Tuesday, January 11, 2011

Lo que se lleva el viento/MIRANDO DE ARRIBA


Memorias de un café. El café como símbolo de una época. La muchedumbre de amigos, la aspereza del tequila, los dulces pasos de las mujeres que bailaban. El vino nativo, sin mayor gracia entonces aunque ahora hay cepas nuevas, que desconozco, de sierra alta, caras, que dicen ser excelentes.
Era una rápida pieza de teatro. Agitada. Bajo la aureola de diversos personajes: Che, Chico Buarque, Cesaria Evora. La música, en cadencias fantasmales desde tan alto como el Mar del Norte llegando a las costas del Cabo, entre Irlanda y Zululandia, entre Georges Brassens y Boy Ge Mendes. Guarida de artistas, de nostálgicos, de alcohólicos, desterrados, perros, gusanos, santos, femeninos y masculinos. Tiempo en que el amor se prodigaba, se escanciaba, cuando los pezones alucinados de las amantes parecían melancólicos ojos sombríos.
El tiempo pasa y la realidad envejece, mientras la ambición -recordando aquel tango de Gardel- no descansa, y la angurria se acomoda igual que mercaderes en bazar. La poesía se hunde en el páramo del billete, en el cambalache vil que retrataría Discépolo, en el imperio del chisme, de la fraternidad de los mediocres, de la insolvencia de la honestidad. El café se endulza, pierde el amargor que lo embellece, se dora de palabras falsas, de rigor de modistillas. Quedan las calles vacías, algún transeúnte adormilado por la mota, algún muerto asesinado por la hermana de su amada; un vapor de silencio, vaho solo, sólo vaho.
Juzgar no nos pertenece, mejor es recordar, que con el recuerdo llega el olvido, y con el olvido las perspectivas del futuro, paradojas humanas, simples y tan complejas.
Quizá era igual antes, pero ante la fantasía de lo nuevo todo parece único. Decantados ya el verso y la pasión, atormentado el poema por la prosapia prosaica de vivir, hasta los huertos parecen yermos. Nada permanece y es mejor así, porque la alegría no habita en la inmortalidad sino en la muerte, porque el hecho de morir nos vive, nos hace vivir. Igual sucede con las cosas y los lugares, su permanencia se posibilita por lo efímero de su ser, que si siempre fuesen, horribles fueran.
Hablemos del grano, del café en sí. Acostumbrados demasiado al yungueño, soslayamos el keniano, el etíope, el de los médanos calmos de Guatemala, aunque otrora regados con sangre. Si el grano se multiplica, se diversifica, por qué no nosotros.
23/4/07

Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007

Imagen: Fotografía de autor desconocido

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