Wednesday, February 6, 2019

Claudio Ferrufino o el tiempo de las obras completas


WILSON GARCÍA MÉRIDA

La bruma de aquellos anocheceres febriles de la UTCH, emérito antro de chicha a la vuelta de la UMSS, ya no es bruma sino brisa de vida que se respira desde la memoria y se vive conjurando el olvido. Estamos ebrios de juventud; somos cosacos, cangaceiros, bolcheviques, mencheviques, zapatistas y kataristas, todo eso en uno y mucho más. Somos la ironía, la paradoja, el ser-no-ser y el devenir. Bakunin nuestro ídolo iconoclasta y Cesáreo Capriles nuestro ícono después de la extirpación idolátrica. Marxistas por Groucho, leninistas por Lennon. Odiamos a Stalin con inclaudicable fervor. La chichería nuestro cuartel general con su banderita blanca siempre belicosa en el umbral, nuestra institución tutelar según el impecable concepto del Yoyo Komadina. Nuestras armas aspiran a ser innecesarias; pero queremos sentirnos cándidos imprescindibles, la historia nos llama con sus cantos de sirena. Cantamos el Bella Ciao y bailamos La Caraqueña. Papel de Plata, Plumita de oro, Huérfana Virginia. Ellas: La Kenia Samur y la Magda Thames estrellas en el firmamento; la Gloria Romeu, la Flaca Landaeta, la Maricruz Aramayo, la Pulguita Balderrama, la Pilar y la Cinthya Lizárraga, la Elenita Sigg, nuestras guerreras danzantes. Nos: el Chino Navarro entonando Malena y profiriendo Cambalache, reviviendo al gran Discépolo y a Sosa Venturini. El Cuca Cossío con su luminoso enigma en la mirada oculta bajo el ala de un hermoso y eterno chapéu. El Chaly Crespo barbado profeta del Tata Santiago. El Negro Peñaranda, el Hugo, con su inapelable humor. El Carlitos Balderrama Mariscal, la transparente nobleza hecha camarada, lúcido y generosamente jovial. El Diego Cuadros y el Alejo Almaraz, la Jota en mayúsculas; y el Jesús Rodríguez un gesto libertario en Mao. El Fer Mayorga con la tesis fresca para la UNAM a la sombra incandescente de Carlos Montenegro, tramando Quimera; el Coco su hermano tramando El Grito antes de atar a la rata al son de una Bossa. Los que ya se fueron: El Álvaro Antezana Juárez, la estética apasionada, cine, poesía y música. El Jorge Cardozo, el Potoco, esa inmortal sonrisa de Gramsci tras las rejas. El Miguel Montero —El Flaco—, alma bendita, mi guardián y mi consejero estratégico. Y entre todos los carnales el carnal mayor, el Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el que nos sintetiza declamando a voz en cuello versos de Rimbaud y Baudelaire; Claudio el que nos descubre el camino holístico del éxodo no como fuga sino como una forma inequívoca de llegar. Saliendo al mundo desde la convulsa entraña de la Madre Llacta. Y llegamos, y nacemos. Es la generación que somos.

La revelación poética del novelista
¿Poeta? Sí. Mas no del poemario stricto sensu con el verso de vates fundamentales como Antonio Terán, Jorge Campero, Humberto Quino, Igor Quiroga, Roxana Sélum, Fernando Rosso, Eduardo Kunstek o Gustavo Cárdenas. La obra poética de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es narrativa. Es uno de los novelistas contemporáneos más importantes de Bolivia; pero sigue siendo esencialmente poeta. Poéticamente, su métrica del relato tiene el ritmo de los tiempos alternados, yuxtapuestos, algo sincopados como el jazz. Nos recuerda a las prosas vertiginosas y crueles de Boris Vian y Bukowski, poetas también.

De hecho, su reciente novela aún inédita que será publicada por Editorial 3600 este año, como bien advierte Guillermo Ruiz Plaza en el prólogo, lleva por título un verso del terrible poeta austríaco Georg Traki: “El oro de las estrellas extinguidas”.

En la última estrofa de su poema Elis, el genio incestuoso que se suicidó con una premeditada sobredosis de cocaína cuando combatía en la Primera Guerra Mundial, escribió: “Tu cuerpo es un jacinto | donde un monje sumerge sus dedos de cera. | Y una cueva sombría es nuestro silencio | de la que a veces surge un apacible animal. | Deja caer lento los pesados párpados. | Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío, | el último oro de las estrellas extinguidas”.

Junto con “El oro de las estrellas extinguidas” (que según Ruiz Plaza —Premio Nacional de Novela 2018— es un libro singular que “puede leerse como un diario de viajes por la geografía del mundo, pero también por el espacio inquieto y deslumbrante de la memoria”), Claudio Ferrufino prepara también el lanzamiento de “Ecléctica”, cuyo enigma de si es novela o es poemario, o ambos, nos lo develará el autor en una futura entrevista pactada con Sol de Pando.

La noticia destacable aquí es la buena nueva de que Editorial 3600, dirigido por Willy Camacho, lanzará los próximos libros inéditos de Ferrufino como parte de una antología con las obras completas del escritor cochabambino. Este acontecimiento significa que Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un nombre grabado ya con letras de molde en la Literatura boliviana, latinoamericana y universal.

El tiempo de las obras completas
En 1989 publicó aquel que acaso sea su único poemario como tal: “Años de mujer”, una rareza difícil hoy de hallar.

Desde “Virginianos” publicado en 1991, textos breves en prosa sobre lugares andados y gentes inspiradoras que hicieron profetizar al maestro Jorge Suárez que el camino del poeta iba por la vía de la novela, Ferrufino no se cansa de cantar sus diversas melodías con un invariable tono de voz. Una voz que sin embargo suena cada vez más grave sin perder su esencial identidad, como la voz fascinante y mutante de Leonard Cohen al transcurrir el tiempo.

Después de “El señor don Rómulo”, novela publicada en 2003 —un viaje en la máquina del tiempo para repasar la dramática historia de Bolivia con los ojos de un migrante, que obtuvo mención de honor en el Premio Casa de las Américas—, Ferrufino tardó siete años para dar a luz, en 2009, “El exilio voluntario”, novela que le dio el Primer Premio en la misma Casa de las Américas. Fue cuando los cubanos, cosa inusual, le permitieron publicar el libro en Bolivia antes que en La Habana y en 2011 fue reeditada en España por la editorial Alberdania.

En 2011, “Diario Secreto” obtuvo el Premio Nacional de Novela auspiciado por la editorial Alfaguara, y su novela “Muerta ciudad viva” tuvo dos ediciones: en Bolivia, 2013, y en España, 2018.

El conjunto de esos libros y otros que compilan su labor periodística como columnista y ensayista, algunos en co-autoría, formarán parte de las obras completas que está preparando el editor Willy Camacho.

Toda antología es una bitácora a posteriori que registra la trayectoria de un escritor y concentra la esencia de su obra en un solo filón.

En el caso de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, quedará constancia del método terrenal, demasiado humano, de aquel escritor trotamundos que forja su obra a plan de vivir la vida intensa del hombre común de la calle. Para escribir lo que escribió en Denver, Colorado, desde el momento en que salió de Cochabamba en 1989, Claudio comenzó su emigrante vida literaria trabajando como cocinero, albañil y oficinista.

De ahí que en sus escritos resulta una constante aquella famosa proclama de Roque Dalton: “Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…”.

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De SOL DE PANDO, 05/02/2019

Imagen: En la imagen junto al narrador Victor Hugo Viscarra. Fotomontaje Sol de Pando 

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