Monday, May 2, 2011

La muerte de bin Laden/MIRANDO DE ABAJO


¿Asesinato político? No hay duda, pero única salida posible para cerrar un capítulo de la historia cuyos detalles jamás sabremos. Nunca se descartó la posibilidad de que septiembre 11 fue una conspiración del gobierno de Estados Unidos con fines de expansión imperial, y Noam Chomsky acentuó las sospechas. Eso no impide saber por cierto que el fundamentalismo islámico es un problema global. Incluso argumentando sus orígenes, de algún modo para justificarlo, no soluciona nada. No se puede, ni se debe, sumir en discusiones eternas y permitir que expresiones similares se solidifiquen o crezcan. No hacerlo implica quizá el dar el papel policíaco a naciones ricas y poderosas, que son las únicas con capacidad logística para frenarlas. Y así volvemos al cuento de siempre, de dependencia y dominio.

Sin embargo, de pronto acciones tales presentan estos países a la humanidad con facciones benévolas, que apuntan a justicia para todos, bienestar colectivo. Falacias, cuyo peso, tal vez moral, sirve para alentar las esperanzas de una vida mejor. El totalitarismo fracasó. Ya es larga la data de los errores y muy pocos aciertos de la cuestión socialista. Tanto ha cambiado el mundo que los viejos eslógans caducaron, y la simple calificación de ideologías perdió peso con la inclusión de nuevos (antiguos) factores y sujetos que claman por la reestructuración del ideario político.

Bin Laden tenía que morir. Consecuencia lógica de una muerte ya predicha, de mayor importancia, determinada por la explosión rebelde del mundo árabe en contra de los semidioses que lo rigieron para mal por tantas décadas. En Túnez, Egipto, Libia, Yemén, Siria, se está dando el golpe de gracia al fundamentalismo, al abuso de poder, a las sucesiones principescas, para dar espacio a quién sabe qué, supuestamente a un sistema democrático que con sus también grandes falencias al menos permite el espejismo de las posibilidades, ausente en la noción totalitaria.

La muerte de bin Laden, como las masivas protestas del norte africano y el Oriente Medio, debieran iluminar a los dictadores y explicarles que en un mundo global ya no caben. Claro que si fuera en favor del gran capital preservarlos, lo harían. No hablamos de justicia, sino de interés. Sucede con el narcotráfico, con el genocidio de los tamiles, según relata Jon Lee Anderson, y ejemplos sin número, pero no se puede quitar a la gente la esperanza, y mucho de lo que sucede hoy no se relaciona con el poder político sino con ella. Allí es muy fácil errar, pero yerro superior sería simplemente aceptar el curso de las cosas sin derecho a opinar y a protestar.

El haber quitado el aura casi divina, de invencibilidad, a Osama bin Laden y a lo que representa, significa un golpe tremendo para los extremistas religiosos, y para todos los que de algún modo persiguen el expolio irrestricto de sus pueblos, la perpetuación en el gobierno. Lo aprendió Noriega en una lección que le costó la cárcel. Ahora no es más el tirano amenazante, machete en mano, que se creyese amo de Panamá. Hoy es una piltrafa, un pobre diablo. Lo aprenderá el extraño Qadhafi, mezcla de pederasta y profeta satánico. Su vida, recordando la canción mexicana, no vale nada. Ya se condenó. Y después Assad, el criminal sirio, y Ahmadinejad. Lo dije, a los que piensan en la eternidad del círculo, que en la sombra se mueven cosas, que la tecnología y la inteligencia trabajan sin descanso, y que las acciones van anotándose en el diario de los pros y contras, y que cuando éste se incline de lado les caerá el zarpazo de la justicia, del poder, del imperio, de lo que quieran llamarlo que terminará con su impunidad.

No importa que un asesino como el gobierno norteamericano se haya librado de otro. Lo que pesa es la sensación de justicia, que es la que mueve la emoción de las masas, saber que también a los elegidos les llega su fin. Y es una advertencia de largos y todavía no previstos alcances.

O, como acaba de poner en la Red Jon Lee Anderson, en estos movimientos verticales, la decapitación de su líder tiene como consecuencia segura el fin del colectivo. Sucedió con Abimael Guzmán y Sendero. Sucederá con al-Qaeda, ya rebasado por las protestas en masa.

Sea en Pakistán, Perú o Bolivia, los déspotas con ánimo de dioses ya perciben la venida del Apocalipsis, y sus maletas cargadas de oro serán impedimento más que ventaja.
2/5/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 4/5/2011
Publicado en Semanario Uno #408 (Santa Cruz), mayo 2011

Imagen: Bin Laden en una caricatura mexicana

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