Tuesday, February 19, 2019

Cochabamba: cocaína y progreso/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A las siete de la noche, domingo, tomé un taxi y me fui a sentar a la plaza 14 de Septiembre, la principal de Cochabamba. Domingo era, en mi niñez, el día libre de las empleadas domésticas y se reunían allí para disfrutar de una efímera alegría que por lo general terminaba con ellas golpeadas y violadas por sus mismos acompañantes u otros al salir de cualquier bombohuasi, creo que llamado así uno notorio en la avenida que llevaba a la Taquiña, la Simón López, porque de allí salían embarazadas y abusadas; luego, al llegar a la casa, su lugar de trabajo, con la cara amoratada e hinchada, sufrían encima de semejante violencia el despido por parte de las patronas que incluso las tildaban de “cochinas”. No vi sirvientas anoche; me dije que ojalá aquella ominosa institución hubiera desaparecido. No lo sé; no estoy seguro.

Una mujer esplendorosa, alta y de magníficas piernas, con falda corta de cuero negro, extranjera en apariencia, abrazaba a un pequeño y tostado individuo que en los términos racistas a los que estamos acostumbrados representaba un “cholo”. Pues, el “cholo” tenía un auto último modelo lo que le daba la libertad de acariciar las redondeadas nalgas que eran, evidente, de su propiedad. Yo miraba, todo alrededor, hasta una gris paloma enferma que apenas podía tragar un grano de maíz desmenuzado. Luego una pareja de payasos argentinos, hombre y mujer, pusieron cumbias en una radio, prepararon frazadas en el piso y a voz en cuello convocaron a una docena de personas, niños la mayoría, para ofrecer triste espectáculo lleno de gritos, alusiones sexuales e inmensa falta de talento. La historia del payaso triste, la del payaso tonto. Malabares con mucho estruendo y poca habilidad. Recolectaron monedas. Voceaban que se iban de aquella histórica plaza, que por este año terminaban con Bolivia. Se les notaba el hambre. Era un paisaje medieval.

Luego caminé. Comí dos anticuchos sabrosos pero tensos como goma de mascar. Picante de maní, papa tostada y fría. Tripas hervían y chisporroteaban en carritos de comida. Otra viñeta medieval. Moliere, Bergman…

Caminé. Fui por la vieja zona de cafés de la calle Ecuador. Me dijeron que habían cerrado los boliches porque era refugio de delincuentes, “zona roja”. Pero, en su tiempo, esa parte de la ciudad dio mucha vida a lo que hoy parecía muerto, o agonizante.

Me pregunté entonces si las cifras de lo que deja el narcotráfico, a pesar de míseras en relación a las rentas de los patrones, eran tantas ¿dónde estaban sus resultados que no se veían? Dicen que hay Ferraris rojos con el sello del club Wistermann, Lamborghinis blancos. Esta debía ser una ciudad de luz, y las aceras son peores que las que nos hacían tropezar cuarenta años atrás. Se ha querido hacer creer que el tráfico de cocaína es una forma de enfrentar al imperio. Falso: es el imperio.

Nada bueno de la cocaína queda; nada queda. Esta ciudad se va descascarando, es una fruta seca y eso que estamos en tiempo de lluvias. Aseguran que la movida se ha trasladado hacia el norte de la ciudad. Puede ser, porque lo que transito ahora es una villa ruinosa, no con el garbo que tiene la ruina en la Odessa del mar Negro, sino la desgracia a secas.

Villa deleznable, escribí muchísimo tiempo atrás, y no me equivocaba. Aquí la droga no hace patria, y no creo que en ningún lugar, pero hay un discurso semi-ideológico que ensalza el producto bruto y por ende los derivados. ¿Cuándo comprenderemos que se trata de un comercio particular, no colectivo? Que el pan que viene de él podría también venir del trabajo si los que ganan en lugar de vacacionar en el Caribe, comprar en Miami, y preferir un automóvil de lujo a un bidet, hicieran algo de bien e invirtieran en lo caído, tratando de levantarlo. Hemos creado otro mito. Lo creemos a pie juntillas mientras que la realidad es otra: la de dos payasos gritones sin sal ni azúcar.
18/02/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 19/02/2019

Fotografía: CFC

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