WILSON GARCÍA MÉRIDA
La bruma de
aquellos anocheceres febriles de la UTCH, emérito antro de chicha a la vuelta
de la UMSS, ya no es bruma sino brisa de vida que se respira desde la memoria y
se vive conjurando el olvido. Estamos ebrios de juventud; somos cosacos,
cangaceiros, bolcheviques, mencheviques, zapatistas y kataristas, todo eso en
uno y mucho más. Somos la ironía, la paradoja, el ser-no-ser y el devenir.
Bakunin nuestro ídolo iconoclasta y Cesáreo Capriles nuestro ícono después de
la extirpación idolátrica. Marxistas por Groucho, leninistas por Lennon.
Odiamos a Stalin con inclaudicable fervor. La chichería nuestro cuartel general
con su banderita blanca siempre belicosa en el umbral, nuestra institución
tutelar según el impecable concepto del Yoyo Komadina. Nuestras armas aspiran a
ser innecesarias; pero queremos sentirnos cándidos imprescindibles, la historia
nos llama con sus cantos de sirena. Cantamos el Bella Ciao y bailamos La
Caraqueña. Papel de Plata, Plumita de oro, Huérfana Virginia. Ellas: La Kenia
Samur y la Magda Thames estrellas en el firmamento; la Gloria Romeu, la Flaca
Landaeta, la Maricruz Aramayo, la Pulguita Balderrama, la Pilar y la Cinthya
Lizárraga, la Elenita Sigg, nuestras guerreras danzantes. Nos: el Chino Navarro
entonando Malena y profiriendo Cambalache, reviviendo al gran Discépolo y a
Sosa Venturini. El Cuca Cossío con su luminoso enigma en la mirada oculta bajo
el ala de un hermoso y eterno chapéu. El Chaly Crespo barbado profeta del Tata
Santiago. El Negro Peñaranda, el Hugo, con su inapelable humor. El Carlitos
Balderrama Mariscal, la transparente nobleza hecha camarada, lúcido y
generosamente jovial. El Diego Cuadros y el Alejo Almaraz, la Jota en
mayúsculas; y el Jesús Rodríguez un gesto libertario en Mao. El Fer Mayorga con
la tesis fresca para la UNAM a la sombra incandescente de Carlos Montenegro,
tramando Quimera; el Coco su hermano tramando El Grito antes de atar a la rata
al son de una Bossa. Los que ya se fueron: El Álvaro Antezana Juárez, la
estética apasionada, cine, poesía y música. El Jorge Cardozo, el Potoco, esa
inmortal sonrisa de Gramsci tras las rejas. El Miguel Montero —El Flaco—, alma
bendita, mi guardián y mi consejero estratégico. Y entre todos los carnales el
carnal mayor, el Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el que nos sintetiza declamando
a voz en cuello versos de Rimbaud y Baudelaire; Claudio el que nos descubre el
camino holístico del éxodo no como fuga sino como una forma inequívoca de
llegar. Saliendo al mundo desde la convulsa entraña de la Madre Llacta. Y
llegamos, y nacemos. Es la generación que somos.
La
revelación poética del novelista
¿Poeta? Sí.
Mas no del poemario stricto sensu con el verso de vates
fundamentales como Antonio Terán, Jorge Campero, Humberto Quino, Igor Quiroga,
Roxana Sélum, Fernando Rosso, Eduardo Kunstek o Gustavo Cárdenas. La obra
poética de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es narrativa. Es uno de los novelistas
contemporáneos más importantes de Bolivia; pero sigue siendo esencialmente
poeta. Poéticamente, su métrica del relato tiene el ritmo de los tiempos
alternados, yuxtapuestos, algo sincopados como el jazz. Nos recuerda a las
prosas vertiginosas y crueles de Boris Vian y Bukowski, poetas también.
De hecho,
su reciente novela aún inédita que será publicada por Editorial 3600 este año,
como bien advierte Guillermo Ruiz Plaza en el prólogo, lleva por título un
verso del terrible poeta austríaco Georg Traki: “El oro de las estrellas
extinguidas”.
En la
última estrofa de su poema Elis, el genio incestuoso que se suicidó con una
premeditada sobredosis de cocaína cuando combatía en la Primera Guerra Mundial,
escribió: “Tu cuerpo es un jacinto | donde un monje sumerge sus dedos
de cera. | Y una cueva sombría es nuestro silencio | de la que a veces surge un
apacible animal. | Deja caer lento los pesados párpados. | Sobre tus sienes
gotea un oscuro rocío, | el último oro de las estrellas extinguidas”.
Junto con
“El oro de las estrellas extinguidas” (que según Ruiz Plaza —Premio Nacional de
Novela 2018— es un libro singular que “puede leerse como un diario de
viajes por la geografía del mundo, pero también por el espacio inquieto y
deslumbrante de la memoria”), Claudio Ferrufino prepara también el
lanzamiento de “Ecléctica”, cuyo enigma de si es novela o es poemario, o ambos,
nos lo develará el autor en una futura entrevista pactada con Sol de Pando.
La noticia
destacable aquí es la buena nueva de que Editorial 3600, dirigido por Willy
Camacho, lanzará los próximos libros inéditos de Ferrufino como parte de una
antología con las obras completas del escritor cochabambino. Este acontecimiento
significa que Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un nombre grabado ya con letras
de molde en la Literatura boliviana, latinoamericana y universal.
El
tiempo de las obras completas
En 1989
publicó aquel que acaso sea su único poemario como tal: “Años de mujer”, una
rareza difícil hoy de hallar.
Desde
“Virginianos” publicado en 1991, textos breves en prosa sobre lugares andados y
gentes inspiradoras que hicieron profetizar al maestro Jorge Suárez que el
camino del poeta iba por la vía de la novela, Ferrufino no se cansa de cantar
sus diversas melodías con un invariable tono de voz. Una voz que sin embargo
suena cada vez más grave sin perder su esencial identidad, como la voz
fascinante y mutante de Leonard Cohen al transcurrir el tiempo.
Después de
“El señor don Rómulo”, novela publicada en 2003 —un viaje en la máquina del
tiempo para repasar la dramática historia de Bolivia con los ojos de un
migrante, que obtuvo mención de honor en el Premio Casa de las Américas—,
Ferrufino tardó siete años para dar a luz, en 2009, “El exilio voluntario”,
novela que le dio el Primer Premio en la misma Casa de las Américas. Fue cuando
los cubanos, cosa inusual, le permitieron publicar el libro en Bolivia antes
que en La Habana y en 2011 fue reeditada en España por la editorial Alberdania.
En 2011,
“Diario Secreto” obtuvo el Premio Nacional de Novela auspiciado por la
editorial Alfaguara, y su novela “Muerta ciudad viva” tuvo dos ediciones: en
Bolivia, 2013, y en España, 2018.
El conjunto
de esos libros y otros que compilan su labor periodística como columnista y
ensayista, algunos en co-autoría, formarán parte de las obras completas que
está preparando el editor Willy Camacho.
Toda
antología es una bitácora a posteriori que registra la
trayectoria de un escritor y concentra la esencia de su obra en un solo filón.
En el caso
de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, quedará constancia del método terrenal,
demasiado humano, de aquel escritor trotamundos que forja su obra a plan de
vivir la vida intensa del hombre común de la calle. Para escribir lo que
escribió en Denver, Colorado, desde el momento en que salió de Cochabamba en 1989,
Claudio comenzó su emigrante vida literaria trabajando como cocinero, albañil y
oficinista.
De ahí que
en sus escritos resulta una constante aquella famosa proclama de Roque
Dalton: “Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos
hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un
poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los
vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más
tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…”.
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De SOL DE PANDO, 05/02/2019
Imagen: En la imagen junto al narrador Victor Hugo Viscarra. | Fotomontaje Sol de Pando
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