de cuando en cuando abruman los mercados y sus delicias: panes de Berbería, lentejas rojas…

Denver, que fue Meca de la “americanidad” avasallante, mimada de George Armstrong Custer, matador de indios, se convirtió, como el país entero, en nido de culturas. Refugio de los chamulas de Rosario Castellanos y de los nórdicos de Bjornstjerne Bjornson, de las alitas picantes y la barbacoa tejana, jugosas coxinhas del Brasil y linguiças portuguesas, aderezadas con llajwa cochabambina molida sin locoto… con chiles de California, Tailandia y jitomates. Donde se puede comer goulash en un bistró húngaro, con czardas bajo una luna de 100 watts, o elegir empanadas criollas como si fuese a caballo y en Montiel, en Salta.
03/05/2011

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 08/05/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 13 a 19 de mayo, 2011

Imagen: Tarde de otoño en Elyria-Swansea, Denver

Wednesday, May 4, 2011

Del submundo a la poesía

Gaby Vallejo

La lectura de la novela “El exilio voluntario” de Claudio Ferrufino, premiada en Casa de las Américas, nos regresa a sus valientes y poéticas notas de prensa publicadas en Cochabamba, que hicieron arder de rabia y escocer a muchos, y nos incorpora al mismo tiempo, a su vida intensa de habitante en ciudades de Estados Unidos y de Bolivia.

“El exilio voluntario” es una novela escrita con una carga de vida de años que va alternativamente a lugares y tiempos diversos, en un juego narrativo que exige un lector atento.

Con un estilo cortado de frases breves, densas, nos introduce a los más variados temas: los vejámenes a que se someten los migrantes en USA, un submundo de prostitutas, ladrones - lleno de riesgos - experiencias duras en Virginia (Estados Unidos), una fuerte y permanente sensualidad, la sobrevivencia en un negocio de verduras, la política sobre la migración en los Estados Unidos, la televisión. Según el narrador protagonista, Carlos Flores, la libertad, el sexo, la bebida, como tres fuertes ejes que le retienen en aquel país y que se hacen escritura.

En un proceso narrativo de ida y vuelta, presenta sin medirse, con el desenfado narrativo que siempre caracteriza a Ferrufino, personas de Cochabamba y de EEUU,  con nombre propio, con historias propias, en una relación de vida con el narrador - autor.

Carlos Flores o Claudio Ferrufino, son uno mismo. Son los “poetas de la sensualidad y la sexualidad” En ambos mundos. EEUU-Cochabamba, el cuerpo y sus posibilidades de dar placer se convierte en un espacio escritura poética.

Del mismo modo, la casa antigua que alquila en EEUU, con sus cuartos y huellas del tiempo,  le proporciona motivos de encuentro con la palabra, la escritura, el arte, el tiempo.

A veces el narrador es cruel, duro, agresivo. Así cuando presenta los comportamientos de los migrantes cochabambinos en Virginia. Llegan, dice de ellos,  con “las taras nacionales”  y los radiografía con saña.

En contraste, con una alta significación emotiva, hacen una breve aparición, sus padres. En contraste  también,  están la música, los libros, la pintura, los países; dan un sustento estupendo de poesía y cultura. Allí aparece el Claudio Ferrufino de las publicaciones densas y breves de Cochabamba, aquel con el que nos re-encontramos desde un principio y a lo largo de la lectura de  “El exilio voluntario”

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 1/5/2011

Imagen: Glenn Brown/Sex, 2003

El corazón de Jesús/ECLECTICA


Este último filme confirma a Marcos Loayza como un director innovador del cine nacional. Los críticos locales calificarán a "El corazón de Jesús" como una especie de "thriller" (tanto les encanta usar este vocablo inglés recién descubierto por ellos) y no se equivocan. El thriller cinematográfico nace con el cine, pero apenas se recurre a él en Bolivia: lo hacen Agazzi y Loayza. El suspenso bien manejado, policial o no, da como resultado en el espectador el mismo estado de alerta, de incertidumbre, que quiere adivinar.

Lo interesante en el caso de la nueva obra de Marcos Loayza viene a ser la amalgama de dos escuelas de cine, dos temáticas al menos, del escenario latinoamericano: "Nueve reinas", de Fabián Bielinsky (Argentina/2000) y "Sin remitente" (México/1994), de Carlos Carrera. Mientras Bielinsky juega magistralmete con una trama detectivesca, Carrera lo hace en un ambiente más subjetivo -íntimo- con los avatares de un hombre pronto a jubilarse que apuesta a la vida en un argumento en esencia también de detectives. Los desenlaces necesarios para concretar la obra y contentar al espectador, ávido de respuestas, dentro del cine en América Latina, unen el ámbito investigativo, aquel formal de claves y soluciones, al de un entorno físico y social que tiene que ver con la miseria del continente, a diferencia de sus pares europeo y norteamericano, y le añaden cierto sabor humano del que algunas veces carece el perfecto, y solvente, arte del Primer Mundo.

Fuera de la historia que se relata, y sin embargo como importante sostén ambiental del texto, Loayza utiliza dos recursos distintos, el de un músico que cuenta en sus canciones un drama similar al que se desliza en la pantalla, con éxito durante un noventa por ciento de la cinta, con la sola excepción del epílogo donde el cantante parece desequilibrar contexto y persona en excesiva e innecesaria explosión emocional; otro, la ciudad donde se desarrolla la trama: La Paz. Loayza consigue darle, en un goteo de fotografías e imágenes, diurnas y nocturnas, estatura de personaje. El individuo como apéndice de un universo mayor, reunión y consumación de la tragedia: Dublín en Joyce; Berlín en Döblin, y, por qué no, La Paz en un cercano Víctor Hugo Viscarra, que si bien no se muestra, se presume en los desesperantes actores de este nuestro pabellón de cancerosos.

Destacado papel el de Cacho Mendieta, quien tiene sobre sus hombros el peso de la obra. Siempre se puede criticar algo, y tal vez se hablaría de detalles que más bien pertenecen a errores de edición, porque el actor sigue indicaciones y sus espacios de improvisación están limitados, pero su desempeño colma las expectativas. Al igual que en "Cuestión de fe", Loayza maneja con sobriedad los sujetos que caracterizarán a sus personajes, y la elección de Cacho Mendieta fue correcta.

Hablar de la "troupe" como conjunto no es desmerecedor. Los enfermos parecen salidos de "Marat/Sade"; o son enfermos de veras o brilla su capacidad de ejecución.

Melita del Carpio, el segundo personaje que apuntala al protagonista, resiste con soltura un rol difícil; difícil porque debe truncar sus propias posibilidades para impulsar las del otro, pero estos son sutiles desdenes del arte, o sutiles panorámicas de la versatilidad de una actriz.

"El corazón de Jesús", con más que instantes de brillantez, marca el inicio de un nuevo cine en Boliva, agresivo y pleno de creatividad.
19/julio/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2004

Imagen: Afiche argentino del filme

Tuesday, May 3, 2011

El samurai sombrío


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

"The Twilight Samurai" es una película del maduro director Yoji Yamada. Alguien, a tiempo de apreciar sus claroscuros y una belleza general, sugiere que el filme podía haber sido hecho cincuenta años atrás. No sé si tomar aseveración tal como crítica o como simple observación. Creo que cabe más esta última. Si uno no supiese de antemano que "The Twilight Samurai (Tasogare Seibei)" se hizo el año 2002, fácilmente creería que proviene de la época de oro del cine "samurai" japonés.

Cuando éramos niños, las salas de Cochabamba se atestaban de mal cine "chino". Algunas cintas serían chinas, otras quizá japonesas, dudo que algunas coreanas porque la infraestructura fílmica de este país estaba en ciernes. Las películas "chinas" estaban llenas de acción y de sangre, y de romance peculiar, al estilo de esas tierras, con muchos gritos, pasitos cortos y rápidos, mucho agacharse y matar con crueldad. Los espadachines, a diferencia de los regordetes mosqueteros franceses, eran delgados y barbilampiños guerreros de ojos rasgados. Y volaban a la manera de Superman, sin capa, como guiados por sus espadas a modo de pararrayos que iban a estrellarse en el cuello rival y producir un pozo petrolero de sangre que se elevaba un metro por encima del occiso.

Esa era la infancia. La idea del cine japonés se reducía a bregas eternas, húmedas de muerte de principio a fin. James Bond, el apuesto espía inglés, muestra atesorada del civilizado imperialismo, no hacía más que confirmar que la gente amarilla era desalmada, cruel; los japoneses, cuando aparecían, ponían los pelos de punta, ya que todos eran expertos en artes marciales y con un inigualado cinismo a tiempo de dar muerte.

Después vino Kurosawa, que le cambió la faz al Japón, al menos entre cierto público. Los samurais de Kurosawa, salidos de la ficción histórica, eran complejos personajes. "Los siete samurai" (1954) perdió para mí su encanto cuando se hizo un Western imitándola. Quizá por condición de occidental, y sin importarme entonces los detalles magistrales, preferí a Yul Brynner, vestido de negro y con pistolas, en Technicolor, que a Toshiro Mifune. He intentado otras veces a "Los siete...", sin éxito. Los vaqueros y el yermo del sudoeste aún, de manera inconsciente, se me antojan más.

Sin embargo cuando el mismo Kurosawa retoma el feudalismo japonés, más en "Kagemusha" (1980) que en "Ran" (1985), es soberbio. La historia del caudillo Shingen en la época de las guerras civiles, también retratada en la oscura aunque interesante cinta de Haruki Kadokawa "Heaven and Earth" (1990), es en mi opinión el más logrado filme de epopeya en la historia del séptimo arte.

Seibei el personaje de "The Twilight Samurai", es un samurai de rango menor -rango determinado por el salario-, que trabaja como dependiente de contaduría en los almacenes de su clan. Su mínimo ingreso no le alcanza para mantener a su vieja madre y a dos hijas. Sabemos que su esposa murió de tisis y que enterrarla bien, según el decoro social obliga, lo endeudó sin salida. Casi al final de la obra, cuando Seibei va ordenado a matar a un samurai mayor y de más rango, que se niega a suicidarse ritualmente por orden de su señor y por delitos cometidos dentro de su grupo social, le cuenta a su futura víctima que tuvo que vender su espada larga, el más preciado tesoro de un guerrero, para pagar el entierro. Aclara que todavía carga su espada corta, y que él se educó en un dojo de esa característica. Esa confesión despierta la conciencia de la posible víctima, espadachín de renombre, y azuza el combate que terminará con su muerte y con la supuesta bonanza que como premio recibirá Seibei. Felicidad efímera que en tres años acaba, cuando Seibei es muerto en un enfrentamiento de las fuerzas de su clan, tradicionalistas, ante el nuevo ejército imperial.

Esa charla entre los dos guerreros, uno confesándole al otro su miseria, es la parte mejor de la película. No sólo existe la carga emocional de aquellos que habiendo conocido la opulencia se encuentran en el desmayo de la pobreza, sino porque retrata el nacimiento del Japón moderno, durante el período Meiji, a partir de 1899, y el fin del Japón medieval, el alba de los ejércitos modernos y la terminación de los combates singulares. La pérdida de la tradición y del honor, la muerte del samurai que resta como resabio folklórico de un país que antes fue.

Tema explotado también en la no muy lejana cinta "El último samurai", con la actuación de Tom Cruise, de mediocridad pasmosa para sujeto tan extremo. Libradas algunas escenas y parte del decorado y uniformes, "The Last Samurai" es digna de olvido. Sin tanta rimbombancia, y con un presupuesto sin comparación con la obra en mención, "Twilight..." queda como un profundo retrato humano de una casta vencida y, en muchos casos, inútil. En una escena, Seibei le dice al hermano de su futura nueva esposa, la bella Tomoe, que cuando perezca el samurai él se dedicará a la agricultura. Me recuerda a un noble ruso del gobierno de Catalina la Grande o del zar Alejandro, que el profesor Avrham Yarmolinsky anota, diciendo que dados los tiempos haría a sus hijos aprender labores manuales que les permitieran comer, ya que se venía -entonces- el derrumbamiento de los beneficios de clase.

"The Twilight Samurai" tendría quizá dos acepciones en un nombre español: "El samurai sombrío" o "El samurai del crepúsculo". Seibei es conocido entre sus compañeros de trabajo, samurais convertidos en administrativos, como "el sombrío", pero si preferimos la esencia del sustantivo "crepúsculo", no sólo hablamos del personaje sino de la época.

El período Meiji traerá consecuencias internacionales inmediatas como la guerra sino-japonesa, la instauración de normas de modernidad -y la independencia- en Corea; la guerra ruso-japonesa y el desastre occidental. Japón se plantea el futuro con papel protagónico, hecho que ni la derrota de 1945 detuvo. El samurai quedó en el olvido, su sombra se pasea por las ya perdidas calles de Edo y de Kyoto. Lo rescatan los fanzines, la animación japonesa. Armaduras vacías de museo que alguna vez emocionaron..
14/06/2007

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), junio, 2007

Imagen: Poster japonés del filme

Prisionera de Stalin y Hitler


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Que Bánzer entregase guerrilleros argentinos al gobierno de Videla, con encargo especial para el matadero de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), tenía su lógica. Ambos dictadores, sumados a Stroessner, Pinochet, conformaban un frente amplio que se cubría las espaldas y trabajaba en conjunto. Pero que Stalin entregase a comunistas alemanes a las hordas nazis carecía de ella.

Margarete Buber-Neumann fue una militante comunista, casada en principio con el hijo de Martín Buber, el gran pensador judío. Separada de su marido convivió con Heinz Neumann, importante miembro del partido alemán y del Komintern. Neumann tenía labor e historia de excepción como combatiente revolucionario, tanto en Alemania como en el extranjero. Goebbels pidió a Suiza su extradición para -posiblemente- ejecutarlo. Junto a V. Lominadze participó de la llamada Comuna de Cantón, China, 1927, efímero estallido social de desastrosas consecuencias. Colaboró con Ernst Thälmann mas lo venció su espíritu crítico de lo que se venía haciendo en Rusia. Osip Pyatniski, responsable del aparato clandestino bolchevique desde 1903, sugirió enviar a Heinz Neumann al Brasil, a asesosar el movimiento que preparaba Luiz Carlos Prestes, el cual contaba, según Jorge Amado, con muchísimos colaboradores de origen alemán. El viaje jamás se realizó. Pyatniski, cosa común entonces en Rusia, fue fusilado por sus camaradas de ideario en 1937, acusado de conspiración; lo mismo sucedió con Piatakov, Bujarin, Zinoviev, Rakovski y tantos otros silenciados luego de las más espantosas parodias de justicia que un estado puede montar. Todo para que Stalin se sintiera tranquilo, seguro de ser el único, el irremplazable.

Tanto habría sido el deseo de que algo nuevo se estuviere formando, que toda la muerte precedente no fuera en vano, que los comunistas del mundo veían a la Unión Soviética como el Edén al que todos deseaban asistir, a pesar de que entonces ya se sabía que el ser "llamado a Moscú" implicaba una condena a muerte. Cualquier error mínimo, o la sospecha de un error más las innúmeras delaciones entre "revolucionarios", barrieron con el recuerdo de la Revolución de Octubre, con el internacionalismo proletario. La capacidad militar de la URSS fue destruida por los celos de Stalin en las purgas de la mejor oficialidad que podría haber confrontado la invasión germana con mayor éxito. Stalin asesinó a todos los que pudo, incluyendo a Béla Kun y a Heinz Neumann; además, y parafraseando a medias a Solzhenitsin, barrió con la literatura rusa, dejando un yermo irrecuperable (Bábel, Meyerhold, Mandelstam, Pilniak, hasta el mismo Maxim Gorki que se sospecha fue eliminado por orden del líder).

Luego de su detención en el Hotel Lux, en Moscú, donde se alojaban los miembros del Komintern, Margarete no supo más de Heinz Neumann. A ella le tocó un calvario de celdas y privaciones sin nombre, por la sospecha de "traición" o "terrorismo". Desde la Lubianka y la Butirka, prisiones de infeliz memoria, hasta el campo de concentración de Karaganda en la estepa kazaja. Allí la política se olvida; es el imperio del hambre, la lucha por las migajas, por un espacio de sueño, por algo de agua, unos granitos de azúcar. A cambio de nada, el gobierno soviético hacía trabajar a sus prisioneros, políticos y comunes, de sol a sol, como lo hiciera con los rendidos alemanes durante la guerra, los de Stalingrado y los demás. Levantar una economía a la fuerza, sobre las espaldas de centenares de miles de esclavos, sin alimentación ni esperanza en el paraíso de los trabajadores.

Junto a Margarete, infinitas mujeres de diverso origen, con especial mención de las alemanas, entre ellas la actriz Carola Neher, actriz de fama que trabajara con Bertolt Brecht. Artistas, músicas, novias, hijas o esposas de comunistas alemanes sobre los que había caído la sospecha del régimen.

En Burma, Siberia, en condiciones infrahumanas, bajo el frío, el trabajo y la inanición, Margarete, sin saber nada de Heinz, sin voz ni voto, con la desconfianza de las presas políticas rusas que la miran como a traidora, sin darse cuenta que corren con su misma suerte. Premio por haber creído en Moscú, por haberse opuesto a Hitler.

La cima de esta historia ilógica llega en el momento de la gran traición: el pacto germano-soviético de no agresión, la repartija de Polonia y el acápite dedicado a los comunistas alemanes presos en Rusia, de quienes se espera la entrega por parte del estalinismo. Entrega que se hace con los mejores auspicios de amistad entre los dictadores. Stalin regala a la muerte, a la tortura, el gas, a aquellos que creyeron en la república de los soviets, que trabajaron, muchos entre grandes desdichas, por su instauración.

Margarete Buber-Neumann termina en Ravensbrück, campo de muerte femenino. En una primera instancia, el campo se diferencia de sus pares orientales. Hay orden, mejor comida, camas y espacios propios. La brutalidad es la misma, pero Ravensbrück hasta ya avanzada la guerra, da, en las palabras de Buber-Neumann, aunque parezca paradójico, una mejor impresión. Es que en aquel campo de mujeres, como en otros de exterminio, se quería malévolamente dar una apariencia de paz. Sin embargo los patrones de conducta ya habían sido marcados y se procede a la política exterminadora del nazismo, más que todo hacia las minorías étnicas.

En Ravensbrück conoce a Milena Jesenská, la periodista checa de la que se enamorara Kafka y a la que escribiera las famosas Cartas. Cuatro años de una intimidad rica que sueña con escribir juntas la historia del cautiverio. Milena morirá allí y será Margarete la que escriba el testimonio que es "Prisionera de Stalin y de Hitler". No hay mención en el texto mismo, pero hay autores que sugieren que esta relación estrecha fue la que permitió, a través de Buber-Neumann, salvar los textos inéditos de Franz Kafka.

Ravensbrück se convierte más y más como Burma o Karaganda; el nazismo vacilante recurre también al trabajo esclavo para su industria de guerra. Cuando los cañones rusos suenan a pocos kilómetros, Margarete y otras prisioneras alemanas son liberadas. Desde ese instante, y siendo inviable ver a su madre en Postdam, tiene la idea fija de huir de los rusos. Sabe que caer en sus manos significa Siberia de nuevo, y la muerte. Yosif Stalin llegará al extremo de mandar a campos de trabajo forzado a los prisioneros rusos de guerra. Para entonces se ha olvidado el discurso marxista, ya no se habla de revolución social ni de dictadura proletaria; la guerra ha sido guerra "patria" y se descubren los nombres de los grandes héroes nacionales: Kutuzov, Bagration...

Margarete Buber-Neumann llega a las líneas norteamericanas sobre el Elba. A Stalin se le escapa una víctima más, una convicta con voz...
25/07/07

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), julio, 2007

Imagen 1: Margarete Buber-Neumann
Imagen 2: El campo de concentración de Ravensbrück

Monday, May 2, 2011

Comentario en la muerte de Ernesto Sábato


Un pequeño libro de Editorial Kapelusz me introdujo a Ernesto Sábato. Formaba parte de un paquete que incluía La Araucana de Ercilla, y Don Gil de las calzas verdes, de Tirso. Regalos de mi madre en un cumpleaños. De allí, de esas sus Páginas vivas, así se titulaba, comencé a conocer a un hombre que se caracterizó por su grandeza literaria y su humildad.
Sábato excedió el arte de escribir para convertirse en la conciencia argentina, como no lo hiciese autor antes. Pero, ya que como escriba nos llegó, como escriba lo despedimos, con la eternidad de sus héroes y tumbas, lo oscuro del intelecto humano, y el orden que buscó en las matemáticas, igual que Dostoievsky y Solzhenitsyn, y que se le escondió en las letras.

Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 1/5/2011 y en Brújula (El Deber), 7/5/2011

Imagen: Ernesto Sábato/Fotografía de Daniel Morozinski

La muerte de bin Laden/MIRANDO DE ABAJO


¿Asesinato político? No hay duda, pero única salida posible para cerrar un capítulo de la historia cuyos detalles jamás sabremos. Nunca se descartó la posibilidad de que septiembre 11 fue una conspiración del gobierno de Estados Unidos con fines de expansión imperial, y Noam Chomsky acentuó las sospechas. Eso no impide saber por cierto que el fundamentalismo islámico es un problema global. Incluso argumentando sus orígenes, de algún modo para justificarlo, no soluciona nada. No se puede, ni se debe, sumir en discusiones eternas y permitir que expresiones similares se solidifiquen o crezcan. No hacerlo implica quizá el dar el papel policíaco a naciones ricas y poderosas, que son las únicas con capacidad logística para frenarlas. Y así volvemos al cuento de siempre, de dependencia y dominio.

Sin embargo, de pronto acciones tales presentan estos países a la humanidad con facciones benévolas, que apuntan a justicia para todos, bienestar colectivo. Falacias, cuyo peso, tal vez moral, sirve para alentar las esperanzas de una vida mejor. El totalitarismo fracasó. Ya es larga la data de los errores y muy pocos aciertos de la cuestión socialista. Tanto ha cambiado el mundo que los viejos eslógans caducaron, y la simple calificación de ideologías perdió peso con la inclusión de nuevos (antiguos) factores y sujetos que claman por la reestructuración del ideario político.

Bin Laden tenía que morir. Consecuencia lógica de una muerte ya predicha, de mayor importancia, determinada por la explosión rebelde del mundo árabe en contra de los semidioses que lo rigieron para mal por tantas décadas. En Túnez, Egipto, Libia, Yemén, Siria, se está dando el golpe de gracia al fundamentalismo, al abuso de poder, a las sucesiones principescas, para dar espacio a quién sabe qué, supuestamente a un sistema democrático que con sus también grandes falencias al menos permite el espejismo de las posibilidades, ausente en la noción totalitaria.

La muerte de bin Laden, como las masivas protestas del norte africano y el Oriente Medio, debieran iluminar a los dictadores y explicarles que en un mundo global ya no caben. Claro que si fuera en favor del gran capital preservarlos, lo harían. No hablamos de justicia, sino de interés. Sucede con el narcotráfico, con el genocidio de los tamiles, según relata Jon Lee Anderson, y ejemplos sin número, pero no se puede quitar a la gente la esperanza, y mucho de lo que sucede hoy no se relaciona con el poder político sino con ella. Allí es muy fácil errar, pero yerro superior sería simplemente aceptar el curso de las cosas sin derecho a opinar y a protestar.

El haber quitado el aura casi divina, de invencibilidad, a Osama bin Laden y a lo que representa, significa un golpe tremendo para los extremistas religiosos, y para todos los que de algún modo persiguen el expolio irrestricto de sus pueblos, la perpetuación en el gobierno. Lo aprendió Noriega en una lección que le costó la cárcel. Ahora no es más el tirano amenazante, machete en mano, que se creyese amo de Panamá. Hoy es una piltrafa, un pobre diablo. Lo aprenderá el extraño Qadhafi, mezcla de pederasta y profeta satánico. Su vida, recordando la canción mexicana, no vale nada. Ya se condenó. Y después Assad, el criminal sirio, y Ahmadinejad. Lo dije, a los que piensan en la eternidad del círculo, que en la sombra se mueven cosas, que la tecnología y la inteligencia trabajan sin descanso, y que las acciones van anotándose en el diario de los pros y contras, y que cuando éste se incline de lado les caerá el zarpazo de la justicia, del poder, del imperio, de lo que quieran llamarlo que terminará con su impunidad.

No importa que un asesino como el gobierno norteamericano se haya librado de otro. Lo que pesa es la sensación de justicia, que es la que mueve la emoción de las masas, saber que también a los elegidos les llega su fin. Y es una advertencia de largos y todavía no previstos alcances.

O, como acaba de poner en la Red Jon Lee Anderson, en estos movimientos verticales, la decapitación de su líder tiene como consecuencia segura el fin del colectivo. Sucedió con Abimael Guzmán y Sendero. Sucederá con al-Qaeda, ya rebasado por las protestas en masa.

Sea en Pakistán, Perú o Bolivia, los déspotas con ánimo de dioses ya perciben la venida del Apocalipsis, y sus maletas cargadas de oro serán impedimento más que ventaja.
2/5/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 4/5/2011
Publicado en Semanario Uno #408 (Santa Cruz), mayo 2011

Imagen: Bin Laden en una caricatura mexicana